sábado, 25 de septiembre de 2010

CAPITULO 6


Desde el otro lado de la mesa, Bella apenas se había percatado de que el camarero había servido los platos de pescado. Tragó saliva para intentar eliminar el amargo sabor de boca que tenía, pero no podía apartar la mirada de las bellas facciones del hombre que estaba sentado frente a ella.
¿Le habría entendido mal? El hombre que una vez la había amado tanto como para convertirla en su esposa, ¿acababa de ofrecerle dinero a cambio de sexo? ¿En verdad estaba tratándola como a una...?
Examinó su cara esperando que, en cualquier momento, Edward soltara una carcajada. Eso habría sido lo normal hace años, cuando solía gastarle bromas. Pero eso ya formaba parte del pasado y, ahora, la expresión que reflejaba su rostro le decía que estaba hablando muy en serio.
—¿Estas intentando ofenderme?
—¿Ofenderte? — Edward la miró impacientemente—. Ochi, Bella. Simplemente estoy tratando de llegar a un acuerdo.
—¿Un acuerdo? ¿Tratando a tu mujer como si... como si fuera una prostituta? —susurro.
El se encogió de hombros.
—¿Que tienen de malo las prostitutas? Se dice que resulta muy fácil hacer negocios con ellas; especialmente con las de alto nivel. Proporcionan placer sin compromiso emocional a cambio. De hecho, pensé que eso era por lo que te habías vestido así esta noche...
—¡Eres un cerdo!
Edward se reclinó en su silla para disfrutar de su indignación.
—Oh, vamos, oreos mu. No es necesario montar una escena. Ya estamos llamando bastante la atención. Bastará con que digas sí o no. Después de todo, sólo es sexo, Bella. Algo que solíamos hacer una y otra vez con gran placer. ¿Y quién sabe? Quizá el hecho de incluir dinero en esto le añada más morbo al asunto.
—¿Por qué me estás haciendo esto? —le preguntó con un tono de dolor en la voz. La estaba lastimando el hecho de que el hombre que una vez amó más que a su vida misma, ahora le esté haciendo tal proposición, la estaba tratando como si fuera una cualquiera, una de sus tantas amantes, en lugar de su esposa que era.
—¿Por qué crees?
El instinto le advertía que debía esconder su deseo de venganza hacia ella. Si le decía que quería hacerle pagar por haberle humillado y engañado con otro hombre, ¿acaso eso no le haría mostrar su vulnerabilidad emocional frente a ella?
Mientras seguía buscando una razón igualmente válida, sus verdes ojos seguían brillando.
—Porque, desgraciadamente, aún te encuentro muy apetecible. Me marché antes de haberme saciado de ti por completo. Quizá ahora que tengo una segunda oportunidad, pueda remediarlo. –sus ojos estaban vidriosos y su voz era una suave caricia—. Y tambien me gustaría comprobar si sigues siendo tan ardiente como lo eras hace años...
¡Como si no lo supiera!
A pesar de la rabia que le estaban produciendo aquellos comentarios, Bella sintió cómo se le endurecían los pezones. Empezó a sonrojarse. Aquellos placeres corporales olvidados hacía tanto tiempo empezaban a reclamar ser atendidos. Placeres que, simplemente, habían permanecido latentes porque ningún otro hombre había sido capaz de reactivarlos. Bella agitó la cabeza.
—¡Puedes irte al infierno!
— ¿Es eso un no?
—¡Jamás!, ¡si quieres una amante en turno, busca a una de las tantas que ya tienes!
—Lamentarás tus palabras, agapi mu.
—Lo único que de verdad lamento es haberte conocido.
De repente, la expresión de su rostro se endureció. Edward parecía un ángel caído cuyas bellas facciones sólo reflejaban desdén.
—Al menos hay algo en lo que ambos estamos de acuerdo.
—¡No puedo permanecer aquí ni un minuto más! —dijo ella desesperadamente. No podía soportar que él echara por tierra todos los bellos momentos que ambos habían compartido. Echando la silla hacia atrás, se levantó sin importarle lo que el restó de comensales pudiera pensar—. ¡No quiero oír ni una palabra más sobre esto!
—Siéntate —le pidió a pesar de que estaba seguro de que no lo haría.
—¿Y tener que seguir soportando esto? No, Edward. Por mí puedes irte al infierno.
Bella salió corriendo del restaurante y, si no hubiera estado tan disgustada, se habría dado cuenta que las caras de los camareros eran casi cómicas. Parecían no poder creerse que alguien tuviera suficiente coraje como para dejar plantado a Edward Cullen, el guapo multímillonario.
Tomó las escaleras en lugar del ascensor. Se sentía como Cenicienta saliendo del baile Pero, ¿acaso no era eso lo que siempre había sido para él? ¿Una Cenicienta? Sacó la llave de su habitación, pero los dedos le temblaban tanto, que no le respondían. Ni siquiera era capaz de introducir la llave en la cerradura. Entonces fue cuando oyó el sonido de una voz terriblemente familiar detrás de ella. Una voz que le helaba la sangre.
—Permíteme —le susurró mientras que Bella se giraba para contemplar, incrédula, el rostro de Edward.
—¡Vete de aquí!, ¡lárgate!
Pero él la ignoró. Arrebatándole la llave de entre los dedos, abrió la puerta y empujó suavemente a Bella hacia el interior de la habitación cerrando la puerta tras él. Había sido una acción totalmente autoritaria. Una acción que le recordaba lo machista que era. «Así que haz algo. Échale a patadas. Llama a seguridad». Pero Bella no podía hacer nada excepto mirarlo. Mientras tanto, el ritmo de su respiración seguía aumentando. Debía de estar equivocada, pero aquella mirada suya tan profunda y llena de intención... Ella ya le había dicho lo que pensaba acerca de su proposición.
Se deshizo el nudo de la corbata y comenzó a rotar la cabeza y los hombros como parodiando a un marido que llega a casa después de un duro día de trabajo. Pero ellos nunca habían compartido cosas tan rutinarias como esá. Y ahora él estaba...
—¿Que crees que estás haciendo? —Bella tragó saliva mientras Edward se quitaba la chaqueta dejando al descubierto la poderosa musculatura que se escondía bajo su camisa de seda blanca.
—Vamos, Bella. Estamos en medio de una conversación. Y creo que debemos zanjar el tema, ¿no crees?
—¿Y acaso eso implica que tengas que quitarte la ropa? —le pregunto.
El arqueo las cejas como queriendo burlarse de su pregunta.
—Bueno, solo me he quitado la chaqueta, pero puedo quitarme mas prendas si así lo deseas.
—¡Eres repugnante! Ni siquiera se por que te has molestado en seguirme porque yo no tengo nada más que decirte.
—¿Estas segura, Bella, mu?
Y sin previo aviso, Edward la rodeó con sus brazos, tal y como había hecho anteriormente en su despacho. Esa vez, Bella debería haber estado preparada. Debería haberle parado, pero, al igual que aquella mañana, se derritió frente a él como si de mantequilla se tratara. Parecía que su suave cuerpo encajaba a la perfección contra la dureza del suyo, parecía como si ambos estuvieran hechos el uno para el otro a propósito.
—No tengo nada mas que decirte —repitió a pesar de que resultaba poco convincente.
Mientras Bella luchaba por liberarse, Edward sentia el frescor de su aliento contra sus mejillas. A pesar de todos sus esfuerzos, sabía que Bella no quería irse a ninguna otra parte. Y el tampoco.
—Quizá entonces ya no sea el momento adecuado para las palabras —murmuro él.
—Sí lo es... —pero su voz sonaba como la de una persona diciendo que no puede comerse un bombón cuando el chocolate ya se está derritiendo en su boca. Él sonrió.
—Pero me deseas.
—No. No. Yo no...
Edward le giró el rostro. Entonces pudo ver la mezcla de emociones que, como un torbellino, se estaba apoderando de ella. Poco después, una, sólo una de aquellas emociones, prevalecía sobre las demás. La más poderosa e intensa. Tan fuerte como la vida misma. Porque, de hecho, sin ella, no habría vida. El deseo.
—Oh, sí. Sí me deseas. Puedo sentirlo. Yo tam bién te deseo —y entonces él no pudo contenerse por más tiempo—. Bella —gimió, y posó su boca sobre la de ella, saboreando la dulzura y la humedad de sus labios.
Bella se sentía como una botella de champán que alguien ha agitado justo antes de abrir. Sin embargo, en lugar de una explosión de espuma, ella se vio superada por un torbellino de emociones que amenazaban con desbordarla. Y poco podía ella hacer frente a eso.
Edward separó sus labios de los de ella. —Bella —volvió a gemir de nuevo aunque, esa vez, el familiar tono de su voz hizo que sus sentidos rememoraran sensaciones que él era capaz de producir en su cuerpo.
—No deberíamos... —suspiró ella.
Pero ya era demasiado tarde. ¿Acaso sus palabras no daban por sentado que iba a suceder algo entre ellos? «No deberíamos». Como si fuera algo que hubieran planeado juntos. Bueno, quizá lo habían hecho, pero inconscientemente. Porque si no las cosas habrían sido muy diferentes.
Ella le habría pedido a su abogado que le llamará.
Ella no hubiera tenido que viajar hasta Grecia para decírselo.
Pero entonces, él no la hubiera invitado. Podría haber fijado su reunión en su enorme despacho, no bajo la luz de las velas de uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad.
E incluso aunque todas esas cosas no hubieran dado resultado, ella siempre podría haberle pedido que se marchara. Pero, por el contrario, allí estaba, apoyada sobre él como si no pudiera resistirse a su enorme magnetismo. Y ahora Edward había empezado a entrelazar sus manos en su pelo, no podía hacer nada más que inclinar la cabeza hacia atrás, cerrar los ojos, y rogar que no se detuviera.
—¡Oh, Dios!
Edward dejó escapar un grito de placer al sentir cómo ella se estremecía. Continuó dándole pequeños besos a lo largo del cuello mientras el cuerpo de Bella empezaba a temblar incontrolablemente. Edward quería prolongar lo máximo posible aquellos preliminares. Quería hacerlo hasta que ambos no pudieran soportar más la excitación y suplicaran rendirse al placer. Pero en aquel momento, el autocontrol parecía haberlo abandonado.
Él deslizó las manos por su vestido y ella comenzó a gemir, retorciendose de placer mientras él deslizaba sus dedos bajo la humedad de sus braguitas. Y... ghlikos... Menos mal que él la tenía sujeta por la cintura porque, sino hubiera sido así, sus rodillas no podrían haberla sustentado.
—Bella —le susurró, tumbandola sobre el frío suelo de mármol con cuidado, con tanto cuidado como si ella fuera de cristal. Pero el cristal era algo frío y ahora, Bella, se sentía incendiada por el efecto de su tacto.
Ella lo miró acaloradamente, como si estuviera atravesando un episodio febril. Y así, a pesar de que no estaba segura de querer atraerlo o alejarlo de ella, lo agarró por los hombros. Algo dentro de ella sabía que aquello no estaba bien. Algo le decía que debería parar aquello ahora mismo. Hacer que Edward se detuviera. Bien sabía que, aunque Edward fuera un hombre poderoso con un apetito sexual insaciable, jamas la tomaría a la fuerza. Su orgullo nunca se lo permitiría.
Pero, aun así, un sentimiento profundo que iba mas allá de la razón, hacía que permaneciera aferrada a él.
—Edward —gimoteó cerrando los ojos para que él no pudiera ver el dolor en ellos.
Pero Edward pudo ver la expresión desgarrada de su rostro cuando ella se dispuso a separar las piernas para recibirlo. En aquel momento él apenas era capaz de hablar, tenía la garganta seca y rígida. Bueno, no sólo la garganta...
—¿Quieres que me vaya? —preguntó—. ¿Quieres que pare? ¿Quieres que te deje así?
Bella abrió los ojos para ver la tensión reflejada en el rostro de Edward. Sólo una palabra suya bastaría para que se detuviera.
—¿Quieres? —volvio preguntar—. Por amor de Dios, Bella, ¡dimelo! No podré soportar mucho más tiempo esta agonía.
—¡No! —susurró ella mientras una lagrima se deslizaba por el rabillo de su ojo—. Quedate. No te vayas. Sigue, por favor, Edward.
Al oír aquello. Edward dio rienda suelta a su voracidad. De hecho, emitió un sonido gutural que bien podía compararse con el rugido de un león
dispuesto a atrapar su pequeña e indefensa oveja.
Con una mano, le arrancó las braguitas y empezó a acariciarla. Mientras, con la otra, se desabrochaba el cinturón. Después, mientras Bella empezaba ya a estremecerse por el placer de la magia de sus dedos, él se apartó un momento para dejar caer el cinturón al suelo.
En aquel momento. Bella abrió los ojos para protestar.
—¿Adonde vas?
—Voy a prepararme para ti.
Ella lo contempló.
Estaba tan excitado que se quitó la camisa impacientemente. Después se bajó la cremallera y lanzó los pantalones al suelo. Por último, se quitó los calcetines. Y allí, en calzoncillos, la grandeza de su erección ponía de manifiesto cuánto la deseaba en realidad. El impacto de volver a ver aquello, hizo que Bella dejara escapar un grito ahogado.
—¡Edward! —jadeó.
Edward le dedicó una mirada de perfecto seductor.—Te gusta ver cómo me desnudo para ti, ¿verdad?
Bella tragó saliva. —Si.
Tratando de ir mas despacio, se quitó los calzoncillos. Despues, sacó un preservativo de uno de sus bolsillos. Al ponerselo y sentir la dureza de su erección casi... De repente sintió que necesitaba tomarla en aquel mismo momento. No podía esperar ni un segundo más. Ni siquiera podría permitirse el tiempo suficiente para quitarle el vestido y el sujetador, porque si lo hacía...
—Bella —gimió mientras hundía sus dedos dentro de ella y sentía el calor que emanaba de su cuerpo—. Bella...
En aquel momento, Bella le agarró la mano para estrecharle contra sí. Era maravilloso poder sentir otra vez la fortaleza de su cuerpo entre sus brazos. Le rodeó el cuello con su otro brazo para besarlo instintivamente en los hombros mientras que sus caderas se alzaban para recibirle.
—Ahora —le suplicó sintiendo cómo el calor se había apoderado de ella— Oh, Edward, ¡ahora!
Dejando escapar un gemido, Edward se hundió dentro de ella. Y lo hizo mucho más profundamente de lo que jamás lo había hecho con ella o cualquier otra mujer. Incluso más que cuando ella, tan voluntariosamente, le había entregado su virginidad. Pero, sin embargo, algo parecido a un sollozo salió de sus labios al pensar cuántos hombres habrían estado allí despues de él, en aquellos íntimos lugares que sólo a él pertenecían. Al pensarlo, aquel sollozo se tornó furioso y la furia hizo que empezara a embestir con más fuerza.
—¡Edward! —jadeó consciente de la rendición latente en su voz.
—¿Te estoy haciendo daño?— preguntó él.
No de la manera que pensaba. Su corazón era el único que estaba en peligro. Bella quería susurrarle al oído que él era el único hombre al que ella jamás había querido, que incluso a veces seguía soñando con él, pero por el contrario...
—No, no me estás haciendo daño —dijo, su orgullo era más fuerte, él había desconfiado de ella, merecía sufrir también.
Edward vio que Bella estaba a punto de llegar al climax y sabía que él no podría aguantar más. No esa vez.. le levantó los muslos y puso sus brazos debajo para que ella llegara con más fuerza, más rápido. Mientras tanto, observaba cómo ella inclinaba la cabeza hacia atrás, arqueaba la espalda y separaba las piernas para sentir cómo aquella explosión de placer invadía todo su ser.
Los gritos de Bella hicieron que Edward se dejara llevar. Aquel orgasmo le había transportado a un lugar que nunca antes había visitado. El placer era tan intenso que sentía como si todos sus sentidos hubieran vuelto a la vida. Después de acabar, pudo sentir cómo ella aún se convulsionaba bajo él. Después, él se echó sobre ella para murmurarle algo en griego al oído.
Bella debía de haberse quedado dormida. Al despertarse, sintió el frío mármol contra sus piernas a pesar de que el musculoso cuerpo de Edward, quien yacía a su lado, la mantenía caliente.
Sin embargo, a pesar del contacto de su cuerpo y el calor que despedía, Bella temblaba ligeramente. Abrió los ojos y permaneció mirando al techo tratando de retener las imágenes de todo lo que allí había sucedido. Al hacerlo, una rafaga de pensamientos contradictorios sacudió su mente. No quería que Edward se despertara. Todavía no. No hasta que hubiera decidido que hacer a partir de entonces. Para eso lo primero que tenía que hacer era aceptar la situación. Había ocurrido. Había dejado que su ex marido le hiciera el amor. No, en realidad sólo habían compartido sexo salvaje.
Consciente de la enorme atracción física que siempre había existido entre ellos, quizá lo sucedido había sido inevitable. No lo había planeado, pero tampoco se había resistido. Sin embargo, ahora no iba a lamentarlo.
Tras aquel estallido de placer, su cuerpo se sentía maravillosamente. Sin embargo, ella se sentía vacía. Nunca había hecho el amor con Edward de una manera tan mecánica y primaria como aquélla. Ni siquiera antes de que se rompiera su matrimonio. Jamás habían entendido el sexo como una cruel imitación de hacer el amor y eso le parecía una completa burla de lo que en su día, ellos compartieron juntos.
Si únicamente no hubiera sido tan bueno... Pero justo cuando empezaba a esbozar una tímida sonrisilla, se obligó a pensar en la horrible proposición que Edward le había hecho: convertirse en su amante a cambio de ofrecerle un cheque en blanco como acuerdo de separación.
Consentir que la tratara como a una prostituta.
Permitir que entrara en su habitación siempre que quisiera y hacer el amor con él sin oponer resistencia. Para haber rechazado su propuesta tan tajantemente parecía que había cambiado de opinión con bastante facilidad...
¿Cómo había podido?
Pero eso no significaba que hubiera accedido a convertirse en su amante, ¿verdad? Tenía que admitirlo, solo había sido sexo y eso había ocurrido porque... Bueno, se había dejado llevar sin pensarlo.
A pesar de que Edward no hubiera mostrado signos de cariño hacia ella. Bella, ciertamente, sentía algo por él. No podía evitarlo. Aunque sabía que entre ellos no podían existir tales sentimientos. Eran rivales. No habían llegado a ningún acuerdo Podía mantener la cabeza bien alta a pesar de que no estaba especialmente orgullosa de lo ocurrido. Simplemente había sucedido. Por una infinidad de razones. Claramente, deseo, lujuria. Sobre todo por parte de Edward. Y, si era totalmente sincera, también por parte suya.
Sin embargo, había habido algo más que lujuria. Ambos parecían haber estado añorando recordar lo bueno que siempre había sido el sexo entre ellos.
Pero se había acabado. Y Bella lo sabía. Ahora sólo tenía que pensar cómo salir airosa de una situación tan embarazosa como aquélla. Empezó a darle vueltas a la cabeza. Pronto, Edward se despertaría. Entonces, le diría que quería pasar la noche sola y prefería que se marchara. Había conseguido lo que quería. Si le dejaba bien claro que no tenía ninguna intención de volver a caer en su trampa, ¿qué objetivo tenía quedarse?
Y aquello implicaba que, a la mañana siguiente, tendría que salir corriendo de allí hacia el aeropuerto.
Tomaría un vuelo de regreso a Londres. Sería capaz de salir adelante. Lo haría de alguna forma. Se las apañaría para pagarle a Alice todo lo que le debía sin tener que pedirle favores a Edward. Incluso aunque eso supusiera tener que trabajar incluso por las noches. Trabajar duro la mantendría distraída y la ayudaría a olvidar todo lo que allí había acontecido.
Bella permaneció quieta mientras sentía que Edward comenzaba a desperezarse. Cerró los ojos para ganar algo de tiempo.
Por una décima de segundo Edward creyó que se encontraba con cualquier mujer. Aún medio adormilado, sintió el calor pegajoso del cuerpo que tenía al lado. Inconscientemente, se abalanzó sobre ella provocativamente. Y entonces recordó. «¡Bella!»
Fue como si alguien acabara de introducir sus sentimientos en una coctelera para después agitarlos frenéticamente. Acababa de hacer algo que jamás pensó que volvería a hacer. ¿Qué le había pa sado? ¿Acaso no era capaz de mantener el control? Aquello había sucedido sin que tuviera la oportunidad de dictaminar sus condiciones y, por lo tanto, se sentía en desventaja.
¿Qué sucedería a partir de ahora? Sabía que estaba despierta. Podía sentir cómo controlaba la respiración para fingir estar dormida.
¿Qué Bella estuviera haciéndole creer que estaba dormida le irritó tanto como su momentánea confusión, así que se apartó de ella evitando así que pudiera comprobar lo fácilmente que podía excitarlo. Se apoyo sobre los codos para vigilarla de cerca. Tenia el vestido subido hasta las caderas y sus braguitas estaban a un lado, en el suelo. El pelo le caía sobre el pecho y sus apetecibles labios estaban sonrosados.
De repente, dejó de fingir. Abrió los ojos y lo miró con cautela. Se sentía como un animalillo que, ante una fiera, no sabe cómo poder escapar.
La irritación de Edward aumentó. ¿Dónde estaban sus besos? ¿Dónde las muestras de gratitud y los susurros al oído? ¿Y dónde estaban aquellas manos que, tan bien, sabían acariciarle la entrepierna para excitarlo de nuevo?
—¿No dices nada, Bella? Dadas las circunstancias, parece un poco raro...
Poco a poco, Bella fue separándose de él, alejándose del peligro de su proximidad, y de las dagas de rencor que le lanzaba con la mirada.
—En una situación como ésta, cualquier reacción parecería inapropiada.
—Así que no vas a decirme: «Cariño, ¿no ha sido maravilloso?» —se burló.
—Sabes que lo ha sido, en cierta forma.
—Bueno, ¿y qué es lo que normalmente les dices a los hombres en una situación como ésta? ¿Cuál suele ser tu reacción?
Ella se sonrojó de coraje, de humillación, pero sobre todo por el dolor que sentía en el pecho. Edward había escogido delibera damente aquellas palabras para hacerla sentir como una golfa. Y le había dado resultado. Pero estaría perdida si él lo supiera. Eso no haría más que incrementar su ego.
—Realmente no creo que eso sea asunto tuyo, ¿no te parece? —le respondió tranquila, pegándole a él también, al mismo tiempo.
Y, aunque intentó convencerse de que era algo irracional, Edward sintió que los celos lo consumían. No importaba que llevaran separados mucho tiempo o que los abogados fueran a encargarse de su proceso de separación. Hasta que un juez no dictaminara lo contrario, ella seguía siendo su mujer. ¡Maldita sea! ¡Su mujer y sólo suya!
Edward le lanzó una mirada abrasadora. De repente, sintió una necesidad imperiosa de demostrarle el poder que tenía sobre ella. Deslizó una mano entre sus muslos hasta llegar al punto exacto que sabia la haría enloquecer.
—¡Edward! —gimió.
—Te gusta, ¿verdad?
—Sa... Sabes que sí— al retirar los dedos, Edward vio la frustración en sus ojos.
—Déjame decirte algo, Bella.
Ella sólo quería que continuara haciendo lo que había estado haciendo, pero, por supuesto, no iba a suplicárselo.
—En el futuro, asegúrate de negociar el precio antes de ofrecer tus servicios —sonrió cruelmente—. Es la regla de oro del mundo de los negocios.
Le llevó un par de segundos entender el significado de sus palabras, pero, al hacerlo, supo exactamente en qué posición se encontraba. Se había convertido en su amante. En su prostituta. Ella, que había sido el amor de su vida...
Tomó aire. Sabía que, a pesar de que le parecía irresistible, había sido una locura rendirse a él. Debería haberle echado y hacer que se mantuviera lo más alejado posible.
La ira hizo que se incendiaran sus mejillas.
—Vete.
Edward frunció el ceño. —Creí que teníamos un trato...
—Bueno, pues creíste mal. Yo no soy tu prostituta Edward, y nunca lo seré.
—Entonces, ¿cómo explicas todo esto?
—Ha sido un error, no un trato. Preferiría hacer un pacto con el demonio, aunque, entre el demonio y tú, no creo que haya mucha diferencia.
Edward decidió apostarlo todo a su última carta.
—¿De repente ya no necesitas el dinero?
Que supusiera que aquel comentario la haría venirse abajo hizo que Bella continuara desafiándole sin pensar en las consecuencias.
—No tan desesperadamente —le contestó—. Prefiero fregar suelos a tener obligación alguna para contigo, y mucho menos ser tu amante. Ahora, ¡vete!

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