Capítulo 19 “Superando los miedos”
A la mañana siguiente, muy temprano, una desvelada Alice llegó bostezando al hospital con un vestido azul de seda, un conjunto de ropa interior y unas zapatillas sin cordones. Alice no era una persona muy madrugadora y no andaba muy bien de dinero, por lo que a Bella le conmovió aún más el detalle.
Una vez vestida y sentada en la cama, Bella aguardaba con una mezcla de impaciencia y temor el momento de salir del hospital y estar a solas con Edward. Todo el personal estaba maravillado por su milagrosa recuperación, y tampoco ella descartaba la intervención divina. Sabía que había sobrevivido porque Edward la necesitaba.
Una vez en el coche con Edward y Alice, la tensión aumentaba a medida que iban recorriendo las calles familiares. ¿Qué le diría Edward? ¿Y querría ella oírlo?
Al llegar a su apartamento, él le abrió la puerta. Bella entró, seguida por Alice, que cargaba un montón de rosas melocotón, y aspiró la fragancia a limón.
—Hogar, dulce hogar —dijo con los ojos cerrados.
—Tienes que sentarte y guardar reposo, Houdini —le recordó Edward—. Lo ha dicho el médico.
—No estoy cansada. Estoy tan contenta de regresar que podría ponerme a saltar —se quitó las zapatillas y se acercó a la ventana para mirar el perfil de la ciudad bajo el sol invernal—. ¿Alguna vez han visto algo tan bonito?
—Creía que habías dejado la medicación —dijo Alice arrugando la nariz.
—Claro que sí —respondió, ella riendo—. Pero la vida es preciosa —extendió los brazos y se volvió a tiempo de ver una sonrisa torcida en el rostro de Edward.
—Sí, sobre todo cuando se puede comer algo —dijo él carraspeando.
—Parece que este grandullón ha recuperado el apetito —se burló Alice riendo—. Te deseo suerte para alimentarlo bien —dejó las rosas en la encimera—. Ojalá pudiera quedarme, pero tengo que irme a trabajar.
—Siento que hayas perdido tantos días por mi culpa —le dijo Bella, abrazándola.
—Oh, vamos, la fábrica de conservas puede conseguir a cualquiera para enlatar guisantes. Además, Edward me prestó dinero. Un dinero que le devolveré, por supuesto —añadió, mirando amenazadoramente a Edward.
—Ya te dije que no es necesario —dijo él.
—Y yo te dije que… —empezó a replicar ella, pero Bella se echó a reír y alzó una mano.
—Son tal para cual, ¿eh?
Alice le dio otro abrazo.
—Bueno, me voy. Te veré mañana. Y a ti también, cavernícola —se despidió y salió.
—¿Qué te apetece hacer esta tarde? —le preguntó Edward cuando se quedaron solos.
Los miedos y las dudas volvieron a invadir a Bella.
—Me gustaría que habláramos.
Él se puso rígido, con una expresión alerta.
—Bien —respiró hondo—. ¿Por qué no te sientas?
—Preferiría quedarme de pie, si no te importa. He pasado una semana sin moverme.
Él tragó saliva y se miró los pies.
—Cuando era niño, mi madre me abandonó en una estación de autobuses.
— Sí, lo sé. Te oí en el hospital.
Edward levantó la cabeza, perplejo.
—¿Me oíste?
—Cada palabra —susurró ella—. Estaba sola, perdida en un vacío gris, y entonces te oí. Me concentré en tu voz. De repente, todo el dolor desapareció y sentí que flotaba hasta el techo. Podía verte a mi lado, y a mí misma en la cama. Sólo un hilo me unía a la tierra. Estaba a punto de romperse, pero no tenía miedo. Quería liberarme, abrazar esa paz que me llamaba.
—Oh, Dios mío —Edward se puso pálido—. Sabía que casi te había perdido, pero…
—Lo oí todo. Dijiste que me necesitas y me suplicabas que no me fuera. Tus lágrimas cayeron en mi mano y entonces supe dónde estabas. En ese momento se me concedió la oportunidad de elegir. Irme o quedarme. La paz o el dolor —le acarició la mejilla—. Elegí quedarme. Luche con todo mi ser para volver contigo, y me precipité violentamente hacia mi cuerpo. El dolor fue muy intenso, pero cuando abrí los ojos y te vi, supe que aunque mi cuerpo nunca sanara por completo, jamás me arrepentiría de mi decisión.
Edward soltó un gemido ahogado, se acercó a ella y enterró la cara en su cuello.
—No te arrepentirás. Te lo prometo.
Bella le acarició el cabello mientras él temblaba en sus brazos.
—Tienes miedo de amar porque tu madre te abandonó. Pero yo no soy como ella.
—Cariño, ya lo sé. ¡Diste tu vida por mí! —se separó y la miró a los ojos—. ¿Recuerdas que te dije que hasta los diez años había vivido con mis padres adoptivos? —ella asintió—. Quería mucho a los Cullen y con ellos empecé a sentirme seguro. Pero entonces el Estado me apartó de ellos por culpa de una idiotez burocrática. Me aterraba la idea de perder otra familia, así que cuando me instalaron en el siguiente hogar adoptivo, me fugué, y cuando las autoridades me pillaron, me negué a regresar.
—Edward, lo siento. No me extraña que estuvieras tan asustado.
—Desde entonces no he dejado de huir, sin permitirme intimar demasiado con nadie. ¿Sabes por qué dejé los SEAL? Cuando la mitad de mi equipo murió, llevé a Erick y a Benjamín al hospital y me fui sin despedirme. Mis amigos me necesitaban y yo los abandoné. No podía quedarme. Me negaba a sentir compasión.
A Bella el dolor le atenazó el corazón. Edward había sufrido tanto que tal vez nunca pudiera confiar en nadie, ni siquiera en ella.
—Por eso insistías en que no eras el hombre adecuado para mí.
—Sabía que también podía hacerte daño —dijo él con una mueca—. Siempre que empezaba a sentir algo por alguien, me apartaba. Mi vida ha sido un constante rechazo. Tenía miedo de confiar en ti, y no podía confiar en mí mismo. No estaba seguro de que pudiera estar contigo para siempre. Y tú no merecías menos que eso.
Oh, no. Bella bajó la mirada al suelo, traspasada por una punzada de hielo. Tuvo que tragar saliva unas cuantas veces antes de poder hablar.
—Ya estoy bien. Puedes irte.
Él le tomó la barbilla con una mano temblorosa.
—No importa lo mucho que lo intente. No puedo sacarte de mi corazón, Bella. Siempre estás conmigo. En mis pensamientos cuando estoy despierto y en mis sueños cuando duermo. No quiero irme. Y si hubieras sufrido un daño cerebral o hubieras quedado en coma —la voz se le rasgó—, te habría cuidado el resto de mi vida.
A Bella le dio un vuelco el corazón. La esperanza volvió a prender dentro de ella.
—Me enamoré de ti en cuanto te vi —confesó él—. Saliendo de la cámara acorazada con tus ojos ambarinos abiertos como platos. Intenté rechazar el sentimiento hasta esa noche en la que casi hicimos el amor. Cuando me dijiste que me amabas, yo…
La chispa de esperanza estalló en llamas y ella también empezó a temblar. ¡Edward la amaba!
—Yo también estaba asustada, Edward. Nunca había sentido esto por nadie.
—Te entiendo. Nunca me había dado cuenta de lo vacía e insignificante que era mi vida hasta que te conocí —le cubrió la mano con la suya—. Cuando te vi atada en aquel pesquero, supe que habías luchado contra tu peor pesadilla para ayudarme. Entonces supe que yo también tenía que luchar contra mis miedos para ser digno de tu amor —respiró hondo y el corazón le latió con fuerza bajo sus manos unidas—. Luego, casi te pierdo. Fue cuando aprendí el significado del verdadero terror.
Ella asintió.
—Yo también tuve unos momentos de pánico cuando pensé que James iba a dispararte.
Él la abrazó fuertemente con una fiera expresión.
—Si alguno de los dos hubiera muerto, tú nunca hubieras sabido lo que sentía por ti. Eso se acabó. No pienso seguir huyendo. Lo arriesgaré todo para estar contigo. Bella… —la miró fijamente— te amo. Te necesito. No puedo imaginar el resto de mi vida sin ti.
Lágrimas de alivio y felicidad resbalaron por las mejillas de Bella. Edward lo había hecho. Había superado sus traumas y había reconocido libremente su amor.
—Empezaba a pensar que no me amabas.
—No llores, cariño, por favor, no llores —le secó la humedad con el pulgar—. Lo siento… No quería empezar una vida juntos sin haber resuelto mi pasado. Estaba esperando a que te recuperaras del todo. Necesitaba confesarte mis sentimientos y pedirte que comenzáramos de nuevo. Pero sabía que estabas pasando por un infierno, tanto físico como mental, y no quería preocuparte más —le dedicó una sonrisa temblorosa—. Contenerme para no desnudarte y hacerte el amor era una auténtica tortura, pero tenía que comportarme con nobleza y abnegación.
Bella no pudo evitar una carcajada.
—Eso no es muy propio de ti, señor Bond.
—¿Podrás perdonarme? —su expresión recordaba a la de un perrito que esperaba recibir una caricia pero que temía una patada—. Te amaré hasta el fin de mis días, y te juro por mi vida que nunca te abandonaré.
—Los dos hemos sufrido. Por culpa de nuestro pasado hemos esperado siempre lo peor. Ambos hemos experimentado el dolor y el rechazo. Pero el pasado quedó atrás —le dio un beso suave en los labios—. Tú me perteneces y yo a ti. Estás perdonado. Y te mantendré atado a esa promesa.
Aún temblando, Edward se arrodilló y tomó su mano.
—Bella, ¿quieres casarte conmigo?
Una inmensa alegría la recorrió por dentro, catapultándola hasta los cielos.
—¡Sí!
El temblor de Edward se incrementó. Le recorrió el cuerpo con la mirada.
—El día en que te rapté, te robaste mi corazón. No sabes cuánto significa para mí recibir el tuyo a cambio, y que me lo des libremente.
—Mi corazón te pertenece desde el principio —henchida de felicidad, le sonrió dulcemente—. Hazme el amor, Edward.
Edward se levantó y la besó con toda la pasión que ardía en sus venas. Quería desnudarla y penetrarla contra la puerta, pero la primera vez de Bella debía ser especial.
—No tenemos prisa, cariño. Tenemos toda la noche. Y una vida por delante.
—Lo sé —dijo ella, cada vez más impaciente—. Pero te quiero dentro de mí. Ahora. Confío en ti en cuerpo y alma, Edward. Hazme el amor.
—Soy tuyo —susurró él con una sonrisa—. Tus deseos son órdenes para mí.
La llevó en brazos a la cama y allí la desnudó lentamente, cubriéndole el cuerpo de besos y preparándola con sensuales caricias y masajes. Bella no pudo esperar más. Separó los muslos y le ofreció el acceso a su parte más íntima y vulnerable. Su confianza conmovió a Edward. Nunca traicionaría la fe que tenía en él.
—Quiero dártelo todo, cariño —le dijo con voz ronca—. Todo lo que tengo.
Se colocó entre sus piernas y, con los ojos cerrados, se detuvo en la barrera virginal.
—Vamos, Edward —suplicó ella, echándole los brazos al cuello y tirando de él.
—Confía en mí —le pidió, aferrándose a la poca cordura que le quedaba—. Si lo hacemos bien no te dolerá.
—No me dolerá de ninguna manera. Es maravilloso —arqueó la espalda, y el brusco movimiento hizo que Edward la penetrara. La barrera cedió. Ella ahogó un grito y se puso rígida en sus brazos.
—¿Bella? ¿Estás bien? —preguntó, tan asustado como si él mismo fuera virgen.
—Sí —respondió ella con un suspiro—. Estoy haciendo el amor con el hombre al que amo. ¿Qué podría ser mejor?
Él sonrió por su inocencia y empezó a empujar en su interior, muy lentamente al principio, y aumentando el ritmo poco a poco.
—Oh, Dios —gimió ella, acompasando sus movimientos como si hubieran sido amantes toda la vida—. Ni en mis sueños más salvajes imaginé que sería así…
—Vuela conmigo, cariño —susurró él, mirando sus ojos ardiendo de adoración.
Los dos se elevaron en una danza cada vez más frenética, hasta que Edward no pudo contenerse más y se vació en la mujer que amaba, volcando en ella hasta la última gota de su esencia. Al mismo tiempo ella se contrajo en torno a él y se dejó arrastrar por una espiral de luces, colores y chispas que le nubló la visión y el conocimiento. Segundos después, jadeando en busca de aire, se aferró a Edward, el centro de su universo, mientras las suaves olas que seguían al orgasmo la devolvían a la conciencia.
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