jueves, 13 de enero de 2011

Intriga


Capítulo 7 “Intriga”

— ¡James!
— ¿Quién es?
—Yo, hijo.
— ¡Ah, papa! ¿Se fueron ya los invitados?
—Todavía  no, con excepción de uno, pero quedaron atendiéndoles Isabella  y Heidi. ¿Sigues sintiéndote mal?
—No; estoy mejor, papa.
Aro Vulturi se acerca más a su hijo, observando con profundo interés su rostro descompuesto y pálido. Es en las amplias y sencillas habitaciones que forman una especie de departamento privado, dentro del propio palacio, dando comodidad e independencia al hijo único. Una alcoba, un pequeño  despacho, baño anexo, terraza y una puertecilla privada que sale al jardín.
Allí es donde James se ha refugiado huyendo de todos, parece que le hirieran las sonrisas, las palabras más simples, las frases galantes sonando alrededor de Isabella; la presencia que apenas puede soportar, y hasta el afectuoso interés de su padre parece aumentar su desasosiego y su angustia.
—Ve a atender a mis amigos y discúlpame como puedas.
—Ya los atienden las mujeres, sin contar con que los que han quedado son de confianza. Tu indeseable ingeniero Cullen acaba de marcharse.
—Cullen...
—Sí, después de portarse como un grosero con Isabella.
— ¿Cómo?
—Ya le dije a ella que no veía la necesidad de que le tratarais como amigo intimo. Si ese hombre te simpatiza, si estás de acuerdo con sus ideas profesionales, muy santo y muy bueno que tengas negocios con él; pero véanse en el Casino o en el teatro, o en el Club de Ingenieros, o donde te dé la gana.
— ¿Qué hizo Edward?
— ¿No lo viste?
—No.
—Tú estabas en la sala cuando empezó el asalto.
—Me fui enseguida. El calor era insoportable.
—Isabella  es demasiado buena, con un tipo que no es de nuestra clase.
—Me temo que eso entra en las costumbres de Isabella.
— ¿Qué?
—Hacer amistad intima con gentes que no son de nuestra clase.
— ¿De dónde sacas eso?
—Yo...
—Ni yo lo hubiera consentido, ni ella hubiera sido capaz, y no tanto por orgullo de sangre, sino por educación, por principio. Piensa que solo tú has traído a casa a ese advenedizo, del que nadie sabe en realidad una palabra.
— ¿Y Anthony Masen no era un advenedizo?
— ¿Anthony Masen?
—Sí, tu abogado, o secretario, o lo que fuera que vivió dos años casi como quién dice en esta casa.
—Era muy diferente.
— ¡Ah, sí!
—Anthony era un muchacho exquisito; por su educación, por su trato, por su calidad moral. De simple empleado pasó a ser como de la familia, por sus propios meritos.
— ¡Por sus propios meritos, o porque tu sobrina favorita te lo recomendara!
— ¿Cómo?
— ¡Isabella, si, Isabella!
—Pero James, hablas como un loco, ¿Qué te pasa?
— ¡Nada!
—No es posible. Tú estabas perfectamente bien y ahora pareces enloquecido de rabia. Tu malestar en la sala de armas no fue malestar físico; algo te ha disgustado hasta el extremo de hacerte perder los estribos y casi la razón: como me imagino, es algo a causa del tal Edward.
—No metas a Edward en esto. ¡No tiene que ver absolutamente nada! Sera un bruto, un salvaje; pero bien se ve que es un hombre honrado. ¡El otro en cambio…!
— ¿A qué otro te refieres? No creo que toda esa rabia sea a cuenta de un hombre a quién no conociste, y quién no pudo hacerte jamás ningún mal.
— ¡Me ha hecho el peor de los males!
—James ¿qué dices?
—Nada. No debo, no quiero, no puedo hablar.
—Por el contrario, creo indispensable que hables en el acto.
— ¿Sabes donde pueda estar Anthony Masen?
— ¿Cómo voy a saberlo? Se fue, hace casi un año. Nunca supe ni por qué ni a donde. Esa marcha fue lo único raro en esta casa. ¿Pero a qué viene todo eso? Cada instante me intrigas y me confundes más. ¿Qué te ha pasado, o qué te han dicho?
— ¿Crees posible que alguien me dé razón del paradero de Masen?
—No lo creo. ¿Pero para que necesitas saber ese paradero? Hablas de ese disparate como si se tratara de algo de vital importancia. ¿Quieres acabar de decírmelo todo, de hablarme claro?
— ¡Hablar! ¡Hablar! De nada servirá si no podemos más que hablar.
— ¿Que quieres decir?
—Nada, papa. Olvida esta conversación absurda, estúpida, sin sentido. Vuelve a atender a los invitados y olvídate de mí.
—No soy un niño, James, a quién puedas engañar. Te pasa algo muy grave. No me moveré de aquí  sin que me lo hayas dicho.
— ¿Y si yo hubiera dado mi palabra de honor de callar? ¿Si hubiera jurado que no lo sabría nadie, para tener derecho a escucharlo?
— ¿No me crees capaz de guardar un secreto?
—En este caso sería yo el incapaz de guardarlo.
—Pues bien, sea lo que sea, hayas prometido, o hayas jurado, para mi es igual. Te han dicho algo que te atormenta, que te ha enloquecido de rabia; algo probablemente relacionado con Isabella. Si te niegas a hablar le preguntare a todos.
—Eso no, papá; no puedes mover un escándalo, ella no ha de saber nunca.
— ¿Qué?
— ¡Nada, nada! ¡Mejor es que me dejes, papa!
—De sobra sabes que no he de dejarte. Puedes decirme lo que sea, ya que tienes mi palabra de honor de callar, y te aseguro que si no lo haces, hare venir aquí a Isabella y entre los dos...
—No, papa; no podría soportar su presencia en este instante.
— ¡Luego es de ella! ¿Es contra ella lo que te han contado? ¿Pero, quién ha sido la chismosa, de donde vino la calumnia?
—No es chisme ni calumnia; tiene demasiada lógica, por desgracia.
— ¿Quién acusa a Isabella? Espero que no se trate de tu madre.
—No, no es ella. La pobre mamá...
—Pero si alguien que le es muy allegado, ¡Irina!
— ¿Cómo lo sabes?
—No lo sé; estoy preguntando. Pero sin querer me has dado la clave. ¿Qué es lo que te ha dicho Irina de Isabella?
—Le jure que no se lo diría a nadie, y a Isabella menos que a nadie. Le prometí que no tendría ella ningún disgusto, que sabría callar y disimular, guardando para mí solo la ventaja de saber la verdad. No me obligues a faltar a mi juramento, a mi palabra.
—No te obligare; pero es necesario que  sepa yo toda la verdad. Si Isabella  ha cometido una falta, si esta en un peligro, eres tu el primero que debe ayudarme a protegerla, a salvarla, aun de sí misma; puesto que tu y yo somos los hombres de la casa y está en nuestra hombría escudar y defender a nuestras mujeres aun contra su propia debilidad.
—Pero…
— ¡Eso es lo que significa ser un hombre, un caballero y un Vulturi! Las mujeres en cada familia como la nuestra, son como la ensena de la Patria, el estandarte que hay que cuidar y defender con nuestra propia sangre, y que nos deshonra si cae en manos extrañas.
—Papá…
—Levanta esa cabeza y dime todo cuanto sepas, cuanto te hayan contado. Podría  ordenártelo, pero te lo suplico, James, habla de una vez, ¡habla!
—Está bien; lo sabrás todo, te lo dirá todo.

****

— ¿Qué le pasa a mi palomita que parece como asustada?
— ¿A mí?  A mi nada, tía Heidi. ¿Pero no  te parece muy raro que ni Aro, ni James, ni Isabella  hayan bajado a cenar?
En el lujoso comedor, un poco sombrío a fuerza de suntuoso, están  solas Irina y Heidi. La mesa dispuesta con cinco cubiertos parece grande y destartalada con ellas dos; pero Heidi, gastrónoma y golosa impenitente saborea encantada los manjares que Irina apenas logra picotear.
Dos criados de librea sirven en absoluto silencio, con técnica impecable; llenando con frecuencia, de vino blanco, la fina copa de bacarat que Irina ha vaciado varias veces con avidez.
—No es la primera vez que Isabella  y Aro buscan un pretexto para cenar en sus cuartos.
—Pero es que no había  ocurrido desde el regreso de James, y ahora además es el propio James quién falta.
—Se sintió mal en la sala de armas; ya lo sabes.
— ¿Y el tío Aro?
—Aro es un maniático, no hay que hacerle mucho caso. Ya sabes sus teorías de que la humanidad come demasiado. Si por él fuera nos moriríamos de hambre. Sírveme otro poco de perdiz, Erick; esta deliciosa. Aro no me dejaría repetir, siempre con sus vaticinios de enfermedades. Pero tú no comes, hijita.
—No tengo muchas ganas. ¿Estará Isabella con ellos, o en su cuarto, tía Heidi?
— ¿Cómo va a estar con ellos? ¿No viste que se fue para su cuarto, apenas se fueron los muchachos? Mejor dicho, apenas se fue Edward Cullen. Aro debe haberla regañado por la manera absurda de tirar esgrima con él.
—El tío Aro nunca la regaña. A él fue a quién le puso mala cara.
—Parecía un duelo de verdad. Hubo un momento en que creí que iban a matarse; pero bueno es que haya encontrado Isabella  la horma de su zapato, como dices tú.
— ¿Tú crees?
— ¡Un muchacho con mucho genio! ¡Ay, si se casaran, si se la llevara bien lejos; si no tuviéramos que soportarla más! ¿Te alegrarías tu mucho, verdad?
—Ay, tía Heidi, ¿para qué me preguntas esas cosas? Demasiado sabes lo que Isabella  me mortifica, lo que me hace sufrir y rabiar; pero no le deseo ningún mal.
—Ni yo tampoco. Le deseo un marido enérgico que se la lleve lejos, y que le quite esos humos de potranca salvaje, nada más.
—Pero James sufriría. Sufriría mucho si ella se casara con otro y se marchara. Si alguien le contara cualquier cosa mala de Isabella, si no pudiera quererla más, sufriría mucho, ¿verdad?
—No dudo que sufriera un poco al principio. Por desgracia, mi hijo James me parece a veces tan tonto como su padre; pero después se alegraría muchísimo de haberse librado de semejante plaga, se le pasaría el sarampión del enamoramiento tonto, volvería los ojos a donde tenía  que haberlos vuelto desde el principio.
—De eso no tengo esperanzas, tía Heidi, a lo mejor hasta me coge rabia.
— ¿A ti? ¿Por qué?
—No sé; los hombres son tan raros.
—No tienen nada de raros, hijita; lo único que pasa es que aunque sean muy sabios, en cosas de amor son unos pazguatos, por eso las mujeres tenemos que cogerlos de la mano y llevarlos por donde queremos llevarlos.
—Pero yo no sé hacer eso, tía Heidi.
—Lo hare yo por ti, cuando llegue el momento, y poco a poco aprenderás. Eres una chiquilla, un ángel; pero si sigues mis consejos, vencerás.
—Tus consejos...
—Claro, pequeña, claro. Un poco de paciencia y nada más. Con tu primo se siempre sencilla, natural y amable; que vea siempre en ti a la muchacha buena, a la esposa ideal, de lo demás, me encargo yo para felicidad de ambos.
—Que buena eres, tía Heidi; y cuanto tengo que agradecerte. ¿Me dejas que me acerque ahora al cuarto de James a preguntarle como esta?
— ¿Lo deseas mucho?
— ¡Me da una pena pensar que se siente mal!
—Su padre le acompaña, y luego iré yo a verle; pero si quieres adelantarme.
—Sí, si tía Heidi. Déjame ir ahora mismo para llegar un momentito antes, acercarme de puntillas y darle la sorpresa. ¿Me perdonas que te deje sola en la mesa?
—Lo único  que no puedo perdonarte es que no hayas comido nada.
—Es que estoy triste y estoy impaciente. Déjame que vaya ahora mismo.
—Anda; después te llevare un vaso de leche a la cama, y te lo vas a tomar entero si no quieres disgustarme.
—Lo que tú quieras, tita linda. Te adoro.
—Es una chiquilla, una chiquilla angelical. Los amores desganan. Erick tráigame ya el asado.

****

Solo en su cuarto del hotel, Edward Cullen ha estado con la frente entre las manos, hundido en el abismo de sus pensamientos, tratando de ordenar el caos de su alma.
Frente a la ventana abierta no ha visto la noche llegar, ciego por igual al parpadear de los luceros y a las luces multicolores de la ciudad; pero al fin ha levantado la cabeza, pálido y frío el semblante, más dura y audaz la mirada que antes, más apretado el mentón voluntarioso.
— ¡Hare lo que tengo que hacer!
Ha ido hacia la mesa encendiendo una pequeña lámpara, y busca en los cajones pluma, sobre y papel, sentándose luego con aquella calma suya que tanto tiene de siniestra.
— ¡Una farsa contra otra farsa! ¡Una mentira, contra un engaño! ¡Un falso amor, contra otro amor más falso!
Sin que tiemble su mano ha comenzado una carta de amor.
—"Isabella, mi alma. Le extrañará a usted el comienzo de esta carta y este lenguaje que usted no espera de mi; pero soy incapaz de expresar mis sentimientos con palabras, más fácil es confiarlo al papel y a Dios le pido que no aparte usted los ojos de estas líneas. Siga leyéndolas, Isabella, o seré demasiado desdichado..."

****

— ¿Para mí?
—Sí, señorita. La trajo un muchacho, un mensajero con el uniforme del Hotel Palatino; pero dijo que no esperaba contestación.
—Está bien. Gracias. ¡Ah, aguarda! Llévate todo esto.
—Apenas ha cenado usted, señorita. ¿Se siente usted mal?
—Nada. Un poco de cansancio. Me acostaré temprano.
La doncella recoge rápidamente la cena casi intacta, que Isabella dejara sobre la mesilla de su cuarto, mientras ella va hacia la butaca y enciende la lámpara de mano, como para leer mejor aquellas líneas, aquella carta, cuyo remitente ha adivinado desde el primer instante.
En el largo sobre con membrete del Hotel, la letra ancha y firme delata la fuerte mano que la trazara, aquella mano cuya potencia ciega, cuya fuerza brutal recuerda Isabella con leve sonrisa de enamorada.
— ¿No quiere nada la señorita?
—Nada. ¡Ah! ¿James siguió bien?
—No sé, señorita. Ni él ni don Aro fueron a la mesa a cenar; pero no oí decir que tuviera nada de cuidado. ¿Quiere la señorita que vaya a preguntar?
—Ya lo hare yo misma esta tarde.
Al quedar sola ha rasgado el sobre de aquella carta; son pocas líneas, pero mientras va leyéndolas, mientras resbalan sus ojos sobre las apretadas palabras, el corazón le late más deprisa, acelerando el ritmo de la sangre.
"Isabella, si es usted capaz de perdonar lo imperdonable, tal vez podrá excusar mi arrebato de esta tarde…”
— ¡Salvaje mío!
"Temo estar muy lejos de ser un hombre de sociedad, de su clase y su sociedad, cuando menos, y temo que poco han de servir para mi disculpa, las torpes frases de una carta. Si me hace usted el honor de sostener su invitación de pasear mañana a caballo, le ruego estar junto a la verja lateral un poco antes que los demás. Estaré allí aguardándola, desde media hora antes de la acostumbrada, con la esperanza de que se digne darme la felicidad de escucharme a solas unos instantes.
Su más rendido servidor, que besa sus pies y espera su indulgencia. Edward Cullen".
Como una música de cielo, como un repique de campanas de plata y de cristal, así suena aquel nombre en sus labios, así repercuten aquellas palabras en su alma. Sí, es amor lo que siente; solo la ilusión divina del amor, solo la emoción sagrada del amor puede derramar sobre un alma tal torrente de felicidad, y corre hacia la puerta llamando a la doncella.
— ¡María! ¡María! ¡María!
— ¿Llamaba la señorita? ¿Pasa algo?
— ¿Dónde está el muchacho que trajo esta carta?
—Ya le dije a la señorita. Era un mensajero del Hotel Palatino. La entregó y se fue. Pero si la señorita quiere enviar a algún criado con alguna contestación...
—No, María. No es necesario. Cuando el no ha mandado aguardar al muchacho.
Ha ido hacia la ventana, aquella ventana sin rejas, hasta la que los gruesos troncos de las enredaderas forman una florida escala, y desde la cual, en aquella noche de calma y entre los mil letreros que rubrican el cielo, entre el millón de luces que parpadean a distancia, busca con ansia, si pudiera encontraría aquella que corresponde a la ventana de otra alcoba, aquella desde la que tal vez Edward Cullen está mirando hacia allá.

****

— ¡No creo una palabra! ¡No creo absolutamente nada!
Aro Vulturi se ha puesto de pie, tan alterado por angustia como por la ira. Su noble figura de patricio se yergue indignada, su razón, sus sentimientos, su corazón  y su inteligencia rechazan la historia que acaba de oír, como algo que no es posible concebir ni soportar.
— ¡Eso no puede ser verdad! Es estúpido que lo hayas creído.
—Escúchame, padre; escúchame. Te juro que mi primer sentimiento fue rechazarlo, te juro que desesperadamente grite ¡No, no, no lo creo!
—Pues eso es lo único que tienes que seguir pensando. ¡Isabella una aventurera vulgar! ¡Isabella una mujer liviana!
— ¡No es eso, padre! No es eso. Bien pudo caer por amor.
— ¿Amor? ¿Amor a quien? ¿A ese tonto de Anthony?
—Dijiste antes que no era un hombre vulgar. Me has hablado de él como de un perfecto caballero, como de un hombre con todos los atractivos.
—Sí, sí. No puedo negarlo; ¿pero, que tiene que ver eso? Eso no importa para que una mujer honrada, para que una Vulturi pierde la cabeza.
—Isabella  es una mujer de carne y hueso; no importa que sea una Vulturi. Es capaz como todas de sentir y amar, y de enloquecer si un canalla desliza en sus oídos esas palabras que suelen fascinar a las mujeres.
—Nunca creí que Anthony fuese un canalla.
—Muchas veces se engaña uno. Bien pudiste pensar una cosa y ser otra ya que tú mismo me has hablado más de una vez de la amistad de Isabella  con ese hombre.
—No lo niego. Más que amigo, Anthony era un familiar, un hombre de la casa.
—Salían juntos a todas partes; juntos y solos.
—Tampoco puedo negarlo. Iban con Irina casi siempre; pero ella volvía lloriqueando, quejándose con quién quisiera oírla, que no le habían hecho caso.
— ¿Quieres nada más claro? Tenían las mismas aficiones, los mismos gustos; pintaban, tocaban el piano, hacían deportes, leían los mismos libros.
—Nada de eso es bastante para acusarlos. Una prueba, dame una prueba. No comprendo que sin una prueba pudieras dejarte engañar.
— ¿Que más prueba que la evidencia?
— ¿Quién los vio?
—Irina.
— ¡No es verdad!
—Lo vio con sus ojos, más de una vez, entrar al cuarto de Isabella  por la ventana. Me lo ha jurado, me lo ha asegurado llorando. ¡Lo vio muchas veces y calló obligada por Isabella, por miedo y por lástima!
— ¡Es absurdo! Es una historia monstruosa y ridícula al mismo tiempo.
—Esa historia monstruosa y ridícula, esa historia que me ha destrozado el alma, es además la más clara explicación a la conducta posterior de Isabella.
— ¿Que conducta?
—La de rechazarme, la de asustarse de mis palabras de amor, la de ofrecerme un afecto de hermano, mientras se refugia en un silencio incomprensible.
— ¿Ha sido así?
—Sí, sí. Su conciencia le obliga a rechazarme.
—No puedes afirmar por deducciones.
—No son deducciones. Todo esto tiene un espantoso sabor a verdad. Piensa, piensa, recuerda. Tu mismo me has contado. Que no te ciegue el cariño de padre con que siempre la miraste. Mil veces me diste a entender...
—Supuse que Anthony estaba enamorado de Isabella. Mil veces le vi con Irina cuchicheando y supuse que era su confidente, que escuchaba sus quejas y sus penas de enamorado sin esperanza.
— ¿Sin esperanza?...
—Isabella a veces le trataba mal. Criticaba su falta de ambiciones, se burlaba de su romanticismo y el tomaba en serio sus bromas.
— ¿Bromas?
—Claro. Isabella las usa con todos sus amigos, sin contar con que es una mujer superior; lo bastante sincera para hablar claro, lo bastante audaz para exponer sus ideas sin preocuparse a quién le pueden molestar.
—Sí, sí, todo eso es Isabella; pero en este caso, en este horrible caso, hemos de convenir en que todo era una farsa. Ella lo amaba. Sus burlas eran la máscara con que encubría la verdad de su alma; le amaba y quería  obligarle a cambiar, a dejar de ser pobre, soñador, insignificante, y él, por amor a ella...
— ¡Calla! Hay alguien detrás de esa puerta. Si es tu madre no debe saber nada. ¿Has oído? ¡Ni una sola palabra! Calla, disimula y abre.
Rápidamente James obedeció a su padre.
— ¡Irina!
—James, tío Aro. Perdónenme; pero las voces de ustedes se oían en el pasillo, se oían bien claro.
Irina está en la puerta de la alcoba de James y nadie podría  hallar un rostro de más dulce y triste expresión que el suyo.
—No hubiera querido que supieras nunca esto, tío de mi alma; pero no culpo a James si ha faltado a su juramento, a su palabra. Está sufriendo tanto.
Aro ha hecho un esfuerzo para contenerse, por no traducir en palabras la ira violenta que le sacude el alma. Frente a aquel suave rostro consternado, frente a aquellos ojos azules próximos siempre a empañarse de lágrimas, toda protesta parece injusta y brutal.
—Hice mal en hablarte, James. Hice muy mal. Yo sabía que tú no eras capaz de cumplir tu juramento, que no ibas a guardar para ti solo lo que te dije desesperada al verte sufrir por ella. Yo sabía que esta cosa horrible tenía que pasar. Ahora lo sabrán todos, lo sabrá la tía Heidi e Isabella no me perdonara jamás. Como yo no debiera perdonarte, James; porque me habías jurado callar, lo habías jurado. ¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío!
—No tienes por qué lamentarlo tanto, Irina. Ni por que reprocharle a James, que ya tiene bastante sobre su alma. También  el tiene mi palabra de caballero, y soy el primero en oponerme a que Heidi sepa nada de este escándalo.
—Claro. Quieres proteger a Isabella. Eres muy bueno, tío de mi alma. Tía Heidi es muy recta y muy justa, y nunca estuvo del todo engañada. A ella no pudo engañarla tu predilecta.
— ¡Yo no tengo predilección por nadie! Y no admito que haya nadie más recto ni más justo que yo. Pero precisamente por ser justo y recto necesito saber siempre la verdad y el punto en que se apoyan las denuncias.
—Yo no he denunciado. Yo no acuso a nadie. Si no quieren creerme, no me crean. Si piensan que he mentido, me iré de esta casa a pedir limosna, a trabajar de criada.
Se ha cubierto el rostro con las manos, un temblor convulsivo parece sacudirla. Profundamente conmovido, James avanza enfrentándose a su padre.
—Tiene toda la razón del mundo; la culpa es mía. Ella no quería  hablar, yo la obligue.
—No necesitas defender ni amparar a nadie. Esto es una familia, no un tribunal. Un hogar que fue hasta ahora puro, limpio, honrado, y a todos nos importa por igual que no caiga la sombra de una mancha sobre nuestro nombre inmaculado. Que la carroña y la lepra moral que acabamos de descubrir, no puede ser descubierta ni por un amigo ni por un sirviente, y lo que hay en tu conducta de más reprochable, Irina, no es haber hablado ahora, sino haber callado; cuando debiste confiarme a mí lo que pasaba, cuando aún era tiempo. Yo hubiera remediado ese estúpido daño, yo habría hecho casarse a Anthony y a Isabella, amparándoles en su debilidad, y corrigiéndoles en su locura.
—Papá...
—Todo esto es para decirles a ustedes, que nadie saldrá deshonrada de esta casa, que no habrá un comentario que pueda herirnos ni mancharnos, que nadie corre peligro material, en una palabra. Pero para regular mi conducta moral en lo futuro, para marcar normas a mi alma, necesito saber si Isabella  es una mujer liviana, o si tu eres una calumniadora despreciable.
— ¡No, tío Aro! ¡No!
—La verdad no saldrá de las cuatro paredes de este cuarto; pero aquí la necesito y la exijo. Va buscar a Isabella, James.
— ¿Qué te propones?
—Tío de mi alma...
—Que venga aquí  inmediatamente, sin que tu madre se dé cuenta de nada. Y delante de ella, palabra por palabra, vas a repetir lo que le has dicho a James.
—Tío de mi alma. Yo te juré que es verdad, que vi por mis ojos a ese hombre trepar la ventana de su cuarto, que le sentí muchas veces a través de la puerta, que les sorprendí besándose en el jardín, en los paseos a caballo. ¿Para qué iba yo a decir eso? ¿Cómo iba a inventar una cosa tan horrible? Nunca lo hubiera dicho, más que por salvar a James de una mujer que no es digna de él. ¡Te lo juro por mi vida! ¡Por la memoria de mis padres!
— ¡Basta! ¿No dudaras después de oírla, padre? Y si lo dudas, yo estoy seguro, absolutamente seguro. ¡No necesito para creerle absolutamente de nada más!
Se ha enfrentado a su padre, mientras Irina se prepara para jugarse el todo por el todo. Ha caído retorciéndose en el sofá.
— ¡Muy oportuno el ataque de nervios!
— ¡Ya la has enloquecido de angustia, papa! Recuerda además que no tienes derecho a hacer uso de lo que te confío. Ella no es culpable; la obligue a que hablara, te lo he dicho cien veces. ¡Irina!, ¡Irina! ¡Haz algo, papa!, ¡ayúdame!
Pero la voz de Heidi sonó del otro lado de la puerta.
—Abra aquí. ¡Abran!
— ¡Lo único  que nos faltaba! Abre esa puerta. ¡Entra, Heidi!
— ¡James, Aro! ¿Qué pasa? ¡Oh, Irina! Hijita de mi alma ¿Pero qué es esto?
—No alborotes tanto; es un simple ataque de nervios.
— ¡Se perfectamente lo que es, porque hablé con él médico! Tú no sabes lo que tiene, ni te interesa; nunca la quisiste como debiste quererla; pero yo sí, yo sí. Lo único  que tienes que hacer es avisarle al médico, ¿me oíste?
—Hay diez criados que puedan hacer eso. ¡Déjame a mí en paz!
—Avisa tu, James; ¡llama al doctor Gerandy inmediatamente! ¡Corre tú, James, te lo ruego!
—Voy enseguida, mamá; cálmate. Iré yo mismo en el auto.

1 comentario:

  1. holaaaa que buennnn capiii...edward sigo insistiendo que se esta equivocandooo y bella quedooo super idiotizadaa con la carta que le mandoooo...irina y heidi para mi son las dos unass manipuladorass barbarass no les creo ni una sola palabraaa...que justo que se empezo a sentir mal cuando aro iba a mandar a llamar a bellaaaaa...y james no me caee mall pero no lo quieroooo con bellaaa...nos leemos en el siguientee besotes!!!!!!!!!!!!!

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