martes, 24 de mayo de 2011

Proposiciones y sopresas

Capítulo 25 “Proposiciones y sorpresas”
La casa seguía siendo un caos cuando Edward y Bella regresaron, con Lauren sentada ahora en las escaleras llorando histéricamente y rogándole a Kate que no dejara que Edward la echara. Ni su propia madre estaba a su lado esta vez; la embriaguez ya era bastante mala, pero escupir a su hermano era algo totalmente inaceptable. A Tyler no se le veía por ninguna parte, probablemente se había quitado de en medio para evitar la tentación de golpear a su hermana.
A los sollozantes ruegos de Lauren, Kate tan solo respondió con una fría mirada. —Tienes razón, Lauren. A pesar de tener uno de mis pies en la tumba, sigo siendo la dueña de esta casa. Y como tal, le he dado a Edward total autoridad para actuar en mi nombre, sin hacer preguntas.
—No, no —gimió Lauren—. No puedo irme, no lo entiendes…
—Entiendo que te marchas —contestó Kate, sin ceder un ápice—. Me das asco. Te sugiero que te vayas a tu habitación ahora, antes de Edward amenace con obligarte a marcharte por la mañana, lo cual comienza a sonar más agradable de lo que realmente es.
—¡Mamá! —Lauren se giró hacia Jessica, con una expresión suplicante en su cara enrojecida por las lágrimas—. ¡Dile que me deje quedarme!
—Estoy muy decepcionada contigo —dijo Jessica suavemente y pasó por delante de su hija escaleras arriba. Mike se inclinó y puso a Lauren de pie—. Arriba —le dijo severamente, girándola y obligándola a subir a la fuerza. Todos se quedaron mirando hasta que ambos llegaron a lo alto de la escalera y torcieron en dirección a la habitación de Lauren. Continuaron oyendo sus sollozos hasta que la puerta se cerró firmemente tras de ella.
Kate flaqueó—. Tunante desagradecida —refunfuñó. Su color era incluso más cerúleo que antes—. ¿Están bien los caballos? —le preguntó a Bella.
—Ninguno salió herido y ahora están tranquilos.
—Bien. —Kate se pasó una temblorosa mano por los ojos y después, tomando una honda bocanada de aire enderezó los hombros una vez más—. ¿Edward, puedo hablar contigo un momento, por favor? Debemos revisar unos detalles.
—Por supuesto. —Le pasó una mano de apoyo bajo el brazo para ayudarla mientras se dirigían al estudio. Echó un vistazo por encima del hombro a Bella, y sus ojos se encontraron. La mirada de Edward era firme y cálida, y contenía una promesa—. Ve a terminar de cenar —le dijo.
Cuando él y Kate estuvieron solos en el estudio, ella se dejó caer pesadamente en el sofá. Respiraba trabajosamente y sudaba—. El doctor ha dicho que mi corazón está fallando también, carajo —murmuró—. Mira, se me ha escapado una palabrota. —Echó un vistazo a Edward para ver su reacción.
Él no pudo evitar sonreírle ampliamente—. Las has usado antes, Kate. Te he oído maldecir a la yegua ruana que solías montar hasta que era un milagro que sus orejas no ardieran y se le cayeran al suelo carbonizadas.
—Era un mal bicho, ¿verdad? —Las palabras sonaron afectuosas. A pesar de lo indómita que la yegua había sido, Kate conseguía sacar siempre lo mejor de ella. Hasta sólo unos pocos años antes, Kate había estado lo bastante fuerte para manejar a casi cualquier caballo sobre el que se montara.
—Bueno, ¿de qué querías hablarme?
—De mi testamento —dijo ella, con franqueza—. He quedado con el abogado mañana. Más vale que me ocupe de esa tarea, porque parece que me queda menos tiempo del que esperaba.
Edward se sentó a su lado y tomó su frágil y débil mano en la suya. Ella era demasiado inteligente y fuerte mentalmente para que intentara siquiera tratar de consolarla con tópicos, pero, caramba, realmente le dolía dejarla marchar—. Te quiero —le dijo él—. Estuve malditamente enfadado contigo por no defenderme cuando mataron a Tanya. Me hirió como el infierno que creyeras que yo podría haberlo hecho. Todavía te guardo rencor por esto, pero de todas formas te quiero.
Las lágrimas inundaron por un momento sus ojos, pero ella parpadeó para alejarlas—. Por supuesto que todavía sientes rencor. Nunca pensé que me perdonarías totalmente, Dios sabe que no merezco esa consideración. Pero yo también te quiero, Edward. Siempre supe que tú eras la mejor opción para Davencourt.
—Déjaselo a Bella —dijo él. Sus propias palabras lo sorprendieron. Siempre había pensado en Davencourt como suyo, siempre había esperado tenerlo. Había trabajado mucho para ello. Pero tan pronto como las palabras salieron de su boca supo que eran las correctas. Davencourt debía ser de Bella. A pesar de lo que creyera Kate, e incluso a pesar de lo que creyera Bella, ella era más que capaz de hacerse cargo de ello.
Bella era más resistente y más inteligente de lo que cualquiera de ellos creía, incluso más de lo que creía ella misma. Sólo ahora comenzaba Edward a entender la fuerza de su carácter. Durante años todos habían pensado en ella como en alguien frágil, dañada emocionalmente de forma irreparable por el trauma de la muerte de Tanya, pero en lugar de ello, Bella había estado protegiéndose a sí misma, y resistiendo. Hacía falta poseer una clase de fuerza interior muy especial para aguantar, para aceptar lo que no podía ser cambiado y sencillamente seguir a la espera de que pasara. Cada vez más últimamente Bella salía de su caparazón, mostrando su fuerza, defendiéndose a sí misma con una serena madurez que no era llamativa, pero si imposible de ignorar.
Sorprendida, Kate parpadeó varias veces—. ¿A Bella? ¿Crees que no he discutido esto con ella? No lo quiere.
—Lo que no quiere es pasarse la vida leyendo declaraciones financieras y estudiando informes de activos —la corrigió él—. Pero ama Davencourt. Dáselo.
—¿Te refieres a partir la herencia? —le preguntó Kate, aturdida—. ¿Dejarle a ella la casa y a ti los negocios? —sonaba sobresaltada; eso no se había hecho nunca. Davencourt y todo lo que ello implicaba siempre había ido junto.
—No, me refiero a dejárselo todo a ella. Debería ser suyo de todos modos—.  Bella necesitaba un hogar. Ella misma se lo había dicho; necesitaba algo que fuera suyo, que nunca le pudiera ser arrebatado—. Nunca ha sentido que realmente perteneciera a ningún sitio, y si me lo dejas todo a mí, se sentirá como si no fuera lo bastante buena para poseer Davencourt, incluso aunque verdaderamente esté de acuerdo con los términos de tu testamento. Ella necesita una casa suya, Kate. Davencourt debería tener gente Denali viviendo aquí, y ella es la última.
—Pero... por supuesto que ella viviría aquí. —Kate lo miró confundida—. Nunca he creído que la fueras a echar. Oh, querido. Eso sería gracioso, ¿verdad? La gente hablaría.
—Me dijo que planea comprar un lugar propio.
—¿Abandonar Davencourt? —La misma idea impresionó a Kate—. Pero este es su hogar.
—Exactamente —dijo Edward, suavemente.
—Bien. —Kate se recostó, reflexionando sobre este cambio en sus planees excepto que no era un cambio, comprendió. Era simplemente dejarlo todo exactamente como ya estaba, pero con Bella como su heredera—. Pero... ¿y qué harás tú?
Él sonrió, una lenta sonrisa que iluminó todo su rostro—. Puede contratarme para ocuparme de la parte financiera por ella —dijo, despreocupadamente. De repente supo exactamente lo que quería, y fue como si una  luz se encendiera en su interior—. Mejor aún, voy a casarme con ella.
Kate se quedó completamente muda. Le llevó un minuto entero poder articular un chirriante —¿Qué?
—Voy a casarme con ella —repitió Edward, con creciente determinación. —No se lo he pedido aún, así que estate tranquila. —Sí, iba a casarse con ella, de una forma u otra. Lo sintió como si una pieza del rompecabezas hubiera encajado repentinamente en su lugar. Como lo perfecto. Ninguna otra cosa sería tan perfecta. Bella sería siempre suya, y él sería siempre de Bella.
—Edward, ¿estás seguro? —le preguntó Kate, con inquietud—. Bella te ama, pero merece ser amada tamb…
La miró directamente, sus ojos muy verdes, y ella quedó muda de asombro—. También —terminó Edward la frase.
Él trató de explicarlo—. Tanya…estaba obsesionado con ella, supongo, y de alguna forma, la amaba porque crecimos juntos, pero era más bien ego por mi parte. No debería haberme casado con ella, pero estaba tan obcecado con la idea de heredar Davencourt y casarme con la princesa heredera que no comprendí el desastre que nuestro matrimonio sería. Bella, en fin... la he amado casi desde que nació, calculo. Cuando era pequeña, la amaba como un hermano, pero ahora que ha crecido, estoy condenadamente seguro de no querer ser su hermano. —Suspiró, mirando hacia atrás, a los años en los que su relación había estado enmarañada con las herencias—. Si Tanya no hubiera sido asesinada, nos habríamos divorciado. Era en serio lo que dije esa noche. Estaba completamente harto de ella. Y si nos hubiésemos divorciado, en vez de suceder las cosas como sucedieron, ahora llevaría mucho tiempo casado con Bella. La forma en cómo Tanya murió nos separó, y  he desperdiciado diez años a causa del rencor.
Kate lo miró directamente a la cara, buscando la verdad, y lo que vio la hizo suspirar con alivio—. Realmente la amas.
—Tanto que duele. —Suavemente tomo los dedos de Kate cuidando de no hacerle daño—. Me ha sonreído seis veces —le confió—. Y se ha reído una vez.
—¡Se ha reído! —Las lágrimas inundaron de nuevo los ojos de Kate, y esta vez las dejó caer. Sus labios temblaron—. Me encantaría oírla reír otra vez, solo una vez más.
—Voy a intentar con todas mis fuerzas hacerla feliz —dijo Edward.
—¿Cuándo planeas casarte?
—Lo antes posible, en cuanto pueda pedírselo. —Sabía que Bella lo amaba, pero convencerla de que él también la amaba puede que le costara un poco. En otro momento ella se hubiera casado con él en cualquier circunstancia, pero ahora se mostraría imperturbablemente obstinada si creyera que algo no era correcto. Por otra parte, él quería que Kate asistiera a su boda, lo que significaba que tendría que celebrarse rápidamente, mientras ella todavía podía. Y puede que hubiera otra razón, más privada para una boda rápida.
—¡Oh, carajo! —se burló Kate—. ¡Sabes que ella caminaría sobre brasas ardientes para casarse contigo!
—Sé que me ama, pero he aprendido a no dar por sentando que va a hacer automáticamente lo que le pida. Aquellos días hace mucho que quedaron atrás. De todas formas no quiero una esposa felpuda. Quiero que tenga seguridad en sí misma para defender lo que ella quiere.
—De la misma forma en que te defendió.
—De la misma forma en la que siempre me ha defendido. —Cuando nadie más lo había apoyado, Bella había estado a su lado, deslizando su pequeña mano en la suya y ofreciéndole todo el consuelo del que era capaz. Había sido mucho más fuerte que él, lo bastante fuerte para hacer el primer movimiento, para extender la mano—. Merece la herencia —dijo él—. Pero además de eso, es que no quiero que nunca sienta que tuvo que decirme que sí para poder permanecer en su casa.
—Puede que ella sienta lo mismo respecto a ti —apuntó Kate—. Siempre que seas agradable con ella, podría pensar que es sólo porque es ella quién tira de las cuerdas del monedero. Yo he estado en esa situación —añadió con sequedad, sin duda pensando en Lauren.
Edward se encogió de hombros—. No soy un indigente, Kate, como condenadamente bien sabes, ya que me investigaste. Tengo mis propiedades de Arizona, y valdrán una considerable fortuna antes de que termine con ellas. Asumo que Bella leyó el mismo informe que tú, así que está al tanto de mi situación financiera. Estaremos iguales, y sabrá que estoy con ella porque la amo. Me ocuparé de la parte financiera si a ella realmente no le interesa; no sé si querrá implicarse en ello o no. Dice que no le gusta eso, pero tiene la habilidad de los Denali, ¿verdad?
—De forma diferente. —Kate sonrió—. Presta más atención a la gente que a los  números sobre el papel.
—Sabes lo que verdaderamente quiere hacer, ¿verdad?
—No, ¿qué?
—Entrenar caballos.
Ella se rió suavemente—. ¡Debería haberlo sabido! Harry ha estado usando varias de sus ideas sobre el adiestramiento durante años, y tengo que decir que tenemos algunos de los caballos con el mejor comportamiento que jamás se han visto por los alrededores.
—Es mágica con un caballo. Ahí es donde pone su corazón, así que esto es a lo que quiero que se dedique. Siempre has tenido caballos por el placer de tenerlos, porque los adoras, pero Bella quiere dedicarse a ello como negocio.
—Lo tienes todo planeado, ¿verdad? —Le sonrió afectuosamente, porque incluso cuando era un muchacho Edward planeaba por adelantado su estrategia, y luego la ponía en práctica—. Nadie por aquí sabe de tus propiedades en el oeste. La gente hablará, ya sabes.
—¿Qué me caso con Bella por su dinero? ¿Qué estoy determinado a hacerme con Davencourt a cualquier precio? ¿Qué me casé con Tanya para ello y luego, cuando murió, me lancé sobre Bella?
—Veo que has considerado todos los ángulos.
Él se encogió de hombros—. Me importa una mierda el qué dirán mientras Bella no crea nada de ello.
—No lo hará. Te ha amado durante veinte años, y te amará otros veinte más.
—Más tiempo aún, espero.
—¿Sabes lo afortunado que eres?
—Oh, me hago una idea —dijo él suavemente. Sin embargo, estaba sorprendido por el tiempo que le había llevado llegar a esa idea. Incluso aún consciente de que amaba a Bella, no había pensado en ello como en un amor romántico, erótico; se había instalado en el papel de hermano mayor hasta después de que se besaran por primera vez y casi perdiera el control. No se había dado cuenta de ello hasta que se le acercó caminando en aquella barra de bar en Nogales, una mujer, con un intervalo de diez años desde su último encuentro, así que no la había visto crecer. Aquella noche quedo grabada a fuego en su memoria, y encima había batallado con la equivocada impresión de que tenía que proteger a Bella de su propia lujuria. Dios, qué estúpido. Definitivamente ella disfrutaba con su lujuria, lo que lo convertía en el más afortunado de los hombres.
Ahora, lo único que tenía que hacer era convencerla de casarse con él, y aclarar el pequeño detalle del intento de asesinato; el suyo.


Bella estaba de pie en la galería mirando la puesta del sol cuando él entró en su habitación. Se giró a medias y echó un vistazo por encima de su hombro cuando oyó la puerta abrirse. Estaba bañada por los últimos rayos del sol, que hacían que su piel pareciera de oro y que su pelo destellara dorado y carmesí. Cruzó la habitación y salió afuera, a la galería con ella, volviéndose para recostarse contra el pasamanos de modo que quedara de cara a la casa, y a ella. Quedarse así mirándola era malditamente fácil. Disfrutaba redescubriendo los ángulos de aquellos esculpidos pómulos, viendo de nuevo las pintitas doradas en sus ojos del color del whisky añejo. El cuello abierto de su camisa le permitía entrever lo bastante de su suave piel para recordarle lo sedosa que era por todas partes.
Sintió las primeras punzadas de lujuria en su ingle, pero, sin embargo, hizo una pregunta completamente prosaica—. ¿Te acabaste la cena?
Ella arrugó la nariz—. No, se había quedado fría, así que me comí un trozo de tarta de limón helada a cambio.
Él frunció el ceño—. ¿Sue ha hecho otra tarta? No me lo dijo.
—Estoy segura de que ha quedado algo —le contestó, consoladoramente. Alzó la vista hacia el cielo cruzado de líneas color bermellón—. ¿De verdad vas a echar a Lauren?
—Oh, sí. —Dejó que tanto su satisfacción como su determinación se revelaran en aquellas dos palabras.
Ella comenzó a hablar y después vaciló—. Continúa —la animó—. Dilo, aunque sea que crees que me equivoco.
—No creo que te equivoques. Kate necesita paz ahora, no un constante alboroto. —Su expresión era distante, sombría—. Es solo que recuerdo qué se siente al estar aterrorizados por no tener ningún sitio en que vivir.
Él extendió la mano y agarró un mechón de su pelo, enroscándoselo en un dedo—. ¿Cuándo tus padres murieron?
—Entonces, y después, hasta… hasta que cumplí los diecisiete. —Hasta que Tanya murió, se refería, aunque no lo dijo—. Sentía siempre el temor de que si no estaba a la altura, me echarían.
—Eso no habría pasado jamás —dijo él, con firmeza—. Esta es tu casa. Kate no te habría hecho irte.
Ella se encogió de hombros—. Hablaban de ello. Kate y Tanya, quiero decir. Querían enviarme a un internado. No sólo a Tuscaloosa; querían que fuera a algún internado femenino, en Virginia, creo. Era un lugar lo bastante lejano para que no pudiera venir a casa con regularidad.
—No fue así. —Sonaba sorprendido. Recordaba los argumentos. Kate pensó que podía ser beneficioso para Bella el estar lejos de ellos, obligarla a madurar, y Tanya, por supuesto, la habría animado. Ahora veía que, a Bella, debía haberle parecido que no la querían allí.
—Eso es lo que a mí me parecía —dijo ella.
—¿Por qué cambió eso cuando cumpliste diecisiete? ¿Fue porque Tanya había muerto y ya no podía seguir insistiendo en ello?
—No. —Aquella mirada remota permanecía aún en sus ojos—. Fue porque ya no me importaba. Marcharme me parecía lo mejor que podía hacer. Quise escapar de Davencourt, de la gente que me conocía y me compadecía porque no era guapa, porque era torpe, porque carecía de desenvoltura en el plano social. —Su tono era indiferente, como si hablara de un menú.
—Mierda —dijo cansadamente—. Tanya convirtió en un arte el hacerte sentir desgraciada, ¿verdad? Maldita sea esa mujer. Debería ser ilegal casarse para los menores de veinticinco. Me creía el rey de la montaña cuando acababa de cumplir los veinte, condenadamente seguro de que podría domar a Tanya y convertirla en una esposa adecuada; mi idea de lo adecuado, por supuesto. Pero había algo que fallaba en Tanya, tal vez la capacidad de amar, porque no amaba a nadie. No a mí, ni a Kate, ni siquiera a ella misma. Aunque era demasiado joven para darme cuenta. —Se frotó la frente, recordando aquellos horribles días posteriores a su asesinato—. Tal vez si amó realmente a alguien, sin embargo. Tal vez ella amaba al hombre cuyo bebé llevaba dentro. No lo sabré nunca.
Bella jadeó, sintiendo que la conmoción la recorría de la cabeza a los pies. Se giró para mirarlo de frente—. ¿Sabías eso? —le preguntó incrédula.
Edward se enderezó, apartándose del pasamanos, su mirada se hizo más aguda. —Lo averigüé después de que la mataran. —La agarró por los hombros, en un apretón urgente—. ¿Cómo lo sabías tú?
—Los…los vi juntos en el bosque. —Lamentaba no haber controlado su reacción al averiguar que él sabía lo del amante de Tanya, pero se había quedado estupefacta. Había guardado aquel secreto todos estos años, y de todos modos él ya lo sabía. Pero lo que ella no sabía es que Tanya estaba embarazada cuando la mataron, y eso la hizo sentir nauseas.
—¿Quién era? —Su tono era duro.
—No lo sé, no lo había visto nunca antes.
—¿Puedes describirlo?
—No. —Se mordió el labio, recordando ese día—. Sólo lo vi una vez, la tarde del día que mataron a Tanya, y no lo pude ver bien. No te lo dije entonces porque me daba miedo…. —hizo una pausa y una mirada de indecible tristeza cruzó por su cara—. Tenía miedo de que te pusieras furioso e hicieras alguna tontería y te metieras en problemas. Así que me callé.
—Y después de que mataran a Tanya, no dijiste nada porque pensaste que me detendrían, que dirían que la maté porque había averiguado que me ponía los cuernos. —Él había guardado silencio por la misma razón y casi había explotado de amargura. Le dolió en el corazón saber que Bella había guardado el mismo secreto y por la misma razón. Era tan joven, estaba traumatizada por el hecho de haber encontrando el cuerpo de Tanya y por haber sido sospechosa del asesinato ella misma por poco tiempo, herida por su rechazo, y aún así había callado.
Bella asintió, buscando su rostro. La luz del sol se desvanecía rápidamente, y las sombras del crepúsculo los cubrían de un misterioso velo de azules y púrpuras, atrapándolos en aquel breve momento cuando la tierra se cernía entre día y noche, cuando el tiempo aparentaba detenerse y todo parecía más intenso, más dulce. Su expresión era reservada, y no pudo adivinar lo que pensaba o sentía.
—Entonces te lo guardaste para ti —dijo suavemente—. Para protegerme. Apuesto a que casi te ahogas con ello, cuando Tanya nos acusó de dormir juntos cuando tú acababas de verla a ella con otro hombre.
—Sí —dijo, con voz forzada mientras recordaba aquel horrible día y la noche.
—¿Sabía que tú la habías visto?
—No, permanecí inmóvil. En aquellos días era muy buena escabulléndome. —La mirada que ella le lanzó estaba repleta de la irónica aceptación de lo indisciplinada que había sido.
—Lo sé —dijo él, en un tono tan irónico como su mirada—. ¿Recuerdas dónde se encontraban?
—Era sólo un claro en el bosque. Podría llevarte a la zona, pero no al lugar exacto. Han pasado diez años; probablemente se haya repoblado.
—¿Si era un claro, por qué no pudiste ver al hombre?
—No dije que no pudiera verlo. —Sintiéndose incómoda, Bella se removió bajo sus manos—. Dije que no podía describirlo.
Edward frunció el ceño—. ¿Pero si lo viste, por qué no puedes describirlo?
—¡Porque estaban teniendo sexo! —dijo exasperada y llena de sofoco—. Estaba desnudo. Yo nunca había visto a un hombre desnudo antes. ¡Francamente, no le miré la cara!
Edward asombrado dejó caer las manos, escudriñándola a la desvaída luz del crepúsculo. Entonces comenzó a reírse. No reía entre dientes, se carcajeaba con un rugido que sacudía todo su cuerpo. Trató de detenerse, la miró de reojo, y comenzó otra vez.
Ella le dio un puñetazo en el hombro—. Cállate —refunfuñó.
—Puedo imaginarte contándoselo a Sam —se burló, casi ahogándose de risa—. Lo…lo siento, Sheriff, no puedo describirle su ca…cara, porque estaba mirando su… ¡verga! —Esta vez le dio el puñetazo en el vientre. Lo dejó sin aliento y se dobló, agarrándose el estómago y riendo todavía.
Bella alzó la barbilla—. No estaba…—dijo, con dignidad—, mirando su verga. —Entró a zancadas en su habitación y comenzó a cerrarle las puertaventanas en la cara. Él apenas tuvo tiempo de deslizarse por la apertura que velozmente encogía. Bella activó la alarma de las puertas, y después corrió las cortinas sobre ellas. Él deslizó los brazos alrededor de ella antes de que pudiera alejarse, estrechándola cómodamente de un tirón hacia atrás, contra él.
—Lo siento —se disculpó—. Sé que te disgustó.
—Me hizo sentir nauseas —replicó ella, ferozmente—. La odié por serte infiel.
Él se inclinó para frotar su mejilla contra su pelo—. Creo que planeaba tener al bebé y fingir que era mío. Pero primero tenía que conseguir que tuviera sexo con ella, y no la había tocado en cuatro meses. No había ni una maldita posibilidad de que pudiera hacerlo pasar como mío tal y como estaban las cosas. Cuando nos pilló besándonos, probablemente pensó que todos sus planes habían volado como el humo. Sabía condenadamente bien que yo no fingiría que el bebé era mío sólo para evitar un escándalo. Me habría divorciado de ella tan rápido que la cabeza le daría vueltas. De todos modos estaba locamente celosa de ti. No se habría puesto así de furiosa si me hubiera pillado con otra persona.
—¿De mi? —preguntó incrédula Bella, girando la cabeza para mirarlo—. ¿Estaba celosa de mí? ¿Por qué? Ella lo tenía todo.
—Pero era ti a quien yo protegía… de ella, la mayor parte del tiempo. Me puse de tu lado, y ella no podía soportarlo. Tenía que ser la primera en todo y con todos.
—¡No es extraño que tratara siempre de convencer a Kate de que me enviara a un internado!
—Te quería fuera de su camino. —Le apartó el pelo a un lado y le dio un ligero beso en el cuello—. ¿Estás segura de no poder describir al hombre con el que la viste?
—No lo había visto nunca antes. Y como estaban acostados, no pude ver su cara. Tuve la impresión de que él era bastante más mayor, pero tenía sólo diecisiete años. Alguien de treinta me parecía viejo entonces. —Sus dientes le mordisquearon el cuello, y tembló. Podía sentir como perdía el interés por preguntar; bastante literalmente, de hecho. Su creciente erección empujaba contra su trasero, y ella se recostó contra él, cerrando los ojos cuando el cálido placer comenzó a llenarla.
Despacio él deslizó sus manos por su cuerpo hasta posar las palmas sobre sus pechos—. Justo lo que pensaba —murmuró él, trasladando sus mordiscos de amor al lóbulo de su oreja.
—¿Qué? —jadeó ella, estirándose hacia atrás para posar sus manos sobre sus muslos.
—Tus pezones están duros otra vez.
—¿Estás obsesionado con mis pechos?
—Debe ser —murmuró él—. Y con otras diversas partes de tu cuerpo, también.
Estaba muy duro ahora. Bella se dio la vuelta en sus brazos, y él caminó con ella hacia atrás hasta la cama. Cayeron encima, Edward apoyó su peso sobre sus brazos para evitar aplastarla, y en la fría oscuridad sus cuerpos se entrelazaron con un fuego y una intensidad que la dejó débil y estremecida en sus brazos.
Él la mantuvo pegada a su costado, con la cabeza recostada sobre su hombro. Así tumbada, sin fuerzas y laxa, completamente relajada, Bella sintió que la somnolencia comenzaba a invadirla. Evidentemente él tenía razón sobre su insomnio: la tensión la había mantenido insomne durante diez años, pero después de hacer el amor estaba demasiado relajada para oponerse. Pero el sueño era una cosa y el sonambulismo otra completamente distinta y la perturbaba a un nivel mucho más profundo. Le dijo—: Tengo que ponerme el camisón.
—No. —Su respuesta negativa fue inmediata y enfática. Sus brazos se apretaron alrededor de ella como si tratara de impedir que se moviera.
—Pero si camino dormida…
—No lo harás. Voy a estar abrazándote toda la noche. No podrás salir de la cama sin despertarme. —La besó larga y lentamente—. Duérmete, corazón. Yo te cuidare.
Pero no pudo. Podía sentir como la tensión llegaba, invadiendo todos sus músculos. Un hábito de diez años de duración no podía ser erradicado en una noche sola, ni en dos. Edward puede que entendiera el temor que sentía al pensar en si misma caminando por la noche tan indefensa, pero no podía sentir el pánico y la impotencia de no despertar en el mismo lugar donde se había dormido, sin saber cómo había llegado allí o que había pasado.
Él sintió la tensión que le impedía relajarse. La abrazó más estrechamente, tratando de calmarla con su consuelo, pero finalmente llegó a la conclusión que nada funcionaria excepto el completo agotamiento.
Ella creyó que se había hecho a su forma de hacer el amor, que ya había llegado a conocer la totalidad de su sensualidad. Y se encontró con que se equivocaba.
La llevó al clímax con sus manos, con su boca. La puso a horcajadas sobre su firme, y dura erección y la meció sobre ella hasta que se corrió, por mucho que ella se aferrara a él y le rogara que la penetrara. Finalmente él lo hizo, tumbándola en la cama y girándola de modo que quedara sobre sus rodillas, inclinada con la cara sepultada en las sábanas. Se introdujo en ella desde atrás, golpeando repetidamente contra sus nalgas con la fuerza de sus embestidas, y alcanzando su sexo por delante para acariciarla al mismo tiempo. Ella lanzó un grito ronco y sofocó el sonido contra el colchón cuando se corrió por cuarta vez, y él todavía no había acabado. Se sentía deshecha, llevada más allá de los orgasmos a un estado donde el placer simplemente crecía y crecía, como las ondas de la marea. Otro más le sobrevino, veloz y se estiró para aferrarse a sus caderas y estrecharlo con fuerza contra ella mientras se contraía alrededor de él. Su acción lo agarró por sorpresa y con un ronco y salvaje grito se le unió, estremeciéndose y sacudiéndose mientras se derramaba.
Ambos temblaban violentamente, tan débiles que apenas pudieron dejarse caer sin fuerzas en la cama. El sudor goteaba de sus cuerpos, y se aferraron el uno al otro como supervivientes de un naufragio. Esta vez no hubo modo de rechazar el sueño que la reclamaba tal y como él pretendía.
Despertó una vez, apenas lo bastante como para ser consciente de que él continuaba abrazándola, tal como había prometido, y volvió a dormirse.
La siguiente vez que despertó estaba sentada en la cama, y los dedos de Edward se cerraban con firmeza sobre su muñeca—. No —dijo suave e implacablemente—. No vas a ningún sitio.
Regresó entre sus brazos, y comenzó a creer.
Despertó por última vez al amanecer, cuando él salió de la cama—. ¿Dónde vas? —le preguntó, bostezando y sentándose.
—A mi habitación — contestó él, poniéndose los pantalones. Le sonrió, y sintió como se derretía por dentro una vez más. Tenía un aspecto duro y sexy, con su pelo cobrizo revuelto y la mandíbula oscurecida por la incipiente barba. Su voz sonaba todavía áspera por el sueño, y sus párpados se veían un poco más gruesos por la hinchazón del sueño, confiriéndole una mirada de “acabo de tener sexo.” —Tengo que coger una cosa —dijo—. Quédate ahí, y quiero decir exactamente ahí. No salgas de la cama.
—Vale, no lo haré. —Él salió por la puerta del pasillo, y ella se tumbó y se enroscó bajo la sabana. No estaba segura de poder escapar de la cama. Recordó la noche que acababan de pasar, lo que había ocurrido entre ellos. Se sentía dolorida por dentro, y sus muslos estaban débiles y temblorosos. No había sido simplemente hacer el amor, aquello había sido una unión que iba más allá de lo meramente físico. Existían niveles de intimidad más profundos de lo que ella había imaginado nunca, y aún supo que quedaban placeres que todavía no había saboreado.
El regresó en un momento, trayendo una bolsa de plástico con el nombre impreso de una farmacia. La colocó sobre la mesilla de noche.
—¿Qué es eso?—le preguntó ella.
Él se deshizo de sus pantalones otra vez y se metió en la cama a su lado, atrayéndola contra él—. Una prueba de embarazo.
Ella se puso rígida—. Edward, no creo…
—Es posible —la interrumpió él—. ¿Por qué no quieres saber si es cierto?
—Porque… —Se obligó a parar, y sus ojos eran sombríos cuando alzó la mirada hacia él—. Porque no quiero que te sientas obligado.
Él seguía inmóvil—. ¿Obligado? —le preguntó cauteloso.
—Si estoy embarazada, te sentirás responsable.
Él resopló—. Pues claro. Sería responsable.
—Lo sé, pero no quiero... Quiero que me quieras por mí misma —dijo suavemente, tratando de esconder el anhelo pero sabiendo que no lo había conseguido—. No porque hayamos sido descuidados y hayamos hecho un bebé.
—Te quiero por ti misma —repitió él, suave como una caricia—. ¿No te he dado las dos últimas noches una idea sobre eso?
—Sé que me deseas físicamente.
—Te quiero. —Ahuecando su cara en sus manos, acarició con el pulgar la suave curva de su boca. Sus ojos estaban muy serios—. Te amo, Isabella Marie Denali. ¿Te casarás conmigo?
Sus labios temblaron bajo su roce. Cuando tenía diecisiete años, lo había amado tan desesperadamente que no habría dejado pasar ninguna posibilidad de casarse con él, en cualquier circunstancia. Ahora tenía veintisiete años, y todavía lo amaba igual de desesperadamente, lo amaba tanto que no quería atraparlo en otro matrimonio en el que se sintiera desgraciado. Conocía a Edward, sabía lo profundo que era su sentido de la responsabilidad. Si estaba embarazada, él haría cualquier cosa por cuidar de su hijo, y eso incluiría mentir a la madre sobre sus sentimientos por ella.
—No —dijo ella, con voz casi inaudible cuando se negó a lo que más quería en el mundo. Una lágrima resbaló por el rabillo de su ojo.
Él no insistió, no perdió los estribos, como ella medio esperaba. Su expresión permaneció seria, absorta, mientras atrapaba la lágrima con un suave pulgar—. ¿Por qué no?
—Porque sólo me lo pides por si estoy embarazada.
—Error. Te lo pregunto porque te amo.
—Eso dices tú. —Y deseó que dejara de decirlo. ¿En cuántos sueños lo había oído susurrar aquellas palabras? No era justo que las dijera ahora, justo ahora que ella no se atrevía a permitirse a si misma creerlas. Oh, Dios, lo amaba, pero merecía ser amada por sí misma. Por fin había comprendido la verdad de esto, y no podía engañarse a si misma por ese final de ensueño.
—No es que lo diga yo. Te amo, Bells, y tienes que casarte conmigo.
Bajo la solemne expresión se vislumbraba una cierta satisfacción. Ella lo estudió, buscando bajo la superficie con su velada mirada marrón que tanto veía. Había un destello de autosatisfacción en lo profundo de sus ojos verdes, de feroz triunfo, el aspecto que siempre tenía cuando había logrado llevar a cabo un  trato difícil.
—¿Qué has hecho? —le preguntó, abriendo mucho los ojos, alarmada.
La diversión curvó las comisuras de su boca—. Cuando Kate y yo hablamos anoche, convinimos que sería lo mejor dejar los términos de su testamento tal y como están. Davencourt estará mejor en tus manos.
Ella se quedó blanca—. ¿Qué? —susurró, con algo similar al pánico en su tono. Trató de separarse de él pero había previsto el movimiento, y la abrazó aún más estrechamente de modo que su siguiente protesta quedara amortiguada contra su cuello.
—¡Pero te lo habían prometido a ti desde tenías catorce años! Has trabajado por ello, incluso…
—Incluso me casé con Tanya para ello, —terminó él tranquilamente—. Lo sé.
—Ese era el trato. Regresabas si Kate cambiaba su testamento a tu favor otra vez. —Sintió un enorme vacío y miedo creciendo en su estómago. Davencourt era el señuelo que lo había traído de vuelta, pero ambas, ella y Kate eran conscientes de que él se había construido su propia vida en Arizona. Tal vez prefería Arizona a Alabama. Sin Davencourt para retenerlo aquí, cuando Kate muriera él se marcharía otra vez, y después de estas dos últimas noches no sabía si podría resistirlo.
—Esa no es toda la verdad. No volví debido al trato. Volví porque necesitaba atar viejos cabos sueltos. Necesitaba hacer las paces con Kate; ella es una parte muy importante de mi vida, y le debo mucho. No quise que muriera antes de que despejáramos el aire entre nosotros. Davencourt es especial, pero me ha ido bien en Arizona —dijo con calmado comedimiento—. No necesito Davencourt, y Kate pensaba que tú no lo querías…
—No lo quiero —dijo ella firmemente—. Ya te dije que no quiero pasarme la vida en reuniones de negocios y estudiando informes.
Él le dedicó una perezosa sonrisa—. Es una lástima, cuando eres tan buena en ello. Supongo que tendrás que casarte conmigo, y yo lo haré para ti. A diferencia tuya, me divierto haciendo dinero. Si te casas conmigo, podrás emplear felizmente tú tiempo viendo crecer a los niños y criando caballos, que es lo mismo que habrías hecho aunque Kate me hubiera dejado Davencourt a mí. La única diferencia es que ahora todo ello te pertenecerá, con todo incluido, y serás el jefe.
La cabeza le daba vueltas. No estaba segura de haber oído lo que creía haber oído. ¿Davencourt sería para ella y aún así él se quedaría? Davencourt iba a ser suyo...
—Puedo escuchar como giran los engranajes —murmuró él. Inclinó la cabeza de modo que ella lo mirara a la cara—. Volví por una última razón, la más importante. Volví por ti.
Ella tragó en seco—. ¿Por mí?
—Por ti—. Muy suavemente dejó resbalar un dedo acariciando todo el largo de su columna hasta la hendidura de sus nalgas, y después deshizo el trayecto hacia arriba. Ella tembló delicadamente, fundiéndose contra él. Sabía lo que hacía con este ligero y delicado toque. Su objetivo no era estimularla sino calmarla, tranquilizarla, restablecer la confianza con la que ella le entregó su cuerpo cuando hicieron el amor. El mismo hecho de que no estuviera haciéndole el amor en este mismo instante era prueba de lo mucho que le importaba conseguir su objetivo.
—Déjame ver si puedo aclarártelo un poco—, dijo en tono suave y pensativo, rozando con sus labios su frente—. Te amaba cuando no eras más que una mocosa, tan increíblemente traviesa que es un milagro que mi pelo no haya encanecido prematuramente. Te amaba cuando eras una adolescente de largas y flacas piernas y con unos ojos que me rompían el corazón cada vez que te miraba. Te amo ahora que eres una mujer que hace que se me funda el cerebro, que me tiemblen las piernas y mi polla este siempre dura. Cuando entras en una habitación, mi maldito corazón casi se me sale del pecho. Cuando sonríes, me siento como si hubiera ganado un Premio Nobel. Y tus ojos todavía me traspasan el corazón.
La suave letanía penetró en ella como la más dulce de las canciones, empapando su carne, su alma, todo su ser. Deseaba tanto creerlo, y por eso tenía miedo a hacerlo, miedo a dejar que sus propios deseos la convencieran.
Cuando ella no habló, él comenzó de nuevo con aquellas gentiles caricias—. A Tanya le salió verdaderamente bien la jugada contigo, ¿no? Te hizo sentir tan poco amada y deseada que todavía no lo has superado. ¿No has entendido aún que Tanya mintió? Su vida entera era una mentira. ¿Es que no sabes que Kate te idolatra? Con Tanya muerta, finalmente fue capaz de llegar a conocerte sin que la ponzoña de Tanya la envenenara, y te adora—. Le tomó la mano y la llevó a los labios, donde besó cada uno de sus dedos, y después comenzó a mordisquear las sensibles yemas—. Tanya lleva muerta diez años. ¿Cuánto más tiempo le vas a permitir seguir arruinándote la vida?
Bella echó la cabeza hacia atrás, buscando su mirada con ojos solemnes y perplejos. Con una sensación de asombro, comprendió que nunca lo había visto con un aspecto más decidido, o resuelto. Aquel serio rostro masculino que la miraba de frente era la cara de un hombre que había tomado una decisión y estaba malditamente seguro de conseguir lo que quería. Iba en serio. No quería casarse con ella porque iba a ser la dueña de Davencourt, ya que podría haberlo conseguido sin condiciones. Kate habría honrado su trato. No quería casarse con ella porque puede que estuviera embarazada…
Como si le leyera la mente, y quizás lo hacía, él dijo—: Te amo. No puedo decirte cuánto, porque no existen palabras que lo expresen. He tratado de contar las maneras, pero no soy Browning. No importa si estás embarazada o no, quiero casarme contigo porque te amo. Punto.
—Vale—, susurró ella, y tembló ante la enormidad del paso que estaba dando, y de la alegría que florecía en su interior.
Se quedó sin aire cuando él la aplastó contra su pecho—. Sabes cómo hacer sudar a un hombre—, le dijo ferozmente—. Estaba comenzando a desesperar. ¿Qué te parece casarte la semana que viene?
—¿La semana que viene? —Casi gritó las palabras, al menos todo lo que era capaz, aplastada como estaba contra su pecho.
—No pensarías que iba a darte tiempo para cambiar de opinión, ¿no? —Ella pudo oír la sonrisa en su voz—. Si sueñas con una gran boda en la iglesia, supongo que puedo esperar si no lleva demasiado tiempo prepararlo todo. Kate... bueno, creo que deberíamos estar casados de aquí a un mes, a lo sumo.
Las lágrimas inundaron sus ojos—. ¿Tan pronto? Esperaba... esperaba que llegara al invierno, tal vez a ver otra primavera.
—No lo creo. El doctor le dijo que también le fallaba el corazón. —Él frotó su cara contra su pelo, en busca de consuelo—. Es una vieja mula resistente—, dijo ronco—. Pero está lista para dejarnos. Puedo verlo en sus ojos.
Se abrazaron el uno al otro en silencio durante un momento, lamentándose ya por la pérdida de la mujer alrededor de quien la familia entera giraba. Pero Edward no era un hombre que se dejara distraer fácilmente del camino que se había trazado, y apartándose ligeramente de ella, le lanzó una mirada interrogadora—. Acerca de la boda…
—No quiero una gran boda en la iglesia—, dijo ella enérgicamente, estremeciéndose con la idea—. Ya tuviste eso con Tanya y no quiero repetirlo. Me sentí fatal ese día.
—¿Entonces qué tipo de boda quieres? Podríamos celebrarla aquí, en el jardín, o en el club de campo. ¿Quieres invitar sólo a la familia, o a nuestros amigos también? Sé que tienes algunos, y tal vez yo pueda intimidar a un par.
Ella le dio un pellizco por ese comentario—. Sabes puñeteramente bien que tienes amigos, si quieres permitirte perdonarles y dejarlos volver a ser amigos tuyos. Quiero casarme en el jardín. Quiero que nuestros amigos estén aquí. Y quiero que Kate camine conmigo hasta el altar, si es capaz. Una gran boda sería demasiado para ella, también.
Una esquina de su boca se curvó ante todos aquellos decididos “quiero”. Sospechaba que en poco tiempo, aunque ella hubiera declarado no estar interesada en los aspectos empresariales de Davencourt, metería la nariz en ellos, discutiendo con él sobre algunas de sus decisiones. No podía esperar. Pensar en Bella discutiendo con él lo hizo marearse de placer. Bella siempre había sido obstinada, y lo seguía siendo, aunque ahora sus métodos hubieran cambiado—. Ya ultimaremos los detalles —dijo él—. Nos casaremos la próxima semana si podemos, como máximo en dos semanas, ¿de acuerdo?
Ella asintió, sonriendo un tanto aturdida.
Número siete, pensó él triunfalmente. Y ésta había sido una sonrisa abierta y natural, como si ya no le preocupara mostrar su alegría.

Girándose, cogió la bolsa de plástico de la mesilla y sacó el contenido. Abrió la caja, leyó las instrucciones, y después le pasó una pequeña varita de plástico con una amplia ventanilla en un extremo.
—Ahora—, dijo, con un brillo de determinación en sus ojos verdes, —haz pipi en el palito.
Diez minutos más tarde llamó a la puerta de cuarto de baño—. ¿Qué estás haciendo? —Preguntó con impaciencia—. ¿Estás bien?
—Sí—, dijo ella con voz apagada.
Él abrió la puerta. Ella estaba de pie desnuda delante del lavabo, con la cara blanca de la sorpresa. El palo de plástico descansaba sobre un lado del mismo. Edward lo miró. La ventanilla había sido blanca; ahora era azul. Era un test de embarazo muy simple: si el color de la ventanilla cambiaba, la prueba era positiva. Pasó sus brazos alrededor de ella, atrayéndola hacia la consoladora calidez de su cuerpo. Estaba embarazada. Iba a tener a su bebé—. Realmente no pensabas que lo estuvieras, ¿verdad? —le preguntó con curiosidad.
Ella negó con la cabeza, con expresión todavía atontada—. No… no me siento diferente.
—Supongo que eso cambiara pronto—. Sus grandes manos se deslizaron hacia abajo, a su vientre todavía plano, masajeándolo suavemente. Ella podía sentir el corazón de él latiendo con fuerza y velocidad contra su espalda. Su pene se levantó para empujar con insistencia contra su cadera.
El se había excitado. Se sentía atraído. Se quedó atontada al darse cuenta. Había pensado que él solo sentiría responsabilidad por el bebé; no había creído que se sentiría excitado por la perspectiva de ser padre—. Quieres al bebé—, dijo, su asombro era evidente tanto en su cara como en su voz—. Querías que estuviera embarazada.
—No te quepa la menor duda—. Su voz estaba ronca, y apretó sus brazos alrededor de ella—. ¿Tú no lo quieres?
Su mano vagó hacia abajo, posándose ligeramente sobre el lugar donde el hijo de ella, su hijo, se formaba en su interior. Una resplandeciente expresión de maravilla iluminó su cara, y su mirada encontró la de Edward en el espejo.
—Oh, sí—, dijo suavemente.

3 comentarios:

  1. esperaba con ansias este capitulo estuvo exelente

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  2. que pasa con absurda venganza !hace meses que espero x un capi, porfaaaa...besos

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  3. dios que emocion tendran un bebe ,fascinante...Sigue asi..Besos..

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