jueves, 20 de enero de 2011

Proposición


Capítulo 8 “Proposición”

Acomodada entre almohadones del sofá del cuarto de James, mientras criados y doncellas se mueven a su alrededor, obedeciendo las ordenes de Heidi, Irina abre los ojos con lánguida expresión  de volver a la vida.
— ¿Donde estoy, tía Heidi?
—Estas en el cuarto de James, viniste a saber de él y ahora eres tú la enferma. ¿Has tenido un disgusto, verdad? Con Aro seguramente, ¡fue con él!
— ¡Ay, tía Heidi de mi alma! El tío Aro no me quiere, y yo le quiero tanto a él.
— ¡Hijita querida! ¿Qué te hizo ese viejo cascarrabias?
—Nada, nada. Si la culpa no es de él; la culpa es mía, como siempre, ¡soy muy torpe! Ya sé que delante de él no podemos decir la menor cosa de Isabella.
     ¡Ah, fue por Isabella!
—Hice muy mal, no debo nombrarla siquiera. Se puso hecho una fiera, y lo que dije fue una tontería; pero hice muy mal. Ay, Dios mío, ¿cuándo acabare de aprender?
—No necesitas aprender nada, y no llores más por eso. ¡Estaría bueno! Ya le diré yo a Aro lo que hace al caso.
— ¡No, tía Heidi, por favor! No discutas con él; me tomara más antipatía de la que me tiene. Por mi no quiero que se disguste nadie.
— ¡Por ti me tomo yo todos los disgustos que haga falta!
— ¡No, tía Heidi, te lo ruego! ¿Donde está James?
—Fue por el médico.
— ¿Él... él personalmente? ¿Se ha molestado tanto por mí? ¿Ha sido tan bueno?
—Tú te lo mereces todo, y James lo comprende. Me pareció  muy disgustado con su padre. Pero cierra los ojos, no te muevas, no vaya a repetirse el mareo.
—Estoy tan débil, como si me fuera a morir, el corazón no me late apenas. No podría  resistir otra discusión, otro disgusto. Una palabra dura me mataría sin remedio.
—Nadie va a decirte nada que te desagrade.
—Quiero a James.
— ¡Ahí lo tienes!
James llega en efecto, triste y malhumorado; pero hay una expresión de lastima en su noble semblante.
— ¿Como esta Irina?
—Mejor, mucho mejor, hijito. ¿Y el doctor Gerandy?
—No lo encontré, ni en la consulta ni en su casa a estas horas. Debe haber ido a alguna parte, a alguna fiesta. Volvía a decirte eso, y a preguntarte que otro médico podemos llamar mientras él viene; porque le deje recado en los dos sitios y trataban de localizarlo por teléfono.
— ¡James!
—Irina, ¿estás mejor, nena? ¿Paso ya?
—Estoy mejor. Pero me siento tan triste y tan débil, ¡Ay!
—Todavía llorando.
— ¿Qué le dijo el energúmeno de tu padre?
— ¡Mamá!
—Debió regañarla de mala manera, le conozco muy bien.
—Ya le dije a tía Heidi que la culpa fue mía exclusivamente. Soy una tonta; tío Aro es muy bueno. Que no se vaya a disgustar con él, que no le diga nada. Pídeselo tu también, James. Te ruego que se lo pidas tú también.
—No le diré nada si no quieres; pero por ser tan sufrida y tan buena, no te tratan algunos como debieran. ¿Qué paso, James?
—Una tontería, nada, ¿verdad, James?
—Efectivamente, papá se disgustó e Irina se asustó de verle.
— ¿Dónde está el tío ahora? ¿A dónde fue?
—Se encerró en su despacho.
— ¿Solo, o con Isabella?
—Solo, totalmente.
— ¡Allí es donde el pasa sus berrinches! No te preocupes más. Se pondrá a leer a los filósofos griegos y saldrá hecho una seda. ¿Quieres llamar a los muchachos para que lleven a Irina a su cuarto, James?
—Yo puedo llevarla, si ella quiere. Pero no decidiste nada con respecto al médico. Podemos llamar a otro.
—El doctor Gerandy es el único que la entiende. Voy a hablarle por teléfono a su enfermera, para que no deje de venir a la hora que sea. Enseguida vuelvo.
Les ha dejado solos. Tierna y débil, Irina extiende la mano a él.
— ¡James!
— ¿Estás mejor, realmente? ¿Pasó el malestar?
—Un poquito mejor, pero tengo un dolor muy grande aquí, en el pecho, como si me ahogara. Es el corazón, ¿sabes? Tía Heidi no lo sabe, ni quiero que lo sepa.
— ¿Estás enferma del corazón?
—No te preocupes de eso; ya el doctor Gerandy lo sabe y me cura sin decírselo a nadie.
— ¡Pero...!
—Yo lo supe por casualidad, y nos pusimos de acuerdo para que tía Heidi no supiera. No hables nunca de eso.
—Está bien.
—No quiero que les guardes rencor a tío Aro y a Isabella  cuando yo...
— ¿Cuando tú, qué?
—Si yo no puedo resistir esa entrevista horrible.
—No es necesario efectuarla, Irina. Papá tuvo razón al decir que esto no era un tribunal ni una audiencia. Dejaremos las cosas como están.
—Pero tío Aro no querrá.
—Ya le hablaré yo luego. Después de todo, si Isabella no me quiere y me lo ha dicho lealmente, no tengo por qué seguir hurgando en su vida pasada, ni pidiéndole cuentas de unos acontecimientos que no me pertenecen.
—James, ¡que noble y que bueno eres!
—Callaré y papá también guardará silencio. Los males ya no tienen remedio. Si algún día ese hombre volviera.
— ¡No volverá!
— ¿Por qué?
—Tengo el presentimiento de que se ha muerto.
— ¿El presentimiento?
—La seguridad casi, es más; la seguridad completa.
— ¿Cómo?
—Hay un periódico en que aparecen los nombres de los que se mueren por otros estados.
— ¿Sabe Isabella que ese hombre ha muerto?
—Ella fue quién me lo dijo y me enseno el periódico; pero no le hables jamás de esto. Se pondría furiosa conmigo.
—No te preocupes. Probablemente no le hablaré de esto ni de nada en mucho tiempo.
—Es lo que te iba a suplicar que hicieras James, James; eres el hombre más bueno de la tierra, y yo te quiero tanto, tanto.
Ha tomado la mano que él le acerca cubriéndola de ardientes besos, mientras apretados los labios, James traga en silencio su dolor y su rabia.
—Isabella para mi es como si hubiera muerto. ¡Eso, como si hubiera muerto!

****

— ¡Papá!
     ¿Ah, eres tú?
—Vengo a pedirte que me disculpes. Durante unas horas perdí totalmente el control de mi mismo, he estado como loco.
—Lo sé, lo comprendo.
Aro Vulturi se ha puesto de pie, apartando sobre el escritorio de madera labrada, del más puro estilo renacimiento, el libro que leía. Es efectivamente uno de aquellos profundos libros filosóficos, en los que su espíritu halla calma y sosiego para afrontar con serenidad las tormentas. Es un gran señor, no solo socialmente; su rango espiritual traduciéndose en cada uno de sus gestos, parece dar a su hijo, en aquel instante, la norma de la vida.
—Cualquiera puede perder los estribos un momento. No fuiste tú el único, James, los perdí yo; con más obligación de contenerme. Pero me alegro ver que ambos parecemos haber vuelto a la razón.
—Sí, papá.
—El golpe ha sido duro, dado el gran afecto que los dos sentíamos por Isabella.
— ¿Sentíamos?
—Sí. Nos acostumbramos a mirarla como algo muy nuestro, demasiado ligado a nuestro corazón  y a nuestra dignidad; y no, hijo, es un ser humano, independiente, dueña de su vida. No tenemos el derecho de tiranizarla, aunque si nos quede el de retirarle nuestro afecto.
—Papá nadie más dolorido, más herido que yo en este asunto. Sin embargo, quisiera pedirte para ella un poco de indulgencia. Yo...
—No, lo que ha hecho no merece nuestra indulgencia.
— ¿Crees ya qué realmente lo ha hecho?
—He tenido tiempo para pensar despacio muchas cosas, para unir datos y detalles en mi mente y en mis recuerdos. Si lo que ha dicho Irina es una calumnia, se parece mucho a una verdad por lo menos, y si uno a eso el hecho de haberte rechazado...
—Supongo que es lo único que tengo que agradecerle, ese grito postrero de su conciencia.
—Así es, mirando las cosas fríamente, ¿qué mujer que no ame a otro hombre, puede rechazarte? Para que una muchacha pobre, rechace a un hombre rico, joven, guapo y bueno, tiene que ser por una razón muy poderosa. El amor a otro hombre, o una mancha en su pasado demasiado fea.
—Papá, yo quisiera que dejaras este asunto tranquilo, que no investigases, quisiera poder olvidarme de todo esto, demostrarle que no me importa tanto que no me quiera. Ésta tarde me porte como un imbécil, como un tonto delante de todos. Déjame que sean mi indiferencia y mi desprecio los que salven mi dignidad.
—Así lo espero.
—Además, hay algo que tú ignoras. Irina está enferma.
— ¿Enferma?
— Sí. Lo de hoy no fue un simple ataque de nervios. Su corazón anda mal.
— ¿Como lo sabes?
—Los síntomas coincidían asombrosamente con los de un compañero de la Universidad, que padecía  del corazón y sufría ataques de esa especie. Murió poco tiempo antes de que yo vinera.
Aro ha mirado a su hijo gravemente, con aquella mirada suya fría, inescrutable, que a veces borra de su noble semblante el menor rasgo de indulgencia.
— ¡Ya! Eso fue sin duda lo que Heidi quiso darme a entender.
— ¿Lo sabe mamá entonces? Ella no quiere que lo sepa.
—Es un asunto entre ellas dos y su médico. Nunca intervine mucho en las cosas de Irina. ¿Está mejor ahora? ¿Pasó el malestar?
—Así parece. Yo mismo la lleve a su alcoba. Mamá y la doncella están  al lado suyo.
     ¿E Isabella?
—No ha salido de su cuarto desde que se encerró en el. Parece que dijo a la doncella que iba a acostarse inmediatamente, para madrugar mañana.
—Tenéis paseo a caballo.
—No pienso ir con ella. Bien puede ir sola con Edward Cullen. Seguramente también cuenta con él.
—Lo invitó en mi presencia, a pesar de la forma grosera en que se porto con ella; le llamó cuando iba a marcharse, recordándole el paseo de mañana.
—Parece ser que los hombres de baja estofa son sus predilectos.
—Nunca lo hubiera creído; pero he de rendirme a la evidencia. ¿Vas a acostarte ya, hijo?
—No; voy a salir, quiero distraerme un rato. Rio de Janeiro tiene fama en el mundo entero de ciudad alegre y bulliciosa. Es ridículo pensar que llevo aquí dos meses y no he salido un sólo día.
—Es un daño que puedes remediar inmediatamente.
—Peor suerte le cupo al que pagó con su vida el deleite de amarla.
— ¿Con su vida?
—Sí; el seductor ha muerto.
— ¿Muerto? ¿Dices que ha muerto? ¿De dónde lo sabes?
—Irina lo sabe por ella, por la propia Isabella.
— ¿Quieres decir que ella seguía en comunicación directa con él?
—Parece ser que lo leyó en uno de esos periódicos de provincia, que a veces traen noticias de cuanto pasa hasta en los campamentos de la selva. Guardó el recorte y se lo enseñó a Irina. Pos eso ella tuvo miedo.
— ¿Miedo de que?
—No me lo dijo claro. Creí entender que su miedo era, que al considerarse completamente libre, no vacilara en hacerme su presa; y si yo te dijera, padre, que es justamente ese detalle, la idea de que Isabella  no ha tenido un momento de tristeza, no ha tenido una lagrima para el hombre que murió tratando de amontonar las riquezas que creía necesitar para merecerla, es lo que me ha desengañado de ella más amargamente.
— ¡Hijo!
—Sí, sí. Podía  perdonarle que por amor hubiera caído, podía perdonarle hasta su miedo a la pobreza; pero que no tenga corazón.
—Comprendo, hijo, comprendo. Nadie mejor que yo puede comprenderte. Pero es preciso que te sobrepongas; lo de irte a divertir un rato esta noche es la mejor idea. Anda, anda. Piensa que el mundo es muy grande, que hay en él demasiadas mujeres, que un engaño no es toda la vida y que el hombre nació para dominar sus sentimientos, no para hacerse esclavo de ellos. Hasta luego, hijo querido. Quiero verte proceder como un hombre cabal, entero, como el hombre que eres.
Le ha estrechado la diestra como a un amigo simplemente, borradas las diferencias que el respeto de hijo y la ternura de padre ponen entre ellos.
—Se nos ha destruido un sueño muy bello. Pero no podemos dejarnos abatir por eso. Hubiera querido que mis nietos fueran Vulturi dos veces. Sea como sea quiero conocer a mis nietos.

****

El sol de Rio, claro, ardiente, dorado como un baño de miel sobre la tierra, derrama sus primeros rayos sobre el jardín de los Vulturi, cuando destaca en la calle lateral, bordeada de arboles espesos, la arrogante figura de Edward Cullen. Con uno de esos dolorosos refinamientos del despecho, ha cuidado como nunca de todos los detalles de su traje; la chaqueta de corte impecable le hace más esbelto, pulcramente rasurado su rostro, apenas conserva las huellas de la terrible tormenta moral, que desde la tarde anterior ha sufrido, apenas si una leve crispadura un tanto más amarga, da a sus labios un sello cruel; apenas si parecen más verdes, más frías, más como de hielo sus pupilas.
— ¡Isabella! ¡Pero qué sorpresa!
— ¿Sorpresa por qué? ¿O no fue usted quien escribió esta carta?
Recostada en la verja, más fresca y luminosa que la mañana de fines de primavera, Isabella sonríe mostrando el largo sobre con membrete del Hotel; y también ella parece haber puesto un especial cuidado, en su "toilette".
Los sedosos cabellos, aun húmedos del baño reciente, se esponjan formando el brillante marco café que tanto realza su perfil de ámbar pálido, la boca parece como nunca fresca; la piel más transparente, más encendida como si el ritmo que acelera su corazón hiciera correr su sangre más de prisa.
Hoy no viste de blanco; negro es el ceñido pantalón de montar, roja como una llamarada la blusa de amplias mangas que sustituye a la chaqueta. Juguetean sus manos con la fina fusta de junco y prendida coquetonamente a los cabellos una enorme gardenia blanca, cuyo aroma se confunde con el de su pelo.
—No esperé que tan temprano, vamos, quiero decir. Me tomé la libertad de rogarle que bajara un momento antes que los demás; pero ni siquiera me atreví a esperar a que usted accediera.
— ¿No le parece a usted demasiada modestia para un espadachín de su empuje, señor ingeniero?
— ¿Aun recuerda el desdichado lance de ayer?
—Todavía tengo hinchada la muñeca.
—Isabella...
— ¡Oh, no se preocupe! No ponga esa cara tan seria. Eso no me impedirá obligar a Goliat a correr. Estoy perfectamente. Fue solo una broma para ver la cara que ponía usted, y no ha podido ser más desolada. De modo que, absuelto.
—Es usted muy buena, muy amable, quise decir. Y también ha sido muy amable esperándome, como le pedí que lo hiciera. Mande esas líneas al azar, sin hacerme demasiadas ilusiones respecto a la bondad de usted. Pero ya que se ha tomado la molestia.
— ¿Y si yo le dijera a usted que fue un placer?
—Sería demasiada gentileza.
—Pues demasiada o no, está demostrada con los hechos. Y si le hubiera usted advertido al muchacho que aguardara respuesta, lo habría sabido desde ayer.
—¿De veras?
—Mandé a la doncella tras él; pero ya se había ido. No quedaba más que venir. Hasta ver su asombro al llegar, pensé que estaba usted demasiado seguro de que yo haría lo que usted me pidiera.
—Apenas me atreví a esperarla, sin embargo. Aun ahora, frente a usted, casi me parece mentira.
— ¿Mentira qué?
—Mentira todo. Su presencia, su mirada, el tono de su voz. Cualquiera diría que es usted sincera.
— ¿Cómo?
— ¡Oh, perdóneme! No sé expresarme bien. Quise decir que no merecía tanta cortesía de parte de usted quién ayer se había portado de un modo tan descortés. Justamente le rogué estos momentos de hablar a solas, para pedirle perdón en la mejor forma que pudiera, y darle las gracias también  por haberme librado del desaire de su tío y de sus amigos, indignados con tanta razón.
— ¿Quiere usted que dejemos ya lo del asalto a esgrima? Me recuerda un momento muy malo para mi carrera deportiva; una derrota en toda regla.
—No...
—Sí. En esos si no hay lugar a duda de ningún genero. ¿Sabe usted que el botón de su florete arranco casi totalmente el adorno de mi chaqueta? ¿Sabe usted que todavía no sé cómo pude defenderme de una estocado en plena cara? Es usted asombrosamente fuerte, y desconcertantemente violento. Hubo un momento en que me dio miedo.
— ¡Por Dios!
—A usted solo se lo confieso. Me dieron miedo sus ojos, Edward. Me miraron de un modo tan extraño; como es me odiase usted intensamente.
— ¡Qué tontería!
—Que descanso oírle reír y decir eso: ¡qué tontería! Sí. Fui una tonta temiéndole. Usted no sería capaz de hacerme ningún daño. Es una cosa extraña; pero desde el primer momento tuve la impresión de que junto a usted, una mujer está protegida siempre.
—Una afirmación muy amable.
—Diga usted mejor, muy sincera.
—Le gusta a usted alardear de franqueza.
—Me gusta mostrarme como soy, frente a mis verdaderos amigos. ¿No me da las gracias? Le considero a usted el primero de ellos. ¿Estoy equivocada?
— ¡Por Dios, Isabella!
Ha enrojecido conteniéndose. Lejos de ella, en la soledad de su alcoba, que fácil le parece lo que tiene que hacer, pero frente a aquellos ojos, de mirada luminosa, cerca de aquellos labios tersos y frescos, ¡que terrible la lucha de su alma!, que insoportable aquella angustia, que toma frente a ella apariencia de invencible timidez.
—Bien. Ya se que no puedo hacerle preguntas difíciles. ¿Quiere que nos sentemos? Hay un banco detrás de aquellos arbustos. Podrá usted decirme todo lo que, según su carta, tenía que decirme.
—Son tantas cosas.
—Pues empecemos. Venga, ¿no se está aquí  mejor?
—Estupendamente. Conoce usted a fondo todos los rincones de este jardín.
—No es extraño viviendo, como quién dice, en el.
—Ya.
—Adoro las flores. Aquí me hago la ilusión de estar en pleno campo, en pleno bosque algunas veces. Si yo le dijera que tengo bastante de primitiva. Me hace muy feliz el contacto con la naturaleza.
—Con la Naturaleza de jardín. Veredas de arena, arbustos recortados, insecticidas administrados oportunamente. Si; convengo en que es muy grata esta naturaleza, y bastante distinta de las selvas de Matto Grosso, por ejemplo.
— ¿Y si yo le dijera a usted que me gustaría ir a la selva?
—Tendría que reírme.
—Por lo visto, no me cree usted capaz de soportar ninguna molestia; pero se equivoca totalmente. Con una razón sentimental yo sería capaz de soportarlo todo.
— ¿Qué dice?
—No me asustaría la selva. Sería capaz de acompañar a ella, a mi esposo, por ejemplo, si es que fuera constructor de Caminos y Puentes.
— ¿De veras?
— ¿Duda de mi palabra?
—No. Me complace extraordinariamente oírla. Creo que tiene suficiente amor propio para sostenerla.
— ¿Amor propio nada mas? Eso no lo haría por amor propio, sino por amor ajeno.
— Isabella...
— ¿Qué quiere decirme, Edward?
Se ha acercado más a él, asomándose a las pupilas verdes, que un instante se han nublado, como si la voluntad de Edward desfalleciera; aquellas pupilas que le han hablado de amor tantas veces, y que ahora huyen de las suyas, demasiado atormentadas, mudas en el dolor de su horrible confusión de sentimientos. Con verdadero esfuerzo Edward se pone en pie.
—Ya deben haber bajado los demás. ¿No cree que deberíamos hacernos presentes?
— ¡Oh!... Olvidé decirle que los demás no vienen.
— ¿Cómo?
—James no se sentía muy bien ayer, como usted sabe. E Irina se enferma con frecuencia; pero no creo que sea nada serio porque aun no ha llegado el médico y tía Heidi lo manda a buscar a la menor molestia que ella siente.
— ¿Para usted no usan tantos cuidados, verdad?
—Por fortuna tengo una salud excelente. ¿Quiere usted que llame ya al mozo de cuadra?
—No. Un momento. Puesto que no hay prisa, tal vez pudiera decirle a usted, algo de lo que es preciso que le diga.
—Estaba dispuesta a escucharlo hace un momento.
—Sí; ya lo sé. Perdóname. Soy un necio. Mucho menos dueño de mis emociones de lo que imaginé. Pero es preciso que le diga, es preciso que le hable claramente. Yo no sé qué concepto le merezco, Isabella...
— ¿No lo sabe de veras?
—Isabella...
—Edward. En este instante me parece usted un niño, y es tan extraño mirar como a un niño a un hombre como usted. Me parece que desea y que teme, que duda y que tiembla. ¿No le he dado ejemplo de sinceridad?, ¿No le estoy mostrando mi corazón y mis sentimientos? Esto es una locura, Edward; una santa locura de la que estoy tan enferma como usted. ¿Sigue callando?, ¿Tendré que decirlo yo también?, ¿Tendré que ser yo la que diga?
—No Isabella. Lo diré yo. He soñado, deseo, anhelo…
— ¿Qué?, ¿Qué?
— ¿Quiere usted ser mi esposa?
— ¡Edward!
Le ha echado los brazos al cuello, ha acercado a los suyos los dulces labios ardientes. Edward Cullen vuelve a sentirse loco, ciego, y une la suya a aquella boca, paladeando la hiel de su propio corazón en lugar de las mieles de aquel beso.

2 comentarios:

  1. holaaaa guauuu estupendooo ell capiii ahhhhhhhhh me molestaa que todos condenen a bellaa cuandoo todas son mentirass de esaa irinaaa no leee creoo nadaaaa ahhh no la soportaa y me encantoo la parte de bella y edwardd peroo que paree el plannn se va a arrepentirrr y la preguntaa que le lanzooo no creoo que bella le diga de unaa que siiii yy se besaronnnnnnnnnnnnnnnnn siiiii!!!! que buenooo!!!! nos leemos en el proximo besotes!!!!

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  2. Y aqui empieza el enrredo y lo mas sabroso de la historia jejejejeje
    Me encanto el capitulo y que dificil se la puso bella a edward, bueno es que con semejante hombre hasta yo me resistiria 30 segundos menos jejejejejeje
    BESOS DESDE GUANAJUATO MEXICO

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