domingo, 29 de mayo de 2011

Todo encaja

Capítulo 27 “Todo encaja”
Esa tarde cuando Bella regresó de una reunión de la Sociedad Histórica, abrió la puerta del garaje y vio que Lauren había vuelto antes que ella y se había aprovechado de su ausencia para ocupar su plaza de aparcamiento otra vez. Suspirando, presionó el botón del mando a distancia para bajar la puerta de garaje, y aparcó su coche al lado del otro. Lauren se habría marchado en dos días; podía mostrarse paciente por ese poco tiempo. Si decía algo sobre el aparcamiento, habría otra gran escena y eso trastornaría a Kate, cosa que quería evitar.

Caminaba a través de los pocos metros que había hasta la puerta de atrás cuando el corazón le dio un suave vuelco, y se paró y miró alrededor. Era uno de los días más hermosos que había visto nunca. El cielo era de un azul puro y profundo y el aire estaba excepcionalmente diáfano, sin la habitual neblina causada por la humedad. El calor era tan intenso que casi parecía tener sustancia, liberando la rica y densa fragancia de los rosales, cultivados cuidadosamente a lo largo de décadas y que estaban cargados de flores. Abajo en los establos, los caballos hacían cabriolas en círculos y sacudían sus lustrosas testas, llenos de energía. Esta mañana, Edward le había pedido que se casara con él. Y por encima de todo, ella llevaba a su hijo en su interior.
Embarazada. Estaba embarazada. Se sentía todavía un poco atontada, como si  no fuera posible que eso le pasase a ella, y al haber estado así de distraída no tenía ni idea de lo que se había hablado en la reunión de la Sociedad Histórica. Estaba acostumbrada a ser la única persona que habitaba su cuerpo. ¿Cómo se acostumbraría a la idea de alguien viviendo dentro de ella? Era extraño, y aterrador. ¿Cómo podía algo tan extraño ser tan maravilloso? Era tan feliz que le daban ganas de llorar.
Esto, también, le resultaba ajeno. Era feliz. Examinó la emoción con cautela. Iba a casarse con Edward. Iba a criar niños y caballos. Alzó la vista hacia la enorme y vieja casa y sintió que una oleada de pura euforia y posesividad la recorría de la cabeza a los pies. Davencourt era suya. Ahora era su hogar, real y verdaderamente. Sí, era feliz. Incluso con la inevitable marcha de Kate que se acercaba a pasos agigantados, estaba repleta de pura felicidad.
Edward tenía razón; Tanya le había amargado bastante la vida, la convenció de que era demasiado fea y torpe para que nadie la amara. Bueno, Tanya había sido una bruja rencorosa, y había mentido. Bella sintió que la comprensión de esto le calaba hasta los huesos. Era un ser humano competente, agradable, y con un talento especial para los caballos. La amaban; Kate la quería, Harry la quería, Bessie y Sue la querían. Maggie y Jessica se habían preocupado cuando la habían herido, y Jessica se había revelado sorprendentemente protectora. A Tyler y a Mike les caía bien. Liam, bueno, ¿quién sabía lo que pensaba Liam? Pero sobre todo, Edward la amaba. En algún momento, a lo largo del día, la certeza de ello había calado en su alma. Edward la amaba. La había amado toda su vida, tal y como le había dicho. Indudablemente lo excitaba, lo que significaba que tampoco carecía de atractivo.
Esbozó una pequeña e íntima sonrisa cuando recordó cómo le había hecho el amor la noche anterior, y otra vez esa misma mañana, después de que la prueba de embarazo hubiera dado positivo. No había ninguna duda de su reacción física ante ella, al igual que él no podía dudar de que el deseo de ella fuera recíproco.
—He visto eso—, dijo él, desde la entrada de la cocina, donde holgazaneaba. Ella no lo había oído abrir la puerta—. Has estado ahí de pie soñando despierta durante cinco minutos, y tienes una pequeña sonrisa misteriosa en la cara. ¿En qué estabas pensando?
Sonriendo aún, Bella caminó hacia él, dejando que los párpados velaran sus ojos castaños llenos de una expresión que lo hizo contener la respiración—. En cabalgadas—, murmuró mientras pasaba a su lado, rozando deliberadamente su cuerpo contra el de él—. Y en jadeos.
Sus propios ojos se tornaron apasionados, y el rubor oscureció sus pómulos. Era el primer movimiento incitante que Bella le hacía, y le provocó una inmediata y rotunda erección. Sue estaba detrás de él, en la cocina, felizmente atareada con su diaria confección y elaboración de comidas. No se preocupó por si notaba su estado de excitación. Se giró y en silencio, siguió resueltamente a Bella.
Ella le echó una mirada por encima del hombro mientras se dirigían hacia arriba, su rostro brillaba con una promesa. Caminó más rápida. La puerta del dormitorio apenas había terminado de cerrarse tras de ellos antes de que Edward la tuviera en sus brazos.

Casarse en poco tiempo implicaba tener que ocuparse a la carrera de muchas diligencias, pensó Bella a la mañana siguiente mientras conducía por el largo y tortuoso camino privado. La lista de invitados a la boda era mucho más pequeña que la que había confeccionado para la fiesta de Kate, con un total de cuarenta personas, incluida la familia, pero tenía todavía multitud de detalles de los que ocuparse.
Ella y Edward tenían cita para hacerse los análisis de sangre esa misma tarde. Esta mañana, había arreglado lo de las flores, contratado al proveedor del catering y encargado la tarta de boda. Estas tartas, por lo general, tardaban semanas en confeccionarse, pero la señora Turner, que se especializaba en ellas, le había dicho que podía hacerle algo “elegantemente sencillo” en los once días que faltaban hasta la fecha elegida para la boda. Bella entendió que “elegantemente sencillo” era un modo discreto de decir poco complicado, pero lo prefería así de todos modos. Tenía que parar en casa de la señora Turner y elegir el diseño que más le gustara.
También tenía que comprarse un traje de novia. Si no encontraba nada que le gustara por la zona con tan poco tiempo, tendría que ir a Huntsville o Birmingham.
Por suerte, Esme se había mostrado extasiada con la perspectiva del segundo matrimonio de Edward. Había tolerado a Tanya, pero nunca le había gustado en realidad. Bella se le ajustaba como un guante, e incluso dijo que siempre había deseado que Edward hubiera esperado a que Bella creciera en vez de casarse con Tanya. Esme se había lanzado a los preparativos, asumiendo la onerosa tarea de redactar las invitaciones y ofreciéndose voluntaria para ocuparse de la logística de todo lo demás una vez que Bella hubiese elegido lo que quería.
Bella llegó al cruce y se detuvo, esperando a que pasara un coche que venía en sentido contrario. Sintió los frenos un tanto blandos cuando los utilizó, y frunció el ceño, pisando experimentalmente el pedal de nuevo. Esta vez los sintió firmes. Quizás el nivel de líquido de frenos estaba bajo, aunque mantenía el coche en perfecto estado. Tomó nota mental de pararse en una estación de servicio y comprobarlos.
Giró a la derecha en el cruce, y se incorporó a la carretera. El coche que acababa de pasar estaba al menos a unos cien metros de ella. Bella aceleró gradualmente, su pensamiento concentrado en el estilo de vestido que quería: algo sencillo, en color marfil mejor que blanco puro. Tenía unas perlas con un matiz dorado que quedarían magníficas con un vestido color marfil.  Y con una falda recta, estilo Imperio, mejor que algo más pomposo, estilo reina de las hadas.
La carretera hacia una curva, y a continuación había un Stop, donde el camino se cruzaba con la Autopista 43, que constaba de cuatro carriles ocupada continuamente con un tráfico incesante en ambos sentidos. Bella tomó la curva y vio el coche que iba delante de ella detenido en el Stop, con el intermitente puesto, a la espera de un hueco en el tráfico para incorporarse a la autopista.
Un coche abandonó la autopista en el cruce, en dirección contraria a ellos, pero el tráfico era demasiado denso para que el coche detenido en el cruce pudiera incorporarse, así que Bella pisó el pedal de freno para reducir la velocidad, y el pedal se hundió hasta el final sin resistencia alguna.
La alarma sonó en su interior. Pisó el pedal otra vez, pero no dio más resultado que la vez anterior. En todo caso, el coche pareció coger más velocidad. No tenía frenos, y ambos carriles estaban ocupados.
El tiempo se combó, estirándose como un elástico. La carretera se alargaba frente a ella, mientras el coche que venía en sentido contrario se iba ampliando a su tamaño normal. Los pensamientos destellaban en su mente, veloces como relámpagos: Edward, el bebé. A su derecha se abría una profunda zanja, y el arcén era estrecho; no había modo de que pudiera esquivar así el coche parado en el stop, aún si no se enfrentara al peligro de cruzar a través de cuatro carriles repletos de tráfico.
¡Edward! Santo Dios, Edward. Se agarró al volante, la angustia casi ahogándola mientras los segundos volaban y se quedaba sin tiempo. No podía morir ahora, no ahora que tenía a Edward, cuando su niño era tan solo una promesa de vida en su interior. Tenía que hacer algo…
Y sabía qué hacer, comprendió de repente, los recuerdos destellando como una luminosa cuerda de salvación a través del terror que amenazaba con engullirla. Resultó ser una conductora tan mala que hizo un curso extra de conducción cuando estaba en la universidad. Sabía cómo reaccionar ante un patinazo y ante las malas condiciones de las carreteras; sabía qué hacer en caso de que fallaran los frenos.
¡Sabía qué hacer!
El coche avanzaba a toda velocidad, como si fuera cuesta abajo y la carretera estuviera engrasada.
La voz del instructor del curso sonó en su cabeza, calmada y prosaica: No golpee de frente, si puede evitarlo. Un golpe directo es el que peor daño causa. Gire el coche, ladearse en una colisión disipa la fuerza.
Asió el cambio de marchas. No trates de ponerlo en punto muerto, pensó, recordando aquellas lejanas lecciones. El instructor les había dicho que de todos modos probablemente no entraría. Podía oír su voz tan claramente como si estuviera sentado a su lado: Reduzca la marcha y tire del freno de mano. El freno de mano actúa sobre un cable, no sobre la presión neumática. Una pérdida de líquido de frenos  no lo afectará.
El coche en el stop estaba sólo a cincuenta metros ahora. El coche que venía en sentido contrario a menos aún. Redujo una marcha y cogió el freno de mano, tirando de él con todas sus fuerzas. El metal chirrió cuando la transmisión del coche bajó de revoluciones, y los neumáticos desprendieron un humo negro. El hedor a caucho quemado llenó el coche.
La parte trasera del coche probablemente derrapará hacia un lado. Enderécelo si puede. Si no tiene espacio, y ve que va a golpear a  alguien o a ser golpeado, trate de maniobrar para que sea una colisión indirecta. Ambos tienen así más posibilidades de salir ilesos.
La trasera del coche viró hacia el otro carril, delante del coche que venía en sentido contrario. Sonó un pitido, y Bella vislumbró un furioso y aterrorizado rostro, apenas un borrón en el parabrisas. Se concentró en el derrape de la parte posterior, sintió que el coche comenzaba derrapar en la otra dirección, y rápidamente hizo girar el volante para corregir también ese deslizamiento.
El coche que venía en sentido contrario pasó a pulgadas del suyo, con el pito todavía sonando. Esto la dejaba sólo con el coche en su carril, todavía esperando pacientemente en el stop, con el intermitente izquierdo parpadeando.
Veinte metros. No había más espacio, ni más tiempo. Con el carril izquierdo ahora despejado, Bella dirigió su coche en esa dirección, cruzándolo en diagonal. Un trigal se extendía al otro lado de la carretera, placentero y llano. Abandonó la carretera y se lanzó a través del arcén, con la parte trasera del coche aún derrapando de un lado a otro. Se estampó contra el cercado, la madera se astilló, y una sección completa de la valla se vino abajo. El coche se llevó por delante los altos tallos del cereal mientras rebotaba y caía con un ruido sordo a través de los surcos y montones de tierra salían disparados en todas direcciones. Salió disparada hacia delante, y el cinturón de seguridad se le clavó con fuerza en las caderas y el torso, tirando bruscamente de ella hacia atrás mientras el coche se estremecía hasta detenerse.
Se quedó allí sentada, con la cabeza apoyada sobre el volante, demasiado débil y mareada para salir del coche. Aturdida se examinó. Todo parecía estar bien. Se dio cuenta que temblaba sin control. ¡Lo había conseguido!
Oyó a alguien gritar, y a continuación sonó un golpecito sobre su ventanilla—. ¿Señora? ¿Señora? ¿Está bien?
Bella levantó la cabeza y se quedó mirando fijamente la cara asustada de una adolescente. Obligando a sus temblorosos miembros a obedecerla, se soltó el cinturón de seguridad y trató de salir. La puerta no quiso abrirse. Empujó, la chica tiró desde el exterior, y juntas consiguieron abrirla lo justo para que Bella pudiera escapar hacia afuera—. Estoy bien—, logró decir.
—La vi salirse de la carretera. ¿Está segura de que está bien? Chocó contra el cercado muy fuerte.
—La cerca se llevó la peor parte—. Los dientes de Bella comenzaron a castañetear, y tuvo que apoyarse contra el coche o se habría caído al suelo—. Me fallaron los frenos.
Los ojos de la muchacha se desorbitaron—. ¡Oh, Dios mío! Se salió de la carretera para no golpearme, ¿verdad?
—Me pareció la mejor idea—, contestó, y se le doblaron las rodillas.
La chica saltó hacia adelante, deslizando un brazo alrededor de ella—. ¡Está herida!
Bella negó con la cabeza, obligando a sus rodillas a ponerse derechas cuando la muchacha mostró señales de ir a echarse a llorar—. No, sólo asustada, eso es todo. Mis piernas parecen espaguetis—. Respiró profundamente un par de veces, para calmarse—. Llevo el móvil en el coche, llamaré a alguien para que venga…
—Yo se lo traigo—, dijo la chica, tirando de la puerta para abrirla más aún y lanzándose al interior para encontrar el teléfono. Tras una breve búsqueda lo localizó bajo el asiento derecho delantero.
Bella tomó aire profundamente varias veces más para calmarse antes de llamar a casa. Lo último que ella quería era alarmar excesivamente a Edward o a Kate, lo que significaba que tenía que hablar con tono calmado. Bessie contestó la llamada, y Bella preguntó por Edward. Se puso al teléfono un momento después—. No hace ni cinco minutos que te has ido—, bromeó él.— ¿De qué te has acordado?
—De nada—, dijo ella, y se sintió orgullosa de lo calmada que sonó—. Ven a recogerme al cruce. He tenido un problema con los frenos del coche y me he salido de la carretera.
No contestó. Ella escuchó una apagada y violenta maldición, después sonó un estruendoso golpe y la línea quedó muerta.
—Está en camino—, dijo a la muchacha, y pulsó el botón de colgar del teléfono.

Edward metió a Bella en su camioneta como si fuera un paquete, le dio las gracias a la adolescente por preocuparse por ella, y condujo de vuelta a Davencourt tan rápido que Bella se aferró a la abrazadera de encima de la ventanilla para no bambolearse. Cuando llegaron a la casa, él insistió en llevarla en brazos al interior.
—¡Bájame! —Siseó ella cuando la tomó en brazos—. Vas a conseguir que se asusten mortalmente.
—Calla—, dijo él, y la besó, con fuerza—. Te amo y estás embarazada. Llevarte me hace sentir mejor.
Ella enroscó su brazo alrededor de su cuello y se calló. Tenía que confesar, que la calidez y la fuerza de su enorme cuerpo eran muy tranquilizadoras, como si pudiera absorber una parte de ello a través de su propia piel. Pero como había predicho, el hecho de que la metiera en brazos hizo que todos se apresuraran hacia ellos, haciendo preguntas con preocupación.
Edward la llevó hasta la sala de estar y la colocó sobre uno de los sofás con sumo cuidado, como si estuviera hecha del más delicado cristal—. Estoy bien, estoy bien—, aseguró una y otra vez, ante el coro de preguntas—. Ni siquiera estoy magullada.
—Tráele algo dulce y caliente para beber—, dijo Edward a Sue, quien se apresuró a obedecer.
—¡Descafeinado!— gritó Bella a su espalda, pensando en el bebé.
Después de asegurarse por sí mismo por décima vez de que estaba ilesa, Edward se levantó y le dijo que iba a echarle un vistazo a su coche.
—Voy contigo—, dijo ella, aliviada ante la perspectiva de escapar de tanto mimo, poniéndose en pie, pero fue inmediatamente sofocada por el coro de protestas de las féminas de la casa.
—Puedes estar segura de que no vas, jovencita—, dijo Kate, con su tono más autocrático—. Has sufrido un accidente, y tienes que descansar.
—No estoy herida—, dijo Bella, de nuevo, preguntándose si realmente alguien escuchaba lo que decía.
—Entonces yo necesito que descanses. Me quedaría terriblemente preocupada por ti si te dejara irte a correr por ahí, cuando el sentido común te dice que deberías darte tiempo para recuperarte de la impresión.
Bella lanzó a Edward una elocuente mirada. Él alzó una ceja y se encogió de hombros, sin compasión—. No puedo llevarte—, le murmuró, y dejó que su mirada descendiera y se detuviera sobre su vientre.
Bella se recostó, reconfortada por su silenciosa comunicación, por el pensamiento compartido sobre su hijo. Y aunque Kate utilizaba descaradamente el chantaje emocional para salirse con la suya, lo hacía por genuina preocupación, y Bella decidió que no le haría ningún daño dejarse mimar en exceso durante el resto del día.
Edward salió para montar en su camioneta, y se quedó mirando pensativamente el lugar en el que el coche de Bella había estado aparcado. Había una mancha oscura y húmeda sobre la tierra, visible incluso desde donde él estaba. Se acercó y se agachó, examinando la mancha durante un momento antes de tocarla con un dedo y luego olisquear el residuo aceitoso. Definitivamente era líquido de frenos, una parte. A ella debía de quedarle solo un poco de fluido en el coche, y habría sido expulsado hacia el exterior la primera vez que usó los frenos.
Podría haberse matado. Si se hubiese estrellado en medio de la carretera en vez de en un trigal, con toda probabilidad habría resultado seriamente herida, eso si no se mataba.
Una sensación helada lo recorrió. El escurridizo y desconocido atacante podría haber golpeado de nuevo, pero esta vez a Bella. ¿Por qué no? ¿No lo había hecho antes con Tanya? Y con más éxito, también.
No quiso usar el móvil, pues no era seguro, ni entrar para enfrentarse a las inevitables preguntas. En su lugar, se dirigió a los establos y usó el teléfono de Harry. El entrenador escuchó la conversación, y sus pobladas y canosas cejas se fruncieron en un ceño cuando sus ojos comenzaron a nublarse de cólera.
—¿Cree que alguien trató de hacer daño a la señorita Bella?— exigió tan pronto  como Edward colgó.
—No lo sé. Es posible.
—¿La misma persona que entró en la casa?
—Si los frenos de su coche han sido saboteados, entonces tendré que contestar que sí.
—Eso significaría que él estuvo aquí anoche, toqueteando su coche.
Edward asintió, con expresión inescrutable. Trató de no dejar que su imaginación echara a volar hasta que supiera con certeza si el coche de Bella había sido  manipulado, pero no podía liberarse del pánico que le estrujaba el estómago y de la cólera al pensar que el hombre habría estado tan cerca.
Condujo hasta la intersección, explorando cuidadosamente todo el camino alrededor. No creía que esta fuera una trampa diseñada para atraerlo al exterior, porque no había modo de predecir exactamente donde sucedería el accidente de Bella. Aunque era intensamente consciente que este era aproximadamente el mismo lugar donde lo habían emboscado, su temor era que esto no hubiera estado dirigido contra él, sino expresamente contra Bella. Tal vez no es que ella hubiera estado en el sitio incorrecto en el momento equivocado la noche en que la habían golpeado en la cabeza. Tal vez, por el contrario, había tenido suerte de haber logrado gritar y alertar a la casa antes de que el bastardo hubiera sido capaz de terminar el trabajo.
Habían matado a Tanya, pero se juró que no dejaría que nada le sucediera a Bella. No importa lo que tuviera que hacer, la mantendría a salvo.
Aparcó la camioneta a un lado de la carretera, junto a la sección derribada del cercado y esperó a que llegara el sheriff. No pasó mucho tiempo antes de que Call llegara, y Sam iba sentado junto a él. Los dos los hombres salieron y se unieron a Edward, y juntos caminaron por la zona aplastada del sembrado hasta donde el coche estaba detenido. Iban serios y silenciosos. Tras los dos anteriores incidentes, costaba mucho creer que los frenos de Bella hubieran fallado solos, y todos lo sabían.
Edward se tumbo de espaldas y se deslizó bajo el coche. Los tallos rotos de cereal le rasparon la espalda, y diminutos insectos zumbaban alrededor de sus oídos. El olor a grasa y líquido de freno saturó sus fosas nasales—. Embry, dame tu linterna—, dijo, y la enorme herramienta apareció bajo el coche junto a él.
La encendió y dirigió el haz de luz hacia los cables de los frenos. Se dio cuenta de que habían sido cortados casi de inmediato—. ¿Queréis echarle un vistazo a esto? —los invitó.
Embry se tumbó y gruñó mientras se retorcía bajo el coche para unirse a Edward, maldiciendo mientras los tallos arañaban su piel —¡Ouch! —refunfuñó. Sam declinó unírseles, ya que el peso que había ganado desde su retiro hacía que estuviera un poco demasiado estrecho para él.
Embry se arrastró hasta quedar tumbado junto a Edward y frunció el ceño cuando vio el corte—. Hijo de puta—, gruñó, levantando la cabeza para examinar el tajo tan de cerca como podía sin tocarlo—. Cortado casi por entero. Un corte limpio y reciente. Incluso si hubiera podido circular por la autopista sin problemas, se habría estrellado al llegar al stop de la 157. Supongo que ha sido pura suerte que acabara en este sembrado como lo hizo.
—Ha sido habilidad, no suerte—, dijo Edward—. Hizo un curso de conducción en la universidad.
—No es ninguna tontería. Ojalá que más gente lo hiciera, y así nosotros no tendríamos que recogerlos a pedazos de la carretera—. Echo un vistazo a Edward, vio como apretaba la boca, y dijo—, Lo siento.
Cuidadosamente salieron de debajo del coche, aunque Embry maldijo de nuevo  cuando un tallo se enganchó en su camisa y le hizo un desgarrón.
—¿Has comprobado el resto de los coches de la casa?—, le preguntó Sam.
—Eché un vistazo rápido bajo todos ellos. El de Bella era el único manipulado. Por lo general aparca en el garaje, pero anoche dejó su coche fuera.
—Vaya, qué coincidencia—. Embry se rascó la barbilla, señal de que estaba pensando—. ¿Por qué no aparcó en el garaje?
—Lauren había aparcado en su plaza. Hemos tenido algunos problemas con Lauren últimamente, y le dije que tenía que mudarse. Iba a mover su coche, pero Bells me dijo que lo dejara para no causar un alboroto y no trastornar a Kate.
—Tal vez deberías haber alborotado de todos modos. ¿Crees que  Lauren podría haber hecho algo así?
—Me sorprendería que distinguiera unos cables de frenos de un sedal.
—¿Tiene algún amigo que lo haya podido hacer por ella?
—He estado fuera durante diez años—, contestó Edward—. No sé con quién anda. Pero si hubiera querido estrellar a alguien cortándole los frenos del coche,  sería a mí, no Bella.
—Pero tu coche estaba en el garaje.
—Lauren tiene mando a distancia para la puerta. Todos lo tenemos. Si fuera ella quien estuviera detrás de esto, daría igual que el coche hubiera estado dentro del garaje o no.
Embry se rascó la barbilla de nuevo—. Nada de esto tiene sentido, ¿verdad? Es como si tuviéramos piezas de diez rompecabezas diferentes, y ninguna encajara. No tiene ni pies ni cabeza.
—Oh, todo encaja—, dijo Sam en tono grave—. Es sólo que no sabemos cómo.


2 comentarios:

  1. dios por poco y no la cuenta Bella pobre pero quien quiere hacerle daño y porque....Sigue asi...Besos..

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