jueves, 24 de febrero de 2011

Mañana serás mía


Capítulo 13 “Mañana serás mía”

— ¡Ay, señorita! ¡Mire usted que rosas! Son una verdadera belleza, y tan temprano. O dieron la orden desde anoche, o el mensajero ha tenido que estar esperando en la puerta, para que abrieran la florería. Están frescas como si las acabaran de cortar y hay que ver el perfume que tienen.
Los parpados de Isabella se han alzado con esfuerzo; pero parecen iluminarse sus pupilas al percibir la maravilla de aquellas rosas, que las manos solicitas de la doncella sacan de la caja, extendiéndolas un poco sobre la colcha que cubre el lecho.
—Su novio de usted es una maravilla, señorita Isabella.
— ¿Quién las trajo?
— ¿Quién había de ser? El mensajero del Hotel, que como de costumbre se marcho corriendo.
— ¿Las flores solamente?
—Y este sobre cerrado para usted. Perdóneme la señorita que me lo guardara en el bolsillo; pero como a veces la señorita Irina se empeña en enterarse de todo, y hoy se levanto al amanecer.
Isabella no mira ya las flores. Le ha faltado tiempo para rasgar el largo sobre blanco, bebiendo con avidez más que leerlas, aquellas palabras que Edward escribiera para ella.
— ¿Quiere la señorita que le traiga el café?
—No. Ahora no. Ahora vete.
— ¿Pongo las flores en agua?
—No me hables ahora, ya las pondré yo luego.
— ¿Vuelvo entonces dentro de un ratito?
—Has lo que quieras; pero ahora déjame.
La doncella ha ido a la puerta sonriente y desde allí se vuelve para ver henchirse de satisfacción el rostro de Isabella, brillar sus ojos cafés y al fin, en impulsivo arranque, besar aquellas letras.
—Edward. ¡Mi Edward! ¿Cómo no perdonártelo todo si eres divino?

****

— ¡Aro! Aro, ¿estás ahí?
—Aquí estoy, pasa.
—No has subido a la alcoba un momento. ¿No te has acostado?
—Tiempo habrá de descansar.
Son las primeras horas de la mañana y Heidi esta en aquella biblioteca donde Aro Vulturi se ha encerrado horas enteras.
— ¿Le pasa algo a James? ¡Habla!
—James descansa; pero hay muchas cosas que poner en orden.
— ¿Que paso anoche? Peleó con Edward, ¿volvieron a encontrarse? ¡Esa maldita Isabella!
— ¡Calla! Ya no hay peligro de nada. Bien puedes quedarte tranquila y dejarme en paz, que ya tengo bastante.
— ¿Que no hay peligro? ¿A dónde fue James anoche?
—Por ahí, a tomar unas copas., una escapada sin consecuencias, de las que hacen todos los muchachos. Mike Newton fue con él y evito que ocurriera nada desagradable.
— ¿No peleo con Edward? ¿No provocó el rompimiento con Isabella? Conozco a James lo bastante para saber que lo único que desea es impedir esa boda.
—Es indudable, pero no lo hará.
— ¿Hablaste sobre eso con él?
—Hablé sobre todo lo que había que hablar. Le propuse irse al extranjero.
— ¡Magnifico!
—Pero no ha aceptado.
—Debes obligarlo, imponerte.
—No será necesario. James me ha dado su palabra de honor de permanecer tranquilo.
— ¡Uy, no te fíes demasiado!
—Porque no me fio estoy combinando una partida de caza en la finca de Mike Newton. Entre él y otros amigos se lo llevaran por unos días; luego prolongaran las cosas dos o tres semanas, proyectaran más tarde una excursión a la laguna y espero combinarlo todo para que James no esté de regreso hasta el día mismo de la boda de su prima, a la que no podría dejar de asistir sin levantar grandes comentarios.
— Que comente la gente lo que le dé la gana; pero que no vaya a fallarnos Edward, que Isabella no vaya a darse cuenta de lo que pierde con dejar a James, porque de la voluntad de nuestro pobre hijo no espero nada. Isabella lo tiene fascinado.
—No la vera mas, sino vestida de novia.
— ¿Pero llegará a vestirse de novia? Mira que la forma en que se fue anoche el tal Edward, no fue nada tranquilizadora.
—La única que podía corresponder a la incorrección de James, pero ya veremos la forma de remediarlo.
— ¿Por qué no lo invitas a almorzar?
— ¿Hoy?
—Cuanto antes mejor. Hare luego servir el café en la rotonda de cristales, tú te irás a tus cosas como siempre, y yo veré la forma de arreglarlo para que se quede solo con Isabella un buen rato, y ya ella se encargará de engatusarlo otra vez.
— ¡Heidi!
—Son novios oficiales. No sé qué tiene de particular. Anda, envíale unas líneas antes que salga. ¡Ay, Isabella, creo que si por fin te veo casada, voy a bailar en tus bodas como cuando tenía veinte años!

****

— ¡Edward!
—Buenos días, Isabella; buenos días a todos, y gracias por su amable invitación, Heidi.
El plan de Heidi comenzaba de un modo excelente. Más linda que nunca, vestida totalmente de blanco, dos rosas prendidas sobre el escote, Isabella aguarda a Edward en el hall.
—Temo llegar demasiado temprano.
—De ninguna manera, llega usted a su casa; solo que tendrá que perdonarnos un ratito, porque James no se encuentra bien y el doctor le ha recomendado que hoy no se levante. Aro tiene un sin fin de cosas que hacer, y yo debo disponer algo por allá adentro, pero les enviare a Erick para que les sirva unos coctails.
—No se moleste, no es necesario.
—Vendrán perfectamente. Todavía tardaremos un buen rato en almorzar. Irina salió esta mañana a su Misa y a sus obras de caridad y vendrá tarde: pero estoy segura que Isabella le atenderá con el mayor gusto del mundo. Queda usted en su casa.
Les ha dejado solos y una sonrisa extraña asoma a los labios de Edward.
—Es una maravilla la discreción de la señora Vulturi.
—Ha cambiado lo bastante para parecer otra persona. Tengo que pensar que Irina no falto a la verdad.
— ¿En qué?
—En nada. Dejemos a los demás; ¡casi me parece mentira verte aquí de nuevo! ¡Anoche pase los momentos más amargos de mi vida!
—Ya te pedía perdón en mi carta.
—En la que como de costumbre, no esperabas contestación. ¿Tan seguro estabas de qué yo tenía que perdonarte?
—Bueno.
—Tan seguro, como de que había de aguardarte en la puerta que me indicabas la otra vez que me escribiste de la misma manera.
—No es eso.
—Si es eso, señor engreído, señor fatuo; estás absolutamente seguro de mi amor. Bien puedes estarlo. Dicen que no es nada bueno entregar así el corazón como yo te lo estoy entregando; que para ser realmente amado hay que dejar un granito de duda en el fondo de la copa en que brindamos nuestro amor; pero el verdadero cariño no sabe de cálculos. Te quiero, te quiero y no te doy el trabajo de que te esfuerces en adivinarlo. Te lo digo con cada uno de mis gestos, lo proclamo con el corazón, con los labios.
—Isabella, ¡Isabella!
—Cuidado, este no es un buen lugar para besarte. ¿Quieres que le pidamos un highball a Erick?
—Quiero que me digas una cosa con absoluta, con terrible sinceridad.
— ¿Terrible nada menos?
—Nada menos. Necesito saber si tu amor…
— ¿Si mi amor, que?
—Nada, creo que iba a preguntar una gran tontería. Nos vendrá bien el highball, encárgalo.
—Sobre todo a ti; no tienes buena cara. ¿Bebiste anoche?
—Un poco, tal vez demasiado.
—Ven. Te preparare algo mejor que el highball aunque no lo mereces. Ya sé que bebiste por causa mía, por causa de tus celos, de tu desconfianza.
— ¿Desconfianza?
—Sí. Dudas de mi amor, dudas de mí, no sé porqué. Tus ojos me lo dicen tan claro. No los vuelvas hacia otro lado; son leales. Me hablan de tu desconfianza, de tus recelos. Pero también me hablan de tu amor, y es una compensación ya que eres tan poco elocuente con palabras.
— ¡Isabella!
—Mi Edward; ¡no lo preguntes más! Sí, es a ti, a ti solo a quien amo. James es como un niño, como un hermano un poco niño, y cruel algunas veces. También lo he perdonado, aunque me ha causado una decepción muy amarga; le creí más noble, menos violento en su despecho.
—James te ama.
—Ya lo sé; pero su amor no justifica esa forma de comportarse. Ya sé que anoche le hablaste noblemente.
— ¿Anoche? ¿Quién te dijo?
—Mike Newton. Yo fue quien le rogué que fuera detrás de James.
—Ah, si. ¡Querías evitar que habláramos!
—Naturalmente; quería evitar un disgusto entre ustedes. Piensa que es mi corazón que está entre los dos.
— ¿Tanto te importa un pretendiente desdeñando?
— ¿Por que hablas en ese tono injusto? James ha sido hasta ayer lo mejor de esta casa, y esta es la casa de los míos, de los que llevan mi sangre, representan todo lo que he tenido hasta que tu llegaste a mi vida, para hacerme olvidarlo todo; pero no hasta el extremo de no tener sentimientos. A veces no te entiendo, Edward.
—Y yo, a veces, temo entenderte demasiado.
— ¿Qué quieres decir?
 Están en el extremo del hall, allí donde los muebles forman un rincón más apacible, más íntimo, y hay un silencio de soledad total en la enorme casa, aquella soledad que Heidi se ha encargado solicita de proporcionar. A los ojos de Isabella parece asomarse entera su alma, y tiembla el corazón de Edward, otra vez herido por aquel fino dardo de remordimiento, que ya en la madrugada traspasara su alma, sacudiéndole en un intenso anhelo de volverse atrás.
— ¡Isabella!
— ¡Edward! ¿Qué te pasa?, ¿Acabarás de hablar francamente?, ¿Acabaras de explicarme?
—Sí; creo que debo hablarte, creo que debo darte una última oportunidad.
— ¿Cómo?
—De salvarte.
— ¿De salvarme? ¿Salvarme de qué?
—James te ama.
—Ya lo sé, ya lo hemos dicho cien veces. ¿Pero qué tiene que ver James?
—Se casaría contigo si tú rompieras nuestro compromiso.
— ¿Edward, que estás diciendo?
—Y también te quiere Mike Newton, ¡no lo niegues!
—No lo niego. Me quiso y me quiere, es mi amigo leal. De ese si no tengo queja de ninguna clase; pero él sabe perfectamente que nunca le amé ni le amo; como no quiero a James, como no quiero a nadie más que a ti Edward, a ti que en lugar de apreciar mi amor pareces empeñando en desconfiar de él en atormentarme sin razón y sin causa.
— ¡Isabella!
—Todos los disgustos, todos los pesares, todos los sinsabores que me han venido por quererte no me importan: es el precio que pagué por tu amor y lo pago con gusto, porque sé que vale más, infinitamente más. Pero el que tu también me envuelvas en dudas y en desconfianzas, el que tu también parezcas considerar como un delito que yo te ame, eso es lo que no entiendo, lo que no puedo soportar, lo que me obliga a rebelarme. ¡Basta, Edward, basta, esto es ya demasiado!
—Escúchame, Isabella.
—Hace una hora que te estoy escuchando. Di de una vez ya lo que sea, por malo que sea, será mejor que este no entenderte.
—He recíbido malas noticias de Matto Grosso.
— ¿Cómo?
—Yo, naturalmente, nunca pensé que fuéramos allá más que por una temporada, por un par de meses; pero las noticias que tengo son desastrosas.
— ¿En qué sentido?, Acaba.
—La mina no es lo que creíamos, el oro no está más que en las capas superficiales.
— ¿Bien, y qué?
—Por lo tanto, no soy rico.       
—Lo siento por ti, Edward de mi alma.
— ¿Por mi nada más?
—Nada más. Te habías hecho ilusiones, acaso tenias grandes proyectos. Probablemente anhelabas vivir en Rio de Janeiro o en San Paulo.
— ¿Y tú no?
—Yo no había pensado en nada.
—Pues es preciso que pienses, Isabella; y esa es la última oportunidad de que te hablaba. He luchado mucho conmigo mismo; pero me atrevo a suplicarte, si, que no la dejes perder. ¡Tú no debes casarte conmigo!
— ¿Qué estás diciendo?
— ¡Enloquecido, celoso, borracho, James dijo algo anoche en que tenía razón; te arrastro a una existencia de lucha, de amargura, de peligros, de enfermedades! Tú no tienes idea, no tienes la menor idea de lo que es aquello, y ni siquiera tendremos la riqueza. Soy un hombre pobre, solemnemente pobre, con el que tendrás que compartir la vida en su forma más dura.
— ¿Y solo por eso quieres que no me case?
—¡Tienes cien oportunidades de una vida mejor! Mira que yo no debería haberte hablado como lo hago, mira que este es solo un momento de debilidad, mira que después no podrás escapar.
— ¿Escapar de tus brazos? Edward. No deseo escapar. Si eso es solo lo que te preocupa, si eso es solo lo que te atormenta, ya puedes echar tus preocupaciones a un lado. ¿Es que no entiendes las palabras? Te quiero, te quiero; voy a ser tu esposa, ¡voy a ir contigo donde tú vayas!
Un abrazo dulcísimo les ha unido. Un largo beso junta sus bocas como sellando aquel divino pacto de amor; pero su dulzura roza apenas los labios de Edward, y la herida duele más hondo en su corazón.

— ¡Isabella!
— ¿Qué quieres, mi vida?
— ¡Dime la verdad! Contéstame francamente, y te juro que te creeré solo a ti. ¿Tú has querido a alguien?
—Como a ti a nadie.
— ¡Piénsalo, no contestes así! Yo se que como a mí no has podido querer a nadie, porque estas dispuesta a sacrificarte, porque no te importó pensar que yo era pobre, porque no te importa saber a qué sitio voy a llevarte, y eso significa que estas sintiendo por mi algo que nunca habías sentido.
— ¡Así es, Edward; al fin lo entiendes! Yo no sabía lo que era el amor. Creo que el amor llegó contigo, que solo para ti podía nacer en mi corazón.
—Y si yo no hubiera vendió a Rio, ¿te hubieras casado con James?
—Probablemente si. Mi situación me obligaba a hacerlo; ya te he dicho.
—Me dijiste que te hubieras casado con James. Sin embargo, no lo querías.
—De amor, no.   
—Pero hubieras jurado amarle, y en ese caso habrías mentido.
—No hay que llevar las cosas a ese extremo. Engañarse a sí misma no es mentir. Quien no ha sentido el amor, puede pensar que ama, cuando solo siente una simpatía, una atracción, un afecto familiar.
—Y creyendo que querías, ¿te has engañado antes?
—Debo confesarte que sí.
— ¿Más de una vez?}
—Acaso. No me mires así, soy mujer. Si me obligas a hablarte con franqueza completa, no puedo menos de confesarte un poco de coquetería, un poquito de vanidad.
— ¡Ya!
—Nunca pretendí ser una santa, Edward; ni te pido a ti que seas un hombre sin defectos, como eres te admito.
— ¡Como soy!
—Te perdono tu brusquedad, tu desconfianza, tus manías, tu afán de interrogarme como si quisieras excavar hasta el fondo de mi vida y al mismo tiempo temieras y desearas encontrar algo horrible.
— ¡Isabella!
—Es así; no creas que no lo he comprendido, pero paso por todo porque sé que me quieres. ¿No puedes tu pasar también  por cualquier cosa que no este del todo bien en mi, solamente por la seguridad de mi amor, por saber que te quiero como ninguna mujer te ha querido? ¡Que nadie podría quererte más, porque el más no existe! Edward ¡Mi Edward!
—Si, si.
La ha estrechado en sus brazos, desesperado, trémulo, enloquecido, entre su odio y su amor, impulsado como por una locura sin remedio que la hace separarla para clavar intensamente en sus grandes ojos chocolate las inquisitivas pupilas verdes.
— ¡Tu lo has querido! Seguiremos juntos; cuanto soñé un día se realizará hasta el fin.
— ¡Si, mi Edward; conquistaremos juntos la riqueza y la dicha!

****

— ¡María! ¡María!
—La mande a un recado. ¿Qué se te ofrece, hija?
—Buenos días, tía Heidi.
—Buenos días, tienes una cara magnifica. Se conoce que te sienta la dicha.
—Gracias, tía Heidi; es usted muy amable conmigo.
Un tanto sorprendida, Isabella mira el rostro sonriente y afable de Heidi, mientras ajusta la sencillísima bata de casa sobre sus ropas de dormir. Son apenas las siete de una mañana esplendida, y el ardiente sol de Rio entra a raudales por las ventanas abiertas.
— ¿Para que querias a María?
—Oí ruido y bocinas en el patio. Cuando me asome a la ventana ya se habían ido. Quería preguntarle qué pasaba. Hasta me asuste un poquito.
—Pues no hay por qué asustarse. Fueron los amigos que vinieron a buscar a James para la cacería, y la señora Newton que pasó personalmente a recoger a Irina.
— ¿A recogerla?
—Sí. También  es de la partida. A última hora la madre y las hermanas de Mike decidieron ir a la finca, invitando a dos o tres amigas de confianza. La señora Newton me habló también de ti; pero respondí naturalmente que no podías ir. Supongo que te parecerá bien.
—Desde luego, tía, pero me hubiera gustado agradecerle su atención yo misma.
—Ya le darás las gracias cuando vuelva, si te queda tiempo y fuerzas entre tiendas y modistas. Ya veras, ya verás que días nos esperan.
— Justamente, tía, me parece que todo eso es demasiado. Quién sabe en cuantos años no podremos vivir en Rio. ¿Para que una fiesta de esa naturaleza?
—Deberías agradecer y callar; pero ya que me obligas te diré que nos importa mucho a tu tío y a mí, que todo el mundo sepa que te hemos tratado como a una hija. Y ahora, ven conmigo; veras que modelo más divino de traje de novia te he escogido. Se disputaran para sacarte en primera plana todas las revistas.

****

—Isabella.
El humo del cigarrillo de James ha escrito un nombre sobre el cristal de la ventana. Esta solo al fondo del enorme hall de la casa de campo de los Newton; apoyada la frente contra el vidrio donde una vez más ha escrito el nombre amado, aquel que parecen repetir los mil ruidos del silencio campestre, aquel que pintan para él las ramas de los arboles, destacándose sobre el cielo gris.
—Es inútil, es inútil.
Rabiosamente su mano ha borrado el nombre escrito. Y rápidamente se vuelve al percibir tras si un paso levísimo.
— ¡Irina!
— ¡Oh, James querido! ¿Te asusté?
—Llegaste de puntillas. ¿Porque andas siempre como un fantasma?
—Es mi modo de andar. Sentiría que hasta el no querer hacer ruido, hasta el no querer molestar a nadie con el ruido de mis pasos, fuera algo que te pareciera mal en mí.
—Perdóname, Irina. Es que estoy nervioso, malhumorado. No sé lo que me pasa ni lo que quiero. Además, lo menos que podía imaginar es que estabas aquí. Creí que te habías ido con todos a la cacería.
— ¿Para qué había de ir? Los tiros me ponen nerviosa y me dan mucha pena los animalitos.
—Eres muy sensible.
—Demasiado. Tanto que a veces llego a lo ridículo. Sin contar con que tenía otra razón: la mejor de todas, la única positiva; tú tampoco ibas a la cacería.
—Eso no es razón de ninguna clase. Supongo que habrás venido como todo el mundo a divertirte.
— ¿Y tu? ¿Tu, James? ¿A qué has venido?
—Demasiado sabes que por complacer a papa.
— Y por alejarte de ella un poquito. ¿Cómo no haces por olvidarla? ¡Pobre James! Si pensaras que nunca te ha querido, que cualquier extraño ha sido para ella más que tu, ese tonto amor que le tienes se acabaría enseguida.
— ¿Y quién te ha dicho que ya no se ha acabado?
—Mi pobre James. Acabas de escribir su nombre en el vidrio, con el humo de tu cigarro.
— ¿Me espiabas?
—Te veía, que no es lo mismo. Como te veo a todas horas. Como te vi anoche beber vaso tras vaso de whisky, y ahora mismo, ¿no es un vaso lo que tienes ahí?
—Si. Un vaso vacio.
—Lo has llenado y lo has vaciado varias veces desde que los demás se han ido.
— ¿Cómo lo sabes?
—Perdóname, James, pero hace mucho rato que estoy ahí. Y me preocupa tanto verte tan triste. Yo no sé lo que daría porque fueras feliz. James querido, si en mi mano estuviera, si por hacer yo el más grande de los sacrificios, lograra que cambiaran las cosas. Que Isabella fuera como tu creías, que Edward Cullen no existiera, que Anthony Masen tampoco hubiera existido, yo…
— ¡Basta! ¡Basta! A veces parece que gozaras revolviendo el puñal en mi herida.
— ¿Pero que te hago yo, James querido? Estás trastornado, la tomas conmigo. Dios mío, que desgraciada soy.
— ¡No llores!
—No lloro. Pero te quiero tanto, James mío.
— ¡Calla! ¡Calla! ¿No comprendes que voy a perder la razón? ¿Qué no quiero ver a nadie, ni siquiera a ti? ¡Dame esa botella, déjame que beba! ¡Que busque la inconsciencia, que olvide! ¡Como si pudiera olvidar que para que sea de otro, para perderla irremisiblemente, no faltan más que veintiséis días!

****

Veintiséis días. Para Isabella han pasado como en un torbellino. Tiendas, zapatero, sombrerero, modistas, ropa interior, trajes de noche, de tarde, de mañana, montañas de ropa de cama, lencería, objetos de arte que son empaquetados en cajones, como para adornar un palacio, y el continuo agobio de Heidi comprando a manos llenas inútiles chucherías.
— ¡Estoy rendida!
—Ya te lo dije; pero te sobrará tiempo para descansar en el pueblo ese donde te va a llevar tu marido. Allí todo ha de ser muy tranquillo, y el comercio no podrá compararse con el de Rio. Por eso he querido que lleves de todo.
—Hay para cuatro novias y cuatro casas, tía.
—Nunca es malo que las cosas sobren. Pero aquí está ya tu tío.
Aro ha aparecido, en efecto, en la puerta del saloncito intimo, con expresión tan grave y pensativa, tan disgustada y tan amarga, que Isabella se ha estremecido, y como en otro tiempo la pregunta brota ingenua de sus labios juveniles.
—Tío Aro. ¿Ha pasado algo?
—Nada que pueda interesarte a ti. Para tu boda todo está listo. El ingeniero Cullen vino conmigo y te está aguardando en el hall.
— ¿Edward?
—Anda. Traje con él unos papeles que es necesario que firmes. No le hagas esperar que aun tiene que hacer muchas diligencias.
—Voy enseguida, tío.
Ha salido triste y silenciosa mientras Heidi pregunta a su marido.
—Aro, ¿le pasa algo a James? ¿No va a venir para la boda?
—Sí. Esta misma tarde estarán todos aquí.
— ¿Entonces?
—Hablé por larga distancia a la finca. Lo pedí a él; pero estaba metido por los montes en una cacería y fue Irina quien me atendió.
— ¿Cómo está mi palomita?
—A lo que parece, allí ni se acuerda de sus padecimientos, en cambio James.
— ¿James, que?
—Su estado de ánimo no mejora. Dice Irina que ha estado bebiendo todos los días. Es preciso arreglarle el viaje a Europa, lo más lejos posible.
— ¿Separarnos de él otra vez?
—Será por su bien.
—Mañana saldrá Isabella de esta casa, y con ella se irán las penas de nuestro hijo. No lo mandes al extranjero, Aro, te lo suplico, déjalo aquí. Aquí es donde va a encontrar el consuelo de una mujer buena, cariñosa, digna de él; un verdadero ángel.
—Si te refieras a Irina, te diré que nunca fue mi ideal para James.
— ¡Estas son tus injusticias! ¿Qué te ha hecho la pobrecita, que pena le debes a ese ángel?
—No lo sé.
—Pues yo si sé que nos ha dado ternura y cariño. Yo si sé que hará feliz a James, no Isabella como tú querías.
—Dejemos a Isabella.
—Ya veo que has pasado de un extremo a otro; ni tanto ni tan calvo, y sé que todo es porque se casa con Edward y no con James; como sé que el Ingeniero tampoco es santo de tu devoción, pero en mi vida vi un hombre más oportuno.
—Puede que si. Oportuno u oportunista.
— ¿Por qué lo dices, si ni siquiera te ha aceptado la dote de Isabella?
—No sé; pero ese Edward Cullen no me inspira confianza, no se por qué. Hay algo en el que me recuerda los tigres en acecho.

****

Las ardientes manos en las de Edward, los ojos fijos en aquel rostro varonil, que ha llegado a ser el mundo para ella, Isabella ha vuelto a caer en aquel éxtasis que embriaga su vida.
Cuando esta frente a él, todo se desvanece en torno suyo, como si nada tuviera importancia más que su gran amor, como si el mundo entero se le hubiera vuelto pequeñito, tan pequeñito que cabe entero en aquellos duros ojos verdes, tan pocas veces tiernos, tantas veces apasionados, siempre interrogadores e inquisitivos.
— ¿Y ahora te vas?
—Por desgracia hay mucho que hacer todavía. Nunca pensé que casarse fuera tan difícil.
— ¿Te quejas? Yo hubiera querido que las cosas fueran más sencillas; pero es para complacer a tía Heidi y al tío Aro, según ella me dijo.
—Ella en cambio asegura que es para complacerte a ti.
— ¿Eso te dijo?
—No te preocupes, no tiene importancia. Al fin y al cabo, todos quedaremos complacidos. Una boda del gran mundo, el acontecimiento social de la temporada. La mejor sociedad bajo las naves de la Catedral; el pueblo en las calles en cordones interminables. Como para ver pasar una boda de príncipes, y tu, la más bella mujer de Rio bajo el sol más brillante del al tierra. Así soñé esta boda, y así será. Así se harán realidad todos mis sueños.
—De que extraño modo lo dices.
—Mañana serás mía. ¡Mía!

2 comentarios:

  1. holaaa ahhhhhhhhhhhh estoyy como loca con esta historiaa jaaaa...es que detesto a irina y heidiii ...y bueno bella como le dice a edward que lo ama se lo explico de mil maneras y las veces que le dice que lo amaaaa por dioss ella esta prufundamente enamoradaa de el...y de edward lo unico que puedo decirr es que es un tontolonnnnn que cuando bella se entera la verdad laa va a herirr y le va a romper el corazonn...yy james espero que encuentre una chica de la que se enamoreee...besoss y nos leemos!!!

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  2. Hya pobre bella seguramente ella imaginandose cosas que ni son jejejejejeje
    Me gusto el capitulo
    BESOS DESDE GUANAJUATO MEXICO

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