jueves, 21 de abril de 2011

Al diablo con todo

Capítulo 7 “Al diablo con todo”

Los siguientes días fueron un infierno.
El área por completo de Shoals, que comprendía Tuscumbia, Muscle Shoals, Sheffield, y Florence, las cuatro ciudades que se arracimaban donde Colbert y el condado de Lauderdale confluían con el Río Tennessee, tenían la atención clavada en el espectáculo del sangriento asesinato del miembro de una de las familias más prominentes del condado de Colbert, y la consiguiente investigación de su marido como posible asesino. Edward era muy conocido, aunque todavía no tan respetado aún, como Garrett Denali lo había sido, y por supuesto, todo el que era alguien conocía a Tanya, la estrella de la alta sociedad local. El chisme se extendió como la pólvora. Edward no había sido detenido, y lo único que el sheriff había dicho es que lo habían interrogado y puesto en libertad, pero en lo que respectaba a todos esto era como decir que él lo había hecho.

A causa de lo cual, y en vista de cómo su propia familia lo trataba, los cotilleos volaban. Kate rompía a llorar siempre que lo veía, y aún no había sido capaz de hablar con él. Maggie y Liam Brennan estaban convencidos de que Edward había matado a Tanya, y aunque públicamente no habían hecho ninguna declaración, sí habían dejado caer unos cuantos comentarios a sus amigos más íntimos, de los de “entre tú y yo”.  Los más íntegros manifestaron su desaprobación cuando el chismorreo se fue extendiendo, pero esto no evitó que creciera como la mala hierba.

Los dos hijos de Maggie y Liam, Erick y Jessica, mantuvieron a sus respectivas familias tan alejadas de Edward como pudieron.

Sólo la madre de Edward, Esme, y su tía Didyme parecían convencidas de su inocencia, pero claro, era lógico. Él siempre había sido el favorito de Didyme, mientras que prácticamente ignoraba a los nietos de Maggie. Una definitiva escisión iba dividiendo la familia. Y en cuanto a Bella, que había descubierto el cuerpo, se decía que estaba enferma por el shock y prácticamente se había secuestrado a sí misma. Siempre había sido como un cachorrito pegado a los talones de Edward, pero ni siquiera ella se acercaba a él. El rumor era que no habían hablado desde la muerte de Tanya.

Las malas lenguas extendieron el rumor de que Tanya había sido salvajemente golpeada antes de que la hubieran matado; alguien más añadió que había sido mutilada. Comentaron que Edward había sido sorprendido en flagrante delito con Bella, su primita, pero la incredulidad le impidió creerlo realmente. Tal vez lo habían pillado, ¿pero con Bella? Venga ya, si era flaca como un poste, poco atractiva, y no tenía ni idea de cómo atraer a un hombre.
De todos modos, obviamente Edward había sido pillado con alguien, y el chisme voló mientras se especulaba sobre la identidad de la desconocida.

La autopsia de Tanya fue completada, pero los resultados no se hicieron públicos pendientes del resultado de la investigación. Se efectuaron los arreglos para el entierro, y asistieron tantas personas a la iglesia que no cabían todos. Incluso gente que no la conocía personalmente asistió por curiosidad. Edward permaneció de pie solo, una isla alrededor de la que todos los demás fluctuaban, pero sin tocarlo jamás. El sacerdote le presentó sus condolencias. Nadie más lo hizo.

En el cementerio, fue más de lo mismo. Kate estaba desconsolada, llorando sin control mientras contemplaba el féretro cubierto de flores de Tanya, sostenido por raíles de cobre sobre la desnuda y profunda abertura de la tumba. Era un caluroso día de verano, sin una sola nube en el cielo, y el radiante y ardiente sol pronto los tuvo a todos goteando de sudor. Pañuelos y variopintos trozos de papel fueron usados para abanicar lánguidamente los sudorosos rostros.

Edward estaba sentado al final de la primera fila de sillas plegables que habían sido colocadas bajo el dosel para la familia más cercana. Esme se sentó a su lado, sosteniendo firmemente su mano, y Didyme se sentó junto a ella. El resto de la familia había ocupado las demás sillas, aunque nadie parecía impaciente por ser quien se sentara justo detrás de Edward. Finalmente Bella ocupó aquella silla, una frágil aparición, que había ido quedándose cada vez más delgada desde el día del asesinato de Tanya. Por una vez, no tropezó ni tiró nada. Su rostro estaba pálido y remoto. Su pelo castaño oscuro, por lo general tan desordenado, estaba severamente retirado de su cara y recogido hacia atrás con una cinta negra. Ella solía estar siempre removiéndose, como si tuviera demasiada energía en su interior, pero ahora permanecía extrañamente inmóvil. Varias personas le lanzaron miradas curiosas, como si no estuvieran completamente seguros de su identidad. Sus facciones demasiado grandes, tan poco adecuadas para la delgadez de su cara, de alguna manera parecían adecuadas para la remota severidad que ahora la envolvía. Seguía sin ser bonita, pero tenía un algo...

Finalizaron las oraciones, y los afectados fueron discretamente alejados de la tumba para que el féretro pudiera ser  bajado y la tumba rellenada. Nadie abandonó de hecho el cementerio, excepto unos cuantos que tenían otras cosas que hacer y no podía esperar más a que pasara algo. El resto se arremolinó alrededor, apretando la mano de Kate, besándola en la mejilla. Nadie se acercó a Edward. Permaneció de pie, solo, tal como lo hizo en el tanatorio y después en la iglesia, con expresión severa y remota.

Bella aguantó tanto como pudo. Lo había evitado, sabiendo lo mucho que debía odiarla, pero el modo en que la gente lo trataba la hizo sangrar por dentro. Se acercó a su lado y deslizó su mano en la de él, sus helados y frágiles dedos, aferrándose a la dureza y la cálida fuerza de los suyos. Él bajo la vista hacia ella, sus ojos verdes dándole una bienvenida tan cálida como el hielo.

—Lo siento —susurró ella, sus palabras sólo audibles para él. Era intensamente consciente de todas las ávidas miradas clavadas sobre ellos, especulando sobre su gesto. —Es culpa mía que te traten así. —Las lágrimas anegaron sus ojos, enturbiando su visión cuando alzó la vista hacia él. –Solo quería que supieras que no... No lo hice con intención. No sabía que Tanya estaba bajando. No había hablado con ella desde el almuerzo.

Algo refulgió en sus ojos, y él tomó una larga y controlada bocanada de aire. –No importa —dijo, y suave pero firmemente apartó su mano de su apretón. El rechazo fue como una bofetada. Bella se tambaleó bajo el impacto, con expresión brutalmente desolada. Edward murmuró una maldición por lo bajo y de mala gana levantó la mano para estabilizarla, pero Bella retrocedido. —Entiendo —dijo, todavía susurrando. —No te molestaré más. —Y se escabulló, tan insustancial como un fantasma vestido de negro.

De alguna manera consiguió mantener la fachada. Era más fácil ahora, como si la capa de hielo que la rodeaba impidiera que todo la desbordara. El rechazo de Edward casi la había agrietado, pero después del golpe inicial, la capa se había espesado en defensa propia, haciéndose aún más fuerte. El ardiente sol caía sobre ella, pero Bella se preguntó si volvería a sentir calor alguna vez.

Apenas había dormido desde la noche en que había encontrado el cuerpo de Tanya. Cada vez que cerraba los ojos, la sangrienta imagen parecía estar en el interior de sus párpados, donde no podía evitarla. La culpa y la infelicidad le impedían comer poco más que unos bocados, y había perdido incluso más peso. La familia era más amable con ella, quizás debido a su propio sentimiento de culpa por el modo en que la habían tratado inmediatamente después de que encontrara el cuerpo de Tanya, cuando creyeron que Bella había matado a su prima, pero daba igual. Era demasiado poco, demasiado tarde. Bella se sentía tan alejada de ellos, de todo, que a veces era como si ni siquiera estuviera allí.

Después de que la tumba hubiera sido cerrada y una multitud de flores colocada para cubrir la tierra, toda la familia y muchos otros condujeron de vuelta a Davencourt. La planta superior había estado clausurada durante dos días, pero después el sheriff Uley tan solo clausuró la escena del crimen y les había permitido hacer uso del resto de la planta, aunque todos se habían sentido extraños al principio. Sólo el primo Erick y su familia se alojaban en la casa, sin embargo, ya que todos los otros parientes vivían cerca. Edward no había dormido en Davencourt desde el asesinato de Tanya. Pasaba los días allí, pero por la noche se marchaba a un motel. La tía Maggie dijo que se sentía aliviada, porque no se habría sentido segura con él en casa durante la noche, y Bella sintió ganas de abofetearla. Sólo el deseo de no causar a la abuela más tensión la contuvo.

Sue había preparado enormes cantidades de comida para alimentar a la muchedumbre que esperaban y se alegro de la oportunidad de mantenerse ocupada. La gente deambuló, entrando y saliendo del comedor donde habían instalado el bufete, rellenando sus platos y volviéndose a juntar en pequeños grupos donde discutían sobre la situación en voz apagada.
Edward se encerró en el estudio. Bella se marchó a los establos y se instaló en la cerca, encontrando consuelo en la contemplación del retozo de los caballos. Buckley la vio y trotó hacia ella, presionando su cabeza sobre la cerca para que lo acariciara. Bella no había montado a caballo desde la muerte de Tanya; de hecho, esta era su primera visita a los establos. Rascó a Buckley detrás de las orejas y le canturreo dulcemente, pero su mente no estaba en lo que hacía y decía, eran solo gestos automáticos. Aún así, al caballo no pareció importarle; sus ojos se entrecerraron de placer, y emitió un ruidoso gruñido.

—Te ha echado de menos —dijo Harry, apareciendo detrás de ella. Se había quitado el traje que llevó al entierro y ahora vestía sus familiares pantalones de faena y botas.

—Yo también lo he echado de menos.

Harry apoyó los brazos sobre el travesaño superior y contempló su reino, su mirada se fue tornando más cálida conforme miraba a los animales, lustrosos y rebosantes de salud, que amaba. —No tienes buen aspecto —le dijo, sin rodeos.    —Tienes que cuidarte más. Los caballos te necesitan.

—Está siendo una mala época —contestó ella, con voz aplanada.

—Sí, es cierto —estuvo de acuerdo. —Todavía no parece real. Y es una vergüenza como trata la gente al señor Edward. Venga ya, él no ha matado a la señorita Tanya más que yo. Cualquiera que lo conozca sabría eso.— Harry había sido ampliamente interrogado sobre la noche del asesinato. Había oído a Edward marcharse y había estado de acuerdo con todos los demás que en que había sido aproximadamente entre las ocho y las ocho y media, pero no había oído ningún coche después de eso hasta que llamaron al sheriff y empezaron a llegar los coches patrulla del condado a la escena. Lo había despertado de un profundo sueño el grito de Bella, un sonido que aún conseguía que se estremeciera cuando lo recordaba.

—La gente sólo ve lo que quiere ver —dijo Bella. —Al tío Liam le encanta escuchar el sonido de su propia voz, y la tía Maggie es tonta.

—¿Qué crees que pasará ahora? Con ellos viviendo aquí, quiero decir.

—No lo sé.

—¿Cómo va a resistirlo la señorita Kate?

Bella sacudió la cabeza. –El Doctor Gerandy la mantiene ligeramente sedada. Amaba muchísimo a Tanya. Sigue llorando todo el tiempo. —Kate se había ido apagando alarmantemente desde la muerte de Tanya, como si esto hubiera sido un golpe demasiado terrible incluso hasta para alguien como ella. Había depositado todas sus esperanzas para el futuro sobre Edward y Tanya, y ahora era como si estas hubiesen sido destruidas, con Tanya muerta y Edward sospechoso de su asesinato. Bella esperó durante días que la Abuela se acercara a Edward y abrazándolo, le dijera que ella creía en él. Pero por la razón que fuera,  que la abuela estaba demasiado paralizada por la pena o tal vez porque realmente pensó que Edward podría haber matado a Tanya, tal cosa no había sucedido. ¿No podía ver la abuela lo mucho que Edward la necesitaba? ¿O estaba tan sumida en su propio dolor que no podía ver el de él?

Bella esperaba con temor los días que se avecinaban.
  
—Tenemos los resultados de la autopsia —dijo Sam a Edward el día después del entierro. Estaban en la oficina de Sam otra vez. Edward tenía la sensación de haber pasado más tiempo allí desde la muerte de Tanya que en cualquier otro lugar.

El aturdimiento inicial ya había pasado, pero la pena y la cólera todavía las reprimía en su interior, aún más potentes por la necesidad guardárselas dentro. No se atrevió a bajar la guardia ni un segundo o su rabia explotaría sobre todos: sus supuestos amigos, que se habían mantenido tan lejos de él como si hubiera contraído la lepra; sus socios, algunos de los cuales parecían secretamente encantados con su problema, los bastardos; y por encima de todos ellos su amada familia, quienes por lo visto, todos ellos, pensaban que era un asesino.

Sólo Bella se había acercado a él y le había dicho que lo sentía. ¿Porque había sido ella misma quien asesinara a Tanya por accidente, y tenía miedo de decirlo? No podía estar seguro, sin importar lo que sospechara. Lo que sí sabía era que ella también lo había evitado, Bella quien siempre hacia lo que fuera para ir pegada a sus talones, y que definitivamente se sentía culpable por algo.

No podía evitar preocuparse por ella. Sabía que no estaba comiendo, y estaba alarmantemente pálida. También había cambiado, de forma muy sutil, de un modo que no podía analizar porque estaba todavía tan enfadado que no podía concentrarse en aquellas diminutas diferencias.

—¿Sabías que Tanya estaba embarazada? —preguntó Sam. Si no hubiera estado sentándose en ese momento, las piernas de Edward se habrían doblado, dejándolo caer. Contempló a Sam totalmente conmocionado.

—Me parece que no —dijo Sam. Maldición, este caso tenía tantos giros y recovecos como un laberinto. Edward seguía siendo el mejor sospechoso como asesino de Tanya, lo cual no era mucho decir, pero así estaban las cosas. No había pruebas, punto; ningún testigo y ningún móvil que conocieran. No podría condenar ni a un mosquito con las pruebas que tenía. La coartada de Edward se había comprobado. El testimonio de Bella había establecido que Tanya estaba viva cuando Edward se había marchado, así que lo único que tenían era un cadáver. Un cadáver embarazado, según el último giro.

—Estaba aproximadamente de siete semanas, según el informe. ¿Tenía nauseas o algo por el estilo?

Edward hizo un gesto negativo. Sentía los labios entumecidos. De siete semanas. El bebé no era suyo. Tanya lo había estado engañando. Se tragó el nudo que sentía en la garganta, tratando de dilucidar lo que esto significaba. No había encontrado ninguna indicación de que le había sido infiel, y tampoco hubo ningún cotilleo; en una pequeña ciudad, habría corrido el chisme, y la investigación de Sam lo habría destapado. Si le decía a Sam que el bebé no era suyo, entonces éste sería considerado como un motivo creíble para matarla. Pero ¿y si la había matado su amante? Sin tener ninguna pista de quién pudiera ser ese hombre, no había ningún modo de averiguarlo, incluso asumiendo que Sam lo escuchara.

Calló cuando pensó que Bella podría haber matado a Tanya, y ahora se veía forzado a mantener la misma posición otra vez. Por la razón que fuera, porque no podía obligarse a destruir a Bells o porque revelar que el bebé de Tanya no era suyo era atraer incluso más sospechas sobre su propia cabeza, el asesino de su esposa iba a quedar impune. Una oleada de impotente rabia lo inundó otra vez, corroyéndolo por entero, como el ácido; rabia hacia Tanya, hacia Bella, hacia cada uno, y sobre todo hacia sí mismo.

—Si ella lo sabía —dijo finalmente, con voz ronca, —no me lo contó.

—Bien, algunas mujeres se retrasan desde el principio, y otras no. Mi esposa tuvo el período durante cuatro meses con nuestro primer hijo; no teníamos ni idea de por qué vomitaba todo el tiempo. No sé por qué lo llaman nauseas matutinas, porque Emily vomitaba a todas horas del día y noche. Nunca sabía lo que la hacía sentirse mal. Pero bueno, con los demás, lo supo casi desde el principio. Supongo que ella aprendió a reconocer los síntomas. De todos modos, lo siento, Edward. Lo del bebé y todo eso. Y, uh, mantendremos el caso abierto, pero francamente no tenemos ni una mierda de pista para continuar.

Edward permaneció sentado durante un momento, contemplando el blanco de sus nudillos mientras se aferraba a los brazos de la silla.

—¿Significa eso que no vas a investigarme más?

—Supongo que es lo que significa.

—¿Puedo abandonar la ciudad?

—No puedo impedírtelo.

Edward se levantó. Todavía estaba pálido. Se detuvo en la puerta y miró atrás en dirección a Sam. —No la maté —dijo.

Sam suspiró. —Era una posibilidad. Tenía que comprobarlo.

—Lo sé.

—Desearía haber descubierto al asesino para ti, pero no pinta bien.

—Lo sé —dijo Edward otra vez y silenciosamente cerró la puerta detrás de él.

En un momento de su corto paseo hasta el motel, tomó su decisión.

Él embaló su ropa, pagó la cuenta del motel, y condujo de vuelta a Davencourt. Su mirada era amarga cuando contempló la magnífica y vieja casa, coronando un leve promontorio, con sus elegantes y refinadas alas extendidas, como dando la bienvenida a su seno. Había amado vivir aquí, un príncipe en su propio reino, sabiendo que un día sería todo suyo. Le había gustado contribuir por sí mismo a la prosperidad de su reino. Incluso se había casado con la princesa. Infiernos, había estado más que encantado de casarse con ella. Tanya había sido suya desde aquel lejano día cuando se habían sentado juntos, meciéndose en el columpio bajo el enorme y viejo roble y tuvieron su primera batalla por el dominio.

¿Se había casado con ella por puro ego, determinado a demostrarle que no podía jugar sus pequeños juegos con él? Si era honesto, entonces la respuesta era sí, esa había sido una de las razones. Pero otra había sido el amor, un amor extraño mezcla de una infancia compartida, un papel compartido en vida, y la fascinación sexual que había existido entre ellos desde la pubertad. No era buena base para el matrimonio, ahora lo sabía. El sexo había perdido su fascinación malditamente rápido, y su pasado en común y las vivencias compartidas no habían sido lo bastante fuertes para mantenerlos unidos después de que la atracción hubiera desaparecido.

Tanya había estado acostándose con otro hombre. U hombres, por lo que él sabía. Conociendo a Tanya como la conocía, comprendió que probablemente lo había hecho como venganza, porque no se había plegado humildemente a cada uno de sus caprichos. Ella era capaz de casi todo cuando la contrariaban, y aún así nunca esperó que fuera a engañarlo. Su reputación en Tuscumbia y Colbert Country había sido demasiado importante para ella, y estas no eran grandes ciudades de paso donde los amantes pudieran ir y venir sin que nadie les prestara demasiada atención. Esto era el Sur, y en algunos aspectos el Viejo Sur, donde las apariencias y los modales refinados primaban, al menos entre los estratos medio y alto de la sociedad.
Pero no solo se había acostado con otro, sino que además no había usado medios anticonceptivos. ¿También por venganza? ¿Pensaría que sería deliciosamente divertido hacerlo cargar con un hijo que no era suyo?

En una breve e infernal semana, su esposa había sido asesinada, su vida al completo y su reputación destruida, y su familia le había dado la espalda. Había pasado de ser el príncipe a convertirse en un paria.
Estaba harto de todos ellos. La bomba que Sam había soltado hoy era la gota que colmaba el vaso. Había trabajado como un esclavo durante años para mantener a la familia en el nivel al que se habían acostumbrado, bien instalados en el regazo de la riqueza, sacrificando su vida privada y cualquier posibilidad que pudiera haber tenido de construir un verdadero matrimonio con Tanya. Pero cuando había necesitado que su familia presentara un frente unido, apoyándolo, no habían estado allí. Kate no lo había acusado pero tampoco le había brindado el menor apoyo, y estaba cansado de bailar a su son. En cuanto a Maggie y Liam y su prole, al diablo con ellos. Sólo su madre y la tía Didyme habían creído en él.

Bella. ¿Y ella? ¿Había puesto ella esta pesadilla en marcha, arremetiendo contra Tanya sin la más mínima consideración por el daño que pudiera causarle a él? De alguna forma, a otro nivel, la traición de Bella era más amarga que la de los demás. Se había acostumbrado demasiado a su adoración, al cómodo compañerismo que tenía con ella. Su excéntrica personalidad y su lengua rebelde lo había divertido, lo había hecho reírse aun cuando estaba tan exhausto que casi se caía de bruces. Un Grand Pricks[1], efectivamente, el diablillo.

En el entierro, le dijo que no había planeado la escena en la cocina, pero la culpa y la aflicción estaban escritas por todas partes en aquel delgado rostro. Tal vez lo hizo, tal vez no. Pero ella también lo había evitado, cuando él habría vendido su alma por algo de consuelo. Sam no consideraba a Bella sospechosa del asesinato de Tanya, pero Edward no podía olvidar la mirada de odio que había visto en sus ojos, o el hecho de que ella había tenido la oportunidad. Todos en la casa habían tenido la oportunidad de hacerlo, pero Bella era la única que odiaba a Tanya.

Simplemente, no lo sabía. Había mantenido la boca cerrada para protegerla incluso aunque ella no lo hubiera apoyado. Había mantenido la boca cerrada sobre que el bebé de Tanya no era suyo, dejando que el posible asesino saliera impune, porque él mismo habría resultado el sospechoso más probable. Estaba malditamente cansado de que siempre lo pillaran en medio. Al diablo con todos ellos.

Detuvo el coche en la calzada y contempló la casa, Davencourt. Esta era la encarnación de su ambición, un símbolo de su vida, el corazón de la familia Denali. Tenía personalidad propia, una vieja casa que había abrigado generaciones de Denali en el interior de sus elegantes proporciones. Cuando estaba lejos en viaje de negocios y pensaba en Davencourt, en su imaginación siempre la veía rodeada de flores. En la primavera, los arbustos de azaleas se cubrían de color. En verano, las rosas y las pervincas tomaban el relevo. En otoño eran los crisantemos, y en invierno los arbustos de camelias rosadas y blancas. Davencourt siempre estaba en flor. Amaba eso con una pasión que nunca había sentido por Tanya. No podía culpar de lo que había pasado solo a los demás, porque él también era culpable, ya que al analizar su matrimonio había pesado más en él el legado que la mujer.

Al diablo con Davencourt, también.

Aparcó en la avenida delantera y entró por la puerta principal. La conversación en la sala de estar se detuvo abruptamente, como había estado sucediendo las últimas semanas. No echó ni un vistazo en esa dirección cuando se dirigió a zancadas hacia el estudio y se sentó tras el escritorio.

Trabajó durante horas, completando informes financieros, rellenando impresos, devolviendo el control activo de todas las empresas Denali a las manos de Kate. Cuando hubo terminado, se levantó, salió de la casa, y se fue sin mirar atrás.



[1]              Juego de palabras con una marca de coche: Pontiac Grand Prix. Sin embargo, Pricks significa “polla”, “picha” “gilipollas”…

Para ti MaaRiieCulleNWaaYlaan porque lo pediste aquí lo tienes, espero que te haya gustado.

1 comentario:

  1. wiiiiiiiiiii!!!!!!!!!
    me qede toda emocionada!!!! grax x traer el capii!!!
    esq... me encanto esta historia!!!!
    muchas gracias!!!!!!!!!!!!!!!!
    bueno, bueno.... Edward pendejo! como s ele ocurrre dudar de Bells? pobre Bellita... debe de estar sufriendo muuuy feo... debe de estar traumada... siento q se va a volver muuuy fría... interesante!!!!
    Eddie mando al diablo todo... q mal!!!
    o q bien??
    Tanya maldito peerra!!!....
    ahora creo saber qien la mato!
    muahahaha!!!!
    claro la mato el amante, aunq... no se porq... el bebe debe de term algo q ver... humm.. me debere esperar al proximo cap a verlo...
    grax otra vez!!!! ame el cap! amo el fic!!!
    es mi nueva locura!!!
    bueno... esperare actualizacion pronta... besos!!!

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