Capítulo 28 “¡Lo hice yo!”
La casa estaba tranquila esa noche cuando finalmente Edward entró en la habitación de Bella. Como de costumbre, ella estaba acurrucada en su sillón con un libro en el regazo, pero levantó la mirada con una cálida bienvenida en sus ojos—. ¿Qué te ha retrasado tanto?
—Tenía papeleo de última hora que hacer. Con todo el jaleo de hoy, me había olvidado de ello—. Se arrodilló delante de ella, buscando sus ojos con los suyos—. ¿Estás bien de verdad? ¿No me ocultas nada?
—Estoy bien. Ni una marca. ¿Quieres que me quite la ropa y te lo demuestre?
Sus ojos se nublaron, y su mirada se clavó en sus pechos—. Sí.
Ella sintió en su interior que comenzaba a calentarse y ablandarse, y sus pezones se endurecieron de la forma en que siempre lo hacían cuando él la miraba. Él se rió suavemente, al mismo tiempo que la ponía de pie y cogiéndola de las manos, tiraba de ella—. Ven.
Ella pensó que iban a la cama, pero en cambio se dirigió hacia la puerta. Ella lo miró confusa—. ¿Dónde vamos?
—A otro dormitorio.
—¿Por qué? —preguntó ella, aturdida—. ¿Qué le pasa a este?
—Porque quiero probar otra cama.
—¿La tuya?
—No—, dijo él, sucinto.
Bella se resistió a la presión que hacía sobre su espalda mientras la empujaba hacia la puerta. Se dio la vuelta y lo observó fija y largamente—. Algo va mal—. Lo dijo como una declaración, no como una pregunta. Conocía a Edward demasiado bien; lo había visto enojado y lo había visto divertido. Sabía cuando estaba cansado, cuando preocupado y cuando furioso como el infierno. Creía que conocía todos sus estados de ánimo, pero éste era nuevo. Sus mirada era dura y fría, con una expresión vigilante que la hizo pensar en un felino acechando a su presa.
—Digamos que me sentiría mejor si pasas la noche en otra habitación.
—¿Si lo hago, me dirás por qué?
Su mirada afilada se intensificó—. Oh, lo harás—, dijo él suavemente.
Ella se tensó y lo afrontó, sin ceder un centímetro—. Puedes razonar conmigo, Edward Cullen, pero no puedes darme órdenes. No soy retrasada ni una niña. Dime lo que pasa—. Sólo porque estuviera enamorada de él hasta los huesos no significaba que no pudiera pensar por sí misma.
Él pareció momentáneamente frustrado, porque por una vez ella no había claudicado haciendo lo que él le decía. Pero había sido una niña entonces, y ahora era una mujer; tenía que recordarlo continuamente. Tomó una decisión rápida—. De acuerdo, pero vamos. Y sé tan silenciosa como puedas; no quiero despertar a nadie. Cuando lleguemos a la otra habitación, no enciendas la luz.
—La cama no tendrá sábanas—, le advirtió.
—Entonces coge algo para taparte por si te da frío.
Ella tomó su manta afgana y lo siguió silenciosamente por el pasillo hasta uno de los dormitorios vacíos, el último del lado izquierdo. Las cortinas estaban abiertas, dejando entrar la suficiente luz de luna para que pudieran moverse sin tropezar. Edward se acercó a las puertaventanas y miró afuera, mientras Bella se sentaba en la cama.
—Cuéntame—, dijo ella.
Él no se apartó del sitio—. Sospecho que puede que tengamos un invitado esta noche.
Ella lo meditó durante unos segundos, y se le encogió el estomago ante la obvia respuesta—. ¿Crees que el ladrón va a volver?
Él la miró un instante—. Eres rápida, ¿lo sabías? No creo que fuera un ladrón. Pero, sí, creo que vendrá.
Desde esta habitación él podía ver también la zona del costado de la casa, comprendió ella, mientras que desde cualquiera de las otras habitaciones tan solo se veía la parte de atrás—. Si no es un ladrón, ¿por qué va a volver?
Edward permaneció en silencio un momento, luego dijo—, Nunca atraparon al asesino de Tanya.
Ella se quedó súbitamente helada, y tiró de la manta alrededor de sus hombros—. ¿Crees... crees que quienquiera que mató a Tanya estaba en la casa otra vez esa noche, y me golpeó?
—Creo que es posible. Tu accidente hoy no ha sido tal, Bells. Los frenos de tu coche habían sido cortados. Y alguien me disparó un par de veces el otro día cuando yo venía hacia acá corriendo porque llegaba tarde a la fiesta. No tuve ningún problema con el coche; mi parabrisas quedó destrozado por las balas.
Bella inspiró profunda y sobresaltadamente, la cabeza le daba vueltas. Quiso ponerse en pie de golpe y gritarle por no habérselo contado antes, quiso tirarle algo, quiso poner sus manos sobre quienquiera que hubiera intentado pegarle un tiro. No pudo hacer nada de ello, sin embargo. Si quería que él terminara de contarle el resto, no le quedaba más remedio que permanecer allí sentada y no hacer ningún ruido. Se obligó a calmarse y trató de razonarlo—. ¿Pero... por qué quienquiera que mató a Tanya quiere matarte a ti? ¿Y a mí?
—No lo sé—, dijo él, frustrado—. He repasado una y mil veces todo lo que sucedió antes de que Tanya muriera, y no puedo pensar en nada. Ni siquiera sabía que tenía un amante hasta que Sam me dijo que estaba embarazada cuando murió, pero ¿por qué mató a Tanya? Habría tenido sentido que tratara de matarme a mí, pero no a Tanya. Y si mataron a Tanya por cualquier otra razón, entonces no tiene sentido que el asesino venga después a por ti o a por mí. No sabemos quién es, y después de diez años debería sentirse seguro de no ser descubierto, a si que ¿por qué arriesgarse empezándolo todo de nuevo?
—¿Entonces no crees que haya sido su amante?
—No lo sé. No hay ninguna razón para ello. Por otra parte, si yo soy el verdadero objetivo y lo he sido desde el principio, significa que Tanya murió porque era mi esposa. Pensé que a lo mejor había sorprendido al asesino, como tú, y la mató para que no pudiera identificarlo. Me he asegurado de que todo el mundo sepa que no puedes recordar nada de la noche en que fuiste atacada, para que no tuviera ninguna razón para regresar. Pero cuando te cortaron los cables de los frenos, supe que era algo más. El boicot de tu coche estaba dirigido expresamente contra ti.
—Porque vamos a casarnos—, dijo ella, sintiéndose enferma por dentro—. ¿Pero cómo ha podido averiguarlo tan rápido? ¡Si lo decidimos tan solo ayer por la mañana!
—Empezaste con los preparativos ayer—, dijo Edward, encogiéndose de hombros—. Piensa en toda la gente a la que llamaste y en toda la gente que ellos deben habérselo contado. Las noticias vuelan. Quienquiera que sea debe odiarme mucho, para ir primero a por Tanya, y después a por ti.
—Pero la muerte de Tanya tuvo que ser improvisada—, disintió Bella—. Nadie podía saber que discutiríais esa noche o que tú te marcharías a un bar. Normalmente habrías estado en casa.
—Lo sé, —dijo él, expulsando el aire con fuerza, frustrado—. No puedo encontrar explicación para nada de ello. No importa como lo plantee, siempre hay detalles que no cuadran.
Ella se levantó de la cama y se acercó a él, necesitando de su proximidad. El la rodeó con sus brazos y la estrechó contra si, remetiendo la manta mejor alrededor de sus hombros. Ella descansó la cabeza sobre su pecho, aspirando suavemente el cálido y almizcleño olor de su piel. Era increíble que algo así le estuviera pasando—. ¿Por qué crees que volverá esta noche?
—Porque ha hecho varias tentativas en poco tiempo. Sigue volviendo, intentando algo diferente cada vez. Harry vigila desde los establos. Si ve algo, me llamará al móvil, y entonces avisaremos al sheriff.
—¿Vas armado?
Él hizo un gesto con la cabeza hacia la cómoda—. Allí.
Ella giró la cabeza y en la penumbra pudo distinguir una forma más oscura sobre el mueble. De golpe supo qué había de diferente en su actitud. Axial debía haber sido su aspecto cuando rastreó a los ladrones de ganado en México: como un cazador, un depredador. Edward no era normalmente un hombre inclinado a la violencia, pero mataría para proteger lo suyo. No estaba excitado o tenso; el sordo latido de su corazón bajo su cabeza era regular. Estaba tranquilo, despiadadamente resuelto.
—¿Y si no ocurre nada esta noche?— le preguntó ella.
—Entonces lo intentaremos otra vez mañana por la noche. Finalmente, lo atraparemos.
Ella permaneció de pie, junto a él durante mucho tiempo, mirando fijamente hacia fuera a la noche iluminada por la luna hasta que los ojos le dolieron. Nada se movía, y los grillos chirriaban tranquilos.
—¿Estás seguro de que la alarma está conectada?
Él hizo un gesto hacia el cajetín de la alarma situado junto a las puertaventanas del porche. Una diminuta luz verde brillaba ininterrumpidamente. La luz roja se encendería si cualquier puerta fuera abierta, y si no se introducía el código en quince segundos, la alarma sonaría.
Edward parecía tener la paciencia de Job y la resistencia de un corredor de maratón. Permanecía inmóvil, aguardando, pero Bella no podía estar sin moverse tanto tiempo. Caminó despacio alrededor de la oscura habitación, sujetando la manta alrededor de ella, hasta que Edward le dijo suavemente—, ¿Por qué no te acuestas y descansas un poco?
—Tengo insomnio, ¿recuerdas? —replicó ella—. Sólo duermo después de…
Calló, y él se rió entre dientes—. Podría contestar, pero me callaré. Me parece que le voy a coger el gusto a este extraño tipo de insomnio—, bromeó—. Me incentiva.
—No había notado que necesitaras ninguno.
—Puede que cuando llevemos casados treinta años más o menos, yo… —Se interrumpió a media frase, con todo el cuerpo en tensión.
Bella no se acercó a la ventana, aunque este fue su primer impulso. Llevaba un camisón blanco; aparecer frente a la ventana podría delatar su posición. En cambio susurró—, ¿Ves a alguien?
—El hijo de puta está subiendo por la escalera de atrás—, murmuró él—. No lo he visto hasta ahora mismo. Probablemente Harry tampoco—. Sacó el móvil del bolsillo y marcó el número privado de Harry. Segundos más tarde dijo en voz baja—, Está aquí, subiendo a la galería superior por la escalera de atrás—. Eso fue todo. Cerró el teléfono y volvió a metérselo en el bolsillo.
—¿Qué hacemos? —susurró ella.
—Esperar y ver lo que hace. Harry está llamando al sheriff, y vendrá como refuerzo—. Cambió ligeramente de posición para tener mejor ángulo de vigilancia del silencioso intruso. La luz de la luna cruzó por su rostro—. Se dirige hacia la parte de delante... Ahora no puedo verlo.
Una luz roja parpadeó, llamando la atención de Bella. Miró hacia el cajetín de la alarma—. ¡Edward, ha entrado en la casa! —La luz parpadea.
El maldijo en voz baja y cruzó la habitación para coger el revólver de encima de la cómoda.
Aún mirando fijamente la luz, Bella dijo, asustada—, Ha dejado de parpadear. Está verde otra vez.
Él se acercó a la alarma y contempló el cajetín—. Alguien lo ha dejado entrar—. Su voz era casi inaudible, pero cargada de una serena amenaza que no auguraba nada bueno para alguien—. Lauren.
Se quitó los zapatos y silenciosamente se dirigió hacia la puerta.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntó Bella ferozmente, tratando de mantener la voz baja. Lo cual era difícil, ya que la cólera y el miedo se deslizaban por sus venas con cada latido de su corazón. Se estremeció por la necesidad de ir con él, pero se obligó a no moverse. No tenía nada con lo que protegerse, y lo último que él necesitaba era tener que preocuparse de ella.
—Trato de ir tras él—. Abrió la puerta apenas un centímetro, escrutando el pasillo en busca del intruso. No vio nada. Decidió esperar, con la esperanza de que el hombre delatara su posición. Creyó haber oído un débil sonido, como un susurro, pero no podía estar seguro.
Los segundos pasaban, y Edward se arriesgó a abrir la puerta un poco más. Ahora podía ver todo el pasillo de este lado que conducía a la parte delantera de la casa, y el vestíbulo estaba vacío. Se deslizó fuera de la habitación y bajó hacia el vestíbulo de atrás, sus pies desnudos no hacían ningún ruido sobre la alfombra, y se mantuvo pegado a la pared. Mientras se acercaba a la esquina redujo la marcha, levantó la pistola y le quitó el seguro. Con la espalda pegada contra la pared, echó un veloz vistazo a la vuelta de la esquina. Una oscura figura surgió al otro extremo del vestíbulo. Edward se hizo atrás, pero no a tiempo; lo habían visto. Un disparo atronador reverberó por la casa, y el yeso salió volando de la pared.
Edward blasfemó brutalmente al mismo tiempo que salía al descubierto, rodando sobre sí mismo, y apuntando con su pistola. Apretó el gatillo, la pesada arma dio una sacudida en su mano, pero la oscura figura del otro extremo se lanzó hacia la puerta de Kate. El humo llenó el vestíbulo, y el hedor de la pólvora ardía en sus fosas nasales mientras Edward se ponía en pie y se lanzaba en aquella dirección.
Como esperaba, los disparos causaron que toda la familia abriera sus puertas y asomaran las cabezas—. Malditos seáis, volved a las habitaciones—, les gritó, con furia.
Maggie lo ignoró y salió al pasillo—. ¡No me maldigas! —le espetó—. ¿Qué demonios ocurre?
A su espalda, el atacante apareció en el vestíbulo, pero Maggie se interponía entre ellos y Edward no podía disparar. Sin miramientos, la empujó, y con un grito cayó al suelo.
Y él se quedó congelado, repentinamente indefenso. El hombre tenía uno de los brazos alrededor del cuello de Kate, sosteniendo a la frágil anciana delante de él como un escudo. Sostenía el arma con su otra mano, apretando el cañón contra la sien de Kate, y lucía una salvaje sonrisa en su cara.
—Vacía el arma muy, muy lento—, le ordenó, retrocediendo hacia el vestíbulo delantero. Edward no vaciló. La expresión en la cara del hombre le dijo que Kate estaba muerta si no obedecía. Con movimientos deliberadamente tranquilos abrió el cilindro y sacó todas las balas.
—Tiradlas detrás de ti—, dijo el hombre, y Edward obedeció, tirando las balas al suelo del vestíbulo—. Ahora dale una patada al arma en mi dirección.
Con cuidado se agachó y colocó el arma vacía sobre la alfombra, luego con el pie la empujó hacia el hombre, que no hizo ningún movimiento para recogerla. No le hacía falta; el arma estaba descargada, así que no había forma de que nadie pudiera recoger una bala, hacerse con la pistola, recargarla, y disparar, antes de que él les pegara un tiro a ellos.
Kate seguía en pie aún atrapada en su abrazo, tan blanca como su camisón. Su pelo canoso estaba alborotado como si la hubiera sacado a rastras de la cama, y quizás lo había hecho, aunque era más probable que hubiera saltado de la misma al primer disparo y se dirigiera a ver lo que pasaba cuando él la atrapó.
El hombre miró alrededor, su salvaje sonrisa se hizo aún mayor cuando vio a todo el mundo congelado en las puertas de sus habitaciones, excepto Maggie, que todavía yacía sobre la alfombra y gemía suavemente.
—¡Todo el mundo! —bramó de repente—. ¡Quiero verlos a todos! Sé quiénes sois, así que si alguien trata de esconderse, meteré una bala en la cabeza de la vieja. ¡Tenéis cinco segundos! Uno… dos… tres…
Liam salió de la habitación y se inclinó para ayudar a Maggie a levantarse. Ella se pegó a él, aún gimiendo. Mike y Jessica salieron de sus habitaciones, con el rostro blanco.
—Cuatro…
Edward vio que Lauren y Tyler aparecían desde el otro vestíbulo.
El hombre miró alrededor—. Falta una más—, dijo, mofándose—. Echamos de menos a tu pequeña yegua de cría, Cullen. ¿Dónde está? ¿Crees que bromeo sobre pegarle un tiro a la vieja bruja?
No, pensó Edward. No. Aún tanto como amaba a Kate, no podía soportar la idea de poner en peligro a Bella. Corre, le suplicó en silencio. Corre, querida. Consigue ayuda. ¡Corre!
El hombre miró a la izquierda y sonrió feliz—. Aquí está. Ven con nosotros, querida. Únete a la feliz muchedumbre.
Bella se deslizó hacia delante, hasta situarse de pie entre Lauren y las puertas dobles del porche. Estaba tan pálida como Kate, su delgada figura parecía casi fantasmal. Contempló al hombre y jadeó, palideciendo aún más.
—Bueno, ¿qué te parece?—se jactó el hombre, sonriendo ampliamente a Bella—. Veo que me recuerdas.
—Sí—, contestó ella, casi inaudiblemente.
—Eso es bueno, porque yo te recuerdo verdaderamente bien. Tú y yo tenemos un asunto pendiente. Me diste un susto de muerte cuando te acercaste a mí por el pasillo esa noche, pero he oído que dicen que el golpecito en la cabeza te causó una conmoción cerebral, y que no recuerdas nada de ello. ¿Correcto?
—Sí—, dijo ella, de nuevo, sus ojos se veían enormes y oscuros en su pálido rostro.
Él se rió, evidentemente feliz por la ironía. Sus gélidos ojos los barrieron a todos ellos—. Una verdadera reunión familiar. Todos juntos, aquí en el vestíbulo, bajo la luz y así puedo ver que todos están muy bien—. Se movió, fuera de su alcance, sosteniendo la cabeza de Kate arqueada hacia atrás mientras Edward silenciosamente conducía a los demás hacia delante, agrupándolos juntos con Lauren, Tyler, y Bella.
Edward dedicó una mirada asesina a Lauren. Miraba al hombre como si estuviera fascinada, pero no había ni un atisbo de miedo en su cara. Ella lo había dejado entrar, y era demasiado estúpida para darse cuenta de que él también la mataría. Todos estaban muertos, a menos que hiciera algo.
Trató de acercarse a Bella, esperando tal vez poder protegerla con su cuerpo, que de alguna manera ella pudiera sobrevivir—. ¡Uh, uh! —dijo el hombre, meneando la cabeza—. Quédate dónde estás, bastardo.
—¿Quién es usted? —exigió Maggie, con voz chillona.
—Cállate, perra, o la primera bala será para ti.
—Esa es una buena pregunta—, dijo Edward. Miró fijamente al hombre con una fría y agresiva mirada—. ¿Quién demonios eres?
Kate habló, a través de sus labios exangües—. Su nombre—, dijo, con voz clara—, es Félix Vulturi.
El hombre soltó una carcajada áspera y salvaje—. Veo que ha oído hablar de mí.
—Sé quién es. Me ocupé de averiguarlo.
—Lo hizo, ¿verdad? Esto es verdaderamente interesante. Me pregunto por qué nunca me visitó. Somos familia, después de todo—. Se rió de nuevo.
Edward no quería que centrara su atención en Kate, no quería que se fijara en ninguno de ellos, excepto en él—. ¿Por qué, maldito seas? —gruñó—. ¿Qué es lo que quieres? No te conozco, ni he oído hablar nunca de ti—. Si pudiera entretenerlo lo bastante, tal vez Harry tuviera la oportunidad de posicionarse y hacer algo, le daría tiempo a que el sheriff llegara. Todo lo que tenía que hacer era aguantar.
—Porque tú la mataste—, dijo Vulturi brutalmente—. Mataste a mi muchacha, jodido bastardo.
—¿A Tanya?— Edward lo miró sorprendió—. Yo no maté a Tanya.
—¡Dios te condene, no mientas! —rugió Félix, apartando la pistola de la sien de Kate para apuntar hacia Edward—. ¡Averiguaste lo nuestro y la mataste!
—No—, dijo Edward bruscamente—. No lo hice. No tenía ni idea de que me estaba engañando. No me enteré hasta después de la autopsia cuando el sheriff me dijo que estaba embarazada. Sabía que no podía ser mío.
—¡Lo sabías! ¡Lo sabías y la mataste! Mataste a mi muchacha y mataste a mi bebé, así que voy a hacerte mirar mientras yo mato a tu bebé. Voy a pegarle un tiro a esta zorrilla justo en el estómago y tú estarás ahí de pie viéndola morir, y luego voy a hacerte…
—¡Él no mató a Tanya!—. La voz de Kate se impuso sobre la de Vulturi. Irguió su nívea cabeza bien alta—. ¡Lo hice yo!
dios no esperaba eso pobre Bella y que sorpresa fue Kate quien mato a Tanya en que terminará esta...Sigue asi...Besos...
ResponderEliminaraaaaaaaaaaahhhhhhh!!!!!!!
ResponderEliminarjaja siempre me impacta esa parte =D
bueno caray, esta vez si que falle por lo regular acierto casi siempre pero esta vez si que no me lo esperaba,pero el motivo si lo adivine.
ResponderEliminarNo importa los años que pasen siempre me impresionó con ese ¡lo hice Yo!
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