sábado, 14 de mayo de 2011

Intruso

Capítulo 19 “Intruso”
Edward saltó de la cama, instantáneamente despierto y con la espantosa certeza de que era a Bella a quien había oído gritar, aunque el sonido no había venido de su habitación. Agarró los pantalones y se los puso, abrochándoselos mientras corría hacia la puerta. El grito parecía haber provenido desde las escaleras. Dios, y si se había caído por ellas…
El resto de la familia también se había despertado. Oyó un murmullo de voces, luces que se encendían y puertas abriéndose. Maggie asomó la cabeza mientras él pasaba a toda velocidad por delante de ella. —¿Qué ocurre? — preguntó irritada.
Él no se molestó en contestar, toda su atención concentrada en llegar lo antes posible a las escaleras. Entonces la vio, tirada en el suelo, como una muñeca rota, en el rellano, en el ángulo recto en que doblaban las escaleras hasta el piso superior. Encendió las luces del techo, la araña casi cegaba con su resplandor, y el corazón casi se le para. La sangre, húmeda y oscura, le enmarañaba el pelo y empapaba la alfombra bajo su cabeza.
Oyó un ruido abajo, como si alguien hubiera tropezado con algo.
Edward miró alrededor y vio a Tyler parado cerca, parpadeando somnoliento, sin comprender todavía lo que estaba sucediendo. —Tyler —dijo bruscamente. —Hay alguien abajo.
Su primo parpadeó de nuevo, y entonces la comprensión brilló en su mirada. Sin una palabra, bajó las escaleras. Mike no vaciló en seguir a su hijo.
Edward se arrodilló junto a Bella y con suavidad presionó dos dedos contra su cuello, conteniendo la respiración. El pánico oprimía sus pulmones, asfixiándolo. Entonces sintió el pulso que palpita bajo las yemas de sus dedos, fuerte y regular, y se sintió débil de alivio. Ignoró el creciente murmullo de voces a su alrededor y suavemente le dio la vuelta. Liam bramaba, Maggie y Jessica se abrazaban mutuamente y gemían bajito. Lauren permanecía de pie, congelada, en la puerta de su habitación, con los ojos como platos de terror mientras contemplaba el cuerpo inerte de Bella.
Kate se abrió paso a empujones entre todos los cuerpos y se dejó caer pesadamente de rodillas junto a él. Estaba pálida, y su temblorosa mano se clavó en su brazo. —Bella —susurró, con voz tomada. —Edward, ¿está ella…?
—No, está viva. —Le habría gustado decirle que solo se había dado un golpe, pero su herida parecía ser algo más serio que eso. No había recobrado el conocimiento, y el miedo volvía a apoderarse de él. Con impaciencia, miró hacia Maggie y Jessica, cuyo nivel de histeria crecía progresivamente, y las descartó por  inútiles. Su mirada recayó sobre Lauren.
—¡Lauren! Llama al 911. Que vengan los sanitarios, y el sheriff. —Se lo quedó mirando, sin moverse, y él ladró, —¡Ya! —Ella tragó convulsivamente y se lanzó hacia el interior de su habitación. Edward escuchó su voz, aguda y temblorosa, mientras hablaba con el operador del 911.
—¿Qué ha pasado? —gimió Kate, acariciando la cara de Bella con dedos vacilantes. —¿Se ha caído?
—Creo que sorprendió a un ladrón —dijo Edward, con voz tensa por el enfado, la ansiedad, y un miedo que apenas podía mantener a raya. Quería tomar a Bella en sus brazos, acunarla contra su pecho, pero el sentido común le dijo que no la moviera.
Seguía sangrando, la alfombra se empapaba con su sangre. Una mancha de color rojo oscuro se extendía alrededor de donde su cabeza reposaba.
—¡Lauren!— bramó. —¡Trae una manta y una toalla limpia!— Ella estuvo allí en un momento, tropezando con la manta que llevaba arrastrando, y luchando simultáneamente por ponerse una bata sobre la bastante ligera camisola de seda que vestía. Edward tomó la manta y la remetió cuidadosamente alrededor de Bella, después dobló la toalla y tan suavemente como le fue posible la deslizó bajo su cabeza, para amortiguar la dureza del suelo y colocándola de modo que presionase contra la herida que aún sangraba.
—¿S…se pondrá bien?— preguntó Lauren, con los dientes castañeteándole.
—Eso espero —dijo él en tono sombrío. Sentía un dolor salvaje en el  pecho. ¿Y si no se ponía bien? ¿Qué iba a hacer?
Kate se derrumbó, y cayó de rodillas. Sepultó la cara en las manos y estalló en desgarradores sollozos.
Maggie detuvo sus lamentos, tan de repente como si hubieran sido apagados con un interruptor. Se arrodilló junto a su hermana y la rodeó con los brazos. —Se va a poner bien, se va a curar —canturreó de forma tranquilizadora, acariciando el blanco cabello de Kate.
Bella se movió, gimiendo un poco cuando trató de llevarse una mano a la cabeza. Carecía de las fuerzas y la coordinación necesaria, y su brazo cayó débilmente de nuevo sobre la alfombra. El corazón de Edward dio un vuelco. Le tomó la mano y la acunó en la suya. —¿Bella?
Al oír su tono de voz, Kate se zafó de Maggie, acercándose de nuevo, frenética. Su expresión era de esperanza y terror, todo a la vez.
Bella respiró profundamente un par de veces, y abrió los ojos. Su mirada estaba desenfocada, aturdida, pero había recobrado el conocimiento, y eso era lo que importaba.
Edward tuvo que tragarse el nudo de su garganta. —Bella —dijo otra vez, inclinándose, y con un obvio esfuerzo ella lo miró, parpadeando mientras trataba de aclarar su visión.
—Estás deformado —masculló.
El apenas podía respirar y el corazón le palpitaba violentamente. Llevó los dedos de ella hacia su áspera mejilla. —Sí, tengo que afeitarme.
—No es eso —dijo ella, pronunciando con dificultad. Inspiro de nuevo profundamente, como si estuviera exhausta. —Tienes cuatro ojos.
Kate se atragantó con los sollozos y una risita ahogada se mezcló con sus lágrimas cuando se estiró para asir la otra mano de Bella. Un diminuto ceño frunció las cejas de Bella.       —Me duele la cabeza —anunció confundida, y cerró los ojos de nuevo. Hablaba con más claridad. Trató de tocarse otra vez la cabeza, pero Edward y Kate la tenían cogida de ambas manos, y ninguno parecía inclinado a soltarla.
—Me lo imagino —dijo Edward, obligándose a hablar con calma. —Has recibido un golpe infernal en el cogote.
—¿Me caí? —murmuró ella.
—Eso supongo —contestó él, no queriendo alarmarla hasta que supieran algo más con certeza.
Tyler y Mike regresaron arriba jadeando. Tyler que tan sólo vestía los vaqueros, se había cerrado la cremallera, pero no los había abotonado, y su robusto pecho brillaba de sudor. Había cogido un revolver de alguna parte, y Mike se había parado el tiempo suficiente para sacar el rifle de caza del 22 de su sitio, sobre la chimenea. Edward los miró a ambos inquisitivamente, y ellos negaron con la cabeza. —Se escapó —articuló Mike, sin emitir un sonido.
Las sirenas aullaron en la distancia. —Mejor pongo esto en su sitio antes de que llegue el sheriff —dijo Mike. — Les abriré. —Regresó abajo para devolver el rifle a su estante, no sea que alarmara a un policía con la adrenalina ya disparada de por sí.
Bella trató de sentarse. Edward le puso una mano sobre el hombro y la obligó a permanecer tumbada, alarmado por el poco esfuerzo que necesitó. —No, no te muevas. Te vas a quedar ahí quietecita hasta que un médico diga que estás bien para moverte.
—Me duele la cabeza —dijo ella otra vez, sonando un poco malhumorada.
Hacía  tanto que él no le había escuchado ese tono de voz que no pudo evitar sonreír, a pesar del terror que le había estado retorciendo las entrañas y que sólo ahora comenzaban a aflojar un poco. —Ya lo sé, dulzura. Pero levantarte solo lo empeorará. Quédate tumbada un poco más.
—Quiero levantarme.
—Enseguida. Deja que los sanitarios te echen un vistazo primero.
Ella soltó un suspiro impaciente. —Vale. —Pero antes de que las sirenas hubieran cesado frente a la entrada, trataba otra vez de sentarse, y él se dio cuenta de que sufría una conmoción. Lo había visto antes en gente que había sufrido un accidente; era un instinto primitivo, despertar, ponerte en movimiento, alejarte de lo que te había causado daño.
Oyó a Mike dando explicaciones mientras conducía a un autentico desfile de gente por la escalera. Había seis sanitarios y al menos otros tantos agentes de la autoridad, y más llegando, pudo deducir por el sonido de sirenas que se escuchaba mientras más vehículos adicionales arribaban por el camino.
Edward y Kate fueron apartados a un lado cuando los sanitarios, cuatro hombres y dos mujeres, rodearon a Bella. Edward se apoyó contra la pared. Kate se puso a su lado, temblorosa, y él la rodeó con un brazo. Ella se reclinó pesadamente contra él, absorbiendo su fuerza, y con consternación, él se percató de lo frágil que este fuerte cuerpo, en otros tiempos, se sentía en su abrazo.
Llegaron más autoridades, y el sheriff. Sam Uley ya se había retirado, pero el nuevo sheriff, Embry Call, había sido el ayudante principal de Sam durante nueve años antes de ser elegido sheriff, y había trabajado en el caso de Tanya. Era un hombre corpulento, de músculos compactos, con el cabello castaño y unos ojos fríos y suspicaces. Sam había desempeñado su cargo con una actitud de viejo camarada, a lo Andy Taylor; Call era más brusco, directo a la cuestión, aunque había aprendido a atenuar su temperamento de bulldog, las tácticas de “directo a la yugular” que le habían enseñado en los marines. Comenzó a reunir a la familia, llevándolos a todos a un lado. —Muy bien, todos, vamos a apartarnos del camino de los sanitarios ahora, y dejarlos que se ocupen de la señorita Isabella. — Su acerada mirada se clavó en Edward. —Bueno, ¿qué ha pasado aquí?
Hasta entonces, Edward no se había dado cuenta de la similitudes entre lo que le había ocurrido a Bella esa noche y la muerte de Tanya diez años antes. Se había concentrado totalmente en Bella, aterrorizado por ella, cuidando de ella. La vieja y helada furia comenzó a resurgir cuando comprendió que Call sospechaba que él había atacado a Bella, tratando quizás de matarla.
A pesar de ello, contuvo despiadadamente su furia, porque no era ahora el momento de ello. —Oí gritar a Bella —dijo en un tono tan controlado como pudo. —El sonido venía de la parte delantera de la casa, y temí que se hubiera levantado sin encender ninguna luz y hubiera caído rodando por la escalera. Pero cuando llegué aquí, la vi tirada justo donde está ahora.
—¿Cómo supo que era Bella quien gritó?
—Sólo lo supe —dijo, con rotundidad.
—¿No pensó que podía haber sido cualquier otra persona quien estuviera levantada?
Kate se entrometió en la conversación, espoleada por la obvia sospecha en la voz de Call. —Normalmente no —dijo, en tono firme. —Bella sufre de insomnio. Si hay alguien vagando por la casa de noche, generalmente es ella.
—Pero usted estaba despierto —dijo Call a Edward.
—No. Me desperté al oír su grito.
—Todos lo hicimos —apostilló Maggie. —Bella solía tener pesadillas, ya sabe, y eso fue lo que pensé que pasaba. Edward pasó corriendo por delante de mi puerta justo cuando la abría.
—¿Está segura de que era Edward?
—Sé que lo era —intervino Tyler, mirando directamente a la cara al sheriff. —Yo iba pisándole los talones.
Call pareció momentáneamente frustrado, después se encogió de hombros, decidiendo evidentemente que después de todo no había correlación entre los dos acontecimientos. —¿Entonces se cayó o qué? De la centralita dijeron que era un aviso para los sanitarios y el departamento del sheriff.
—Justo cuando llegué junto a ella —dijo Edward —oí algo abajo.
—¿Cómo qué? —La mirada de Call se agudizó de nuevo.
—No lo sé. Un ruido. —Edward miró a Tyler y a Mike.
—Tyler y yo bajamos a echar un vistazo —dijo Mike. —En el estudio había una lámpara tirada en el suelo. Salí afuera mientras Tyler comprobaba el resto de la casa. —Vaciló. —Me parece que vi a alguien correr, pero no puedo jurarlo. Los ojos no se me habían adaptado a la oscuridad.
—¿En qué dirección? —preguntó Call sucintamente, llamando al mismo tiempo por señas a uno de sus ayudantes.
—Hacia la derecha, en dirección a la carretera.
El ayudante se acercó, y Call se giró hacia él. —Consigue algunas linternas y comprobad la zona al otro lado de la calzada. Esta noche ha habido bastante relente, así que si alguien ha pasado por allí, quedaran huellas sobre la hierba. Puede que haya habido un intruso en la casa. —El ayudante asintió y se marchó, acompañado de varios compañeros.
Uno de los sanitarios se acercó. Obviamente lo habían sacado de la cama para contestar la llamada; una gorra de béisbol cubría su despeinado cabello, y sus ojos aún estaban hinchados por el sueño. Pero estaba espabilado y su mirada era despierta. —Estoy seguro de que se va a poner bien, pero quiero llevarla al hospital para que le hagan un reconocimiento y que le suturen el corte de la cabeza. Parece que también tiene una leve conmoción cerebral. Probablemente van a querer tenerla en observación durante veinticuatro horas, sólo para asegurarse de que está bien.
—Iré con ella —dijo Kate, pero de repente se tambaleó. Edward la sujetó.
—Túmbela en el suelo —dijo el sanitario, sujetándola también.
Pero les apartó las manos y se irguió una vez más. Seguía sin tener buen color, pero los fulminó a ambos ferozmente con la mirada. —Joven, no necesito tumbarme. Soy vieja y estoy enferma, eso es todo. Cuide de Bella y no me preste atención.
Él no podía tratarla sin su permiso, y ella lo sabía. Edward la miró y pensó en cogerla y llevarla al hospital él mismo, intimidándola si era preciso, para que un doctor la viera. Ella debió intuir lo que pensaba, porque levantó la vista y consiguió esbozar una sonrisa. —No hay de qué preocuparse —dijo. —Es Bella quien necesita que la vean.
—Yo iré con ella al hospital, tía Kate —dijo Jessica, sorprendiéndolos a todos. —Necesitas descansar. Tú y mama quedaros aquí. Voy a vestirme y a recoger lo que necesitará.
—Yo conduciré —dijo Edward. Kate comenzó a protestar de nuevo, pero Edward la rodeó con un brazo. —Jessica tiene razón, tienes que descansar. Ya has oído lo que ha dicho el sanitario, Bella se va a poner bien. Sería diferente si estuviera en el peligro, pero no lo está. Jessica y yo nos quedaremos allí con ella.
Kate lo cogió de la mano. —¿Me llamarás del hospital y me dejaras hablar con ella?
—En cuanto esté instalada —le prometió él. —Tendrán que hacerle primero radiografías, supongo, así que puede que tarde un rato, a lo mejor no se encuentra con ganas de hablar —le advirtió.—Va a tener un dolor de cabeza de los mil demonios.
—Solamente avísame que está bien.
Con esto, Kate y Maggie se marcharon por el largo pasillo que conducía a los dormitorios traseros, para reunir las cosas que Bella necesitaría durante su corta estancia en el hospital. Edward y Jessica se marcharon a sus respectivas habitaciones a vestirse. A él le llevó menos de dos minutos, y regresó junto a Bella justo cuando la trasladaban a la camilla portátil para  llevarla abajo.
Ahora estaba totalmente consciente, y sus ojos estaban dilatados por la alarma mientras lo buscaba con la mirada. La tomó de la mano, de nuevo, cobijando sus helados y finos dedos contra su palma áspera y caliente. —No me gusta esto —dijo ella, con irritación. —Si sólo necesito unos puntos, ¿por qué no puedo simplemente acercarme en coche hasta la puerta de Urgencias? No quiero que me transporten.
—Tienes una conmoción —contestó él. —No es seguro para ti que conduzcas.
Ella suspiró y capituló. Él apretó su mano. —Jessica y yo iremos contigo. Justo detrás de la ambulancia.
Ella no protestó más, y él casi lamentó que no lo hiciera. Cada vez que la miraba, una nueva oleada de pánico lo golpeaba. Estaba blanca como el papel, al menos la  parte de su rostro que no estaba cubierta de sangre. La oscura mancha de color oxido se extendía por su cara y cuello, por donde había resbalado desde la herida de su cabeza.
Jessica llegó apresuradamente abajo, llevando un pequeño maletín, en el instante en que introducían la camilla en la ambulancia. —Estoy lista —le dijo a Edward, caminando ya por delante de él hacia el garaje.
El sheriff Call apareció junto a Edward. —Los muchachos  han encontrado marcas en la hierba húmeda —dijo. —Parece que alguien cruzó esa zona a la carrera. También han forzado la cerradura de la puerta de la cocina,  hay algunas marcas en el metal. La señorita Isabella ha sido muy afortunada si se topó cara a cara con el ladrón y salir tan sólo con un golpe en la cabeza.
Recordando el aspecto que presentaba tirada en el pasillo, como una muñeca rota, con toda aquella sangre extendiéndose alrededor de ella, Edward pensó que la definición de afortunada de Call era diferente de la suya.
—Iré más tarde al hospital para hacerle algunas preguntas —prosiguió el sheriff. —Vamos a hacer unas cuantas comprobaciones más por aquí.
La ambulancia arrancó. Edward dio media vuelta y caminó a zancadas hacia el garaje, donde Jessica lo esperaba.
Pasaron varias horas y un cambio de turno en el “Helen Keller Hospital” antes de que Bella hubiera sido explorada, suturada, e instalada en una habitación privada. Edward esperó con impaciencia en el vestíbulo mientras Jessica la ayudaba a asearse y ponerse un camisón limpio y cómodo.
El sol brillante de la mañana se colaba por las ventanas cuando finalmente le fue permitido entrar de nuevo en la habitación. Ella yacía en la cama, con aspecto casi normal ahora que la mayor parte de la sangre había desaparecido tras su aseo. Su pelo seguía todavía pegoteado con ella, pero eso tendría que esperar a más tarde para desaparecer. Un níveo apósito cubría las puntadas de la parte posterior de su cabeza, y le habían colocado una venda alrededor de la misma para sujetarlo en su sitio. Seguía estando muy pálida, pero en conjunto tenía mejor aspecto.
Él se sentó a su lado, en la cama, con cuidado para no sacudirla. —El doctor nos ha dicho que te despertemos cada hora. Una faena del demonio para hacérselo a una insomne, ¿no? —Bromeó él.
Ella no sonrió como había esperado. —Creo que os ahorraré problemas y me mantendré despierta.
—¿Te sientes con ánimos para hablar por teléfono? Kate estaba frenética.
Con cuidado, ella se incorporó un poco más en la cama. —Estoy bien, es un simple dolor de cabeza. ¿Puedes marcarme el número?
Un simple dolor de cabeza como consecuencia de un cerebro magullado, pensó él sombríamente mientras tomaba el auricular y marcaba los números para obtener línea exterior y llamar a Davencourt. Ella seguía creyendo que se había caído, y nadie le había dicho lo contrario. El sheriff Call no iba a conseguir mucha información de ella.
Bella habló brevemente con Kate, el tiempo justo para asegurarle que se encontraba bien, una flagrante mentira, luego devolvió el teléfono a Edward. Se disponía a tranquilizar él también a Kate, pero para su sorpresa era Maggie quien estaba al otro lado de la línea.
—Kate ha sufrido otro desvanecimiento después de que os fuerais —le dijo. —Es demasiado cabezota para ir al hospital, pero he llamado a su médico y va a venir a verla esta mañana.
Él echó un vistazo a Bella; lo último que necesitaba oír ahora mismo era que Kate se encontraba mal. —No la dejes levantarse —la instruyó bajando la voz mientras se giraba para que Bella no pudiera oírlo. —No voy a decirle nada a ellas por ahora, así que no lo menciones. Llamaré en un par de horas para ver como está.
Estaba colgando el teléfono justo cuando el sheriff Call entró y cansadamente se dejó caer en una de las dos sillas de la habitación. Jessica ocupaba la otra, pero Edward no tenía ganas de sentarse de todos modos. Prefería estar cerca de Bella.
—Bueno, tiene mejor aspecto que la última vez que la vi —le decía Call a Bella. —¿Cómo se encuentra?
—No creo que vaya a salir de fiesta esta noche —dijo ella, de esa forma tan solemne suya, y él se rió.
—No, supongo que no. Quiero hacerle unas preguntas si se encuentra con fuerzas para ello.
Una expresión de perplejidad cruzó por su cara. —Por supuesto.
—¿Qué recuerda de la pasada noche?
—¿Cuándo me caí? Nada. No sé cómo pasó.
Call disparó una mirada interrogante a Edward, quien negó imperceptiblemente con la cabeza. El sheriff se aclaró la garganta. —La cosa es, que no se cayó. Al parecer alguien se coló en Davencourt anoche, y creemos que usted se tropezó con él.
Si Bella estaba pálida antes, ahora había perdido todo rastro de color. Su cara asumió una expresión cansada y asustada. —Alguien me golpeó —murmuró para sí misma. No dijo nada más, no hizo ningún movimiento. Edward, que la vigilaba atentamente, tuvo la inequívoca impresión de que estaba retrayéndose en sí misma, guardándoselo  todo dentro, y no le gustó. Deliberadamente alargó una mano y tomó la de ella, apretándosela para hacerle saber que no estaba sola, y no le importaba las malditas conclusiones que Call pudiera sacar de su acción
—¿No recuerda nada? —insistió el sheriff, aunque su vigilante mirada parpadeo brevemente ante sus manos cogidas. —Sé que ahora mismo todo está confuso, pero tal vez vislumbró algo de él y todavía no se ha dado cuenta. Vamos paso a paso. ¿Se acuerda de salir de su habitación?
—No —dijo ella, en tono monótono. Su mano permanecía inerte en el apretón de Edward. Hubo un tiempo en que se hubiese refugiado en él, pero ahora ella no se apoyaba en nadie en absoluto. No era solo que pareciera no necesitarlo más, sino que era como si ni siquiera quisiera estar cerca de él. Durante un rato, cuando había estado tan aturdida, las barreras habían caído y pareció reconfortada por su presencia, necesitarlo. Pero ahora se alejaba de nuevo de él, poniendo distancia emocional entre ambos aunque no hiciera ningún esfuerzo por apartarlo físicamente. ¿Sería a causa de lo que había pasado entre ellos el día anterior, o sería por algo más, por algo relacionado con su accidente? ¿Recordaba algo después de todo? ¿Por qué no querría contárselo al sheriff?
—¿Qué es lo último que recuerda? —le preguntó Call.
—Acostarme.
—Su familia dice que sufre de insomnio. Tal vez estaba despierta, tal vez oyó algo y fue a echar un vistazo.
—No lo recuerdo —dijo ella. La mirada de agotamiento era más pronunciada.
Él suspiró y se puso en pie. —Bueno, no se preocupe por ello. Mucha gente no recuerda al principio lo que ocurrió justo antes de recibir un golpe en la cabeza, pero a veces los recuerdos regresan después de un tiempo. Volveremos sobre ello, señorita Isabella. Edward, acompáñeme al pasillo, y le cuento lo que hemos hecho hasta ahora.
Edward salió con él, y Call caminó por el pasillo hacia los ascensores. —Seguimos el rastro sobre la hierba por todo el pasto que va paralelo al camino que lleva a la carretera, justo hasta donde se bifurca para acceder a Davencourt —dijo. —Calculo que dejó su coche allí aparcado, pero ya hace un par de semanas que no ha llovido y la tierra estaba demasiado compacta para contener marcas de rodadas. Sólo para asegurarnos trajimos un par de perros, y siguieron el mismo rastro hasta el giro, pero después de eso nada. Es un buen lugar para esconder un coche; la maleza es tan espesa que cualquier coche aparcado, incluso a veinte metros de la carretera sería malditamente imposible de ver a plena luz del día, así que mucho menos por la noche.
—¿Entró por la puerta de cocina?
—Eso es lo que parece. No hemos podido encontrar ninguna otra señal de entrada. —Call resopló. —Al principio, pensé que había sido un idiota al no entrar por alguna de esas frágiles puertas de cristal que tienen por toda la casa, pero tal vez fue muy astuto. Piénselo, la cocina es la mejor elección. Todo el mundo debería estar arriba en la cama a esas horas de la noche, así que no querría arriesgarse a despertar a nadie entrando por cualquiera de las puertas del porche superior. Las puertas que dan al patio están en el lateral de la casa, visibles desde los establos. Pero la puerta de cocina está en la parte de atrás, y no puede verse ni desde la carretera, ni desde los establos, ni desde ningún otro sitio.
Habían llegado junto a los ascensores, pero Call no se detuvo para llamarlo. Él y Edward caminaron hasta el final del pasillo, fuera del oído de alguien que bajara del ascensor en aquella planta.
—¿Se llevaron algo? —preguntó Edward.
—Nada que nadie notara. Estaba la lámpara tirada en el suelo, pero excepto por eso y la cerradura de la puerta de la cocina, parece que no tocaron nada más. No sé lo que hacía en el estudio, a menos que se sobresaltara cuando la señorita Bella gritó. Supongo que regresó corriendo abajo, buscando una salida rápida, pero la puerta de la calle tiene doble cerrojo y  no pudo abrirlo en la oscuridad. Entraría corriendo en el despacho, vio que no tenía salida al exterior, y accidentalmente derribó la lámpara. Parece que finalmente salió por la puerta de la cocina, lo mismo que para entrar.
Edward pasó bruscamente su mano por su pelo. —Esto no volverá a pasar —dijo. —Tendré un sistema de seguridad instalado esta semana.
—Ya tendrían que tenerlo puesto. —Call le miró con desaprobación. —Sam solía insistir en lo fácil que debía ser colarse en esa casa, pero nunca pudo convencer a la señorita Kate para hacer algo al respecto. Ya sabe como es la gente mayor. Al estar la casa tan lejos de la ciudad, ella se sentía segura.
—No quería sentirse como en una fortaleza —dijo Edward, recordando los comentarios que Kate había hecho durante años.
—Esto, probablemente, la hará cambiar de opinión. No se moleste en instalar uno de esos sistemas que piden ayuda automáticamente, porque están demasiado lejos de la ciudad y sería tirar el dinero. Ponga una alarma atronadora que despierte a todo el mundo, si quiere, pero recuerde que los cables pueden ser cortados. Su mejor apuesta serían unas buenas cerraduras sobre puertas y ventanas, y conseguirse un perro. Todo el mundo debería tener un perro.
—Kate es alérgica a los perros —dijo Edward irónicamente. No estaba dispuesto a traer uno ahora y amargarle los pocos meses que le quedaban de vida.
Call suspiró. —Supongo que por eso nunca han tenido uno. Vale, olvide la idea. —Se dieron la vuelta  y caminaron de regreso a los ascensores. —La señorita Kate tuvo otro ataque después de que se marcharan.
—Lo sé. Maggie me lo dijo.
—Vieja cabezota —comentó Call. Alcanzaron los ascensores, y esta vez él presionó el botón. —Llámeme si Isabella recuerda algo, de lo contrario no tenemos una mierda.

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