Epílogo
Abril, 1817
Las campanas de la iglesia repicaban salvajemente por toda Ascensión el día en que el nuevo príncipe fue bautizado. En la ciudad y en los recién plantados campos, por toda la tierra, nadie trabajó ese día, porque el rey Carlisle lo había declarado día oficial de fiestas y celebraciones.
Los hermanos Black permanecían juntos en medio de la animada multitud, mirando hacia el adornado balcón del palacio donde la familia real en pleno estaba colocada detrás de Bella y el príncipe Edward. Sus caras eran de silencioso asombro. Los orgullosos padres sonreían uno al lado del otro, dejando que el mundo viera al pequeño futuro rey de Ascensión.
Su alteza real, el príncipe Carlisle Cullen, tenía apenas dos meses de edad. Resultaba imposible distinguir su pequeño rostro a esa distancia, pero Paul había leído en los periódicos que el niño tenía los ojos chocolate de su madre y un suave pelo cobrizo igual que el de su padre.
La antigua banda de gallardos bandoleros suspiró a coro. Habían sido perdonados por la Reina y bienvenidos a la tierra que les vio nacer.
«Brava, bella», pensó Jacob, mirando a su amiga de la infancia con una sonrisa en su bronceado rostro. Bella parecía preparada, majestuosa y bella con su hijo en brazos, y era obvio que el hombre grande y elegante que estaba junto a ella la adoraba.
— ¡Mirad, allí está Seth! —dijo Sam de repente, señalando hacia el balcón donde su hermano pequeño podía ser visto con el príncipe Alec, los dos riendo y con los brazos uno en el hombro del otro.
Bella había dispuesto que el pequeño granjero fuese educado junto al príncipe Alec y le había trasladado al palacio como compañía del muchacho. Príncipe y mendigo se habían hecho ya inseparables.
Jacob se rio al ver las payasadas de su hermano y después sintió un suave tirón del brazo. Miró a su lado para ver a su nueva prometida. Su corazón se encogió de amor, como siempre, al descubrir su tímida sonrisa y una confianza poco a poco conseguida reflejada en sus ojos oscuros.
— ¿Crees que de verdad son tan felices como parecen? —preguntó Leah escéptica, cruzándose de brazos.
Jacob le rodeó los hombros con su habitual sentido protector y la atrajo hacia sí con fuerza, aunque de una manera muy cariñosa. ¡Era tan fuerte y a la vez, tan frágil, y tan joven para la vida de sufrimiento que había llevado! Sabía que el destino la había puesto en su camino para que pudiese salvarla. Siempre había querido ser un aguerrido caballero y salvar a las damas.
—Sí, mi amor —murmuró. Leah empezó a sonrojarse al ver su sonrisa—. Pero ni la mitad de lo que lo somos nosotros.
Ella se burló, pero la alegría iluminó sus ojos oscuros. Le tomó la mano y empezó a tirar de él hacia la plaza, donde se habían dispuesto un gran número de puestos de comida. Los aromas de la primavera llegaban hasta allí y se mezclaban con los de los exquisitos platos.
—Vamos, tengo hambre.
—Yo también —dijo el más grande de sus hermanos, Sam. Jacob echó una última mirada al balcón en el que se reunían las tres generaciones de Reyes: la Roca de Ascensión, el recién nacido, y el príncipe heredero que empezaba su época de madurez. Edward parecía que fuese a reventar de orgullo. Bella le miraba con una sonrisa calmada y decidida, llena de amor con el niño cómodamente en sus brazos. Entonces se volvió y la familia real desapareció de vuelta al palacio.
Supuso que hacía falta un demonio para domar a un granuja... y un granuja para seducir a un demonio.
«Adiós, Bells», pensó, con los ojos henchidos de orgullo por la castaña de modales masculinos a la que una vez conoció.
Después Leah tiró de él con impaciencia hacia la plaza y él se alejó de allí, con una amplia sonrisa en la boca por la felicidad que veía en ellos.
FIN
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