Capítulo 29 “¿Quién es C.S.?”
Edward ayudó a Bella a levantarse de la silla junto a la mesa y caminó con ella hasta el sofá frente a la chimenea. El fuego estaba encendido, y también la enorme araña sobre la mesa, y en las paredes había otras velas, porque aunque sólo era media tarde, el salón estaba oscuro y frío con la tormenta que se aproximaba.
Edward removió el fuego, y luego se sentó junto a Bella, mirando su gran vientre donde ella había apoyado las manos.
–¿Se mueve otra vez? –preguntó Edward, avergonzado. El niño era parte de Bella hasta el punto que él sentía que no podía compartir la experiencia con ella, todavía no, en todo caso.
–Sí –rió ella–. Parece que da volteretas.
Bella extendió una mano para tomar la de Edward, y la colocó sobre su vientre, sonrió al observar el placer en el rostro de Edward al sentir los movimientos de su hijo dentro de ella.
–¿Aún deseas una hija? –aventuró él, tomando la mano de Bella.
–Sería hermoso tener una hija. Pero, como tú dijiste, todo hombre desea un hijo varón.
Los ojos de él brillaron ante la respuesta, y se inclinó a besarla con ternura.
–Volveré pronto, Bella. No hay más leña para el fuego, y tengo que reunir alguna antes de que comience la tormenta.
Cuando Edward se fue, Sue se sentó junto a Bella frente a la chimenea, y hablaron de la doble boda que se planeaba para la semana siguiente. Las dos hermanas de Rosalie serían las novias, y Sue estaba muy excitada, tanto como si fuera la madre de las muchachas. Le encantaban las ceremonias.
Era mediados de julio, y Bella debía esperar hasta mediados de septiembre el nacimiento de su hijo. Después de siete largos meses de llevar al bebé, deseaba que el resto del tiempo pasara rápidamente. Pero el último mes, a pesar de la incomodidad causada por el aumento en su tamaño, la había colmado de felicidad.
Tocó sus pendientes de topacio, que llevaba todos los días, y recordó que Edward le había dicho que siempre harían juego con sus ojos. Sus ojos seguían siendo dorados desde la noche de la partida de Tanya, y Bella no veía razón para que cambiaran en el futuro próximo. Dejaba que cada día siguiera su curso y no trataba de analizar sus sentimientos por Edward ni de pensar en lo que sucedería cuando llegara diciembre y terminara el año.
Edward la trataba con el mayor cuidado y se ocupaba personalmente de todas sus necesidades. Se comportaba como un marido en todo sentido, y Bella estaba contenta. Nunca hablaban de matrimonio ni de amor, pero su felicidad era obvia para todos.
–Tenemos visitas –dijo Emmett al entrar por la puerta principal.
Bella suspiró profundamente, recordando las últimas visitas que habían tenido. Pero le alivió ver que se trataba del capitán C.S., que estaba parado en la puerta, mirando el cielo amenazador.
–Me pregunto si mis hombres llegarán al pueblo antes de que estalle la tormenta –comentó C.S. a Emmett con una risita. Luego se volvió y mostró obvia sorpresa al ver a Bella y a Sue junto al fuego.
Bella se puso de pie para Saludar a C.S., y rió cuando los ojos de él se agrandaron aún más al ver sus formas redondeadas. Luego él sonrió cálidamente y se aproximó a ella.
Se oyó ruido de cristales rotos contra el suelo; Bella se volvió y vio a su madre inmóvil junto a un jarrón con flores roto a sus pies. El rostro de Renée se había puesto tan blanco como sus cabellos, y miraba con los ojos muy abiertos al capitán C.S. Este también estaba asombrado, y no podía moverse.
–¿Renée? –Susurró C.S. con voz quebrada–. Por Dios, ¿es posible?
Bella estaba muy confundida cuando miró a su madre que corría hacia C.S. y lo abrazaba. El la oprimió contra su pecho como si tuviera miedo de dejarla ir y entonces Bella supo quién era él, incluso antes de que su madre pronunciara su nombre.
–¡Charlie... mi Charlie! ¡Creía que jamás volvería a verlo! –gritó Renée, mientras lágrimas de alegría corrían por sus mejillas–. ¿Por qué tuvo que pasar tanto tiempo?
–Pasaron catorce años antes de que tuviera libertad para volver aquí, pero antes de eso estaba seguro de que tú no habrías esperado. Aunque aún te amaba pensaba que era lo mejor no interrumpir tu vida.
–Te dije que te esperaría siempre.
–Catorce años no es ‘siempre’. Y tú eras tan joven cuando nos separamos... Sólo tenías dieciséis años. Un corazón joven cambia –dijo C.S., reteniendo el rostro de ella entre sus manos.
–Abandoné las esperanzas de que volvieras, pero nunca dejé de amarte, Charlie.
Se besaron, olvidando a todos los que los rodeaban. Bella no podía apartar los ojos de su padre. ¿Por qué no había sentido la verdad al encontrarse con él por primera vez? Él seguía siendo como su madre lo describiera... un irlandés de cabellos castaños y rientes ojos cafés.
Bella echó una mirada a Sue y se sorprendió al ver que sonreía.
–Sabía que tu madre nunca había amado a Phil Dwyer, y hace muchos años supuse que había encontrado otro amor –susurró Sue a Bella–. Me alegro de que hayan vuelto a encontrarse.
–Parece que ni siquiera saben que estamos aquí –rió Emmett al acercarse a Bella.
–¿Puedes culparlos? –preguntó Bella–. Hace veinte años que no se ven.
Bella se recostó en el brazo del sofá y miró a sus padres con ojos tiernos, se preguntaba cómo reaccionaría C.S. al enterarse de que tenía una hija que pronto lo haría abuelo.
Renée y C.S. se miraron con ternura, perdidos para todos excepto para sí mismos. Tenían mucho que decirse, muchas cosas que compensar, y no sabían por dónde empezar.
–¿Cómo llegaste aquí, en primer lugar? –preguntó finalmente C.S.–. ¿Tu marido también está aquí?
–Phil murió el año pasado.
–¿Entonces podemos casarnos de inmediato? –dijo C.S., tomándole las manos.
–Sí, mi amor. En cuanto a por qué estoy aquí, vine al Caribe para la boda de nuestra hija, que nunca se realizó. Edward me trajo aquí cuando raptó a Bella en Saint Martin.
–Bella –murmuró C.S. –. Cuando la vi por primera vez me recordó a ti, pero jamás soñé que era mi hija.
–¿La conoces?
–Cuando Edward me trajo por primera vez aquí –respondió C.S.–. La muchacha me pidió que la ayudara a escapar. Por Dios, ¡qué tonto he sido! –Miró a Bella, y sus ojos se entrecerraron al ver su vientre agrandado–. ¿El muchacho se ha casado con ella?
–No, pero... –Renée se interrumpió cuando Edward entró por la puerta de la cocina.
–¡C.S.! Es estupendo verte aquí otra vez –dijo Edward.
–No pensarás eso durante mucho tiempo, amigo mío –gruñó C.S. dando un puñetazo a Edward en la mandíbula.
Edward cayó hacia atrás por la fuerza del golpe y chocó contra la pared. Sacudió la cabeza y se frotó la mandíbula. Luego miró, a C.S. confundido.
–¡Diablos, hombre! ¿Por qué demonios has hecho eso?
–Recibirás otros iguales, muchacho –dijo C.S. con humor, mientras esperaba que Edward fuera hacia él. A pesar de su pesadez, Bella cruzó corriendo la habitación y se detuvo frente a Edward, mirando a su padre con ojos plañideros.
–No quiero que le hagas daño –dijo Bella en voz baja.
–No querrás defender a ese muchacho después de lo que te hizo –gritó C.S.
–Traté de decírtelo, Charlie, son felices –dijo Renée en voz baja.
–¿Alguien podría explicarme lo que sucede? –preguntó Edward, perdiendo la paciencia.
C.S. ignoró a Edward y miró a Renée
–¿Le hablaste de mí? –preguntó frunciendo el ceño.
Renée sonrió.
–Se lo dije el año pasado, cuando se fue de casa para casarse.
–¿Ustedes dos se conocen? –preguntó Edward, sorprendido.
C.S. suspiró mientras miraba a Edward.
–No sé qué hacer contigo, muchacho. Me gustaría destrozarte, pero mi hija no quiere que te lastime.
–¡Tu hija! –Edward miró la expresión severa de C.S. y luego la sonrisa de Bella.
Se puso rígido y dijo: –¡No lo creo!
–Es perfectamente cierto –replicó C.S. –. Has dormido con mi hija durante todos estos meses, y si lo hubiera sabido antes, ella no estaría en el estado en que se encuentra.
–¿Es cierto, madame? –preguntó Edward a Renée.
–Sí –respondió ella con orgullo.
–¡Madre de Dios! ¡Los dos padres están bajo mi techo! –explotó Edward–. ¿Por qué tú, C.S.? ¡Jesús! De todos los hombres del mundo ¿por qué tienes que ser tú el padre?
–Esa es una pregunta tonta, muchacho –respondió C.S.–. La madre de Bella es la mujer que amo, y hace veinte años que la amo.
–Muy bien, eres su padre, pero eso no cambia nada –dijo Edward.
–Cambia una cosa, Edward. Te casarás con mi hija.
–¡No lo haré! –gritó Edward.
–Entonces Bella partirá conmigo cuando pase la tormenta.
–¡Nunca! Me ha dado su palabra de que se quedará conmigo un año. ¿Quieres que rompa su palabra?
–¿Es cierto, Bella? –preguntó C.S.
–Sí.
C.S. suspiró profundamente.
–Si no te casas con ella, muchacho, tampoco dormirás más con ella. Y yo me quedaré aquí para asegurarme de que así sea.
–Nadie me dice lo que debo o no debo hacer, C.S., ¡especialmente en mi propia casa!
–Entonces la única opción que me dejas es llevarme a Bella.
Edward veía que C.S. pensaba hacer lo que decía. ¿Qué podía hacer él? No estaba preparado a renunciar a Bella todavía.
–¿Por qué no le preguntas a ella qué piensa sobre todo esto? –replicó Edward.
–No tiene importancia lo que ella piense –replicó C.S.–. Es mi hija, y no admitiré que se acueste con un hombre con quien no está casada.
–¡Al diablo, C.S.! De todas maneras yo no puedo hacer nada ahora, en el estado en que se encuentra ella. ¿Qué diferencia hay en que comparta mi habitación o no?
–Una buena pregunta –dijo C.S. sonriendo–. Ya que debes dejarla sola ¿por qué eres tan obstinado, muchacho?
–Quiero que siga junto a mí cuando duermo –respondió él tercamente.
–Lo lamento Edward, pero no puedo permitirlo.
Edward comprendió que había perdido y que no podía pensar nada más al respecto.
–Entonces será mejor que vayas a ver al padre antes de que estalle la tormenta, insisto en que tú también te cases con tu dama si piensas compartir una habitación con ella –dijo sarcásticamente Edward y se retiró.
C.S. vio la expresión entristecida de Bella, y dijo:
–Soy tu padre, muchacha, aunque el marido de Renée te crió. Yo me equivoqué al dejaros a ti y a tu madre y lo he lamentado durante más de la mitad de mi vida. Pero yo era un hombre pobre y no podía apartar a tu madre de los lujos a los que estaba acostumbrada. A menudo he pensado en vosotros, aunque creía que eras un hijo varón. Pero me alegro de que seas lo que eres. Nunca fui tu padre, Bella... hasta ahora. No me odies por cuidar tu honor en lo que respecta a Edward.
–Jamás podría odiarte, C.S. –replicó Bella, conmovida.
Fue hacia él y lo abrazó, sintiendo que lo había conocido toda la vida. Pero luego volvió a mirar a Edward, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Salió rápidamente del salón sin decir palabra y fue a su cuarto. Una vez sola, las lágrimas silenciosas se convirtieron en profundos sollozos.
–¿Me he equivocado, Renée? –preguntó C.S. después de mirar a Bella que subía corriendo la escalera.
–No puedo decirlo –replicó Renée–. Bella era muy feliz últimamente.
–Cuando estuve aquí antes, Bella odiaba a Edward. Él la retenía contra su voluntad. ¿Eso ha cambiado? ¿Ahora ella lo ama?
–Sí, pero todavía debe admitirlo ante sí misma –respondió Renée–. Tal vez sea la mejor forma. Si Edward se separa de ella durante el tiempo suficiente, tal vez ceda y se case. Pero creo que para ti será difícil mantenerlos separados entre tanto.
–Ya me preocuparé de eso –sonrió C.S.–. Pero Edward mencionó un sacerdote. ¿Hay uno en la isla ahora?
–Sí, lo trajo porque algunos de sus hombres deseaban casarse como Dios manda.
–Entonces, ¿por qué seguimos aquí, me gustaría saber? –preguntó C.S. con una risita.
Renée rió alegremente, sin poder contener la felicidad que estallaba dentro de ella. Después de tantos años perdidos, el hombre que amaba con todo su corazón finalmente sería suyo. Si su hija podía tener la misma alegría sería la mujer más feliz del mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario