lunes, 27 de diciembre de 2010

Amor Inmenso



Capítulo 4 “Amor Inmenso”

— ¿Qué le parece a usted?
—Un pura sangre admirable.
—Es el caballo predilecto de Isabella.
—Demasiado fogoso para una muchacha.
—No para ella. Ya verá como lo domina. Es una amazona fantástica…  ¡Acerca los nuestros, Esteban! —dijo James al mozo de cuadra —Mandé ensillar para usted este alazán, y para mí el retinto.
Son las siete de una mañana clara y bajo el beso de oro y fuego del sol de Rio, la Naturaleza parece reír y cantar. Es frente a las caballerizas de los Vulturi, tan admirablemente equipadas, como surtidas de buenos caballos. James y Edward escogen las monturas entre el ir y venir respetuoso de los mozos de cuadra...
—Los dos tienen una magnifica estampa. Pero los otros días vi un caballo en su cuadra que me hubiera encantado montar...un zaino de bastante alzada.
—Se refiere usted a Sultán. Efectivamente es un bellísimo animal; pero bastante peor que el de Isabella. Mi padre lo compró encantado con su buena estampa, o creyendo que por volver yo de los Estados Unidos, tenía  la habilidad de un cowboy. La verdad es que no lo he montado más que una vez y me hizo pasar un mal rato.
—Tal vez necesite hacerlo correr un poco. Si no le importa a usted prestármelo.
—Por mí no hay inconveniente alguno; pero le advierto que es un caballo difícil, y yendo con muchachas...
—Cuando se trata de muchachas tan audaces como Isabella Vulturi, hay que ir prevenidos. Ni ese lindo retinto que va usted a montar ni el alazán que quiere usted prestarme son capaces de competir con el caballo de su prima Isabella, si acaso se le desmandase...
—No lo creo. Ya le digo que lo domina de un modo admirable, y como anfitrión debo velar por la seguridad de usted.
—No se preocupe. Mande ensillar a Sultán.
— ¿Cómo, va usted a montar al "demonio de los Andes"? Así le llaman a ese caballo los mozos de cuadra.
Es Irina la que se acerca sonriendo, haciendo volverse a los dos jóvenes que la saludan deferentes.
—Y a todo esto, buenos días.
—Irina, pensé que no querrías montar con nosotros. —Le dijo James con una mueca de asombro y un tanto de disgusto, tenía la esperanza de que Irina rechazara la invitación.
—Pues ya ves. Me anime. Aunque Isabella quiso asustarme con el coco de que a las siete en punto teníamos que estar listas y arregladas. Ya ven, me levante temprano, fui a oír Misa, me he cambiado de traje e Isabella todavía no está. Claro que le gaste la broma de esconderle las botas de montar, y trabajo le doy para encontrarlas.
—Es usted traviesa como una chiquilla.
—La broma tendría mucha gracia si no nos reta Heidi a todos. ¿Quieres decirme donde se las ha puesto para ir a auxiliarla?
—En mi closet, pero aquí  tengo la llave.
Irina, con sus lindos pantalones de montar, su camisa de seda blanca, parece una chicuela. Los cabellos dorados sobre la espalda, risueños los labios y los ojos burlones, aun parece más menuda, más frágil de lo que es en realidad.
— ¿Quieres darme esa llave?
—No se la entregare sino al señor Cullen, que es el único que se ha dignado a sonreír, tú en cambio me has puesto una cara de juez.
—Es que si salimos muy tarde no podremos llegar hasta Copacabana.
—Sobre todo llevándome a mí que soy una demora. ¿Eso quieres decir, verdad? Hoy te prometo portarme como toda una amazona, y hasta galopar, siempre que sea a tu lado.
—Dame la llave, anda.
—Ya dije que al señor Cullen.
—¡Pero Irina!
—Tendré mucho gusto en entregársela a la doncella. ¿Quiere usted ocuparse, entre tanto en que me ensillen a ese "demonio de los Andes" del que hablamos antes?
—No tiene por qué molestarse. Esteban le llevara la llave a Isabella. —dijo James.
—Sera un placer. Supongo que hallare a alguien en el hall. Con permiso.
Se ha apoderado de la llave que Irina le ofrece y marcha rápidamente hacia la casa. En aquel traje que tan acostumbrado esta a llevar, se mueve con magnifica arrogancia, aunque el descuido de ciertos detalles hace sonreír a Irina que se vuelve zalamera hacia James.
— ¿Por qué no se habrá puesto corbata? ¿Te has fijado que tampoco lleva guantes? Este amigo tuyo más parece un buscador de minas que un muchacho de carrera...Tal vez con tu trato se refine algo.
—No creo que le haga falta. Me parece bien como esta. No todo el mundo puede ser lo mismo.
—Tal vez lo haga para gustarle a Isabella. ¿Te has dado cuenta de cómo le interesan los hombres rudos y salvajes?
—No me he dado cuenta de nada.
—Pues fíjate y veras. Estoy segura de que tu amigo Cullen le resulta admirable.

— ¿Cómo? ¿Lista ya?
—Con quince minutos de retraso, pero no por mi culpa.
—Ya lo sé. Traía la llave del closet de su prima Irina.
—Abrí con un cortapapel. Por fortuna la cerradura no era de seguridad.
— ¿Con un cortapapel?
—Sí. Haciendo palanca.
—Es usted muy hábil.
—Me defiendo como puedo de las pequeñas maldades de Irina.
—La considera usted una niña perversa.
—No es tan niña, y en realidad, no me he puesto a considerar lo que es. En este caso creo adivinar su intención; temió que si yo estaba lista antes que ella, James se empeñase en que nos marcháramos sin esperarla.
— ¿Ah, sí?
—No juzgue mal a James, es más bueno que el pan, pero Irina le abruma, le empalaga. No puede sufrir sus dengues y sus ñoñerías, especialmente en los paseos a caballo, de los que más de una vez he tenido que volver yo sola, a pedir que les envíen el auto; porque Irina se ha agarrado de su brazo y se ha negado llorando a volver a montar.
—Ya me imagino el disgusto de su primo, tan empeñado en gustar de la compañía de usted.
En la entrada posterior del hall, de la que se baja directamente al jardín, por cuatro escalones de mármol, se han detenido a hablar Isabella  y Edward. Ella ha prescindido de la chaqueta de su traje blanco de montar y la blusa de seda realza y destaca las líneas de su cuerpo perfecto. Los cabellos marrones son marco admirable de su cara un poco pálida en la casi total ausencia de maquillaje; los ojos parecen más profundos, los labios se le antojan a Edward Cullen como un rubí de fuego y sangre; todo en aquella mujer le fascina, le subyuga, le atrae; hasta ese temor, hasta ese espanto de que sea ella la mujer en quién debe vengar la muerte de su hermano; y ella parece gozar, como saboreando una gota de escondida miel, aquel resplandor de admiración involuntaria que dulcifica un instante las verdes pupilas de aquel hombre.
—Comprendo los sentimientos de James; y esa pequeña envidia un tanto celosa que Irina no puede disimular.
—Irina no tiene por que envidiarme. Su suerte es mucho más clara que la mía.
—Tiene que envidiarle cuanto es usted, cuando vale, cuanto hay en su persona de superior y admirable.
— ¡Señor Cullen!
—Perdóneme. No he sido capaz de disimular que me parece usted maravillosa, única.
Las mejillas de Isabella se han encendido con vivo rubor de enamorada. Por primera vez le turba la admiración de un hombre, y apenas acierta a contestar.
—No creo que sea cierto nada de eso; pero lo más agradable que me ha ocurrido en mi vida, es que usted lo crea, que usted lo diga, que usted lo piense. Pero es muy tarde. ¡Vamos con los demás!
—Buenos días, Isabella.
—Hola James. ¿Estás bien?
—Maravillosamente, puesto que te tengo delante. No pensé que pudieras llegar inmediatamente. El amigo Cullen debe ser una especie de mago.
—El milagro fue obra exclusiva de Isabella. Aquí están sus llaves, Irina.
— ¿Cómo abrieron?, ¿Cómo abriste? No me habrás roto la cerradura, Isabella.
—No, querida; me limite a descomponértela. Así estarán menos bien guardados tus secretos.
—Yo no tengo secretos. Y si llego a saber que ibas a hacer una cosa así...
—No me habrías gastado la broma de esconderme las botas. Ojala no vuelvas a hacerlo. Ganaremos tiempo.
—Aquí esta su caballo, Isabella.
—¡Cuidado, Isabella! Sebastián, sujétalo bien.
—Permítame a mí hacer las veces de palafrenero.
—Es lo que iba a hacer yo precisamente.
—Pues lo haremos a medias, no se preocupe usted. ¿Lista?

Hábil y audazmente la ha colocado sin esfuerzo en la montura inglesa, antes de que James tenga tiempo de hacer nada; pero ya Irina se agarra al brazo de su primo.
—Por lo visto no importa que yo me desnuque. Ayúdame a montar.
—Tu yegüita es más mansa que un perro faldero. Vamos, ¡arriba!
—Gracias. Eres muy amable. Con pedirte las cosas dos o tres veces es bastante.
—Creo que ahora no has necesitado tanto. Ahí traen ya su caballo, Edward.
— ¿Cómo, va usted a montar a Sultán?
—James ha sido lo bastante amable para prestármelo.
—Es un animal peligroso.
—Son los que me gustan, precisamente.
— ¿Le gustan las dificultades?
—Sí. Para vencerlas. Usted misma me lo dijo la primera vez que hablamos.
—Tengo que confesar que es verdad. Pero tenga cuidado, Sultán es capaz de darle un mal rato a cualquiera.
—Tampoco su caballo es un corderito. Este por lo menos me da la facilidad de alcanzarla, si el suyo se desboca.
—No hay cuidado.
—Por si acaso. No es justo tampoco que el caballo más brioso del grupo lo lleve una muchacha.
—Ah, vamos, es cuestión de superioridad masculina.
— ¿No cree usted en ella, verdad?
—A ratos.
—A ratos, es cierto; ya cuentan ustedes con la fuerza de su debilidad para dominarnos.
—Es nuestra única defensa contra la jactancia masculina.
—Bueno, esto es casi una escaramuza.
—El señor Cullen no pierde ocasión de presentar batalla a las mujeres.
—A las mujeres, no; a la mujer.
—Caramba, no le suponía a usted en las ideas de Schopenhauer.
—Me parece que has encontrado a un adversario digno de ti, Isabella.
—Ya se encargara Sultán de vengarme.
—No lo crea; conozco bien a los caballos. Este no es tan fiero como parece. Ahora vera.
Rápidamente, por sorpresa, Edward ha saltado ágilmente a la montura del fogoso animal, dominándole por completo en pocos instantes.
     ¡Magnifico!
     ¡Estupendo!
—Una demostración contra la que no sirven discusiones.
—En marcha.

****

— ¡Maravilloso paisaje!
—Yo lo hallo fascinante. Y he oído decir a muchos extranjeros que es uno de los más bellos rincones de la tierra.
Edward e Isabella han avanzado hasta el borde mismo de la especie de terraplén, desde donde se domina en efecto el fantástico panorama que forman, desde la base del Pan de Azúcar, la Bahía de Rio de Janeiro y la playa de Copacabana.
Un brillante sol de mediodía parece bruñir el azul maravilloso del cielo, y del mar y el verdor lujuriante de la costa, entre las anchas pinceladas de arena dorada y la línea airosa de los modernos edificios. No lejos de ellos los fogosos caballos descansan atados a la sombra de un árbol.
— ¿Frente a esto a veces resultan inútiles las palabras verdad?
Los ojos de Isabella parecen extasiarse en el paisaje; los de Edward la miran solo a ella, cargados de dudas, de interrogaciones, de locas ansias angústiales.
—Por aquí se baja hasta la playa por un caminito muy estrecho entre las piedras. Y de aquel lado, junto a la arena, hay una gruta con un manantial. Podríamos intentar bajar si no fuese tan tarde.
—Se ve que conoce usted el terreno palmo a palmo. ¿Estuvo antes aquí  muchas veces, verdad?
—Algunas. Este era el paseo favorito de su amigo Anthony.
— ¿Qué?
—Pero muy rara vez lo hicimos a caballo. Casi siempre veníamos en automóvil hasta el terraplén y bajábamos a la playa por el camino que le digo. Eran paseos que Irina organizaba.
— ¿Venían los tres solos?, ¿Venia también James?
—James no conoció a Anthony.
—Se encargaron de despacharlo antes de que él llegara.
— ¿Qué quiere usted decir?, ¿Despacharlo? No comprendo.
— ¿De veras no comprende?
— ¿Por qué he de comprender?
—Por nada. Son locuras mías, disparates. No haga caso.
—Se entristece usted mucho cada vez que piensa en su amigo. ¿Teme acaso que le haya ocurrido alguna desgracia?
— ¿Le interesa de veras saber la suerte de Anthony?
—Naturalmente, fuimos amigos; creo habérselo dicho en otra ocasión. Convivimos casi dos años. Más de una vez he pensado en escribirle; pero como no tengo la menor idea de donde está.
—Su carta llegaría demasiado tarde.
— ¿Cómo?
—Quiero decir, que está muy lejos. ¡Quién sabe por qué negras selvas de desesperación y de angustia! Aunque a él ya quiso darle el destino, el infierno en la tierra.
— ¿Que está tratando de decirme? ¿Que ha muerto?
— ¿Derramaría usted por él una lagrima?
—Me apenaría extraordinariamente que hubiera muerto. Pero no ha muerto, no es verdad. El hecho de que no sepamos de él no quiere decir nada. Los que se meten en la selva desaparecen a veces por años enteros.
—Más fácil es que desaparezcan para siempre.
— ¿Por qué tiene que pensar lo peor? Y  ¿por qué me lo dice de ese modo como si quisiera atormentarme?
—Si yo pudiera estar seguro de que es verdaderamente un dolor para usted la muerte de Anthony.
—Naturalmente que sería una pena. ¿Pero por qué me lo dice así? A veces no le entiendo, Edward, parece que estuviera usted loco, y la verdad, no es agradable.

—No se asuste, Isabella. Mis arrebatos son momentáneos. A veces me traiciona la fantasía, otras, tengo una especie de morbosa curiosidad por asomarme al corazón de las mujeres. Le gaste una especie de broma, me temo que bastante desagradable. ¿Quiere perdonarme?
—Claro. Pero le aseguro que llego a asustarme. Me sentí bastante mal. ¿No parece que Irina y James tardan demasiado?
—Ahí los tiene usted ya. Me ocupare de sus caballos para que descansen.

****

— ¿Preocupado, hijo?
— ¿Eh, que?
—Al menos, distraído y pensativo, eso no lo puedes negar y menos a mí que te conozco tanto.
La mano blanca, cuidada con señorial esmero de Aro Vulturi se ha apoyado afectuosamente en el hombro de su hijo, mientras la mirada bondadosa, comprensiva, parece interrogar más que las palabras.
—No volviste muy satisfecho del paseo de esta mañana. ¿Qué paso?
—Nada.
— ¿Estás seguro? Mucho me temo que la intromisión de ese amigo, me estoy referendo al señor Cullen, en vuestra intimidad, no haya sido muy acertada.
—Creo igual que tú, pero el mal ya está hecho. Además, no tengo nada contra él. Es un perfecto caballero y un hombre que vale mucho, demasiado.
— ¿Demasiado por qué? ¿No estás seguro de ti mismo? ¿Has comenzado a ver en él a un rival?
—Por favor, papá. Dejemos esto.
— ¿Por qué hemos de dejarlo? Lo que más me interesa en el mundo es tu felicidad. Y después, la de Isabella. Les veía a ambos muy bien encaminados. ¿Qué ha sucedido para que las cosas cambien? ¿Cuándo beberemos el champan de tus bodas?
—No lo sé, papá.
— ¿No te has decidido aun a hablarle a tu prima?
—Le hable.
—Ah…
—Le dije cuanto la quería, y me pidió una tregua.
— ¿Una tregua?
—Para pensar, para reconsiderar sus sentimientos; para estar seguro de los míos, que cree un capricho pasajero, una ventolera de niño mimado.
—Si no es más que eso, en ti esta convencerla de lo contrario.
—Y con el alma confiaba poder hacerlo, papá. La noche que le hablé, la del baile, hace ya casi dos semanas, me sentía seguro de mi mismo, fuerte, optimista, confiado, ahora es distinto.
— ¿Por Cullen?
—Edward Cullen vale diez veces más que yo, padre, e Isabella es lo bastante mujer para comprenderlo y valorarlo.
—No digas eso. No aceptes esa idea como definitiva; lucha, defiéndete, demuestra lo que eres y lo que vales disputándole su corazón  valientemente. Isabella es buena; te conoce, te quiere, y si tanto la quieres, bien vale la pena.
— ¡Es verdad! La quiero tanto, tanto, que mi gran amor tiene que servir de contrapeso para los meritos que me faltan. ¡La adoro, padre, la idolatro! Luchare con todas mis fuerzas para recuperarla. Era mía, la estaba haciendo mía y… y, ¡Irina!
Al volver la cabeza ha visto a Irina de pie en la puerta del despacho, escuchando ávidamente sus palabras, pálido el lindo rostro, torcida la boca de angustia, relampagueantes los grandes ojos claros.
—Perdón, perdón si he llegado a interrumpirles. Venía a buscar a tío Aro. Tía Heidi me mando a buscarlo. Está en su cuarto. ¿Quieres ir, tío?
—Voy allá.
Se ha ido mientras Irina va hacia James, para hablarle con lágrimas en los ojos.
—Perdóname, James, perdóname. Yo no quería escucharte, fue sin querer. Pero me da mucha pena. Me da mucha pena lo que has hablado.
—No tiene que darte pena; ni veo qué razón puedes tener para llorar.
—Perdóname otra vez. Ya están secas mis lágrimas, mis pobres lágrimas, mías tenían que ser para disgustarte.
—Irina!
—Pero no te molesto mas, no quiero molestarte. ¿Ves? Contra mi voluntad sigo llorando. Más vale que me vaya; te libraré del fastidio de mirarme llorar. Perdóname, perdóname. No sirvo para nada.
Se ha ido despacio, cruzando el hall, mientras se seca las lágrimas, tal vez esperando que la voz de James la detenga, que vaya tras ella a consolarla; pero James no ha dado sino un paso, deteniéndose al ver aparecer otra figura, la que enciende sus sueños, la que llena su alma.
—Isabella!
— ¿Que ha pasado, James?
—Nada, o casi nada.
—Irina iba llorando.
—Ya sabes que para eso no es necesario mucho.
—Desde luego; pero...
— ¡Pobrecita, es muy buena; pero resulta  insoportable!
— ¡James!
—Sigue siendo la misma chiquilla que no me dejaba jugar cuando venia yo a casa por vacaciones. No había diversión que no me estropeara; pero luego todo eran mimos, dengues y lágrimas.
—Ya, ya.
— ¿Te sonríes?
— ¿Qué otra cosa puedo hacer? Me hace gracia ver que por primera vez le está fallando su sistema.
— ¿Su sistema? ¿Piensas tu que es así por sistema?
—No sé qué decirte. En realidad Irina, que a ti te parece tan criatura y tan diáfana, es para mí un enigma.
— ¿Que estás diciendo? ¿Un enigma?
—Más vale que te rías. Quisiera poder pensar como tú.
— ¿Te ha hecho algún daño, Isabella? ¿Tienes alguna queja seria contra ella? Dime la verdad.
—Pensándolo despacio, no tengo nada concreto de que acusarla; y aunque lo tuviera no lo haría, así es que dejemos el tema en paz.
— ¿Por qué no lo harías? ¿No tienes conmigo toda la confianza necesaria?
—Claro que la tengo; pero no me gusta juzgar a los demás. Cada uno es como Dios lo ha hecho, a su modo y a su manera; unos remontarse como las águilas, otros se arrastran como los gusanos.
— ¿Que quieres decir? ¿A quién te refieres?
—A nadie. Era una imagen para comparar.
—Isabella.
Le ha tomado tiernamente la mano, que tiembla entre las suyas como si quisiera escapar, y clava en los ojos marrones los suyos suplicantes.
—¡Isabella! ¿A qué precio podré ganar tu amor? ¿A cambio de que esfuerzo, de que sacrificio, de que hazaña?
—James querido, habíamos convenido en no hablar de amor por una temporada.
—Ya lo sé; pero hay cosas más fuertes que la voluntad. Isabella, respóndeme a lo que te he preguntado, ¿qué prueba, que esfuerzo, que sacrificio es menester?
—Por Dios, James; recuerda nuestro pacto.
— ¡No puedo recordarlo! ¡Solo sé que te amo, y como te amo!
— ¡Oh, Edward!
En efecto; Edward Cullen acaba de llegar y se inclina ceremoniosamente frente a Isabella.
—A sus pies, Isabella. ¿Como esta, James? Temo haber llegado a destiempo, demasiado temprano.
— ¿Temprano para qué?
—Absolutamente a destiempo, efectivamente. Me había invitado usted esta tarde para unos asaltos en la sala de armas.
—Es verdad, Edward; dispénseme. Mi cabeza anda mal.
—No lo culpo.
Ha sonreído levemente irónico, mirando a la bellísima muchacha, ahora absolutamente desconcertada, y aun le parece más hermosa encendidas de rubor las mejillas, huidizas las pupilas chocolate bajo las espesas pestañas.
—Me dijo que los viernes solían reunirse unos cuantos amigos en la sala de armas y añadió usted que hasta Isabella tiraba a veces su cuarto a espadas, cosa que me sorprendió y me hizo bastante gracia, era la única habilidad que le faltaba a la señorita Vulturi.
Isabella se ha erguido como si el fino dardo le hubiera herido en lo más hondo. En un instante ha recobrado todo su aplomo, todo su admirable dominio de la situación y aunque sonríen sus labios hay un relámpago de desafío en la ardiente sombra de sus pupilas.
—Me gusta la esgrima y dicen que no lo hago del todo mal. Más que mi cuarto a espadas, puedo echar esta tarde un asalto a florete, y contra usted también, señor Cullen.
— ¿De verdad?, pensé que no cruzaba usted sus armas con los varones.
—Entonces no podría cruzarlas con nadie. Creo que en todo Rio no pasamos de tres aficionadas; claro que a mí me viene de casta, era el deporte favorito de mi padre. En nuestra casa de la Pua Dos Mares, teníamos una gran sala de armas.
—En este caso será un alto honor.
—Que con su permiso reclamo para mi primero. Desde que he llegado estoy queriendo hacer esgrima con Isabella, sin lograr que se disponga a practicar un rato. Creo que tengo derecho a reclamar mi prioridad.
—No puedo discutírselo, aunque defiendo el segundo lugar.
—Caramba, voy a tener que traer un carnet como en los bailes; porque Félix Moreau y Alec Bright también están esperando la ocasión, y creo que vendrán esta tarde.
—Esos no cuentan. Y sé que los derrotarás con mucha facilidad.
—Luego, es usted temible.
—Aguarde a juzgar por sí mismo, Ingeniero. Y piense que por orden cronológico le corresponde el último lugar; pero los últimos serán los primeros.
Ha sonreído con coquetería deliciosa, a tiempo de señalar el precioso reloj de porcelana que adorna la chimenea de mármol.
—Son las cinco y cuarto. Mi tía no tardara en mandar que sirvan el té. ¿Me permiten que vaya a cambiarme de traje?
—Supongo que todos tendremos que hacerlo. Yo no vine preparado porque pensaba tener solo el papel de espectador.
—Tengo dos petos y caretas en abundancia. ¿Quiere venir conmigo a mis habitaciones? Ya encontraremos algo que le sirva.
Le ha tomado del brazo, pero quedan inmóviles mirando alejarse la figura arrogante y grácil, tras la que parece írseles el alma.
—No hay otra mujer como Isabella.
—Tiene razón, James; ¡no la hay!

****

—¡Ah, Irina!
— ¿Te extraña encontrarme en tu cuarto?
—Un poco. ¿Qué ocurre?
—Nada.
En la butaquita forrada de cuero, que con la lámpara, él estante de libros y la mesita fumador forman un grato rincón de estudio en la habitación de Isabella, Irina Vulturi, sentada en desenfadada actitud, aspira con deleite el humo de un cigarrillo, mientras sus ojos ahora fríos y burlones, recorren la estancia para fijarse luego en el rostro sorprendido de su prima.
— ¿Sabes que tienes un cuarto muy agradable? Lo has arreglado con muy buen gusto y con mucha originalidad.
—El tuyo es mucho más lujoso.
—Lo arregló tía Heidi, como para el bebé que imagina que soy.
—En todo caso para un bebé real. Creo que tienes los muebles más caros de la casa.
—Tía Heidi me quiere mucho, ¿te molesta?
—Absolutamente nada.
—Es muy propia de ti esa respuesta; exactamente la que esperaba. Te importa muy poco que te quiera tía Heidi.
—No he dicho eso.
—Lo das a entender, que es igual. Nunca hiciste nada por conseguir que te quisiera, ni que te estimara, y ahora te extrañara que se oponga a que te cases con su hijo.
— ¿Qué?
— ¿Te extraña que yo este enterada?
—No. Ya sé que te las arreglas para enterarte de todo; pero desde luego me sorprende tu actitud, tu manera de hablarme, y hasta el haberte encontrado en mi cuarto donde nunca sueles entrar.
— ¿Vine a fumar un cigarrillo, sabes? Me encanta fumar, pero tía Heidi siempre habla mal de las mujeres que fuman, y prefiero que no vea cigarrillos y colillas en mi cuarto.
—Las dejas en el mío, ya lo veo.
—Tía Heidi casi nunca viene por acá, y después de todo, a ti que más te da. No es más que un detalle.
—Pero da la casualidad de que yo no fumo.
—Bah! Es un pecado venial, y tú tienes bastante desfachatez para decirle a tía Heidi que fumas porque te da la gana. Entra en tu tipo; en el mío no, ¿sabes?
— ¿Irina, que te propones?
— ¿Que quieres que me proponga? Nada, sólo hacer un esfuerzo para que seamos amigas.
—Somos parientes.
—Ya lo sé; pero amigas no lo fuimos nunca. Siempre me miraste desde tu altura, como una cosita insignificante.
—Sí. Como una pequeña cosita capaz de morder y de arañar. Más de una vez, recién llegada a esta casa, me clavaste las uñas o los dientes.
—¡Oh, Isabella!
—Claro que luego ibas a refugiarte en los brazos de tía Heidi, llorando de una manera que no podía caber la menor duda de que tú habías sido la lastimada.
—¡Que rencorosa eres, Isabella! Todavía te acuerdas de esas tonterías de la infancia.
—Tonterías que hicieron a tía Heidi encerrarme en un colegio, antes de los seis meses de tú haber llegado.
—Un colegio de donde saliste maravillosamente bien educada. James está encantado de tu cultura, todo el mundo se hace lenguas de lo mucho que sabes.
—Supongo que esperas que te lo agradezca a ti.
—Después de todo, podías mirar así las cosas con un poco de buena voluntad, y no guardarme rencor.
—No te le guardo.
— ¡Magnifico! Entonces, ¿por qué no te sientas para que charlemos como dos hermanas? Nunca lo hemos hecho.
—Otro día será. Hoy tengo que cambiarme de traje; me esperan los muchachos.
— ¡Ya! James; y a Edward lo sentí llegar.
— ¿Lo sentiste?
—Estabas muy acaramelada con James.
—¡Ah! Nos estabas espiando.
—Espiar es una palabra muy ofensiva; vi por casualidad. James te agarraba las manos, iba a besarte. Edward llegó con mucha oportunidad; que si no...
—Si no, no habría pasado nada. No es cierto que James fuera a besarme.
— ¿Me permites que no lo crea?
—Cree lo que te dé la gana y discúlpame, voy a vestirme.
—No creo que te estorbe mi presencia; hasta puedo ayudarte. Estarás encantada de poder lucirte en traje de esgrimista delante de tus admiradores, es una de tus excentricidades que hacen más efecto.
— ¡Irina, basta! ¿A qué has venido?, ¿Qué te propones averiguar?
— ¿Yo?, ¡Nada!
— ¿Por qué no me dejas tranquila?
—Quiero ver cómo te arreglas, descubrir el secreto de tu maquillaje, saber en qué consiste el atractivo misterioso que te hace manejar a los hombres como marionetas.
— ¿De dónde sacas eso?
—Salta a la vista. No te hablo de los demás, a los que te has cansado de dar calabazas; vamos a dejarlo en los dos últimos: Edward y James.
— ¿Quieres dejar a Edward en paz?
— ¿Por qué?, ¿Es el preferido?
—No es nada; déjame.
—Te gusta horrores; ya lo sé, y te gusta precisamente porque no puedes manejarlo.
— ¡Irina, basta!
—Es además un gran recurso para poner a James fuera de sí, para obligarlo a que piense en casarse. Si no hubiera sido por Edward no estaría tan decidido.
— ¿Quieres callarte? No me interesa lo que digas, ni con qué intención lo digas; quiero que me dejes en paz.
—Está bien. Con una condición: ¡Renuncia a James!
— ¿Qué?
—Júrame que pase lo que pase no le oirás una palabra de amor, ni accederás a lo que te pida.
— ¿Pero Irina, con qué derecho?
— ¡No te cases con James, Isabella! No serás tú la dueña de esta casa. Júrame, dame tu palabra de que seguirás rechazándolo, o vas a tropezarte conmigo.
— ¿Y quién eres tú para pedirme ese juramento y esa promesa?, ¿Con que derecho pretendes mandar en mi vida y en mi alma?, !Yo hare lo que quiera, lo que mi corazón  me pida, lo que me mande mi conciencia y nada más!
— ¡No! No, Isabella; ¡con James no te casarás!
 Ha dicho estas palabras saliendo por la puerta, totalmente transfigurada. Enérgica, agresiva, desafiante se alza como una viborilla dispuesta a morder, y por sus ojos verde azules, cruza aquí el diabólico relámpago que le da ese extraño parecido a un felino.
— ¡Irina!
Se ha ido corriendo. Isabella ha dado unos pasos hacia la puerta como si fuera a detenerla; pero es ella la que se detiene bruscamente paralizada. Que le importa James, después de todo; ¿si solo un afecto de hermano le hace escuchar bondadosamente sus palabras de amor?
Otra figura es la que parece erguirse ante sus ojos; aquel hombre altanero de mirada de águila, aquel Edward Cullen dominador y fascinante, en cuyos extraños ojos ha leído tantas veces la palabra de amor que no confiesan los labios.
Rápidamente va hacia el amplio espejo de su cuarto; se contempla a sí misma. Es lo bastante mujer para no ignorar ninguno de sus encantos, para saber hasta qué punto son poderosas sus armas, y un solo propósito arde en su pecho. Llegar al corazón de Edward Cullen, conquistarlo, hacerlo suyo, e irse después muy lejos de aquella casa, cuya atmosfera cargada de intrigas parece asfixiarla.
Lejos de Irina, de doña Heidi, de James, con su ingenuo amor, que no es capaz de corresponder. Sólo al pensar en el tío Aro, tan parecido a su padre, el corazón tiembla como si sangrase; pero otra vez le deslumbra le imagen de aquel hombre, que por sí solo representa cuanto soñó que la vida pudiera brindarle.
Amor, amor inmenso; aunque fuese empañado de lágrimas y teñido de sangre; el amor que pide su alma ardiente para quemarse en el cómo en una gran hoguera que se consumiese alumbrando.


2 comentarios:

  1. holaaaaaa guau estosscapituloss estan buenisimoos estan cargadoss de sentimientos y emociones irina es una viboraaa no la soportoo y jamess todo bien que ame a bella perooo no me gustaa y no me lo bancoo...es bueno y todo lo que quierasss pero no va con bella...yy edwardd mmm la conversacion que tuvo con bella sobre antony ...es todoo medioo intigante y cuando bella dijo que lo despacharon muy prontooo ...y luego dijo que erann cosas de ella...esoo me dejo pensandooo....yo digo que es irinaa la que jugoo con el y edward va a hacer su venganzaaa para bella por que creeque es ellaa...bueno te mando un beso enormee!!!! nos leemos en el proximo!!!! adios!!!

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  2. Ahhhhhhhhhhhhhhh entonces bella ya admite que siente cosquillitas de amor por edward, ainsh esto se pone mas y mas bueno
    Me gusto el capitulo, odio a irina por zorra y falsa mosca muerta
    BESOS DESDE GUANAJUATO MEXICO

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