Capítulo 6 “Fantasías”
Edward condujo a su prometida hacia el castillo. Ella caminó al lado de él como si él la condujera hacia la horca, en silencio, estoica, como si su muerte fuera algo inminente. No se parecía en nada a la criatura animada que él había visto bailando y actuando en el solar.
Su largo cabello castaño no estaba suelto. No llevaba una túnica verde que le resaltara los ojos marrones. No había una chispa de maldad en esos ojos marrones o una sonrisa abierta y encantadora en sus labios.
Su cara estaba pálida, casi gris. Llevaba puesta una túnica de color horrible. Su cabello estirado hacia atrás de su cara y anudado en dos rodetes a los costados, hacían parecer su cabeza como un huevo… con agarraderas.
Tenía una especie de vincha hecha con mimbre; su primer pensamiento fue que era una corona de espinas.
Él tuvo la absurda idea de que ella podía ser como esos espíritus de las leyendas y los cuentos, un tipo de criatura hermosa que sólo cobra vida a la luz de la luna. Su mirada recayó sobre ella otra vez.
La luz del sol ciertamente no la beneficiaba.
Él esperó un momento más largo para que ella hablara, para que ella lo cuestionara, para que dijera algo. Cualquier cosa. Pero los únicos sonidos fueron los de sus pies sobre el terreno y el ruido de fondo de la gente del castillo retornando a su trabajo otra vez.
Ella guardó silencio.
Él miró adelante, luego dijo, —Cuéntame sobre La cerveza.
Su cabeza subió rápidamente. —No hay mucho para contar —Ella habló rápidamente, como si tuviera que escupir todas las palabras con un solo aliento. Luego desvió la mirada, sin fijarla en ninguna cosa definida.
—El convento vende cerveza. Como estuve allí mucho tiempo, la abadesa me envió a ayudar a la Hermana Amice en la cervecería. Ella tenía una receta especial de cerveza.
— ¿Qué tipo de receta?
—Oh, la misma de siempre, pero para un brebaje más firme. Es muy popular y se vende bien.
—Se ve que estás familiarizada con el proceso de fabricación, te haré contratar a un cervecero.
—¡No!
Él se congeló. Era la expresión más vivaz de ella que él había visto en ese día.
—Me gustaría fabricar la cerveza —Ella colocó su mano en su antebrazo, y él se quedó con la mirada fija en ella por un confuso momento.
—¿Por qué desearías ocuparte de esa tarea?
—Lo quiero, Mi Lord. Por favor. Me gusta estudiar la fermentación. La hermana Amice y yo estábamos trabajando en algunos ingredientes nuevos cuando ella murió.
—¿Qué el tipo de ingredientes?
— Especias y hierbas. Ninguna cosa inusual —Ella dejó caer su mano de su brazo; luego le dio una mirada directa.
—Tendrás muchos deberes aquí.
—Lo sé, pero prometo que Swan tendrá la cerveza más refinada del mundo. Y tienes mi palabra que no eludiré mis otros deberes.
Él oyó orgullo en su tono de voz y por un momento pensó que la entendía. Miró hacia ella y se encontró diciendo, —Puedes ocuparte de la fermentación.
Ella dócilmente inclinó su cabeza.
La influencia de las monjas, pensó él.
—Gracias, Mi Lord.
Sólo para bromear con ella, él dijo, —Sólo no trates de servirles a mis hombres la cerveza del brezo.
—¿La cerveza del brezo? —Ella tomó su brazo nuevamente y le dio una mirada que no era mansa ni sumisa, estaba sobresaltada.
— Puedo ver por tu cara que nunca has oído el cuento. Algunos afirman que los pictos fabricaban una cerveza tan potente que los ayudó a derrotar a Julio Cesar. Por supuesto que una cosa así no puede existir, pero los tontos todavía tratan de fabricarla y usualmente terminan envenenando a los bebedores de cerveza con sus esfuerzos inútiles.
La advertencia en forma de broma la puso nerviosa; pues su sonrisa se vio como si fuera una bofetada en su cara. —Te doy mi palabra de que nunca envenenaré a tus hombres, Mi Lord.
— Sólo bromeaba. Y creo, Bella, que deberías comenzar a llamarme Edward.
Ella no dijo nada. Pasearon juntos por un castillo que sería el de ellos y de sus hijos, pero ahora en ese momento no eran más que dos desconocidos.
Él se quedó con la mirada fija en ella y se preguntó en qué estaría pensando. Entonces dijo, —Fue una estupidez que dejaras la protección del convento.
—No queda demasiado lejos de aquí.
—La distancia del viaje no es mi preocupación.
—Aparentemente tampoco lo fue mi existencia durante dos años —Parecía como si las palabras se le hubieran escapado antes de que pudiera detenerlas.
Por un tiempo largo él no dijo nada, en lugar de eso sólo la observó, casi tratando de leer dentro su cabeza. Ella guardó silencio también, pero evitó sus ojos como si no quisiera darle una pista de lo que estaba pensando.
—Estás enojada porque no vine a casarme con vos según lo convenido.
Ella no respondió, solamente continuó caminando al lado de él como si él no hubiera hablado.
— Estás demasiado callada. ¿No tienes nada para decir?
—He dicho bastante.
—No creo que me hayas dicho ni la mitad de lo que deseas decirme.
—Ya pasó. —Su tono era seco.
— Sí. Ya pasó. No hay vuelta atrás. No puedo cambiar lo que haya ocurrido.
—Lo sé. —Ella no podía disimular su molestia y ni siquiera parecía que trataba de hacerlo. Sonó impaciente y brusca, no entendía.
Él sabía que ella quería que él respondiera por su abandono.
En lo más profundo de su ser ella quería que él supiera que estaba enojada.
—Soy un hombre de guerra, Bella.
Ella encontró su mirada cuando él pronunció su nombre.
—He sido caballero por mucho tiempo, casi quince años. Antes de eso fui adiestrado para ser un guerrero. Es la única forma de vida que conozco. Obedezco a mi Lord, y a mi rey, en todas las cosas. El rey viene primero que todo. Es una cuestión de honor. Si yo no hubiese estado allí, él no estaría vivo hoy. Y aunque el rey no estuviese allí, me habría podrido en algún desierto y vos no te desposarías con otra cosa más que con una pila de huesos secos. —Él se aseguró de no sonar enojado, o apenado. Francamente quería que sus palabras no fuesen una disculpa sino un modo de hacerla entender.
No la estaba aplacando. Le habló a ella de la misma forma en que le hablaba a sus hombres y a los criados, de una forma práctica que no diera lugar a la discusión, sino simplemente decir cómo fueron las cosas.
Bella pareció aceptar sus palabras, porque inclinó la cabeza, pero un momento después volvió a caer en el mismo silencio embarazoso.
Edward se quedó con la mirada fija en lo alto de su cabeza adornada con ese tocado feo. —Tengo noticias que creo te gustaran. Eduardo me ha dado permiso para reforzar Swan.
Ella se detuvo, y lo contempló con perplejidad.
—Quiero decir reconstruir el castillo. Junto con el permiso viene un monto en oro para pagar los cambios.
— ¿Quieres decir que el rey te dio dinero para restaurar y reconstruir a Swan?
—Sí.
Su expresión cambió tan rápidamente que él tuvo que mirarla dos veces. Ella ya no caminaba con pasos pesados hacia el puente de madera como si cargara los pecados del mundo. Su paso era ligero y caminaba vivazmente al lado de él. Su cara era de alegría, de alivio y de algo más que él no podría definir.
Nunca había visto algo semejante, y le pareció extraño que las cosas pudieran cambiar tan rápidamente entre ellos. Él continuó observándola, y quedó estupefacto. Apenas podía creer en lo que veía.
Y pensar que él había creído que ella era casi fea a la luz del día. Su sonrisa era la luz del día.
En medio de su confusión algo lo conmovió profundamente, la idea de que él podía hacerla sonreír de esa manera, una sonrisa que él encontraba absolutamente encantadora.
Bella se volvió pensativa un momento más tarde. Su primer pensamiento al ver su expresión sonriente desaparecer fue que le gustaría verla sonreír otra vez.
Cruzaron el puente de madera y él se detuvo e inspeccionó las tablas de madera.
—Aquí hay algo que debe ser reemplazado. ¿Ves allí? —apuntó hacia los lugares donde la madera estaba agrietada y partida. —El puente necesita ser más firme. Reemplazaré eso por piedra fuerte, los pilares hay que fijarlos con cemento o con cal o quizás se pueda hacer un puente levadizo de madera reforzado con hierro.
—Sí —Bella inclinó la cabeza, mostrando que estaba de acuerdo con él.
Un milagro.
—Lo veo —ella dio un paso hacia atrás y miró la entrada.
El puente levadizo sería el mejor para la defensa, pensó Edward para sí mismo. El puente podría ser levantado y de ese modo abortar un ataque.
—De piedra sería precioso.
Ella estaba en lo correcto, él pensó distraídamente. Un puente de piedra tenía sus méritos, pues no podía ser incendiado.
Ella se recostó sobre el pasamanos de madera viejo e hizo una mueca al ver el agua. —El foso está asqueroso. Debería ser drenado completamente y rellenado.
—Sí. Lo drenaremos complemente.
Ella era una doncella práctica y él estaba satisfecho con eso y con sigo mismo por haberla escogido a ella seis años atrás. —El foso debería ser ampliado, dos o tres veces su tamaño —Él hizo una pausa ante la idea, imaginando el tamaño en su mente. Sería ancho y profundo, tan profundo para llenarlo y muy difícil para hacer un túnel debajo.
Con un foso más ancho, quemar el puente sería más difícil. Él podría tener el puente levadizo, lo cual era una idea que le atraía. Le gustaba la idea de tener el poder de controlar la entrada al castillo.
— ¡Y podemos tener cisnes! —dijo ella de repente con ánimo emprendedor.
— ¿Cisnes?
Ella ya caminaba más adelante de él.
Él la siguió, frunciendo el ceño mientras la observaba traspasar los portones delante de él bailando con sus pies. No habría cisnes en su foso. A menos que ella pudiera encontrar unos cisnes que escupieran veneno o devoraran a los enemigos.
Bella se había detenido debajo de la arcada y fruncía el ceño mirando hacia arriba cuando él se unió a ella.
—Esto está asqueroso —dijo Bella, sus manos colocadas en sus caderas.
Él miró hacia arriba.
—¿Esos son huecos de la muerte, verdad? —ella preguntó.
—Sí. —No podía creer lo que veía. Era terrible. Había sólo dos huecos de la muerte cavados y eran pequeños y estrechos y parecían inservibles. Edward sacudió la cabeza con incredulidad. En un castillo en una zona fronteriza donde los galeses atacaban regularmente, sólo había dos huecos insignificantes. —Estoy de acuerdo. Es terrible.
Él construiría una torre de guardia más alta y más firme en los portones de entrada y el muro tendría muchos huecos para ser usados para lanzar piedras y flechas a sus enemigos.
Durante la siguiente hora recorrieron el castillo. Ella insistió en mostrarle dónde debía ser colgado cada tapiz, dónde debían ser colocadas las alfombras, y le habló de ventanas con cristales. Él toleró su discurso, sabiendo cuán difícil había sido para ella volver al castillo que había sido su casa y encontrarlo en ese estado desastroso.
Además ella era mujer. Él supuso que ella tenía prioridades diferentes a las suyas y que veía las cosas de manera muy diferente a él.
Así es que cuando él hablaba de flechas y ella quería vidrios, pero él no dijo nada. Cuando él mencionó la idea de agregar más chimeneas y ella habló de las chimeneas decoradas de la reina, él solamente siguió adelante. Su futura esposa no había estado adiestrada para la guerra. Entonces él toleró su interés obsesivo en tapices, vidrios y chimeneas decoradas.
La mayor parte del tiempo Edward tenía la idea de expansión en mente. Había resuelto duplicar el tamaño de la fortaleza y reemplazar el techo con tejas de hierro. Ella pensó que esa era una idea espléndida hasta que él le informó que las tejas de hierro eran para que flechas con fuego no incendiaran el castillo, y no para oír el sonido de la lluvia cayendo desde el solar.
Cuando se sentaron a la mesa principal del salón y saciaban su sed con vino, la paciencia de Edward comenzó a disminuir. Bella se rehusó a comer pan y continuamente le alejaba la bandeja con pan de sus manos, mientras continuaba charlando de cosas que eran poco importantes.
—Ya me puedo imaginar el foso, Edward. Color negro brillante con los cisnes y flores de lirio flotando en el agua, quizá algunas plantas en los bordes y un bote pequeño…
— ¿Un qué? —la interrumpió bruscamente.
—Un bote.
— ¿Quieres que los invasores galeses crucen remando el foso mientras saludan a los cisnes y huelen las flores? ¿Por qué no ofrecerles un banquete y bajarles nuestro puente levadizo al son de las trompetas? —terminó sarcásticamente.
Ella lo miró con el ceño fruncido, no parecía ni mansa ni sumisa. —No es necesario que me hagas sentir tonta. Yo Pensaba en la belleza del paisaje, no en los galeses.
—Un castillo es para la defensa. Un lugar hecho para conservar seguros a los que viven allí.
—Sólo estaba fantaseando en voz alta —replicó.
Él se apoyó sobre la mesa, estiró la mano y arrebató rápidamente un trozo de pan antes de que ella pudiera alejar la bandeja otra vez.
—Te entiendo perfectamente, Mi Lord.
—Fantaseando —bufó. —Un pasatiempo tonto y femenino —arrancó un trozo de pan con sus dientes y lo masticó furiosamente.
Ella miró el pan en su mano y su expresión se iluminó con algo semejante a la victoria. Bella acercó la bandeja con una expresión repentinamente dulce. — ¿Más pan, Mi Lord?
—Ahora no — replicó Edward, no le gustaba su dulzura repentina o el uso educado de su título en lugar de su nombre. Un momento antes él había sido Edward.
Bella esperó un momento, como si disfrutara algo sabroso, luego apoyó en la mesa la bandeja con pan. —Así que consideras que los hombres no sueñan despiertos.
—Exacto. Tenemos mejores cosas para hacer.
—Oh, ¿Y qué hay respecto a vos, Mi Lord?
Él miró hacia arriba. —¿Qué pasa conmigo?
—Afirmas que fantasear es cosa de mujeres tontas.
—Sí —Él casi se rió. —Los hombres no tienen tal debilidad.
—¡Ha!
— ¿Qué estás insinuando con ese “¡ha!”?
—Sólo que no eres mujer y que tu mente seguramente puede divagar como la mía.
Él ya no pudo contenerse y lanzó una carcajada. —¿Yo? ¿Fantasear?, qué tontería. Un guerrero cuya mente divaga es un guerrero muerto.
Bella colocó sus palmas en la mesa y se inclinó sobre él. —Entonces creo que estoy hablando con un fantasma.
—Explícate.
—¿Bajaremos nuestro puente levadizo e invitaremos a entrar a los galeses a un banquete? —repitió en el mismo tono impaciente que él había usado.
Él se puso de pie, no le gustaba su atrevimiento ni el argumento de Bella. Ella era una mujer. Debería estar de acuerdo con él en todas las cosas. Edward puso sus manos sobre la mesa también, y se inclinó, mirándola encolerizadamente.
—Estabas soñado despierto, Mi Lord.
—Creo que no, mi Lady.
—¡Ha, claro que sí!
Él aprendería a odiar esa palabra.
—¡No tenemos un puente levadizo! —le anunció Bella, luego se dio vuelta con la nariz levantada en el aire.
Y se fue, su ruido de pasos enojados que provocaban los tacones sonaron por las escaleras de piedra. Edward se quedó allí con sus manos todavía plantadas en la mesa, y se sintió como si lo hubiera dejado mudo. Un momento más tarde se preguntó, ¿qué diablos había ocurrido?
Se enderezó y se quedó allí de pie como si estuviera enterrado hasta la cintura en medio de un pantano, hundiéndose. Sacudió la cabeza, luego tomó otra copa de vino.
No lo ayudó.
Se masajeó la tensión detrás de su cuello, sobresaltándose cuando apretó con demasiada fuerza. No era su propio cuello el que deseaba estrangular.
Se hizo evidente que cualquier idea sobre una vida idílica y en paz que él había estado deseando se había ido directamente al infierno.
Ante él estaba su futuro, un futuro con una mujer menuda. Lady Isabella Swan.
Y en ese momento supo con total certeza que ella causaría más problemas que cualquier galés rebelde en todo Gales.
Menuda Bella!!!
ResponderEliminarhahaha!!!!
me hizo reir su actitud!!! muy fuerte!!!
me gutaa!!!
GRacy, me gusta esta adaptacion... es divertida y exhuberante!!!...xD!!!!
nos vemos el proximo cap!!!!
bsss!!!!
me gusta que Bella sea asi fuerte y en verdad que resulta fascinate...Besos...
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