lunes, 16 de mayo de 2011

Disparos

Capítulo 21 “Disparos”

Era el día de la fiesta de bienvenida a casa de Kate para él, y mientras Edward conducía de vuelta a casa se preguntaba cuán enorme resultaría el desastre. A él no le preocupaba, pero le molestaría de sobremanera a Kate si las cosas no salían exactamente como ella había planeado. Por lo que había experimentado esa tarde, las cosas no pintaban bien.
No había sido nada, ni siquiera un enfrentamiento, pero como barómetro del sentimiento público había sido bastante exacto. Había almorzado en el Painted Lady con el presidente de la comisión agrícola, y los comentarios de las dos mujeres detrás de él habían sido fácilmente audibles por casualidad.
—Sin duda tiene muchísima cara dura —había dicho una de las mujeres. No había levantado la voz, pero tampoco se había molestado en bajarla para asegurarse de no poder ser oída. —Si cree que diez años es tiempo suficiente para que nos olvidemos de lo que pasó... Bien, debería pensárselo mejor.
—Kate Denali nunca ve ninguna falta en sus favoritos —comentó la otra mujer.
Edward miraba al frente a la cara del presidente, que iba congestionándose, cada vez más rojizo, mientras el hombre se aplicaba cuidadosamente a su almuerzo y fingía no oír nada.
—Uno creería que hasta los Denali se lo pensarían antes de intentar forzarnos a aceptar el trato con un asesino —dijo la primera mujer.
Los ojos de Edward se habían entornado, pero no se había girado para encararse con las mujeres. Sospechoso de asesinato o no, lo habían educado para ser un caballero sureño, y eso significaba que no avergonzaría deliberadamente a unas damas en público. Si un hombre hubiera estado diciendo lo mismo habría reaccionado de forma distinta, pero tan sólo eran dos francotiradoras verbales, y bastante mayores, por el sonido de sus voces. Las dejó hablar; su pellejo estaba lo bastante curtido para resistirlo.
Pero las matriarcas sociales manejaban mucho poder, y si todas ellas sentían lo mismo, la fiesta de Kate sería un desastre. No se preocupaba por sí mismo; si esta gente no quería hacer negocios con él, de acuerdo, encontraría a otros que si quisieran. Pero Kate se sentiría herida y disgustada, y se culpaba a si misma por no defenderlo hacía diez años. Por el bien de ella, esperaba…
El parabrisas estalló, rociando a Edward con diminutos trozos de cristal. Algo caliente zumbó junto a su oído, pero no tenía tiempo de preocuparse por ello. Su acto reflejo de esquivarlo le habían hecho dar sacudidas al volante, y las ruedas derechas rebotaron violentamente mientras el coche giraba hacia el arcén de la carretera. Luchó ferozmente por mantener el control, tratando de que el coche siguiera en la calzada antes de que rebotara en un agujero o una alcantarilla que lo enviara tumbado a la cuneta. El parabrisas roto lo privaba de toda visión, pues aunque seguía en su sitio, se había tornado completamente opaco por la telaraña de fisuras que lo recorrían. Una piedra, pensó, aunque el camión que iba delante de él estaba lo bastante lejos para no esperar ser alcanzado por la gravilla lanzada por los neumáticos. Tal vez un pájaro, pero habría visto algo tan grande.
Consiguió devolver las cuatro ruedas a la calzada, y hacerse con el control del coche. Automáticamente frenó, mirando a través de la relativamente intacta parte derecha del parabrisas en un esfuerzo por determinar la distancia hasta el arcén y si había sitio suficiente para aparcar. Estaba casi junto al borde del cruce que llevaba al camino privado de Davencourt. Si pudiera dar la vuelta, no había demasiado tráfico…
El parabrisas se quebranto aún más, esta vez por el lado derecho. Parte del destrozado cristal se desprendió del marco, pequeños diamantes unidos por la mina de seguridad que impedía que el vidrio estallara. Piedras, y una mierda, pensó violentamente.
Alguien le había disparado.
Rápidamente se inclinó hacia delante y golpeó el parabrisas con el puño, derribándolo para poder ver frente a él, y pisó el acelerador a fondo. El coche salió disparado, la tracción lo lanzó contra el asiento. Si se paraba y le daba al tirador un objetivo inmóvil, estaba muerto, pero era condenadamente difícil hacer blanco contra alguien que iba a ochenta y cinco kilómetros por hora.
Recordando el ardiente zumbido que había sentido junto a su oído derecho justo después del primer disparo, hizo una somera estimación de la trayectoria de la primera bala y mentalmente situó al pistolero sobre un alto montículo un poco más allá del desvió a la derecha de la carretera. Casi estaba llegando a él, y si giraba por allí, el tirador podría dispararle a un costado. Edward mantuvo pisado el acelerador saltándose el desvío a todo gas, y entonces se introdujo a través de la densa arboleda donde Call creía que el ladrón había escondido su coche.
Edward entrecerró los ojos protegiéndose contra el viento y pisó los frenos a fondo, girando el volante al mismo tiempo mientras hacía dar al coche un giro de ciento ochenta grados, maniobra que había dominado cuando era un engreído adolescente insensato que corría por esta misma carretera, con su larga y llana recta. Salía humo de los neumáticos ya que había dejado marcas de caucho en el pavimento. Otro coche pasó delante de él, haciendo sonar el claxon. El suyo se sacudió y patinó, después  se enderezó con la capota echada hacia atrás, en la dirección de la que había venido. Era una carretera de cuatro carriles, dos en cada sentido, lo cual significaba que iba en dirección opuesta, en contra del tráfico. Dos coches se dirigían directamente hacia él. Pisó de nuevo el acelerador.
Alcanzo el camino del prado justo antes de chocar de frente con uno de esos coches, y tomó la curva sobre dos ruedas. Frenó inmediatamente y apagó el motor. Saltó del coche antes de que este dejara de estremecerse, escabulléndose hacia la tupida cobertura del lateral y dejando el coche para bloquear la salida del sendero, sólo por si acaso era aquí donde había dejado su coche el tirador. ¿Sería el mismo hombre que había entrado en la casa o una coincidencia? Cualquiera que transitara con regularidad por esta carretera, lo que hacían miles de personas, podría haberse dado cuenta de la senda. Parecía un camino de cazadores que se adentrara en los bosques, pero aproximadamente a un cuarto de milla había sido limpiado de árboles y arbustos y se abría en un amplio terreno que lindaba con las tierras de Davencourt.
“Jodida coincidencia,” susurró para sí mismo mientras se deslizaba silenciosamente por entre los árboles, aprovechando la cobertura natural para evitar que nadie le pegara un tiro.
No sabía lo que iba a hacer si se encontraba de frente con alguien que llevara un rifle mientras que él iba desarmado, pero no tenía intención de dejar que eso pasara. Había recibido bastante de la típica educación rural a pesar de, o quizás debido, a la ventaja de vivir en Davencourt. Kate y Esme se habían asegurado de que encajara con sus compañeros de clase, y con la demás gente con la que trataría el resto de su vida. Había cazado ardillas, ciervos y zarigüeyas, aprendió pronto cómo moverse sigilosamente por los tupidos bosques sin hacer un ruido, cómo acechar presas que tenían ojos y oídos mucho mejores que los suyos. Los ladrones que se habían llevado su ganado y tratado de revenderlo en México averiguaron lo bueno que era siguiendo el rastro y no dejándose ver si no quería. Si el pistolero estaba aquí, lo encontraría, y el tipo no sabría que estaba acechándolo hasta que fuera demasiado tarde.
No había ningún otro vehículo aparcado en la senda. Una vez establecido esto, Edward se tumbó bocabajo y escuchó los sonidos a su alrededor. Cinco minutos más tarde, sabía qué acechaba al viento. Allí no había nadie. Si había calculado la trayectoria correctamente, entonces el tirador había seguido otra ruta para marcharse del altozano.
Se levantó y caminó de vuelta al coche. Miró el destrozado parabrisas, con aquellos dos pequeños agujeros atravesándolo, y se agarró un buen cabreo. Habían sido dos buenos disparos; uno o ambos podrían haberlo matado si el ángulo hubiera sido corregido solo un centímetro. Abrió la puerta y se inclinó hacia dentro, examinando los asientos. Había un agujero desigual atravesando el reposacabezas del conductor, más o menos a un centímetro de donde había estado su oreja derecha. La bala había tenido bastante fuerza para poder, después de atravesar el parabrisas delantero, perforar completamente el asiento y hacer un agujero de salida en el parabrisas trasero. La segunda bala había dejado un agujero en el asiento de atrás donde se había incrustado.
Cogió el móvil, lo abrió, y llamó a Embry Call.

Embry llegó sin luces o sirenas, a petición de Edward. Ni siquiera trajo un ayudante con él. —No digas una palabra a nadie —le había dicho Edward. —Cuanta menos gente sepa de esto, mejor.
Ahora Embry caminaba alrededor del coche, observando cada detalle. —Maldición, Edward —dijo finalmente—. Alguien te tenía verdaderas ganas.
—Que se aguante. No estoy de humor para que me jodan.
Embry echó un rápido vistazo Edward. Había una fría y peligrosa expresión en su cara, una que no presagiaba nada bueno para quien se cruzara en su camino. Todo el mundo sabía que Edward Cullen tenía genio, pero esto no era temperamento: esto era algo más, algo deliberado y despiadado.
—¿Alguna idea? —le preguntó—. Llevas de vuelta en la ciudad ¿qué, una semana y media? Tienes enemigos rápidos y letales.
—Creo que es el mismo hombre que entró en la casa —dijo Edward,
—Interesante teoría. —Embry pensó en ello, acariciándose la mandíbula—. ¿Entonces no crees que sólo fuera un  ladrón?
—No, ya no. No ha ocurrido nada en Davencourt durante los diez últimos años, hasta que he regresado a casa.
Embry gruñó, y se frotó la mandíbula un poco más mientras estudiaba a Edward—. ¿Estás diciendo lo que creo que dices?
—Yo no maté a Tanya —masculló Edward—. Eso significa que otro lo hizo, alguien que estaba en nuestras habitaciones. Normalmente, debería haber estado allí. Nunca salía de bares por la noche para una última copa, y tonteaba con otras mujeres. Tal vez Tanya lo sorprendió, como le pasó a Bella. Bella se tropezó con él en el rellano de delante; mi habitación y la de Tanya estaban en el ala izquierda delantera, ¿te acuerdas? Ahora es donde Lauren tiene su habitación, yo duermo en un dormitorio de la parte de atrás. Pero el supuesto ladrón no tenía por qué saberlo, ¿verdad?
Embry silbó suavemente entre dientes. —Eso te convertiría en víctima intencionada desde el principio, lo que significa que esta es la tercera tentativa de matarte. Me siento inclinado a creerte, principalmente porque no tenías ninguna razón para matar a la señorita Tanya. Esto es lo que nos tenía tan jodidos hace diez años. Quienquiera que lo hizo debió pensar que era verdaderamente gracioso, tú culpado de matarla. Mejor que el que la hubieras matado tú mismo. Ahora, ¿quién te odiaba lo suficiente para tratar de matarte hace diez años, y mantener esa locura durante tanto tiempo?
—Maldita sea si lo sé —dijo Edward, quedamente. Durante años había creído que el amante secreto de Tanya la había matado, pero con este nuevo giro, eso no tenía sentido. Habría tenido sentido que el asesino tratara de matarlo a él, pero no que matara a Tanya. Incluso hasta habría sido razonable, si quería pensar en el asesinato como algo razonable, que los dos conspiraran para matarlo. Eso lo quitaría a él de en medio, y Tanya habría heredado una parte mayor de la fortuna Denali. Si simplemente se hubiese divorciado de él, su herencia habría sido menor, porque a pesar de las amenazas de Tanya ella tenía que saber perfectamente que Kate no lo habría desheredado solo porque se hubiesen divorciado. En su favor, tenía que reconocer que no creía que Tanya hubiera estado implicada en un complot para asesinarlo. Como Bella, simplemente estaba en el lugar incorrecto en el momento equivocado, pero para Tanya eso había resultado fatal.
Embry se sacó un trozo de cuerda de su bolsillo y ató un extremo alrededor de un bolígrafo. —Ven, sostén el parabrisas tan levantado como puedas —dijo, y Edward obedeció. Embry pasó el extremo libre de la cuerda por el primer agujero de bala, estirándolo hasta que el bolígrafo quedó pegado a la parte exterior y sujeto. Entonces ató el otro extremo alrededor de otro bolígrafo, asegurando esta vez la cuerda bajo el clip, y pasándolo por los agujeros que atravesaban el reposacabezas.
Miró la trayectoria y silbó suavemente de nuevo. —A la distancia que disparaba, si hubiera ajustado la mira un pelo más a la derecha, esa bala te habría dado justo entre los ojos.
—Ya me di cuenta de que era un excelente disparo —dijo Edward sarcásticamente.
Embry sonrió ampliamente. —Pensé que serías un hombre que apreciaría la buena puntería. ¿Y la segunda bala?
—Sigue clavada en el maletero.
—Bien, cualquier rifle para cazar ciervos dispararía una bala con suficiente fuerza para cubrir esta distancia. No hay modo de seguirle el rastro, incluso aunque pudiéramos encontrar una de las balas. —Miró a Edward—. Corriste un gran riesgo, parándote aquí así.
—Estaba furioso.
—Sí, pues si hay una próxima vez, cálmate antes de decidir ir tras alguien armado. Haré que remolquen el coche, y que mis muchachos lo revisen, pero no creo que encontremos nada que nos ayude.
—En ese caso, preferiría que nadie más se enterara de esto. Yo me ocuparé del coche.
—¿Te importa decirme porque quieres mantenerlo en secreto?
—En primer lugar, no quiero que se ponga en guardia. Si está relajado, tal vez cometa un error. En segundo lugar, no puedes hacer una maldita cosa de todos modos. No puedes escoltarme a todos los sitios donde vaya y no puedes mantener veinticuatro horas de vigilancia sobre Davencourt. Y tercero, si Kate se entera de esto podría matarla.
Embry gruñó—. Edward, tu familia necesita saberlo para llevar cuidado.
—Lo llevan. El supuesto ladrón los asustó. Hemos instalado nuevas cerraduras de seguridad, ventanas más seguras, y estamos protegidos por una alarma que, si se dispara, hará aullar a todos los perros en un radio de treinta millas. Y además, no es ningún secreto en Tuscumbia que hemos hecho todo esto.
—¿Entonces crees que lo sabe, y que probablemente no tratará de entrar en la casa otra vez?
—Ya ha entrado dos veces antes sin ningún problema. En vez de intentarlo de nuevo, esta vez ha tratado de pegarme un tiro en la carretera. Suena como si se hubiese enterado de las noticias.
Embry se cruzó de brazos y se quedó mirándolo—. La fiesta de la señorita Kate es esta noche.
—¿Piensas que podría estar entre los invitados? —dijo Edward. Él ya había pensado lo mismo.
—Yo diría que existe una posibilidad. Tal vez podrías querer echar un vistazo a la lista de invitados y ver si reconoces el nombre de alguien con quien no tienes buena relación, alguien con quien tuviste algún encontronazo durante algún trato de negocios. Demonios, si ni siquiera tiene que estar invitado; por lo que he oído, habrá tanta gente que podría ponerse a bailar un vals y no darse cuenta nadie.
—Tú estás invitado, Embry. ¿Vendrás?
—No podrán impedírmelo. Sam estará allí, también. ¿Te parece bien si lo pongo al corriente de todo esto? Ese viejo lobo sigue siendo bastante astuto, y si lo sabe para estar alerta, puede que vea algo.
—De acuerdo, cuéntaselo a Sam. Pero a nadie más, ¿me oyes?
—Vale, vale —se quejó Embry. Miró el coche de Edward otra vez—. ¿Quieres que te acerque hasta la casa?
—No, todo el mundo haría preguntas. Llévame de vuelta a la ciudad. Tengo que conseguirme otro vehículo de todos modos, y hacer que se ocupen de este. Por lo que respecta a los demás, he tenido un problema mecánico. —Le echó un vistazo al reloj—. Tengo que darme prisa para llegar a casa a tiempo para la fiesta.

2 comentarios:

  1. dios mio por poco y no la cuenta y que pasará en al fiesta ,me encanta est ahistoria ..Besos...

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  2. cielos que horror casi lo matan pero quien es el asesino de tania creo que tiene que ver con la herencia un abrazo patricia1204

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