sábado, 12 de marzo de 2011

Adiós

Capítulo 14 “Adiós”

— ¡Tía Heidi!
— ¡Irina, mi palomita!
— ¿No viene James contigo?
Es la mañana misma del día señalado para la boda. Nerviosos, impacientes, Heidi y Aro han corrido al hall al sentir la bocina del auto que deja a Irina allí, y bajo el arco del comedor, Isabella se detiene, paralizada de angustia al oír la respuesta de Irina.
—James, no hubo forma de que quisiera venir conmigo.
— ¿Cómo?
— ¿Que dices?
—Mike Newton y él se han quedado en la finca, pero Mike me dijo que venían enseguida.
— ¡Menos mal! Después de todo, hasta es preferible.
—Hubiera sido muy buena hora de venir también él. La boda es a las tres y son las diez y pico.
— ¡Los hombres en un minuto se visten! Tu en cambio tienes que probarte tu traje, hijita. Lo trajeron ayer y esta lindísimo, vas a parecer una mariposita azul con tu gran sombrero de muselina.
— ¿Ya sabe Isabella que voy a ser la primera de sus damas de honor?
—Todavía no se lo he dicho, pero para el caso será igual; no es ella la que manda aquí. ¡Oh, Isabella! Me oías...
Isabella ha llegado en efecto, amable y pensativa como esta desde unos días, y casi sonriente responde a Heidi.
—Por casualidad tía; pero no has dicho nada que yo ignore. Ni soy la que manda, ni he dispuesto nada para mi boda. Tu misma elegiste todas las damas de honor, y ya suponía yo que elegirías a Irina. Lo único que me sorprende es que ella haya aceptado.
— ¿Te sorprende que no sea capaz de guardarte rencor por lo que le hiciste?
—Me sorprende que quiera formar parte del cortejo de la hija de un estafador, de un ladrón, como según ella fue mi padre.
— ¿Isabella, que dices?
—Perdóname, tío Aro, y tu también, tía Heidi. Esas fueron las palabras de Irina.
— ¿Mías?
— ¿No te acuerdas ya?
— ¿Cundo pude yo decirte una cosa semejante? ¡No lo creas, tío..., no lo creas, tía...! El tío Charlie está muerto, y es una falta de caridad hablar mal de los muertos, hayan sido lo que hayan sido. Yo no soy capaz de decir eso de nadie y menos… y menos del pobre tío Charlie.
— ¿Eres capaz de negármelo en la cara, Irina?
— ¡Isabella querida, no te pongas así! Me entendiste mal, me oíste mal. Yo... ¿Tú me crees, verdad, tía Heidi? ¡Te juro que no dije eso, te juro que es mentira!
— No necesitas jurármelo, hijita; nunca lo creí. Por un momento pensé que Isabella había cambiado, que era lo bastante feliz para dejar de ser un momento rencorosa y mala, pero ya veo que no es así.
— ¡Rencorosa y mala!
—Es la verdad, aunque me duela decírtelo el ultimo día que estas en esta casa. Ven conmigo, Irina.
— ¡Ay, tía querida!
—No llores. No merece una sola de tus lágrimas. Quiera ella o no quiera, iras a la boda de dama de honor, y estrenaras tu lindo vestido. No vamos a ponernos en evidencia delante de la gente, ya que gracias a Dios es el último día. Ven, Irina.
— Tío Aro, pero has oído, ¿has visto?
—He visto y he oído, y veo por desgracia que no se acaban las escenas lamentables en esta casa. Hasta el último día tenias que traer la discordia, Isabella.
— ¿Yo? ¿Y es usted quien me lo dice, tío?
—Con todo el dolor de mi alma, ya que te traje a ella pensando que serias aquí como la mejor de las hijas, ya que un día soñé que fueras la madre de mis nietos.
— ¡Tío!
—Un tonto sueño que se ha desvanecido. No quiero hacerte inútiles reproches, me falta el tiempo para defender a lo único que en este mundo quiero todavía: a mi hijo.
— ¡Tío Aro!
—Voy a ver si logro una comunicación telefónica con la finca.
—No hace falta, don Aro.
— ¡Mike!
Mike Newton esta allí. Su mirada llena de simpatía va hacia Isabella.
—Acabo de dejar a James en la puerta de su cuarto. Ya mande decir con Irina que veníamos enseguida.
—Gracias Mike, voy a verlo ahora mismo.
Muy pálida, apoyada en el respaldo de una silla, como si temiera que se doblasen sus rodillas, Isabella ha quedado silenciosa e inmóvil. Tras seguir con la vista a su tío que se aleja por el largo pasillo, Mike Newton se acerca a ella solicito.
—Perdóname si soy indiscreto; pero oí las últimas palabras de tu tío. Estas pasando un momento duro, amargo.
—Creo que es inútil negarlo, a ti al menos.
—Este debía ser, sin embargo, el día más dichoso de tu vida.
—Lo es, en lo que se refiere a Edward. Ya sé que por él, por quererlo, todos se han puesto contra mí. Es como pagar en sangre el derecho de su cariño; pero no importa, con sangre y con lágrimas se pagan todos los grandes derechos en la vida; a costa mía lo estoy aprendiendo, es duro; pero se resistirlo.
—Ya sé que eres fuerte y valerosa; pero aun siéndolo, a veces hace falta un apoyo, un amigo.
—Tendré el apoyo de Edward para siempre.
—Espero que sí. Se además que es lo bastante celoso para que no te permita admitir el mío, aunque de todo corazón te lo ofrezco.
—De todo corazón te lo agradezco, Mike.
—James no quería venir. Casi a la fuerza lo he traído para que te sintieras más tranquila.
— Con toda el alma te lo agradezco, Mike.
—No tienes nada que agradecer. Hoy es el ultimo día que me das el placer de servirte. Mañana estarás lejos, y serás la esposa de un hombre que merecerá la muerte si no es capaz de hacerte feliz.
—Seré feliz, Mike.
—Quisiera estar tan seguro como tú misma. Sé que no es de buen gusto discutir ese punto contigo, y sé que mis palabras van a parecerte inoportunas, necias, oficiosas; pero no puedo por menos de decírtelas. Isabella, yo siempre seré tu amigo.
—Lo sé, Mike.
—Pase lo que pase, en cualquier momento, en cualquier circunstancia recuerda esto: siempre seré tu amigo. Y ahora adiós. Creo que casi es hora de que comiences a vestirte. Te veré en la Iglesia donde Rio de Janeiro va a darse cita para ver a la más linda de sus mujeres en el más precioso traje que una mujer puede vestir. Hasta la vista.

****

— ¡Isabella! ¡Isabella!, ¿estás lista?
—Sí, tío; pasa.
La más bella muchacha de Rio ha terminado de vestirse de novia completamente sola. Ni aun las manos humildes y solicitas de la doncella han podido servirle, constantemente reclamadas por Heidi y por Irina.
Ella misma se ha calzado las sandalias de raso, ella misma ha prendido el velo y la corona sobre sus cabellos castaños, pero jamás estuvo más bella.
Un mate palidez de gardenia en las suaves mejillas, lavados los ojos por unas lágrimas furtivas que su soledad y su abandono le han hecho derramar, la boca encendida, porque por encima de sus tristezas, por encima de los contratiempos y de las mezquindades amontonadas contra ella en ese momento supremo de su vida, es la novia enamorada que va al altar con el alma henchida del más puro fuego.
—Estas lindísima.
Gracias, tío.
—Aqui esta tu ramo. ¿Te gusta?
—Sí.
—El coche aguarda.
—Pues vamos, tío.
—Hay algo que quisiera decirte.
—Dime...
—Antes te hablé en un tono desagradable y lo siento. No hubiera querido hacerlo el último día. Estaba nervioso a causa del retraso de James, me ha preocupado horriblemente estos días la actitud de mi hijo.
—También a mí.
—Quiero creer que en el fondo no eres mala.
— ¿Qué dices?
—Quiero decir, que te duele verlo sufrir.
— ¿Pero tío, has dudado siquiera un momento?
—Déjame acabar de decirte lo que debo decirte. Tenemos poco tiempo, hace un rato que todos se han ido. Tu tía te aguarda al pie del altar junto al hombre que va a ser tu marido, tus damas están ya en la puerta de la Iglesia, toda la ciudad espera por ti.
—Supongo que es demasiado honor para mí.
—Es lo que mereces por tu posición, por tu rango, por tu apellido, ventajas de posición y de nombre que deben pagarse con sacrificios. Si una vez lo olvidaste.
— ¿Qué dices... olvidarlo yo una vez?
—No quiero decirte nada que te hiera ni que te mortifique. Si hay algo ofensivo en mis palabras olvídalo, y piensa que me he expresado mal sin querer.
— Es que no comprendo lo que quieres decirme.
—No quería más que darte un consejo, el que me considero obligado, ya que un día prometí a tu padre que serias para mí como una hija.
— Ah...
—Elegiste libremente al hombre que va a ser tu marido. Espero que tu lealtad hacia el dure como tu vida.
—De eso puedes estar seguro, tío; no mi lealtad, mi amor. Viviré para hacerle feliz.
— Es lo que quería pedirte, y que seas tú también muy feliz.
— ¡Tío Aro!
— ¡Hija mía!
Ha hecho un esfuerzo para contener la emoción próxima a desbordarse, el impulso casi irresistible de decirle todo lo que piensa, todo lo que siente; de buscar a toda costa el corazón de aquella criatura, pero se alzan frente a él los viejos prejuicios, recuerda la palabra de honor empeñada, recuerda todo Rio frente a la Catedral; la sociedad, el pueblo, el camino de flores, por el que ha de cruzar con aquella novia a la que acaso trastornara demasiado una confesión tardía, el Obispo vestido de oro, y se limita a besarla en la frente como avergonzado de sí mismo.
—Es muy tarde. ¡Vamos ya, hija!

****

La muchacha más linda de Rio, cruza ya el camino de nardos y azucenas que se le antoja de repente sendero de espinas.
Si Aro Vulturi hubiese hablado, si la apretada red de la mentira, que pudo haberse roto, hubiera saltado en pedazos con una palabra, ella no estaría allí; pero dos manos pequeñas y diabólicas apretaron el nudo, y la mariposa azul de rostro angelical, sonríe viendo el rostro ceñudo de Edward Cullen, el rostro helado y frio de Aro, el pálido rostro de la novia que siente cernirse sobre ella un peligro invisible.
Ya está frente al altar, ya se alza solemne la mano del Obispo, y Edward Cullen se aproxima.
— ¿Edward Cullen, quieres por esposa a Isabella Marie Vulturi?
—Sí.
— ¿Isabella Marie Vulturi, quieres por esposo a Edward Cullen?
—Sí.
—Tómense las manos. Yo os uno en matrimonio en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo...
Se ha cerrado el círculo. La red de acero y seda se aprieta sobre ellos, y la muchacha más linda de Rio, bajo las blancas gales de su traje de novia es como una mariposa de trémulas alas exquisitas, a quien clavara implacable, atravesándole las entrañas, el aguijón de acero de su triste destino.

****

— ¡James!
—Sí. Yo no fui a la Iglesia, no pude ver tu boda; pero no puedo dejar que te vayas sin hablar contigo.
Isabella ha cambiado sus galas de novia por un traje sencillo, el más sencillo de cuantos permitiera Heidi a su suntuosa canastilla, y están en la puerta de la que fuera su alcoba de soltera.
Abajo, en los grandes salones del palacio Vulturi, la fiesta de sus bodas, llega al momento más brillante. Más que nunca se ha reunido allí la mejor sociedad de Rio. Corre el champan y a través de sus rubias burbujas, todos envidian la suerte de aquel hombre alto, recio y sombrío, que sigue siendo un extraño allí.
Los ojos de Isabella le han descubierto a través de la baranda, ya en traje de viaje, impaciente, nervioso; pero James esta allí, frente a ella, con los labios crispados en gesto amargo y los ojos inmensamente tristes.
—Me apeno mucho no verte en la Iglesia, James. Todo cuanto has hecho últimamente me ha apenado muchísimo.
— ¿Que podre decir yo de ti, Isabella?
—No dirías nada que no fuera una injusticia.
—Estoy enfermo, enfermo de despecho y de rabia.
—James, hermano querido.
—Hubiera querido poder ocultar mis sentimientos, poder bailar y reír, como ríen y bailan otros que también te quieren o te han querido.
—James... James...
—Quisiera ser como ese hombre de acero, duro, inflexible, que ya es tu marido, como ese ladrón que te llevara para siempre lejos de aquí. Ladrón, si.
— ¡No sigas! ¡No sigas o no podre seguir escuchándote!
—Pero si no le ofenden mis palabras, si no puedo ofenderle. ¿No te das cuenta de que soy un pobre diablo, que hablan por mí los celos y la envidia?
—James...
—Solo quiero decirte una cosa. Que si ese hombre no te hace feliz...
—James, por favor... calla. Estas como loco, has bebido.
—He bebido; pero no estoy diciendo nada que no sea la verdad.
— ¡Calla! ¡Edward! ¡Es Edward!
— ¿Por qué he de callar? La verdad siempre debe decirse.
—Edward...
—Perdónenme si he subido a interrumpirles. Me di cuenta desde abajo que el señor Vulturi ni siquiera está correctamente vestido.
— ¿Qué?
Pálido, despeinado; una bata de casa sobre le camisa, James tiene todo el aspecto de un enfermo. Pero ante los ojos verdes de mirada cortante y fría, se yergue con orgullo, endureciendo las facciones, serenándose de repente y perdiendo su aspecto de niño lloroso, para enfrentarse a él también  duro y firme.
—Edward Cullen. Usted ha ganado la partida. No deseo alzar la voz ni dar un escándalo. Ella le quiso y usted salto por todo para conseguirlo.
—Señor mío.
—No me interrumpa, escúcheme hasta el fin. Sé que he perdido, y aun cuando he dado muestras lamentables de no saber perder, no quiero tener la cobardía de no saber rectificar, aunque sea en el último momento.
—James...
—No te asustes, Isabella. No va a pasar nada. Dentro de unos minutos tu saldrás de aquí y el será tu dueño absoluto, y no tendré el derecho de mirarte siquiera si él te lo prohíbe; pero todavía estas bajo este techo, todavía soy un hombre de tu familia y como el quiero hablarte, no como el triste enamorado que no supo defenderte a tiempo, para después llorar por ti.
—James, por Dios. Estamos llamando la atención. Todos miran hacia arriba.
—Nadie impedirá que te diga lo que tengo que decirte. Y lo que tengo que decirle a él, a usted, si, ingeniero Cullen; hombre feliz. La felicidad de Isabella está en sus manos, usted es responsable total de ella. Si la hace usted desgraciada, yo sabré pedirle cuenta, y responderá usted de la vida de Isabella con su propia vida.
— ¡Basta, James, basta!
—A ti solo tengo que decirte una palabra, una sola: Perdóname. Cuanto he dicho, cuanto he hecho, cuantas cosas han podido herirte, perdónalas por piedad a este amor mío.
Se ha inclinado besando su mano con movimiento rapidísimo y luego se aleja por el largo pasillo. Un instante después don Aro y Heidi también están arriba, el llega primero.
—Isabella, Edward. ¿Qué es lo que pasa aquí?
——Nada, don Aro. James se despedía de nosotros. Se disculpaba de no haber podido ir a la Iglesia, por encontrarse enfermo, y trataba de asegurar con los más fuertes votos la felicidad de su prima. Isabella, cómo ve usted, se ha afectado bastante. Es duro ver romperse los lazos de familia; son bien tristes las despedidas.
— ¿Que ha pasado, Isabella?
—Lo que ha dicho Edward, tío. James me ha pedido perdón, y me ha demostrado tal interés por mi felicidad, que me ha conmovido. Pero no me ha dado tempo a contestarle. Dígale usted en mi nombre que le quiero como a un hermano, y que rezare todos los días de mi vida, porque sea feliz.
— ¿Qué pasa? Esta llamando la atención esta reunión aquí arriba. Me parece que deberíamos ser todos un poquito más discretos. No deberías olvidar, Isabella, que todo el mundo tiene los ojos puestos en ti, y te están viendo secarte las lagrimas.
—No te preocupes, tía. Mis indiscreciones en el palacio de los Vulturi, terminan en este momento. Además, aun las novias felices, suelen secarse algunas lagrimitas.
—Tú no tienes ningún motivo para no ser una novia feliz. Vamos, ven. Baja para que te despidas. A pesar de todo, Irina está deseando darte un beso.
—No, tía. Saldremos por la puerta del jardín. Allí nos está esperando nuestro auto. ¿Verdad, Edward?
—Sí. Pero si tú prefieres...
—No, perdóname, tía Heidi. pero el beso de Irina es más de lo que puedo resistir. Adiós. ¡Tío Aro!
Se ha echado en brazos de Aro, que la estrecha extrañamente conmovido. Luego, la nobleza de su alma desborda en una honda mirada sincera hacia su tía.
—Gracias por todo, tía Heidi. Tal vez algún día pueda pagarle lo mucho que le debo, y hacer que piense usted distinto de mí.
—Me alegraría en el alma hijita. De todos modos te deseo la mejor suerte del mundo. Y a usted también, Ingeniero.
—Gracias, señora. Pero no creo en la suerte; creo solo en el destino, en el implacable destino.
Han salido sin ser vistos. El auto rueda por las populosas calles de la gran ciudad que el sol en poniente pinta de rojo y amarillo.
Rendida por las duras emociones, la cabeza de Isabella se abate sobre el hombro de Edward, que permanece inmóvil, sin valor para rechazarla, conteniendo desesperadamente el deseo de estrecharla en sus brazos, de envolverla en sus besos dulcísimos, como un sediento detenido frente a una fuente envenenada, maldiciendo en silencio su destino.


2 comentarios:

  1. holaaa ahhhh extrañabaaaa esta historiaa ya se casaronnnnn ufff y que pasaraa ahoraa??!!!! yy heidi e irinaa nunca terminan con sus dardos venenossooss hasta aro en un momento la tratoo mal despues bella preparandose sola para su casamientooo me dinn una tristezaaa re solaa pobree..perooo bueee confiemos en que edward se arrepienta de su venganzaa aun esta a tiempoooo yy que trate bien a bellaaaa...bueno nos leemos en el siguiente!adios!

    ResponderEliminar
  2. Hola!!!
    Amo esta historia, pero odio a todos los que le creyeron a Irina y a ella la odio mas aun por vibora hipocrita!!!
    Bueno, espero con ansias q actualices pronto y que se descubra la verdad xq no quiero ver sufrir mas a Isabella

    ResponderEliminar