jueves, 26 de mayo de 2011

Aclarando las cosas

Capítulo 25Aclarando las cosas”

Querida Marie,
Mis brazos siempre estarán abiertos para usted, al igual que mi corazón…
Mientras Marie miraba los fríos ojos verdes de Edward su cuerpo se estremeció. Entonces le dio la espalda y se abrazó para contener un escalofrío.
—Si quieres puedes llamarme Marie, ahora que ya no estoy a tu servicio.
Oyó sus pasos acercándose a ella. Luego le puso la chaqueta sobre los hombros, envolviéndola con su calor perfumado de enebro.
—Espero que no me pidas una carta de referencia.
—Pues no lo sé. —Marie se encogió de hombros—. Yo creo que cumplí con mis obligaciones con un entusiasmo admirable.
—Puede que sea cierto, pero no quiero que lo hagas para nadie más.
Al oír el tono posesivo de su voz Marie se dio la vuelta para mirarle con el corazón acelerado.
—¿Cómo sabías que estaría aquí?
—No lo sabía. Vine para informar a mis compañeros de que había renunciado a mi cargo. Puedes quedarte con la chaqueta. No la necesitaré.
Ella se arropó con la prenda con miedo a preguntar y esperar nada.
—Pero me alegro de haberte encontrado, porque creo que tengo algo que te pertenece. —Edward metió la mano en su chaqueta, rozándole los pechos con el dorso de los dedos al sacar un papel doblado.
Marie cogió el pliego familiar de color marfil levantando sus ojos desconcertados.
—¿De dónde has sacado esto?
—Lo encontraron los criados debajo de tu colchón en Masen Park. Marks y la señora Cope me lo han traído esta mañana. Cuando te di mis cartas para que las guardaras no sospeché que tú también escondías algo.
—Se debió caer de la cinta la noche que viniste a mi habitación. Supongo que no debería haberlas llevado a Masen Park, pero no podía soportar la idea de dejarlas. —Movió la cabeza sin poder creérselo—. No tenía ni idea. Pensaba que había metido la pata al entregarme la última noche.
—Ya lo creo que te entregaste —con una mirada de complicidad en sus ojos y un timbre oscuro en su voz, de repente todo lo que había habido entre ellos esa noche estaba allí de nuevo—. Y yo estaba dispuesto a aprovecharme de tu generosidad. Pero no fue la última noche cuando se estropeó tu absurda mascarada.
Marie levantó la barbilla con aire desafiante.
—Yo no creo que fuese tan absurda. Te engañé, ¿verdad? El único problema es que también me engañé a mí misma. Pensé que podía expiar todo lo que había hecho ayudándote a adaptarte a tu ceguera. —Le miró sin intentar ocultar el deseo en sus ojos—. Pero lo cierto es que me habría arriesgado a cualquier cosa, incluso a que me odiaras, por estar cerca de ti.
Un viejo dolor ensombreció los ojos de Edward.
—Si tanto deseabas estar cerca de mí, ¿por qué te fuiste corriendo del hospital? ¿Tan abominable te parecí?
Ella levantó una mano y le tocó suavemente la cicatriz.
—No huí de ti porque me horrorizara verte. Huí porque me horrorizaba lo que te había obligado a hacer, todo por una fantasía infantil. Quería que conquistaras mi corazón luchando contra un dragón. No me di cuenta de que en el mundo real suelen ganar los dragones. Me horrorizaba lo que te había costado. Me culpaba por tu cicatriz y tu ceguera. No creía que pudieras perdonarme.
—¿Por qué? ¿Por querer que fuera un hombre mejor?
—Por no querer lo suficiente al hombre que eras. —Dejó caer su mano—. Volví al hospital al día siguiente. Pero ya te habías ido.
Edward miró su cabeza inclinada y la suave caída de sus rizos dorados. En ese momento era Marie, la joven a la que había amado. Y Bella, la mujer que le había amado a él.
—Tenías razón —dijo—. No te quería. Tú lo dijiste. No te conocía realmente. Sólo eras un sueño.
Al oír esas palabras Marie sintió que el corazón se le partía en dos como un bloque de hielo. Volvió la cara para que no viera sus lágrimas.
Pero Edward levantó su barbilla y le obligó a mirarle.
—Pero ahora te conozco. Sé lo valiente y obstinada que eres. Sé que eres más inteligente que yo. Sé que roncas como un osito. Sé que tienes mal genio y una lengua afilada y que puedes dar algunas de las mejores refutaciones que he oído nunca. Sé que haces el amor como un ángel y que sin ti mi vida es un infierno. —Le rodeó la mejilla con la mano con un brillo de ternura en sus ojos—. Antes sólo eras un sueño. Ahora eres un sueño hecho realidad.
Mientras acercaba los labios a los suyos Marie sintió que una dulzura vertiginosa le recorría las venas. Luego puso sus brazos a su alrededor y respondió a su beso con un ardor que los dejó temblando.
Edward se apartó.
—Sólo tengo una pregunta más.
Ella recuperó su cautela.
—¿Sí?
Él la miró con el ceño fruncido.
—¿Es verdad que has visto a muchos hombres sin camisa?
Marie se rió a través de sus lágrimas.
—Sólo a ti.
—Bien. Vamos a mantenerlo así, ¿vale?
Luego la cogió en sus brazos como una niña.
Mientras los largos pasos de Edward les llevaban hacia la calle Marie apoyó la cabeza en su hombro, sintiéndose como si hubiera llegado por fin a casa.
—Antes de continuar debo insistir en que aclares tus intenciones. ¿Me estás ofreciendo un puesto como enfermera o como amante?
Él besó con ternura su nariz, sus mejillas y sus labios entreabiertos.
—Te estoy ofreciendo un puesto como esposa, amante, condesa y madre de mis hijos.
Marie suspiró acurrucándose aún más en sus brazos.
—Entonces acepto. Pero espero que me regales alguna chuchería extravagante de vez en cuando.
Edward la miró utilizando su cicatriz diabólicamente.
—Sólo si te las ganas.
De repente se puso tensa en sus brazos y abrió los ojos horrorizada.
—¡Oh, no! Acabo de darme cuenta de algo. ¿Qué va a decir tu madre?
Edward sonrió mientras la nieve caía sobre ellos.
—¿Por qué no vamos a averiguarlo? —Se puso serio—. Esto no es un sueño, ¿verdad? ¿Seguirás estando aquí cuando me despierte por la mañana?
Marie le acarició la mejilla cariñosamente, sonriéndole a través de un velo de lágrimas de alegría.
—Todos los días, mi amor. El resto de nuestras vidas.

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