Después de que Edward abandonara la habitación, Bella llegó como zombi al cuarto de baño, sus movimientos eran robóticos, completamente mecánicos. Abrió la llave de la bañera, y se metió en ella para tratar de relajarse. Cerró sus ojos y se hundió hasta el cuello. Unas lágrimas salieron de sus ojos, y un sollozo lastimero abandonó su boca haciendo que su cuerpo temblara brutalmente. Cómo era posible que haya permitido que Edward la tratara como a una prostituta, donde había quedado el amor y la ternura que un día le profesara, que fueron de las promesas hechas ante el altar que los vio unir sus vidas en lo que creyó que había sido para siempre. Todo se había perdido, se había acabado hacía siete años, él había terminado con ella, y la hacía echado de su vida cómo si de un animal se tratase, pero había quedado lo que siempre destruye, lo que acaba hasta con el sentimiento más puro "la pasión".
De repente se sintió sucia, se sintió culpable de lo que había pasado, si no lo hubiera provocado, si no hubiera salido huyendo, si no lo hubiera permitido, pero principalmente, nunca debió de haberlo llamado. Al momento en que todas estas ideas cruzaban su mente se tallaba fuertemente el cuerpo, queriendo borrar las huellas de sus besos, de sus caricias, pero quedarían las más dolorosas grabadas en su cabeza y en su corazón partiéndolo en mil pedazos, sus palabras. Él ya no la amaba, solo quería vengarse convirtiéndola en su amante.
Después de tratar de eliminar cualquier rastro de Edward de su cuerpo, pasó la noche acurrucada en medio de la inmensa cama tratando de eliminar de su mente cualquier recuerdo sobre lo que allí había acontecido. Sin embargo, la noche la había vuelto vulnerable. Le resultaba imposible no regodearse en aquellas imágenes tan eróticas que estaban torturándola con el paso de las horas.
Contempló el amanecer de Atenas con gran tristeza, pero, después de tomar un buen desayuno en la habitación, se sintió mucho mejor. Lo impor tante era olvidarlo y tratar de seguir adelante, después de todo ella llegó ahí buscando una sola cosa, el divorcio, y aunque no lo había coseguido abandonaría aquella ciudad con toda dignidad. Fijó la mirada en el profundo azul del mar Egeo apoyada en la barandilla de la terraza, se despedía en silencio de la ciudad. De pronto, su teléfono móvil sonó.
El corazón le dio un vuelco. Sabía exactamente quien sería. Edward.
Apoyó su taza de café sobre la mesa. Le diría que no tenía ninguna intención de cambiar de idea. No importaba lo que le dijera y lo tentada que ella estuviera. Le diría que no.
Pero no era el nombre de Edward el que parpadeaba en la pantalla del móvil, sino el de Alice.
Frunció el ceño desconcertada. Después, aceptó la llamada.
—Hola, Caro, ¿va todo bien?
Hubo una pausa.
—Bueno, depende...
— ¿Le ocurre algo a Evan? —preguntó Bella rápidamente
—No Evan está bien pero...
Alice le contó toda la historia. Su casero se había cansado de esperar. Se le había agotado la paciencia. Quería que le pagara todo lo que le debía. Y lo antes posible.
Bella alzó los ojos al cielo. Aunque no fuera una mujer de negocios realmente exitosa, sabía que no podía culpar a aquel hombre por reclamar lo que era suyo.
— ¿Qué es lo que te ha dicho Edward? — le preguntó Alice de repente—. ¿Va a darte el dinero? ¿Ha sido razonable?
Razonable no era un adjetivo aplicable a su marido y así quiso decírselo Bella. Sin embargo, cuando estaba a punto de hacerlo, se mantuvo en silencio. ¿Qué iba a decirle?, ¿Qué Edward no tenía intención de darle el dinero a menos que ella le pagara con favores sexuales como si fuera una prostituta? y después ¿qué?, ¿Sería capaz de decirle que había rechazado su propuesta?
Aunque trabajara como camarera, cocinera y en su tiempo libre atendiera cócteles, Bella jamás ganaría lo suficiente para saldar la deuda que Alice tenía con su casero. Además, mientras tanto, sus deudas seguirían creciendo. Pero Alice tenía un hijo al que alimentar, y no podía hacerlos pasar penas por su culpa.
— ¿Entonces? —preguntó Alice interrumpiendo sus pensamientos—. ¿Han llegado a algún acuerdo?
Bella cerró los ojos. Ya había tenido relaciones sexuales con él y, aunque después se había sentido como una cualquiera, ciertamente, le había gustado. ¿Acaso era un sacrificio tan duro?, tal vez su alma se consumiera en el proceso, aunque su cuerpo lo gozara, pero sacrificaría lo que fuera necesario por su prima y su sobrino, ellos no tenían la culpa de nada, además Alice siempre la ayudó en lo que pudo, era hora de pagarle esos favores.
—Si —contestó apesadumbrada— Hemos llegado a un acuerdo. Pero probablemente tenga que permanecer unos cuantos días más en Atenas para solucionar todo el papeleo —mintió a medias, no quería que su prima se preocupara por ella, ya no tenía caso.
—Está bien Bella, pero si ese cerdo te obliga a hacer algo que no quieres a cambio de darte el dinero, no te preocupes por nada, no lo dudes y regresa inmediatamente a casa. Ya buscaremos la manera de salir adelante.
Bella esbozó una sonrisa triste, si Alice supiera lo que estaba a punto de hacer.
—No te preocupes duende, todo estará bien, dale muchos besos al mostrito de mi parte. Cuídate mucho pequeña, te quiero mucho.
Tras hablar con Alice, y antes de que pudiera arrepentirse, marcó inmediatamente su número.
Las manos le temblaban mientras buscaba su nombre en el directorio. Una vez echa esa llamada no habría marcha atrás. En unos cuantos minutos empezaría una batalla campal de sexo y tortura que duraría una semana completa. Esperaba salir al menos con algo de cordura y paz de esa batalla.
— ¿Ne?
—Soy yo, Edward —la voz le temblaba y su corazón latía desbocadamente.
Por supuesto, la había reconocido.
—Hola, Bella —contestó suavemente.
—¡Vaya! Suponía que mi llamada te sorprendería —dijo con algo más de tranquilidad y enojo, le molestaba la seguridad con la que seguía controlando su vida.
—En absoluto. De hecho, estaba aquí tumbado esperando a que llamaras.
— ¿Tan seguro estabas de que no sería capaz de resistirme a tus encantos? —pronunció con cinismo, en ese momento su corazón se estaba destrozando.
—Bueno, lo has hecho durante siete años, pero supongo que mi dinero te resulta mucho más atractivo.
Sintió ganas de defenderse, pero aquello no funcionaría a menos que ella dejara a un lado su orgullo y sus sentimientos. Tenía que ser rápida y práctica. El ya no era el Edward de antaño, así que no le resultaría tan difícil hacerlo.
— ¿No crees que deberíamos dejar claras cuales son las condiciones?— le preguntó con calma.
A Edward le pilló desprevenido que se mantuviera tan firme y le hiciera preguntas tan pragmáticas, ya que esperaba que se hubiera comportado de una forma más resignada. Por un momento quiso mandarla al infierno. Tan sólo la veía como a una avariciosa arpía de sangre fría. De hecho, era mucho peor de lo que inicialmente había pensado.
Pero, ¿acaso iba a frustrar eso el objetivo de su plan? ¿Acaso no había esperado ya lo suficiente para vengarse? Además, no importaba cuántos encuentros sexuales satisfactorios hubiera disfrutado, ninguno se comparaba a lo que sentía con Bella. Ella era para él todo un mito sexual. Un mito que ya era hora de enterrar. Además todo el mundo sabía que la fantasía era mucho más poderosa que la cruda realidad.
—Por supuesto que podemos acordar las condiciones. En primer lugar, nuestro acuerdo tendrá una duración de siete días.
Bella cerró los ojos. ¿Podría soportarlo?
—Muy bien.
—Y durante todo ese tiempo te comportarás exactamente cómo una amante debe comportarse
Bella experimentó un pequeño ataque de celos. ¿Cuántas amantes habría tenido?
— ¿Quieres decir que existe un código de conducta? —le preguntó furiosa.
Edward se percató del tono irónico de sus palabras. Adivinado la causa, sonrió lleno de satisfacción.
—Naturalmente que existe. Una amante debe ser dócil y complaciente. Debe disfrutar del sexo y, si así se le requiere, acceder a él en cualquier lugar y en cualquier momento.
«¡No puedo seguir con esto!», se dijo a sí misma, era demasiado para su ya lastimado corazón. Pero todo lo hacía por Alice y por su sobrino, se recordó.
— ¿Y qué significa eso exactamente?
Simplemente con imaginárselo, Edward empezó a excitarse.
—Llevarás siempre lo que me plazca y me permitirás vestirte. O desnudarte. Y no permitiré que protestes. No dejaré que me acompañes luciendo el tipo de vestido que llevabas la otra noche.
—Siento no haber parecido lo suficientemente elegante para tu gusto.
No le gustaba nada oír aquel tono de voz, le gustaba mucho más cuando Bella estaba alegre, pero no quería alejarse del objetivo. En absoluto quería que ella le gustara.
—Mi reputación se vería afectara si aparentaras ser vulgar.
—En ese caso no sacare de la maleta mis tacones de aguja de color blanco con tacón transparente —contestó irónicamente.
—Oh, sí. Hazlo, por favor —susurró—. Pero resérvalos para cuando llegue el momento de irnos a la cama.
Aquello le recordó cómo era el antiguo Edward. Y aquello le asustó. Le asustó porque le recordaba por qué se había enamorado de Edward. No había sido sólo por su irresistible atractivo físico, sino porque también era divertido. Y en la batalla de sexos, toda mujer sabe que eso es una de las armas más poderosas.
—Muy divertido.
—Tampoco, y bajo ninguna circunstancia, hablaras a la prensa de este acuerdo.
— ¿Realmente crees que sería capaz de ir contando por ahí una cosa así?
Hubo una pausa.
— ¿Por qué no? Ya me has demostrado lo lejos que eres capaz de llegar si hay dinero de por medio.
Aquel era el comentario más doloroso que podía haberle hecho. Sin embargo, la crueldad de sus palabras podría ayudarla. Así le resultaría mucho más fácil mantener sus sentimientos a raya, y recordar que ese ya no era su Edward, ese había muerto desde aquel día en que la encontró con otro.
—Así que, ¿ésas son todas tus condiciones?
—Ne —asintió mirando su erección bajo las sábanas de algodón egipcio y deseando que ella estuviera allí para poder aliviarlo—. Así es.
—Entonces quizá quieras oír las mías.
Edward frunció el ceño.
— ¿Qué son...?
—Yo tampoco quiero que nadie se entere de esto. —le dijo fervientemente—. Ni tu familia, ni tus amigos, ni nadie. Por favor.
— ¿Crees que voy por ahí cotilleando? ¿O quizá piensas que me gustaría presumir de semejante conquista?
—No lo sé.
— ¡Me estás ofendiendo!
—Al igual que tú lo has hecho al hacerme esta proposición.
Hubo una pausa tras la cual él empezó a reírse. —Oh, Bella. Eres muy lista —dijo suavemente—. Muy lista. Me provocas a propósito para hacer que dé marcha atrás, ¿verdad? —soltó una carcajada—. En sentido figurado, claro.
— ¡No seas idiota!
—No te quejabas de ello anoche —contestó—. Pues no, créeme, no cambiaré de idea.
A pesar de su determinación, estaba preocupado. Aquello le hacía darse cuenta de que, a diferencia de muchas otras mujeres, Bella siempre había tenido la habilidad de estimular una parte de su cuerpo.
Su mente.
—Hay otra cosa —añadió Bella al recordar la angustia con la que Alice la había llamado—. Me gustaría recibir algo de dinero por anticipado.
— ¿Un anticipo? —repitió asombrado.
Ella supo que tenía que actuar con descaro. De ninguna otra forma funcionaría. —Digamos que es un anticipo por lo que sucedió aquí anoche.
— ¡Theos! —exclamó con desagrado—. Adoptas los hábitos de una prostituta con total naturalidad.
Bella cerró los ojos suplicando armarse de valor para poder afrontar aquello.
—Tenemos un trato, Edward. Cíñete a las condiciones, ¿quieres? Quiero dos mil libras por adelantado. Haz el favor de depositarlos en mi cuenta esta misma tarde, por favor.
— ¿Realmente crees que lo de anoche valió tanto?
—Creo que valdría mucho más —le contestó sinceramente. Renunciar a sus valores y dejar a un lado su orgullo seguramente valía mucho más que dos mil libras.
—Haré que te las depositen inmediatamente. Después, mi chófer irá a recogerte para que te reúnas conmigo y puedas así empezar a ganarte la segunda parte del dinero.
Por un momento, Bella se sintió mareada. Sus insultos eran una cosa, pero la rapidez con la que pretendía formalizar el acuerdo era sobrecogedora. Ni siquiera había tenido tiempo de asimilar la idea de convertirse en su amante...
— ¿Cuando? —Preguntó sintiéndose, de repente, nerviosa.
—Ahora mismo.
— ¿Ahora? —repitió asombrada.
—No veo razón por la que prolongar más esta espera, ¿acaso tú sí?
¿Qué otra opción tenía? Ninguna, ya era demasiado tarde. Ahora sólo trataría de nadar lo mejor posible en ese mar de venganza y crueldad que él le tenía preparado, para evitar que la ahogara y terminara aplastándola como si en el fondo de este se encontrara.
—De acuerdo —asintió con resignación.
Cuando el chófer llegó y le entregó el comprobante del depósito, Bella se dirigió inmediatamente a la recepción del hotel para que le enviaran el giro a Alice. Sin duda, ella estaría esperando el dinero. Después de haber hecho la transferencia, Bella se sintió mucho mejor y pudo empezar a relajarse, pero como el trayecto en coche hasta el otro lado de la ciudad duró tan poco, se puso nerviosa otra vez enseguida. El hotel que Edward había elegido era impresionante. Se trataba de un edificio altísimo y resplandeciente rodeado por jardines floridos de exóticas flores. Dentro la iluminación era tan suave y tenue que entrar allí resultaba verdaderamente acogedor después de aquel sol de justicia. Bella sabía que, al elegir aquel lugar, Edward estaba queriendo ser discreto. De hecho, no parecía haber rastro de más huéspedes.
El botones la acompañó hasta el ascensor y la condujo hasta la habitación. Fue el mismísimo Edward quien abrió la puerta. Al hacerlo, se quedó paralizado. Incluso tiempo después de que el botones se hubiera marchado. Simplemente permanecía allí como si tuviera todo el tiempo del mundo para contemplarla.
Iba vestido de manera informal. Llevaba unos pantalones vaqueros y una camiseta blanca de seda que marcada toda su musculatura. Además, al llevar el primer botón de los pantalones desabrochado, también quedaba expuesta la firmeza de su blanco y plano vientre.
—Me has estado haciendo esperar.
Bella sabía que probablemente tenía razón puesto que había tardado bastante en transferirle a Alice el dinero. Pero si la batalla comenzaba en ese instante, ella la sobrellevaría planeando sus estrategias, jugando con el enemigo. Esta vez no dejaría que Edward se le metiera tan dentro de la piel como la primera vez.
—Ya sabes que las mejores cosas de la vida se hacen esperar —le sonrió—. Ahora, ¿no vas a invitarme a entrar?
—Quizá tenga otra cosa en mente —murmuró—. Quizá quiera tomarte aquí junto al quicio de la puerta.
Se le aceleró el pulso, pero pudo ser capaz de mantener la sonrisa.
— ¿Crees que sería buena idea? Podría verte algún otro huésped —dijo al tiempo que posaba sus pequeñas manos en su musculoso pecho, y se pegaba a él lentamente.
Ese acto tomó a Edward desprevenido, pero rápidamente recobro el control.
— ¿Otro huésped? No hay más huéspedes en esta planta, agapi. Esta área del edificio me pertenece. Nadie nos molestará. Estás a salvo. Ahora, ven y bésame —la sujetó fuertemente por la cintura y la pegó aún más a su cuerpo.
Tener relaciones sexuales con él era una cosa, pero besarlo era algo muy íntimo, algo que le recordaba el pasado cuando ambos habían compartido verdaderos besos de amor. Si se negaba a besarlo, Edward vería aquello como un desafío, así que tendría que actuar de manera sutil. Tenía que evitar besarlo en vez de negarse a hacerlo. Tendría que traerle de alguna forma.
Sacudiéndose la melena de encima de los hombros con un seductor movimiento, Bella dedicó una sonrisa a su marido
—Primero vamos dentro, ¿quieres? —dijo mientras se zafaba sutilmente de su agarre y entraba a la habitación contoneando provocativamente las caderas, quería jugar con él, y al menos hacerlo sufrir un poquito comparado con todo lo que ella había sufrido.
Edward la vigilaba como lo haría un depredador con su presa. A pesar de que se había percatado de su táctica evasiva, no iba a hacer nada para disuadirla. La contempló mientras entraba a la habitación. Caminaba como si aquel lugar le perteneciera y le encantaba ver cómo contoneaba las caderas bajo el fino tejido de su vestido de algodón blanco. ¿Le estaba intentando demostrar que podría mantener su independencia durante esa semana? ¿O acaso le estaba haciendo ver que realmente tenía derechos sobre sus propiedades?
Por primera vez, Edward pensó que a él también le interesaba acabar con aquel matrimonio lo antes posible. Si, de repente, Bella desarrollaba el gusto por el lujo, podría darse cuenta de todo lo que se había estado perdiendo y de lo insignificante que había sido su propuesta inicial.
¿Y sí durante esa semana se daba cuenta de que, cualquier abogado medianamente bueno, podría reclamarle la mitad de su fortuna? Bueno, para su satisfacción, Bella jamás podría costearse un abogado tan bueno como para conseguir eso.
Sin embargo, Edward sabía lo suficiente acerca de la condición humana como para saber que no debía mostrar signos de duda o recelo. Si Bella adivinaba su punto débil, entonces podría sacarle hasta el último euro que tuviera. Y jamás permitiría que una mujer, que además lo había traicionado, lo despojara de su fortuna.
Debía ser cuidadoso y evitar que los encantos de su cuerpo lo cegaran. En realidad aquel acuerdo sólo estaba basado en el...
Mientras contemplaba cómo Bella miraba a su alrededor, Edward sitió cómo el calor se apoderaba de él. El deseo que sentía por ella le excitaba tanto... ¿Por qué? ¿Por qué siempre le sucedía lo mismo con ella?
—Vienes vestida de blanco como la novia que un día fuiste. ¿Estás intentado aparentar ser ahora la misma virgencita?
El corazón le latía con tanta fuerza que le dolía. Había empezado la batalla y eso sólo era el comienzo.
—No. En absoluto.
—Claro que no. Ahora ya no lo eres. No cómo la primera vez. ¡Ah, qué placer me dio aquello!
La súplica que había en sus grandes ojos marrones era auténtica. —Edward, por favor.
— ¿Qué? Esta es una oportunidad única. ¿Seguro que no quieres aprovecharla?
—No, es la última cosa que quiero.
—Bueno, pues yo sí quiero. Dime, oreos, anoche, ¿fue diferente?
— ¿Diferente a qué? —dijo consciente de que aquella prueba a la que estaba siendo sometida tenía más que ver con el poder que con el sexo.
—Distinto que con los otros, ¡naturalmente! –no importaba cuáles fueran sus sentimientos hacia Bella ahora, él aún no podía liberarse de la creencia de que era suya. Su esposa. Su posesión. Ya no lo sería por mucho tiempo, pero hasta entonces... Sí, era suya. Y sólo suya.
— ¿De qué estás hablando?
—De los otros hombres con los que has gozado de los placeres carnales tan frenéticamente como lo hiciste anoche conmigo, agapi mu —contestó, pero al ver como palidecía, Edward duplicó los amantes que había calculado que Bella habría tenido—. Si Bella, los hombres con los que te has acostado desde que se rompió nuestro matrimonio. Comparados conmigo, ¿Cómo te hacían sentir? ¿Eran mejores? ¿Diferentes? ¿Estaban mejor dotados? ¿Se movían tan bien dentro de ti? ¿Te hacían llegar al clímax tantas veces como yo, Bella?
— ¡Basta! —se tapo los oídos con las manos y cerró los ojos. No lloraría, no le daría el placer de ver como estaba destrozándola, no cuando apenas llevaba unos cuantos minutos de siete días de tortura. Cuando volvió a abrirlos, Edward se encontraba muy cerca de ella, examinándola.
Bella había sido capaz de llegar hasta allí después de haberse tragado el orgullo y ceder a sus principios sometiéndose a aquel horrible acuerdo. Seguramente, nada peor podía pasarle ya. A juzgar por la otra noche, el sexo podría ser magnífico. Sí lograba superar la crudeza de sus palabras podría superar con éxito la prueba. Tenía que hacerlo. Por el bien de Alice y Evan, pero también por el suyo propio.
«Lucha contra él», se dijo a sí misma. «Lucha contra él y hazlo en su mismo territorio. No tienes nada que perder».
— ¿Y qué me dices de ti? ¿Todas las mujeres que ha habido después de mi te satisficieron tanto? ¿Fue igual de bueno con ellas?
Edward sintió una ola de celos emanando de lo más profundo de su ser, ni siquiera lo negaba la muy descarada. Rápidamente sus celos se convirtieron de nuevo en esa sed de venganza y esbozó una cruel sonrisa al tiempo que decía…
— ¿Realmente quieres que te lo diga Bella? ¿Realmente quieres saber cómo fue con las otras mujeres que llenaron mi cama? ¿Cómo me daban placer esas mujeres, mientras tú se lo dabas a otros? ¿Realmente quieres saberlo? —terminó pronunciando aquellas palabras con saña, con dolo, dejando escapar de su boca parte del veneno que le estaba consumiendo el alma tan sólo de imaginarla con otros hombres.
Rápidamente, se dirigió hacia la ventana para que, al mirar a través de ella, él no pudiera ver que las lágrimas estaban a punto de brotar de sus ojos.
—No— le respondió después de haber tomado fuerzas—. No quiero.
¿Iba a estar martirizándola toda la semana con sus imaginaciones? Y ella, ¿Iba a permitírselo? Ya era suficientemente malo pensar que la había comprado durante una semana, pero tener que soportar sus estúpidos celos iba a ser mucho peor. Además, todas sus acusaciones eran infundadas. Y, de repente, Bella se sorprendió a sí misma.
—No ha habido ningún otro hombre, Edward.
Edward la miraba fijamente mientras trataba de asimilar sus palabras.
— ¡Embustera!
—Te equivocas —respondió en tono desafiante—. Eres el único hombre con el que me he acostado. Fuiste el primero y mi único amante.
— ¿Y qué me dices del hombre con quien te sorprendí?
— ¡Sabes perfectamente que no sucedió nada con Emmett!, ¡santo cielo, eso sería abominable!
— ¿Emmett? —se burló—. ¿Crees que estoy ciego? ¡Sé perfectamente lo que vi!
—Sé lo que pudo haberte parecido. Y lo siento —viendo que Edward iba a hablar, Bella alzó la mano para detenerlo—. Por favor, Edward, déjame decirte esto. Necesito que sepas como ocurrió todo —Tomó aire. Quería escoger las palabras cuidadosamente, puesto que al abrirle su corazón, quedaría en una posición de desventaja. Pero, aun así, tenía que intentarlo.
—Siempre estaba sola en Grecia.
— ¿Y por eso saliste huyendo?
¿Lo había hecho? Era cierto que la relación no funcionaba, pero, como ahora reconocía, ella también había tenido su parte de culpa. Debería haberse quedado en Atenas. Deberían haber intentado solucionar las cosas entre ellos en vez de marcharse y ponerse en una situación comprometedora con otro hombre, aunque fuera su primo, después de todo, nunca le había hablado a Edward de su familia.
—Quizá sí— admitió—. Pero es que entonces no veía otra salida. Mi viaje a Inglaterra fue sólo una escapada temporal para visitar a mi madre, pero se me fue de las manos. Te juro, Edward, que jamás llegué a tener con Emmett el tipo de relación íntima que piensas, él es mi…
— ¿Cómo puedes decirme eso? Sabes perfectamente cómo fue todo. Estabas compartiendo con él la intimidad que sólo debía estar reservada para mí —la interrumpió—. Además, ¿por qué no me dijiste nada entonces?
—Porque te marchaste y decidiste no contestar a mis llamadas. Todas mis cartas me eran devueltas sin abrir. Intenté una y otra vez ponerme en contacto contigo —lo miró con tristeza—. ¿O vas ahora a negármelo?
Hubo un largo silencio.
—No —confesó.
Él siempre la había creído culpable. De hecho, aún le costaba creer que un hombre pudiera vivir con su preciosa mujer y no querer acostarse con ella. Pero entonces era joven y apasionado y, para cuando se hubo calmado lo suficiente como para poder escuchar una explicación, sus llamadas habían cesado. Parecía que se había cansado y, en cierta manera, Edward tomó aquello como una admisión de su culpa.
O al menos eso era lo que él había querido creer, ya que su orgullo le impedía tomar un avión e ir a hablar con ella. El dolor y la confusión habían hecho mella en un hombre que siempre se había considerado fuerte.
Pero no, Bella siempre había sabido como manipularlo, como manejarlo, y ahora estaba haciendo lo mismo. Sería un completo estúpido si creyera nuevamente en una embustera como ella. Ahora solamente se encontraba tras su dinero.
Bella vio de nuevo la nube de duda en sus ojos, jamás le creería, nunca volvería a confiar en ella, además no merecía saber la verdad, la había lastimado demasiado y él merecía sufrir también, y si el imaginarla con otro hombre lo atormentaría tanto como a ella imaginarlo con otras mujeres, no sería ella quien lo sacara de su duda.
Cansada, Bella agitó la cabeza.
—Pero bueno, ¿qué sentido tiene ahora analizar todo eso? —se preguntó con amargura—. Eso ya forma parte del pasado. Se acabó. Es agua pasada —dijo sintiendo que una ola de tristeza se apoderaba de ella.
Edward suspiró. ¿Acaso creía que aquello iba a resultarle fácil? ¿Tan fácil como anoche cuando la había estrechado entre sus brazos reivindicando lo que era realmente suyo? Y ahora se lo había puesto aún más difícil, aunque fuera una traidora, embustera y avariciosa, seguía pareciendo la jovencita indefensa e inocente que conoció hacía mucho tiempo, pero había aprendido que ella también era una gran actriz, eso se lo había demostrado la noche pasada.
Bella tenía los ojos vidriosos y su rostro reflejaba dolor, pero él decidió ignorar a su mente y su corazón y centrarse en su apetito sexual. Quizá así todo fuera mejor. Sin explicaciones, sin recuerdos, sólo...
—Ven aquí—le ordenó suavemente.
Poder. Siempre igual. «No me obligues. Por favor, no lo hagas».
—Edward...
—He dicho que vengas aquí —le repitió dulcemente.
—No puedo moverme. —y era cierto. Se había quedado petrificada.
Edward también lo estaba, pero debido a su excitación sexual. Y su intensidad le asustaba. Sabía que tenía que ser él quien hiciera algo para poder salir de aquel punto muerto al que habían llegado
— ¿Quieres que juguemos?
Aunque viera el tormento reflejado en el rostro de Edward, Bella sabía que se trataba de frustración sexual. Cada vez que se viera expuesta a compartir algún momento intimo con Edward, correría el riesgo de resultar herida. ¿Había pensado que después de admitir que no había tenido ningún otro amante excepto él, Edward mostraría algo de piedad hacia ella? ¿Creía que iba a dejarla marchar sin pagar por ello? Porque si lo había hecho, había cometido un grave error. Era obvio que él no le creía. Y ella quería que también sufriera.
— ¿Estás loco? ¡Todo esto es un gran juego, Edward! Pero claro, ¿es así como tú acostumbras a vivir Edward? ¿En un mundo irreal lleno de juegos y negociaciones?
Sin apenas tener intención de hacerlo, Edward alzó de repente los dedos para acariciar su suave rostro.
—Esto es mucho más real que la tierra que ahora tengo bajo mis pies.
Aquellas inesperadas palabras cautivaron a Bella. De hecho, apenas podía respirar cuando las manos de Edward le rodearon la cintura para alzarla hacia él como si ella estuviera hecha de algodón. Y eso también le pareció irresistible, ya que ella no era nada frágil y que un hombre le hiciera sentir así era extraordinario.
Si existía algún rincón de su mente que le advertía que todo aquello tenía que ver con el control, Bella, desde luego, lo ignoró.
Él ansiaba besarla, pero hacerlo no le parecía apropiado. De hecho, ella lo había evitado antes. Pero tenía que romper el hielo y cumplir con lo acordado sin mayor demora.
—Bella —le dijo suavemente entrelazando sus dedos con los de ella—. Ven.
La condujo hasta el dormitorio como si se tratara de un cordero a punto de ser sacrificado. Sin embargo el latido de su corazón y la excitación que sentía, reflejaban que ella no podía ser hipócrita. Todo aquello podía ser una locura, pero ella deseaba tanto a Edward como él mismo mostraba desearla a ella.
—Mira qué hermosa ciudad— le susurró señalando hacía la ventana—. Mi ciudad.
Bella contemplo el paisaje aliviada por haberse librado por un momento de su tacto. Aunque, en realidad, lo que la aliviaba era poder volver a recuperar el control de sus emociones. Así era mejor, tenía que dejar de lado los sentimientos y entregarse sólo al placer del cuerpo. Ella no era una santa, así que trataría de disfrutarlo lo más que pudiera, aunque después su alma fuera condenada al infierno del olvido.
— ¿Vamos a quedarnos aquí? —preguntó ella.
—Sí, al menos durante un par de horas —fue su respuesta.
Bella se humedeció los labios.
—No era eso a lo que me refería.
—Lo sé. Quieres algo así como un plan detallado de lo que va a ser esta semana, ¿verdad?
—Más o menos. Para hacerme una idea.
—He pensado que, quizá, podíamos variar un poco.
Edward se puso detrás de ella y empezó a besarle la nuca mientras con sus manos le acariciaba los pechos.
—Te gusta la variedad, ¿verdad, Bella?
— ¡Edward! —ella se encogió de hombros y cerró los ojos.
—Entonces, ¿qué te parece si esta noche vamos a cenar a algún sitio diferente?
— ¿Adónde? —preguntó con la respiración acelerada.
— ¿A París? —respondió disfrutando al sentir cómo ella se estremecía entre sus brazos.
— ¿París? —se le atoró la respiración en la garganta.
—Ne, ¿Por qué no? Prefiero un sitio lejos de mi ciudad, un sitio en el que pueda desinhibirme.
Aquella insinuación estuvo acompañada de una sacudida de su pelvis contra su trasero y Bella no pudo más que gritar su nombre.
— ¡Edward!
—No te gustaría que me sintiera cohibido, ¿verdad, Bella?
Sinceramente Bella se sentía tan aturdida, que si Edward le hubiera propuesto Atenas también habría accedido. Lo que fuera con tal de que no dejara de tocarle donde lo estaba haciendo. Sin embargo, sus dedos se detuvieron a la espera de una respuesta. Y aunque Bella sabía que había una parte de ella que desdeñaba la facilidad con la que él podía seducirla, también sabía que su cuerpo no le permitiría resistirse.
—No —contestó con voz agitada—. Por supuesto que no me gustaría.
Edward estuvo a punto de dejarse llevar por un arrebato de ansia y poder, pero esa vez estaba de cidido a mantener el control. La noche anterior había satisfecho su ansia con apetito voraz y eso le había demostrado que Bella aún ejercía poder sobre él. Y aquello era peligroso. Muy peligroso.
Así que hoy se lo tomaría con más calma. La volvería loca de deseo, pero la haría esperar hasta el final mientras él disfrutaba de aquel festín.
—Cuando estemos allí tendré que hacer varias visitas. Tú mientras tanto puedes ir de compras —le sonrió con benevolencia—. París es el mejor sitio para comprar ropa. O al menos eso me han dicho. ¿Es eso cierto?
Bella quiso preguntarle quién se lo había dicho, pero sospechó que la respuesta le haría daño. ¿Por qué demonios sentía celos de un hombre del que quería divorciarse?
—No lo sé —respondió con frialdad.
—Entonces tendrás que permitirme que te eduque en lo que a moda se refiere —fue su respuesta.
Si su intención había sido restregarle el hecho de que él le estaba pagando y que ella se había dejado comprar, lo había conseguido. Si no hubiera sido por las deudas y la promesa que le había hecho a su prima, se habría apartado inmediatamente de él a pesar de lo mucho que su cuerpo protestara en contra.
Edward no solo vivía en un mundo diferente. Era tan rico, que más bien parecía vivir en un universo paralelo. Pero, en cierta forma, identificar las diferencias que había entre ellos le hacía a ella estar segura de que lo suyo jamás habría funcionado.
—Eres muy amable —le dijo irónicamente.
El sonrió.
— ¿Verdad que sí?
Deslizando los dedos por la blancura de su piel, Edward bajó la cremallera del vestido de Bella y éste cayó a sus pies. Pronto estaría luciendo prendas más acordes con su belleza. Pronto podría ofrecerle todos los vestidos de firma de las mejores boutiques de París. Y la seduciría con ellos. No tenía ningún reparo en admitirlo.
Después podría quedárselos y llevárselos a Inglaterra, pero allí, con ellos, estaría totalmente fuera de lugar. No le importaba. Lo que él quería era que los conservara como recuerdo de la riqueza de un mundo en el que ella había podido vivir y había elegido abandonar. Así podría ver por sí misma lo tonta que había sido.
Pero sus pensamientos sólo aumentaban su deseo.
—Ven a la cama —le dijo.
Con una sonrisa de anticipación, agarró el cuerpo semidesnudo de su mujer y lo condujo hasta la cama de matrimonio.
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