miércoles, 23 de marzo de 2011

Accidente

Capítulo 15 “Accidente”

Querida Marie,
Puedo asegurarle que mi familia la adorará tanto como yo…
Ignorando la mano extendida del marqués, Bella se libró de Edward y se puso de pie. Edward también se levantó rápidamente, adoptando una postura rígida y una expresión de cautela. Los demás sirvientes estaban en pequeños grupos mirando hacia otro lado, como si hubieran preferido estar vaciando orinales o limpiando los establos.
Enderezando sus gafas, Bella hizo una pequeña reverencia.
—Encantada de conocerle, señor. Soy Isabella Dwyer, la enfermera de su hijo.
—Ya veo que ha mejorado mucho desde nuestra última visita. —Aunque su voz era áspera, habría jurado que vio un destello de humor en los ojos del marqués.
No se atrevía a imaginar el aspecto que debía tener. Con la falda arrugada y manchada de hierba, las mejillas coloradas y el pelo que le caía del moño hasta la mitad de la espalda, probablemente parecía una fulana más que una mujer respetable que alguien contrataría para cuidar a su hijo.
Acurrucadas en la ladera detrás del marqués había cuatro mujeres exquisitamente vestidas, con todos los rizos en su sitio debajo de sus primorosos sombreros y todos los lazos, los volantes y los encajes perfectamente almidonados. Bella sintió que se le tensaba la boca. Conocía a las de su clase muy bien.
Aunque hicieron que se sintiera peor aún, levantó la barbilla negándose a humillarse ante ellas. Si la familia de Edward no hubiera renunciado a su responsabilidad respecto a él no habría sido necesario contratarla. Y si su padre la despedía ahora no habría nadie para cuidarle.
—Puede que encuentre mis métodos poco convencionales, lord Thornwood —dijo—. Pero creo que el sol y el aire fresco pueden mejorar tanto el cuerpo como la disposición.
—Dios sabe que tengo un amplio margen para mejorar ambas cosas —murmuró Edward.
Mientras el marqués se volvía hacia su hijo su arrogancia desapareció. No podía mirarle directamente a la cara.
—Hola, hijo. Me alegro de verte con tan buen aspecto.
—Padre —dijo Edward con rigidez—. Me gustaría poder decir lo mismo.
Una de las mujeres fue por la hierba hacia ellos haciendo crujir sus enaguas de raso. Aunque su piel era pálida y suave como los encajes antiguos, la edad le había robado parte de su robusta belleza.
Edward se quedó tieso, con una expresión de cautela en su cara, mientras ella se ponía de puntillas y le daba un beso en la mejilla intacta.
—Espero que nos perdones por presentarnos así. Pero hacía un día espectacular, perfecto para dar un paseo por el campo.
—No seas ridícula, madre. ¿Cómo iba a esperar que no cumplieras con tu deber cristiano? De vuelta a casa podrías parar en el orfanato o en el asilo para repartir un poco más de consuelo entre los desafortunados.
Aunque Bella hizo una mueca la madre de Edward sólo suspiró, como si ese recibimiento no fuese más que lo que esperaba.
—Vamos, niñas —dijo haciendo un gesto a sus hijas—. Venid a saludar a vuestro hermano.
Las dos rubias esbeltas se quedaron atrás como si temieran que Edward pudiera morder, pero la pequeña de pelo negro se acercó corriendo y le echó los brazos al cuello, haciendo casi que perdiera el equilibrio.
—¡Oh, Edward, no podía pasar más tiempo lejos de ti! ¡Te he echado tanto de menos!
Mostrando el primer signo de acercamiento, él le dio una torpe palmadita en el hombro.
—Hola, pequeña. ¿O debería llamarte lady Alice? A no ser que lleves los tacones de Lauren, has crecido por lo menos cinco centímetros desde la última vez.
—¿Puedes creer que dentro de quince días van a presentarme en la corte? Y no he olvidado tu promesa. —Agarrando del brazo a Edward como si temiese que se marchara, se volvió hacia Bella sonriendo. Tenía uno de los dientes frontales un poco torcido, lo cual le daba aún más encanto—. Desde que era una niña, mi hermano me prometió que bailaría conmigo el primer baile en mi presentación en sociedad.
—Qué galante —dijo Bella en voz baja captando el breve espasmo de dolor que cruzó la cara de Edward.
El marqués se aclaró la garganta.
—No acapares toda la atención de tu hermano, Alice. ¿Has olvidado que tenemos una sorpresa para él?
Mientras Alice soltaba a Edward de mala gana y volvía con sus hermanas, su padre se dio la vuelta e hizo una seña a los criados de librea que estaban en el pescante del impresionante carruaje aparcado en el camino. Tras bajar de un salto, empezaron a desatar las cuerdas de algo muy grande que estaba envuelto con una lona en el portaequipajes del coche.
Mientras llevaban el pesado bulto a lo alto de la colina, tambaleándose bajo su peso, el padre de Edward se frotó las manos con anticipación. Para cuando los criados lo depositaron en la hierba delante de Edward, Bella tenía tanta curiosidad como el resto de los sirvientes.
—En cuanto tu madre y yo lo vimos supimos que era justo lo que necesitabas. —Sonriendo a su mujer, el marqués dio un paso hacia delante y quitó la lona con una floritura majestuosa.
Bella estrechó los ojos, haciendo un esfuerzo para enfocar el extraño objeto. Cuando por fin lo consiguió casi deseó no haberlo hecho.
—¿Qué es? —le susurró Leah a Collin—. ¿Una especie de aparato de tortura?
La señora Cope miró al horizonte mientras Marks se acercaba más a ella, mostrando un repentino interés por las puntas de sus zapatos.
Prevenido por el embarazoso silencio de los criados, Edward preguntó bruscamente:
—Bueno, ¿qué diablos es?
Como nadie respondía, puso una rodilla en el suelo y empezó a pasar las manos por el objeto. Mientras sus dedos trazaban el contorno de una rueda de hierro, se le cambió la cara al darse cuenta de lo que era.
Luego se enderezó con un movimiento rígido.
—Una silla de inválido. Me habéis traído una silla de inválido. —Su voz era tan baja y peligrosa que a Bella se le erizó el vello de la nuca.
Su padre estaba aún sonriendo.
—Una gran idea, ¿verdad? Así no tendrás que preocuparte por tropezarte con nada. Te sientas en ella, te pones una manta sobre el regazo y alguien te lleva empujando donde quieras ir. Alguien como Marks o la señorita Dwyer.
Bella se puso tensa, esperando la inevitable explosión. Pero cuando Edward habló por fin su voz cuidadosamente modulada resultó más amenazadora que si hubiese lanzado un grito.
—Puede que no te hayas fijado, padre, pero aún tengo dos piernas perfectamente capaces. Ahora, si me disculpas, creo que voy a utilizarlas.
Haciendo una reverencia, giró sobre sus talones y se fue majestuosamente en dirección contraria a la casa. Aunque no tenía su bastón para orientarse, Bella no quería humillarle más yendo tras él u ordenando a uno de los criados que le siguiese. Ni siquiera Bells se atrevió a perseguirle. El pequeño collie se tumbó junto a Bella, siguiendo con su taciturna mirada a Edward mientras desaparecía en el bosque.
Como le había advertido Marks, había algunos caminos que un hombre debía recorrer solo.


Bella estaba en la sala donde Marks la había entrevistado el primer día escuchando el reloj dorado de la chimenea, que marcaba los minutos de su vida. La desaparición de Edward la había obligado a actuar como anfitriona improvisada de su familia. Se había excusado el tiempo suficiente para arreglarse el pelo y ponerse un vestido limpio, un sombrío modelo de bombasí marrón oscuro sin un volante que suavizase sus severas líneas.
La marquesa estaba sentada en el borde de su butaca con los labios fruncidos en un gesto de desaprobación y las manos cruzadas sobre su regazo, mientras el marqués se había desplomado en la suya con su enorme barriga tensando los botones de su chaleco de cachemir. Lauren y Jessica estaban acurrucadas en un sofá con un aspecto tan miserable que Bella casi sentía lástima por ellas. Alice se había encaramado en un banco a sus pies con las rodillas abrazadas al pecho como una niña. La voluminosa silla de ruedas estaba en una esquina, reprochándoles a todos ellos con su sombra siniestra.
Mientras la luz dorada iba remitiendo, sólo un suspiro ocasional y el tintineo amortiguado de una taza de té rompían el angustioso silencio.
Bella acercó su taza a los labios, haciendo una mueca al darse cuenta de que se había enfriado el té.
Al bajar la taza se encontró a la madre de Edward mirándola abiertamente.
—¿Qué tipo de enfermera es usted, señorita Dwyer? No puedo creer que le haya dejado irse de esa manera sin enviar a un criado para que le atienda. ¿Y si se ha caído por un barranco y se ha roto el cuello?
Bella dejó la taza en el plato intentando negar que estuviera expresando sus propios temores.
—Puedo asegurarle que no es necesario preocuparse, señora. Su hijo es mucho más autosuficiente de lo que puede imaginar.
—Pero han pasado casi tres horas. ¿Por qué no ha vuelto?
—Porque nosotros estamos aún aquí. —Al oír la contundente declaración de su marido, la marquesa se volvió para mirarle. Él se hundió en su butaca aún más.
—Entonces, ¿por qué no volvemos a casa? —dijeron Lauren y Jessica casi al unísono.
—Por favor, papá —suplicó Lauren—. ¡Nos estamos aburriendo!
Jessica hizo una bola con su pañuelo de encaje con una expresión optimista.
—Lauren tiene razón, mamá. Si Edward no nos quiere aquí, ¿por qué no respetamos sus deseos y nos vamos? La señorita Dwyer seguirá estando aquí para cuidarle.
—No sé para qué necesita una enfermera —dijo Alice lanzando a Bella una mirada apologética—. Si me dejaseis quedarme yo podría cuidar de él.
—¿Y tu presentación en la corte? —le recordó su padre con suavidad—. ¿Y tu primer baile?
Alice agachó la cabeza, dejando que sus suaves rizos negros cayeran sobre su perfil pensativo. Aunque fuera más solidaria que sus hermanas, sólo tenía diecisiete años.
—Edward me necesita más de lo que yo necesito un ridículo baile.
—No tengo ninguna duda de que cuidarías muy bien a tu hermano —dijo Bella eligiendo con cuidado sus palabras—, pero estoy segura de que se quedaría más tranquilo sabiendo que has hecho tu debut y has tenido la oportunidad de encontrar un marido que te adorará tanto como él.
Mientras Alice la miraba con agradecimiento, la madre de Edward se levantó y se acercó a una ventana que habían dejado un poco abierta para que entrara la brisa en el congestionado salón.
Se quedó un rato allí mirando la oscuridad cada vez más profunda con sus ojos atormentados por las sombras.
—No sé cómo puede seguir viviendo así. A veces pienso que habría sido mejor que…
—¡Elizabeth! —vociferó el marqués incorporándose y dando un golpe con su bastón en el suelo.
Lady Thornwood se dio la vuelta con una nota histérica en su voz.
—¿Por qué no lo reconoces, Edward? Todos lo pensamos cada vez que le vemos, ¿verdad que sí?
Bella se puso de pie.
—¿Qué piensan?
La madre de Edward se volvió hacia ella con una expresión furiosa.
—Que habría sido mejor que mi hijo hubiese muerto en la cubierta de ese barco. Que su vida hubiese terminado rápidamente. De ese modo no habría tenido que seguir sufriendo. No habría tenido que seguir viviendo esta vida miserable.
—¡Qué oportuno habría sido eso para usted! —Bella esbozó una amarga sonrisa—. Después de todo, su hijo habría muerto como un héroe. En vez de tener que enfrentarse a un desconocido malhumorado una bonita tarde de primavera, podría haber venido aquí a poner flores en su tumba. Todos podrían haber llorado su trágica pérdida, pero habrían acabado a tiempo para el primer baile de la temporada. Dígame, lady Thornwood, ¿desea terminar con el sufrimiento de Edward, o con el suyo?
La marquesa se puso pálida como si Bella le hubiera dado una bofetada.
—¿Cómo se atreve a hablarme así, criatura presuntuosa?
Bella se negó a acobardarse.
—No soporta mirarle a la cara, ¿verdad? Porque ya no es el joven apuesto que adoraba. No puede representar el papel de hijo perfecto con su madre. Así que está dispuesta a bajar el telón sobre su cabeza. ¿Por qué cree que no está aquí ahora? —Recorrió la sala con su mirada acusatoria antes de volver a centrarse en la madre de Edward—. Porque sabe exactamente qué están pensando cada vez que le miran. Puede que su hijo esté ciego, señora, pero no es tonto.
Mientras Bella estaba allí apretando sus manos temblorosas, se dio cuenta de que Lauren y Jessica estaban mirándola horrorizadas. Y a Alice le temblaba el labio inferior como si estuviera a punto de echarse a llorar.
Bella se sintió avergonzada. Sin embargo no se arrepentía de sus palabras, sólo del precio que le habían costado.
Se volvió hacia el marqués levantando la barbilla para mirarle a la cara.
—Perdóneme por mi impertinencia, señor. Para mañana tendré el equipaje preparado para marcharme.
Mientras iba hacia la puerta, el marqués se levantó para bloquearle el paso con sus espesas cejas arqueadas en un gesto severo.
—Espere un momento. No la he despedido aún.
Bella inclinó la cabeza, esperando que le echara la reprimenda que se merecía por hablar con tan poco respeto a su mujer.
—Ni lo haré —dijo—. A juzgar por el impresionante despliegue de temperamento que he presenciado, es posible que sea exactamente lo que ese hijo mío necesita. —Cogiendo su bastón, pasó por delante de Bella y se dirigió hacia la puerta, dejándola allí sorprendida—. Elizabeth, niñas, nos vamos a casa.
Lady Thornwood se quedó boquiabierta.
—No esperarás que me vaya y deje a Edward aquí solo. —Lanzó a Bella una mirada malévola—. Con ella.
—Las niñas tienen razón. No volverá mientras nosotros estemos aquí. —Los labios del marqués se curvaron en una sonrisa irónica, que a Bella le recordó tanto a Edward que se quedó un momento sin respiración—. La verdad es que no puedo culparle. ¿Quién quiere tener una bandada de buitres rondando a su alrededor cuando está luchando por su vida? Vamos, chicas. Si nos damos prisa podremos meternos en la cama antes de medianoche.
Lauren y Jessica se apresuraron a obedecer a su padre, cogiendo bolsos, abanicos, chales y sombreros a su paso. Lanzando a Bella una última mirada para advertirle que no olvidaría —ni perdonaría— su insolencia, la marquesa pasó a su lado con su enorme pecho sobresaliendo como la proa de un barco de guerra. Alice se quedó rezagada en la puerta el tiempo suficiente para despedirse de Bella con tristeza.
Mientras las ruedas de su carruaje iban traqueteando por el camino, Bella se quedó sola con la odiosa silla como única compañía. La miró deseando arrancar el relleno de sus cojines de crin con sus manos desnudas.
Pero en vez de eso encendió una lámpara y la dejó en la mesa junto a la ventana. Cuando llevaba allí varios minutos, escrutando las sombras con su mirada, se dio cuenta de lo que había hecho. No podía depender de la luz de una lámpara para que Edward volviera a casa.
Puede que su madre tuviera razón. Quizá debería enviar a alguien a buscarle. Pero no le parecía justo mandar fuera a los criados para que le trajeran a casa como si fuese un niño obstinado que había huido por una afrenta sin importancia.
¿Y si no quería que lo encontraran? ¿Y si estaba cansado de que todo el mundo intentara imponerle sus expectativas? Su familia había dejado claro que sólo quería recuperar a su Edward, el hombre que iba por la vida con una confianza absoluta, desplegando sus encantos a cada paso.
A pesar de su denuncia apasionada, ¿era realmente mejor que ellos? Había llegado allí pensando que sólo quería ayudarle. Pero estaba empezando a cuestionar sus propios motivos, a preguntarse si su devoción desinteresada podía ocultar un corazón muy egoísta.
Bella miró la llama de la lámpara. Su luz parpadeante no podría ayudar a Edward a volver a casa.
Pero ella sí.
Cogiendo la lámpara, salió por el ventanal a la noche.


Bella se dirigió al bosque, porque allí era donde Edward había desaparecido. La lámpara, que en la casa parecía tan brillante, daba una pálida luz a su alrededor, con el resplandor suficiente para mantener alejadas las sombras. Su llama estaba empequeñecida por la negrura aterciopelada de la noche sin luna y la maraña de ramas que había sobre su cabeza mientras se adentraba en el bosque. No podía imaginar cómo debía ser vivir en esa oscuridad día y noche.
Mientras las ramas se espesaban, cubriendo el cielo por completo, aminoró el paso. La caída de la noche había transformado Masen Park en un lugar salvaje lleno de peligros y terrores. Pasó por encima de un árbol caído, asustada por un misterioso crujido y los gritos de las criaturas invisibles de la noche. Estaba empezando a anhelar el fuerte cuerpo de Edward en más de un sentido.
—¿Edward? —dijo en voz baja para no arriesgarse a que la oyeran los sirvientes desde la casa.
La única respuesta fue otro crujido en la maleza a su espalda. Bella se paró, y el crujido también. Luego dio un par de pasos tentativos, y el crujido prosiguió. Esperando que sólo fueran sus enaguas almidonadas, las levantó del suelo y dio otro paso. El crujido sonó más fuerte aún. Volvió a detenerse con los dedos paralizados alrededor del asa de la lámpara. El crujido cesó, para ser sustituido por un jadeo feroz tan cercano que Bella habría jurado que sintió en su nuca el cálido aliento de un depredador invisible.
No había ninguna duda.
Alguien… o algo… estaba siguiéndola.
Reuniendo todo su valor, se dio la vuelta moviendo la lámpara delante de ella.
—¡Muéstrate!
Un par de húmedos ojos marrones salieron de las sombras, seguidos por un cuerpo peludo y una cola que no paraba de moverse.
—¡Bells! —susurró Bella arrodillándose—. ¡Eres un perro muy malo! —A pesar de la reprimenda, cogió al perro en brazos y lo meció contra su corazón palpitante—. No debería regañarte, ¿verdad? —Se puso derecha mientras le acariciaba las suaves orejas—. Supongo que tú también quieres encontrarle.
Mientras se aventuraba aún más en el bosque, llamando a Edward a intervalos cada vez más frecuentes, se aferró al pequeño collie negándose a renunciar a su calor reconfortante. Después de andar un largo rato se dio cuenta de que no había manera de volver sobre sus pasos. Cuando estaba empezando a pensar que Edward iba a tener que enviar a los criados para que fueran a buscarla, apareció una construcción de piedra y madera en medio de la oscuridad. Parecía una especie de granero o establo abandonado y olvidado hace mucho tiempo.
Puede que Edward hubiese conocido ese lugar cuando paseaba por el bosque de niño. Era un sitio en el que podría haber buscado refugio si se hubiera tropezado con él.
Agarrando aún la lámpara y al perro, Bella abrió la puerta de un codazo dejando la mitad de las bisagras colgando y haciendo una mueca ante su penetrante chirrido.
Al levantar la lámpara extendió un pálido círculo de luz por las viejas vigas de roble, los montones de paja, las bridas podridas y los ganchos oxidados que colgaban de los percheros de madera astillada.
Incapaz de ignorar más tiempo su meneo, Bella dejó a Bells en el suelo para que pudiera correr y olfatear todo lo que había a su alrededor. Excepto los ratones que hacían crujir la paja, no parecía que hubiera otro ser vivo allí.
—¿Edward? —gritó sin querer alterar el extraño silencio—. ¿Estás aquí?
Avanzó un poco más en la penumbra. Casi en el centro del establo, una desvencijada escalera de madera desaparecía hacia arriba en la oscuridad.
Bella suspiró. No quería jugarse la vida explorando un pajar decrépito, pero no tenía sentido llegar tan lejos para no investigar todas las posibilidades. Aunque Edward no estuviese ahora allí, podía descubrir alguna señal de que había estado en algún momento.
Enrollándose la falda sobre el brazo y sujetando la lámpara con cuidado, inició el largo y difícil ascenso por la escalera. Las sombras amenazadoras bailaban delante de ella, haciendo oscilar la luz parpadeante de la lámpara. Cuando por fin llegó arriba y pisó las tablas polvorientas lanzó un suspiro de alivio.
El pajar parecía estar tan desierto como el resto del establo. No había señales de que nadie se hubiera refugiado allí en los últimos veinte años. El cielo nocturno se veía a través de la puerta abierta, sin luna, pero no desprovisto de luz. Un suave manto de estrellas iluminaba su profunda oscuridad.
Bella se dio la vuelta, estrechando los ojos para escrutar las sombras debajo de las vigas. ¿Era su imaginación o había visto moverse algo? ¿Y si Edward se había refugiado allí después de todo? ¿Y si estaba herido y era incapaz de responder a su llamada? Se adentró un poco más en el pajar, estremeciéndose cuando un espeso velo de telarañas le rozó la cabeza.
—¿Hay alguien ahí? —susurró balanceando la lámpara delante de ella.
Las sombras estallaron en movimiento, y Bella se tambaleó hacia atrás, rodeada por el aleteo frenético de alas correosas y agudos chillidos. Mientras los asustados murciélagos abandonaban su refugio y salían disparados por la puerta abierta del pajar, levantó los brazos instintivamente para protegerse el pelo y los ojos de sus alas.
Entonces se le cayó la lámpara, que tras rodar hasta el borde del pajar aterrizó en el sucio suelo de abajo en una explosión de cristales. El último murciélago desapareció en la noche. Espoleada por el gañido sobresaltado de Bells y el olor acre del aceite de la lámpara que comenzaba a arder, Bella corrió hacia la escalera pensando sólo en extinguir el fuego antes de que pudiera incendiar la paja y quemar todo el establo.
Cuando había descendido una tercera parte de la escalera pisó un peldaño podrido que al romperse le hizo perder el equilibrio. Se balanceó precariamente, debatiéndose entre la desesperación y la esperanza durante un rato que se le hizo eterno, y luego cayó hacia atrás al vacío.
Oyó el golpe de su cabeza en el suelo, oyó gimotear a Bells mientras le lamía la mejilla y le acariciaba la oreja con su frío y húmedo hocico, oyó el crepitar de las llamas que comenzaban a extenderse por la paja.
—¿Edward? —susurró viéndole sonreír bajo la luz del sol justo antes de que su mundo se sumiera en la oscuridad.

1 comentario:

  1. Oh por dios!! Pq nos dejas en lo mas interesante, pobre Bella ojala alguien la ayude antes de q las cosas se pongan mas feas.

    Hasta la proxima...

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