lunes, 28 de marzo de 2011

Ojalá te murieras

Capítulo 4 “Ojalá te murieras”

Bella siguió fijamente con la mirada a Tanya, mientras ésta se alejaba cabalgando de Davencourt, hacía la parte montañosa de las tierras de los Denali. Normalmente Tanya prefería una cabalgata menos agotadora, por campos o pastos llanos. ¿Por qué se desviaba de su costumbre? Pensándolo bien, un par de veces antes ya había elegido ese camino para cabalgar. Bella lo había notado pero no le había prestado atención. Por alguna razón, esta vez le extrañaba.
Puede que todavía estuviera resentida por la última puya de Tanya, aunque, Dios sabía que no había sido peor de los acostumbrados ataques a su frágil autoestima. Tal vez fuese porque ella, a diferencia de los demás, no esperaba nada bueno de Tanya. Tal vez fuese por ese maldito perfume. No lo llevaba puesto en el almuerzo, pensó Bella. Un aroma tan fuerte se hubiese notado. Entonces ¿porque se había perfumado antes de salir sola a montar a caballo?
La respuesta le llegó con una claridad deslumbrante. —¡Tiene un amante!— susurró para sí misma, casi embargada por la conmoción. ¡Tanya estaba viendo a alguien a espaldas de Edward! Bella, en nombre de Edward, casi se ahoga de indignación. ¿Cómo podía cualquier mujer, incluso Tanya, ser tan estúpida para comprometer su matrimonio?
Rápidamente ensilló a Buckley, su actual favorita, y partió en la misma dirección que había visto tomar a su prima. La gran yegua tenía un paso largo, un poco desigual que haría traquetear a cualquier otro jinete con menos experiencia pero cubría las distancias con un rápido galope. Bella estaba acostumbrada a su zancada y se acomodó a su ritmo, moviéndose al compás con fluidez mientras posaba sus ojos en el suelo, siguiendo las huellas frescas del caballo de Tanya.
Una parte de ella no quería creer que Tanya tuviese un amante —era demasiado bueno para ser verdad y además, Tanya era demasiado lista para tirarlo todo por la borda— pero no podía resistirse a la tentadora posibilidad de tener razón. Alegremente trazaba vagos planes de venganza contra Tanya por todos los años de dolor y desaires, aunque no sabía exactamente cómo podría hacerlo. La autentica venganza no formaba parte del carácter de Bella. Antes acabaría pegándole a Tanya un puñetazo en la nariz, que tramar y llevar a cabo un plan a largo plazo, y seguramente lo disfrutaría mucho más. Pero sencillamente no podía dejar pasar la oportunidad de pillar a Tanya haciendo algo que no debía; normalmente era ella la que metía la pata y Tanya la que lo ponía en evidencia.
No quería alcanzar a Tanya demasiado rápido, así que redujo a Buckley al paso. El sol de Julio brillaba tan fuerte y despiadadamente que debería haber borrado los colores de los árboles, pero no lo hacía. Le ardía la cabeza del calor. Normalmente se ponía una gorra de béisbol, pero aún llevaba puestos los pantalones de mezclilla y la blusa de seda del almuerzo, y la gorra de béisbol, al igual que sus botas, estaban en su dormitorio.
Con ese calor era fácil rezagarse. Paró y dejó que Buckley bebiera de un pequeño arroyo, y después reanudó su pausada marcha. Una ligera brisa le acariciaba la cara, y era por ello que Buckley pudo recoger el olor de la montura de Tanya y relinchó suavemente, avisándola. Inmediatamente retrocedió, no quería que el otro caballo alertase a Tanya de su presencia.
Después de atar a Buckley a un pequeño pino, caminó con sigilo a través de los árboles y subió una pequeña colina. Sus sandalias de suela fina se escurrían sobre las agujas de pino, y con impaciencia se las quitó, luego trepó descalza el resto del camino hasta la cima.
La montura de Tanya estaba aproximadamente a unos treinta metros abajo, a la izquierda, mordisqueando pacientemente la hierba. Una enorme roca salpicada de musgo sobresalía de la cima de la colina, y Bella se deslizó hacía ella para arrodillarse detrás de su mole. Con cuidado miró por un lateral, tratando de localizar a Tanya. Creía oír voces, pero los sonidos eran extraños, en realidad no eran palabras.
Y entonces los vio, casi debajo de ella, y se apoyó débilmente contra la ardiente superficie de la roca, la conmoción sacudiendo su cuerpo. Había pensado que pillaría a Tanya citándose con alguno de sus amigos del club de campo, puede que besuqueándose un poco, pero no esto. Su propia experiencia sexual era tan limitada que no podría haber formado esas imágenes en su cabeza.
Un arbusto los ocultaba parcialmente, pero aún así podía ver la manta, el pálido y delgado cuerpo de Tanya, y la forma oscura, más musculosa del hombre encima de ella. Ambos estaban completamente desnudos, él se estaba moviendo, ella se aferraba a él, y ambos emitían unos sonidos que hacían a Bella avergonzarse. No sabía quién era él, sólo le veía la parte de arriba y trasera de su oscura cabeza. Pero entonces se quitó de encima de Tanya, poniéndose de rodillas, y Bella tragó con fuerza mientras se le quedaba mirando, con ojos desorbitados. Nunca antes había visto a un hombre desnudo, y la impresión la conmocionó. Tiró de Tanya hasta ponerla sobre sus manos y rodillas y le azotó el trasero, riéndose ásperamente ante el apasionado y gutural sonido que ella emitió, y seguidamente ya estaba introduciéndose de nuevo dentro de ella, tal como Bella había visto hacer a los caballos, y la melindrosa y exquisita Tanya se agarraba a la manta, arqueando la espalda y empujando su trasero contra él.
Una ardiente oleada de bilis ascendió por la garganta de Bella, y se agachó detrás de la roca, apretando su mejilla contra la áspera piedra. Cerró los ojos con fuerza, intentando controlar sus ganas de vomitar. Se sentía entumecida y enferma de desesperación. Por Dios, ¿Qué iba a hacer Edward?
Había seguido a Tanya a causa de un malsano y perverso deseo de causar problemas a su odiosa prima, pero había esperado algo sin importancia; besos provocativos, si hubiera habido algún hombre involucrado, o posiblemente que se encontrara con algunos de sus amigos y se escapara a visitar un bar o algo por el estilo. Hacía años, después de que ambas se fueran a vivir a Davencourt, Edward había puesto coto severamente al rencor de Tanya, amenazando con azotarla si no dejaba de atormentar a Bella, amenaza que Bella había encontrado tan encantadora que había estado durante días tratando de provocar a Tanya, solo para poder ver cómo a su odiosa prima le calentaban el trasero. Edward, divertido, finalmente se la llevó aparte y le advirtió que el castigo también podría recaer sobre ella, si no se comportaba. Ese mismo impulso malicioso la había provocado hoy, pero lo que se encontró era mucho más serio de lo que había esperado.
El pecho de Bella ardía con impotente rabia, y tragó convulsivamente. Aún cuando aborrecía y sentía rencor hacia su prima, nunca pensó que Tanya fuese tan estúpida como para serle infiel a Edward.
De nuevo sintió nauseas, y rápidamente se dio la vuelta para rodearse con los brazos las piernas dobladas y así poder apoyar la cabeza sobre ellas. Sus movimientos hicieron rodar algo de gravilla, pero estaba lo bastante lejos, para que ellos no pudiesen escuchar ningún sonido que hiciese, y en estos momentos se encontraba demasiado asqueada para que le importase. De todas formas no estaban prestando ninguna atención a lo que pasaba a su alrededor. Estaban demasiados enfrascados en meter y meter. Dios, qué ridículo se veía… y qué vulgar, todo a la vez.  Bella se alegró de no estar más cerca, encantada de que el arbusto, al menos, les tapara en parte.
Podría matar a Tanya por hacerle esto a Edward
Si Edward se enteraba, posiblemente la mataría él mismo, pensó Bella, y un escalofrío la recorrió. Aunque normalmente se controlaba, todo el mundo que conocía bien a Edward era consciente de su temperamento y se cuidaban mucho de no provocarlo. Tanya era una imbécil, una estúpida y maliciosa imbécil.
Pero posiblemente se creía a salvo de ser descubierta, ya que Edward no regresaría de Nashville hasta esta noche. Para entonces, pensó Bella asqueada, Tanya estaría bañada y perfumada, esperándolo y llevando un bonito vestido y una sonrisa, mientras que en su interior se reiría de él porque solo unas horas antes había estado follando en el bosque con otro.
Edward se merecía algo mejor. Pero no se lo podía decir, pensó Bella. Jamás podría contárselo a alguien. Si lo hacía, seguramente lo que ocurriría es que Tanya mentiría hasta escapar del embrollo, diciendo que Bella sólo estaba celosa y que intentaba causarle problemas, y todo el mundo la creería. Bella estaba celosa, y todos lo sabían. Y entonces Edward y la Abuela se enfadarían con ella en vez de con Tanya. La Abuela estaba exasperada con ella la mayor parte del tiempo por una cosa u otra, pero no podría soportar     que Edward se enfadase con ella.
La otra posibilidad sería que Edward la creyese. Mataría realmente a Tanya, y entonces estaría en un buen lío. No podría soportar que le pasase algo. Puede que lo averiguase de otra forma, pero ella no podía evitar eso. Lo único que podía hacer era callar y rezar, para que si lo descubría, no hiciera nada por lo que pudiese ser arrestado.
Bella salió de su escondite tras la roca y rápidamente se encaminó de vuelta por la colina y a través de los pinos hacía donde había dejado pasteando a Buckley. Resopló como bienvenida y la empujó con la nariz. Obedientemente le acarició la gran cabeza, rascándole detrás de las orejas, pero su mente no estaba en lo que hacía. Montó y sin hacer ruido se alejó de la escena del adulterio de Tanya, volviendo a los establos. La aflicción pesaba enormemente sobre sus delgados hombros.
No podía entender lo que había visto. ¿Cómo podía cualquier mujer, incluida Tanya, no estar satisfecha con Edward? Durante los diez años que llevaba viviendo en Davencourt, se había intensificado la adoración de Bella por su héroe de la niñez. A los diecisiete, se había dado dolorosamente cuenta, de la respuesta de otras mujeres hacia él, por lo tanto sabía que no sólo ella opinaba así. Las mujeres miraban a Edward inconsciente o no tan inconscientemente, con anhelo en los ojos. Bella trataba de no mirarle de esa manera, pero sabía que no siempre tenía éxito, ya que Tanya a veces decía algo mordaz sobre que estuviera babeando en presencia de Edward y siendo una molestia. No lo podía evitar. Cada vez que lo veía, era como si su corazón diese un gran vuelco antes de empezar a latir tan fuerte que a veces no podía ni respirar, y toda ella se sentía invadida por una gran ola de calor y hormigueo. Posiblemente era por la falta de oxigeno. No creía que el amor causara hormigueo.
Porque lo  amaba, mucho, de una manera que Tanya jamás haría o podría.
Edward. Con su pelo cobrizo, sus fríos ojos verdes y la perezosa sonrisa que la mareaba de placer. Su cuerpo alto y musculoso la hacía sentir a la vez frío y calor, como si tuviese fiebre; esa reacción tan extraña la preocupaba desde hacía ya un par de años, y empeoraba cada vez que lo veía nadar, llevando tan solo ese escueto y ajustado bañador. Su grave y perezosa voz y la forma en que fruncía el ceño a todos hasta que se había tomado su primer café de la mañana. Sólo tenía veinticuatro años, y ya estaba a cargo de Davencourt, e incluso la Abuela hacia caso de su opinión. Cuando estaba enfadado, sus ojos verdes se volvían tan fríos que parecían un glaciar, y la pereza en su tono desaparecía abruptamente, convirtiendo sus palabras en cortantes y mordaces.
Ella conocía bien sus cambios de humor, cuando estaba cansado, cómo le gustaba que le hiciesen la colada. Conocía su comida favorita, sus colores favoritos, el equipo deportivo que seguía, lo que le hacía reír y lo que le hacía enfadar. Sabía lo que leía y lo que votaba. Durante diez años había absorbido cada ínfimo detalle sobre su persona, volviéndose hacia él como una tímida violeta hacía la luz del sol. Desde que murieron sus padres, Edward había sido tanto su defensor como su confidente. Sobre él había descargado todos sus miedos y fantasías infantiles, fue él quien la consoló cuando tenía pesadillas o cuando se sentía sola y asustada.
Pero bien sabía que a pesar de su amor, jamás había tenido una oportunidad con él. Siempre había sido Tanya. Eso era lo más doloroso, que se le podría haber ofrecido en cuerpo y alma y aún así se habría casado con Tanya. Tanya, que a veces parecía como si le odiase. Tanya, que le era infiel.
Ardientes lágrimas escocían los ojos de Bella, y se las secó. No tenía sentido llorar, pero no podía evitar sentirse resentida.
Desde el día en que Tanya y ella fueron a vivir a Davencourt, Edward había contemplado a Tanya con una fría y posesiva mirada en sus ojos. Tanya había salido con otros chicos, y él había salido con otras chicas, pero era sólo como si él le dejara algo de cuerda, y cuando la estiraba demasiado, tiraba de ella para ponerla en su sitio. Desde el principio había poseído el control de su relación. Edward era el único hombre al que Tanya no podía engatusar o intimidar con su carácter. Una simple palabra de él  podía hacerla claudicar, hazaña que ni siquiera la Abuela podía igualar.
La única esperanza de Bella era que Tanya se negara a casarse con él, pero esa ilusión fue tan efímera que resultó casi inexistente. Desde el momento en que la Abuela anunció que Edward heredaría Davencourt más su parte de las acciones del imperio Denali, que eran el cincuenta por ciento, se hizo dolorosamente obvio que Tanya se casaría con él aunque fuera el hombre más desagradable y mezquino de la tierra, que no lo era. Tanya había heredado el veinticinco por ciento de Irina, y Bella poseía el otro veinticinco por ciento de su padre. Tanya se veía a sí misma como la Princesa de Davencourt, con la implícita seguridad de convertirse en Reina casándose con Edward. De ninguna manera hubiese aceptado un papel menor casándose con otro.
Pero Tanya también estaba fascinada por Edward. El hecho de que no pudiese dominarle como hacía con otros chicos, la irritaba y la fascinaba, haciéndola bailar a su son. Seguramente pensó, con su excesiva vanidad, que una vez que estuviesen casados lo podría dominar con el sexo, concediendo o negándole sus favores, según la complaciera o no.
E incluso en eso, quedó defraudada, también. Bella sabía que el matrimonio no era feliz y se sentía secretamente complacida. Aunque se había sentido avergonzada por ello, porque Edward merecía ser feliz aunque Tanya no lo mereciera.
¡Pero cómo había disfrutado cada vez que Tanya no se había salido con la suya! Siempre supo, que aunque Edward era capaz de controlar su carácter, Tanya nunca lo intentaba. Cuando estaba enfadada, bramaba, hacia pucheros y se enfurruñaba. En los dos años que llevaban casados, las peleas habían ido a más y a menudo los gritos de Tanya se escuchaban por toda la casa, entristeciendo a la Abuela.
Nada que Tanya hiciera, sin embargo, influía en Edward para que cambiara cualquier decisión que la disgustara. Estaban casi constantemente enfrascados en una batalla, con Edward determinado a supervisar Davencourt y hacer lo mejor por sus inversiones, una tarea hercúlea que a menudo lo mantenía trabajando durante dieciocho horas al día. Para Bella era obvio que Edward era un adulto responsable, pero sólo tenía veinticuatro años y una vez le comentó que su edad no le favorecía, que tenía que trabajar y esforzarse el doble que otros para demostrar su valía ante los empresarios de más edad y mejor establecidos. Esa era su preocupación primordial, y ella le amaba por ello.
Un marido adicto al trabajo, sin embargo, no era lo que Tanya deseaba. Lo que quería era irse de vacaciones a Europa, pero él tenía programadas reuniones de trabajo. Ella quería ir a Aspen en plena temporada de ski, él pensaba que era una pérdida de tiempo y dinero ya que ella no sabía esquiar y no estaba interesada en aprender. Lo único que ella quería es que la vieran y ser vista. Cuando perdió el carné de conducir a causa de cuatro multas de velocidad en seis meses ella habría seguido conduciendo alegremente contando con la influencia del apellido Denali para mantenerla a salvo de problemas, pero Edward le había confiscado todas las llaves de sus coches, y le había prohibido severamente a todos que le prestasen las suyas, y la había dejado en casa durante un mes antes de contratarle un chofer. Lo que más la enfureció fue que trató de contratar un chofer ella antes, pero Edward se le adelantó y lo impidió. No había sido difícil; no había tantos servicios de Limusinas en el área de Shoals, y que quisiera indisponerse con él. Durante ese infernal mes sólo la Abuela se libró de la lengua viperina de Tanya, que estuvo despotricando como una adolescente rebelde.
Tal vez acostarse con otros hombres era la manera en que Tanya se vengaba de Edward por no dejarla salirse con la suya, pensó Bella. Era lo bastante terca y rencorosa para hacerlo.
Bella era amargamente consciente de que habría sido una esposa mucho mejor para Edward que Tanya, pero nadie lo había tenido en cuenta, y Edward menos que nadie. Bella era increíblemente observadora, un rasgo desarrollado por toda una vida de haber sido dejada a un lado. Amaba a Edward, pero no subestimaba su ambición. Si la Abuela hubiese dejado bien claro que le agradaría enormemente que se casara con Bella, de la misma forma en que lo hizo con Tanya, entonces seguramente ahora estarían comprometidos. De acuerdo, Edward nunca la había mirado como miraba a Tanya, pero es que siempre había sido demasiado joven. Con Davencourt en la balanza, él la hubiese elegido, sabía que lo habría hecho. No le hubiese importado saber que él quería más a Davencourt que a ella. Se hubiese casado con Edward de cualquier manera, agradecida solo con tener una parte de su atención. ¿Por qué no podía haber sido ella? ¿Por qué Tanya?
Porque Tanya era preciosa, y siempre había sido la favorita de la Abuela. Al principio Bella lo había intentando con todas sus fuerzas, pero nunca había sido tan elegante, ni poseído la gracia social o tenido el buen gusto de Tanya para la ropa y la decoración.  Ciertamente nunca sería tan bonita. No se miraba en un espejo de color rosado; era consciente de su abundante, denso y enmarañado pelo, más castaño que rojizo, y de su huesuda y angular cara con los extraños y sesgados ojos marrones, del bulto sobre el puente de su larga nariz, y de su boca demasiado grande. Era delgada como un palo y patosa, y sus pechos apenas se notaban. Desesperada, sabía que nadie, especialmente ningún hombre, la elegiría de buen grado por encima de Tanya. Tanya, que a los diecisiete años había sido la chica más popular del colegio, mientras que Bella, a la misma edad, nunca había tenido una cita. La Abuela había dispuesto que tuviese “acompañantes” para los actos a los que había sido obligada a asistir, pero los muchachos evidentemente habían sido obligados por sus madres para el compromiso, y Bella siempre se sintió avergonzada y con legua de trapo. Ninguno de los reclutados jamás se habían ofrecido como voluntarios para estar en su compañía.
Pero desde la boda de Edward, Bella había dejado casi por completo de intentar encajar en el molde que su Abuela había elegido para ella, en el adecuado molde social para una Denali. ¿Qué sentido tenía? Edward era inalcanzable ya. Empezó a retraerse, pasando el mayor tiempo posible con los caballos. Se sentía relajada con ellos, de una manera en la que nunca se sentía con las personas, porque a los caballos no les importaba como vestía o si había tirado otra vez el vaso en la cena. Los caballos respondían a su suave y gentil toque, al sonido especial de su voz cuando les hablaba, al amor y cuidado que ella les dispensaba. Nunca era torpe cuando estaba con un caballo. De alguna manera su delgado cuerpo se acoplaba al ritmo del poderoso animal que llevaba debajo, y se convertía en uno con él, siendo parte de su fuerza y su elegancia. Harry decía que nunca había visto a nadie cabalgar tan bien como a ella, ni siguiera al señor Edward, y él montaba como si hubiese nacido encima de una silla. La única cosa que la Abuela alababa de ella, era su habilidad para cabalgar.
Pero renunciaría a sus caballos si pudiese tener a Edward. Esta era su oportunidad de romper su matrimonio, pero no podía cogerla, no se atrevía a tomarla. No podía herirlo así, no podía arriesgarse a que perdiese el control e hiciese algo irremediable.
Buckley sentía su agitación, los caballos siempre lo hacían, y empezó a hacer cabriolas nerviosamente. Bella bruscamente tornó su atención a lo que estaba haciendo e intento calmarlo, palmeándole el cuello y hablándole, pero no podía prestarle toda su atención. A pesar del calor, una oleada escalofríos recorrieron su cuerpo, y de nuevo se sintió como si fuese a vomitar.
Harry era más afín a los caballos que a las personas, pero frunció el ceño cuando le vio la cara y se acerco para tomar las bridas de Buckley mientras ella saltaba de la silla de montar.
—¿Qué sucede?— preguntó sin rodeos.
—Nada—, dijo ella, pasándose una mano temblorosa por la cara. —Creo que me he acalorado demasiado. Se me olvido la gorra.
—Ya deberías saberlo—, le regaño él. —Vete a casa y tomate una limonada fría, y después descansa un rato. Yo me haré cargo de Buck.
—Siempre me has dicho que debo ocuparme de mi propio caballo—, dijo ella, protestando, pero él la acalló con un ademán de la mano.
—Y ahora te estoy diciendo que te vayas. Lárgate. Si no eres lo suficientemente sensata para cuidar de ti misma, no creo que puedas cuidar de Buck.
—Muy bien. Gracias—. Consiguió esbozar una débil sonrisa, porque sabía que debía parecer verdaderamente enferma para que Harry quebrantara sus reglas sobre los caballos, y quería tranquilizarlo. Y en efecto, estaba enferma, enferma del corazón, y tan llena de rabia, e impotencia que pensaba que iba a explotar. Odiaba esto, odiaba lo que había visto, odiaba a Tanya por hacerlo, odiaba a Edward por consentir que lo amase y por ponerla en esta situación.
No, pensó ella, mientras iba corriendo hacia la casa, desconsolada por la idea. No odiaba a Edward, jamás le podría odiar. Hubiese sido mejor para ella si no le amara, pero no podía dejar de hacerlo como tampoco podía impedir que el sol saliese a la mañana siguiente.
Nadie la vio cuando se deslizó por la puerta principal. El gran vestíbulo estaba vacío, aunque oyó cantar a Sue en la cocina, y un televisor encendido en el estudio. Probablemente Tío Liam estaría viendo algún programa de juegos de esos que tanto le gustaban. Lentamente Bella subió las escaleras, no quería hablar con nadie en estos momentos.
La habitación de la Abuela estaba en la parte delantera de la casa, la primera puerta a la derecha. La habitación de Tanya y Edward estaba en el frente a mano izquierda. En los últimos años, finalmente Bella se había acomodado en unos de los dormitorios de la parte posterior, lejos de todos, pero para su disgusto vio que Tía Maggie y Tío Liam habían escogido la habitación del medio en la parte derecha de la casa, y la puerta estaba abierta, las voces de la Abuela y Tía Maggie venían de dentro. Prestando atención, Bella también pudo distinguir la voz del ama de llaves, Bessie, mientras desempaquetaba sus ropas. No quería ver a ninguno de ellos, especialmente no quería dar a Tía Maggie la oportunidad de meterse con ella, así que retrocedió y salió por las puertaventanas francesas hacia la galería superior que circundaba la casa en su totalidad. A través de ella, y tomando la dirección opuesta rodeó la casa hasta que llegó a las puertaventanas que se abrían hacía su propio dormitorio, consiguiendo así asilo.
No sabía cómo iba a poder mirar de nuevo a Tanya nunca más sin gritarle y abofetear su estúpida y odiosa cara. Las lágrimas rodaron por sus mejillas, y enfada se las limpio. Llorar nunca le había servido de nada; no le había devuelto a Mamá ni a Papá, no la había convertido en alguien mejor, no había impedido que Edward se casara con Tanya. Desde hacía ya mucho tiempo había luchado por contener sus lágrimas y fingir que las cosas no le hacían daño aunque a veces sentía que se iba a atragantar con su propio dolor y humillación.
Pero había sido tal la conmoción de ver a Tanya y a ese hombre haciéndolo. No era estúpida, había ido a ver un par de veces una película clasificada R, pero en realidad no mostraba nada excepto las tetas de las mujeres y todo estaba muy bien adornado, con música romántica de fondo. Y una vez había visto hacerlo a los caballos, pero en realidad no fue capaz de ver nada, ya que se había escabullido a los establos para ese propósito pero no pudo encontrar un ángulo adecuado. Si bien, los sonidos la habían asustado, y nunca lo intentó de nuevo.
La realidad no era comparable con las películas. No había sido para nada romántico. Lo que había visto, había sido crudo y brutal, y quería borrarlo de su memoria.
Se dio otra ducha y luego se desplomó encima de la cama, agotada por el trastorno emocional. Tal vez dormitó; no estaba segura; pero de repente el cuarto estaba más oscuro ya que se avecinaba el crepúsculo, y ella se había perdido la cena. Otro punto en su contra, pensó, y suspiró.
Ahora se sentía más calmada, casi entumecida. Para su sorpresa incluso estaba hambrienta. Se puso ropa limpia y bajó con dificultad las escaleras traseras hacia la cocina. Sue ya lo había recogido todo y limpiado la vajilla y se había ido a casa, pero el frigorífico de tamaño industrial de acero inoxidable estaría repleto de sobras.
Estaba mordisqueando un muslo de pollo frío y un panecillo, con un vaso de té junto a su codo, cuando la puerta de la cocina se abrió y entró Edward. Se le veía cansado, y se había quitado tanto la corbata como la chaqueta, esta última colgaba por encima de su hombro de un dedo encorvado. Los dos botones superiores de su camisa estaban desabrochados. Cuando le vio, el corazón de Bella, como siempre, dio un vuelco. Aun cuando estaba cansado y desaliñado, se le veía estupendo. De nuevo las nauseas invadieron su estómago al pensar en lo que Tanya le estaba haciendo.
—¿Todavía estás comiendo?— se burló él con fingida sorpresa, sus ojos verdes chispeando.
—Tengo que conservar mis fuerzas—, dijo ella, cayendo en su ligereza usual, pero no lo conseguía del todo. Había una tristeza en su voz que no podía ocultar, y Edward le dirigió una astuta mirada.
—¿Qué has hecho ahora?— le preguntó, cogiendo un vaso del armario y abriendo el frigorífico para echarse un poco de té helado.
—Nada fuera de lo normal—, le aseguró, consiguiendo esbozar una irónica, y torcida sonrisa. —Abrí mi bocaza en el almuerzo, y tanto la Abuela como la Tía Maggie están enfadadas conmigo.
— ¿Bueno, y que has soltado esta vez?
—Estábamos hablando sobre coches, y dije que quería uno de los Pontiac Grand Pricks.
Sus anchos hombros se estremecieron mientras controlaba un acceso de risa, convirtiéndolo en una tos. Se dejó caer en la silla que estaba su lado.
—Por Dios, Bells.
—Ya lo sé—. Suspiró ella. —Simplemente se me escapó. Tía Maggie hizo uno de sus despectivos comentarios sobre mi forma de comer, y quería dejarla boquiabierta—.Hizo una pausa. —Funcionó.
—¿Que hizo Tía Kate?
—Me echó de la mesa. No la he visto desde entonces—. Pellizco el panecillo, reduciéndolo a un puñado de migas, hasta que la fuerte mano de Edward cubrió la suya y detuvo el gesto.
—¿Habías comido algo antes de abandonar la mesa?— le preguntó, y ahora había un tono severo en su voz.
Ella hizo una mueca, sabiendo lo que venía a continuación.
—Sí. Comí un panecillo y algo de atún.
—¿Un panecillo entero? ¿Y cuánto de atún?
—Bueno, puede que no fuese un panecillo entero.
—¿Más que lo que has comido de este?
Miró el pan destrozado en su plato, como evaluando cuidadosamente cada miga, y sintió alivió al poder decir, —Más.
No mucho más, pero más era más. Su expresión le dijo que no lo había engañado, pero de momento él lo dejó correr.
—Muy bien. ¿Cuánto de atún? ¿Cuántos bocados?
—¡No los conté!
—¿Más de dos?
Ella intentó recordar. Sabía que se había tomado un par de bocados sólo para mostrarle a Tía Maggie que su ataque verbal no la había afectado. Podía tratar de adornar la verdad, pero no mentiría descaradamente a Edward, y él lo sabía, así que continuaría interrogándola hasta que fuese más explícita. Con un leve suspiro ella dijo, —Creo, que unos dos.
—¿Comiste algo después? ¿Algo más hasta ahora que esto?
Ella negó con la cabeza.
—Bells—. Giró la silla para quedar enfrente y puso su brazo alrededor de sus delgados hombros estrechándola contra él. Su calor y su fuerza la envolvieron como siempre. Bella enterró su despeinada cabeza contra su ancho hombro, y la felicidad la inundó. Cuando era joven, los abrazos de Edward habían sido el paraíso para una aterrorizada y no querida niña.  Ahora era mayor, y la calidad del placer había cambiado. Había un embriagador y ligero olor a almizcle en su piel que hacía que su corazón latiese más deprisa, y que deseara aferrarse a él.
—Tienes que comer, nena—, le dijo persuasivo, pero con tono firme. —Sé que te disgustas y pierdes el apetito, pero te puedo decir que has perdido aún más peso. Vas a dañar tu salud si no empiezas a comer más.
—Sé lo que estás pensando—, le espetó, levantando su cabeza de su hombro y lo miró ceñuda. —Pero no me provoco el vómito o algo por el estilo.
—¿Por Dios, cómo ibas a hacerlo? Si nunca hay nada en tu estomago para que puedas vomitarlo. Si no comes, muy pronto no tendrás la fuerza suficiente para trabajar con los caballos. ¿Es eso lo que quieres?
—¡No!
—Entonces come.
Miró el muslo de pollo con expresión miserable. —Lo intento, pero no me gusta el sabor de muchas de las comidas, y la gente está siempre criticando mi forma de comer y la comida se convierte en una gran bola que no puedo tragar.
—Esta mañana te comiste una tostada conmigo y comiste muy bien.
—Tú no me chillas ni te burlas—, murmuró ella.
Él le acarició el pelo, apartando de su cara el cabello castaño oscuro. Pobre pequeña Bells. Siempre había ansiado la aprobación de tía Kate, pero era demasiado rebelde para modificar su comportamiento y así obtenerlo. Puede que tuviese razón; no es que fuese una delincuente juvenil o algo parecido. Sólo era diferente, una estrafalaria flor silvestre creciendo en medio de un tranquilo y bien ordenado jardín de rosas sureño, y nadie sabía muy bien qué hacer con ella. No debería de estar implorando el amor o la aprobación de su familia; Tía Kate debería quererla simplemente por lo que era. Pero para Tía Kate, la perfección era su otra nieta, Tanya, y siempre había hecho saber a Bella que estaba muy por debajo de ella en cualquier aspecto. La boca de Edward se contrajo. En su opinión, Tanya estaba muy lejos de ser perfecta, y estaba cansado y harto de esperar a que dejase atrás un poco de esa autocomplacencia.
También la actitud de Tanya tenía mucho que ver con la incapacidad de Bella para comer. Lo había dejado pasar durante muchos años mientras se dedicaba a la enorme tarea de aprender cómo manejar Davencourt y todas las empresas Denali, reduciendo cuatro años de universidad a tres y luego yéndose a hacer un master en empresariales, pero era obvio que la situación no se iba a resolver por sí sola. Por el bien de Bella, tendría que imponerse tanto ante Tía Kate como con Tanya.
Bella necesitaba tranquilidad, un ambiente pacífico donde sus nervios pudiesen calmarse y su estomago relajarse. Sí Tía Kate y Tanya —y ahora también Tía Maggie—, no podían o querían dejar de criticar constantemente a Bella, entonces no dejaría que Bella comiese con ellos. Tía Kate siempre había insistido que se sentasen todos juntos a la mesa y que Bella cumpliese con los estándares sociales, pero en esto haría caso omiso. Si iba a comer mejor con las comidas servidas en una bandeja en la tranquilidad de su dormitorio, o incluso si prefería en los establos, entonces sería allí donde la tendría. Si estar separada de la familia la hacía sentirse exiliada, en vez del alivio que él pensaba que sentiría, entonces comería con ella en los establos. Sencillamente esto no podía continuar así, ya que Bella se estaba matando de hambre.
Sin pensárselo la sentó en su regazo, como cuando era una niña. Ahora era algo más alta, pero no pesaba mucho más que entonces, y el temor le embargó cuando rodeó su alarmantemente frágil muñeca con sus largos dedos. Esta pequeña prima siempre había despertado su lado protector, y lo que siempre le había gustado de ella era su valentía, su disposición a contraatacar sin medir las consecuencias. Estaba llena de ingenio y diablura, sí sólo Tía Kate dejase de tratar de borrar esos rasgos.
Ella siempre se había acurrucado contra él como un gatito e hizo lo mismo ahora automáticamente, frotando su mejilla contra su camisa. Una pequeña punzada de conciencia física le sorprendió, haciendo que sus cobrizas cejas se frunciesen en un asombrado ceño.
La miró. Bella era lamentablemente inmadura para su edad, carecía de las habituales habilidades sociales y las defensas que los adolescentes desarrollaban al relacionarse entre sí. Enfrentada a la desaprobación y el rechazo en casa así como en el colegio, Bella había respondido encerrándose en sí misma, así que nunca aprendió a relacionarse con los chicos de su misma edad. Por ese motivo, inconscientemente, siempre había pensado en ella como si aún fuese una niña, que necesitaba de su protección, y posiblemente aún la necesitaba. Pero aunque aún no fuese una adulta, físicamente tampoco era ya una niña.
Podía ver la curva de su mejilla, sus largas y oscuras pestañas, la translucida piel de su sien en donde las frágiles venas azules se veían justo bajo de la  superficie. La textura de su piel era suave, sedosa, y emanaba una cálida y dulce esencia de mujer. Sus pechos eran pequeños pero firmes, y podía sentir el pezón, pequeño y duro como una goma de lápiz, del seno que apretaba contra él. La punzada de conciencia física se intensificó en un repentino y definitivo estremecimiento en su cuerpo, y de repente fue consciente de lo redondas que eran sus nalgas y lo dulcemente que anidaban sobre de sus muslos.
Apenas pudo contener un gruñido mientras la apartaba un poco, lo suficiente para que su cadera dejara de frotarse contra su endurecido pene. Bella era extraordinariamente inocente para su edad, nunca había tenido una cita; dudaba incluso de que la hubiesen besado. No tenía ni idea de lo que le estaba haciendo, y él no quería avergonzarla. Era culpa suya por sentarla en su regazo como si aún fuese una niña. De ahora en adelante tendría que tener más cuidado, aunque posiblemente esto solo había sido una casualidad. Habían pasado más de cuatro meses desde que había tenido sexo con Tanya, ya estaba malditamente cansado y harto de que ella tratase de manipularle con su cuerpo.
Sus encuentros poco tenían que ver con hacer el amor; eran una lucha por la dominación. Maldita sea, dudaba que Tanya entendiera siquiera el concepto de hacer el amor, el mutuo intercambio de placer. Pero él era joven y sano, y cuatro meses de abstinencia lo habían dejado extremadamente tenso, tanto así, que hasta el delgado cuerpo de Bella lo podía excitar.
Bruscamente se concentró de nuevo en el problema que tenía entre manos.
—Hagamos un trato—, dijo. —Te prometo que nadie te dirá nada sobre tu forma de comer, y si alguien lo hace, me lo dices y me ocupare de ello. Y tú, corazón, empezarás a comer con regularidad. Hazlo por mí. Promételo.
Alzó la vista hacía él, y sus ojos del color del whisky resplandecían con ese suave y adorable brillo que reservaba sólo para él.
—Vale —, murmuró ella. —Por ti.
Antes de que tuviese la menor idea de lo que iba a hacer, ella le rodeó el cuello con el brazo y presionó su dulce, suave e inocente boca contra la de él.
Desde el momento en que la había sentado sobre su regazo, Bella estaba sin aliento de anhelo e intensa excitación. Su amor por él la inundó, haciéndola desear gemir de placer por su contacto, por la forma en que la sostenía tan cerca. Frotó su mejilla contra su camisa, y percibió bajo el tejido, el calor y la elasticidad de su piel. Sus pezones palpitaban, e inconscientemente se apretó con más fuerza contra su pecho. La sensación resultante era tan aguda que impactó directamente entre sus muslos, y tuvo que apretarlos a causa del ardor.
Entonces lo sintió, esa súbita dureza contra su cadera, y emocionada supo lo que era. Esa misma tarde había visto por primera vez a un hombre desnudo, y la conmoción del acto que había presenciado la había dejado débil y asqueada, pero esto era diferente. Este era Edward. Esto significaba que la deseaba.
Al percatarse de ello la invadió el placer. Dejó de pensar. El la movió para que no lo sintiera contra su cadera, y empezó a hablar. Lo miró, sus ojos clavados en su hermosa boca, casi sin asimilar sus palabras. Quería que ella comiese, sólo por él.
—Vale —, murmuró ella. —Por ti —. Haría cualquier cosa por él. Entonces el deseo se volvió tan intenso que ya no pudo contenerlo por más tiempo, e hizo lo que había deseado hacer durante tanto tiempo que parecía como si lo hubiese anhelado durante toda su vida. Le rodeó el cuello con los brazos y lo besó.
Sus labios eran firmes y cálidos, con un dejo de sabor a tentación que la hizo temblar de deseo. Lo notó sobresaltarse, como si lo hubiera asustado y notó que sus manos se movían hacía su cintura y la agarraban como si quisiese apartarla de él.
—No—, sollozó, súbitamente aterrorizada de que pudiera alejarla. —Por favor, Edward. Abrázame—. Y abrazándolo con más intensidad lo besó con más fuerza, atreviéndose tímidamente a lamer sus labios tal y como había visto en una película.
El tembló, un fuerte estremecimiento recorrió su musculoso cuerpo, y sus manos se cerraron con más fuerza sobre ella.
—Bells…— comenzó, y la lengua de ella se deslizó entre sus labios abiertos.
El gimió con todo el cuerpo en tensión. Y entonces, repentinamente, abrió la boca y comenzó a moverla, y ella perdió por completo el control sobre el beso. Sus brazos se apretaron con fuerza alrededor de ella, y su lengua se introdujo profundamente en su boca. El cuello de Bella cayó hacia atrás bajo su empuje, y sus sentidos se debilitaron bajo el violento ataque. Había pensado en los besos, incluso había practicado por la noche con una almohada, pero nunca habría imaginado que un beso pudiera hacerla sentir tan débil y acalorada, o que su sabor fuese tan delicioso, o que sentirle contra ella pudiese desatar un anhelo tan inmenso. Se retorció sobre su regazo, tratando pegarse más a él, y con ferocidad él la giro para que sus pechos se apretaran contra su torso.
—¡Bastardo infiel!
El alarido resonó en los oídos de Bella. Saltó del regazo de Edward, con el rostro pálido, mientras se giraba hacia su prima. Las facciones de Tanya estaban distorsionadas por la rabia mientras permanecía parada en la puerta, mirándolos con odio, sus manos apretadas en puños.
Edward se levantó. El rubor coloreaba sus pómulos, pero su mirada era firme mientras encaraba a su esposa.
—Cálmate—, dijo en voz queda. —Puedo explicarlo.
—Mejor que sí, — se burlo ella. —Esto debe de ser bueno. ¡Maldito seas, no me extraña que no estuvieses interesado en tocarme! ¡Todo este tiempo te has estado follando a esta estúpida y pequeña putilla!
Una niebla roja invadió la visión de Bella. ¡Cómo se atrevía Tanya a hablarle a Edward de esa forma, después de lo que había hecho esta misma tarde!
Sin darse cuenta de que se había movido, se vio de pronto frente a Tanya, y la empujó contra la pared tan fuerte que su cabeza rebotó contra ella.
— ¡Bella, para! —dijo Edward ásperamente, agarrándola y apartándola bruscamente a un lado.
Tanya se enderezó y se retiró el pelo de los ojos. Rápida como un gato pasó por delante de Edward y abofeteó a Bella con todas sus fuerzas. Edward la agarró y la apartó a un lado, sujetándola firmemente por el cuello de la blusa mientras que cogía a Bella por la nuca.
—Ya es suficiente, maldita sea—, dijo con los dientes apretados. Edward no solía maldecir delante de las mujeres, y el hecho de hacerlo ahora delataba la enormidad de su enfado. —Tanya, no tiene sentido meter en esto a toda la casa. Hablaremos de ello arriba.
—Hablaremos de ello arriba—, lo imitó ella. —¡Vamos a hablar de ello aquí mismo, maldito seas! ¿Quieres mantenerlo en secreto? ¡Mala suerte! Mañana por la noche todo Tuscumbia sabrá tus preferencias por las jovencitas, porque lo voy a gritar a los cuatro vientos.
—Cállate—, estalló Bella, ignorando la mejilla que le ardía y mirando a Tanya con odio. Trataba de liberarse de Edward, que la tenía dolorosamente aferrada por la nuca, pero él se limitó a sujetarla con más fuerza.
Tanya le escupió. —Siempre has ido tras de él, sois una puta—, siseo. —Lo has planeado todo para que os encontrará juntos, ¿a que sí? Sabías que iba a bajar a la cocina. No estabas feliz de follártelo a mis espaldas, querías restregármelo por las narices de una vez por todas.
El alcance de la mentira era tal que dejó a Bella atónita. Le echó una mirada a Edward y captó el súbito brillo de la sospecha y la condena en sus ojos.
—Callaros ambas—, gruñó él, en voz tan grave y helada, que un escalofrío recorrió su espalda. —Tanya. Arriba. Ya—. Soltó a Bella y se llevó a Tanya casi a rastras hacia la puerta.  Allí se detuvo, y lanzó a Bella una mirada tan gélida que la cortó como un cuchillo. —Luego me ocuparé de ti.
La puerta se cerró con un portazo tras de ellos. Bella se apoyó débilmente contra los armarios y se tapó la cara con las manos.
Dios mío, jamás quiso que pasara esto. Ahora, Edward la odiaba, y no podría soportarlo. El dolor afloró en su interior, atascándole la garganta, ahogándola. Nunca había sido adversaria para Tanya quien la superaba en astucia y engaño, y una vez más lo había demostrado, lanzando, sin esfuerzo, una mentira que pondría a Edward en su contra. Ahora él pensaría que lo había hecho todo adrede, y nunca, nunca la amaría.
La Abuela no le iba a perdonar este follón. Se balanceó adelante y atrás, abrumada de tristeza, preguntándose si la enviarían lejos de allí. Tanya le había dicho a la Abuela que Bella debería ir a un internado femenino en el norte, pero Bella no quiso ir y Edward la apoyó, pero ahora dudaba que Edward moviese un solo dedo aunque la enviasen al desierto del Gobi. Nunca la perdonaría por haberle causado tantos problemas, aunque consiguiera convencerlo de que Tanya había mentido, cosa que dudaba poder hacer. Según su experiencia, siempre creían a Tanya.
En apenas minutos, su mundo se había derrumbado a su alrededor. Había sido increíblemente feliz, esos breves y dulces momentos en sus brazos, y de repente todo se convirtió en un infierno. Probablemente tendría que irse, y perdería para siempre a Edward.
No era justo. Era Tanya quien era una puta. Bella no se atrevía a contarlo, no podía decirlo, pasase lo que pasase. No se podía defender de las maliciosas mentiras que Tanya, incluso ahora, contaba sobre ella.
—Te odio—, murmuró inaudiblemente, a su ausente prima. Se acurrucó contra los armarios como si de un pequeño y asustado animal se tratase, su corazón martilleando tan fuertemente contra sus costillas que estaba a punto de desmayarse. —Ojalá te murieras.


1 comentario:

  1. ohhh!!!! ame este fic!!!!! cuando subes otro cap???... en verdad...me encanto!!!!!

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