Capítulo 9 “Sí, tenía que regresar”
La habitación del motel era pequeña y lúgubre, y hacía un frío que te calaba hasta los huesos. Bella estaba segura de que existían mejores moteles en Nogales, ¿Así que por qué la traía aquí? ¿Porque era el más cercano o porque quería demostrarle lo poco que significaba ella para él?
Era necesario un gran ego para pensar que ella pudiera significar algo para él, y algo de lo que Bella carecía era de ego. Por dentro se sentía pequeña y marchita, y una nueva carga de culpabilidad se añadía al peso que ya acarreaba: él pensaba que la estaba castigando y de alguna forma lo hacía, pero una parte oculta de ella de repente se sentía vertiginosamente extasiada al saber que muy pronto estaría en sus brazos.
Esa parte era diminuta y estaba profundamente enterrada. Sentía tanto la vergüenza como la humillación que él quería hacerla sentir. No estaba segura de sí tendría el suficiente valor para llevarlo a cabo, y desesperadamente pensó en Kate, enferma y debilitada por la edad, necesitando, antes de poder morir en paz, el perdón de Edward. ¿Podría hacerlo, tumbarse y dejar que utilizara fríamente su cuerpo, aún por Kate?
Pero no era sólo por Kate. Edward necesitaba la venganza tanto como Kate el perdón. Si esto ayudaba a igualar la balanza, si después podía regresar a Davencourt, entonces Bella estaba dispuesta a hacerlo. Y en lo más profundo, esa oculta y secreta parte de ella sentía vértigo de puro placer. No importaba cuáles eran sus razones, por un breve momento sería suyo, guardaría la experiencia cerca de su corazón para poder saborearla durante los estériles años venideros.
El tiró su sombrero sobre la silla y se tumbó de espaldas en la cama, ahuecando la almohada detrás de su cabeza. Sus ojos verdes escudriñaron entrecerrados su cuerpo.
—Desnúdate.
Atónita de nuevo, se quedó allí parada con los brazos caídos a los lados. ¿Quería que se desvistiera hasta quedar desnuda, mientras él permanecía ahí tumbado y la observaba?
—Me parece que has cambiado de opinión —dijo arrastrando las palabras, levantándose y alcanzando su sombrero.
Bella se calmó y alcanzó los botones de su blusa. Había decidido hacerlo, así que, ¿qué importaba si primero quería mirarla? En poco tiempo estaría haciendo mucho más que mirar. Lo que la pasmaba era la atrocidad que iba a cometer, y sus manos temblaban mientras luchaba con los botones. Qué raro que le resultara tan difícil desnudarse para él, cuando había soñado durante años con hacerlo. ¿Sería porque siempre soñó que vendría a ella con amor, y ahora la realidad era lo contrario?
Se decía a sí misma una y otra vez que no importaba, utilizando la letanía como defensa para no pensar demasiado en ello. No importaba, no importaba.
Finalmente los botones estuvieron desabrochados, y la blusa abierta. Tenía que mantenerse en movimiento o perdería totalmente la calma. Con un movimiento veloz y nervioso se apartó la tela de sus hombros y la dejó resbalar por sus brazos. No podía mirarlo, pero notaba su mirada sobre ella, intensa y profunda, esperando.
Su sujetador se abrochaba por delante. Por un instante, temblando de frío y de vergüenza, deseo que fuese algo sexy y de encaje, pero en vez de ello era de simple algodón blanco, diseñado para ocultar más que para incitar. Lo desabrochó y bajó los tirantes, para que la prenda cayese también al suelo a sus pies. El aire frío le acarició los pechos, haciendo que sus pezones se contrajesen, convirtiéndose en duros picos. Sabía que sus senos eran pequeños. ¿Los estaba mirando? No se atrevía a echar un vistazo en su dirección para comprobarlo, ya que la aterrorizaba descubrir en su mirada la desilusión.
No sabía cómo desvestirse para complacer a un hombre. Mortificada por su propia torpeza, sabía que existía un modo de hacerlo con gracia, de provocar y mantener el interés de un hombre con la promesa de la lenta revelación de su piel, pero ella lo desconocía. Lo único que sabía era desabotonar, desenganchar y bajar cremalleras, como una colegiala cambiándose de ropa para la clase de gimnasia.
Así que lo mejor sería terminar lo antes posible, antes de perder la calma. Rápidamente se quitó las sandalias, bajó la cremallera de sus pantalones, y se inclinó para quitárselos. Ahora la habitación estaba helada, y se le había puesto piel de gallina por los estremecimientos.
Sólo quedaban las bragas, y su magro suministro de valor estaba ya casi agotado. Sin darse tiempo para pensar, enganchó los pulgares en la cinturilla y deslizó esta ultima prenda hacía abajo, a la altura de su pies y los sacó.
Aún así él no habló, ni se movió. Sus manos se movieron, un gesto que murió antes de completarse, como si fuera a cubrirse, pero dejo caer los brazos a ambos lados y simplemente se quedó allí parada, mirando ciegamente el desgastado suelo bajo sus pies desnudos, preguntándose si era posible morir de vergüenza. Los últimos días se había obligado a comer un poco más pero aún así estaba delgada, una pobre ofrenda en el altar de la venganza. ¿Y qué pasaría si su cuerpo desnudo no era lo suficientemente deseable para que él tuviese una erección? ¿Y si se reía?
El continuaba en silencio. Ni siquiera lo escuchaba respirar.
La oscuridad invadió su visión, y luchó para llevar oxigeno en sus constreñidos pulmones. No podía mirarlo, pero de repente la asaltó el aterrador pensamiento de que él pudiese haber bebido más de lo que pensaba, y se hubiese quedado dormido mientras ella se desnudaba. ¡Menuda proclamación sobre sus prácticamente inexistentes encantos!
Entonces le llegó el susurró, bajo y áspero, dándose cuenta de que después de todo no se había dormido: —Ven aquí.
Ella cerró los ojos, temblando mientras el alivio amenazaba con doblarle las rodillas, y se encaminó hacia el susurro.
—Más cerca —dijo él, y se movió hasta que sus rodillas chocaron con el lateral de la cama.
Entonces la tocó, su mano se deslizó por la parte externa de su muslo izquierdo, las callosas yemas de sus dedos deslizándose sobre la suavidad de su piel, avivando las terminaciones nerviosas, y dejando un rastro de calor. Subiendo y subiendo, deslizó la mano a lo largo de la columna de su muslo hasta llegar a la redondez de su trasero, sus largos dedos ahuecándose bajo la fría curva de ambas nalgas, quemándola con su calor. Ella tembló, y trató de controlar la repentina y fiera necesidad de frotar su trasero contra su mano. No lo logró del todo; sus caderas se movieron casi imperceptiblemente.
El se rió, y sus dedos se apretaron sobre la carne. Le acarició las nalgas, dibujando con su palma la parte inferior, como si quisiera imprimir la suave forma femenina en su mano, y recorriendo con el pulgar la hendidura entre ambas.
Bella comenzó a temblar con violencia bajo la combinada descarga de placer y conmoción, y ni toda la fuerza de voluntad del mundo podría detener los delatadores temblores. Jamás nadie la había tocado ahí. No sabía que esa lenta caricia pudiera causar un dolor hueco entre sus piernas, o conseguir que sus senos se inflamaran y tensaran. Cerró los ojos con más fuerza aún, preguntándose si volvería a tocarle los senos y si podría aguantarlo si lo hacía.
Pero no fueron sus senos lo que tocó.
—Abre las piernas.
Su voz sonaba ahora ronca y rugosa y aunque no estaba segura de haberlo escuchado bien, una parte de ella sabía que sí. Un zumbido invadió sus oídos, aún cuando se notó cambiar de postura para separar los muslos lo suficiente como para admitir su exploración, y sintió su mano deslizarse entre sus piernas.
Deslizó los dedos a lo largo de su cerrado y sensible pliegue, percibiendo su suave y delicada apretura. Bella dejó de respirar. La tensión se extendió por su cuerpo, comprimiéndola en una agónica espera que amenazaba con destruirla. Entonces un largo dedo se deslizó audazmente en su cerrado coñito, abriéndolo, hurgando con infalible destreza, empujando profundamente dentro de su cuerpo.
Bella no pudo detener el grito que brotó de sus labios, aunque rápidamente lo acalló. Sus rodillas temblaban y amenazaban con doblarse de nuevo. Sentía como si la estuviese manteniendo en pie solo con su mano entre sus piernas, con su dedo dentro de ella. Oh, Dios mío, la sensación era casi insoportable, su gran y áspero dedo, frotándose contra su delicada carne interior. Lo sacó, y rápidamente lo volvió a empujar dentro de ella. Una y otra vez volvió a introducirlo en su interior, y al mismo tiempo frotaba su pulgar contra el pequeño botón que coronaba su sexo.
Indefensa sintió como sus caderas empezaban a frotarse contra su mano, y pequeños gemidos se formaban en su garganta y escapaban libres. En la quietud de la habitación lo oía respirar, escuchó lo fuerte y rápido que salía. Ahora no tenía frío; oleadas de calor la embargaban, y el placer era tan agudo que resultaba casi doloroso. Desesperadamente bajó la mano y le sujetó la muñeca, tratando se apartar de ella su mano, porque era demasiado, no podía soportarlo. Algo drástico le estaba pasando, algo mucho más radical estaba a punto de suceder, y gritó llena de un repentino temor.
El ignoró sus esfuerzos como si ella le estuviese sosteniendo la mano en vez de tratar de apartarla. Podía sentir cómo la tanteaba, tratando de introducir un segundo dedo junto al otro, sentía la súbita resistencia de su cuerpo aterrorizado. Él lo intentó de nuevo, y ella se estremeció.
El se quedó inmóvil, y su suave juramento explotó en el silencio.
Entonces todo se giró patas arriba cuando la agarró y la tiró sobre la cama, dándole la vuelta y arrastrándola sobre su cuerpo para tumbarla a su lado. Los ojos de Bella se abrieron para luchar contra el repentino mareo, y deseó haberlos mantenido cerrados.
Estaba inclinado tan cerca de ella que podía ver las líneas oscuras que moteaban sus ojos verdes, tan cerca que podía sentir el calor de su aliento sobre su cara, oler el tequila. Estaba despatarrada de espaldas, con su pierna derecha anclada sobre su cadera. Su mano aún continuaba entre sus muslos abiertos, la yema de su dedo moviéndose inquieta alrededor de la tierna apertura que se había humedecido para él.
Experimentó otra oleada de mortificación, al estar desnuda mientras que él estaba completamente vestido, de que la estuviese tocando en su lugar más intimo y mientras lo hacía observara su cara. Sintió cómo sus mejillas y sus pechos ardían, tornándose encarnados.
De nuevo volvió a introducir en ella el dedo, profundamente, y todo el tiempo mantuvo la mirada clavada en la suya. Bella no pudo contener otro gemido, y anhelaba el dudoso consuelo de los ojos cerrados, pero no pudo apartar la mirada. Sus oscuras cejas se fruncieron sobre el fiero brillo de sus verdes ojos. Confusa, se percató de que estaba enfadado, pero era una ardiente cólera en vez del frío disgusto que había esperado.
—Eres virgen —dijo, categórico.
Sonaba como una acusación. Bella lo miró fijamente, preguntándose cómo lo había adivinado, preguntándose porque estaba tan enfadado.
—Sí —admitió, y de nuevo se ruborizó.
El contempló como el rubor coloreaba sus senos, y ella vio como el brillo de sus ojos se incrementaba. Su mirada se clavó con intensidad sobre sus pechos, sobre sus pezones. Apartó la mano de entre sus piernas, su dedo aún húmedo de su cuerpo. Lentamente, con la vista todavía clavada sobre sus senos, empezó a acariciarle un pezón con ese dedo mojado, esparciendo sus propios jugos sobre la dura protuberancia. Un ronco y hambriento sonido retumbó en su garganta. Se inclinó sobre ella y puso los labios alrededor del pezón que acababa de ungir, succionando con fuerza, saboreando con la boca su sabor.
El placer casi la hizo añicos. La fiera presión, el áspero roce de su lengua y dientes, hicieron que una corriente de puro fuego la recorriese de arriba abajo. Bella se arqueaba en sus brazos, chillando, y sus manos se aferraban a su pelo para mantener quieta su cabeza. Se inclinó sobre el otro pecho y lamió con fuerza ese pezón hasta que estuvo de un color rojo oscuro, mojado, y extremadamente erecto.
De mala gana levantó la cabeza, observando su obra con fiera y hambrienta concentración. Sus labios, como sus pezones, estaban oscuros y húmedos y, ligeramente entreabiertos ya que su respiración pasaba entre ellos, veloz y entrecortada. El calor que emanaba de su enorme cuerpo disipó cualquier resto de frío que pudiese haber sentido.
—No tienes por qué hacer esto —dijo él, las palabras fueron tan roncas que sonaron como si se las hubieran arrancado de la garganta. —Es tu primera vez… Regresaré de todas formas.
La decepción la atravesó, deslizándose como un puñal directo al corazón. Todo el color desapareció de su rostro, y se lo quedó mirando con expresión herida en los ojos. Quitarse la ropa había sido difícil, pero una vez que la hubo tocado, se había perdido gradualmente en una creciente oleada de sensualidad, a pesar de la conmoción que sentía ante cada nueva caricia. La parte más oculta de ella estaba delirante de éxtasis, saboreando cada caricia de esas rudas manos, y esperando, con ansia apenas contenida, más.
Y ahora él quería parar. No le atraía lo suficiente para continuar.
Se le cerró la garganta. Apenas un tenso susurró logró escapar de la súbita constricción. —¿No me…no me deseas?
Fue un débil ruego, pero él lo escuchó. Sus ojos se dilataron hasta el extremo que sólo un anillo de verdor brilló con ferocidad alrededor de sus negras pupilas. Le agarró la mano, la arrastró hacia abajo sobre su cuerpo, y la apretó con fuerza sobre su erecto pene a pesar del instintivo esfuerzo de ella por retirarla, una acción que subrayaba su inocencia.
Bella se quedó helada de asombro. Bajo los vaqueros notaba el duro bulto. Era largo y grueso, su calor quemaba a través de la gruesa tela, y palpitaba con vida propia. Ella curvó la mano, agarrándolo a través de los vaqueros.
—Por favor, Edward. Quiero que lo hagas —jadeó.
Por un terrorífico momento pensó que se iba a negar, pero entonces con un repentino y violento movimiento salió de la cama y empezó a quitarse la ropa. Ella apenas era consciente de que él la miraba mientras que ella lo miraba a él. No podía ocultar la fascinación que se dibuja en su cara mientras observaba su cuerpo, los anchos hombros, su pecho musculoso y cubierto de vello y el ondulado abdomen. Con cuidado se bajo la cremallera y, entonces, de un solo movimiento, se bajó los calzoncillos y los vaqueros. Ella parpadeó, mirando fija y perplejamente su palpitante erección, que había saltado hacia adelante cuando se liberó del confinamiento de sus vaqueros. Un nuevo rubor caldeó sus mejillas.
El se detuvo, respirando entrecortado.
De repente aterrorizada de hacer cualquier cosa que lo hiciera detenerse, Bella se mantuvo inmóvil y en silencio, obligándose a apartar la mirada de su cuerpo. Pensó que moriría si se alejaba de ella ahora. Pero él deseaba hacerlo con ella, eso lo sabía. Era inexperta, pero no era lo mismo que ser ignorante. Estaba muy excitado, y no lo estaría si no estuviese interesado.
El resplandor de la luz le daba de lleno en los ojos. Deseó que la apagara, pero no se lo pidió. El colchón se hundió bajo su peso, y ella extendió las manos para mantener el equilibro, ya que el barato colchón no daba demasiada estabilidad.
No le concedió ni instante para pensar, para que pudiera cambiar de opinión, ni tiempo para sentir pánico. Se instaló encima de ella, sus duras caderas empujando contra las suyas y separándolas, y sus hombros ocultaron la luz. Bella apenas tuvo tiempo de tomar aire antes de que él pusiese sus manos a ambos lados de su cabeza, sujetándola mientras se inclinaba y cubría su boca con la suya. Su lengua la tanteó, y ella separando los labios la aceptó. Simultáneamente sintió su ardiente pene, duro como una roca, empezando a empujar contra la suave entrada entre sus piernas.
El corazón le dio un violento vuelco, estrellándose contra sus costillas. Emitió un tenue sonido de aprensión, pero la boca de él lo sofocó al profundizar su beso, penetrándola al mismo tiempo con ambos, la lengua y el pene.
A pesar de su excitación y a pesar de la humedad que la preparaba para él, no era fácil. Por alguna razón creyó que simplemente se deslizaría dentro de ella, pero no funcionaba de esa forma. El balanceaba sus caderas adelante y atrás, introduciéndose, con cada movimiento, un poco más dentro de ella. Su cuerpo se resistía a la creciente presión; el dolor la sorprendió, la consternó. Trató de soportarlo sin mostrar ninguna reacción, pero con cada empuje, iba progresivamente peor.
Gimió, conteniendo la respiración. Estaba muy equivocada, si esperaba que él se detuviera. Edward, se limitó a tensar los brazos y sujetarla firmemente bajo él, controlándola con su peso y su fuerza, toda su atención y resolución concentradas en penetrarla. Ella le clavó las uñas en la espalda, llorando ahora por el dolor. El empujó con más intensidad y su tierna carne cedió bajo la presión, dilatándose alrededor de su gruesa longitud mientras que él se introducía profundamente en ella. Finalmente estaba en su interior hasta la empuñadura, y ella se retorcía en vano debajo de él, tratando de encontrar algo de alivio.
Ahora que había alcanzado su meta masculina, comenzó a tranquilizarla, pero no se apartó, usando las caricias y las palabras para relajarla y calmarla. Continúo sosteniendo su cabeza entre sus manos, y le canturreaba dulcemente mientras limpiaba las lágrimas saladas que corrían por las mejillas, con besos. —Shh, shh, —murmuró él. —Cariño, quédate quieta. Sé que duele, pero en un minuto se te pasará.
El apelativo cariñoso la reconfortó como nada más podría haberlo hecho. No podía odiarla verdaderamente, no cuando la llamaba “cariño”. Lentamente se fue calmando, relajándose tras la frenética lucha por acomodarlo. Algo de su propia tensión se mitigó, y hasta ese momento no se dio cuenta de lo tensos que había tenido los músculos. Jadeando, se suavizó debajo de él.
Su respiración se calmó, se volvió más profunda. Ahora que no sentía tanto dolor, algo de su placer retornó. Con creciente asombro le sintió muy dentro de ella, palpitando excitado. Era Edward, quien la penetraba tan íntimamente, Edward quien la acunaba entre sus brazos. Sólo una hora antes le había observado a través de un bar apenas iluminado, temiendo el momento en que tuviese que abordarle, y ahora estaba desnuda bajo su poderoso cuerpo. Levantó la mirada hacia él, encontrándose con sus deslumbrantes ojos verdes, estudiándola tan intensamente, que parecía como si la atravesara hasta los huesos.
La besó, besos rápidos, fuertes, que hacían que su boca tratase de atrapar la suya, implorando más, preparándola para más.
—¿Estas lista? —Le pregunto él.
No tenía ni idea de a lo que se refería. Lo miró desconcertada, y una tensa sonrisa asomó a sus labios.
—¿Para qué?
—Para hacer el amor.
Ella le miró aún más desconcertada. —¿No es eso lo que estamos haciendo?— susurró ella.
—No del todo. Casi.
—Pero tú estás… dentro de mí.
—Aún hay más.
De la confusión pasó a la alarma. —¿Más? —Intentó zafarse de él, apretándose contra el colchón.
El sonrió, aunque parecía que le costaba hacer el esfuerzo.—No más de mí. Sino más que hacer.
—Oh.— La palabra quedó flotando, llena de asombro. Nuevamente se relajó bajo él, y sus muslos se flexionaron alrededor de sus caderas. El movimiento originó una reacción dentro de ella; su sexo palpitó, y su envolvente interior se tensó alrededor del grueso intruso, acariciándolo. El aliento de Edward salió siseando por entre sus dientes. Los ojos de Bella se tornaron pesados, soñolientos y sus mejillas enrojecieron. —Muéstramelo —suspiró.
Él lo hizo, comenzando a moverse, al principio introduciéndose con un ritmo lento y delicioso, para gradualmente después ir incrementando las embestidas. Vacilante ella respondió, pero según iba aumentando la excitación, su cuerpo salía al encuentro del suyo. El desplazó su peso sobre un codo, introduciendo la mano entre ambos cuerpos. Ella jadeó mientras le acariciaba la estrecha y apretada abertura, su carne tan sensible que la más ligera caricia la traspasaba como un relámpago. Entonces él desplazó su atención hacía el nódulo que había tocado anteriormente, frotándolo con las yemas de los dedos de un lado a otro y Bella notó cómo comenzaba a disolverse.
Bajo su despiadado y sensual asalto pronto culminó. No la llevó cuidadosamente hacía el orgasmo, sino que la arrojó de cabeza a él. No tuvo clemencia con ella, ni siquiera cuando se retorcía bajo su mano, tratando de liberarse de la intensidad del mismo. La salvaje y velozmente incrementada sensación crecía quemándola, derritiéndola. La montó con más fuerza, empujando aún más profundo, y la fricción era casi insoportable. Pero la estaba tocando tan adentro, de tal forma que la obligaba a aferrarse a él y a chillar de incontrolable placer. Se desencadenaba dentro de ella, creciendo cada vez más y más, y cuando finalmente explotó, se arqueó violentamente bajo él, su delgado cuerpo estremeciéndose mientras que sus caderas empujaban y se retorcían sobre su verga invasora. Se oyó a si misma gritar, pero no le importó.
El peso de su cuerpo la hundió en el colchón. Sus manos se introdujeron bajo ella y aferraron con fuerza sus nalgas. Sus caderas se desplazaban hacia delante y hacia atrás entre sus abiertos y tensos muslos. Entonces él se corrió, empujando dentro de ella una y otra vez, mientras de su garganta brotaba un ronco gemido, y ella sintió la humedad de su liberación.
En el silencio que siguió, Bella permaneció tumbada sin fuerzas bajo él. Estaba extenuada, sentía el cuerpo tan pesado y tan débil, que lo único que podía hacer era respirar. Cayó en un sueño ligero y apenas notó cuando él, con mucho cuidado, se apartaba de ella para tumbarse a su lado. Poco tiempo después se apagó la luz, y fue consciente de una fría oscuridad, de él apartando el cubrecama y metiéndola entre las sábanas.
Instintivamente se volvió hacia sus brazos, notando cómo la rodeaban. Su cabeza descansaba en el hueco de su hombro, y su mano sobre su pecho, sintiendo bajo sus dedos el encrespado vello. Por primera vez en diez años sintió un poco de paz, de que todo estaba bien.
No supo cuánto tiempo había pasado, cuando notó que una de sus manos comenzaba a acariciarla con creciente intención. —¿Puedes hacerlo otra vez? —le preguntó, las palabras sonaron roncas y apasionadas.
—Sí, por favor —dijo ella educadamente, y lo oyó reír bajito mientras se ponía de nuevo sobre ella.
“Bella”
Edward estaba tumbado en la oscuridad, sintiendo su ligero peso acurrucado contra su costado izquierdo. Estaba dormida, su cabeza recostada sobre su hombro, su respiración envolviendo su pecho. Sus senos, pequeños y perfectamente moldeados, presionaban con firmeza contra sus costillas. Suavemente, incapaz de resistirse, frotó con el dorso de un dedo la satinada curva exterior del pecho que podía alcanzar. ¡Oh, Dios, Bella!
Al principio no la había reconocido. Aunque habían pasado diez años y lógicamente sabía que había crecido, en su mente ella seguía siendo aquella delgaducha, poco desarrollada e inmadura adolescente con sonrisa de golfilla. No había detectado ningún rastro de ella en la mujer que lo había abordado en el pequeño y mugriento bar. Por el contrario, había visto a una mujer con aspecto tan conservador, que se sorprendió de que le hablase. Mujeres como ella posiblemente solo acudirían a un bar así buscando venganza contra un marido descarriado, y ésa era la única razón que se le ocurría.
Pero allí había estado, demasiado delgada para su gusto, pero severamente estilosa con una cara blusa de seda y pantalones hechos a medida. Su espeso pelo, oscuro en la incierta luz, lucía un corte a la moda y le llegaba por encima de los hombros a la altura del mentón. Su boca, sin embargo,…le encantó su boca, grande y carnosa, y había pensado que sería maravilloso besarla y sentir la suavidad de esos labios.
Se la veía totalmente fuera de lugar, una mujer de club de campo perdida en los barrios bajos. Estaba a punto de tocarle, pero cuando él se giró, ella dejó caer la mano y le miró, su cara inexpresiva y extrañamente triste, su gruesa boca adusta, y sus ojos marrones tan solemnes que se preguntó si alguna vez sonreía.
Y entonces dijo, —Hola Edward, ¿Puedo hablar contigo? —y la conmoción casi lo hace caerse del taburete. Por un segundo se preguntó si había bebido más de la cuenta, no porque le hubiera llamado por su nombre, cuando podía haber jurado que jamás la había visto antes, sino porque había utilizado la voz de Bella, y los ojos marrones eran de repente los ojos color whisky de Bella.
La realidad cambió y se ajustó, y pudo ver a la chica en la mujer.
Qué extraño. No se había pasado los diez últimos años enfurruñado por lo que sucedió. Cuando se marchó aquel día de Davencourt, su intención es que fuera para siempre, y por lo tanto siguió con su vida. Eligió el sur de Arizona, por ser un lugar maravilloso, y no porque estuviese lo más lejos posible del exuberante y verde noroeste de Alabama y fuera inhabitable. Llevar un rancho era duro, pero disfrutó del trabajo físico tanto como había disfrutado del despiadado mundo de los negocios y las finanzas. Habiendo sido siempre un vaquero, le fue fácil la transición. Su familia se redujo a sólo su madre y su tía Didyme, pero se sentía satisfecho con eso.
Al principio se sintió muerto por dentro. A pesar de la inminente ruptura, a pesar que le había engañado, había llorado a Tanya con sorprendente intensidad. Ella había sido parte de su vida durante tanto tiempo que se despertaba por las mañanas sintiéndose extrañamente incompleto. Entonces, gradualmente, se sorprendió al recordar lo bruja que había sido y rió con afecto.
Podía haberse dejado comer vivo por la incertidumbre, sabiendo que su asesino aún estaba ahí fuera y no sería fácilmente descubierto, pero al final aceptó que no podía hacer nada. Su aventura fue tan secreta que no había ningún indicio, ninguna pista. Era un punto muerto. Podía permitir que le destrozara la vida o podía seguir adelante. Edward era un superviviente. Había seguido adelante.
Hubo días, incluso semanas, en las que no pensaba en su vida anterior. Dejó atrás a Kate y a los demás… a todos, excepto a Bella. A veces escuchaba algo que sonaba como su risa, y instintivamente se giraba para ver en que travesura se había metido esta vez, antes de darse cuenta de que ya no estaba ahí. O estaba curando un corte en la pata de un caballo, y recordaba cómo la preocupación ensombrecía su delgado rostro cuando se ocupaba de una montura herida, de alguna manera se había colado en su corazón con más intensidad que los demás, y era más difícil olvidarla. Se sorprendía preocupándose por ella, imaginando en qué problema se pudiera haber metido. Y durante todos estos años, el recuerdo de ella, aún tenía el poder de enfadarlo.
No pudo olvidar la acusación de Tanya de que Bella deliberadamente ocasionó la pelea esa noche entre ellos. ¿Había mentido Tanya? Desde luego no era de extrañar, pero la transparente cara de Bella reveló claramente su culpa. A través de los años, el embarazo de Tanya de otro hombre, le hizo llegar a la conclusión de que Bella no había tenido nada que ver con la muerte de Tanya y que el asesino había sido el amante desconocido, pero aún así no podía deshacerse de su rabia. De alguna forma el comportamiento de Bella, aunque palidecía en importancia cuando lo comparaba con los otros eventos de esa misma noche, todavía tenía el poder de enfurecerlo.
Tal vez fuese porque siempre estuvo malditamente seguro de su amor. Tal vez había halagado su ego el ser tan abiertamente adorado, de forma tan incondicionalmente. Nadie en este mundo le había amado de esa manera. El amor maternal de Esme era inquebrantable, pero ella era la mujer que le daba un azote cuando se portaba mal siendo un niño, así que veía sus defectos. A los ojos de Bella, él era perfecto, o eso había creído hasta que deliberadamente causó problemas simplemente para quedar por encima de Tanya. Ahora se preguntaba si no fue otra cosa más que un simple símbolo para ella, una posesión que Tanya tenía y ella anhelaba.
Tuvo mujeres después de la muerte de Tanya. Incluso mantuvo una o dos relaciones largas, pero nunca estuvo dispuesto a volver a casarse. No importaba lo ardiente que fuera el sexo del que disfrutaba en la cama de otras mujeres, eran los sueños sobre Bella los que le despertaban en las frías mañanas antes del amanecer, empapado en sudor con el miembro enhiesto como una estaca de hierro.
Nunca fue capaz de recordar los sueños con claridad, solo retazos, como la forma en que sus nalgas se restregaban contra su erección, la forma en que sus pezones se endurecían al besarlos, la manera en que los percibía cuando los apretaba contra su pecho. Su lujuria por Tanya fue la de un chaval, la lujuria de un jovencito con las hormonas descontroladas, un juego de dominación. Su lujuria por Bella, aunque le disgustaba, siempre tenía un trasfondo de ternura, por lo menos en sus sueños.
Pero ella no era ningún sueño, ahí de pié en el bar.
Su primer impulso fue sacarla de allí, donde no se le había perdido nada. Lo había acompañado sin protestar y sin preguntar, ahora tan silenciosa como antaño tan bocazas. Era consciente de haber bebido mucho, sabía que no tenía completo autocontrol, pero esquivarla hasta el día siguiente no parecía una opción viable.
Al principio apenas pudo concentrarse en lo que le estaba diciendo. Ella ni siguiera quería mirarlo. Permanecía allí sentada, mirando a cualquier parte menos a él, y él era incapaz de apartar sus ojos de ella. Había cambiado. Dios, cuánto había cambiado. No le gustaba, no le gustaba su silencio cuando antes era una cotorra, no le gustaba la opacidad de su expresión cuando antes cada emoción que sentía estaba claramente escrita en su pequeña cara. No había diablura ni risa en su mirada, ni vibrante energía en sus movimientos. Era como si alguien hubiese secuestrado a Bella y hubiese dejado a una muñeca en su lugar.
La fea niñita se había convertido en una sencilla adolescente, y está en la mujer que era ahora, si no exactamente bonita, llamativa a su manera. Su cara se había llenado, de forma que sus anteriormente demasiadas grandes facciones habían adquirido unas proporciones más equilibradas. El largo, alto y ligeramente curvado puente de su nariz ahora parecía aristocrático, y su boca demasiado ancha sólo se podía describir como exuberante. La madurez había refinado su cara de forma que sus altos y cincelados pómulos se revelasen, y sus ojos de forma almendrada y del color del whisky resultaban exóticos. Había aumentado un poco de peso, tal vez seis o siete kilos, lo que suavizaba su cuerpo y ya no tenía el aspecto de una refugiada de un campo de prisioneros de la Segunda Guerra Mundial, aunque podía soportar otros tantos kilos más y aún seguir delgada.
Los recuerdos de la adolescente lo perseguían. La realidad de la mujer había removido su largamente cocido a fuego lento anhelo hasta llevarlo a ebullición.
Pero, a nivel personal, ella parecía inconsciente de él. Le pidió que regresara a Alabama porque Kate lo necesitaba. Kate lo amaba, lamentaba su distanciamiento. Kate le devolvería todo lo que había perdido. Kate estaba enferma, muriéndose. Kate, Kate, Kate. Cada palabra que salía de su boca era sobre Kate. Nada sobre ella misma, si quería o no que él regresara, como si la veneración de antaño jamás hubiese existido.
Eso lo enojó aún más, el haber malgastado años soñando con ella mientras que ella, al parecer, lo había borrado completamente de su vida. Su mal genio se descontroló, y el tequila le hizo perder cualquier escrúpulo que pudiera sentir. Se oyó a si mismo exigiéndole que se fuera a la cama con él como el precio de su regreso. Vio la impresión en su cara, y vio cómo rápidamente la controlaba. Estuvo esperando su rechazo. Y entonces ella dijo que sí.
Estaba lo bastante enfadado, lo bastante bebido como para llevarlo a cabo. Por Dios, si ella estaba dispuesta a entregarse a él para beneficio de Kate, entonces, maldición, si no iba a tomarle la palabra. Arrancó la furgoneta y condujo rápidamente hacía el motel más cercano antes de que ella pudiese cambiar de parecer.
Una vez dentro de la pequeña y barata habitación, se había tumbado sobre la cama ya que la cabeza le daba de vueltas, ordenándole que se desnudara. Una vez más esperó que ella se negase. Esperaba que diera marcha atrás, o por lo menos que perdiera los nervios y le dijese que le besara el trasero. Quería ver como el fuego atravesaba la barrera de su inexpresiva cara de muñeca, necesitaba ver a la vieja Bella.
En cambio ella empezó, en silencio, a despojarse de la ropa.
Lo hizo cuidadosamente, sin alboroto, y desde el instante en que el primer botón se desabrochó, él no pudo pensar en ninguna otra cosa que no fuese que con cada movimiento de sus dedos se revelaba un poco más de su suave piel. Ella no intentó ser coqueta, no lo necesitaba. Su miembro pujaba con tanta fuerza contra su bragueta que seguramente se le quedaría impresa la marca de la cremallera.
Tenía una piel maravillosa, ligeramente bronceada, con una leve salpicadura de pecas sobre esos elegantes pómulos. Se quitó la blusa, y sus hombros tenían un tenue y dorado brillo. Entonces se desabrochó el sencillo y práctico sujetador blanco y lo echó a un lado, y sus senos le robaron el aliento. No sobresalían mucho, pero eran sorprendentemente redondos y erguidos, exquisitamente formados, con los pezones contraídos en apretados y rosados pimpollos que hicieron que su boca se llenase de saliva.
En silencio se quitó los pantalones y las bragas, quedándose desnuda delante de él. Su cintura y caderas eran estrechas, pero las nalgas eran igual de deliciosamente redondeadas que sus pechos. La necesidad de tocarla era dolorosa. Con voz ronca le ordenó que se acercara, y silenciosamente le obedeció, avanzando para situarse al lado de la cama.
Entonces la tocó, y la sintió temblar bajo su mano. La columna de su muslo elegante y fresca, su piel delicada contrastaba con su bronceada y áspera mano. Lentamente, saboreando la textura de su piel, la acarició hacia arriba y atrás, hacía sus nalgas; ella se había movido apenas, restregándose contra su mano, y una mezcla de excitación y placer rugió en su interior. Había ahuecado la mano sobre los firmes montículos, los sintió cimbrear, y ella empezó a temblar más intensamente. La provocó con una atrevida caricia y notó su sobresalto, levantó la mirada y se encontró con que sus ojos estaban cerrados con fuerza.
Por alguna razón no podía creer que fuese Bella la que estuviese desnuda delante de él, rindiendo su cuerpo a su exploración, y sin embargo todo en ella le era infinitamente familiar, y mucho más excitante que diez años de frustrantes sueños.
Ahora no tenía que imaginar los detalles físicos; estaban expuestos frente a él. Su vello púbico era un pulcro, rizado y pequeño triangulo. Había atraído su mirada, y estaba encantado con sus delicados pliegues, tímidamente cerrados, que podía atisbar por entre los rizos. Los misterios de su cuerpo lo hacían sufrir de necesidad. Bruscamente le dijo que separase las piernas para poder tocarla, y ella así lo hizo.
Posó su mano sobre la parte más privada de su cuerpo, y sintió su sorprendida respuesta. La acarició, la tocó, la abrió, y deslizó un dedo dentro de su extremadamente prieta vagina. Estaba tan duro que pensó que iba a explotar, pero se contuvo, porque aquí estaba la prueba de que no toda la lujuria era por su parte. Ella estaba resbaladiza y mojada, y sus suaves y quedos gemidos de excitación casi lo volvieron loco. Parecía algo desconcertada por lo que le estaba haciendo, por lo que estaba sintiendo. Entonces intentó deslizar otro dedo dentro de ella, pero no pudo. Había sentido su instintiva retirada, y una súbita sospecha destelló en su cerebro empañado de tequila.
Ella nunca había hecho esto antes. De repente estaba completamente seguro de ello.
Rápidamente la tumbó sobre la cama, arrastrando su cuerpo sobre el suyo. Indagó más deliberadamente su cuerpo, observando su reacción, luchando contra el alcohol mientras trataba de pensar con claridad. Había sido el primero para un par de chicas, allá en los tiempos del instituto y en la universidad, e incluso una vez desde que abandonó Alabama, así que se dio cuenta de la forma en que se ruborizaba, su ligero estremecimiento mientras empujaba su áspero dedo aún más profundamente. Si no hubiese sido por sus años cabalgando, dudaba haber podido siquiera introducir un dedo dentro de ella.
Debería parar esto ahora. El saberlo lo aguijoneaba. Su cuerpo estaba malditamente cerca de tomar el control. De todas formas, no había tenido la intención de llegar tan lejos, pero el tequila y su propia excitación lo habían desatado. Era justo la cantidad equivocada de alcohol, suficiente para ralentizar sus pensamientos y que todo le importara un pimiento, pero no lo suficiente para ablandar su verga. Se sentía asqueado de sí mismo por obligarla a hacer esto, y había abierto la boca para decirle que se pusiera la ropa cuando, por un instante, vio lo terriblemente vulnerable que era, y con qué facilidad podía destruirla con una palabra equivocada aunque fuera por su propio bien.
Bella había crecido a la sombra de Tanya. Tanya era la guapa, Bella la poco atractiva. Su autoconfianza física, excepto en lo referente a los caballos, siempre fue casi nula. ¿Cómo iba a ser de otra manera, cuando para ella lo normal era el rechazo en vez de la aceptación? Por un instante, vio el puro y desesperado coraje que había necesitado para hacer esto. Se había desnudado para él, algo que estaba seguro, jamás había hecho con otro hombre, se le había ofrecido. No podía ni imaginar lo que le había costado. Si ahora la rechazaba, la destrozaría.
—Eres virgen —dijo, con voz dura y empañada de frustración.
Ella no lo negó. Sin embargo se ruborizó, un delicado tono rosado coloreó sus pechos, y la deliciosa visión fue irresistible. Supo que no debería hacerlo, pero tenía que tocar sus pezones, y después tenía que saborearla, y percibió la manifiesta necesidad en su esbelto cuerpo cuando se arqueó con su caricia.
Se había ofrecido a detenerse. Necesitó de toda su fuerza de voluntad para controlarse y hacerle esa proposición, pero lo hizo. Y Bella lo miró como si la hubiese abofeteado. Se había puesto blanca, y le temblaron los labios. —¿No me deseas? —susurró, una súplica tan débil que le encogió el corazón. Sus propias defensas ya endebles por el tequila, se vinieron abajo. En vez de contestar, le cogió la mano y la arrastró hacía su ingle, apretándola sobre su erección. En ese momento él no dijo nada, manteniéndose en silencio mientras contemplaba como un sentimiento de asombro asomaba en sus ojos, alejando el dolor. Era como ver a una flor florecer.
Entonces ella curvó la mano agarrándolo y dijo, —Por favor —y él estuvo perdido.
Aún así, intentó controlarse con todas sus fuerzas. Incluso mientras se deshacía de su ropa, inhalaba grandes bocanadas de aire, tratando de enfriar el fuego de su interior. No funcionó. Dios, estaba tan excitado, que seguramente se correría con tan solo meterla dentro de ella.
Y estaba malditamente seguro de querer averiguarlo.
De alguna manera, se las arregló para refrenarse. Su control no se extendió a un prolongado juego previo. Simplemente se puso encima de ella, rindiendo su delicado cuerpo bajo el suyo mucho más fuerte, y besándola mientras incrustaba su erección en ella hasta la empuñadura.
Sabía que la estaba lastimando, pero no podía detenerse. Tolo lo que pudo hacer, una vez que ya estaba dentro de ella, era hacerla gozar. “Las damas primero,” había sido siempre su lema, y tenía experiencia en conseguir su objetivo. Bella estuvo asombrosa, abrumadoramente receptiva a cada una de sus caricias, sus caderas se ondulaban, su espalda se arqueaba, ardientes grititos se le escapaban de los labios. Tanya siempre se había contenido, pero Bella se entregaba sin restricciones, sin pretensiones. Ella llegó al clímax muy rápido, y entonces su propio orgasmo le sobrevino y se corrió violentamente, más violentamente de lo que había experimentado nunca antes, derramándose dentro de ella y llenándola con su semen.
Ella no se había retirado, no había salido corriendo hacia el baño para lavarse. Simplemente se había quedado dormida con los brazos alrededor de su cuello.
Posiblemente el también se había quedado dormido. No lo supo. Pero finalmente se despertó y se echó a un lado, apagó la luz, la metió bajo las sabanas, y se unió a ella.
No pasó mucho tiempo antes de que su pene empezase de nuevo a agitarse insistentemente, atraído por el sedoso cuerpo que yacía entre sus brazos. Bella lo acepto sin reservas, tal como hizo todas las demás veces durante esa noche cuando él la reclamaba.
Ya estaba casi amaneciendo.
Los efectos del tequila se habían evaporado de su sistema, y tenía que afrontar los hechos. Le gustase o no, había chantajeado a Bella para hacer esto. Lo infernal era, que no era necesario que lo hiciera. Habría estado dispuesta a entregarse a él sin la condición de su regreso.
Algo le había pasado, algo que le había arrebatado su entusiasmo, su espontaneidad. Era como si finalmente se hubiese visto sobrepasada por todos los esfuerzos de querer obligarla a encajar en un cierto molde, y hubiese sucumbido.
No le gustó. Lo puso furioso.
Le gustaría patearse a sí mismo por convertirse en uno más en la larga lista de personas que la habían obligado a hacer algo que no quería. Daba igual que ella le hubiese correspondido. Tenía que dejarle bien claro que su regreso no dependía de si ella le dejaba usar su cuerpo. La deseaba, —maldición, si, la deseaba— pero sin ninguna condición o amenaza entre ellos dos, y era por su propia y maldita culpa, el encontrarse metido en esta situación.
Quería hacer las paces con Kate. Ya era hora, y el pensar en su muerte le hacía lamentar los años perdidos. Davencourt y el dinero no importaban, ahora no. Arreglar vallas importaba. Averiguar qué había provocado la extinción del brillo en los ojos de Bella, importaba.
Se preguntaba si estarían preparados para el hombre en el que se había convertido.
Sí, tenía que regresar.
aaahhhhhhhhhhhhhhh!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarssssssssssssiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!!!!!!!!!!!!!1
hehehehe.... siii, hehehehe, mi soborno funciono!!!!
per q buen capiii!!!!!!!!!!!!
oh, Diosss!!!!
ResponderEliminarpero pense que este Edward era un cabron... uff!!!
no lo es!!!!!
ayyy... ame la forma en q le hizo el amor a Bella... taaan ... wow!!!
y Bellaa!!!!
ResponderEliminarpero q coraje, q valo para hacerlo...
me gustaria ser como ella...
pero tmbn, todo lo qutvo q hacer... para traer de regreso a Eddie....!!!!!
aunq.....
ResponderEliminarhehehe...
a mi no me hubiera molestado hacerlo...
hahaha...
hubiera estado encantada!!!!!!!
de vdd...
este ha sido el mejor capi q he ledo asta ahora!!!!!!!!!
pero q aun no puedo creer q Edward la haya obligado!!!
ResponderEliminarentiendo q estaba borracho
y q al final pus Bella si lo qeria hacer...
debe d edoler muchito la primera vez...
aunq... supongo q Eddie es muuuy tierno...!!!!
me encanta este Edward, este vaquero indomable!!!
bueno... solo Bella lo lgrara domar, no???
ResponderEliminarhahahahaha.... AME EL CAP!!!!!
cuantos coments llevo???
hehehe... cumplire mi soborno!!!!
con tal de leer mas de este fic, juro omentarte siemre mas de 5 veces!!!!!
si me hes posible 10 si qieres!!!!
hahahaha.... me enamore del fic!!!!
aunq... hehehe.... bueno...
ResponderEliminarsiento q este Edward sera un poco cabron....
perdonara a Kate????
el asesino de Tanya lo querra matar tmbn a él?
a Bella?????
son muchas interrogantes!!!!
y qero seguir leeyendo!!!!!
ahhhhh!!!!!!!!!!
me volvere loca!!!!
bueno... mas d elo que ya estoy...
ResponderEliminarpero... ahhhh!!!
q este fic esta biien emocionanate!!!!
ame la forma en como Edward sinto todo...
Bella tmbn, aunq lo dude, ama y amara a Edward, y Edward ama a Bella...
creeme!!!
io lo sé!!!!
lo he visito!!!!!!!
pero quero seguir leyendo!!!
me tendras q dar el nombre de este novela...
pedire q me compren el libro....
esta q me qiero morir!!!!!!
esta de lujo!!!!!!!!
uffff!!!!!
ResponderEliminar8 coments.... y no me he cansado!!!!!!!!
hehehehe..... tendre q sobornarte mas seguido
en serio!!!!!
hahaha.....
genial, genial!!!!!
lastima q FF no me deje comentar mas d euna vez.... mmm...
me desqitara acá!!!!!
ok....
ResponderEliminar9 coments.... creo q ya te harte....
ni modo!!!
dije q 10 coments por cada capi de este fic!!
y lo hareee!!!!!
hehehehehe.... oka... de donde diablso cosigues estos libros para convertirlo en adaptaciones?????
q estan padrisimos!!!!!
uff!!!!!!!
ok... hehe, ya llegue a mi comentido...
ResponderEliminarmmm....
ohhh!!!!!
ahora... la espera sera un infierno!!!!
pero vale la pena!!!!
amo este ficcc!!!!
iia, decidio... me enamoro!!!!
espero q actualices pronto... grax x dejarte sobornar.... hahaha... y esero te hayan gstado mis locos coments, pero q estoe feliz!!!
llegue a mi casa y vi q habias publicado, me meti a balar lo mas rapido q nunca lo hice, inclusive mis papas se sorprendieron...
oh, Dios!!!!
pero tienes razon... es el mejor capi hasta ahora!!!!
mmm... qiero ver cuandoEddie regrese con Kate... estoe se pondra buenisisismo!!!!
nos vemos, nena!!!!
bess dsd méxico, cdt y bii3!!!!
estamos en contacto!!!
dios que emocion esto se pondra buenisimo ..Sigue asi..Besos,,
ResponderEliminarcomo me encanta este fic
ResponderEliminar