— ¿Vamos a pasar nuestros últimos dos días aquí? —preguntó Bella con total tranquilidad mientras acariciaba uno de los brazos de Edward.
Estaban tumbados en la cama contemplando el paisaje florentino. Edward estaba relajado, se sentía en paz y se giró para mirar a Bella y admirar lo joven que parecía. Se la veía casi tan joven como cuando la conoció. Y así era como más le gustaba, al natural. Incluso la ropa tan elegante que tanto había insistido en comprarle no podía compararse con su encanto natural. Aquellos ojos chocolates profundos y tan cristalinos, y la perfección de su piel ni siquiera necesitaban maquillaje para resaltarlos y su pelo era mucho más bonito cuando caía suelto y enmarañado.
Le resultaba patético, pero a la vez conmovedor que, después del orgasmo cuando sus sentidos aún estaban adormecidos pero a flor de piel, su mente le jugara malas pasadas. Los recuerdos del pasado le torturaban pero también le confirmaban que las cosas jamás podrían volver a ser iguales. Incluso aunque pudieran serlo, él no quería. Edward cerró los ojos. Por supuesto que no quería.
Pero las cosas podían llegar a verse de forma diferente. Era como si hubiera abierto los ojos y hubiera visto que la vida que lo rodeaba estaba en constante movimiento haciendo que incluso el pasado más reciente tuviera el poder de transformar los acontecimientos.
Recordó la tensión que hubo entre ellos en París después de que la estilista se hubiera marchado y recordó el resentimiento de Bella ante la actitud que había mostrado hacia ella. Después, mientras ambos se dejaban llevar por el deseo, se fueron a la cama e hicieron el amor de forma salvaje. Parecía ser otro encuentro apasionado pero carente de toda emoción. Sin embargo cuando ambos se miraron fijamente a los ojos... Había sucedido algo, ¿pero qué? Parecía que había tenido lugar una de esas extrañas distorsiones temporales en las que el pasado y el futuro se disuelven en el presente. Aquella noche, habían unido sus cuerpos dejando a un lado la amargura y las discusiones, estrechándose con dulzura y cariño. Edward casi se había quedado sin respiración. Era como si jamás hubieran estado separados. Como si el tiempo no hubiera pasado. Ella lo había besado y él había correspondido a sus besos. Y aquello le había desconcertado porque le hacía sentir cosas que no quería ni esperaba sentir.
El era un hombre muy poco sentimental y nada propenso a la introspección por lo que aquello le inquietaba sobre manera. Pero eso fue hasta que recordó que su forma de hacer el amor siempre habia sido sensacional. Lo que había entre ellos era una poderosa química sexual. Nada más. Y eso habia ayudado a superar su extraña sensación de desasosiego. Pero en aquel momento ella lo había echado todo a perder.
—¿Nuestros últimos dos días? —repitió despacio como si estuviera pronunciando su sentencia de muerte.
—Bueno sí. Acordamos que esto duraría una semana, ¿recuerdas? Y la semana está a punto de acabar.
Su acuerdo. Edward hizo un gesto de desprecio, pero quería que ella le recordara el dinero para no olvidar lo que ella estaba dispuesta a hacer para conseguirlo. Así le resultaría más fácil admitir que, en realidad, se había olvidado del maldito trato.
—Así es —murmuró, echándose a un lado dejando al descubierto la poderosa musculatura de su bronceado cuerpo y el innegable indicio de su excitación—. ¿Quieres que nos quedemos aquí en Florencia o prefieres que vayamos a Barcelona? Como prefieras. También podemos volver a Atenas...
Tener que elegir entre tantas ciudades desconcertó a Bella, quién, de repente, se sorprendió al darse cuenta de que lo que quería era regresar a Atenas a pesar de que todo lo relacionado con Grecia le hiciera sentir nostalgia.
«Tienes que hacerle frente», pensó. «pronto volveras a Inglaterra siendo una mujer mucho más rica y sabia. Una mujer decidida a dejar atrás todo lo que una vez la unió a Edward».
—Volvamos a Atenas —dijo suavemente deslizando sus manos entre los muslos de el, contenta de que Edward cerrara los ojos y evitara así contemplar el dolor que reflejaba su rostro.
El avión despegó poco despues de amanecer y ambos regresaron a la gran torre acristalada situada entre jardines repletos de plantas exoticas. Mientras subían en el ascensor que conducía hasta su ático, Edward aprovechó para besarla en el cuello e introducir la mano por debajo de su falda hasta hacerla gritar de placer ante sus expertas caricias.
Cuando Edward abrió la puerta, ambos se apresuraron a abalanzarse el uno sobre el otro como si fueran dos personas que no tenían un segundo que perder. Primero, la tomó en el suelo y después la llevó hasta el jacuzzi para hacerle el amor entre las suaves y cálidas burbujas hasta que Bella gritó de placer y de la maravillosa sensación que la embargaba al ver que todo era perfecto.
Después, nadaron en la piscina privada, pidieron el almuerzo al servicio de habitaciones y más tarde disfrutaron de lo que Bella podía denominar un menú degustación de las artes amatorias de Edward.
Sin embargo, cuando estaban cenando y bebiendo champán, Bella sintió el corazón apesadumbrado. Contemplaba en silencio los limoneros que adornaban la terraza del restaurante mientras se preguntaba cómo quedarían las cosas entre ellos. ¿Discutirían por la cantidad de dinero que él le debía? ¿O acaso se comportaría como un caballero y le extendería un generoso cheque? ¿Y cómo se sentiría ella en aquel momento?
Bella suspiró. Al principio no le había resultado difícil aceptar aquella negociación, pero ahora el dinero parecía estar fuera de lugar. Había ido demasiado lejos, más de lo que un principio había previsto, y había traspasado una línea de la que no sabía si había marcha atrás.
Edward vio la confusión que reflejaba su rostro y se preguntó si su mente le estaba jugando las mismas malas pasadas que a él. Le acarició suave mente el rostro y, de repente, quiso más.
Le agarró el rostro con las manos y la miró fijamente durante un buen rato. Sus ojos parecieron hacerle todo tipo de preguntas antes de que se inclinara y la besara. Empezó a acariciarle suavemente los labios hasta que Bella le correspondió abriendo los suyos. Entonces, ella le rodeó el cuello con sus brazos y lo besó apasionadamente. Edward percibió en su boca el sabor del vino y del chocolate, pudo oír sus pequeños gemidos de placer y sentir la suavidad de sus pechos contra él.
Como si todo aquello formara parte de un sueño, Edward se colocó encima de ella pidiéndole y recibiendo en silencio, su consentimiento mientras que ella separaba las piernas ofreciéndole poseerla de una sola y deliciosa embestida.
Edward se estremeció al penetrarla y ver cómo sus pupilas se dilataban de placer. Gimió queriendo prolongar su gozo, pero no se atrevió a hacerlo. Porque algo intangible se había colado entre ellos.
No habían hecho el amor de aquella forma en años.
—¿Edward? —pronunció su nombre con voz temblorosa porque sus besos y sus caricias le recordaban las que le dedicaba antaño.
—Kesero —murmuró con voz vacilante.
Bella sabía que aquello significaba «lo sé»
Era como si Edward entendiera pero, ¿estaría experimentando lo mismo que ella? Se suponía que aquello no debía suceder, de hecho, tal y como intentaba convencerse a sí misma, aquello no estaba sucediendo. Todo estaba en su poderosa imaginación, pero aquellas oleadas de placer eran sin embargo, reales.
Bella podía sentir el calor húmedo de su cuerpo mientras se movía dentro de ella y la presión de sus fuertes caderas contra las suyas. Su cuerpo se arqueó y le acarició el trasero. El placer había crecido hasta llegar a un punto casi insoportable. Por fin, se dejó llevar y alcanzó el climax en perfecta sintonía con Edward.
Edward contempló las sombras que jugaban en el rostro de Bella y el brillo de sus ojos mientras ella sonreía. Entonces supo que no había tenido bastante.
—No quiero que esto termine, Bella.
—Pero se acaba, ¿no es así, Edward?
—Pero, ¿por qué? No hay nada que nos impida continuar de esta forma... Porque así es perfecto. Sin falsas esperanzas y, por lo tanto, sin decepciones. De esta forma todo resulta simple. De esta forma nadie resulta herido ni se incumplen las promesas.
Bella frunció el ceño.
—¿Continuar de esta manera? —repitió despacio—. ¿Cómo exactamente?
Sus ojos verdes brillaban como si fuesen dos trozos de esmeraldas. —Quédate... —Ella esperó. —Y sé mi amante.
A pesar de que pudo mantener firme la expresión de su rostro, el corazón le dio un vuelco. Así que ésa era su oferta. Más de lo mismo. Una simple extensión de aquel contrato insultante. ¿Tenía idea de lo mucho que le dolía? Sin embargo, a pesar de que le hiciera daño, la idea de separarse de él le causaba tanto dolor, que incluso estaba dispuesta a considerarlo.
Pero su oferta la hacía sentir como si fuera mercancía. Quizá ésa era la intención de Edward. Lo había hecho anteriormente y lo estaba volviendo a hacer. Pretendía recordarle cuál era su papel en su vida.
Pero lo quería, siempre lo había hecho y siempre lo haría a menos que el tiempo viniera en su auxilio, cosa que probablemente sucedería. Ser su amante durante una semana no era suficiente para saciar la atracción sexual que existía entre ellos.
Quizá si se quedara, ambos podrían llegar a colmar sus ansias. Pero, en realidad, sólo estaba buscando excusas para enmascarar la verdadera razón por la que quería quedarse. Lo amaba. Pero admitirlo le dolía. Mucho más cuando él le había hecho tanto daño. Así que decidió que ella también quería hacerle sufrir y comprobar si había algo de vulnerabilidad corriendo por sus venas. Lo miró fijamente.
—¿Cuánto tiempo tienes en mente? —le preguntó y vio cómo la inconfundible sensación de triunfo se reflejaba en los labios de Edward.
—Podemos fijarlo en...—se encogió de hombros—. ¿Un mes?.
Bella asintió.
—Muy bien. Continuare siendo tu amante, Edward —le dijo suavemente, pero cuando vio que su expresión empezaba a relajarse, le propinó un golpe de de efecto—. Pero jamás volveré a ser tu esposa.
Se hizo el silencio entre ellos. Bella había herido su orgullo y la posibilidad de que ella lo rechazara lo estaba atormentando.
—No recuerdo haberte pedido que fueras mi esposa otra vez. Pero, ya que lo dices, ¿por qué de monios no te gustaría volver a serlo?
Bella vio cómo la ira inflamaba sus ojos, pero sabía que no podía salir huyendo. Tarde o temprano, tenía que decírselo. Ambos necesitaban enfrentarse al pasado por muy doloroso que les resultara y fueran cuales fueren las con secuencias.
—Nuestro matrimonio fue un desastre, Edward. Y lo sabes.
—Y me echas a mí la culpa, ¿no es así?
Ella lo miró fijamente.
—Simplemente intento decirte cómo fue. Quizá hubiera sido diferente si no hubiera tenido que pasar tanto tiempo sola. Me sentía muy sola y todo parecía ir a peor.
—¿Cómo demonios podías sentirte sola? ¡Tenías a mis padres! ¡A mis hermanas! ¡Estabas rodeada de gente!
—Gente que no veía con buenos ojos nuestro matrimonio. Sobre todo tu madre.
—Eras muy joven, extranjera y encima pobre, ¿que esperabas que pensara? Mi familia sólo quería lo mejor para mí. Estoy seguro de que puedes entender que, en un primer momento, mi madre no estuviera emocionada con la idea de haberme casado.
Su sinceridad la dejó pasmada. ¡Estaba reconociendo la desaprobación de su madre hacia su esposa! Nada había cambiado. Ella aún seguía siendo aquella muchacha. Aún era inadecuada. Aún incapaz de pronunciar una sola palabra en griego. Así que, aunque accediera a seguir siendo su amante, no había para ella esperanzas de compartir un feliz futuro junto a él.
—Sin embargo, en vez de apoyarme e intentar convencer a tus padres de que podía ser una buena esposa, elegiste no hacer nada. Te marchaste y me dejaste en Atenas mientras tu recorrías el mundo.
—¡Lo hice por nosotros! —declaró furioso—. ¡Theos, Bella, estaba haciendome un lugar en el mundo de los negocios! ¡No eran unas vacaciones pagadas!
—Me sentí abandonada en un mundo en el que no encajaba mientras todos mis amigos se lo esta ban pasando en grande en la universidad. Ahora, mirando hacía atrás, todo parece más razonable e incluso llevadero, pero entonces me resultó insoportable —Bella se encogió de hombros— Era, como tú bien dices, muy joven.
Edward, frustrado, agito la cabeza.
—No puedo creer que hayas sacado este tema cuando ya no tiene la menor importancia.
—¿Eso crees?
—Así es. He sido mas que generoso en mi oferta de convertirte en mi amante. Una oferta que haría que cualquier mujer de Atenas te envídiara. Estaba dispuesto a perdonarte por el comportamiento indiscreto que tuviste y tu engaño cuando aun eras mi mujer. Incluso estaba dispuesto a perdonarte por haberte atrevido a criticar a mi familia, pero, aun así, lo unico que tu me das a cambio es tu ingratitud.
—¿Ingratitud?
—¡Ne! ¿Por que no te paras a pensarlo un momento? Como te he dicho, la razón por la que viajaba tanto no era sólo para abrirme camino en el mundo de los negocios, sino para poder comprar nuestra propia casa. Jamás se te había ocurrído, ¿verdad?
—Y tu jamás te pusiste en mi lugar, ¿verdad, Edward? Tú solo esperabas que me hiciera un hueco en un mundo en el que tú me habías colocado como si fuera un mueble.
—¡Eres imposible!
—¡Sólo estoy tratando de explicarte cómo me sentía!
—¿Acaso crees que los matrimonios no tienen momentos de crisis?
—Desde luego, el nuestro nunca salió de ella. ¡Te mostrabas tan distante, Edward! Me sentía en el último lugar de tu lista de prioridades.
—¡Eras demasiado exigente! Estaba empezando a saber cómo hacer negocios y tenía que ganarme el respeto de todas aquellas personas que estaban deseando ver fracasar al hijo del jefe. Cuando volvía a casa lo único que quería era desconectarme del mundo.
Bella negó con la cabeza. Se sentía herida y frustrada. ¿Acaso no veía cómo se había sentido? Obviamente no. Edward no era un hombre a quien le interesaran las opiniones o los sentimientos de una mujer. Para él, el papel de una mujer era meramente decorativo y sexual y eso no iba con ella.
No tenía sentido seguir hablando del pasado. Ya no. Nada podía hacer ya que su relación fuera lo que debería haber sido. No sólo se trataba del malentendido con Emmet, o de su soledad, era todo junto, simplemente él no era para ella. Bella suspiró.
—Podríamos permanecer aquí todo el día insultándonos, ¿verdad? Creo que, para hacernos un favor a ambos, es mejor que regrese a Inglaterra. Así que rechazo tu oferta de seguir siendo tu amante. De Todas formas, muchas gracias, Edward
—¿Me estas rechazando? —preguntó sorprendido.
El instinto de supervivencia no le dejaba otra opción. Bella podía ver que, al rechazarlo, había herido su orgullo y su ego, pero era lo mejor que podía hacer por su bien. Sin embargo, aquel momentó no le causó ninguna felicidad. Sabia que era el momento del adiós. La puerta entre el pasado y el presente que siempre había permanecido semiabierta entre ellos estaba a punto de cerrarse de un portazo.
En cierta manera, ¿no lo había empeorado todo al haber viajado hasta Atenas? Al menos en todos aquellos años había aprendido a vivir sin él. Se había acostumbrado a una vida sin pasión, sin sexo, y ahora tendría que hacerlo de nuevo. La diferencía estaba en que ella era mayor ahora. Ya no tenía aquellos sueños de juventud en los que imaginaba que lo que sentía por Edward podría sentirlo igualmente por otro hombre algún día. No lo haría, ahora lo sabía, y no estaba siendo pesimista, sino realista.
—Sí, te estoy rechazando —contestó con calma.
Alzó la barbilla como si estuviera en un cuarto rodeada de enemigos, pero el único enemigo que tenía contra ella era su instinto. El mismo que la incitaba a abalanzarse contra él y perderse entre sus brazos para rogarle que la besara, que la amara, Pero se contuvo.
—Vuelvo al Astronome. Mañana por la tarde volaré de vuelta a casa tal y como estaba previsto.
Hubo un momento de confusión en el que Edward bien podría haberla detenido, pero algo le dijo que era una estupidez hacerlo. El mundo había dejado ser bello y se enfrentaba de nuevo a la cruda realidad.
—Muy bien —dijo Edward con una voz tan fría como el hielo—. Haré que alguien se ocupe de reservarte un vuelo a Londres.
—Gracias Edward —dijo mientras se dirigía hacía la puerta y trataba de reunir el valor suficiente para salir de allí para no volver nunca— Adios.
—Adios... Bella.
La puerta se cerró detrás de ella, y de pronto sintió un vacío enorme, tal ves más grande que el que sintió aquel día en que la encontró con el otro. ¿Qué habría sido de aquel hombre?, tenía que averiguar que había sido de aquel que destrozó su felicidad y su matrimonio, y si era feliz, hacerle la misma jugada que le hizo a él, lastimarlo en lo que más le dolía.
En ese momento en que su venganza hacía su esposa había culminado, no sentía nada, al contrario, se sentía más vacío, y quería que ese hombre que arruinó su vida pasara por lo mismo.
Con paso firme se dirigió hacía su estudio, tomó el teléfono y marcó el número de su investigador privado, el mismo que le había entregado aquellas fotos a su madre, quería el expediente completo de aquel sujeto, de Emmett, sólo sabía el nombre de pila; cuando su madre le tendió aquellos papeles, con sólo ver aquellas infames fotografías se había olvidado completamente de leer el expediente que venía adjunto a estás, pero James sabría de quien se trataba, y quería que le hiciera llegar lo más pronto posible esos datos que necesitaba.
Y así con el deseo de venganza a flor de piel, contactó con el hombre que había puesto en su camino las pruebas que traerían a su vida dolor e infelicidad. Emmett pagaría muy caro la osadía de haber puesto sus ojos en la que una vez fuera su mujer.
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