martes, 1 de marzo de 2011

¡Váyase ya! ¡Déjeme!


Capítulo 9 “¡Váyase ya! ¡Déjeme!”

Querida Marie,
Dudo que tarde una década en conseguir que mi nombre salga de sus labios. Diez minutos a solas bajo la luz de la luna deberían bastar…
—Solía decir a mis amigos que era capaz de cargar una pistola con los ojos cerrados. Supongo que tenía razón —dijo Edward con voz cansada inclinando una bolsa de cuero sobre la boca del arma. Aunque en la botella que había junto a su codo quedaban menos de tres dedos de whisky, tenía las manos tan firmes que no derramó ni una pizca de pólvora.
Mientras utilizaba una varilla de hierro para prensar la carga, Bella se quedó fascinada por esas manos; por su elegancia, su habilidad, su economía de movimientos. Y se estremeció al imaginárselas moviéndose sobre la piel de una mujer. Su piel.
Librándose de su hechizo seductor, se puso justo delante de la mesa.
—No sé si debo mencionarlo, señor, pero ¿no cree que una pistola cargada en manos de un hombre ciego puede ser un poco peligrosa?
—Ésa es la cuestión, ¿eh? —Se recostó en la silla acariciando con el pulgar el percutor de la pistola.
A pesar de su postura relajada y su tono lacónico, Bella notó la tensión que recorría todos sus músculos. Ya no parecía un perfecto caballero. Su chaqueta estaba colgada descuidadamente en un busto cercano, y tenía el pañuelo suelto alrededor de su ancho cuello. Los mechones de pelo cobrizo se habían escapado de su coleta, y un brillo febril iluminaba sus ojos ciegos.
—¿Debo suponer que las noticias que ha recibido no han sido de su agrado? —preguntó sentándose con cautela en la silla más próxima.
Él giró la cabeza para seguir su movimiento, manteniendo el cañón de la pistola alejado de ella.
—Digamos que no eran exactamente lo que esperaba.
Bella intentó mantener un tono casual.
—Cuando se recibe una mala noticia lo habitual es disparar al mensajero, no a uno mismo.
—Sólo tenía una bala y no sabía a qué médico disparar.
—¿No le han dado ninguna esperanza?
Él negó con la cabeza.
—Ni la más mínima. Oh, uno de ellos, el doctor Gilby creo, dijo algunas tonterías sobre la sangre que se acumula detrás de los ojos después de un golpe como el que recibí yo. Al parecer hubo un caso en Alemania en el que se recuperó la visión cuando la sangre fue absorbida. Pero cuando sus compañeros le callaron a gritos por decir disparates tuvo que reconocer que nunca se había registrado una curación espontánea después de seis meses.
Bella sospechaba que ese Gilby era el médico de ojos afables que le había expresado sus condolencias.
—Lo siento mucho —dijo con suavidad.
—No necesito su compasión, señorita Dwyer.
Al oír la dureza de su tono se puso tiesa.
—Tiene razón, por supuesto. Supongo que tiene bastante con la suya.
Durante un breve instante Edward torció una esquina de la boca como si hubiese querido sonreír. Luego dejó tranquilamente la pistola sobre el portafolios de cuero de la mesa. Bella la miró con ansiedad, pero no se atrevió a cogerla. Aunque estuviese ciego y medio borracho, sus reflejos seguían siendo probablemente el doble de rápidos que los suyos.
Él buscó a tientas la botella de whisky, vació lo que quedaba en el vaso y lo levantó para hacer un brindis.
—Por el destino, cuyo sentido de la justicia sólo está superado por su sentido del humor.
—¿Justicia? —repitió Bella sorprendida—. ¿No creerá que merecía perder la vista? ¿Por qué? ¿Para demostrar que es un héroe?
Edward dejó el vaso en la mesa de golpe, salpicando un poco de whisky por el borde.
—¡No soy un maldito héroe!
—¡Sí lo es! —A Bella le costó un pequeño esfuerzo recitar lo que sabía de los acontecimientos en los que resultó herido por las crónicas del Times y la Gazette—. Fue el primero en divisar al francotirador en la sobremesana del Redoubtable. Cuando vio que tenía a Nelson en su punto de mira, lanzó un grito de advertencia y luego corrió por la cubierta hacia el almirante arriesgando su propia vida.
—Pero no lo conseguí. —Edward acercó el vaso a la boca y tomó el whisky de un solo trago—. Y él tampoco.
—Porque le derribó una pieza de metralla antes de que pudiera alcanzarle.
Edward se quedó un largo rato en silencio. Luego preguntó en voz baja:
—¿Sabe qué es lo último que vi mientras estaba tendido en esa cubierta ahogándome en el hedor de mi propia sangre? Vi esa bala atravesando el hombro del almirante. Vi el desconcierto en su cara mientras caía al suelo agonizando. Después se puso todo rojo, y luego negro.
—Pero usted no apretó el gatillo del arma que le mató. —Bella se inclinó hacia delante en la silla con voz apasionada—. Y ganaron la batalla. Gracias al valor de Nelson y el sacrificio de hombres como usted, los franceses fueron derrotados. Puede que sigan reclamando nuestra tierra, pero les enseñaron quiénes serán para siempre los dueños del mar.
—Entonces supongo que debería dar gracias a Dios por permitirme hacer ese sacrificio. Piense en lo afortunado que fue Nelson. Aunque ya había dado un brazo y un ojo por su país, también pudo disfrutar del privilegio de perder su vida. —Edward echó la cabeza hacia atrás con una risa infantil, pareciéndose tanto al hombre del retrato que a Bella se le paró un instante el corazón—. Me sorprende de nuevo, señorita Dwyer. ¿Quién habría pensado que bajo ese duro pecho latía un corazón romántico?
Ella se mordió el labio, tentada a recordarle que su pecho no le había parecido tan duro cuando sus dedos se curvaron posesivamente a su alrededor.
—¿Se atreve a acusarme de sentimentalismo? No era yo la que guardaba viejas cartas de amor en mi escritorio, ¿verdad?
Touché —murmuró él con menos entusiasmo. Había vuelto a coger la pistola y estaba explorando sus contornos con una suave caricia. Cuando volvió a hablar lo hizo en voz baja y sin rastro de ironía—. ¿Qué quería que hiciese? Sabe tan bien como yo que un hombre ciego no tiene nada que hacer en nuestra sociedad a no ser que esté pidiendo limosna en la esquina de una calle o encerrado en un manicomio. Sólo seré una carga y un objeto de compasión para mi familia y cualquier otro desgraciado que me quiera.
Bella se apoyó en la silla sintiendo una extraña calma.
—Entonces, ¿por qué no se dispara y acaba con esto? Cuando termine llamaré a la señora Cope para que lo limpie todo.
Edward tensó la mandíbula y apretó la pistola.
—Vamos. Hágalo —insistió con su voz llena de fuerza y de pasión—. Pero puedo prometerle que es el único que se compadece de usted. Algunos hombres no han vuelto aún de esta guerra. Y algunos no volverán nunca. Otros han perdido los brazos y las piernas. Están mendigando en las cunetas con sus uniformes y su orgullo hecho jirones. Les insultan, les pisotean, y la única esperanza que les queda es que un desconocido con una pizca de caridad cristiana en su alma les eche una moneda en sus platillos. Mientras tanto, usted está aquí de mal humor rodeado de lujos, con todos sus caprichos atendidos por unos sirvientes que aún le miran con admiración. —Bella se levantó, alegrándose de que no pudiera ver las lágrimas que empañaban sus ojos—. Tiene razón, señor. Esos hombres son héroes, usted no. Usted es sólo un miserable cobarde al que le da miedo morir, pero le da más miedo seguir viviendo.
De algún modo esperaba que cogiera la pistola y le disparara. No esperaba que se levantara y comenzara a rodear la mesa. Aunque sus pasos eran tan firmes como sus manos, el alcohol hacía que se pavoneara un poco más al andar. Pensaba que el depredador que había encontrado al llegar a Masen Park había desaparecido, pero entonces se dio cuenta de que sólo había estado durmiendo detrás de los ojos cargados de Edward, esperando hasta detectar de nuevo el olor de su presa.
Aleteó ostensiblemente su nariz mientras iba hacia ella. Aunque Bella podría haberle esquivado fácilmente, algo en su cara le hizo detenerse. La agarró por los hombros y la atrajo hacia él con brusquedad.
—No ha sido totalmente sincera conmigo, ¿verdad, señorita Dwyer? —Su corazón estuvo a punto de detenerse antes de que continuara—. No eligió esta vocación por su gran compasión por sus semejantes. Perdió a alguien en la guerra, ¿verdad? ¿Quién era? ¿Su padre? ¿Su hermano? —Al bajar la cabeza el calor de su aliento le acarició la cara, haciendo que se sintiera tan borracha y atrevida como él—. ¿Su amante? —Saliendo de sus bellos labios, esa palabra era sarcástica y cariñosa a la vez.
—Digamos que no es el único que está expiando sus pecados.
Él se rió de los dos.
—¿Qué sabe de pecados un modelo de virtud como usted?
—Más de lo que se imagina —susurró volviendo la cara.
Su nariz rozó la suavidad de su mejilla, aunque no sabía si había sido a propósito o por accidente. Sin la protección de sus gafas se sentía terriblemente vulnerable.
—Me anima a seguir viviendo, pero no me da ninguna razón para ello. —La zarandeó con un gesto tan duro como su voz—. ¿Puede hacerlo, señorita Dwyer? ¿Puede darme una razón para vivir?
Bella no sabía si podía o no. Pero cuando giró la cabeza para responder sus bocas chocaron. Entonces la besó inclinando su boca sobre la de ella, arrastrando el dulce calor de su lengua por sus labios hasta que se separaron con un ruido quebrado, entre un jadeo y un gemido. Demasiado ansioso para aceptar su rendición, la estrechó contra él sabiendo a whisky, peligro y deseo.
Ella cerró los ojos emocionada. En el seductor abrazo de la oscuridad sólo tenía sus brazos para sujetarla, el calor de su boca para calentarla, sus roncos gemidos para hacer bailar sus sentidos. Mientras su lengua saqueaba con crudeza la suavidad de su boca, el pulso de Bella se aceleró en sus oídos, marcando los latidos de su corazón y todos los momentos de arrepentimiento. Deslizando los brazos de sus hombros a su espalda, la atrajo hacia él hasta que sus senos acabaron pegados a su inquebrantable pecho. Ella puso un brazo alrededor de su cuello, intentando responder a la desesperada avidez de su boca.
¿Cómo iba a salvarle si ni siquiera podía salvarse a sí misma?
Estaba descendiendo con él en la oscuridad, dispuesta a entregarle su alma y su voluntad. Aunque él decía que cortejaba a la muerte, lo que fluía entre ellos era vida. Vida en la antigua danza de sus lenguas al unirse. Vida en el irresistible tirón de su abdomen y el delicioso dolor entre sus muslos. Vida que latía contra la suavidad de su vientre a través de la desgastada tela de su camisón.
—¡Dios mío! —exclamó él apartándose de repente.
Al quedarse sin su apoyo, Bella tuvo que poner las manos en la mesa detrás de ella para no caerse. Mientras abría los ojos resistió el impulso de protegerlos con una mano. Después de perderse en las deliciosas sombras del beso de Edward, incluso el débil resplandor del fuego de la chimenea parecía demasiado intenso.
Haciendo un esfuerzo para recuperar el aliento, se dio la vuelta y vio a Edward tanteando su camino alrededor de la mesa. Ya no tenía las manos firmes. Tiró un frasco de tinta y lanzó un abridor de cartas con mango de bronce al suelo antes de coger por fin la pistola. Mientras levantaba el arma con una expresión decidida, Bella ahogó un grito en su garganta.
Pero sólo alargó la mano hacia ella al otro lado de la mesa. Buscó a tientas su mano y puso en ella la pistola.
—Váyase —le ordenó con los dientes apretados doblando sus dedos alrededor del arma. Cuando ella vaciló la empujó hacia la puerta levantando la voz—. ¡Váyase ya! ¡Déjeme!
Lanzando una última mirada por encima del hombro, Bella metió la pistola en la falda de su camisón y se fue corriendo.

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