sábado, 25 de septiembre de 2010

CAPITULO 10


Capítulo 10
Desde su despacho en la planta veintiuno en el edificio sede del imperio Cullen, Edward contemplaba el cielo azul cuando, de repente, frunció el ceño. Sus ojos verdes siguieron el movimiento de un avión que se alejaba hacia un futuro desconocido.
No había podido pegar ojo la noche anterior. Quizá se había acostumbrado al calor que le proporcionaba el cuerpo de Bella cuando yacía a su lado pero, además, aquella noche se la había pasado dándole vueltas a la última conversación que habían mantenido.
Al menos ese día Bella regresaría a casa. Pronto volvería a Inglaterra, al lugar al que pertenecía. Y él podría retomar de nuevo su vida.
Se dio la vuelta y vio el café que se enfriaba sobre su escritorio. Junto a la taza y cerca de la prensa se encontraba un sobre amarillo, éste contenía toda la información que había solicitado. Lo abrió con determinación, después de saber todo lo necesario sobre aquel hombre, comenzaría su persecución, su venganza.
Sacó los papeles y lo primero que leyó fue el nombre.
Emmett McCarthy Higginbotham.
— ¿Emmett McCarthy… Higginbotham? No, no puede ser. Esto tiene que ser una coincidencia —dijo para sí mismo cuando ese familiar apellido resalto ante sus ojos. Ese era también el segundo apellido de su esposa.
Con manos temblorosas siguió leyendo el documento.
Emmett McCarthy Higginbotham, 26 años, graduado en Oxford en economía con especialidad en finanzas.
Soltero. Hijo de John McCarthy y Helen Higginbotham, ambos fallecidos en accidente automovilístico.
Primo de Alice Brandon Higginbotham e Isabella Marie Swan Higginbotham por parte de madre…
Esas palabras retumbaron en su mente, "primos", "eran primos". Edward sintió que el aliento se le escapaba, las hojas cayeron de sus manos temblorosas, se dejó caer pesadamente en su silla de piel.
—¿Su primo…?—dijo en un susurro.
No lo podía creer, había dejado a Bella por haberla encontrado con su primo. Había sido un completo estúpido.
— ¡Estúpido! ¡Estúpido! ¡Estúpido!, mil veces estúpido —se gritó a sí mismo, mientras se pasaba las manos con furia por el cabello y la cara.
— ¡No! —gritó mientras enfurecido tiraba todo lo que había en su escritorio. Una pequeña estatua en bronce de una ninfa que le había regalado su abuelo. Papeles, todo.
Cayó de rodillas al suelo, y vio con tristeza todo lo que allí había. Pero no había ninguna fotografía. Su escritorio no era como el de sus compañeros. Él no tenía el retrato de su esposa. Tampoco tenía fotografías de hermosos niños ni dibujos coloreados con ceras. Sin embargo, su agenda estaba repleta de citas y las posibilidades eran innumerables. Él podía tener a cualquier mujer.
Entonces, ¿por qué se sentía tan vacío?
¿Por qué de repente se sentía tan solo? Simplemente, porque lo estaba. Y se dio cuenta que no tenía nada. Lo había perdido todo por su estupidez.
Tenía toda la riqueza y el prestigio del mundo, pero eso mismo era lo que le hacía estar aislado y encerrado en su torre de oro.
Se habría sentido así Bella cuando llegó allí por primera vez. Bella se vio forzada a aceptar la situación sin tener otra alternativa. Cuando le resulto insoportable escapo hacia un lugar que le era familiar. Su propia casa. Su propio país, en el que las normas de comportamiento social eran total mente diferentes. Allí las mujeres jóvenes comparten piso con hombres sin necesidad de tener más que una relación de amistad con ellos. El se había enamorado y casado con una mujer perteneciente a aquel mundo y aun así, la había rechazado por haber hecho algo que él consideraba una traición. Y que estúpido había sido, no se trataba de cualquier hombre, se trataba de su primo.
Y por primera vez, Edward reconoció que no había hecho nada para ayudar a Bella a adaptarse a vivir en Grecia. Quizá, debido a su arrogancia, había esperado que Bella soportara cualquier cosa ya que, para él, ya le había hecho un gran honor al casarse con ella.
Entonces, ¿Iba a dejarla escapar otra vez?
No, eso nunca. Ahora tendría que luchar por recuperar el amor de la mujer que tanto amaba, y sobre todo obtener su perdón.
Agarró el teléfono y pronunció algo en griego rápidamente. Enseguida oyó la suave voz de Bella.
— ¿Bella? —dijo con la voz un poco temblorosa. El corazón le latía velozmente, casi podía sentir como si se le saliera del pecho.
—Hola, Edward —contestó ella fríamente.
Eso le dolió, esa hermosa voz que una vez le hablara con cariño, ahora lo trataba con frialdad. Sólo esperaba que fuera capaz de perdonarlo.
No le podía contar todo por teléfono, tenía que verla para pedirle perdón. Pero sobre todo para preguntarle por qué nunca le había explicado las cosas, y por qué nunca le había hablado de sus primos.
— ¿Te apetece que comamos juntos? —dijo tratando de sonar calmado.
Hubo una pausa.
— ¿Para qué?
—Aún no hemos puesto fin a nuestra conversación —le contestó rogando interiormente porque aceptara.
—No tengo nada más que decirte al respecto.
—Entonces podernos cambiar de tema. Hablaremos de algo nuevo.
Bella sonrió de mala gana.
— ¿Y qué se supone que significa eso?
Edward cerró los ojos.
—No quiero que te marches así— «De hecho, no quiero que te vayas», pensó.
Bella se dejó caer en uno de los sillones brocados de la habitación y permaneció con la mirada fija sobre la araña que colgaba del techo. ¿Así que quería decirle adiós de forma civilizada? Miró su reloj. Antes de tomar el vuelo con rumbo a Londres, tenía siete horas libres. ¿Qué otra cosa iba a hacer? ¿Quedarse allí sentada y repetirse a sí misma que no iba a llorar? ¿O salir y demostrarle al mundo, y sobre todo a él, que iba a poder sobrevivir perfectamente?— ¿A dónde vas a llevarme?
Aquella respuesta le pilló por sorpresa. Pero le brindó una felicidad inexplicable —Te llevaré al mejor restaurante de Atenas —le prometió—. Mandaré un coche a buscarte.
—No, no es necesario —dijo Bella con total serenidad. Aquél era el inicio de su nueva vida, su vida sin Edward, y ahora tenía que empezar a comportarse de nuevo como el resto de los mortales. Los días de chofer, suites de lujo y aviones privados habían llegado a su fin. Temía regresar a casa, pero lo que más miedo le daba no era echar de menos todos aquellos lujos, sino extrañar al hombre con el que una vez se había casado.
—Tomaré un taxi —dijo ella—. ¿Cuál es el nombre del restaurante?
— ¿Por que qué eres tan cabezota? —murmuró él con una vaga sonrisa en los labios, era esa terquedad lo que la hacía tan especial—. Está muy cerca de la oficina. ¿Tienes un bolígrafo para tomar nota?
Edward le proporcionó la información, ahora sólo rogaba porque lo perdonara, no le importaría suplicarle, humillarse y arrastrarse para pedir su perdón. Ella era ahora todo para él, siempre lo había sido, y no estaba dispuesto a perderla de nuevo.
Un empleado del hotel le advirtió del atasco que se formaba a la hora de comer, así que Bella decidió salir con bastante antelación. De hecho, con demasiado tiempo, ya que llegó media hora antes de lo previsto. Ella tampoco quería marcharse así, quería terminar bien con Edward.
El conductor del taxi la miró por encima del hombro mientras le pagaba. Después, salió del coche. Hacía un calor abrasador. Podría ir al restaurante y esperarle allí mientras se tomaba un refresco o...
La sede del imperio Cullen se encontraba al final de la manzana. ¿No sería mejor ir hasta allí y darle una sorpresa a Edward que sentarse sola en la mesa de un restaurante que no conocía?
Empezó a caminar hacia el rascacielos, pero el calor hizo que el corto paseo le pareciera sofocante. De hecho, pequeñas gotas de sudor habían aparecido sobre su frente.
Entró al edificio y, mientras una ráfaga de aire acondicionado le daba la bienvenida, aprovecho para retirarse el pelo de sus sonrojadas mejillas. En aquel instante se percató de que estaba siendo observada por la misma mujer pelirroja que se encontraba en la recepción el día de su llegada. Según su targeta su nombre era Victoria.
La mujer no parecía ahora más simpática de lo que lo había sido aquel día. Si acaso lo contrario. Edward debía hacerse un favor y contratar a alguien que se mostrara feliz por estar trabajando allí. Y ya que lo hacía, también podía elegir a alguien que no pareciera recién sacada de una revista de moda.
Mientras caminaba hacia el mostrador de recepción, se dio cuenta de que tenía las piernas pegajosas. Por el contrario, la recepcionista mantenía una apariencia fría como el hielo. Al dirigirse a Bella, arqueó sus perfectamente bien depiladas cejas.
— ¿Puedo ayudarla?
Kalimera sas. —saludó Bella educadamente—. Me gustaría ver a Edward Cullen.
— ¿Tiene cita?
Bella frunció el ceño. ¿Acaso tenía la recepcionista mala memoria? ¡Habían tenido la misma conversación tan sólo una semana antes!
—No, pero de todas formas, no creo que necesite una cita para ver a mi marido.
Hubo una pausa.
—Pensé que ya se estaba tramitando el divorcio.
— ¿Perdón?
En aquella ocasión, la pelirroja no esperó para responder ni un solo segundo.
—Están en trámites de separación, ¿no es así, señora Cullen? —repitió con burla—. Así que él no es realmente su marido, ¿verdad?
Bella estaba tan sorprendida que no pudo hablar por un momento. Pero sólo por un momento.
— ¿Cómo... cómo se atreve a hablarme de esa forma?
—Pero es la verdad, ¿no es cierto?
Bella dudó, pero después se puso firme. ¿Por qué estaba manteniendo esa conversación con una de las empleadas de Edward?
—No es asunto suyo.
—Me parece que sí lo es —respondió la recepcionista mirándola maliciosamente a los ojos—. Estamos teniendo una aventura, ¿sabe?
Bella se rió. — ¡Será en sus sueños!
—Llevamos siendo amantes seis meses
Aquel fue uno de esos momentos en el que uno parece estar en mitad de una pesadilla y suplica despertarse. Pero ella se había dado cuenta de que no estaba soñando.
Bella se agarró al mostrador de la recepción para mantenerse firme.
—No le creo —respondió con voz quebrada.
—Pues debería —la recepcionista entornó los ojos, pero no pudo ocultar el brillo malicioso de su mirada—. ¿Por qué iba a mentirle? El día que telefoneó, ¿recuerda? Yo estaba de rodillas frente a él, ya sabe, dándole placer cómo a él le gusta. ¿No se lo ha contado?
A Bella empezó a nublársele la visión. Sintió como si su corazón hubiera sido arrancado de un tajo de su pecho.
—No —respondió llevándose una mano a la boca, ya que tenía ganas de vomitar.
—Pues así fue. Usted le estaba pidiendo el divorcio y él le contestó que no tenía ninguna intención de concedérselo. Estoy segura de que debió notar que él parecía un poco... —sonrió mientras buscaba la palabra exacta que pudiera describirlo—, digamos... ¿distraído?
Bella, que se sentía como un animal malherido, tenía ganas de llorar, pero por el contrario, apretó los puños contra el mostrador de mármol. La recepcionista la observaba implacable, probablemente quería ver su reacción. Así que, ahora, mantener su orgullo le parecía la cosa más importante del mundo.
Tragándose las palabras de aquella pelirroja, se dio media vuelta y salió del edificio con la cabeza bien alta, rezando para mantener la compostura. Y lo hizo hasta que salió del edificio y el calor le asestó una bofetada.
Las lágrimas empezaron a caer por su cara. Empezó a correr, quería correr todo lo que pudiera, pero las sandalias de tacón que se había puesto para impresionar al hombre que amaba no se lo permitían. El hombre que aún la hacía arder de deseo. ¿Cómo era posible que pudiera querer a semejante bastardo? ¿Cómo podía amar a una persona tan insensible y cruel?
Quizá tendría que agradecer a la recepcionista el haberle abierto los ojos.
De alguna forma fue capaz de conseguir un taxi que la llevara de vuelta al Astronome. Sabía que tenía que salir de aquel lugar antes de que el corazón se le hiciera pedazos. Lo único que necesitaba era el pasaporte. Las pocas prendas que le pertenecían estaban ahora cargadas de recuerdos imborrables, pero ni siquiera soportaba tocar las otras que Edward le había comprado.
Tuvo que armarse de valor para marcharse del hotel sin pagar. Le hubiera gustado decir en la recepción que Edward se haría cargo del pago, pero no se atrevió a hacerlo. Por un lado temía que, al hacerlo, empezase a gimotear y, por otro, temía que insistieran en llamarle para verificarlo y que Edward fuera allí de inmediato. Y eso no podría soportarlo.
El trayecto hacia el aeropuerto le pareció el más largo de su vida. Le angustiaba pensar que Edward pudiera ir en su busca. Así que no respiró tranquila hasta que el avión despegó y vio cómo Atenas iba quedando atrás.
Pero apenas le duró la sensación de alivio. Aquel viaje no le estaba dando ninguna satisfacción. Estaba contenta por haberse marchado, pero, aun así, no quería volver a casa. No quería ir a ningún lado excepto al lugar en el que había estado antes de entrar en la recepción de la sede Cullen. Cuando aún mantenía el orgullo intacto.
Jamás volvería a confiar en nadie en su vida.
«Te odio por lo que has hecho. Edward Cullen, pero aún me odio más a mí misma por haberte permitido que hicieras esto conmigo».
Y entonces, porque el hombre sentado a su lado había empezado a roncar, Bella se dejó llevar y comenzó a hacer lo que había estado queriendo hacer durante toda la tarde.
Llorar.

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