Capítulo 5 “Primera idea maravillosa”
Él no tiró a Bella al foso. Pero ciertamente había parecido como si lo deseara.
En lugar de eso, él arrogantemente le reveló a la mañana siguiente tenía intención de conocer todo el castillo. Y que esperaba que ella lo acompañase.
Ella no tuvo oportunidad de dar su respuesta, sí o no. Cuando finalmente había encontrado su voz y se había dado cuenta que él había estado bromeando acerca del foso, él y Sir Emmett se habían retirado del solar tan rápidamente y tan silenciosamente como habían llegado.
Entonces podría haber parecido extraño que a la mañana siguiente Bella fuese hacia el gran salón con una cierta aceleración en su paso. Ella terminó su porción de queso con un mordisco grande y canturreó con la boca llena mientras observaba el reloj de agua que había comprado a un comerciante veneciano en la feria de Michaelmas.
El tiempo goteaba.
Cerró la puerta de su dormitorio y se movió hacia las escaleras. Hizo un pequeño baile mientras bajaba los escalones de piedra, tres pasos abajo de la escalera circular.
En el último escalón canturreó una melodía tonta, desentonada como siempre, se dio vuelta, y lanzó una manzana roja al aire. La atrapó hábilmente y le dio un enorme mordisco.
Hmmm. Tan rica.
Miró hacia arriba, a una de las ventanas altas, donde un postigo estaba abierto. El sol lanzaba una luz amarilla sobre el piso de piedra gris y lo hizo parecer como si estuviera hecho de oro puro.
Esa mañana era una de esas mañanas raras cuando todo parecía estar bien en el mundo. Sí, era un día muy bueno. Porque ella estaba dos horas atrasada.
Durante el desvelo de la noche previa, había hallado la idea más maravillosa. Más bien se trataba de una versión personal de los métodos de dilación usados por Fabius. Sólo que en el caso de Bella su Hannibal era su prometido, el conde de Masen, quien había elegido dejarla languidecer en un convento por dos años más del tiempo que había prometido.
Solamente para que las cosas fueran justas entre ellos y para ejercer su sentido de poder, Bella había decidido que no había prisa alguna para cumplir con su deber. Según sus cálculos, ella podría llegar dos horas tarde todos los días durante los siguientes veinte años y todavía no habría igualado lo que su prometido le había hecho a ella. Pero tenía la intención de intentar hacer justicia.
Se moría por ver la cara del conde cuando ella entrara al salón. Ella prosiguió por un corredor oscuro alumbrado por una sola vela y después por una esquina donde un enorme tapiz flamenco alguna vez había estado colgado. Ahora no había nada allí más que un espacio vacío de pared.
Ella estaba dolida por la desaparición del tapiz del que su abuela había estado tan orgullosa. Nadie sabía donde el tapiz había ido a parar, pero ella se había jurado que volvería a armar su casa con todos los objetos y delicadezas que siempre le habían hecho un hogar.
Y si Sir Edward resultaba ser un tacaño, a ella no le importaría. Porque usaría las ganancias de la venta de su cerveza galesa. No se comportaría servilmente con un hombre para obtener las cosas que deseaba. Primero que nada debería ella dominar con maestría la receta de la cerveza del brezo, y entonces no necesitaría recurrir a su marido para pedirle nada.
Bella sacudió las migas del queso de su túnica color azafrán; Ese color la hacía parecer tan pálida, la abadesa una vez le había preguntado si estaba enferma. Temprano esa mañana ella se había recogido el cabello en dos rodetes al modo de las damas de la corte de la reina.
Bella tenía tanto cabello que los rodetes a la altura de sus orejas eran enormes. Ella estiró bruscamente sus mangas, las cuales eran demasiado largas y la hacían parecer más pequeña y más débil. Algo así como una "mujercita indefensa"
Como toque final, ella había adoptado una expresión de inocencia, algo así como "¿Quién?, ¿Yo?, ¿Es tan tarde?" De manera completamente indiferente, ella dio la vuelta a la esquina y miró hacia el gran salón.
Se detuvo en seco.
El cuarto estaba vacío. Ningún soldado. Nada de comida a la vista. Ningún criado corriendo para servir las mesas. Ningún ruido de bandejas, nada de cerveza o vino derramado. Ningún conde airado, de rostro encendido por el enojo.
Bella colocó sus manos en sus caderas y miró a su alrededor. No había ningún perro de caza durmiendo cerca de la chimenea. ¿Ninguno de ellos sabía todo lo que ella había planeado? ¡Bah!
Un momento más tarde salió del gran salón y bajó los escalones que daban al gran patio. Los gansos y los pollos picotearon en el suelo mientras un gallo con una pluma roja se pavoneaba y cacareaba. Los pollos y las gallinas la ignoraron.
Ella podía ver a Cíclope escondido detrás de unos barriles rotos cerca de la cabaña del tonelero, con Pitt situado en lo alto de la cabeza felina.
Se preguntó a quien estarían asechaban esos dos ahora. Con tantos ratones para ser atrapados, ella apenas los había visto desde que habían llegado al castillo. Pero sus mascotas parecían más gordas y sus ojos tenían la mirada satisfecha, como la de los perros de caza que invaden la cocina después de un banquete de Navidad.
En el patio interior del castillo no había nadie. Ella lo atravesó para ir al patio exterior y también la encontró vacío. Era como si ella fuese la única persona viva en el mundo.
El portón de reja había sido levantado y podía oír ruidos viniendo de más allá. Bella se movió a través de los portones y caminó sobre las tablas de madera cruzaban encima del foso.
Cada miembro del castillo, cada criado, cada vasallo, y un grupo enorme de soldados estaban reunidos en lo que parecían ser líneas de batalla dispuestas en él, y en la parte posterior, había una enorme tienda de campaña como en un campamento.
En cada esquina de la tienda colgaban banderines con el distintivo del conde de Masen: el León blanco debajo de la palma de una mano, y por último tres tréboles dentro de las angulares.
Bella intentó ver qué ocurría, luego divisó a Sir Edward caminando delante de las filas de hombres. No traía puesta su armadura ni el yelmo, sólo la cota de malla debajo de una túnica negra con un cinturón de cuero. Su espada y su funda colgaban a un lado.
Una leve brisa voló el cabello cobrizo que caía detrás de su cuello.
El sol molestaba sus ojos y la obligó a protegerlos con su mano. Las manos de él estaban entrelazadas en su espalda mientras caminaba delante de las filas, deteniéndose para hablar con cada persona. Los criados no parecían temerle… aún. Ninguno estaba de rodillas, ni postrado delante de él.
Bella se movió hacia ellos y sintió las miradas fijas de algunas personas y vio que uno pocos de sus hombres volvían sus cabezas en su dirección. Ignorando esas miradas, buscó entre la multitud la cabeza castaña de Sir Emmett, pero no estaba a la vista.
Deteniéndose a unos pocos metros de Sir Edward, ella se quedó allí, esperando alguna respuesta de él. Un gruñido. Una mirada fría como la de la noche anterior. O un rugido apropiado para el papel de alguien que se llamaba León Rojo.
Ella esperó.
Pero lo que no esperaba era ser ignorada. Que fue lo que él hizo.
Una parte perversa de ella deseaba marchar hacia él y patearlo, pero no era estúpida, solamente estaba molesta porque su idea maravillosa no estaba funcionando como debería.
Se quedó allí por un tiempo muy largo, tan largo que las personas empezaron a mirarla por piedad y porque compartían su vergüenza, lo cual la hizo sentir aún más humillada. Su prometido le hablaba a un aldeano, Thomas el granjero, quien estaba a cargo de un gran número de acres y cada año plantaba cebada, trigo, y heno. Thomas le contaba a su Lord sobre la tierra, el agua, la calidad del terreno, y los mejores cultivos para plantar.
Ella se mantuvo esperando, y esperando. Pasó su peso de un pie al otro, luego forzó su mentón aun más alto para que nadie supiera de la vergüenza que sentía. Lord Edward le habría prestado más atención a una mosca.
Ella intentó ocupar su mente con algo, cualquier cosa. Comenzó a hacer cálculos, de la forma que había aprendido en el convento, sólo que con variables nuevas. ¿Si ella tuviera dos mazas, y cuatro hachas de guerra, y un martillo de guerra, cuántos golpes en la cabeza necesitaría dar para atraer la atención del conde de Masen?
¿Y si ella tuviera una jarra llena de pulgas hambrientas y una olla llena de miel pegajosa, cuál tendría más gracia para poner dentro de su armadura?
Si ella tuviera a tres ranas y dos ratones...
— Lady Isabella, Mi Lord —Thomas el Granjero dijo su nombre y todo los ojos se movieron en dirección a ella. Todos los ojos excepto los de Edward.
Ella lo vio ponerse rígido, pero él pretendió ignorar que ella estaba allí. Quizás no la había oído. Quizá había quedado sordo en una batalla. Quizá había quedado idiota por demasiados golpes en la cabeza. Quizás era retardado de nacimiento...
— ¿Por qué Lady Isabella necesita de sus cultivos?
—No de todos los cultivos, Mi Lord —Thomas miró al conde y luego a ella, luego de vuelta al conde.
¡Oh, Dios mío! Edward estaba a punto de descubrir lo de la cervecería. Ella sacudió la cabeza, pero Thomas ya no la veía.
—Lady Isabella sólo necesita la cebada, —Thomas continuó, sin mirarla nuevamente. —Ella comprará toda la cebada para fabricar su cerveza, Mi Lord.
— ¿Su cerveza? —Ahora Lord Edward giró y la miró directamente. Y tanto pensar que él no sabía ella estaba allí.
—Sí, Mi Lord. Lady Isabella nos dijo que había aprendido a fabricar cerveza en el convento y hay una receta de una cerveza muy especial. Y que habrá bastante cerveza en Swan, que nosotros que sólo tenemos sidra o aguamiel podremos beber su cerveza.
No era una tarea fácil mantenerse de pie allí y mostrarse calmada y controlada bajo su penetrante mirada verde.
—Nuestra lady tiene grandes planes para la cervecería del castillo, —Thomas dijo orgullosamente.
— ¿Si? —Edward la saludó sacudiendo la cabeza, y la perforó con una expresión ilegible.
—Sí, mi Lord.
Bella deseó que Thomas el Granjero se mordiera la lengua y guardara silencio.
—Acércate, mi Lady —Edward levantó su mano hacia ella. Su tono dejaba en claro que no era una oferta ni una elección.
Sus pies se movieron como si tuvieran una voluntad independiente mientras su mente le gritaba, “¿¡Donde está tu orgullo!?”, “¡¿Quédate quieta e ignóralo de la misma forma que él te ignoró!?”. Pero ella caminó hasta él, con su orgullo hecho jirones. Su mente la llamaba cobarde, mientras su sentido común le decía, “No te lo pongas en contra tuyo”.
Ella colocó su mano sobre la de él. Cuando la mano de él se cerró alrededor de la suya, Bella sintió los callos de su mano, los callos por agarrar la empuñadura de la espada, las riendas de su caballo, las lanzas y las mazas y otras armas de guerra.
Era un gesto simple, un honor para las damas que se suponía era una cortesía.
Muchas veces un hombre le había extendido su mano: su padre, el rey, y otros.
Pero con este hombre ese gesto cortés parecía un acto intimidante, privado, y perturbador. Como si él supiera cuáles eran sus pensamientos, giró y la llevó con él a enfrentar la multitud, sus manos unidas fueron levantadas para que todos pudieran verlas. Y se mantuvieron unidos, tomados de la mano; como si fueran uno. Este desconocido y ella.
Su mano se cerró más firmemente alrededor de los dedos de ella, como las cadenas que retenían a los prisioneros a las paredes de una celda. Con un augurio oscuro, Bella sintió que su identidad se escapaba definitivamente de ella.
Me gusto el capitulo, pero casi no hubo contacto enre ellos. L.P.C. DE PUERTO RICO
ResponderEliminarMe encanto mucho el capitulo .Sigue asi..Besos.
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