Capítulo 12 “El infierno para ti y para mí”
— ¿No es hora de hacer un brindis por los desposados?
—Iba a proponerlo. Debemos beber por la felicidad de Isabella y de Edward.
La cena había resultado casi solemne. A despecho de la abundancia de los cocteles y las copas de champán, ingerida una tras otra silenciosamente, James no había podido romper el peso de aquella tristeza que le abrumaba. Mike Newton, más diplomático, sonreía, ocultando su despecho.
Irina ensayaba gestos angelicales; don Aro cumplía con sereno esfuerzo el deber de ser cortés; Edward callaba como aplastado por una angustia sorda. Solo Heidi, sinceramente alegre, e Isabella, creyendo vivir la dulzura de un sueño, parecían libres del espeso ambiente.
—Muy dichosa tiene que hacer usted a Isabella, Ingeniero, para que le perdonemos el que se la lleva tan lejos.
—Matto Grosso es el fin del mundo, efectivamente.
—Me han dicho que los paisajes son preciosos, y las selvas que cubren casi el estado, una verdadera belleza.
—Si no fuera por los tigres y las serpientes —apuntó Irina malévola.
—Me temo que haya serpientes en todas partes, señorita, hasta con el disfraz humano.
—Está usted muy sutil hoy, ingeniero Cullen, aunque supongo que debe sentirse el hombre más dichoso de la tierra.
—Efectivamente, así es.
Edward ha alzado la cabeza casi involuntariamente para responder a James, cuya voz suena por primera vez desde que comenzó la cena. Ha tomado lo suficiente para que su rostro parezca algo alterado, para que brillen sus ojos extrañamente, para que el rencor haga amargo y despectivo el pliegue de sus labios, aunque su voz suena firme, cortante, plena de ironía hiriente.
—Una mina de oro que poner a los pies de una bella mujer. Todo un sueño romancesco. Comprendo la preferencia de Isabella por los hombres que han logrado su fortuna en la selva.
— ¡James!
—El ingeniero Cullen es todo un triunfador, papá. Brindemos por él.
—SÍ, si... brindemos —dijo nerviosa Heidi.
—Es un hombre sin prejuicios; de los que pasan por encima de todo por lograr lo que quieren. Otro brindis por el hombre moderno, sin prejuicios arcaicos. ¡Capaz en tierra ajena de comprometerse en quince días y casarse en un mes. Hay que ser valiente!
— ¡James!
—El señor Cullen es admirable por todos conceptos. Me encantaría que tuvieras tú esa decisión para casarte, hijo mío. Aquellos noviazgos largos que se usaban en mi tiempo, son detestables, lo digo por experiencia.
—No lo creas, mamá. Eran muy convenientes. Alargaban la ilusión y disminuían el riesgo. ¿No te parece, Isabella?
—El riesgo no existe con una dama de la casa Vulturi, es una garantía de honor, el apellido de ustedes.
— ¿Lo cree sinceramente, Edward?
—La broma me parece de muy mal gusto, James, —apuntó don Aro.
—En ese caso, dispénsenme todos. Era solo por ver si Isabella nos daba una muestra de su mordaz ingenio.
— ¡James!
—No te molestes, querida. Tu primo James ignora que desde hace un momento, desde el reconocimiento oficial de nuestro compromiso, soy yo quien responde por ti, y tendrán que contentarse con las muestras de mi ingenio, si es que lo tengo.
— ¿No les parece mejor tomar la última copa de champán y pasar al salón para que nos sirvan el café? Podemos hacer un poco de música si quieren. ¿Tocarás el piano, verdad, Isabella?
—Puede que el señor Cullen quiera sustituirla en eso también.
—Por desgracia, en eso si no puedo; pero usted sí. He oído decir que tiene más de músico que de ingeniero. Hará más escalas que caminos y puentes.
—Creo que tiene razón. Nuestra carrera en teoría es muy bella; pero la práctica resulta repugnante muchas veces, porque los puentes, las carreteras y las represas se fabrican en lugares donde no hay agua, donde no hay medios de transporte, donde los pantanos con sus peligros y sus enfermedades hacen miserable la existencia. Hay que vivir entre salvajes, entre gentes groseras, en campamentos de gitanos o en barracas malolientes, donde no quedan más consuelos que los naipes y el aguardiente.
Heidi trató de reír.
—Una cosa como de película. Muy divertido.
—No, divertido no, madre, horrendo. Y aún por mi solo podria soportarlo; pero pensar que debo arrastrar a una mujer a las selvas de Matto Grosso, por ejemplo.
—Una mujer que ama no necesita ser arrastrada. Es feliz en medio de todo eso que has descrito por malo que sea. Le basta con la satisfacción de cumplir su deber de esposa, con la felicidad de estar al lado del hombre que ama, y con el orgullo de saberlo lo bastante capacitado, lo bastante fuerte para vencer a la Naturaleza. Creo, como tío Aro, que tú broma es de mal gusto. Y sin ánimo mordaz, con el corazón en la mano te digo, que por venir de ti me duele y me hiere. Pero no importa; y sé que en esta vida todo tiene su precio, y pago el que me piden por la felicidad de ser la esposa de Edward.
— ¡Isabella!
— ¿Una copa más de champán? dijiste, tía Heidi. Pues sí, brindemos. ¡Por Matto Grosso!, ¡Por la selva inhospitalaria, por el infierno verde! Tal vez para mí sea el paraíso. Bebe, Edward; bebe, James.
— ¡No, Isabella! ¡Yo no bebo!
Ha estrellado en el suelo, a los mismos pies de Isabella, la copa rebosante de champán, alejándose después. Rojo de ira, Edward va a ir tras él; pero la mano de don Aro le detiene.
— ¡Por favor, Cullen!
— ¡Señor Vulturi! la conducta de su hijo…
—Por favor, espere un momento. Escúcheme. Mi hijo está trastornado, enfermo, y usted que ya es casi nuestro pariente, tenga la generosidad de perdonarlo.
—Su ofensa hiere a la mujer que va a ser mi esposa.
—Isabella le perdonará también. Estoy absolutamente seguro. Y ahora, con el permiso de ustedes voy con él.
—Pero…
—Atiende a nuestros invitados, Heidi. Excúsenme un momento.
Se ha ido detrás de su hijo, mientras la mano de Isabella se apoya en el brazo de su prometido.
—Yo también te suplico que tengas calma, Edward. Tiene que estar loco, efectivamente.
—Loco de celos, ¡de despecho! Loco por ti, ¡por ti!
— ¡Edward!
— Por favor, Edward, cálmese. Esto es horrendo. Mi pobre hijo esta trastornado, ha bebido más de la cuenta. ¡No sé cómo pueden pasar estas cosas en mi casa! Les aseguro que estoy enferma. Acepte mis excusas por él.
—Las excusas deben ser para la señorita Vulturi, a quien su hijo ha tratado indignamente.
— ¡Edward!
—Si, Isabella. Tú, tú eres la ofendida; pero por ahora... buenas noches. Permítanme librarlos de mi presencia.
Se ha ido, mientras Heidi también furiosa, se vuelve a Isabella.
— ¡Es el colmo! Pero la culpa es tuya, Isabella. ¡Por casquivana, por coqueta!
— ¡Tía Heidi!
—Si no hubieras levantado de cascos a mi hijo, no hubiera pasado nada de esto. ¡Ahora quien sabe las consecuencias! ¡No gana una para disgustos!
Ha salido del comedor, seguida por Irina que sonríe satisfecha, mientras Mike Newton se aproxima a Isabella.
—Por favor, Isabella, cálmese. Y si de algo puede servirle el más humilde de sus amigos, en estos momentos...
— ¡No deje solo a James, seria espantoso un duelo!
—Soy más que su amigo. Al verla sufrir, comprendo que soy su esclavo, su siervo. Haré lo que me pida, Isabella, y con mi propia vida si es preciso evitaré el lance que usted teme.
****
Apenas Isabella ha entrado en su cuarto, ha vuelto a salir; se ahoga entre aquellas cuatro paredes. Su corazón apasionado, sincero, colmado de pesadumbre, parece impulsar la sangre por sus venas demasiado de prisa.
Todo le es odioso de repente en aquella alcoba, donde ha pasado días tan tristes: la amargura de su orfandad, la incomprensión, la injusticia de su tía, que tantas veces la confinara allí como en una celda de castigo; por faltas imaginarias o sin importancia, que exagerara la malicia de Irina. Hasta el macizo palacio de los Vulturi, le pesa hoy como la lápida de una tumba, y ha buscado en el jardín amigo, refugio y escondite de los días de su infancia, mundo de fantasía de su juventud soñadora, en aquel banco donde Edward la besara por la primera vez, su corazón de enamorada busca disculpas a la conducta de él, para recibirlas con quejas dulcísimas.
—Estás celoso, mi Edward. Solo así puedes haberme mirado como lo hiciste. Celos, celos. Yo se que por ellos me harás llorar muchas veces; eres imperioso, quieres sentirme como una esclava. Me imaginas indomable, altanera. Si supieras que poca cosa me siento junto a ti. Te seguiría como un animalito, comería el pan de tus manos, pasaría los días a tus pies mirándote trabajar y pensar y disponer, y hasta olvidarte de mí. Con idolatrarte me bastaría.
Se ha cubierto el rostro con las finas manos color de ámbar y en el sueño que finge su ardiente fantasía, besa el recuerdo de aquellos labios, duros, imperiosos, ardientes; labios que la subyugan, que la fascinan, sinceros en su pasión torturada, a la vez amargos y dulcísimos.
—Eres malo. Eres cruel, Edward. Si no estuviera segura de cómo me amas, no podria perdonarte, ¡no podria!
****
—Deja la botella. ¡Déjala aquí!
—Por favor, James. ¿No te parece que ya hemos bebido bastante?
— ¡Déjame que beba hasta que pierda el sentido!
Han pasado las horas, y es en el propio bar del Hotel Platino, donde por fin, Newton, cumpliendo la promesa hecha a Isabella, ha encontrado a James y lucha inútilmente por sacarlo de allí.
— ¿Por qué no vamos un rato al Casino?
—Es aquí donde quiero estar, ¡aquí! Edward Cullen no ha subido a sus habitaciones. Desde aquí lo veré cuando llegue a dormir.
— ¿Quieres decirme que te propones?
—Hablarle en otro sitio que no sea mí casa; con mi padre, con mi madre delante, con Irina colgada del brazo. Con Isabella delante de mí. Quiero verle a solas.
—Recuerda que fuiste tú quien le mortificaste con tus ironías, quien le hiciste saltar en tu propia casa.
— ¿Yo?... ¿Yo? Mira, déjame; no quiero discutir. ¡Déjame solo! Te lo suplico.
—No te dejaré, y es demasiado tarde para que sigas aquí. Tu familia está inquieta, no tienes derecho a portarte así. No te ha ocurrido nada que justifique…
— ¡Tú que sabes! Que sabes tú de lo que es sentirse desgraciado frente a un hombre feliz, que sonríe, que es dichoso, y que esa felicidad te la ha robado a ti, ¡a ti! ¡Oh!... ¡Mira!... ¡Mira!...
Al volverse bruscamente ha visto un rostro conocido. El bar esta desierto a aquellas horas; pero en la mesa más apartada en el rincón más escondido, Edward Cullen, solo, silencioso, sombrío, bebe como él, vaso tras vaso de whisky.
— ¡Estaba aquí! ¡Quién sabe desde cuando estaba aquí!
— ¡James!
— ¡Déjame solo, Mike!
Ha ido hacia él sin que Newton pueda evitarlo. Una risa amarga, incontenible le sube a los labios.
— ¡Aquí está el hombre feliz! ¡El dichoso comprometido!
— ¿Eh?
—Pidiéndole como yo, consuelo al whisky. ¡Que gracioso! ¡Que divertido! ¡El hombre feliz! ¡Brindemos por su dicha!
Ha apurado de un sorbo el vaso de whisky que llevaba en la mano, y luego queda mirando el rostro sereno y sombrío de Edward Cullen, que clava en el, sin responderle, la fría mirada de sus ojos verdes.
— ¿Qué le pasa? ¿Por qué no brinda?
Edward se ha puesto de pie muy despacio, mucho ha bebido; pero poco puede el alcohol contra aquellos nervios de acero, contra aquella cabeza dura y firme, contra aquella alma sacudida por una tempestad de pasiones, donde la fuerza del espíritu parece arraigarse con su más profunda, con su más invencible raíz.
James tambaleándose ha llegado hasta él.
— ¿Por qué no brinda?
—Si no hubiera usted bebido hasta un extremo lamentable, tal vez le respondería.
— ¿Quiere decir que soy un borracho inmundo?
—Si hubiera querido decirlo lo hubiera dicho. Y me hubiera atenido a las consecuencias, sin importarme cuales pudieran ser.
— ¡Por supuesto! Ya no recordaba que es usted un famoso espadachín. Probablemente habrá pensado en batirse; pero tenga la seguridad de que ese duelo no sería un asalto de salón, ni tendría usted a una mujer por contrincante. ¡Me tendría usted a mí, a mi!
— ¡James!
— ¡Déjame!
—Déjele usted, Newton. No hay el menor peligro. No logrará pelear conmigo.
— ¿Y si le escupiera a usted la cara, ingeniero Cullen, y si le abofeteara?
— ¡James!
—No lo hará. No lo hará, ¡porque si lo hiciera no podria esperar al duelo; en ese mismo instante le costaría la vida!
— ¡Por favor, ingeniero Cullen!
—No te preocupes, son baladronadas de nuevo rico.
— ¡James!
— ¡No me hará el favor de arrancarme la vida! El favor, sí; el favor. ¿Por qué no lo hace, si ha destrozado usted ya cuanto en ella valía?
—Está usted loco.
— ¿Por qué tenía que venir usted a Río? ¿Por qué tenía yo que introducirle en mi casa? ¿Por qué tenía que atravesarse en mi camino?
—Si estuviera usted en sus cinco sentidos comprendería, que no es de mí de quien viene la desdicha.
— ¿Pretende usted escudarse con ella?
—No me escudo con nadie, señor mío. Soy responsable de cada una de mis palabras, de cada una de mis acciones, y hubiera bastado una actitud de usted en su propia casa, para que fuese yo quien le abofetease si no pensara cuanto tiene que sufrir para tomar una actitud tan ridícula.
— ¿Qué? ¡Suéltame, Mike! ¡Suéltame!
— ¡No he de soltarte! Basta ya. Tiene razón Cullen, todo esto es ridículo, y tú no sabes lo que haces ni lo que dices. Tenga usted la bondad de salir Cullen, le ruego que salga de aquí.
— ¡Es usted un cobarde si se marcha!
— ¿Qué?
—Un cobarde, sí. Lo digo, lo repito. ¿Que espera para responder a mis injurias?
— ¡Que sea usted, no el alcohol quien las dicte! Que sepa usted al menos, lo que dice.
—Sé perfectamente lo que digo. No tartamudeo, no me tiemblan las manos, ni los pies; no he de retroceder ni de huir, no he de volverme atrás.
—Soy yo quien no daré un paso hacia el terreno al que usted quiere llevarme; no responderé a sus injurias, no se batirá usted conmigo. Demasiado veo que su único deseo es hacer imposible mi boda con Isabella, y en esa boda he cifrado todas las ansias, todo el empeño de mi vida.
— ¡Mentira! ¡Usted no puede quererla como yo!
—Si hubiera tenido que aguardar años, si hubiera tenido que rastrear por los caminos las huellas de Isabella Vulturi, lo hubiera hecho. Si me hubiera sido preciso arrancarla a la fuerza de los brazos de ustedes, habría sido lo mismo. ¡Nadie, oiga usted bien; nadie hubiera podido impedir que mi propósito se cumpliera! Y cuanto usted diga; y cuanto usted haga, será lo mismo; me casaré con Isabella dentro de un mes, o mañana mismo si usted me obliga.
Su recio puño ha caído sobre la mesa, sus ojos verdes relampaguean como el acero que se agita para herir. Se alza su altiva cabeza con duro gesto de desafío, mientras James le contempla, herido a través de las tinieblas del alcohol por aquella voz, en que el amor parece tomar su más amargo sentido.
—Se perfectamente que usted no puede comprenderme; pero me es absolutamente lo mismo.
—No. No puedo comprenderlo. Y a una mujer a la que quiere usted así, como parece querer a Isabella, como pretende decírnoslo, la arrastra usted a las selvas de Matto Grosso. ¡Es absurdo, inverosímil!
—No la arrastro. Ella quiere ir.
— ¡Por amor a usted!
—Tal vez también le gusta el oro de mi mina. ¿No sabe usted que es ambiciosa?, ¿No sabe que sueña con ser rica, muy rica?, ¿No sabe que eligió libremente este camino? No soy yo el rival que le ha arrebatado a usted la dicha; su destino, James, su propio destino más piadoso tal vez de lo que usted imagina.
— ¿Qué quiere decir?
—Lo que usted ha entendido. No necesito repetírselo. Y ahora, aunque me llame usted cobarde, voy a darle la mayor prueba de valentía que he dado frente a nadie. Voy a irme sin decirle que usted si es un cobarde.
— ¡Edward! ¡Esa palabra!
—La negaré si la toma usted como pretexto para un desafío. No le he ofendido, he soportado sus injurias; seguiré soportando cuanto sea preciso. Esta batalla para usted está perdida, perdida; pero a veces ganar es perder. No me envidie haber por haber ganado.
— ¡Edward! ¡Edward!
Edward se aleja tan de prisa que los entorpecidos pies de James no pueden seguirlo; el vapor del alcohol le nubla la vista, sus manos se extienden como si pretendiera sujetar al que ya se ha ido; y al fin cae, perdidas las fuerzas, en brazos del amigo que acude a sostenerle.
—James, James, vámonos de aqui. ¡Ah, Don Aro! Llega usted a tiempo. Creo que es Dios quien le envía.
Aro Vulturi ha cruzado el bar con paso decidido, y mientras ayuda a sostener a su hijo, mira con inquietud las desiertas mesas del bar, y al único mozo que a esas horas sirve allí respetuosamente detenido junto al mostrador.
— ¿Qué ha pasado?
—Nada. Tranquilícese usted. Le encontré aquí cuando ya había bebido lo suficiente para caer diez veces. No tiene nada más que el whisky.
—Estaba demasiado impaciente para poder esperarlos en casa.
— ¿Pero, como supo que estábamos aquí?
—Conozco un poco a mi hijo. Estaba seguro de que rondaría el hotel Palatino, de que buscaría a Edward Cullen.
—Así ha sido.
— ¿Se han encontrado?, ¿Se han visto?
—Sí.
James esta de bruces sobre la mesita, inmóvil, insensible, y Mike mide la angustia en la mirada que el señor Vulturi le dirige.
—Estaba solo. En aquella mesa del rincón; allí fue donde hablaron. Nadie les ha oído más que yo, y apenas les han visto. No se preocupe demasiado. El ingeniero Cullen ha estado muy comedido, aunque también me pareció que había bebido enormemente. Cuando usted aparecía me disponía a llevar a James a su casa.
—Lo llevaremos entre los dos ahora mismo. Hazme el favor de darle al mozo una buena propina y de pedir un auto de alquiler.
— ¿No trajo usted el suyo?
—Me pareció preferible que ninguno de los criados de la casa se enterase de los detalles de este asunto. Además, el chofer estaba ya dormido, hubiera tenido que hacerle levantar y no valía la pena.
—Conseguiré un taxi ahora mismo.
—James, hijo mío. ¡James!
Solo con su hijo, don Aro ha sacudido inútilmente el cuerpo caído sobre la mesilla y su cabeza se mueve con dolor y disgusto.
— ¡Pobrecillo!
****
Edward ha subido hasta su cuarto del hotel Palatino, ha cerrado las puertas, las ventanas, y se siente como perseguido, como torturado por el imposible anhelo de huir de sí mismo. El alcohol que no ha logrado embriagarle parece correr por sus arterias golpeando sus sienes y una especie de angustia nueva, desconocida, se le clava en el alma como el dardo más hondo, más agudo y más fino.
—Por amor, por amor está dispuesta a seguirme. Lo dijo al propio James. ¡Me quiere!, ¡Me quiere a mí! Odió a Anthony, pero me quiere a mí. Lo perdió, lo impulsó a la muerte, no tuvo compasión; pero a mí, a mi está dispuesta a seguirme, a compartir mi vida. ¿Será posible? Si fuera así, si fuera así cometería yo un crimen. ¡Oh, no!, ¡Calma, calma! No se trata de mí. Yo no existo, yo no vivo, yo soy solo el instrumento de la Providencia, el aliento del hombre para siempre dormido en los pantanos de Porto Nuevo. ¡Por él! ¡Es por él cuanto hago, cuanto haré cuando llegue el día! ¡El día de la venganza!, ¡Juré vengarte, Anthony, hermano mío! ¡Juré vengarte! ¡Y te vengaré por encima de mi mismo! No habrá remordimientos, no habrá dudas, no puede haber perdón. ¡Ó habré pisoteado tu propia sangre y abre renegado de mi mismo!
Ha ido bruscamente hacia la ventana que cerrara al entrar, abriéndola de golpe, sobre el panorama de la ciudad dormida. Ya por el Este un tenue fulgor sonrosado anuncia el día, ya clarea el cielo sobre el que se recortan los edificios, y la colina donde se alza el barrio más aristocrático de Rio.
—¡Dios mío! Dios mío. Dame las fuerzas que necesito para seguir. No permitas que la compasión, que la piedad estúpida se apodere de mí. Debo seguir, tengo que seguir.
Se ha apretado, con las manos que tiemblan, las sienes febriles; el futuro es un negro túnel sin salida; el presente, el ardiente dolor de una llaga viva; pero una voluntad de acero domina sus instintos y como otras veces, busca papel y pluma en aquella mesilla.
—Es preciso escribir. Borrar la mala impresión de hace unas horas. ¡Cena de desposorios! Cena de bodas antes de un mes. Y luego... ¡Luego la selva! Ya no habrá que fingir. ¡Ya no será la gloria y el infierno juntos, será el infierno nada más, el infierno definitivamente!
Nerviosamente se ha puesto a escribir mientras crujen sus dientes, mientras la mano izquierda se crispa sujetando el papel y ríe el alma desesperada, ríe de sí misma.
—"Isabella, amor mio." ¡Amor mio! Amor mio. Isabella... Isabella... ¡Isabella!... ¡El infierno, sí; el infierno para ti y para mí!
holaaa ohh por diosss que locuraaaa jeee...me encantoo el capiiii pero a la que siempre taratan mal es a bellaaaa esa heiddi y irinaa no las puede ni verr...y yo ya me temia que edward y james iban a terminar en un duelo menos mal que edward no estabaa borracho como james y nada pasoooo...esta historiaa estaa buenisimaaaaa...bueno nos leemos en el proximo ya sera la bodaaa o faltaa todavia???!!!! bella esta super enamorada de eedward ....yy el va a lastiamrlaaa...uhhh espero que se arrepientaa...besos y nos leemos!!!
ResponderEliminarMe gusto el capitulo
ResponderEliminarCuantos capitulos son? cada cuando actualizas?
BESOS DESDE GUANAJUATO MEXICO