Mientras deshacía la maleta en aquella habitación de hotel tan grande como un hangar, Bella aún seguía furiosa. No podía soportar pensar cuánto dinero costaba hospedarse en un sitio como ése. No le importaba que Edward pudiera permitirse comprar el hotel entero si así lo quería. Lo que realmente le importaba era seguir dependiendo de él. Y no quería hacerlo.
¿Cómo se atrevía a echar por tierra todo lo que ella era y todo aquello con lo que se identificaba? ¿Por qué osaba a mirarla de esa manera sólo por que no quisiera gastarse el salario de un año entero en la habitación de un hotel? Al menos, ella traba jaba para ganarse la vida. Todo lo que tenía lo había conseguido con su esfuerzo. Ella no había tenido la suerte de nacer en el seno de una familia rica. Pero no merecía la pena enfadarse. Edward ni si quiera se encontraba allí y, había que reconocerlo, ella le había permitido que le reservara la habitación sin oponer demasiada resistencia. ¿Acaso sería por el poder seductor que desprendía el lujo? Mirando a su alrededor, Bella se deleitó contemplando el tipo de sitio que la familia Cullen solía frecuentar. «Por supuesto que lo era».
El hotel Astronome tenía una vista perfecta de la famosa Acrópolis. A Bella le parecía que aquel paisaje era digno de una postal. En el interior de la habitación, había dispuestos un montón de centros de flores y cestas de frutas. También había bombones y botellas de champán en la nevera.
Bella no creía que pudiera haber nada más lujoso, pero entonces fue cuando descubrió una televisión de pantalla plana tan grande como una pantalla de cine y un jacuzzi en la terraza con vistas a la ciudad.
Y allí, en contraste con todo lo que la rodeaba, se encontraban extendidas contra la cama todas las prendas que formaban su pequeño equipaje. Ella no tenía cabida en ese mundo, un mundo lleno de lujos y banalidades. Cualquiera que viera su ropa diría que era de la sirvienta.
Bella llamó al servicio de lavandería para que le plancharan la ropa. Una vez hubo terminado de ducharse, le subieron la ropa a la habitación. Ahora ya tenía mucho mejor aspecto. Aunque tampoco mucho. De todas formas, ella no tenía intención de aparentar algo que no era. Ella era una mujer trabajadora y autosuficiente y debía estar orgullosa de ello. «Así que demuéstraselo, Bella».
Se dejó el pelo suelto, aunque decidió ponerse dos horquillas azules a juego con su atuendo para retirarse los mechones de pelo que le caían sobre la cara. Sus pendientes podían ser de plástico, pero eran exactamente del mismo color que su vestido, como también lo eran las pulseras que lucía en la muñeca.
Bella se giró frente al espejo. No estaba mal. Nada mal. Quizá el vestido fuera demasiado corto y dejara gran parte de sus piernas al descubierto, pero, ¿a quién le importaba?
Con actitud desafiante, se aplicó otra capa de máscara de pestañas medio sabiendo, aunque sin importarle, lo que Edward pensaría de su apariencia. No era asunto suyo lo que ella luciera. A pesar de lo corta que era su falda, estaba claro que se la había puesto por el tremendo calor que hacía en un lugar como aquél. No porque pretendiera agradar al que pronto sería su ex marido
Pero su determinación empezó a disminuir mientras se dirigía hacía el restaurante de la azotea del hotel donde había quedado con Edward. Sabía que su atuendo contrastaba con las elegantes, prendas y joyas del resto de las mujeres. Y eso hizo que se sintiera fuera de lugar.
«Bueno, para empezar, mantén la cabeza bien alta. Recuerda que, una vez en el pasado, tú también formaste parte de este mundo. Sin embargo, elegiste rechazarlo. O más bien te rechazaron a ti», Bella giró la cabeza como si supiera exactamente dónde estaría sentado Edward. Era como, sí en lo referente a él, tuviera una especie de sexto sentido. Y, sí, allí estaba él, sentado en la mejor mesa con la magnífica luz del atardecer y el profundo mar azul como telón de fondo. Al verlo, Bella sintió cómo el pulso se le aceleraba y la respiración se le entrecortaba. Sabía que todo aquello eran meras manifestaciones de deseo físico sobre las que ella no tenía ningún poder. Lo único que podía hacer era ignorarlas. Pero, ¿Cómo podría hacerlo viendo lo sensacional que estaba Edward con aquel traje de noche?
Pero, a juzgar por el grupo de admiradoras que lo observaban en las mesas que había alrededor, Bella parecía no ser la única en admirar sus encantos. El negro le sentaba bien. Aquel color acentuaba la anchura de sus hombros y la fortaleza de su cuerpo.
Consciente de las miradas de envidia que le lanzaban a su paso, Bella siguió al camarero hasta la mesa de Edward. Cuando estuvo frente a él, Bella deseó poder quitarse de encima la horrible sensación que tenía. Se sentía como una especie de concubina requerida por su señor.
—Hola, Edward. —le dijo con frialdad intentado enmascarar el efecto que su presencia estaba teniendo sobre ella—. ¿Llevas esperando mucho tiempo?
Él se puso en pie mientras los camareros revoloteaban alrededor de ella hasta que por fin tomó asiento. Entonces, Edward volvió a su sitio, justo enfrente de ella.
—Veinte minutos exactamente, porque ése es el tiempo que te has retrasado. ¿Acaso te produce placer dejarme aquí plantado esperándote?
—Ni siquiera me había dado cuenta. —y no era mentira. Había estado tan ocupada en vestirse lo mejor posible, que el tiempo se le había pasado volando.
Él era consciente de lo que aquello podía parecerle al resto de comensales. Edward Cullen, sentado en una mesa solo durante tanto tiempo... Le habían dado ganas de marcharse, pero habría sido ridículo. Sin embargo, había una parte de él que no se hubiera sorprendido si Bella al final no hubiera aparecido. No le hubiese extrañado que le hubiera dejado una nota llena de reproches antes de regresar a Londres. Y eso le excitaba. Porque la naturaleza imprevisible de Bella le enfurecía tanto como le fascinaba.
Edward pensó que Bella quería llegar a un acuerdo desesperadamente. ¿Por qué si no había accedido a alojarse en la suite de un hotel de su elección y, encima, cenar con él? Pero, si tan desesperada estaba por conseguirlo, él podría sacar partido de la posición de poder en la que se encontraba. « ¿Hasta dónde sería capaz de llegar para conseguirlo? », se preguntó mientras contemplaba su belleza como un hombre que ha pasado demasiado tiempo en el desierto.
Edward la había visto pavonearse mientras se acercaba a él y, a pesar de que ella parecía ignorar el interés que había creado a su alrededor, también había observado la reacción que Bella había producido en cada uno de hombres que se encontraban en el restaurante. Y aquello no le había gustado. Seguía siendo esa pequeña maquina sexual que una vez creyó amar.
Su vestido era demasiado barato, demasiado corto y sus sandalias parecían las que los turistas suelen comprar a mitad de precio en los mercadillos. Jamás una mujer con semejante aspecto se había sentado a su mesa. Y eso debería haberle facilitado el hecho de no desearla, pero aun así... ¡Maldita sea! ¡Podría haberla tomado encima la mesa en aquel mismo instante!
¿Sería química lo que existía entre ellos? ¿Qué era lo que hacía que aquella mujer le resultara totalmente irresistible? Comparada con el resto de mujeres que había en el restaurante, Bella era la peor vestida pero, a pesar de ello, había algo en ella que ni todo el dinero del mundo podía comprar.
La imagen de sus cabellos sueltos le hacía soñar con estar junto a ella en la cama. Soñaba con enredar sus manos en él, entrelazar pequeños mechones entre sus dedos, atraparla para poder hacer con ella todo lo que él quisiera... Edward sintió cómo un arrebato de pasión se apoderaba de él al tiempo que sentía su sexo duro como el acero. Y, pronto, Bella también podría sentirlo. Pronto, la colmaría con su virilidad hasta que ella le rogara que no dejara nunca de hacerlo.
—Quizá me hayas hecho esperar deliberadamente. ¿Esperabas que me marchase?
Bella correspondió a su fría sonrisa.
—Habría sido muy tentador, pero, en este caso, no habría servido de nada. Me temo que ambos tendremos que soportar este encuentro —contestó con dulzura—. Míralo como si se tratara de una visita al dentista.
—Perdono que hayas llegado tarde, pero no voy a tolerarte ni una grosería más esta noche —le advirtió. Pero oyó de nuevo unas risas de fondo. Y entonces sus ojos brillaron peligrosamente al ver cómo un hombre le lanzaba una mirada a Bella como si quisiera…
Frustrado por haber resistido la tentación de levantarse y prender por las solapas a aquel insolente mirón, Edward descargó su ira contra Bella. Sin embargo, ella ni siquiera se había percatado. Por el contrarío, permanecía con la cabeza inclinada estudiando el menú. Algo intolerable cuando ambos se encontraban en medio de una conversación.
—¿Hambrienta? —le preguntó sarcásticamente. Bella levantó los ojos del menú.
En él, había encontrado un lugar seguro en el que refugiarse de su inquietante mirada.
—Mucho —contestó ella.
El movimiento hizo que el cabello de Bella cayera sobre su espalda dejando al descubierto su pecho, de forma que la atención de Edward se vio canalizaba hacia los turgentes pezones que se apretaban a través del fino tejido de su vestido. Sin duda aquello era por lo que todos los hombres le estaban lanzando miradas lascivas.
Edward se inclinó hacia delante. Ahora estaba demasiado cerca de ella como para no poder ver la ira que reflejaban sus ojos.
—Dime, ¿por qué te has vestido así? —le preguntó.
—¿Así cómo?
Oh, esos ojos cafés y esa presunta mirada de inocencia... Podía decirse que ella era una ingenua cuando la conoció, pero una vez que había saboreado los placeres del sexo ya no podía decirse que lo fuera. Él había presenciado el despertar de su sexualidad y podía atestiguar cómo había aprendido a escuchar y satisfacer las señales de placer de su cuerpo. Desde que él la había iniciado en el arte del amor, ¿cuántos hombres habrían saboreado la perfección de su sensual belleza?
—Llevas demasiado maquillaje y la falda que llevas es indecente.
Bella se encogió de hombros.
—Es la moda. Además, puedo ponerme lo que me dé la gana.
—¡Pareces una mujerzuela! ¡Una prostituta! ¿Era ésa tu intención?
Ese comentario, a pesar de que ya lo esperaba, la lastimó más de lo estimado.
—Creí que eso era lo que pensabas de mí de todas formas. O al menos eso fue lo que una vez me dijiste. Y, por favor, modera tu lenguaje. No estamos solos. La gente puede oír lo que estás diciendo. No querrás que nadie piense que estamos llevando a cabo una negociación sexual, ¿verdad?
En muy pocas ocasiones había sentido Edward tanta cólera como en aquel momento. Empezó a sentir que le temblaban las manos y, de repente, sintió deseos de bajarle los humos estrechándola entre sus brazos y besándola apasionadamente hasta que, por fin, se derritiera. Después, la sacaría de aquel restaurante mientras el resto de los comensales lo miraban con envidia por saber, exactamente, lo que él tenía intención de hacerla.
—¿Te encuentras bien, Edward? —le preguntó ella suavemente—. ¡A pesar de tu magnífico bronceado pareces ahora estar muy pálido!
Él la miró con recelo. ¿Intentaba provocarlo descaradamente lanzándole mensajes sexuales o simplemente le estaba preguntando por su salud? ¿Acaso estaba jugando con él?
¡Naturalmente que lo estaba! En el pasado, Edward había sido su esclavo sexual y eso, obviamente, era el arma más poderosa que podía utilizar contra él. Entonces, él había bajado la guardia con ella como con ninguna otra persona en su vida. Y ahora lo lamentaba.
Aun así no debía olvidar que ahora ella era su adversario. No se diferenciaba de ningún otro enemigo suyo. La única forma de mantenerse en una posición dominante era asegurarse de tomar el control y jamás mostrar signos de debilidad. Esta vez no lo haría. No esta vez.
Sin apartar los ojos del rostro de ella, Edward deslizó los dedos por el cuello de su camisa.
—Simplemente estoy incomodo con el traje.
Acto seguido, se humedeció los labios deliberadamente y, al hacerlo, vio como las pupilas chocolate de Bella se dilataban sin poder evitarlo. Entonces, volvió a sentir de nuevo el poder. ¡Sí! Quizá estaba intentando jugar con él, pero aún lo deseaba. La tendría en su cama antes de que la noche hubiera terminado y comprobaría por sí mismo si seguía siendo tan buena como recordaba. Se saciaría de ella y, después, la mandaría a hacer la maleta. Consciente de que se había sonrojado, Edward se inclino hacia delante.
—Me temo que ahora soy yo quien debe preguntarte si estás bien, ¿verdad, agapi mu? Pareces estar un poco acalorada. Quizá haga demasiado calor aquí para nosotros, ¿Ne? ¿Qué te parece si vamos a la parte de atrás de la terraza? Allí nadie podrá vernos. Allí la brisa del atardecer podrá refrescarte como si del aliento de un amante se tratara. ¿Acaso no te gustaría?
Bella tomó un sorbo de agua para humedecerse los labios deseando no tener que contestar ¡Qué bien sabía utilizar las palabras! Sin duda, sabía exactamente lo que estaba haciendo. Estaba presionándola para ver hasta donde era capaz de llegar. Oh, sí, Edward sabía perfectamente qué mecanismos poner en funcionamiento. Sabía perfectamente cómo crisparle los nervios.
—No será necesario —dijo ella—. Me sentiré mejor una vez tenga algo de comida dentro de mí.
—¿No preferirías tenerme a mí dentro de ti?
—¡Eres asqueroso!
—¿Por qué te molesta una pregunta tan sencilla como ésa? Desde que llegaste, has estado mirándome como una mujer hambrienta que no ha probado bocado en mucho, mucho tiempo.
Ella lo miró a los ojos en actitud desafiante, pero no podía negar la verdad que albergaban sus palabras.
—Tu atractivo físico nunca ha estado en entredicho Edward.
—Ni el tuyo —le dijo dulcemente—, Pero, ¿cuánto tiempo hace que no pruebas bocado, Bella?
—Tome un sándwich en el avión —contesto a propósito.
—Sabes que no es eso a lo que me refiero —le susurró con voz ronca—. ¿Qué me dices de ese otro apetito, agapi mu? ¿Cuánto hace que no tienes a un hombre entre las piernas? ¿Cuánto hace que nadie se zambulle en la humedad de tu cuerpo hasta hacerte enloquecer de placer? ¿Cuánto hace Bella?
A pesar de su determinación por no permitir que la intimidara, Bella empezó a temblar por una mezcla de humillación y deseo. Solo un embustero podía negar que sus palabras la ofendían, pero también la excitaban. Bella bajo la voz.
—¿Quieres que me marche de aquí ahora mismo?
—Si lo haces, te irás con las manos vacías. Suponía que íbamos a discutir las condiciones de nuestro divorcio.
—Si vas a continuar haciendo alusiones sexuales toda la noche, me pregunto si realmente vale la pena.
—Entonces, vete. Deja que sean los abogados quienes se ocupen de todo.
La estaba poniendo en evidencia. Bella agitó la cabeza.
—No he venido hasta aquí para dar ahora media vuelta y marcharme a casa. De momento, podríamos ir pidiendo la cena...
Edward llamó rápidamente al camarero.
—¿Aún sigue gustándote el pescado?
Bella asintió.
—Aquí hacen el mejor pescado de toda la ciudad.
Naturalmente, si aquella cena hubiera tenido otro propósito y hubiera estado en compañía de otro hombre, ella habría mostrado algún signo de agradecimiento. Pero no era así. Era un mal trago por el que ambos tenían que pasar. Y ella quería hacerlo lo más rápidamente posible.
Guardaron un momento de silencio mientras les servían el pan, el vino y unas aceitunas. Bella no tenía intención de tomar alcohol, pero, de repente, sintió la necesidad de hacerlo para poder enfrentarse a la batalla que se avecinaba, en especial para enfrentarse a la maravillosa vista que tenía, y no era precisamente el mar Egeo, el que la tenía en ese estadlo. A la luz de las velas, los destellos de su cabello cobrizo hacían sombras sobre sus angulosas facciones y resalta ban el brillo de sus profundos ojos verdes.
En cierta forma, en aquel lugar se respiraba una atmósfera muy íntima, pero aun así, Bella se sentía incomoda por la hostilidad y la tensión que flotaba en el aire. De repente se dio cuenta de que no sabía por dónde empezar. Y por la expresión de su rostro, Edward no parecía tener la menor intención de ayudarla.
—Estoy esperando, Bella —dijo suavemente.
Ella apoyó su copa sobre la mesa.
—No pretendo sacar partido de esto.
Él la miraba fríamente.
—Dejémonos de formalidades, ¿quieres? Ve al grano. Yo decidiré si lo que me reclamas es o no abusivo.
—Mi abogado me dijo que te diera eso. —alcanzó su bolso y sacó de él una carta. Se la entregó a Edward.
Después de echarle un vistazo, Edward alzó la mirada. Su rostro permanecía impasible. Los griegos no solían mostrar jamás sus sentimientos. Es pecialmente, si estaban haciendo negocios. Edward había aprendido bien aquella lección. ¡Qué tonta había sido! ¡Y qué idiota había sido también su abogado! ¿Acaso no se habían dado cuenta de que la suma que le estaban exigiendo era ridícula? Podían haberla multiplicado por diez y, aun así, todavía seguiría siendo una cantidad irrisoria comparada con lo vasto de su fortuna.
Edward dobló la carta cuidadosamente. Después, la guardó en el bolsillo de su chaqueta.
—Semejante suma de dinero, ¿realmente te soluciona algo?
Bella asintió. Podría solucionar muchas cosas, pero él no tenía ninguna necesidad de saberlo.
—Sí —respondió ella.
Edward mordió una aceituna. Después dejó el hueso en el plato que había frente a ellos. Había algo erótico en aquel acto y Edward presenció, sin apartar la mirada de su rostro ni un solo momento, cómo Bella se sonrojaba.
—¿Y cuánta necesidad tienes de ese dinero? —le preguntó él dulcemente.
—No voy a suplicarte si es eso lo que esperas que haga. Es un acuerdo justo.
—Muy justo —dijo al borde de soltar una carcajada—. Pero quizá pueda tentarte con una cantidad superior. Puedes duplicar la cantidad que me solicitas, Bella... Quizá incluso podría triplicarla —añadió magnánimamente—. ¿Qué me dices a eso?
Ella lo miró con recelo.
—Van a darme más de lo que pido, ¿por nada?
Entonces Edward rió, pero no se trataba de una risa de júbilo, sino de una risa malévola. ¡Cómo podía seguir siendo tan ingenua!
—Oh, no. No por nada —le aclaró—. ¿Acaso no sabes que, en esta vida, todo tiene su precio, agapi mu? Lo único que tenemos que acordar es el precio.
—Yo... No te entiendo.
Edward hizo una pausa antes de asestarle el último golpe.
—Accede a ser mi amante durante una semana y podrás anotar la cantidad que desees en tu cheque. Si aceptas, podrás dejar Grecia siendo una mujer rica, Bella.
Hola...espero que la puedas continuar pronto...la estube leyendo en ff...ya en lo ultimo y me has dejado con el corazon destrozado por lo que le dijo la amante a bella...es duro y cruel saber que mientras tu hablabas por telefono con el...este desgraciado le estaban haciendo el favor...que poca jajaja..seeeeee lo odio...por facilote.
ResponderEliminarSaludos..y pues aqui me tendras en los proximos fic que subas.