Capítulo 20 “Expedición por el Nilo”
—Lo que no entiendo es cómo se las ingenió Riley para hacer todo esto —dijo Bella mientras bebía el delicioso té con coñac que le había preparado Sue. Estaban reunidos alrededor de la chimenea, al amor del fuego—. ¿Y quién susurraba en la cripta cuando me atacó la primera vez?
—¿Todavía no lo adivina? —le preguntó sir Jason con una sonrisa irónica en los labios.
—¿Lord Vulturi? —preguntó ella.
—Nunca sabremos toda la verdad —dijo Edward, que estaba junto a la chimenea, con un brazo apoyado sobre la repisa—. Lord Vulturi y Riley han muerto. Y yo, aunque había oído el relato una docena de veces de distintas fuentes, no conseguí ensamblar las piezas hasta esta mañana, cuando estaba hablando con sir Jason.
—¿Yo lo ayudé? ¿Esta mañana?
—Fue su alusión al hecho de que Riley estuvo enfermo. Yo lo había visto mencionado con anterioridad, en el diario de mi madre —explicó Edward.
—No le entiendo —dijo sir Jason.
Bella asintió en silencio.
—Creo que Riley se puso enfermo porque fue entonces cuando sufrió la primera mordedura. Puede incluso que después de eso empezara a experimentar con los áspides. Por eso se atrevió a permitir que el áspid le mordiera en la fiesta del museo. Sabía que entre los presentes había personas que sabían que había que sajar la mordedura y succionar el veneno. Corrió cierto riesgo, pero consiguió lo que pretendía. Nuestras sospechas se centraron en otros porque Riley, el pobre empleado que había intentado salvar la velada, había estado a punto de sacrificar su vida por otros.
—Pero ¿cómo consiguió traer hoy los áspides? —preguntó Bella, todavía perpleja.
—Fue a buscarlos anoche —dijo Edward.
—¡Anoche! Pero si estaba aquí…
—¿De veras? Anoche hubo mucho alboroto. Tú habías huido al bosque. Y James y yo nos peleamos —dijo Edward.
—Riley… ¿quién lo habría imaginado? —murmuró James.
—Pero no actuaba solo —dijo Bella—. Trabajaba con lord Vulturi. Pero ¿qué interés podía tener lord Vulturi en matar a tus padres, siendo como era un aristócrata?
—Los títulos nobiliarios no impiden que uno se endeude hasta el cuello —comentó Charlie—. Lord Vulturi era un jugador empedernido, ¿no es cierto, Edward?
Edward inclinó la cabeza hacia el detective.
—El detective Banner empezó a hacer averiguaciones después de que mataran a Bewley.
—¿Quién es Bewley? —preguntó Bella.
—Un granuja de mucho cuidado —dijo Charlie—. Waylon y yo ayudamos a atraparlo —añadió con orgullo.
Edward esbozó una lenta sonrisa e inclinó la cabeza hacia Charlie.
—En efecto, así fue.
—¿Qué? —preguntó Bella, mirando con asombro a Charlie—. Pero si estabas tan enfermo que no podías salir del castillo… ¿Desde cuándo estás metido en todo esto? ¡Y tú, Edward! ¿Cómo se te ocurrió arriesgar su vida…?
—¡Mi querida muchacha! —la interrumpió Charlie—, ya soy mayorcito, y he servido en el ejército de Su Majestad. Waylon y yo nos las apañamos bastante bien solos, gracias.
—No sabía que les estaba poniendo en peligro —dijo Edward mirando a Bella y encogiéndose de hombros—. Pero por lo visto Charlie se parece mucho a ti. Es incapaz de no meter las narices donde no lo llaman.
Félix Moreau se aclaró la garganta y dijo:
—Quizá deberíamos empezar por el principio. Lord Vulturi discutía de vez en cuando con tu padre, Edward, lo cual no significa gran cosa, puesto que todos discutíamos de vez en cuando sobre dónde debía ir tal o cual cosa, o sobre cómo había que excavar, o sobre cómo tratar con las autoridades egipcias y los anticuarios. Era natural. En todas las expediciones se discute sobre esas cosas.
—Yo también discutí alguna vez con tu padre —le dijo James a Edward—. Le reprochaba que le preocupara demasiado preservar la historia egipcia para los egipcios.
—Qué raro —masculló Bella con sorna.
—Creo —dijo sir Jason— que tu padre sacó a lord Vulturi de apuros económicos más de una vez. La víspera de su muerte, lady Esme estaba muy emocionada por algo que creía haber leído en uno de los bajorrelieves de la tumba.
—¿Algo sobre una cobra de oro? —preguntó Bella.
—Yo en ese momento no lo sabía, pero ahora, echando la vista atrás, estoy convencido de que así era. Riley debía de estar con ella cuando lo leyó. Así pues, sabía que la cobra existía… y que no había sido catalogada. Lo único que tenía que hacer era buscar con ahínco, y estaba convencido de que la encontraría —continuó sir Jason—. Y el resto de nosotros… simplemente, no nos dimos cuenta de nada —sacudió la cabeza—. Por desgracia, no vimos la inscripción de la pared.
—A lo largo del último año —les dijo el detective Banner—, Riley Biers consiguió sacar pequeñas piezas para monsieur Gathegi, mientras le daba largas con la promesa del increíble hallazgo que aún quedaba por descubrir. Lord Vulturi le presionaba sin cesar. Verán, lord Vulturi era quien tenía contactos en la corte y en el extranjero.
—Pero…
—Sí, sé lo que está a punto de decir —le dijo el detective Banner a Bella—. ¿Cómo se las apañó lord Vulturi? Él no organizó nada. Se limitó a aportar los contactos. Riley se encargaba de sacar las piezas, y entre los dos contrataron al hombre que murió en la plaza, ese tal Bewley, para que les sirviera de intermediario.
—¡Espere un momento! —protestó Charlie—. ¿Quién mató a Bewley?
—El propio lord Vulturi —dijo Banner.
—Todavía no entiendo cómo pudo salir de aquí Riley anoche, regresar a Londres y procurarse todos esos áspides —dijo Bella.
—No tenía que volver a Londres —le dijo Edward—. Ninguno de nosotros siguió el túnel principal que salía de la cripta. Es un pasadizo muy largo y estrecho, pero creo que, si uno se acostumbra, debe de resultar bastante fácil recorrerlo a rastras. Todavía no hemos mandado a nadie a recorrerlo, pero creo que descubriremos que el túnel sale a una carretera, y que en esa carretera habrá casas. Lo más probable es que Riley Biers alquilara una de esas casas y la usara como base de operaciones —se quedó callado un momento—. Creo que torturó a mis padres para hacerles hablar antes de que murieran.
Charlie miró a Sue.
—Entonces… usted no salió para matar a Riley en plena noche.
—¡No! Pero ¡cómo se atreve! —exclamó Sue, indignada.
—He de admitir que yo también tenía mis sospechas —le dijo Bella.
—Fuiste tú quien encontró a los Cullen, Sue —le recordó James.
—Sí, y supongo que yo también tengo mis secretos —reconoció Sue, y miró compungida a Edward—. Cuando llegué, todavía estaban vivos. Pero ya no podía hacer nada por ellos. Estaba aterrorizada, claro, y temía que las serpientes siguieran allí.
—Félix, de ti también sospechábamos, porque eras el que se encargaba de la cobra en el museo —dijo Edward.
Félix dejó escapar un gruñido.
—¿Y qué me dices de ti? No tenía ni idea de que fueras Arboc.
Sue se volvió hacia el detective Banner.
—¿Qué se sabe de ese tal Gathegi? Es absolutamente indignante. Él tenía que saber que los objetos que le estaban vendiendo eran robados.
Banner suspiró.
—Me gustaría verlo pudrirse en prisión el resto de su vida. Creo que sabía que todo esto estaba costando vidas humanas. Pero lo único que he podido conseguir es que se informe sobre sus actuaciones a la reina y a lord Salisbury. Será expulsado del país. Pero no podemos hacer nada más.
—No puedo creerlo —dijo Sue.
—Una asombrosa conspiración —dijo el detective—. Y todos nosotros trabajábamos desde distintas direcciones. Por lo que tengo entendido, lord Cullen, la reina sentía gran respeto por sus padres. Y supongo que debió usted de tener una audiencia con ella respecto a este asunto, porque ordenó movilizarse a todas las fuerzas policiales. Es simplemente que… estábamos buscando una aguja en un pajar.
—Y yo me temo que dudaba de la capacidad de la policía para descubrir lo que estaba pasando —se disculpó Edward.
—Perdonen —dijo Bella, sacudiendo la cabeza—, pero ¿cómo murió lord Vulturi?
—Bueno… un buen amigo mío va a encargarse de hacer la autopsia, pero sospecho que Riley había empezado a desconfiar de su socio. A fin de cuentas, lord Vulturi se estaba llevando todos los beneficios, mientras que, de momento, Riley se limitaba a merodear por el museo, intentando cumplir su cometido, y se pasaba las noches buscando la entrada del túnel para poder registrar las cajas de aquí, además de las del museo. Podía hacerse mucho dinero con las piezas pequeñas, y creo que descubriremos, una vez concluya la investigación, que faltan muchas piezas tanto en el castillo como en el museo. Piezas catalogadas. Pero tanto Riley como lord Vulturi estaban seguros de que la cobra era el único tesoro que podía saldar la deuda de lord Vulturi y procurarle a Riley una nueva vida —dijo Edward.
—Pero ¿cómo murió?
—Creo que fue envenenado con una dosis masiva de arsénico que Riley consiguió suministrarle cuando estuvieron juntos aquí. Sospecho que Riley temía que lord Vulturi se derrumbara, y que había decidido que su amigo estaba sacando mucho más provecho que él de un negocio en el que él corría con todos los riesgos.
Bella se volvió hacia sir Jason.
—¡Y usted! ¿Cómo pudo hacernos creer que estaba muerto?
Sir Jason carraspeó.
—Fue idea de lord Cullen, querida. Es a él a quien debes pedirle explicaciones. Sin embargo, yo habría muerto si él no se hubiera presentado en mi casa dispuesto a interrogarme y a acusarme de lo sucedido.
Edward fijó sus ojos verdes en sir Jason.
—Señor, nunca me ha alegrado más creer en la inocencia de alguien.
—¡Podías habérmelo dicho! —le dijo Bella con un destello de rabia.
Edward se encogió de hombros.
—Lo siento de veras. Pero no quería correr ningún riesgo. Si la gente creía que sir Jason estaba muerto, no habría más atentados contra su vida.
—Imagino que estaremos hablando de esto eternamente —murmuró James—. Sin embargo, habiendo muerto lord Vulturi, Riley y hasta ese tal Bewley, nunca conoceremos toda la historia.
Sue se levantó, enojada.
—Puede que esté mal por mi parte, pero lo único que lamento es que Riley no sufriera como sufrieron lord y lady Cullen. Murió de la misma manera, pero sin duda mucho más rápidamente. Se ha salvado de la horca y del oprobio que le hubiera causado la exposición pública de su repugnante avaricia y su crueldad.
Charlie se levantó y se acercó a ella.
—Ya ha pasado, mi buena señora Clearwater. Ya ha pasado. Tendrá que bastarnos con eso.
—Sí, no nos queda otra —dijo Edward en voz baja, y se volvió hacia el detective Banner—. Voy a acompañarlo a la ciudad. Creo que lo hemos explicado todo lo mejor que podemos. ¿El cuerpo ha sido levantado? —preguntó.
—Sí —respondió Banner—. No culpen a mis pobres compañeros. Les daba miedo que aparecieran más cobras en cualquier momento. Eran como un grupo de mujeres asustadas de los ratones.
—¡No a todas las mujeres les dan miedo los ratones! —exclamó Bella, y le sorprendió que Sue Clearwater dijera casi las mismas palabras al tiempo que ella.
Las dos se echaron a reír con nerviosismo. Todos ellos sentían alivio, pero también una pizca de tristeza porque se hubieran sacrificado tantas vidas humanas por culpa de la codicia.
—Voy contigo —le dijo Bella a Edward.
Él se acarició distraídamente la cicatriz de la mejilla, y Bella comprendió que, pese a que no era una bestia, tardaría algún tiempo en acostumbrarse a vivir sin fingimientos.
—No es necesario, Bella —le dijo él.
—Quiero ir —respondió ella con firmeza. Y luego añadió—: Por favor. Me gustaría acompañarte.
Bella pensó que iba a oponerse. A fin de cuentas, aquélla había sido su obsesión durante mucho tiempo. Ahora, Edward podía permitirse ser el conde de Masen en todos los sentidos y ocupar el lugar que le correspondía en la sociedad. Y ella retornaría a su vida tal y como la conocía. Pero en ese instante sólo quería estar con él.
—Edward… —murmuró.
—Como desees, amor mío —dijo él.
Era tarde cuando por fin salieron de la comandancia de policía, tras repetir una y otra vez el relato de lo sucedido. Edward y Banner habían preparado juntos una nota para la prensa que disiparía cualquier rumor acerca de la famosa maldición y atribuía la responsabilidad a los verdaderos culpables, exonerando de cualquier responsabilidad a la reina, al país y al estamento académico.
De regreso al castillo de Masen, se quedaron por fin solos en la parte de atrás del carruaje.
—Entonces, ¿qué vas a hacer ahora? —le preguntó Bella.
Edward se volvió hacia ella y sonrió.
—¿Contratar un jardinero? ¿Abrir los jardines al público ciertos días? ¿Traer a montones de huerfanitos para que jueguen y celebren comidas campestres?
Ella sonrió.
—Bueno, en cuanto a mí, creo que todavía conservo mi empleo. Sir Jason seguirá siendo sin duda el jefe del departamento. Me pregunto a quién nombrará la junta de fideicomisarios para reemplazar a lord Vulturi.
Él se quedó callado un momento.
—A mí.
Bella pareció sorprendida.
—¿Y tú… quieres el puesto?
—Desde luego. A mis padres los mató la codicia de los hombres, no el saber, ni las maravillas de la historia y el mundo antiguo.
—Bueno, entonces por lo menos tendré trabajo —murmuró ella.
—No.
—¿Es que vas a despedirme?
—Bueno, no veo cómo vas a poder conservar tu empleo.
—¿Por qué? —Bella se sintió de pronto sin aliento, como si el corazón se le hubiera subido a la garganta y le impidiera respirar.
—Una expedición por el Nilo puede llevar muchos meses.
—¿Te estás ofreciendo a contratarme para una expedición?
—¿Contratarte? ¡Cielo santo, no!
Bella pudo ver el destello verde esmeralda de sus ojos, pese a la tenue luz que había en el interior del carruaje.
—Entonces, ¿qué me está proponiendo, lord Cullen?
—Como estudiosa del Antiguo Egipto, amor mío, me superas con creces. Pero, en cuanto a contratarte, no creo que uno contrate a su esposa para la luna de miel.
A Bella le dio un vuelco el corazón. ¡La luna de miel! Y el Nilo, una expedición, algo que antes ni siquiera se atrevía a soñar…
Apartó la mirada de él, sintiendo de pronto el escozor de las lágrimas.
—No hace falta que te burles de mí, ¿sabes? Ya dejaste bien claro que nunca te casarías con una plebeya y, aunque hayas resuelto tus misterios, eso es lo que sigo siendo. Y cuando pase todo este alboroto, algún intrépido reportero descubrirá que mi madre era una prostituta del East End y…
—Bella…
—¿Qué? Sólo estoy diciendo que…
—Pues no digas nada.
—¿Que no diga nada? Pero si eres tú quien…
—¡Oh, Dios mío, qué cabezota eres! Tendré que ir acostumbrándome, o encontrar un modo de que cierres el pico. ¡Ah! ¡Puede que conozca uno! —dijo y, antes de que ella pudiera protestar, la besó. Cuando su beso, tierno y apasionado, acabó, Bella no recordaba ni una palabra de lo que estaba diciendo—. Bien, ya estás callada —bromeó él—. Lo que dije no iba en serio. Lamento de veras que no conocieras a mis padres, porque, a pesar de sus privilegios, eran las personas con menos prejuicios que he conocido nunca. Mi madre te habría adorado. Habría sentido gran admiración por ti y por tu madre, porque no teníais nada y sin embargo conseguisteis salir adelante por vuestros propios medios. Lady Esme, querida mía, era por encima de todas las cosas una madre, y una madre fabulosa. Habría sentido una enorme simpatía por todo lo que tu madre hizo por ti y por tu porvenir.
—Pero no tienes que casarte conmigo sólo porque…
Él posó un dedo sobre sus labios.
—¡Cielo santo, déjame acabar! —su sonrisa suavizó el ímpetu de sus palabras—. ¡Ah, Bella! Eres tan inteligente, tan valiente y sin embargo tan ciega en algunas cosas. Te adoro. Estoy locamente enamorado de ti, de tu determinación, de tu tozudez, de tu inteligencia… y también de la osadía con que sigues los dictados de tu corazón. Pero tendrás que dejar de poner tu vida en peligro. En eso he de insistir, tratándose de mi esposa. ¿Es que no lo ves, Bella? No era sólo una máscara lo que llevaba. Todo en mi interior era feo, amargo y estaba maldito. Luego tú apareciste en mi vida y me libraste de la máscara y de la maldición. Sin ti, me temo que seguiría por siempre maldito. Pero tú no lo permitirás, ¿verdad? —ella era incapaz de hablar—. Ahora te pido que hables —dijo él.
Bella sonrió. Y, en los estrechos confines del carruaje, se lanzó sobre su regazo y lo besó con feroz abandono.
—¿Dices en serio lo de casarnos? —preguntó, incrédula.
—Bueno, sólo si me quieres.
—¡Oh, Dios mío!
—Si no es mucho pedir que una mujer ame a una bestia infeliz.
—¡Te amo! —musitó ella con fervor, y le echó los brazos al cuello—. Absolutamente. Y abriremos los jardines a los niños huérfanos, y haremos lo que podamos por ayudar a los que nacen en la miseria. ¡Y el Nilo! ¡Oh, cielos, descenderemos por el Nilo! —de pronto se puso seria—. Pero Edward, debemos llevar a la niña al castillo para que se eduque con nosotros.
—¿Qué niña?
—¡Ally! Las hermanas son encantadoras, pero tú debes asumir tu responsabilidad —para su asombro, Edward rompió a reír—. ¡No sé de qué te ríes! —le dijo, enojada.
—Yo diría que las hermanas te romperían los dos brazos, querida, si intentaras quitarles a Ally.
—Pero…
—Lo siento, Bella. Debería haberte sacado antes de tu error, pero no sé si me habrías creído. Ally no es hija mía.
—Pero…
—Yo no tengo hijos, amor mío, aunque estoy deseando poner todo de mi parte para convertirme en padre. Me encantaría tener una niña como Ally.
—Pero, entonces, ¿quién…?
—Los padres de las hermanas eran grandes amigos de mis padres. Mi padre les dejó algunas rentas, y ahora ellas son como primas para mí. Conozco la presunta filiación de Ally, pero es sólo una conjetura. Tengo que pedirte que me creas. Ally no es hija mía, pero me llama tío Edward —vaciló un momento—. Tampoco es hija de mi padre. Existe un posible lazo con el trono, pero esto es algo que no debe salir de aquí. Mucho me temo que podría costarle la vida a la pequeña.
—¡Cielo santo! —exclamó Bella.
Él se llevó un dedo a los labios.
—Ha de permanecer en secreto para siempre —dijo, muy serio.
—¡Desde luego!
Edward sonrió.
—Es una niñita encantadora y la quiero muchísimo. Nunca le ha dado miedo la máscara.
—A mí tampoco —le dijo Bella.
—¿Nunca?
—Bueno, sólo un poco.
Edward se echó a reír y la besó.
Cuando llegaron al castillo, entraron de la mano. Sue salió a toda prisa del salón de baile y dijo:
—¡Ah, por fin estáis aquí! Charlie y yo os estábamos esperando para cenar, pero no veníais. Pero en realidad acabamos de empezar.
—Perdona, Sue. Por favor, continuad cenando —dijo Edward y, aclarándose la garganta, miró a Bella, incapaz de ocultar el brillo de sus ojos—. Me temo que siento la necesidad de retirarme inmediatamente.
—Está bien —murmuró Sue, frunciendo el ceño—. ¿Y tú, Bella…?
—Estoy exhausta, absolutamente exhausta —respondió Bella, y subió corriendo las escaleras.
Unos segundos después, Edward estaba a su lado. Y ella estaba en sus brazos. Se despojaron de la ropa… y Bella disfrutó de cada palmo del cuerpo desnudo de su maravillosa bestia.
Abajo, en el gran salón de baile, Sue suspiró y, tomando asiento, miró a Ayax, que dormitaba apaciblemente junto al fuego. Luego miró a Charlie.
—Bueno, sir Charlie, creo que será mejor que vayamos planeando la boda cuanto antes.
—¿La nuestra? —bromeó él.
—¡Pero qué dice! —protestó ella.
—Vamos, vamos, Sue —dijo él, levantándose. Sue se quedó muda de asombro—. Tal vez puedas engañar a otros arrugando así la nariz, pero a mí no me engañas.
—¡Pero qué dice! —repitió ella, con la voz un poco estrangulada.
Charlie rodeó la mesa y se acercó a ella por detrás. Apoyó las manos suavemente sobre sus hombros y le susurró al oído:
—¿Acaso no quieres? —preguntó con una sonrisa insinuante.
—¡Me refería a la boda de ellos! —dijo Sue con firmeza.
—Claro, claro. Y luego a la nuestra —dijo Charlie.
—¡Tenemos que hablar! —respondió ella en tono puntilloso.
—¡Haremos mucho más que hablar! —le aseguró él.
Ella se volvió, dispuesta a protestar de nuevo, pero Charlie la besó. Un beso excelente, pensó él. Sin forzar demasiado su suerte, pero…
Y al fin, cuando se apartó, ella se quedó callada unos segundos.
—Ya hablaremos —le aseguró él.
—¡Y mucho, mucho más! —dijo Sue, mandando el decoro al garete, de lo que Charlie dedujo que debía besarla de nuevo sin perder un instante.
FIN.
gracias, gracias por tan maravillosa adaptacion y felicidades por tan buena eleccion de adaptaciones.espero que sigas actualizando.te seguire leyendo.
ResponderEliminarHola!!!!!! mira, la verdad me he matado demasiado tiempo buscando este fic, lo leí en fanfiction y luego D: ya no lo encontré! y sufrí T.T bueno me alegro mucho haberlo encontrado después de tanto tiempo de búsqueda *w* en verdad esta historia me encanta
ResponderEliminarHola me a facinado la historia.
ResponderEliminarLa avaricia siempre es la perdicion del ser humano.
Nos seguimos leyendo.