sábado, 25 de septiembre de 2010

CAPITULO 11


Capítulo 11

Edward ya se encontraba esperándola en el restaurante como habían quedado unas horas antes, pero Bella ya llevaba una hora de retraso y no había señales de ella.
— ¿Qué diablos le abra pasado a Bella? —se preguntó Edward, ya empezaba a preocuparse. Si Ella no hubiera querido verlo se lo abría dicho desde un principio, por muy enojada que estuviera con él nunca lo dejaría plantado.
Tomó sus cosas, pagó por los whiskys que había consumido y salió del restaurante. Se subió a su coche y se dispuso ir a buscarla al hotel.
Con expresión preocupada le preguntó a la mujer de la recepción por Isabella Swan.
— ¿Disculpe, usted me podría decir si Isabella Swan se encuentra en su habitación?
—La señorita Isabella Swan se ha ido señor Cullen.
La expresión de Edward cambió.
— ¿Qué quiere decir con que se ha ido?
La respuesta fue la misma que le habían dado antes. Lo sentían mucho, pero la mujer inglesa se había ido sin dejarle ningún mensaje.
— ¿Está segura señorita? —le preguntó a sabiendas de quedar como un estúpido, pero su reputación era lo último que le importaba en aquel momento.
Ne, señor Cullen.
Edward se dio media vuelta para intentar poner sus pensamientos en orden. Pero nada le ayudaba. ¿Qué demonios había pasado?
Había estado luchando toda la mañana por con centrarse y terminar su trabajo. Tenía la mente llena de imágenes de Bella que no hacían más que distraerle. Incluso después de haberse duchado, su fragancia aún permanecía impregnada en su piel. Casi le parecía estar viendo su sedosa cabellera de color marrón extendida sobre su pecho desnudo y sentir la suavidad de su cuerpo sobre el suyo, debajo del suyo, alrededor del suyo...
Su atractivo sexual no era nada nuevo para él, pero ahora iba mucho más allá de eso. En lo que ella le hacía sentir había algo indescriptible y valioso. A veces, después de haber hecho el amor, se acurrucaba contra él y apoyaba la cabeza sobre su pecho mientras, suavemente, le acariciaba el torso. En un momento como aquél cualquier hombre se sentía como en casa.
Las dudas del pasado parecían haberse disipado por completo. Tenía intención de decirle que había actuado de manera muy egoísta al no querer ver las cosas desde su punto de vista, quería pedirle perdón, suplicarle si era necesario. También tenía planeado utilizar todos sus encantos para convencerla de que se quedara, de que lo perdonara. Pero ahora le estaban diciendo que ella se había marchado.
— ¿Se ha llevado todo?
—No, Señor Cullen.
— ¿No?
El corazón le dio un brinco. Tenía que haber algún tipo de explicación. A pesar de que la razón le decía que no había explicación alguna, excepto la que saltaba a la vista, su mente se negaba a admitirlo. Corrió escaleras arriba hasta llegar a la suite, pero tan pronto como entró vio que algo no iba bien.
Edward se quedó sin aliento. Tragó saliva. Oh, sí. Había dejado allí algo en particular. De hecho, todo lo que él le había comprado. Todos los sostenes, medias y el resto de lencería. El collar de perlas negras y los pendientes de diamante. Agarró una media de seda y, cerrando los ojos, la sostuvo bajo su nariz para oler su fragancia. ¿Qué demonios había sucedido? En aquel momento, el director del hotel llamó a la puerta y Edward, con una expresión más grave a medida que pasaba el tiempo, escuchó lo que tenía que decirle.
— ¿La vio marcharse llorando? —le preguntó al director sorprendido—. ¿Y cuándo pensaba decírmelo?
El hombre se encogió de hombros y no dijo nada más. A pesar de lo enfadado que estaba, Edward sabía lo que aquel hombre debía de estar pensando. Además de que no era propio de un director hacer algo así, Edward Cullen tenía fama de rompecorazones, y ver a una mujer salir corriendo probablemente le resultaba algo nuevo.
Sin embargo, al hablar con ella por teléfono, Bella no le había dado muestras de tristeza.
Entonces, ¿qué es lo que había pasado en ese intervalo de tiempo para que se marchara de allí llorando y sin decirle una palabra?
Preocupado, se dirigió inmediatamente a la sede Cullen. Mientras caminaba hacia la recepción. Edward se fijó en la pelirroja a quien debería haber dejado ya. Pero el trabajo y tener el pensamiento absorbido por Bella se lo había impedido.
Al verle, la recepcionista pareció devorarle con la mirada. Pero aparte de deseo, sus ojos reflejaban algo más. ¿Reflejaban culpa, triunfo o quizá una mezcla de ambos?
Edward frunció el ceño y agitó la cabeza. En aquel momento, como si hubiera tenido una revelación, fue consciente de todo. Se acercó a ella como un león que acecha a su presa, por los ojos le brotaba fuego y odio.
— ¿Edward?
— ¿Qué le dijiste?
Ella fingió no saber de qué estaba hablando.
— ¿A quién?
— ¡No me mientas! ¡Y no me trates como a un idiota! —explotó—. ¿Qué le dijiste a mi mujer?
— ¡No parecías acordarte de ella mientras te tenía en mi boca!
Edward montó en cólera.
— ¿Fue eso lo que le dijiste?
— ¡Naturalmente! ¿Acaso no es cierto?
Edward apretó los puños contra sus piernas. La ira que sentía en aquel momento era peligrosa.
—Márchate —le dijo—. Sal de aquí ahora mismo.
—Te gusta tratar mal a las mujeres, ¿verdad, Edward? —le acusó acaloradamente.
—Profesionalmente, serás tratada con total justicia —le contestó haciendo una mueca—. Personal mente, sólo puedo decirte que trato a las mujeres como ellas mismas permiten que se las trate. —le respondió con desdén mientras, con el corazón la tiendo a mil por hora, se dirigía hacia el ascensor que lo llevaría hasta su despacho.
—Me las van a pagar Edward, tú y tu mujercita me las van a pagar —susurró con ira, Victoria era una mujer peligrosa.
Edward alcanzó a escuchar, pero no le dio importancia. Lo único que le importaba era Bella.
¿Era ya demasiado tarde?
Probablemente.
Y por primera vez en su vida, Edward reconoció que debía correr el riesgo.
Debía ir tras ella.
Su asistente le estaba esperando cuando las puertas del ascensor se abrieron.
—Prepara el avión —le ordenó Edward. Iría por ella, y esperaba que Bella pudiera perdonarlo.
Se acabaron las lágrimas.
Una vez en casa, Bella se enjuagó la cara con agua fría. Ahora se sentía mucho más calmada. Sólo sus ojos hinchados y su nariz sonrojaba evidenciaban el hecho de que había estado llorando.
Tenía que hacer frente a los hechos por muy doloroso que fuera. Además de haberle roto el corazón se sentía traicionada, pero iba a superarlo. Ya lo había hecho antes, así que la segunda vez, supuestamente, resultaría más fácil.
Lo que más le molestaba, y le urgía, era que se había marchado sin haber recibido el dinero acordado, pero, naturalmente, iba a asegurarse de que lo cobrara. Después de todo, se lo había ganado. No iba a dejarse intimidar por Edward, ya no. Le mandaría un correo electrónico pidiéndole que le transfiriera el dinero a su banco. El dinero era legítimamente suyo. Había sacado fuerzas de flaqueza para acceder a su trato. Y lo había conseguido. Pero ahora ya no se creía con fuerza suficiente para volver a hablar con él. Todavía no. O quizá nunca.
Alguien llamó a la puerta. Seguramente sería Alice. Estaría impaciente porque se lo contara todo. Bella le había dicho que intentaría llamarla después de haber ido al supermercado porque aún tenía que decidir cómo explicarle en qué había estado empleando el tiempo durante su estancia en Atenas.
Bella abrió la puerta y de inmediato trató de cerrarla otra vez. No era Alice quien estaba allí, sino Edward.
— ¡Vete de aquí!
—No voy a irme a ninguna parte.
—Yo no quiero verte. Es por eso por lo que me marche sin decir adiós. ¿Acaso no entendiste el mensaje, Edward?
—No puedes salir huyendo después de lo que ha pasado.
— ¿Ah, no? ¡Puedo hacer exactamente lo que me venga en gana! ¡Igual que tú! —sus labios adoptaron una expresión desdeñosa—. Sólo que yo nunca llegaría tan bajo.
—Permíteme hablar contigo, Bella —le suplico bajando la voz, un tono que Bella jamás le había visto usar—. Por favor.
— ¿Qué tienes ahora que decirme que no me hayas dicho ya? —le preguntó con el corazón en un puño—. A menos que quieras relatarme todos tus escarceos amorosos con tus empleadas... ¿Te has acostado con toda la plantilla?
Edward sabía que no estaba en posición de protestar ante aquella acusación.
—Te aseguro que no me iré de aquí hasta que no me escuches.
—Haz lo que quieras —le dijo dirigiéndose hacia el otro lado de la habitación dándole la espalda de liberadamente. El corazón le latió aún más deprisa cuando oyó el sonido de la puerta al cerrarse.
Bella se dio media vuelta, pero Edward aún se guía allí. Permanecía en silencio con la expresión seria como si hubiera estado esculpido en piedra.
—Di lo que tengas que decir y después vete.
—Theos —dijo mientras se pasaba la mano por su espeso y oscuro cabello—. Lo siento, Bella.
— ¿Sientes haberlo hecho o que yo lo haya des cubierto? —le preguntó.
— ¿Tú qué crees?
— ¿Te hacía sentir bien el tener una aventura con dos mujeres a la vez? ¿O será que quizá alimentaba tu ego? De todas formas me sorprende que tu vieras necesidad de hacerlo. ¡Según mi punto de vista tu ego es bastante grande sin necesidad de eso!
—No tuve relaciones con ella al mismo tiempo que contigo.
—Entonces me mintió cuando dijo que te estaba practicando sexo oral mientras estabas hablando por teléfono conmigo, ¿no es así? —Bella observó la reacción de Edward y estuvo a punto de creer que iba a desmayarse. Apretó los puños hasta clavarse las uñas en las palmas de las manos—. No, creo que no mintió.
Él tenía ganas de gritar y clamar en contra de su arrogancia y estupidez, pero, si quería intentar salvar lo suyo con Bella, debía de andarse con pies de plomo.
—Por amor de Dios, Bella, ¡han sido siete años! ¡Siete años en los que ni siquiera hemos hablado! ¡No soy adivino! Y, desde luego, no he lle vado la vida de un monje con la esperanza de que algún día me llamaras para pedirme el divorcio.
—Obviamente, no —contestó ella.
—No he vuelto a verla desde que llegaste a Atenas. ¡Te lo juro, Bella!
— ¡No te he pedido que me jures nada!
—De hecho, desde el mismo instante en que llamaste, todo el deseo que pudiera sentir hacia otras mujeres desapareció. Sólo tenía deseos de ti.
Ella lo miró con desdén.
—Y se supone que tengo que estar agradecida por ello, ¿verdad?
—Estoy tratando de decirte la verdad —declaró.
Bella sabía lo que era el dolor y no podía soportar ya más, así que se obligó a mantener la voz lo más firme y fría posible.
—Bueno, pues ya te he escuchado. Ahora, dejemos todo eso a un lado ¿de acuerdo?, tú tuviste tu sexo, pero yo aun no he recibido el resto del dinero, así que si no te importa me gustaría que cumplieras con tu parte del trato y luego te marcharas.
— ¿A pesar de que te amo? —le preguntó muy despacio. Pero su corazón se hundió al ver que ella lo miraba con unos ojos implacables que no reflejaban perdón.
— ¡No te atrevas a decir eso! ¡No te atrevas a pronunciar palabras que no sientes sólo para expresar tu propia arrogancia!
—Lo he dicho porque lo siento y no por otra razón. Has vuelto a traer la ilusión a mi vida, también la razón y... — dijo posando la mano sobre el corazón—, la pasión. —acabó, bajando el tono de voz—. ¿Y sabes algo? Creo que en el fondo tú también me amas, Bella. Sabes que esa mujer no significa nada para mí, pero ella te sirve de excusa. Te sirve de excusa porque estás asustada. —alzó las manos a modo de súplica—. Yo también lo estoy, Bella, porque ambos nos encontramos a punto de dar un gran paso.
Ella agitó la cabeza.
—No, Edward. No creas que vas a conseguir lo que quieres sólo por admitir tu vulnerabilidad. — ¿pero no era la misma vulnerabilidad que le había hecho darse cuenta de que ella aún lo seguía amando? ¿Acaso no tenía razón acerca de la recepcionista? Ella telefoneó sin previo aviso. ¿Realmente pensaba que un hombre tan apasionado como él podría haberse mantenido célibe todos esos años.— ¿Por qué no te negaste a aceptar la llamada? —le preguntó.
—Porque mi asistente me pasó la llamada direc tamente.
Bella tomó aire. Lo único que ya le quedaba era la sinceridad. Y quizá un poco de orgullo.
—No puedo seguir siendo tu amante. No puedo hacerlo, Edward. Quizá habría funcionado si no hubiéramos sido marido y mujer, pero, sinceramente, no creo que funcionara.
— ¿Acaso no me amas? Porque si me dices que es así no lo creeré, Bella. Tus labios pueden decir una cosa, pero tus ojos reflejan lo contrario.
«Sé valiente», se dijo a sí misma respirando hondo. Por mucho que se quiera, una persona es incapaz, de cambiar lo que siente, pero sí puede cambiar de actitud hacia esos sentimientos. Podría modificar la manera de reaccionar ante sus sentimientos si, llegada la ocasión, necesitaba protegerse de ellos. Y lo necesitaba. Necesitaba toda la ayuda que pudiera obtener.
—Sí, te quiero. Parece ser que no puedo evitarlo. Pero eso no significa que haya futuro alguno para nosotros. Lo básico sigue estando ahí, en eso estoy de acuerdo. La química y la manera en que ambos nos sentimos estando juntos... pero las cosas que influyeron en nuestra separación también siguen estando ahí. ¿Por qué ahora tendría que ser diferente?
—Porque somos mayores y responsables de nuestro destino. —contestó como un hombre suplicando por su vida ante su verdugo. Así es como se sentía. Como si Bella tuviera la llave de su futuro y de su corazón—. Ahora ambos podemos decidir cómo vivir nuestras vidas. Ya no soy un aprendiz, ahora dirijo la compañía.
—Y pronto estarás en la tumba si no bajas el ritmo.
— ¿Estás diciendo que crees que no debería trabajar?
—Jamás me atrevería a darte consejos acerca de cómo vivir tu vida. — de pronto Bella se preguntó por qué Edward aparecía en su vida pidiéndole que regresara, cuando el mismo la había echado hace siete años —. ¿Edward, qué fue lo que te hizo cambiar de opinión?
Edward sabía que tendría que pedirle un perdón infinito, sólo esperaba que ella pudiera otorgárselo.
—Bella ya sé… ya sé toda la verdad, sé que Emmett es tu primo.
Bella se dio la media vuelta, no esperaba aquella respuesta, ¿cómo se habría enterado?
— ¿Quién te lo dijo?
—El mismo investigador que me entregó unas fotos tuyas y de Emmett juntos, antes de que lo nuestro terminara, sólo que en aquel tiempo no sabía que era tu primo —le dijo con el corazón en la mano, siendo lo más sincero posible.
— ¡Perfecto Edward!, ¡necesitaste de un maldito investigador para creerme! —le gritó apretando los puños. Ella trató hace mucho tiempo de explicárselo y él no se lo había permitido.
—Bella tú nunca me dijiste quien era, yo ni siquiera conocía a tu familia.
— ¡Tú fuiste el que nunca me dejo explicarte las cosas!, o ¿te olvidas de aquel día que nos encontraste? Sólo te apresuraste a juzgarme y te fuiste, no me diste la oportunidad de defenderme, fue una suerte que Emmett no supiera que eras mi marido, así no me hizo preguntas incómodas y me dejo quedarme un tiempo más con él. ¡Y después rechazabas todas mis llamadas, mis cartas eran devueltas completamente cerradas, nunca las leíste!. ¿Y ahora me reclamas el que nunca te lo haya dicho? —se volvió a dar la vuelta, no quería que viera que había comenzado a llorar.
—Bella, sé que tienes razón, fui un imbécil, un estúpido y todo lo que quieras, pero por favor perdóname, perdóname —le dijo con la voz quebrada, mientras la abrazaba por la espalda.
—No Edward, ya es demasiado tarde, y es mucho el daño que nos hemos hecho —le contestó soltándose de su abrazo, varías lagrimas ya rodaban por sus rosadas mejillas.
—Bella eso no es cierto, aún no es muy tarde…
—Claro que sí —lo interrumpió— no sólo me dejaste aquel día, sino que cuando te busqué para pedirte el divorcio me convertiste en tu amante.
—Yo aún te deseaba Bella, pensé que cuando ese estúpido trato se terminara por fin podría librarme de ese deseo…
—No es cierto, sabes que no sólo fue por el sexo, te acostaste conmigo porque querías venganza, querías destruirme, ¿y sabes qué Edward? Lo conseguiste. Ya no me importa tu arrepentimiento, ni tu aventura con esa pelirroja, ni con otras mujeres, lo único que quiero es el divorcio y el dinero que me debes —. Le dijo fríamente, aunque por dentro todo se estuviera derrumbando.
—Bella por favor…—trató de suplicarle, pero ella alzo la mano para callarlo.
—Ya no digas nada, nada de lo que salga de tu boca podrá convencerme.
—Pero dijiste que aún me amabas.
—Sí, aún te amo, pero te juro que dejaré de hacerlo. Tú no me diste una oportunidad, yo no tengo porque concedértela Edward. Eso lo aprendí de ti.
—No me iré de aquí si no es contigo Bella.
—Sí claro, siempre imponiendo tu voluntad —le contesto con una sonrisa cínica.
—Bella no es eso… ¿qué no te das cuenta de cuánto te amo?
Bella sintió que eso había sido la gota que había derramado el vaso, llena de furia se dio la media vuelta muy rápido, tan rápido que sintió que la habitación le daba vueltas. Se tambaleó y tuvo que agarrarse de una mesa que estaba cerca de ella.
Edward corrió hacia ella para ayudarla.
— ¿Bella te encuentras bien? —dijo mientras la tomaba del brazo.
—No me toques… —trató de zafarse de su agarre, pero perdió todas sus fuerzas y de pronto todo se volvió negro.

2 comentarios:

  1. hola me gusto mucho tu cap por fis si pudieras actualizar mas pronto, lo quer pasa eds que tu gis me encanta y me dejas con la duda si?
    por fis has que bella perdone a edward si?

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  2. Esa zooorrraaa...pero mira que viendolo de cierta manera..si tiene razon no mintio...pero fue cruel..y lo uso para hacer que Bella sufriera..y que quiso decir con la amenaza.???
    Y ahora el a pedir perdon..pero no es facil..por que ella intento explicarle las cosas y el fue juez y verdugo con ella.
    Y si tiene razon la uso para vengarse si en verdad la amo o ama...debio de darle el divorcio y ya...y eso de la llamada..debio de rechazarla y luego hablar con ella...asi que no salga que fue una llamada que no podia rechazar...lo hizo por venganza
    Yo la verdad si quiero que sufra un poco...pero un poco...jajaja..
    Siguela pronto...bueno aqui me tendras en tu blog..para seguir con tus adaptaciones o tus propias historias.

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