jueves, 24 de febrero de 2011

No te estarás arrepintiendo ¿verdad?

Capítulo 11 "No te estarás arrepintiendo ¿verdad?"
—No tengo ninguna duda de que a los ojos del Rey, el matrimonio de Edward con usted será la gota que colme el vaso —siguió James—. El trono irá a parar a Alec. ¿Qué será entonces de Edward? No lo sé. Lo importante es salvar a Ascensión, eso es lo que de verdad cuenta.
Bella levantó la cabeza, abriendo de nuevo los ojos. Cruzándose de brazos, miró molesta y furiosa en dirección a la ciudad.
—Si Edward es tan despreciable como para hacerle esto a su padre y a mí, ¿por qué quiere verle de todas formas en el trono? Tal vez no se lo merezca.
—Ha pasado toda su vida preparándose para ser Rey. No es ningún incompetente, sólo necesita madurar un poco. Demos tiempo al tiempo. Además, la única opción es el príncipe Alec, que sólo tiene diez años. Un menor en el trono desestabilizaría el país.
Ella cerró los ojos, tratando de pensar con la cabeza y no dejarse llevar por el torbellino de sus emociones.
—No sé lo que voy a hacer, excelencia. No puedo simplemente negarme. Mis amigos siguen aún bajo custodia. Si me echo atrás, Edward se pondrá furioso. Desde luego que no quiero casarme con un granuja semejante ni provocar las iras del Rey. Sin embargo, si me niego ahora, el príncipe puede todavía enviar a los hermanos Black a la horca. Incluso cuando lleguen a Nápoles, estarán vigilados, al menos durante un tiempo.
—Eso es verdad. Está bien —dijo, suspirando profundamente—, considerando que la boda tendrá lugar mañana, tal vez sea demasiado tarde para cancelarla. Quizás nuestra única esperanza sea procurar una anulación cuando el Rey y la Reina regresen.
Ella le miró sin saber muy bien adonde quería llegar.
— ¿Sabe lo que hace falta para conseguir una anulación? —preguntó con un tono delicado.
Bella sacudió la cabeza.
—Significa que no... no debe entregarse a él. Si el príncipe la deja embarazada... bueno, no hay nada más triste que un hijo no deseado por el Rey —dijo en voz baja y amarga.
—Entiendo. —Miró hacia otro lado. Al menos esto la aliviaba, pensó mientras miraba sus manos nacidas colocadas sobre la verja. El dolor le hacía temblar, pero al menos ahora no tenía que preocuparse de morir en el parto.
Hubo un momento de silencio. Bella miró por encima del hombro en dirección al vestíbulo, para ver si Edward había vuelto de su «encuentro» con Tanya Denali. Si la veía con James, podría sospechar algo.
—Confieso que no sabía qué esperar de una mujer bandolera —señaló el duque florentino. Ella levantó los ojos y encontró los de James que la observaban—. Quizás, según la ley, debería haber ido a la horca —murmuró mientras levantaba el brazo y le rozaba la mejilla con los nudillos—. Sin embargo, es usted todo un hallazgo.
Ella se apartó ruborizada, confusa por la insolencia de la caricia.
—Déjele cuando sea el momento, y yo me encargaré de protegerla de la ira de los Reyes. Su buena voluntad para no romper el trato con Edward me ayudará a interceder por usted ante sus majestades para que la dejen libre. Puedo ver esto como una garantía para conseguir la inmunidad por sus crímenes. Si, para entonces, aún sigue pura... Bueno —le sonrió de forma enigmática—, quizás usted y yo podamos arreglarnos solos.
—No sea indecente —le dijo, aturdida por su proposición—. Cuando Edward y yo nos casemos, usted será también mi primo.
James la miró con una sonrisa oscura de complicidad. Después cerró la caja con los documentos y se alejó caminando.

— ¿Cómo puedes pensar en atarte a esa esquelética jovencita de campo? —Tanya echaba chispas por sus ojos azules y fríos. Recorría el salón de arriba abajo, revoloteando con su vestido de seda—. ¿De verdad crees que ella puede satisfacerte? Bueno, pues déjame decirte, pequeño, que el velo se te caerá muy pronto de los ojos. Ella es como las demás. Te aburrirás como siempre, y volverás a mí con el rabo entre las piernas. Pero, cuando lo hagas, ¡te daré con la puerta en las mismísimas narices! ¿Crees que te necesito? Puedo tener a cualquier hombre que quiera.
Edward suspiró.
— ¡Claro que puedo! —le gritó, dando otro paso furioso hacia él—. ¡A cualquiera! Caius, James, ¡Incluso al Rey si quisiese!
—Por el amor de Dios, Tanya, ten un poco de decencia —murmuró, sin dejarse impresionar por sus amenazas. Su risa vibró brutal y nerviosa.
— ¿Eso te asusta, Eddie? ¿Qué me lo pase mejor en la cama de tu papá? Estoy segura de que sería así. Es aún tan viril como un semental. El señor es un verdadero hombre, no como tú.
—Y en treinta años de matrimonio, nunca ha engañado a mi madre. Por muy guapa que seas, Tanya, no creo que vaya a romper este récord por ti.
Ella le replicó con desprecio.
—No eres más que un niño mimado. Debería seducirle sólo para restregártelo por la cara. Apuesto a que necesita algo de diversión, porque la Reina debe de estar ya más gastada que un trapo.
¿También iba a insultar a su madre?, pensó tratando de con trolar su enfado.
—Vaya, lamento que pienses así de su majestad la Reina. Ella te tiene en muy alta estima —replicó.
Su sarcasmo consiguió acallar a Tanya sólo un segundo.
—Sé que tu madre me odia. Odia a cualquier mujer que trate de acercarse a ti.
Él se encogió de hombros.
—Simplemente, tiene mucho mejor juicio.
— ¡Y tú sigues todavía agarrado a sus faldas! Tal vez me vaya con James. ¿Qué tienes que decir a eso? —le retó.
—Duerme con el jardinero si eso complace tu vanidad, querida. A mí me tiene sin cuidado. Tampoco es que fueses casta y pura cuando te conocí.
— ¡Bastardo! —le silbó. Pero para sorpresa de Edward, ella siguió sin restregarle sus escarceos con Mike.
El sabía que había algo entre su viejo amigo de infancia y su amante desde hacía un tiempo, aunque no le importaba especialmente. Hubiese estado ciego si no se hubiese dado cuenta. En casi todas las reuniones sociales, se podía ver a Tanya y a Mike riendo por lo bajo, haciendo malvados comentarios sobre la gente en petit comité. La llamativa pareja era inseparable, siempre junta, adorándose uno a otro de una manera que parecía simple cariño, pero que Edward interpretaba como algo más.
—Quizás lo haga —siguió—. Tu primo es tan guapo y he oído que sabe de verdad cómo satisfacer a las mujeres...
—Sinceramente, no me importa a quién metas en tu cama, siempre y cuando entiendas que no serás más bienvenida —la cortó, perdiendo ya la paciencia.
Ella se estremeció, y después guardó silencio, reprochándole con la mirada.
—Te aburrirás de ella —le prometió amargamente, después le dio la espalda y caminó hasta el sofá de rayas, donde se sentó. Cruzó las piernas por debajo de sus suntuosos pechos, exhibiéndolos de forma intencionada, y miró de frente con una mueca de enfado en sus hermosos labios, ignorando a Edward, o al menos pretendiendo ignorarlo.
Él se mantuvo de pie junto a la ventana, frotándose la frente. Tantos gritos le habían provocado dolor de cabeza, o tal vez se lo había provocado la violencia de sus ataques.
«Te aburrirás de ella.» Diablos, tal vez ella tenía razón. Media hora antes, cuando Tanya le había interceptado en el pasillo pidiéndole que hablase con ella, la había acompañado al salón dispuesto a terminar su relación antes de casarse con Isabella.
Pero desde el momento en el que entró en la habitación, supo exactamente por qué y cómo Tanya Denali había conseguido mantenerle en sus redes durante cuatro meses. La razón, descubrió, era que sabía exactamente qué decir y cómo manipularle para conseguir lo que quería. Aunque sus maniobras eran transparentes, los temores que le mostraba eran reales. Desde el momento en el que cerró la puerta, ella había jugado con sus inseguridades como una niña malcriada, golpeando la misma tecla una y otra vez. «Te está utilizando. Es obvio. Ni siquiera la conoces. Te ha prometido todo para salvarse de la horca... ¡y ganar a cambio una corona! ¡Eres un estúpido, Edward! No puedes confiar en ella. ¿Qué te hace pensar que esta chica es diferente a las otras? Te aburrirás de ella en quince días.»
Tal vez Tanya tenía razón. Había caído ya en las redes de la castaña. Sorprendido, tembló al pensar en las cosas que le había revelado la noche anterior, sus miedos más profundos. Podía utilizarlo todo contra él. Quizás había sido un imprudente al lanzarse en sus brazos tan pronto. ¿Cómo podía confiar en su propio criterio cuando le había fallado tanto en el pasado?
Pero había hecho pública su intención de casarse con Isabella. Lo había declarado ante el Consejo, y se casaría con ella. Volverse atrás ahora sería hacer el ridículo.
Levantó la mirada, desconcertado por sus propios pensamientos, y entonces oyó un sollozo. El corazón le dio un vuelco al ver que Tanya había empezado a llorar.
Ella bajó la cabeza y se tapó la nariz con los dedos, mientras dos lágrimas descendían al unísono por sus mejillas, uniformadas.
— ¿Por qué me haces decir esas cosas tan horribles? Te odio. Te amo. Sólo quiero hacerte feliz.
Él la miró fijamente, sabiendo que buscaba manipularle también con las lágrimas, pero sin poder evitar que lo hiciera de todas formas. No podía soportar ver a una mujer llorando... y Tanya lo sabía. Ella creía incluso que le amaba, pero él ya había descubierto desde hace tiempo que la única persona que importaba en el mundo de Tanya era Tanya misma. Aun así, se sintió terriblemente culpable de hacerle daño.
Cuando volvió a sollozar, se acercó a ella y se inclinó junto al sofá donde estaba sentada, tendiéndole en silencio su pañuelo bordado con la insignia real.
Ella lo aceptó y se secó con él las lágrimas.
« ¿Dios, qué estoy haciendo?», se preguntó con angustia, reprimiendo un suspiro. Pensó en Bella y tuvo miedo.
Levantó las pestañas y miró con detenimiento a su amante.
Con sus insaciables caprichos y sus imprevisibles cambios de humor, Tanya Denali admitía ser una interesada, pero al menos se habían acostumbrado el uno al otro. Ella sabía que no debía esperar demasiado de él y Dios sabía que eran más que compatibles en la cama. Quizás era demasiado pronto para romper todo lazo con ella. Después de todo, siempre y cuando Tanya tuviese lo que quería, cosas fáciles como regalos y atención, no le daría ningún disgusto. No le atosigaría ni trataría de atacarle. Con delicadeza, le puso la mano en el muslo y la acarició para reconfortarla.
—No llores, amor —murmuró—. Todo irá bien.
Ella dejó escapar un gemido y le miró con desconfianza, enfurruñada.
—No te importo nada, no te preocupas por mí.
—Sabes que eso no es cierto.
— ¡No te casarías con ella si me quisieras! —dijo, con nuevas lágrimas brillando en el borde de sus ojos azules.
—Tengo un deber para con mi familia y Ascensión —dijo suavemente—. Lo sabes. Es todo una cuestión de linaje. Te dije que mi padre me estaba obligando a elegir una esposa.
—Pero ¿qué tiene ella de especial?
La súplica cargada de inseguridad que leyó en sus ojos le desarmó. Sabía que Tanya no se había sentido amenazada por ninguna de las cinco mujeres de las fotos. Pero era diferente con Isabella. Hizo un puchero y bajó la cabeza mientras un rizo largo y dorado velaba sus rosadas mejillas.
— ¿Estás enamorado de ella, Edward?
Era una pregunta a la que no sabía cómo contestar, pero no deseaba tampoco enfadarla más de lo que estaba.
—Cariño, sólo la conozco desde hace unos días —replicó, evasivo.
Ella se sintió molesta, pero sin llegar a explotar. Lentamente, Edward suspiró aliviado.
Con esta respuesta sentía como si hubiese traicionado a Isabella, y eso le avergonzaba. Sin embargo, sus impulsos adolescentes se rebelaban contra el sentimiento de culpabilidad.
Después de todo, la sociedad reconocía su derecho como hombre sano a mantener amantes si quería. También Isabella sabría seguramente esto. Cualquier hombre moderno que se preciara de serlo debía tener una querida. Sólo la Roca de Ascensión era el marido perfecto, y todo el mundo sabía que Edward el Libertino no era como su padre.
—Escucha —dijo, acariciando su muslo de nuevo—, no tenemos que decidir ahora acerca de nosotros. Quizás deberíamos dejarlo para un poco más adelante.
Con la cabeza baja, volvió sus ojos color zafiro hacia él, con recelo. Edward vio cómo ella calculaba lo que podría sacar de provecho de esta situación.
Y él seguía acariciándola.
—Vuelve a tu casa y relájate unos días. Mímate un poco y frecuenta a algunos amigos mientras yo me ocupo de la boda, ¿de acuerdo? Yo iré a verte pronto.
— ¿Prometido?
Sintiéndose culpable, él asintió.
Tanya suspiró y le miró cariñosa.
—Está bien. Sabes que no puedo negarte nada. Pero, primero... —Le rodeó con los brazos, besándole la mejilla—. ¡Ay, Edward! —le susurró al oído, produciéndole un escalofrío—. Hagamos el amor. Ahora mismo. Te echo de menos, Edward. Te necesito. Nunca pude darte mi regalo de cumpleaños.
Todo su ser protestó cuando ella le besó, partiéndole la boca con su lengua. Tenso, su caballerosidad le impedía rechazarla. Sin embargo, estaba determinado a deshacerse de ella sin provocar ni más rabietas ni más lágrimas.
Ella suspiró, dejando de besarle. Después se recostó sobre los cojines del sofá, jugando con los lazos de su vestido, en una descarada invitación dirigida a él.
—Juega conmigo, Eddie.
Sacudiendo la cabeza sin ser visto, forzó una sonrisa de disculpa.
—Podrías tentar a un santo, amor. Desgraciadamente, tengo que atender un par de reuniones más esta tarde. —Miró el reloj, pero no se dignó en contarle sobre la promesa que le había hecho a Isabella de acompañarla al muelle a despedir a los hermanos Black. De hecho, ya iba con retraso.
—Lo haremos rápido.
—Amor, hay algunos placeres que es mejor no hacer con prisas —susurró.
—Eres un adulador incorregible. Lo que creo es que me estás dando largas. —Ella le miró con adoración—. Siento haberte hecho daño, Edward.
Él la miró, dándose cuenta de que no se sentía tan herido... lo que era quizás otra prueba de que desde el principio había sabido que no debía preocuparse demasiado por la mimada e intransigente Tanya.
Quizás la había elegido deliberadamente porque no significaba una amenaza, no como ciertas castañas que él conocía. No podía imaginar a Bella diciendo nunca de forma deliberada todas las crueldades que ella le había dicho hacía un momento. Este pensamiento le reafirmó en su profunda desilusión y le hizo desear aún más terminar de una vez con la actriz.
Inclinándose para besar con suavidad su mano, se dispuso a dejar a Tanya y salir del salón.
«Llego tarde, maldita sea», pensó, dándose prisa por el pasillo de mármol. Esto era lo último que necesitaba en estos momentos: una esposa que le odiase también.
No mucho después, Edward esperaba de pie un poco alejado de ella y de sus devotos en el muelle de madera, golpeando rítmicamente el suelo con la bota, irritado e impaciente con el prolongado abrazo que ella estaba dando a ese basto gigante a quien llamaba Sam.
La cortesía fría y distante que le había dispensado Bella al ir a buscarla a su habitación para acompañarla hasta el puerto, le indicó, alto y claro, que sabía que había estado hablando en privado con Tanya. Ella no le había dicho nada al respecto, y se había limitado a mirarle con desprecio.
Ni siquiera había tenido el valor de tratar de agradarla de camino al muelle, conformándose con soportar el tenso silencio de rencor. Conforme pasaban los minutos, él se enfadaba más y más consigo mismo por no haber tenido la entereza de romper con Tanya. Su prometida estaba guapísima con su nuevo vestido azul de paseo, pensó, mirándola con deseo. Llevaba un encantador sombrero con un par de rosas prendidas en él y cubría las manos con unos delicados guantes blancos y cortos.
A continuación, abrazó al hermano de las gafas, al mediano de ellos. Después se inclinó para abrazar al chiquillo de las pecas, Seth, durante un buen rato. Después de él se abrazó a la madre, que había elegido acompañarles en su destierro.
Al ver la tristeza en sus ojos por la despedida, no pudo evitar sentirse como un ogro, por sentenciarles a algo así. Sacó su pequeña caja de mentolados del bolsillo y se metió uno en la boca, saboreándolo con detenimiento. Era lo único que podía hacer para no abrir la boca y empezar a gritar « ¡Está bien, está bien. Pueden quedarse!».
Pero este impulso de generosidad se vio pronto frenado al ver a su futura esposa soltar al niño y volverse hacia su mayor devoto, el noble signare Jacob.
Edward entrecerró los ojos para ver mejor a la pareja, buscando algún signo que evidenciase que entre ellos había algo más que una fraternal amistad. Bella cogió a Jacob del brazo y juntos se alejaron caminando hasta el final del muelle, al parecer absortos en una importante conversación.
A Edward le empezaron a palpitar las sienes. Se dio cuenta de que el pequeño Seth le sonreía y le saludaba con la mano. Trató de retirarse un poco, cerca del carruaje, y esperar allí. Le pareció aterrador descubrir que aún no se había casado con Bella y ya se estaba convirtiendo en un marido celoso.
—Necesito que hagas esto por mí, Jacob —le pidió Bella, mirando hacia arriba y buscando los ojos oscuros de su amigo—. Eres el único en el que puedo confiar.
—Sabes que lo haré pero ¿por qué tienes que involucrarte con este tipo de gente? —le preguntó enfadado, con el viento removiendo sus espesos rizos—. Volveré en cuanto pueda y te sacaré de aquí.
— ¿Cuántas veces tengo que decirte que sé cuidar de mí misma? —susurró, mirando por encima del hombro a su prometido. Edward estaba de espaldas a ella, caminando hacia el carruaje, con el sol de la tarde iluminando su larga cabellera. Se volvió hacia Jacob—. Además, no volverás. ¡Sabes que si te cogen de nuevo, te colgarán! Utiliza la cabeza. Tu madre y tus hermanos te necesitan.
Él la miró con tristeza, y después dejó caer la cabeza, abatido.
—Te he fallado. ¡Yo tuve la culpa de que te cogieran y ahora te ves forzada a someterte a él! Es una desgracia...
—Estaré bien, Jacob. Puedo mantenerle a raya hasta que el Rey y la Reina regresen. Si de verdad quieres ayudarme, haz lo que te pido: ve a Florencia y averigua lo que puedas del duque James Salvatore.
— ¿Por qué quieres saber cosas de él?
—Dice que quiere ayudarme, y que si coopero, mi matrimonio con Edward podría anularse cuando los Reyes regresen. Sin embargo, hay algo en él que no me inspira confianza. Él es tan escurridizo como un renacuajo y anda por el palacio como si fuera suyo. En definitiva, ¿harás esto por mí o vas a seguir terco como una mula?
Él suspiró, sacudiendo la cabeza.
—Sabes que lo haré.
—Estupendo. Pero ten cuidado. No sé hasta dónde llega el poder de James en Florencia. Podría ser peligroso.
—Estaré encantado de espiarle por ti... si es que los guardias me quitan los ojos de encima.
—Diles que vas a buscar trabajo —sugirió.
Él asintió.
En su interior, Isabella se encomendó a los santos, porque aunque parte de su propósito era averiguar cosas sobre el misterioso James, quería también dar a Jacob una misión para detenerle en su intento de volver a rescatarla, haciendo uso de su habitual valentía.
—Los nobles de Florencia deben de conocer a James. Deberías tratar de hablar con sus sirvientes. Me han dicho que dirige una empresa de barcos en el muelle y que tiene almacenes en la desembocadura del río Arno, en Pisa.
En ese momento sonaron las bocinas del barco, anunciando su salida. Unos cuantos soldados de la guardia real se acercaron para escoltarle hasta la embarcación. Bella y Jacob se miraron con dolor.
—Jacob —dijo con una mueca de dolor—, te echaré de menos. —Abatida por el dolor de la dura despedida, se dispuso a abrazarle, pero él le dio la mano, mirando hacia otro lado.
—No. Si te abrazo, nunca podré dejarte ir. Además, él me cortaría la cabeza —murmuró, haciendo un gesto hacia el sitio en el que Edward esperaba, intranquilo, con la cabeza baja.
—Lo siento —susurró, sin saber qué decir.
— ¿Por qué? ¿Por haber nacido siendo la hija de un duque? No es culpa tuya. —Apretando el gorro que llevaba en la mano, escudriñó el horizonte—. Ve con tu príncipe, Bella, pero no olvides nunca que no te merece mucho más que yo. Dudo mucho que vaya a haber una anulación.
—Jacob, él sólo está utilizándome.
Él la miró.
—No lo creo —sentenció, le dio un beso en la frente y se dio media vuelta caminando lentamente hacia la plataforma de embarque, con los hombros erguidos.
Los marineros levantaron la pasarela después de que él entrase, y pronto el barco empezó a moverse.
Bella seguía aún en el muelle, sola después de que la fragata hubo desaparecido de su vista. Se abrazó a la toquilla que cubría sus hombros, a pesar de que el aire de la noche era cálido. No se había sentido tan sola desde que era niña.
Oyó el sonido de unas botas que se acercaban. La madera del muelle crepitaba bajo los pasos de Edward.
No se volvió para mirarle. Él se acercó a ella y permaneció a su lado, ofreciéndole la calidez de su cuerpo y abrazándola por detrás para reconfortarla. No hubiese deseado otra cosa que volverse y abrazarle para llorar en sus brazos. En vez de eso, su cuerpo se tensó al recordar todo lo que James le había dicho esa tarde.
El que iba a ser su marido de forma temporal era un canalla, pero ella no estaba dispuesta a destrozar su vida por él. Tampoco dejaría que la ablandase con sus bien aprendidas galanterías.
Nunca había necesitado a nadie. Y nunca lo necesitaría.
Edward apretó aún más su abrazo y bajó la barbilla encima de su hombro.
— ¿Cómo estás? —murmuró.
—Estoy bien —dijo con un hilo de voz, deseando que no fuera tan amable con ella.
—Estarán bien —le susurró con dulzura, apretándola cariñosamente por la cintura—. Nosotros nos encargaremos de que así sea.
Tratando de recuperar la compostura, se dio la vuelta y miró esos ojos verdes cargados de preocupación que la miraban con ternura.
—Ese Jacob... —dijo con un deje de nerviosismo, la mandíbula ligeramente tensa, como si se estuviera esforzando por admitirlo—. Parece un buen hombre.
Ella le miró estupefacta. Edward se aclaró la garganta y apartó la mirada, tratando de ajustarse la corbata como si estuviera avergonzado. Esta afirmación la cogió por sorpresa. Era una generosidad que nunca hubiese imaginado. Le llegó directamente al corazón, y le odió por ser capaz de ablandarla de esa manera.
—Sí. —Y se esforzó en reprochárselo—. Es un auténtico príncipe de los hombres. —Le rozó al pasar junto a él en dirección al carruaje. Tomando asiento en el interior del carruaje, Bella le vio allí de pie, inmóvil, como si su cortante respuesta le hubiese herido de muerte.
Con un movimiento de cabeza, le dirigió una mirada llena de dolor y dudas. Ella bajó la suya, levantando los hombros como la defensiva. Se sintió la mujer más despreciable del mundo, porque sabía que le había hecho daño a propósito. Ella no era así, pero él la hacía sentirse tan vulnerable, tan perdida y confundida...
Metiéndose las manos en los bolsillos, Edward trató de olvidar lo que había pasado, como si fuese un hombre acostumbrado a tratar con mujeres de humor variable. Ella le observó a hurtadillas en su camino de regreso al carruaje.
Sin duda, era el hombre más guapo y apuesto que había conocido nunca, pensó con amargura. Recorrió con la mirada sus musculosas piernas cubiertas por unos pantalones oscuros y llegó hasta su cintura y sus anchos hombros. Al inspeccionar sus facciones clásicas y sus magníficos labios por debajo del ala de su sombrero, recordó el sabor exacto de sus besos de menta. Su cuerpo se tensó y tuvo que apartar la mirada. Edward se sentó frente a ella en el carruaje e hizo una seña al conductor golpeando la puerta de la cabina con los nudillos. El cochero arreó los caballos aflojando las riendas y el vehículo se puso en movimiento.
Un silencio tenso se instaló entre ellos.
— ¿Hay algo que te preocupe? —Su tono era cuidadoso.
Ella miró por la ventana.
—No.
—Bella —dijo, reprimiéndola con dulzura.
—Quiero irme a mi casa —dijo con un tono de voz lastimoso. Podía sentir su mirada, pero ella se negaba a devolvérsela.
—Tú casa está ahora conmigo.
— ¡No, no lo está! —le espetó—. ¡Hay gente que me necesita! Tengo la obligación de cuidarles. No he ido a verles desde hace días, no he visto a mi abuelo, ni a Ángela...
—Bella —le murmuró débilmente. Se echó hacia delante, con los codos en las rodillas. Le cogió las manos y se las sostuvo—. Vas a ser mi esposa, la princesa heredera. Tu obligación ahora es estar conmigo y con Ascensión. Ya he enviado al mejor grupo de enfermeras del reino para que ayuden a Ángela con tu abuelo.
— ¿Ah, sí?
—Sí.
— ¡Bueno, pero él me necesita!
—Cariño, escúchame, todo va a salir bien. Me parece que estás pasando por los nervios lógicos de antes de una boda.
Ella apartó los ojos de su amable aunque preocupada mirada, dándose cuenta de que estaba siendo una maleducada. Por alguna razón —orgullo, quizás— no podía preguntarle sobre Tanya Denali. Edward ni siquiera pensaba que estuviese haciendo algo mal; como James le había dicho, era como un niño caprichoso y encantador. No tenía sentido hacer que estos días fueran aún más desagradables de lo que sin duda iban a ser.
—Superaremos esto —le dijo—. No te estarás arrepintiendo, ¿verdad?
—Es una locura, Edward. Lo sabes, ¿verdad? No deberías casarte conmigo. ¿Qué van a decir tus padres?
—«Enhorabuena», espero.
Ella entornó los ojos al ver su sonrisa despreocupada. Su mirada era extraña, misteriosa, y sus ojos verdes estaban llenos de una inteligencia que ella jamás había visto, y no era precisamente la mirada de un niño inocente.
Como había dicho James, este hombre ocultaba algo, pensó. Decidió que los dos eran igual de horribles.
—Mi padre no controla mi vida, Bella —apuntó, mientras le soltaba la mano y volvía a sentarse, cruzando las piernas y recostándose sobre los cojines de piel marroquí. Apoyó el codo en el borde de la ventana y observó el paisaje. Su tono era meditativo—. Bueno, puede ser un poco molesto al principio, te lo aseguro, pero cuando sepa que el futuro de Ascensión está a salvo, olvidará todo su genio. No olvides lo que te digo.
— ¿Y cómo pretendes hacerle ver eso?
—Dándole un nieto, desde luego.
Ella ahogó un gemido y le miró fijamente, sin decir una palabra. No se atrevía. Como no se atrevía a pensar en cómo iba poder resistirse en la noche de bodas, para la que quedaban menos de veinticuatro horas, cuando este malvado ángel caído viniese a su cama... y le ofreciese tocar el cielo con las manos.


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