jueves, 24 de marzo de 2011

Un futuro lleno de paz y tranquilidad

Capítulo 2 “Un futuro  lleno de paz y tranquilidad”


Inglaterra 1275

Edward Cullen vio a su patria con ojos más maduros y más sabios que cuando había partido siendo un joven. Todo parecía tan vivo, tan colorido. Los árboles en el bosque de Arundel Wood eran tan gruesos y oscuros que bloqueaban la entrada de la luz del  sol.

Una niebla azulada se levantaba desde la tierra húmeda como el humo de una hoguera.
La humedad en su piel y en sus ropas de vestir era bienvenida porque no era su propio sudor,  sino la humedad fresca de su querida Inglaterra.

No estaba rodeado por  millas y millas de arena  y desiertos. No había vientos secos y  calientes. No había que soportar el sol cruel que podía abrasar a un hombre tan fácilmente como quemaba la tierra.

El aire tenía olor a liquen y sabia verde. Todo estaba húmedo y fresco y  lo sintió como algo extraño.

Detrás de él, muy a lo lejos, se oyó el tintineo repentino de un arnés, y el ruido sordo  de cascos sobre la tierra. Lanzó una mirada  rápida sobre un hombro, se volvió, y recorrió con la mirada la ladera de la colina.

Clavó  las espuelas  en  su caballo y salió galopando. Cabalgó velozmente, recostado sobre su montura, urgiendo a su caballo a avanzar. El aire le volaba el cabello cobrizo de su cara y su capa pesada se ondulaba detrás de él. Aspiró el exuberante olor de la tierra húmeda; era como encontrar un oasis en el desierto. Habían sido cosas simples  como esas las que él había extrañado.

Estaba acostumbrado a cabalgar velozmente, estaba  familiarizado  con la  energía de la carne de su caballo debajo él y  con los sonidos de los cascos golpeando la tierra, su corazón  se aceleraba  con excitación.

Podía sentir el estruendo de los cascos detrás de él. La persecución.

Él oyó; era un solo caballo.
 Espoleando más levemente, su caballo se tambaleó hacia adelante acelerando el paso. Saltaron sobre una pared baja de piedra y  giraron a la izquierda, para dirigirse al  valle. Cruzaron un arroyo y un puente de madera en unos breves segundos , luego bajaron por otra ladera como si estuvieran siendo perseguidos por los vientos del desierto.

Aceleró el paso hacia un bosquecillo que había más adelante, podía sentir a su perseguidor detrás de él. Dobló a la derecha y cabalgó esquivando los árboles.
Miró hacia la izquierda, divisó un claro en el bosque, y  cambió de dirección otra vez para entrar en él.

Con  un movimiento veloz, extrajo su espada y se lanzó al suelo, con  las rodillas dobladas,  y la empuñadura agarrada con  ambas manos. Listo.

Ninguno de los sonidos venía desde afuera del claro del bosque. Era como si el jinete no lo hubiera seguido.

Edward se quedó en esa posición, alerta a los sonidos, los sabores y los olores. El goteo  del rocío sobre las hojas. El sabor del aire húmedo.  El olor femenino de un aceite perfumado.

Desde atrás de él llegó el sonido de una respiración jadeante de un jinete cabalgando.

Edward se enderezó y cambió de dirección.

—Déjate  ver, Emmett.  Todavía hueles al perfume dulce de Rosalie Hale —Clavó su espada en el suelo  y se apoyó en  ella, luego cruzó sus piernas, sus espuelas sonaron al unísono, y plantó su mano libre sobre su cadera, esperando la aparición de Emmett.

Emmett McCarty salió desde atrás de un olmo gigante, sonriendo ampliamente.

—Hay muchas más cosas en  la bella Rosalie que son más dulces que su perfume, amigo.

Edward se enderezó y enfundó su espada.

— Aún  no he conocido a una mujer que sea tan dulce como ella.

—Sólo porque no te das mucho tiempo para conocer mujeres.

—Sólo porque no dejas ninguna para mí después de que te satisfaces con ellas.

— Podemos compartir — Emmett sonrió. —A  diferencia de vos, yo  encuentro a las mujeres  mucho más intrigantes que la guerra.

—Un campo de batalla no es lugar para una mujer.

— Te conozco hace mucho tiempo, Edward.  Prefieres la batalla en el campo. Yo, por  mi  parte, prefiero tener mis batallas en una cama.

Ignorándolo, Edward giró y dio un silbido. Su caballo árabe dejó de comer hierbas y llegó para detenerse cerca de él.

Emmett extendió la mano y acarició el pelaje liso del caballo árabe.

— Es difícil de creer que en ese infierno seco, alejado de la mano de Dios, que muchos llaman la tierra prometida puedan crecer caballos tan soberbios.

Edward sabía que ese era un caballo excepcional, del mismo modo había sabido que su primer caballo de guerra, Aries, había sido excepcional. El animal de raza más pequeña en tamaño, pero más veloz que la mayoría de los caballos árabes, había sido un regalo de un líder turco. Edward apreciaba sus caballos y los respetaba. En realidad los valoraba más allá de la razón.

Él miró hacia arriba, al sol, luego saltó sobre la silla de montar.

—Estás retrasado.

—Rosalie tuvo el gusto de poder verme —Emmett fue hacia su caballo, el cual estaba atado detrás de un árbol, y lo condujo al claro del bosque. — No creía que tuvieses prisa.

— Tengo un compromiso matrimonial que debo concretar  y un castillo en The Marches que necesita su Lord nuevo.

— El gran León Rojo tiene intención de establecerse y convertirse un Lord gordo sin  nadie a quien entrenar más que sus criados. ¿Por qué eso me suena tan improbable?

— Ven. Vamos a partir.

—Ah— Emmett inclinó la cabeza con una mirada pícara. —Tu prometida te  aguarda.

Edward lo ignoró.

— Y  te aguarda, te aguarda... y aguarda.

—Monta tu caballo, Emmett.

Emmett sonrió como un hombre que había hecho un buen chiste.

Edward se acomodó en la silla de montar y esperó a que Emmett dejara de reírse de  él.

Como Emmett continuó riéndose abiertamente, Edward clavó las espuelas en su caballo y avanzó. Cuando hubo dejado el claro del bosque, Emmett lo alcanzó y cabalgaba a su lado. Después de algunos minutos de silencio Edward dijo, —
Ese es el deber de una mujer en la vida. Esperar a su hombre.

Emmett bufó, luego soltó una carcajada como si ya no pudiera contenerse.

— Será un primer encuentro muy  interesante entre ustedes dos. No me lo perdería ni por la dulce Rosalie.

Edward quería a Emmett como a un hermano, pero  aunque lo quisiera como tal,  había veces en que le gustaría borrarle la sonrisa de la cara. Y esa era  una de esas veces.

Afortunadamente para la nariz del noble Emmett, Edward escuchó en ese momento el sonido de sus soldados bajando por la ladera; el ruido de arneses, el rechinar del cuero, las risas masculinas, y algún que otro chiste obsceno. Cabalgó fuera de los árboles y se dejó ver; luego, con el brazo en alto, le hizo señas a sus tropas para dirigirse al oeste.

Emmett y Edward hablaron de caballos y batallas pasadas mientras cabalgaban uno al lado del otro. Habían cabalgado así por  años y uno le había salvado la vida al otro en más de una ocasión. A pesar de las diferencias en temperamento, era su amigo más cercano.

Mientras cabalgaba al lado de Edward, Emmett tenía la apariencia de un hombre satisfecho consigo mismo y con su vida. Sin duda había sido la bella Rosalie Hale quien le había causado esa expresión de satisfacción.

A veces Edward lo envidiaba. Emmett podía encajar dentro de cualquier situación, encontrarse con un desconocido y manejarse con una informalidad relajada. No era tan simple y fácil para Edward. Él estaba acostumbrado  a ser responsable. Era un líder y un guerrero. Entonces, dondequiera que fueran, Emmett socializaba afablemente con la gente mientras que Edward entraba sin invitación y asumía el control.

Montaron en silencio por algún rato; luego Edward admitió, — He cumplido mi misión en las cruzadas en Oriente. Y  Eduardo quiere que nuestras fortalezas en los bordes de Inglaterra estén protegidas. Y yo quiero algo de paz en mi vida.

Emmett le sonrió de esa manera tan irritante que hacía cuando pensaba que subía más que Edward.
— ¿Quieres paz, y para eso te casas con  una mujer que no conoces y te vas a cuidar   un castillo en The Marches?

Edward  gruñó una respuesta ininteligible.

Emmett le dio una mirada sardónica.

—Ni una cosa ni la otra te traerán paz.

  Lady Isabella será una mujer mansa. Pero probablemente tendré que arrancarle el  rosario de las manos para poder acostarme con ella. Ha estado en un convento por los últimos seis años.

—Sí, dos años más de lo que habías prometido para volver a buscarla.

Cabalgaron en silencio por unos cuantos minutos.

Emmett se volvió hacia él.

— ¿Qué noticias has tenido de ella? ¿Cómo es?

— No me interesa su apariencia física.

Edward podía sentir la mirada perpleja de su amigo.

— ¿Te interesará si ella se parece a tu caballo y si  puede caber perfectamente en tu armadura? — Emmett se echó hacia atrás en la silla de montar. — ¿Qué ocurriría si ella necesitara afeitarse?

Edward se volvió hacia Emmett.
—Entonces le enseñaré a afeitarse.

Emmett se rió con eso.

— Hablando seriamente, ¿qué noticias tienes de ella?, ¿Es  morena o rubia?

Él no tenía idea de la apariencia física de su prometida. Él sólo sabía que ella se había convertido en una protegida del rey Henry, padre del príncipe  Eduardo.

—Nunca he preguntado. Sé que con ella viene el castillo de Swan y que es la hija de un noble. No hay ninguna otra cosa que necesite saber.

Emmett silbó.

De reojo, Edward pudo verlo sacudir la cabeza.

Después de un rato de silencio, Emmett dijo, — Rosalie tiene cabello Rubio. Claro como un día dorado de verano… Como el resplandor brillante del oro. Como él más hermoso de los campos de trigo… Tan  claro...

— Tan claro como las estrellas que verás si no paras con ese estúpido discurso  romántico.

Emmett se rió otra vez, un hábito irritante que podía molestar a Edward algunas veces.
Como ahora.

—Te sorprenderías de lo que puedes esperar de un matrimonio, mi amigo.

— Sé lo que quiero. Quiero tranquilidad de espíritu y una vida pacífica — Edward recorrió con la mirada la ladera delante de ellos, donde divisó un grupo de brezos brillantes. Se volvió hacia Emmett. — El cabello de Lady Isabella podría ser color púrpura, para lo que me importa.

— Interesante. Cabello color Púrpura. Me pregunto qué diría la Iglesia de eso.

— ¿Por qué a la Iglesia le preocuparía el color del cabello de mi esposa?

— La última proclamación papal. Oí hablar un poco de ella cuando estuve en Roma. 

—Sin duda oíste poco porque pasaste tres días con tus mujeres.

— Sólo las noches.

—Sí,  tus pocos días en Roma los debes haber pasado esquivando los desafíos a duelo  de los maridos a quienes les pusieron los cuernos.

— ¿Los pocos días? —Emmett le dio una mirada burlona. — ¿Seguramente no te has olvidado cuánto tiempo pasé allá?

— No, no me olvidé. Yo vivía en paz entonces. Nadie me atormentaba con preguntas acerca de mi futura esposa.

—Ah, me extrañaste —dijo Emmett sin hacer una pausa.

— Cuéntame acerca de la proclamación papal.

—La Iglesia proclamó una nueva filosofía considerando el color del cabello de una mujer.

Edward  se sintió levemente indignado. La Iglesia y su intento por controlar la vida de cada unos de los hombres era algo que siempre lo había confundido. Le  Parecía que esos hombres de Dios podrían pasar el tiempo orando por el alma de un hombre en vez de tratar de controlarlo.

— ¿No tenían nada  mejor que  hacer?

Emmett se encogió de hombros.  —Probablemente no.

— ¿Y ahora qué? ¿Qué clase de conocimiento divino les fue revelado para interpretar las necesidades de  las almas de los hombres comunes como nosotros?

— Parece que el cabello marrón es muy preciado en Italia, tanto como lo era en Oriente. Entonces las mujeres pasan largas horas tiñendo sus cabellos con henna. Algunas recurren a tierra y hasta son capaces de utilizar boñiga para oscurecerlo. La Iglesia proclama que tales prácticas dañan el cerebro de las mujeres y ponen en peligro sus almas.

Edward podía oír la risa en la voz de su amigo.
— Lady Isabella cuyo color de cabello es desconocido, podría haber puesto su alma en peligro o, peor aún, podría haber dañado su cerebro al sumergir su cabeza en una letrina.

 Edward tuvo que reírse ante esa imagen.

— ¿No te preguntas con quién te estás casando? —dijo Emmett mientras entraban en un claro.

Edward le recorrió con la mirada.

— Me caso con una mujer. Asumo que ella se comportará como una dama.

Pero Emmett no lo oía. Él tenía su mirada fija en la nada.  —Isabella —murmuró lentamente, luego hizo una pausa. Pronunció su nombre como si lo estuviera saboreando.

Edward miró  fijamente al horizonte. No estaba seguro que le gustara que Emmett  estuviera pensando tan abstraídamente en su prometida.

— Creo, Edward, que el sonido del nombre Isabella corresponde a una doncella bella,  con cabello marrón.

Edward no dijo nada.

Emmett lo miró.

— ¿No tienes nada  que decir?

— No pienso en su cabello.

— Sería bueno que lo hicieras. Ella podría ser como la reina egipcia, con el cabello tan  negro como el pecado. O… — Emmett hizo una pausa,  había humor en su voz. —…  o ella podría tener una barba tan negra como el pecado.  De noche ustedes podrían  afeitarse el uno al otro.

—Otra broma y te enseñaré un nuevo método para usar mi hoja de afeitar.

— Vamos, amigo, sólo estoy contento de estar en casa. Eso me mejora el humor.

—Siempre estás de humor para bromas.

— Sí. Es una buena cosa, también. De otro modo nos echarían a patadas de todos lados cada vez que comienzas a dar órdenes a todos los que se te cruzan en el camino.

—Algunos nacen para ser líderes.

Emmett se rió con ganas.

—Y  los otros, — Edward dijo con mordacidad,  —nacieron para molestar, fastidiar y seducir a cada mujer que  se les cruza por el camino.

— No todas las mujeres, amigo. Sólo las que todavía tienen todos sus dientes.

— Lo cual elimina a las niñas de menos de nueve años  y a las abuelas.

—Las bisabuelas— Emmett sonrió ampliamente.

Edward se rió. Le gustaba esta broma. Lo hacía sentirse más liviano en su corazón también.

Espoleó su caballo, se detuvo a gran altura encima de una ladera inclinada por encima de un valle tan verde, que casi se lastimó sus ojos al mirarlo.

 Edward  medio se paró sobre sus estribos y miró las tierras delante de él por tanto tiempo que el horizonte se convirtió en un borrón, hasta que todo lo que pudo ver fueron las imágenes de su mente.

Esto no se parecía en nada  a la última vez que había vuelto a casa. Años atrás. Un tiempo en el que Edward había sido joven. Los años le habían enseñado exactamente cuando uno dejaba de ser joven; dejaba de serlo en el momento en que uno dejaba de desear ser mayor.

Pero él había sido joven en ese entonces. Había sido en las primeras semanas del invierno,  una parte de la estación en la que los árboles ya no tenían hojas y en la que el crepúsculo hacía que todo se viera color púrpura.

El hielo  cubría el suelo y todo entre el cielo y la tierra parecía gris y triste.

Él había regresado a Inglaterra después de haber estado en Francia, donde  había avanzado luchando en torneo tras torneo para ganar suficiente oro y  caballos para pagar a sus soldados. Y  había sido  allí que  la vida de Edward  había tomado un curso diferente. Él y el  Príncipe  Eduardo se convirtieron en amigos, una amistad que había sobrevivido a la traición y a los torneos,  a las rebeliones políticas en Inglaterra y a una cruzada en Oriente. Una amistad que lo había alejado de su hogar y de Inglaterra.

El Padre de Eduardo, el Rey Henry, sólo había expresado desprecio a la alianza de su heredero con un Cullen, una familia manchada por la deshonra.  No había ningún  afecto entre los Plantagenets y los Cullen, mayormente debido al hecho que cien años atrás, algún antepasado Cullen estúpidamente había apoyado a la facción política equivocada.

Pero ni el desprecio del rey podía afectar la amistad entre Edward y Eduardo; era una alianza honorable de respeto  y confianza mutua entre dos hombres fuertes e independientes.

Había sido esa amistad la que había cambiado su vida. Edward ya no tenía que buscar  trabajo o torneos para pagar a sus tropas.  Tenía un buen caballo, una espada pesada colgando a un lado,  y pronto estaría casado, y además, finalmente, ya estaba en su hogar.

Era suficiente por el momento. No sabía qué le  traería el futuro. Pero él sabía que no pensaría en eso hoy, por hoy él podía cruzarse de brazos  y esperar.

Tenía caballos, su espada, sus tierras y un título, y el  mejor de sus premios de guerra,  el Castillo Swan y todo lo que venía con eso, un futuro  lleno de paz y tranquilidad, y  el saber que una mujer, su futura esposa, lo  esperaba.

1 comentario:

  1. l.p.c. de puerto rico1 de abril de 2011, 18:50

    Esta historia me encanto. Bella se ve que le va a dar muchos dolores de cabeza a Edward. La encontre de pasada y me gusto mucho.Sigue escribiendola que se que aunque ahora haygan pocos comentarios es porque va empezando la historia.ACTUALIZA PRONTO.

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