sábado, 14 de mayo de 2011

La tormenta se acerca

Capítulo 7 “La tormenta se acerca”

La cervecería del castillo estaba en estado calamitoso.  Suciedad y barro por todas partes y las ratas en la paja que cubría el piso. Las tinas estaban viejas, oxidadas,  llenas de cerveza rancia y enmohecidas, las tuberías de hierro que traían el agua del pozo no funcionaban adecuadamente, porque traían el agua inmunda del foso.

Le llevó algunos días limpiar el lugar con la ayuda de Thud, Thwack, y la vieja  Cope. Pero para el mediodía del tercer día, el perfume de las especias y las hierbas  era todo lo que se podía oler si uno pasaba cerca de la cervecería.

Dentro de ella, Lady Isabella había colocado un taburete de madera delante de una mesa de roble con dos piernas más cortas que las demás. Pitt, el halcón, tenía la punta de su trenza castaña en su pico. Sus alas estaban extendidas como si  estuviera en vuelo, y cuando el taburete se bamboleaba, él se mecía en su cabello como si estuviera en una cuna, mientras Cíclope lo miraba con su único ojo. 

Tener un piso sucio para una cervecería no era una buena cosa. Por eso, temprano  al amanecer, Bella y sus ayudantes habían robado unas piedras planas color pizarra de los obreros que  trabajaban para el conde. En la última semana, el camino hacia Swan había estado muy agitado con la llegada de obreros, herreros, carpinteros y otros artesanos.

Hubo tantas pilas de piedras para piso, que las pilas eran más altas que el mismo conde. Y Bella decidió que la falta de unas pocas piedras que se necesitaban para cubrir el suelo de la cervecería no sería notada.

Como la mayoría de las cabañas en los patios exteriores del castillo, la cervecería era larga y estrecha, sus paredes estaban hechas de un entramado de cáñamo y  barro pero estaban agrietadas y necesitaban ser emparchadas. Pero el interior era utilizable ahora. Las hierbas secándose y las bolsas pequeñas con especias que ella había traído del convento estaban repartidas en la cabaña.

Bella recorrió con la mirada el pergamino en el cual la Hermana Amice había escrito su lista de hierbas. Mmm… ¿Cuál es la siguiente? —murmuró  y arrastró un dedo por la lista.

—¿La valeriana? No… esa ya está. El polvo de hinojo. No, ya añadí eso. ¡Ajá! Aquí está. Necesito tres hojas de salix.

Bella colocó las hojas en un mortero de piedra y vigorosamente las machacó hasta obtener el polvo fino de salix.

La vieja Cope silenciosamente había pasado la última hora recorriendo el cuarto,  arreglando las hierbas, acomodando los aceites, y las tinturas en la posición correspondiente a la de la luna y las estrellas durante el equinoccio de primavera.

El hermano Berty había entrado sólo una vez, escondiéndose detrás de su crucifijo, el cual había guardado en medio de unos dientes de ajo. Parecía que Dios le había  ordenado que hiciera eso, pues El Señor le dijo que las brujas le tenían miedo al ajo y así evitaría que la vieja druida le hiciera un mal de ojo.

La vieja Cope era perfectamente capaz de hacer el mal de ojo. Tenía el cabello  crespo y blanco como la lana de un cordero. Su nariz era tan ganchuda que  Thomas el Granjero una vez había asegurado que si perdía su guadaña, podría  usar la nariz de la vieja Cope para cortar las plantas. Sus ojos eran agudos,   oscuros, casi negros, y parecían aun más oscuros con el único color de ropa que ella usaba, el negro.

Cuando el Hermano Berty la confrontó mirando ansiosamente a su alrededor, la vieja Cope se había enojado, se había dado la vuelta y había cerrado un ojo malvadamente. Repentinamente comenzó a mover salvajemente y a ondear sus brazos flacos, luego dirigiéndose el monje cantó:

—Eena, meena, mona, garrapata. Basca, tora, hora, muerdan. Hugga, bucca, bau, verruga. ¡Fuera! ¡Afuera…fuera!

El monje empalideció. Su mirada fue hacia Bella. —¿Qué está diciendo? ¿Es una maldición? ¿Dijo verruga? ¿Me despertaré al amanecer con verrugas?

La vieja Cope se encorvó y dejó asomar su cuello arrugado como el de un buitre. —Son palabras antiguas. Palabras usadas por los druidos —hizo una pausa —para escoger sus sacrificios.

Él se quedó sin aliento.

Ella le dio una mirada larga y calculadora.

Él puso su crucifijo muy cerca de su cara y comenzó a retroceder para dejar el lugar. En el umbral gritó —¡Lady Isabella! ¡Lord Edward la está buscando! —Un momento más tarde él había escapado murmurando un avemaría.

Bella sacudió la cabeza. —Qué vergüenza, Cope.

—Es verdad —dijo la vieja.

—Sabes que ahora él estará escondido al menos hasta la misa de la tarde —le contestó Bella con un suspiro.

—Sí —La vieja Cope cruzó al otro lado, hacia la olla negra enorme donde la cerveza fermentaba, tenía la misma mirada que Cíclope cuando tenía la boca llena de plumas.

Respecto al conde cabeza dura, a Bella no le importaba un comino que él la estuviera buscando o no. Con cada golpe de mortero, se imaginaba a su prometido  malgastando su tiempo buscándola de la misma manera que ella había perdido su tiempo esperando por él.

Bella comenzó a reírse nerviosamente y un poco maliciosamente. Su padre siempre decía que ella nunca había aprendido a ganar una pelea con gracia. 

Verdaderamente, esta era una pequeña parte de la venganza que ella había planeado. Aprender a esperarla era una experiencia a la cual el conde debía acostumbrarse. Porque esa sería una parte de su vida por mucho, mucho tiempo.

Ella soltó una carcajada, luego vio a la vieja Cope mirándola de reojo.

—No es nada —Bella sacudió su mano.

Cíclope escogió ese momento para golpear a Pitt con una pata, luego comenzó a  mover el taburete, frotándose contra su pierna. Bella miró al gato. No lo había visto mucho en esos últimos días.

Él continuó frotándose contra su pierna. Bella se agachó y le rascó la piel detrás de las orejas.

El gato gordo intentó morderla.

Ella arrebató su mano hacia atrás y lo miró con el ceño fruncido. —¿Qué te pasa?

—Un gato inquieto —La vieja Cope inclinó la cabeza —Es un signo seguro que una tormenta se acerca.

Bella miró por la ventana pequeña. El cielo estaba azul y despejado y el sol estaba brillando.

No se acercaba una tormenta.

Ella sacudió la cabeza y luego retomó su trabajo. Unos pocos minutos más tarde estaba sumergida en el tema de la receta.

Thud había ido a donde él tonelero para traer algunos barriles nuevos para la cerveza, pero Thwack perdía su tiempo con los tubos de agua en un rincón.

—¿Thwack? —lo llamó Bella distraídamente mientras se inclinaba sobre la enorme olla de cerveza. —Necesito tu ayuda.

—Sí, mi Lady —El muchacho se dio la vuelta.

—Necesito que vayas a traerme algo —le dijo y miró hacia arriba.

En ese mismo momento Thwack dio un paso pisando una pala caída. El mango se levantó golpeándolo justo en la frente.

Un ruido extraño sonó en el cuarto.

El niño se tambaleó por un momento, luego se frotó la cabeza, frunciendo el ceño.

Bella se bajó del taburete y se acercó a él corriendo. Estudió los ojos de Thwack.

Él se quedó con la mirada fija en ella.

—¿Estás herido? —le preguntó algo preocupada.

Él se extrañó como si viera doble. —No soy Erido, soy Thwack. Erido trabaja en los establos, mi Lady.

Ella lo intentó otra vez. —¿Cómo está tu cabeza?
Su expresión era de confusión. —No sé. No hemos hecho la cerveza aún. ¿O la hicimos? ¿Hay cabeza en el barril?

—¡Tu frente Thwack!

—¿Tengo espuma de cerveza en mi frente?—Él se tocó la frente.

— No hemos hecho la cerveza aún —ella le explicó lentamente.

—Bien. Pensé que me había perdido la fermentación cuando pisé la pala y me golpeé.

Bella lo estudió para ver si sus ojos estaban vidriosos. No más vidriosos que lo  usual. —¿Estás bien, entonces?

—Sí, pero me duele la cabeza.

Bella tuvo el deseo repentino de enterrar su cabeza entre sus manos y comenzar a contar muy lentamente. Pero a esas alturas estaba demasiado acostumbrada a tratar con Thud y Thwack, y aunque podían poner a prueba la paciencia de un santo, no había maldad en ellos. Eran muchachos dulces y simples.

Ambos niños habían sido traídos al convento cuando tenían seis años. Un  trovador los había encontrado en el Bosque de Rey, donde habían estado viviendo  como animales.

Las monjas los habían acogido, bañado, alimentado, y ayudado a aprender a vivir civilizadamente. Los habían bautizado como Collin y Brady, pero los niños sólo obedecerían a los nombres que se habían puesto, Thud y Thwack.

Thud era un muchacho ansioso por complacer a todo el mundo, tanto que corría a toda prisa como un animal pequeño del bosque cada que alguien le pedía algo, pero tenía la desventaja de tener pies tan enormes que siempre terminaba cayéndose o golpeándose. Era como si olvidara que sus pies estaban pegados a sus piernas.

Thwack era todo lo opuesto; nunca corría a toda prisa. Él era lento y metódico, y sólo podía concentrarse en una cosa a la vez. Ese era su problema. Se concentraba con tal intensidad y tan completamente que no miraba hacia donde iba y siempre terminaba golpeándose porque se chocaba con algo.
Él también intentaba complacer a las personas, pero tendía a confundirse fácilmente. Cualquier cosa lo distraía y lo sumía en una confusión total.

Mientras estaba en el convento, Bella se había tomado el tiempo para enseñarles las letras. Después de eso los muchachos la seguían a todas partes, como pequeños ángeles de la guarda, siempre ansiosamente agradecidos por hacer lo que fuera por ella.

Thud y Thwack eran buenos muchachos, amables y honestos. Pero no razonaban   o se comportaban como lo hacía el resto del mundo.

Bella acomodó un rulo de cabello marrón rojizo de Thwack y le preguntó —¿Te gustaría ayudarme con la receta de la cerveza?

—Sí —Él sacudió la cabeza vigorosamente.

—Bien. Puedes comenzar trayéndome la miel de la otra mesa.

El muchacho joven se rascó la cabeza como si estuviera decidiendo a cuál mesa ella se refería. Esto no era demasiado difícil, pensó Bella, ya que sólo había dos mesas en el cuarto.

—¿Cuál mesa dice, mi Lady? —le preguntó el muchacho, frunciendo el ceño. —¿Esa mesa?

—Sí. El tazón con la miel está en esa mesa. —Bella estaba de regreso en su taburete y contando las varitas de canela. No levantó la vista, solamente señaló la dirección de la otra mesa en el cuarto.

Hubo silencio completo. Cuando ella se dio cuenta de eso, miró al niño. —¿Pasa algo?

—Estoy confundido. Usted dijo “la otra” mesa. ¿Dónde es “la otra” mesa?

—Esa es la otra mesa. —Dijo Bella señalando nuevamente la mesa donde se encontraba la miel.

—Pero dijo “esa mesa”, no “la otra” mesa y la mesa en la que usted está es “esa mesa”, no “la otra” mesa.

—Thwack —ella calmó su voz.
—¿Sí?

—¿Cuántas mesas hay en este cuarto?

Él señaló la mesa delante de ella y levantó su pulgar, y pronunció —Una —luego miró la otra mesa, miró su primer dedo, y la miró nuevamente. —¡Dos!

—Sí. Entonces… si estoy trabajando en esta mesa —Bella golpeó con sus manos la mesa delante de ella —y yo necesito la miel, ¿dónde piensas que está?

Él pensó tomándose unos segundos; luego su expresión se iluminó. —¿En las colmenas?

—Necesito la miel que está en un tazón en una mesa. Ahora haz el intento otra vez.

Thwack frunció el ceño, luego puso su vista en un dedo y adivinó, —¿En las cocinas?

Ella sacudió  la cabeza.

La vieja Cope estiró el cuello y le murmuró algo al niño. Él miró a la vieja, luego se encogió de hombros. Su mirada iba de una mesa a la otra y de vuelta a Bella. Él se mordió el labio por un segundo, luego dijo, —¿En esa mesa?

—¡Sí!, ¡En esa mesa! —Bella sonrió y retomó el trabajo midiendo y ordenando especias y hierbas.

Él debió haber estado parado allí por mucho tiempo, porque ella lo sintió acercarse a su hombro un buen rato más tarde. —¿Mi Lady?

—¿Sí?

—¿Por qué me dice que mire en “la otra” mesa en lugar de decir  en “esa mesa”?

Bella miró una mesa y la otra, luego suspiró. —No te preocupes por eso Thwack. Era yo quien estaba confundida.

—Sí —Él estuvo de acuerdo. —Ya pasó, mi Lady, ya pasó.

Thwack caminó arrastrando los pies hasta la mesa, luego pasó algunos minutos buscando entre las jarras, los tazones y otros envases sobre ésta.

Cada elemento captaba toda su atención por un buen número de minutos. Finalmente encontró el tazón, lo examinó por un largo rato, luego volvió a dónde Bella con toda lentitud.

Le dio el tazón. Adentro había una masa pegajosa color ámbar. —¿Supone que alguien se robó “la otra” mesa? —le preguntó con el ceño fruncido aún.

Bella sacudió la cabeza negando.

Thwack caminó afuera refunfuñando —Quizá Sir Edward reemplazó “la otra” mesa con “esa” mesa.

Pasaría mucho tiempo para que él se olvidara del tema de las mesas. Pero ahora ella tenía trabajo que hacer.

Bella mezcló el salix y el tomillo, luego molió una pizca de flores del brezo y las añadió a la substancia que cocinaba en la enorme olla negra sobre la pared este. Bajo la olla colgante había un fuego bajo, el humo se elevaba en el cuarto saliendo por los huecos del techo de paja.

Más tarde la masa estaba burbujeando y humeando. El cuarto se había puesto húmedo y caliente. El aire se llenó con los olores de las hierbas y la malta.

Bella tomó un tazón de madera y lo sumergió en la cerveza. Lo dejó enfriarse ligeramente, luego metió su pulgar para probar la temperatura. Volvió a meter su pulgar, juzgó la consistencia por la textura de la substancia que recubría su dedo.
La cerveza estaba hecha.

Bebió un sorbo del tazón y tragó. Una burbuja de cerveza estalló en su boca. Asombrada, se chupó los labios, luego se dio cuenta que estaba realmente feliz porque había fabricado la primer cerveza de Swan.

Era natural que tuviera ganas de reírse con fuerza. Orgullosamente tomó otro sorbo que le produjo otra risa nerviosa.

“Es maravilloso”, pensó, y levantó el tazón hacia sus labios, tomando el resto.

Oyó a la vieja Cope reírse maliciosamente, y Bella bajó el tazón de sus labios.

—Te dije que había una tormenta acercándose —la Vieja Cope anunció, luego desapareció prontamente por la puerta.

Bella se cubrió la boca para detener otro estallido de risa y se dio vuelta.

Su deseo de reírse murió tan rápidamente como hubiera venido.

Edward estaba de pie en el umbral, su expresión más negra que cualquier nubarrón que ella alguna vez hubiese visto.

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