martes, 24 de mayo de 2011

Borracha

Capítulo 24 “Borracha”
Bella resplandecía cuando bajó a desayunar. Edward ya estaba allí, a medio terminar con su habitualmente ingente desayuno, pero hizo una pausa con el tenedor en el aire cuando ella entró en el comedor. Vio que su mirada se demoraba sobre su cara, y luego descendía a lo largo de su cuerpo. Esta noche, pensó ella. Esta noche, había prometido él. Se llenó el plato con más comida de la que normalmente tomaba e hizo un esfuerzo para comerse la mayor parte de ello.
Era sábado, pero todavía había trabajo por hacer. Edward ya estaba en el estudio, y Bella se demoraba con su segunda taza de café cuando Maggie bajó—. Kate no se encuentra bien —dijo irritada mientras comenzaba a servirse huevos revueltos en un plato—. Lo de anoche fue demasiado esfuerzo para ella.
—Quería hacerlo —dijo Bella—. Era importante para ella.
Maggie alzó la vista, y sus ojos brillaban con lágrimas. Su barbilla tembló levemente antes de que ella lo controlara—. Fue una tontería —se quejó—. Tantos problemas por una fiesta.
Pero Maggie lo sabía, al igual que todos ellos: esta había sido la última fiesta de Kate, y quiso que fuera memorable. Fue su esfuerzo para tratar de reparar el daño que sentía que le había causado a Edward hacía diez años al no defenderlo.
Kate había mantenido a raya su declive a pura fuerza de voluntad, porque todavía había cabos que quería atar. Eso ya había concluido, y ahora no tenía más razones por las que seguir luchando. La bola de nieve rodaba colina abajo ahora, tomando velocidad directa hacia su inevitable final. Por las largas y tranquilas conversaciones con Kate, Bella sabía que esto era lo que ella quería, pero no era fácil dejar ir a la mujer que había sido el baluarte familiar durante tantísimo tiempo.

Sam Uley llamó a Edward esa tarde—. Embry me ha contado lo que pasó —dijo, con su arrastrado acento del Sur—. Interesante como el infierno.
—Gracias —dijo Edward.
Sam se rió entre dientes, un sonido que acabó en un resuello—. Embry y yo observamos la muchedumbre anoche, pero no vimos nada extraño excepto aquella pequeña escena en el patio. Bella tiene fibra, ¿verdad?
—Me dejó sin aliento —murmuró Edward, y no pensando solamente en cuando hicieron el amor más tarde. Ella había permanecido de pie en medio de la muchedumbre como una llama pura y dorada, con la cabeza erguida y la voz alta y clara. No había vacilado en lanzarse a la batalla para defender su nombre, y el último resquicio de él que se agarraba a la imagen de “la pequeña Bella” se había desvanecido. Era una mujer, más fuerte de lo que ella creía y quizás estaba comenzando a darse cuenta de esa fuerza. Era una Denali y, a su manera, tan regia toda ella como Kate.
La voz de Sam se inmiscuyó en sus pensamientos—. ¿Has pensado en alguien que pudiera odiarte durante tanto tiempo, un odio lo bastante profundo como para que matara a Tanya a causa de ello?
Edward suspiró cansado—. No, y me he estrujado el cerebro pensando en ello. Incluso he revisado viejos archivos, tratando de encontrar algún detalle, de recordar algo que dé sentido a todo esto.
—Bien, sigue pensando. Eso es lo que me incomodó sobre el asesinato de Tanya desde el principio: no parecía haber ninguna razón, ninguna que yo pudiera ver. Infiernos, si incluso hay una razón para los disparos que te hicieron conduciendo. Quienquiera que matara a Tanya —y te estoy diciendo que no creo que lo hicieras tú— lo hizo por una razón que nadie más conoce. Y si tu teoría es correcta, entonces la razón no tiene que ver con ella. Alguien iba tras de ti, y ella se interpuso en el camino.
—Encuentra el motivo —dijo Edward—, y daremos con el asesino.
—Esa es la manera en la que siempre he trabajado.
—Entonces esperemos dar con ello antes de que me dispare de nuevo... o alguien más se interponga en su camino—. Colgó y se frotó los ojos, tratando de unir las piezas del rompecabezas pero simplemente se negaban a encajar. Se desperezó y se levantó. Tenía que ir a la ciudad a hacer un recado, así que tenía que tomar una decisión: ir sobre seguro y dar un rodeo, o tomar su ruta habitual y esperar que le dispararan y así tener otra oportunidad de atrapar al tirador,  contando con que fallara el tiro. Menuda elección.

Kate bajó a cenar esa noche, era la primera vez en todo el día que salía de su habitación. Su rostro estaba macilento, y la parálisis de sus manos había empeorado, pero estaba radiante de alegría por el éxito de la fiesta. Varios de sus amigos la habían llamado a lo largo del día y le habían dicho que fue una fiesta sencillamente maravillosa, lo que significaba que había conseguido su objetivo.
Estaban todos a la mesa excepto Lauren, quien se había marchado por la mañana temprano y no había vuelto aún. Después de charlar animadamente durante varios minutos, Kate miró a Bella y dijo—, Querida, estoy tan orgullosa de ti. Lo que dijiste anoche marcó una verdadera diferencia.
Todos, excepto Edward y Bella, parecieron aturdidos. Kate nunca perdía detalle de lo que ocurría, aunque probablemente fueron uno o más de sus amigos quienes la habían informado sobre lo sucedido en el patio.
—¿Qué? —preguntó Maggie, mirando de Kate a Bella y viceversa.
—Oh, Rebecca Black hizo un comentario venenoso sobre Edward, y Bella hizo de ello algo personal. Consiguió que todos se sintieran avergonzados de sí mismos.
—¿Rebecca Black?— Jessica estaba horrorizada—. ¡Oh, no! Nunca perdonará a Bella por avergonzarla en público.
—Al contrario, Rebecca en persona me ha llamado hoy y se disculpó por su comportamiento. Admitir cuando estás equivocada es un gesto distintivo de ser una señora.
Bella no estaba segura de si era o no una indirecta hacia Maggie, ya que esta jamás admitiría estar equivocada en nada. Kate y Maggie se querían, y ante una crisis confiaban en poder apoyarse una en otra, pero su relación de hermanas era tormentosa.
Los ojos de Edward encontraron los suyos, y le sonrió. Despacio y sonrojándose un poco, ella le devolvió la sonrisa.
Número seis, pensó él triunfalmente.
La puerta de la calle se cerró de un portazo y se escuchó el vacilante repiqueteo  de unos tacones a través de las baldosas del vestíbulo—. Yuhuuu —gritó Lauren—. ¿Dónde está todo el mundo? Yuu…
—¡Maldición! —dijo Edward violentamente, apartando de un empujón su silla de la mesa. La alarma se encendió, sonando como todos los demonios del infierno. Todos dieron un salto y se taparon los oídos. Edward salió corriendo del comedor, y un segundo después Tyler lo siguió.
—Oh, no, los caballos —exclamó Bella, y se lanzó hacia la puerta. Cuando probaron la alarma, todos los caballos se habían espantado aterrorizados. Edward se había planteado la posibilidad de optar por una alarma menos estruendosa pero prevaleció la seguridad de la familia sobre el nerviosismo de los caballos.
El horrible jaleo se detuvo cuando llegó al vestíbulo, y en su lugar se pudo escuchar a Lauren dando alaridos con risa incontrolable y a Edward maldiciendo a diestro y siniestro. Tyler se giró hacia Lauren y le gritó—, ¡Cállate!
Todos los demás se agolparon en el vestíbulo detrás de Bella mientras Lauren se enderezaba apartándose del enorme y tallado pilar del inicio de la escalera, al que se sujetaba. La cara de Lauren se crispó de furia. Frunció la boca y escupió a su hermano.
—No me digas que me calle —le dijo con desprecio. La saliva no llegó a dar a Tyler, no obstante bajó la mirada hacia las húmedas salpicaduras sobre el suelo con la repugnancia grabada en la cara.
Jessica miró a su hija horrorizada—. ¡Estás borracha! —jadeó.
—¿Y? —exigió Lauren beligerantemente—. Sólo me divertía un poco, no hay nada malo en ello.
Edward le lanzó una mirada que habría congelado el infierno—. Pues diviértete en otra parte. Te lo advertí, Lauren. Tienes una semana para encontrar otro sitio donde vivir, después te quiero fuera.
—¿Oh, sí? —Ella se rió—. Tú no puedes echarme, muchachote. Puede que la tía Kate tenga un pie en la tumba, pero hasta que el otro no le haga compañía, este sitio no es tuyo.
Jessica se tapó la boca con la mano, mirando a Lauren como si no la reconociera. Mike dio un amenazador paso hacia adelante, pero Edward lo detuvo con una mirada. Kate se irguió, y se le endureció la expresión mientras esperaba a ver como Edward manejaba la situación.
—Tres días —le dijo en tono grave a Lauren           —. Y si vuelves a abrir la boca, la fecha límite será mañana por la mañana. —Lanzó una mirada en dirección a Bella—. Venga, deberíamos ir a ayudar a calmar a los caballos.
Salieron por la puerta principal y rodearon la casa; pudieron oír los relinchos asustados de los caballos tan pronto como salieron al exterior, y el golpeteo de estos en los establos mientras pateaban frenéticamente sus compartimentos. Las largas piernas de Edward daban un enorme paso por cada dos suyos, y Bella prácticamente corría para poder mantenerse a su lado. Harry y los pocos mozos de establo quienes todavía seguían en el trabajo a aquella hora hacían todo lo posible por calmar a los aterrorizados animales, canturreándoles y tratando de mantenerlos en su sitio. La verdad es que la mayor parte del lenguaje que usaban eran maldiciones y palabrotas, pero pronunciadas en el más suave de los tonos.
Bella entró corriendo en el establo y se sumó con su especial canturreo al arrullo. Los caballos que permanecían afuera estaban tan asustados como los que seguían en sus cubículos, pero probablemente no se harían daño porque tenían espacio para correr. Los caballos encerrados eran sobre todo animales con heridas o enfermos, y podrían empeorar aún más en su pánico por escapar.
—Silencio —dijo Harry con las manos, y todos se callaron, dejando a Bella canturrear. Todos siguieron con las caricias, pero la voz de Bella tenía una cualidad única que capturó la atención de cada uno de los animales del establo. Tenía ese don desde la infancia, y Harry lo había usado más de una vez para tranquilizar a un caballo asustado o nervioso.
Edward se movió a lo largo de la fila de compartimentos, acariciando los cuellos estirados y sudorosos, al igual que el resto de ellos. Bella canturreaba suavemente, yendo de cubículo en cubículo, modulando el tono de su voz en lo justo para que los caballos tuvieran que estirar las orejas como si trataran de atrapar cada nota. Al cabo de cinco minutos, todos los inquilinos del establo estaban tranquilos, aunque continuaban sudorosos.
—Traigan trapos, muchachos —murmuró Harry—. Vamos a secar a mis bebés.
Bella y Edward ayudaron con esto, también, mientras Harry comprobaba a cada animal por si tenían nuevas heridas. Todos parecían estar bien, excepto por sus dolencias originales, pero Harry sacudió la cabeza en dirección a Edward—. No me gusta ese maldito chillido —dijo categóricamente—. Y los caballos no van a acostumbrarse a él, es demasiado agudo. Les hace daño en los oídos. Le hace daño a los míos también, puñetas. ¿Qué demonios ha pasado?
—Lauren —dijo Edward con disgusto—. Llegó como una cuba y no tecleó el código cuando entró.
Harry frunció el ceño—. En que estaría pensando la señorita Kate cuando dejó a esa putilla, y perdón por mi lenguaje, instalarse en Davencourt, no tengo ni idea.
—Ni yo, pero se larga en tres días.
—No lo bastante pronto, si quiere mi opinión.
Edward miró alrededor y localizó Bella al fondo del establo—. Seguimos teniendo un problema, Harry. Hasta que volvamos a la normalidad, dejaré la alarma porque es lo bastante ruidosa como para despertarte hasta a ti, aquí, y puede que necesitemos tu ayuda.
—¿Qué tipo de problema, jefe?
—Alguien me disparó ayer. Creo que es la misma persona que entró en la casa la semana pasada y puede que hasta la misma que mató a Tanya. Cuando Lauren se haya marchado, si la alarma se dispara, entonces es que es una verdadera emergencia. En el peor de los casos, puede que tú seas el único que pueda ayudarnos.
Harry lo miró reflexivamente, y después asintió brevemente. —Me parece que voy a asegurarme de que mi rifle está limpio y cargado —dijo.
—Lo agradecería.
—La señorita Bella no lo sabe, ¿verdad?
—Nadie lo sabe excepto yo, el Sheriff Call, y Sam Uley. Y ahora tú. Es difícil atrapar a alguien si se huele una trampa.
—Bien, espero que esta alimaña caiga pronto, porque no voy descansar tranquilo mientras sepa que la maldita alarma puede dispararse en cualquier momento y hacer que los caballos se vuelvan locos.
Edward tampoco lograría descansar mientras Bella y Kate estuvieran inseguras aún bajo su propio techo. Tenía que encontrar al maldito asesino, por su seguridad y la de todos los que habitaban Davencourt.


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