Capítulo 2 “Tristes recuerdos”
Kate se enjugó las lágrimas mientras sentada en el dormitorio de Irina doblaba y guardaba lentamente las ropas de su hija. Tanto Esme como Kristie se habían ofrecido en hacerlo por ella, pero había insistido en hacerlo sola. No quería que nadie viera sus lágrimas y su dolor; solo ella sabría qué cosas desearía conservar por los recuerdos, y cuales podían descartarse. Ya había llevado a cabo esta tarea en casa de Eleazar, guardando con cariño las camisas que aún conservaban un débil rastro de su colonia. También había llorado por su nuera; Carmen había sido muy querida, una mujer joven, alegre y cariñosa que hizo muy feliz a Eleazar. Sus cosas habían sido guardadas en baúles en Davencourt para que Bella las tuviese cuando fuera mayor.
Ya había pasado un mes desde el accidente. Las formalidades legales habían sido llevadas a cabo rápidamente, Tanya y Bella quedaron instaladas en Davencourt con Kate como su tutora legal. Tanya, por supuesto, se acomodó de inmediato, eligiendo para ella el dormitorio más bonito y persuadiendo a Kate para que lo redecorara según sus especificaciones. Kate admitió que no le hizo falta mucha persuasión, ya que entendía la feroz necesidad de Tanya de recuperar el control de su vida e imponer de nuevo el orden a su alrededor. El dormitorio era sólo un símbolo. Había mimado a Tanya desvergonzadamente, haciéndole saber que aunque su madre había muerto, aún tenía una familia que la apoyaba y la quería, que la seguridad no se había esfumado de su mundo.
Bella, sin embargo, no se había aclimatado en absoluto. Kate suspiró, llevándose una de las blusas de Irina a la mejilla, mientras reflexionaba sobre la hija de Eleazar. Sencillamente, no sabía cómo acercarse a la muchacha. Bella se había mostrado indiferente a todos sus intentos de que eligiese un dormitorio y, finalmente Kate había claudicado y elegido por ella. Por equidad parecía necesario que Bella tuviese un dormitorio al menos tan grande como el de Tanya, y lo era, pero a la niña se le veía perdida y abrumada en el. La primera noche durmió allí. La segunda noche, había dormido en uno de los otros dormitorios, arrastrando su manta tras ella y haciéndose un ovillo sobre el colchón. La tercera noche, de nuevo, había escapado a otro dormitorio vació, a otro colchón. Había dormido sobre una silla en el estudio, encima de la alfombra de la biblioteca, incluso se acurrucó sobre el suelo de uno de los baños. Estaba inquieta, un pequeño y desolado espíritu, que vagaba por la mansión, tratando de encontrar un sitio que hacer suyo. Kate juzgó que la chiquilla había dormido ya en todas y cada una de las habitaciones de la casa excepto en los dormitorios ocupados por otras personas.
Cuando Edward se levantaba cada mañana, lo primero que hacía era ir en busca de Bella, siguiéndole la pista hasta el rincón o recoveco que hubiera elegido para pasar la noche, persuadiéndola de salir de su escondrijo. Era hosca y retraída, excepto con Edward, y no mostraba interés por nada excepto por los caballos. Frustrada y sin saber que más hacer, Kate le había dado acceso ilimitado a los caballos, por lo menos durante el verano. Harry cuidaría de la chica, y, además, Bella tenía buena mano con estos animales.
Kate dobló la última blusa, y la guardó. Solo quedaban los objetos de la mesilla de noche y dudó antes de abrir los cajones. Cuando hubiera acabado con eso, todo estaría finalizado; la casa de la ciudad se vaciaría, se cerraría y se vendería. Y todo rastro de Irina desaparecería.
Excepto por Tanya. Irina había dejado tras de sí un precioso trocito de ella. Después de quedarse embarazada, la mayoría de sus risas se apagaron, y siempre había tristeza en sus ojos. Aunque nunca dijo quién había engendrado a Tanya, Kate sospechaba del mayor de los Newton, Mike. El e Irina habían salido juntos, pero él tuvo una pelea con su padre y se alistó y de alguna forma terminó en Vietnam al comienzo de la guerra. Al cabo de dos semanas de haber pisado ese pequeño país, le habían matado. Durante los años pasados, Kate se había fijado muchas veces en la cara de Tanya, buscando cualquier parecido con los Newton pero sólo había visto la inmaculada belleza de los Denali. Si Mike había sido el amante de Irina, entonces ella había llorado su muerte hasta el día en que murió, ya que jamás había salido con nadie más desde el nacimiento de Tanya. Y no fue porque no hubiera tenido oportunidades; a pesar de la ilegitimidad de Tanya, Irina seguía siendo una Denali, y había bastantes hombres que la hubiesen cortejado. La falta de interés radicaba sólo en Irina.
Kate habría querido algo mejor para su hija. Ella había conocido un profundo amor con Garret Denali y había deseado lo mismo para sus hijos. Eleazar lo había encontrado con Carmen; Irina sólo había conocido pena y decepción. A Kate no le gustaba admitirlo, pero siempre había notado una cierta contención en su actitud hacía Tanya, como si estuviese avergonzada. Así era como Kate pensó que ella misma se iba a sentir pero no fue así. Deseó que Irina hubiese superado la pena, pero nunca lo hizo.
Bueno, postergar la desagradable tarea no la iba a hacer menos ingrata, pensó Kate, enderezando inconscientemente la espalda. Podía quedarse todo el día aquí sentada meditando sobre las complicaciones de la vida, o podía seguir adelante. Kate Cullen Denali no era de las que se quedaban sentadas sin hacer nada; para bien o para mal, resolvía sus problemas.
Abrió el primer cajón de la mesita de noche, y de nuevo las lágrimas le inundaron los ojos al ver la pulcritud del contenido. Así era Irina, ordenada hasta la médula. Ahí estaba el libro que estaba leyendo, una pequeña linterna, una caja de pañuelos, una cajita de sus caramelos de menta favoritos, y un diario de piel con el lápiz aun sujeto entre las páginas. Curiosa, Kate se limpió las lágrimas y cogió el diario. No sabía que Irina tuviera uno.
Acaricio con la mano el diario, sabiendo a ciencia cierta el tipo de información que podrían contener las páginas. Sólo podían ser anotaciones privadas sobre el día a día, pero cabía la posibilidad de que Irina divulgara en él el secreto que se había llevado a la tumba. A estas alturas, ¿de verdad importaría mucho quien pudiera ser el padre de Tanya?
La verdad es que no, pensó Kate. Querría a Tanya igual, sin importarle que sangre corriera por sus venas.
Aún así, después de tantos años preguntándoselo y sin saber, era imposible no ceder a la tentación. Abrió el diario por la primera página y empezó a leer.
Media hora después, secó sus ojos con un pañuelo y lentamente cerró el diario; a continuación lo puso encima de la ropa apilada en la última caja. No había mucho que leer: algunas páginas angustiosas, escritas hace catorce años, y después de eso poco más. Irina había hecho algunas anotaciones, destacando el primer cumpleaños de Tanya, sus primeros pasos, el primer día de colegio, pero la mayor parte de las hojas estaban vacías. Daba la impresión de que Irina había dejado de vivir hacía catorce años y no hace tan solo un mes. Pobre Irina, haber esperado tanto y tener que conformarse con tan poco.
Kate acaricio con la mano la tapa de piel del diario. Bueno, ahora ya lo sabía, Y había tenido razón: no tenía ninguna importancia.
Cogió el rollo de embalar y rápidamente cerró la caja.
Hola me gusta la historia
ResponderEliminarNos seguimos leyendo.