Capítulo 16 “Advertencia”
La tarde siguiente, Bella suspiró mientras se reclinaba contra el respaldo del enorme sillón de cuero, masajeándose el cuello para aliviar la tensión. Una ordenada pila de invitaciones, con la dirección ya puesta, descansaban sobre una esquina del escritorio, pero un vistazo a la lista de invitados le dijo que aún le quedaban, al menos, un tercio de las invitaciones por escribir.
Una vez que Kate consiguió el consentimiento de Edward para la fiesta, había comenzado a trazar sus planes de batalla. Todo el que era alguien tenía que ser invitado, lo que hizo que la lista de invitados abarcara unas quinientas personas. Una muchedumbre de ese tamaño sencillamente no cabría en casa, ni siquiera, en una casa tan grande como Davencourt, a menos que los metieran en los dormitorios. Kate no se había desanimado; simplemente abrirían las puertas francesas del salón a la terraza, decorarían con guirnaldas de luces los árboles y arbustos del jardín, y dejarían que la gente entrara y saliera a su gusto. De todas formas la terraza era mejor para bailar.
Bella había comenzado el trabajo de inmediato. Era imposible que Sue se las arreglara para preparar comida para semejante multitud, así que se dispuso a localizar a un proveedor que pudiera suministrar comida para una fiesta de semejante tamaño con tan poca antelación, porque la fecha que Kate había elegido era en menos de dos semanas. Lo había hecho intencionadamente, no queriendo dar tiempo a los invitados para que se lo pensaran demasiado, pero con tiempo suficiente para que pudieran comprar un traje nuevo y pedir cita en la peluquería. Los pocos proveedores en el área de los Shoals estaban ya comprometidos para aquella fecha, así que Bella se había visto obligada a contratar a una firma de Huntsville con la que nunca había trabajado antes. Sólo esperaba que todo saliera bien.
Había una tonelada de artículos de decoración almacenados en el desván y cientos de tiras de lucecitas, pero Kate había decidido que solo utilizarían las de color melocotón porque esté suave color favorecería a todo el mundo. No había ninguna luz de este color en el desván. Después de una docena de llamadas, Bella las había localizado en una tienda especializada en Birmingham, y consiguió que las enviaran de inmediato.
No había sillas suficientes, incluso teniendo en cuenta que una parte de los invitados estarían bailando o deambulando por el jardín. Hubo que traer más sillas, había que contratar una orquesta, encargar las flores, y encontrar una imprenta que pudiera hacerles las invitaciones inmediatamente. Todo esto estaba finalmente conseguido, y ahora Bella estaba ocupada escribiendo la dirección en los sobres. Había estado con ello durante las tres últimas horas, y estaba agotada.
Recordaba a Kate cuando se encargaba de esta tarea. Una vez le preguntó por qué no contrataba a alguien para hacerlo, ya que le parecía una tarea horrorosamente aburrida, permanecer sentar durante horas escribiendo direcciones en cientos de sobres. Kate le había contestado de manera arrogante que una señora tenía que tomarse la molestia de invitar personalmente a cada uno de sus invitados, lo que Bella interpretó cómo que significaba que era una de aquellas anticuadas reglas de etiqueta sureña que seguían vigentes, sin importar lo ilógica que resultara. Se había prometido a si misma que ella nunca haría algo tan aburrido.
Ahora, pacientemente, avanzaba con la lista de invitados. El trabajo seguía siendo aburrido, pero ahora entendía por qué la costumbre seguía vigente; daba una sensación de continuidad, de relación con aquellos que se habían ido. Su abuela había hecho esto, al igual que su bisabuela, y su tatarabuela, remontándose a un largo número de generaciones. Aquellas mujeres eran una parte de si misma, sus genes todavía pervivían en ella, aunque al parecer ella iba a ser el fin de la línea genealógica. Solo había existido un hombre para ella, y no estaba interesado. Fin de historia, fin de la familia.
Resueltamente Bella se desprendió de todo pensamiento sobre Edward para poder concentrarse en el trabajo manual. Estaba acostumbrada a hacer cualquier papeleo en el escritorio del despacho, pero Edward había estado trabajando allí esa mañana. Aún sentía un pequeño sobresalto siempre que lo veía sentarse en la silla que había llegado a considerar como suya, sobresalto que no podía competir con la oleada de felicidad que la embargaba siempre ante su visión.
Se había retirado a una soleada salita en la parte de atrás, porque era la más privada, y comenzó su trabajo en el escritorio de allí. La silla resultó ser un instrumento de tortura si pasabas en ella más de quince minutos, así que se trasladó al sofá, con la escribanía en el regazo. Se le durmieron las piernas. Cuando Edward se había marchado después del almuerzo a visitar Esme, aliviada, Bella se aprovecho de su ausencia para instalarse a trabajar en el estudio. Se sentó en el sillón y todo pareció de nuevo correcto. El escritorio era de la altura adecuada, el sillón cómodo y familiar.
Ella pertenecía a esta silla, pensó. Sin embargo, se negó a sentir resentimiento. Aquí era donde se había sentido necesaria por primera vez en su vida, pero pronto tendría algo que le pertenecería únicamente a ella. La muerte de Kate marcaría el final de una etapa de su vida y el comienzo de otra. ¿Por qué preocuparse por este símbolo de poder cuándo de todos modos pronto se marcharía a otra parte? Tan solo le resultaría angustioso abandonar a Edward, pensó, porque en realidad todo esto le había sido prometido a él mucho antes de que ella asumiera, en su ausencia, la administración de Davencourt.
Había una enorme diferencia entre el papeleo financiero y escribir direcciones, al menos en cuanto a la importancia de ambos, pero físicamente era igual de agotador. Trabajando por fin con relativa comodidad, dejó la mente en blanco mientras continuaba con las invitaciones.
Al principio apenas fue consciente de que la fatiga se apoderaba de su cuerpo, de tan acostumbrada como estaba. Se obligó a ignorarla y con cuidado escribió unas cuantas direcciones más, pero de repente sus párpados se volvieron tan pesados que apenas podía mantenerlos alzados. Su temor de las dos últimas noches de caer profundamente dormida y volver al sonambulismo había sido infundado; a pesar de la fatiga que invadía hasta el último rincón de su cuerpo apenas consiguió dar una par de cabezadas y en total logró dormir apenas un par de horas cada noche. La noche anterior, otra vez, había sido casi dolorosamente consciente de la presencia de Edward en la habitación de al lado, y se había despertado varias veces atenta a sus movimientos.
Ahora era consciente de lo tranquila que estaba la casa. Edward se había ido, y Kate dormía la siesta. Mike y Tyler estaban en el trabajo. Maggie y Jessica podrían estar en contra de celebrar la fiesta, pero ambas se habían marchado a comprarse un nuevo vestido, y Liam se había ido con ellas. Lauren desapareció inmediatamente después del desayuno, con un despreocupado “volveré más tarde,” y ninguna indicación de a dónde iba.
A pesar del aire acondicionado, el estudio estaba caldeado por la intensidad del feroz sol veraniego que se colaba por las ventanas. Los párpados de Bella fueron cayendo poco a poco hasta que se cerraron completamente. Ella siempre intentaba no dormir la siesta durante el día porque esto sólo contribuía a que le resultara más difícil conciliar el sueño por la noche, pero a veces la fatiga la vencía. Allí sentada, en el tranquilo y cálido estudio, perdió la batalla por mantenerse despierta.
Edward se percató, en cuanto entró en el garaje de que el coche de Bella estaba en su sitio, de que Lauren ya había regresado y de que Maggie y Jessica aún seguían fuera de compras. Fue, sin embargo, la presencia del coche de Bella, la que hizo que un ardiente latigazo de excitación recorriera su cuerpo. Ella había tenido reuniones vespertinas los dos días que llevaba de regreso, y medio esperaba que esa tarde también hubiera salido, aunque no había dicho nada sobre tener una cita. En la cerrada estructura social de las pequeñas ciudades, los negocios y los compromisos sociales a menudo se solapaban, a la manera de antes. Hasta que él no estuviera totalmente integrado de nuevo en la sociedad del condado otra vez, Bella tendría que ocuparse de aquellas obligaciones ella sola.
Aunque no había esperado verla tan poco. En el pasado, Bella siempre iba pegada a sus talones, fuera lo que fuera que él estuviera haciendo. Cuando tenía siete u ocho años, había tenido que impedir físicamente que lo siguiera dentro del cuarto de baño, e incluso así, se limitó a esperarlo en la puerta .Claro que por entonces, ella acababa de perder a sus padres y él había sido su única fuente de seguridad; su frenética dependencia había cesado gradualmente conforme ella se fue aclimatando. Pero incluso cuando se convirtió en adolescente, siempre estaba allí, su carita tan del montón, girada hacia él como un girasol hacia el astro rey.
Pero ya no era del montón; se había convertido en una mujer asombrosa, con la clase de estructura ósea fuerte y definida, cuya belleza no sucumbiría a la edad. Él había luchado consigo mismo para resistir la constante tentación; no podía aprovecharse de su angustiosa vulnerabilidad solo para satisfacer su lujuria. Maldita fuera su estampa, sin embargo, porque en vez de mostrarse vulnerable, ella se había tornado completamente remota con él, y la mayor parte del tiempo ni siquiera estaba cerca. Era como si lo estuviera evitando a propósito, y esta comprensión lo sacudió en lo más profundo. ¿Se sentía avergonzada porque se había acostado con él? Recordó lo hermética que había sido su expresión a la mañana siguiente. ¿O estaba resentida porque él iba a heredar Davencourt en vez de ella?
Kate dijo que Bella no tenía interés ninguno en dirigir Davencourt, pero ¿y si se equivocaba? Bella escondía demasiado detrás de aquel apacible y remoto rostro. Hubo un tiempo en que él había sido capaz de leer en ella como en un libro abierto, y ahora se encontraba observándola siempre que podía, tratando de descifrar el más mínimo parpadeo o gesto que pudiera insinuar sus sentimientos. La mayoría de las veces, sin embargo, lo único que veía era la fatiga que la consumía y la reservada paciencia con que ella lo soportaba.
Si se hubiera percatado antes de lo malditamente agotadora que esta fiesta sería para ella, nunca habría estado de acuerdo en celebrarla. Si cuando entrara en casa ella seguía trabajando, iba a obligarla a parar. Su cara estaba pálida y consumida, y unas oscuras ojeras habían aparecido bajo sus ojos, prueba de que no había dormido. El insomnio era una cosa; no dormir por la noche y matarse a trabajar durante el día otra muy distinta. Necesitaba hacer algo que la distrajera, y pensó que un largo y relajado paseo a caballo era la respuesta. No sólo porque a ella le encantaba montar, sino porque además puede que el ejercicio físico obligara a su cuerpo a descansar esa noche. También a él le vendría bien; había estado pasando largas jornadas de trabajo en el sillón casi cada día, y echaba de menos el ejercicio, casi tanto como la relajante compañía de los caballos.
Entró en la cocina y sonrió a Sue, que tarareaba feliz alrededor de los fogones, sin aparente prisa o una determinada finalidad en su deambular, pero consiguiendo siempre una enorme cantidad de deliciosas comidas. Sue apenas había cambiado en todos los años que la conocía, pensó. Debía rondar ya los sesenta, pero su pelo seguía teniendo el mismo tono entrecano que lucía cuando el llegó a vivir a Davencourt. Era bajita y rolliza, y su bonachona naturaleza resplandecía en sus ojos azules.
—Esta noche tenemos tarta helada de limón de postre,— le dijo, sonriendo ampliamente, pues sabía que era su favorito. —Asegúrese de dejarse un hueco para ella.
—Puedes estar segura.— La tarta helada de Sue estaba tan buena, que no le importaría que fuera el único plato de la cena. —¿Sabes dónde está Bella?
—Claro. Bessie acaba de estar aquí, y ha dicho que la señorita Bella estaba dormida en el estudio. No me sorprende, mire lo que le digo. Solo con mirar a la pobre chiquilla puede verse que las últimas noches han sido malas, incluso peor que de costumbre.
Estaba dormida. El alivio batalló contra la desilusión, porque esperaba con ilusión aquel paseo con ella. —No la molestaré —prometió. —¿Kate ha despertado de su siesta ya?
—Supongo, pero aún no ha bajado.— Sue sacudió tristemente la cabeza. —El tiempo no ha pasado en vano para la señorita Kate. Uno puede siempre saber cuando los viejos empiezan a marcharse, porque incluso dejan de comer lo que antes les volvía locos. Es el modo en que la naturaleza nos va apagando, supongo. La comida favorita de mi madre, bendita sea su alma, eran los perritos calientes y la ensalada de col, pero unos meses antes de fallecer me dijo que ya no le apetecían y no lo volvió a probar.
El plato favorito de Kate, por encima de cualquier otro, era el quimbombó. Le gustaba frito, hervido, en escabeche, de cualquier manera en que estuviera preparado. —¿Sigue comiendo todavía Kate su quimbombó? — le preguntó suavemente.
Sue negó con la cabeza, con tristeza en los ojos. —Dice que este año no le encuentra sabor.
Edward abandono la cocina y caminó silenciosamente por el pasillo. Dobló la esquina y se detuvo cuando vio a Lauren de espaldas, abriendo la puerta del estudio y echando una ojeada al interior. Supo de inmediato lo que pensaba hacer; la muy perra iba a cerrar de golpe la puerta y despertar a Bella. Lo invadió la furia, y se puso en movimiento mientras ella retrocedía y abría la puerta todo lo que su brazo le permitía. Vio tensarse los músculos de su antebrazo mientras se disponía a dar un portazo con todas sus fuerzas, y justo entonces llegó junto a ella, y atenazó con mano de acero su nuca. Ella dio un grito sofocado y se quedó congelada.
Edward cerró la puerta con suavidad, y después la arrastró lejos del estudio, sujetándola aún por el cuello con un hermético apretón. Le giró la cabeza de modo que pudiera verlo. Jamás en su vida había estado más furioso, y quiso sacudirla como si fuera una muñeca de trapo. En una escala de importancia del uno al diez, despertar a Bella de una siesta era tan solo algo mezquino y rencoroso, a pesar de lo desesperadamente que ella necesitaba el sueño. Pero a él le importaba un pimiento esa escala general, porque Bella verdaderamente necesitaba esa siesta, y aquella mezquindad lo enfadaba aún más por su intrínseca estupidez. Lauren no iba a conseguir o ganar malditamente nada molestando a Bella; era simplemente una bruja, y él no iba a consentírselo.
Su rostro era una máscara de pavor cuando alzó la mirada hacia él, quien continuaba sujetando su cuello arqueado hacia atrás en una incómoda posición. Sus ojos azules se habían desorbitado alarmados al ser atrapada cuando pensaba que estaba sola, pero una mirada astuta se deslizaba ya en ellos mientras comenzaba a tramar la forma de escapar de este apuro.
—No te molestes en buscar excusas,— le dijo él, sin rodeos, manteniendo bajo el tono de voz para no molestar a Bella. —Tal vez debería dejarte un par de cosas claras, y así sabrás exactamente dónde te encuentras. Será mejor que reces para que, mientras Bella esté durmiendo, el aire nunca cierre una puerta de golpe, que un gato vagabundo no tire nada, o Dios no lo permita, se te olvide permanecer quietecita. Porque no importa lo que ocurra, si en ese momento estás en alguna parte de la propiedad, voy a culparte a ti. ¿Y sabes qué pasará entonces?
Le cambió la cara cuando comprendió que él no iba a escuchar ninguna de sus excusas. —¿Qué?— se burló. – ¿Irás a buscar tu fiel hierro de la chimenea?
Su mano se cerró aún más sobre su cuello, haciéndola estremecer.
—Peor,— dijo él, con tono sedoso. —Al menos para ti. Te echaré de esta casa tan rápido que tu culo dejará una marca en la escalera. ¿Está claro? Mi tolerancia es nula con los parásitos, y tú estás rozando mi límite para el uso del antiparásitos.
Ella se congestionó con un desagradable y oscuro rubor y trató de sacudírselo. Edward la dominó, arqueando las cejas mientras esperaba una respuesta.
—Bastardo,— escupió ella. —Tía Kate cree que puede obligar a la gente a aceptarte, pero nunca lo harán. Serán agradables contigo mientras les convenga, pero en cuanto ella esté muerta, averiguarás lo que realmente piensan de ti. Solo has vuelto porque sabes que se está muriendo, y quieres Davencourt y el dinero.
—Y lo tendré,— dijo, y sonrió. No fue una sonrisa amable, pero no se sentía amable. Desdeñosamente la soltó. —Kate dijo que cambiaría su testamento si regresaba. Davencourt me pertenecerá, y tú saldrás de aquí de una patada. Pero no solo eres una zorrita, sino además estúpida. Antes de esto, era Bella quien iba a heredar en vez de mí, pero tú has estado comportándote con ella como una mocosa malcriada y rencorosa. ¿Crees que ella te hubiera dejada quedarte aquí tampoco?
Lauren sacudió la cabeza. —Bella es una blandengue. Puedo manejarla.
—Lo que he dicho: estúpida. No dice nada ahora porque Kate le importa mucho, y no quiere alterarla. Pero en cualquier caso, deberías empezar a buscarte otro sitio donde dormir.
—Mi abuela no te dejará echarme.
Edward bufó. — Davencourt no pertenece a Maggie. No es decisión suya.
—¡Tampoco es tuyo aún! Pueden pasar muchas cosas hasta que la Tía Kate muera. — Hizo que sus palabras sonaran como una amenaza, y él se preguntó qué nueva maldad estaría tramando.
Estaba cansado de tratar con la pequeña bruja. —Entonces tal vez debería añadir otra condición: Si abres la boca y causas problemas, te echo de aquí. Ahora sal de mi vista antes de que decida que causas más problemas de lo que en realidad vales.
Ella se alejó bruscamente de él, dándole la espalda y meneando el trasero para demostrarle que no le tenía miedo. Tal vez no se lo tuviera, pero podía estar malditamente segura de que cumpliría su palabra.
Con sigilo abrió la puerta del estudio para asegurarse de que no habían despertado Bella con su discusión. Había tratado de mantener baja la voz, pero Lauren no se había molestado en hacer lo mismo, y sombríamente se prometió que esa misma noche la pondría de patitas en la calle si los ojos de Bella estaban abiertos. Pero continuaba dormida, enroscada en el sillón de la oficina con su cabeza encajada en un rincón del respaldo del asiento. Permaneció de pie en la entrada, contemplándola. Su cabello castaño oscuro estaba despeinado alrededor de su rostro, y el sueño había proporcionado un delicado rubor a sus mejillas. Sus senos se movían arriba y abajo con un lento y profundo ritmo.
Había dormido igual la noche que pasaron juntos; el poco tiempo que él la dejo dormir. Si hubiera sabido entonces lo verdaderamente ajeno que un profundo y reconstituyente sueño era para ella, no la habría despertado tantas veces. Pero inmediatamente después, cada una de las veces, ella se había enroscado en sus brazos, de aquella misma manera, con su cabeza descansando sobre su hombro.
Una afilada punzada de deseo lo atravesó. Le gustaría poder abrazarla de aquella forma otra vez, pensó. Podría dormir en sus brazos tanto tiempo como quisiera.
dios que encantador es y que estará tramando Lauren...Sigue asi... Besos...
ResponderEliminartengo ganas de saber lo que planea lauren jijiji...ya espero el proximo para poder leerlo tiene que ser interesante...:)
ResponderEliminarbesiitos
te quieere luna de amanecer
PS: actualize ;)
que lindo es Edward cuidando que no la despierten un abrazo patricia1204
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