Capítulo 18 “Expiación de pecados”
Querida Marie,
Cada minuto parece una eternidad mientras espero tu respuesta…
—¿Te has vuelto loco? —Bella empujó a Edward con la fuerza suficiente para que se cayera al suelo.
Una vez allí se incorporó con expresión desconcertada.
—No se me había ocurrido que era mucho más seguro pedirlo por carta.
Saltando de la cama, Bella empezó a pasearse por la pequeña habitación, reflejando con sus pasos frenéticos el tumulto de su corazón.
—Puede que el golpe no te haya afectado sólo a la vista. Puede que te haya afectado también a la memoria. Porque pareces haber olvidado que eres un conde, un miembro de la nobleza, mientras que yo soy una simple sirvienta.
—Bella, tú eres…
Ella se dio la vuelta para mirarle.
—¡Señorita Dwyer!
En sus bellos labios se dibujó una media sonrisa que la enfureció aún más.
—Señorita Dwyer, eres la mujer que adoro y con la que tengo intención de casarme.
Ella lanzó las manos al aire.
—Lo tuyo no tiene remedio, ¿verdad? Estás recuperando la vista sólo para perder el juicio.
—¿No te das cuenta de que no te queda otra opción?
—¿Por qué dices eso?
—Porque ya te has comprometido. ¿Lo has olvidado?
Por el gesto desafiante de su boca sabía que no podría olvidar con qué desvergüenza había vibrado bajo su mano, las oleadas de placer que habían sacudido todo su cuerpo. Se llevaría ese recuerdo a la tumba.
—Te libero de cualquier obligación. No hay ninguna razón para que pases el resto de tu vida pagando por una estúpida indiscreción.
Él arqueó una ceja.
—¿Eso fue para ti lo que pasó anoche? ¿Una indiscreción?
Incapaz de pensar una negativa convincente, Bella continuó paseando.
—Estoy segura de que tu madre se habría quedado horrorizada si hubiera sabido que pediste en matrimonio a la hija de ese barón. ¿Qué diría si le contaras que tienes intención de casarte con tu enfermera?
Edward agarró el dobladillo de su camisón mientras pasaba por delante de él y la sentó sobre su regazo. Luego la rodeó con sus brazos haciendo imposible cualquier idea de escapar.
—¿Por qué no vienes conmigo ahora y lo averiguamos?
Al retorcerse sólo consiguió que la abrazara con más fuerza.
—¡Le daría un ataque a la pobre mujer! Con esa noticia la matarías. Y a mí también —añadió con seriedad.
Él se rió.
—No es tan ogro como parece. De hecho, cuando nos conocimos, vi que había una notable similitud con tu…
Bella puso una mano sobre su boca.
—¡No lo digas! ¡No te atrevas a decirlo!
Riéndose aún, Edward apartó la mano de sus labios.
—Estoy seguro de que llegarás a quererla. —Su voz se suavizó mientras el destello de maldad desaparecía de sus ojos, dejándolos con un tierno brillo—. Después de todo va a ser la abuela de tus hijos.
Las palabras de Edward se clavaron como un cuchillo en el corazón de Bella, haciendo que vislumbrara un futuro que nunca podría compartir. Parpadeó para contener las lágrimas. Es posible que no tuviera mañana, pero podía tener esa noche.
—Estaba equivocada —susurró.
Él frunció el ceño.
—¿En qué?
—Soy el tipo de mujer que se deja seducir con palabras floridas y promesas extravagantes. —Envolviéndole la mejilla con la mano, levantó la cara a su altura.
Mientras Edward sentía la suavidad de los labios de Bella debajo de los suyos fue como si una luz hubiera iluminado su alma. Rodeando con un brazo sus caderas, la levantó a la estrecha cama de hierro y la tendió entre las sábanas arrugadas.
Sabía que debía esperar hasta que estuvieran casados. Pero había esperado tanto tiempo ese momento que parecía más que una vida.
—Espera —dijo ella parándole casi el corazón—. Voy a apagar la vela.
Él esperó a que volviera a sus brazos antes de murmurar:
—De todas formas no necesito la vela. Sólo te necesito a ti.
Buscando el dobladillo de su camisón, Edward se lo quitó por encima de la cabeza. En ese momento se sintió como un desposado. Saber que Bella estaba desnuda debajo de él, que podía pasar toda la noche explorando los exquisitos tesoros de su cuerpo, hizo que se le quedara la boca seca y que sus manos temblaran de deseo.
Hacía mucho tiempo que no tenía a una mujer desnuda en sus brazos. Incluso antes de Trafalgar había pasado varios meses de celibato voluntario pensando en Marie. Mientras los demás marineros del Victory satisfacían sus necesidades carnales con prostitutas durante sus breves estancias en tierra, él permanecía a bordo del barco releyendo las cartas de Marie. Su cuerpo ardía por desahogarse, pero había dejado que se consumiera mientras soñaba con el día en el que se reuniría con ella. Aunque hubiera sabido que ese día no llegaría nunca, habría estado dispuesto a esperar ese momento. A Bella.
Edward se desató el cinturón de la bata y la dejó caer sobre sus hombros, desesperado por sentir su piel. Besándola como si cada beso fuese el último, se deslizó hábilmente debajo de su cuerpo, gimiendo cuando su pecho se encontró con la dulce blandura de sus senos, cuando su miembro hinchado rozó los suaves rizos de su entrepierna. Quería hundirse en ella inmediatamente, disfrutar de todo el placer que le había sido negado durante esos largos meses.
Pero Bella no era una prostituta. Se merecía más que un polvo rápido. Se agarró a sus hombros y lanzó un gemido de protesta cuando apartó su boca de la suya y la puso de costado. Apenas había sitio para los dos en la estrecha cama, pero eso le venía bien a Edward. De ese modo le resultaba más fácil poner una pierna sobre su muslo y acurrucarse bajo su cuello mientras le rodeaba un pecho con la mano. Su pezón estaba ya tan maduro como una baya suculenta rogándole que lo tomara en su boca.
Y eso es lo que hizo para complacerla: acariciarlo, lamerlo y succionarlo con los labios, la lengua y los dientes hasta que ella empezó a arquearse debajo de él mientras le tiraba del pelo. Una exultación familiar le recorrió las venas. No necesitaba la vista para eso. Hacer el amor a una mujer en la oscuridad siempre había sido para él tan natural como respirar.
—Puedo sentirlo —susurró ella entre jadeos sonando desconcertada y escandalizada a la vez.
—Eso espero —respondió él levantando la cabeza de su pecho a regañadientes—. No quisiera hacerte perder el tiempo.
—No. Quiero decir…
Edward tenía la sensación de que si pudiese ver su cara en ese momento habría estado teñida con un rubor adorable.
—… ahí abajo —concluyó Bella.
Él movió la cabeza mientras se le escapaba una risa de impotencia.
—Puedo prometerte que vas a sentir mucho más ahí abajo antes de que acabe contigo.
Como si fuese a cumplir su promesa, deslizó una mano por la piel satinada de su abdomen. Ella se estremeció bajo su tacto, pero él prolongó el placer y el tormento tomándose su tiempo para explorar la suave curva de su vientre y los huecos de sus caderas.
Para cuando sus dedos rozaron la suavidad de su vello púbico, bastó con un empujoncito de su muslo para que separase las piernas y le permitiera acceder a lo que había entre ellas.
—Haces que me sienta lasciva —confesó suspirando de placer—. Como si pudiese hacer cualquier cosa por ti… contigo.
Edward no pensaba que pudiera excitarse más, pero mientras una serie de imágenes eróticas vertiginosas pasaban por su mente se dio cuenta de que estaba equivocado.
—Estaré encantado de darte toda una vida para comprobarlo.
—¿Y si no tuviésemos toda una vida? —Le abrazó con una fiereza sorprendente—. ¿Y si sólo tuviésemos este momento?
—Entonces no perdería ninguna oportunidad para hacer esto —dijo buscando su boca para darle un tierno beso—. O esto. —Bajó los labios a su pecho y pasó la lengua alrededor del pezón hinchado—. O esto. —Su voz se convirtió en un gemido mientras deslizaba los dedos entre sus rizos, acariciando la suave piel de abajo.
Ella gimió con sus caricias en una ronca canción de bienvenida. Su cuerpo estaba ya preparado para recibirle, abriéndose como una flor bajo el beso del sol. Entonces pasó el pulgar sobre el capullo que se escondía entre esos pétalos aterciopelados. Quería que ardiera para él, que anhelara ese momento en el que le tomaría dentro de ella y la haría suya.
—Por favor, Edward… —Se arqueó contra su mano susurrándole al oído—: No puedo esperar más.
Mientras separaba los muslos comenzó a acariciarle su miembro palpitante, haciéndole la invitación que ningún hombre podía resistir.
Mientras sus dedos le rodeaban como lazos de terciopelo, él apretó los dientes en un arrebato de éxtasis.
—Bueno, si me lo pides así.
Entonces se puso encima de ella con su erección sobre sus rizos húmedos, situados a las puertas del cielo.
—Edward, hay algo que tengo que decirte. —Se aferró a su espalda con una nota de pánico en su voz.
Sus dedos buscaron sus labios y los hicieron callar con una tierna caricia.
—Está bien, Bella. No tengo que saber nada más. Sé que no has sido totalmente sincera conmigo. Una mujer como tú no solicitaría un trabajo como éste si no estuviese huyendo de su pasado. Pero no me importa. No me importa si ha habido otro hombre antes que yo. No me importa si ha habido una docena de hombres. Lo único que me importa es que ahora mismo estás en mis brazos.
Para demostrar que era un hombre de palabra, Edward echó las caderas hacia atrás y penetró en su interior. A través de un velo de placer oyó un grito quebrado y sintió algo frágil e irreemplazable que cedía ante la insistente demanda de su cuerpo.
Entonces se quedó inmóvil dentro de ella con miedo a moverse y a respirar.
—¿Bella?
—¿Mmmm? —respondió con un ronco chillido.
Edward intentó quedarse quieto mientras ella le abrazaba en un arrebato de placer.
—¿Qué ibas a decirme?
Oyó cómo tragaba saliva.
—Que no lo había hecho nunca.
Él se derrumbó sobre su cuello reprimiendo un juramento.
—¿Quieres que pare? —Incluso mientras lo decía no sabía si podría hacerlo.
Ella movió la cabeza violentamente.
—No. —Enredando sus dedos en su pelo, volvió a acercar su boca a sus labios—. Nunca.
Mientras sus lenguas se envolvían en una deliciosa danza se arqueó contra él, y ese simple movimiento le dejó extasiado. Edward siempre se había enorgullecido de su sofisticación. Le sorprendió comprobar que aún era lo bastante bárbaro para querer golpearse el pecho y lanzar un grito de triunfo, todo porque era el primer hombre que la había tomado, el único. Empezó a deslizarse hacia dentro y hacia fuera con unos movimientos largos y profundos diseñados especialmente para transformar sus quejidos de dolor en gemidos de placer.
Con Bella para compartirla con él, la oscuridad ya no era un enemigo, sino un amante. Todo era textura y sensación, fricción y contraste. Ella era suave. Él era áspero. Ella daba. Él recibía.
Pensando que se merecía una indulgencia por el dolor que le había causado, algo que hiciese que mereciera la pena, Edward puso una mano entre ellos. Sin dejar de acariciarla con la lengua y con el pene, la tocó con suavidad hasta que se convulsionó a su alrededor con un grito ronco que fue casi su perdición.
Levantándole los brazos sobre la cabeza y entrelazando sus dedos hasta que sus manos y sus corazones quedaron unidos, susurró apasionadamente:
—Agárrate a mí, cielo. No me sueltes nunca.
Bella obedeció, envolviendo sus delgadas piernas a su alrededor. Entonces no pudo aguantar más, no pudo resistir el ritmo frenético que le golpeaba la sangre como tambores tribales. Edward la penetró con fuerza una y otra vez hasta que acabaron los dos ebrios de placer, hasta que sintió esos intensos temblores que comenzaban a surgir de sus entrañas una vez más.
Mientras sentía una poderosa sacudida y se derramaba en un cálido torrente, Edward le cubrió la boca con la suya temiendo que sus gritos despertaran a toda la casa.
Bella se despertó en brazos de Edward. La cama era tan estrecha que sólo podían estar de lado con la espalda contra su pecho, como dos cucharas en un cajón.
Al mirar hacia la ventana se alegró al comprobar que el cielo estaba aún oscuro, sin ninguna luz que anunciara el amanecer. Le habría gustado quedarse allí para siempre con el musculoso brazo de Edward alrededor de su cintura, su aliento moviéndole el pelo y su trasero desnudo acurrucado en sus caderas. Podía sentir su corazón latiendo contra su espalda en una dulce nana.
Hasta esa noche sólo tenía una vaga idea de lo que sucedía entre un hombre y una mujer en la alcoba. Pero no estaba preparada para la realidad. Por primera vez comprendió que un acto aparentemente simple llevara a las mujeres a buscarse la ruina y a los hombres a arriesgarlo todo. Comprendió por qué se escribían sonetos, se libraban duelos y se perdían vidas, todo por la magia que se producía cuando un hombre y una mujer se unían en las sombras de la noche.
Había una nueva ternura entre sus muslos, un nuevo dolor que añadir al de su corazón. Sin embargo era un dolor dulce y un precio muy pequeño por el milagro de tener a Edward dentro de ella.
Como si pudiera captar la dirección de sus pensamientos, Edward se movió y estrechó el brazo alrededor de su cintura mientras la envolvía aún más con su cuerpo.
Algo empujó la suavidad de sus nalgas. Algo duro e insistente. Bella no pudo resistir la tentación de dar a su trasero un meneo experimental.
Edward lanzó un gruñido somnoliento antes de murmurar:
—Cielo, no tientes al dragón si no quieres que te coma viva. —Le apartó el pelo revuelto del cuello y le rozó la nuca con los labios con una ternura que le hizo estremecerse de deseo—. Antes no debería haber sido tan brusco contigo. Necesitas tiempo para recuperarte.
Sabiendo que eso era un lujo que no tenía, se arqueó contra él apoyando sus nalgas contra su erección.
—Sólo te necesito a ti.
Edward gimió en su oreja.
—Eso no es justo. Sabes que es lo único que nunca podría negarte.
Pero podía negarse a sí mismo mientras la complacía. Con una mano empezó a rozar sus pezones alternando el índice y el pulgar mientras deslizaba la otra entre sus piernas y acariciaba la piel hinchada con exquisito cuidado. Poco después Bella sintió que se derretía en un intenso arrebato de placer. Tuvo que morder la almohada para no gritar en voz alta.
Sólo entonces cubrió con sus manos la suavidad de sus pechos y se deslizó dentro de ella por detrás. Bella quería moverse contra él, animarle a moverse, pero él la retuvo hasta que su cuerpo empezó a vibrar a su alrededor, haciendo resonar con su latido insistente el ritmo de su corazón.
—Por favor… —gimió a punto de desmayarse en sus brazos—. Edward, por favor…
Su súplica incoherente recibió la atención que merecía. Nunca había soñado que fuese posible sentir tanta pasión y tanta ternura a la vez. Para cuando acabó con ella no podría haber dicho dónde terminaba su cuerpo y dónde comenzaba el suyo. Sólo sabía que se sentía como si se le estuviese rompiendo el corazón y que tenía las mejillas llenas de lágrimas.
—Estás llorando —dijo él obligándola a tumbarse.
Ella contuvo un sollozo.
—No.
Le tocó la mejilla con un dedo y luego se lo llevó a los labios para demostrar que estaba mintiendo.
—Es lo que siempre había sospechado —dijo con tono serio—. No tienes por qué ocultar más tiempo la verdad.
Respirando agitadamente, Bella parpadeó.
Él puso una mano sobre su corazón.
—Debajo de esa fachada práctica late el corazón de una auténtica romántica. No te preocupes, señorita Dwyer. Tu secreto está a salvo conmigo. —La miró de reojo, con el corte diabólico de su cicatriz haciendo que pareciese un libertino—. Siempre que me compense, por supuesto.
—Puedes contar con eso. —Acercando su boca a la de ella, Bella selló su promesa con un beso ardiente.
Bella se puso la última horquilla en el pelo para asegurar su grueso moño en la nuca. Llevaba la misma falda marrón y la misma chaqueta que el día que llegó a Masen Park. A un observador casual le habría parecido que era exactamente la misma mujer. Ese observador no se habría fijado en el color sonrosado de sus mejillas, en las marcas de la barba en su cuello, en sus labios aún hinchados por los besos de su amante.
Mientras se ponía su sombrero de paja se volvió hacia la cama.
Edward estaba tumbado boca abajo en la luz perlada del amanecer, ocupando con su impresionante cuerpo casi todo el colchón. Tenía la cabeza apoyada sobre sus brazos, con la rodilla derecha levantada hacia un lado, arrastrando casi la sábana de sus estrechas caderas. Un espeso mechón de pelo cobrizo le cubría la cara.
Su gigante dorado.
Sus manos deseaban tocarle una vez más, pero sabía que no podía arriesgarse a despertarle. En un vano intento de vencer la tentación se puso un par de guantes negros.
No tenía más remedio que dejar el baúl. Ya había sacado la maleta medio hecha de debajo de la cama. Sólo le quedaba una cosa por hacer.
Se acercó a la cama midiendo cada paso como si fuese el último. Mientras se arrodillaba a unos centímetros de su cara, Edward se movió y murmuró algo en sueños. Bella contuvo el aliento, pensando por un momento que abriría los ojos, que en vez de mirar a través de ella miraría en las profundidades de su alma.
En vez de eso lanzó un profundo suspiro y se dio la vuelta, tanteando con su mano las sábanas revueltas como si estuviese buscando algo.
Deslizando la mano bajo el colchón, Bella cogió el montón de cartas que había metido allí la noche anterior. Sin molestarse en atarlas con el lazo, las metió en la maleta y luego ajustó las correas.
Después sacó un papel doblado del bolsillo de su falda, y le tembló un poco la mano mientras lo dejaba en la almohada junto a la cabeza de Edward.
Lo siguiente que supo es que estaba en la puerta con la maleta en la mano.
Se permitió echar una última mirada a Edward. Pensaba expiar sus pecados viniendo aquí, pero parecía que sólo había acumulado un pecado tras otro, cada uno más imperdonable que el anterior. Pero quizá el mayor de todos había sido enamorarse tan profundamente de él.
Apartando la vista de la cama, salió de la habitación cerrando con cuidado la puerta detrás de ella.
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