miércoles, 1 de diciembre de 2010

"La despedida"


Capítulo 13 "La despedida"

Lo primero que hizo fue recoger el hacha.
—¡Nos bloquean el acceso a la playa! —exclamó Bella.
Edward corrió al patio trasero y examinó la zona.
—El sendero trasero está intransitable por culpa de la tormenta. La isla es demasiado pequeña, pero tenemos que escondernos en algún sitio…
Volvió a tomarla de la mano y se dirigió hacia el bosque. Nada más llegar a la primera fila de árboles, la soltó. Acababa de tomar una decisión.
—Corre. Escóndete tú. Yo hablaré con ellos. Les diré que te he matado para quedarme con las provisiones y con el botín de la bodega para mí solo.
—Te matarán —protestó, consternada—. Yo tengo otra idea.
Desde donde estaban, se oían ya las voces de los mañosos ascendiendo por el sendero principal.
—Date prisa. Pronto tendremos compañía.
Edward no pudo menos que admirar una vez más su valentía mientras escuchaba su plan.
—Es arriesgado.
—Pero es mejor que servir de blanco a un pelotón de mafiosos.
—Está bien. Vamos.
Se dirigieron al cobertizo para sacar la barca y la acercaron justo al borde del acantilado. No podían perder ni un segundo, y aun así era posible que les dispararan. Poco podría hacer con un hacha frente a cuatro armas de fuego.
Esperaron hasta que el primer mafioso asomara la cabeza. Bella saltó a la barca y fue a la proa. Edward, a su vez, empujó la barca hacia el borde y se subió también.
Los matones empezaron a dar gritos y a disparar mientras la barca empezaba a precipitarse por la empinada ladera del acantilado, en dirección a la playa.
—¡Agáchate! —le ordenó Edward mientras la protegía con su cuerpo.
El casco soportó la veloz carrera pendiente abajo, por el suelo de roca y arbustos… hasta que aterrizó blandamente en la arena. Sus perseguidores continuaban disparando mientras desandaban el sendero.
Edward la ayudó a bajar y, de la mano, echaron a correr hacia la lancha rápida. Una lluvia de balas silbó sobre sus cabezas. Bella se encargó de desamarrarla mientras Edward intentaba ponerla en marcha. Una feroz sonrisa se dibujó en sus labios en el instante en que lo consiguió.
Partieron a toda velocidad. Los mafiosos se quedaron varados en la playa, jurando y maldiciendo. Bella estaba mortalmente pálida cuando se sentó en su asiento.
—Esto ha sido… interesante.
Edward no tenía tiempo para ofrecerle consuelo alguno mientras agarraba con fuerza el volante, procurando no zozobrar. Dado que no tenía ni idea de dónde podrían encontrarse, intentó pedir ayuda por radio.
Por fin logró contactar con el servicio griego de guardacostas, que le indicó el puerto más cercano. Una vez allí, prefirió eludir el muelle como medida de precaución y atracó en una cala cercana. Después de convencer a Bella de que se quedara a bordo, se acercó a un pequeño bar para hacer algunas llamadas de teléfono.
No habían transcurrido ni veinte minutos cuando se entrevistó con su contacto y le entregó las monedas que había recogido en la bodega de la isla a cambio de un deportivo negro, un Lamborghini Diablo, algo de dinero en efectivo, un móvil, dos pistolas y abundante munición.
El color gris del cielo encajaba perfectamente con el sombrío humor de Edward. Sobre todo después de las órdenes que acababa de recibir.
—EDenali muy cerca del Pireo —informó a Bella mientras la ayudaba a bajar de la lancha.
—¿El puerto de Atenas? ¿A qué día eDenali?
—Dieciocho de octubre.
—¡El Sueño de Carmen atracará esta misma semana en el Pireo, antes de zarpar rumbo al Caribe! —sonrió—. Qué increíble casualidad…
—Casualidad… o destino —repuso Edward, frunciendo el ceño con gesto preocupado.
—¿Qué ocurre?
—Nada.
—Cuando un hombre dice «nada», está queriendo decir: «no quiero decírtelo por tu propio bien» —lo agarró de un brazo—. ¿Nos ha encontrado la Camorra?
—Aún no. Pero preferiría quedarme de momento en un lugar seguro, para no correr riesgos —la llevó hacia el aparcamiento del bar, previendo ya su respuesta. Pero tenía que jugar su papel. Hacer lo que ella esperaba para despejar sus sospechas.
—No. Me vuelvo al barco. No puedes obligarme a que me quede.
—Como quieras. Cuando te secuestré, te confisqué el dinero, la identificación y el pasaporte para que no pudieras escapar. Están en un lugar seguro. Te los enviaré —apretó la mandíbula mientras la guiaba hacia el deportivo—. Tu barco está al otro lado del puerto.
—Diablo —leyó el escudo del coche—. El nombre te viene al pelo —abrió mucho los ojos—. ¿Es tuyo?
En silencio, le abrió la puerta del pasajero y se sentó al volante.
—¿Qué velocidad alcanza? —le preguntó ella.
—Trescientos cincuenta kilómetros por ahora.
—Piensas darte prisa, ¿eh? —el comentario fue acogido con un hosco silencio—. Edward, por favor… ¿qué pasa?
—Nada —el trayecto duró muy poco. Finalmente se detuvo a unos cincuenta metros del enorme barco crucero. Si podía sobrevivir a los siguientes minutos, todo saldría bien.
«Sigue mintiéndote a ti mismo. Lo que sea con tal de seguir adelante». Bajó del coche y le abrió la puerta.
—¿Edward? —lo miró con expresión vacilante, mordiéndose el labio—. ¿Me llamarás?
Sabía que, una vez que se enterara de todo, ya no querría que lo hiciera.
—No lo sé.
—Podrías dejarme un mensaje —parpadeó para contener las lágrimas—. Necesito saber que estás bien.
La triste incertidumbre de su mirada le desgarró el corazón. La tomó de los hombros y se apoderó de su boca en un beso desesperado.
Bella le echó los brazos al cuello y se apretó contra él. Le devolvió el beso con anhelo, con amor. Edward deslizó por última vez las manos por su cuerpo, memorizando sus curvas.
En cierta ocasión, Bella le había preguntado cuál era su sueño. Ella era su sueño. Un sueño que nunca podría tener.
Finalmente Bella se separó, reacia. Edward apoyó la frente contra la suya.
—Si necesitas algo, cualquier cosa… —le temblaban los labios— ya sabes dónde encontrarme.
—Sé fuerte, Bella. Aguanta.
Bella se giró en redondo y se perdió en la muchedumbre que se concentraba en el puerto. Viéndola alejarse, Edward se recordó una vez más que su profesión era su vida. Había vivido para su trabajo sin el menor remordimiento. Hasta ahora.
No podía decirle a Bella quién era. Y no comprometería su seguridad más de lo que ya lo había hecho.
En el último momento, ella se volvió para mirarlo. Edward se llevó una mano a los labios y le lanzó un beso, procurando no pensar en su expresión cuando descubriera la verdad.
Por fin desapareció de su vista, y un hombre alto y delgado, de pelo rubio, se separó de la multitud para seguirla a bordo. Edward cerró los ojos y se apoyó contra el coche. Bella era la mujer más fuerte que había conocido nunca. Pero la traición de la que la había hecho víctima destrozaría la poca confianza que pudiera quedar en ella hacia él.
—Perdóname, tesoro —susurró. Y aunque no había vuelto a llorar desde que tenía doce años, una lágrima resbaló silenciosamente por su rostro.
Llorosa, Bella abordó el barco. El sorprendido vigilante de seguridad la reconoció de inmediato y le indicó que pasara. Era libre. Debería sentirse feliz. Pero, en lugar de ello, se sentía terriblemente triste, a la vez que preocupada a más no poder por el hombre que había dejado atrás. ¿Qué sería de Edward?
¿Volvería a saber de él? Si el destino los había unido… tal vez debería volver al Mediterráneo, pensó con la mirada clavada en el mar. ¿Para hacer qué? Si Edward no quería que lo encontrara, jamás lo conseguiría.
Subió por las escaleras, evitando los ascensores con la intención de ganar tiempo para recuperarse. Edward no había podido sacarse aquel deportivo de la manga, por arte de magia. Y tampoco la pistola cuyo bulto había sentido cuando lo besó. El corazón le dio un vuelco en el pecho. La quería, sí, pero… ¿lo suficiente para renunciar a la vida que llevaba? ¿O acaso ya era demasiado tarde para cambiar?
Se enjugó las lágrimas con la manga de la chaqueta de cuero, que todavía llevaba. No podía hacer nada. Si Edward quería estar con ella, tendría que renunciar a aquella vida. Tendría que acudir a ella, dispuesto a empezar de nuevo. Era él quien tenía que tomar la decisión, pensó mientras se encaminaba directamente a la oficina de seguridad del crucero.
Peter se recuperó rápidamente de su asombro y la llevó con el capitán. Cuando entraron en el puente de mando, hasta el último oficial se volvió para mirarla. Se hizo un consternado silencio. El capitán Garret se levantó de su asiento.
—¡Señorita Swan! —exclamó con tono preocupado—. ¿Qué le ha sucedido? ¿Se encuentra usted bien?
En un gesto reflejo, se pasó una mano por su enmarañada melena. ¿Cómo responder a esa pregunta? Su vida entera había cambiado. Ya nunca volvería a ser la misma.
—Yo… me secuestraron en las afueras de Nápoles.
—Peter, informe de inmediato a la policía de Atenas y a la Interpol —ordenó el capitán Garret—. Y avise al médico.
Por el rabillo del ojo, Bella vio escabullirse a Benjamín Kourti, el primer oficial. El playboy la había rondado desde el primer día. Siempre había demostrado tener muy poco tacto.
—Me encuentro bien, gracias. Me gustaría retirarme a mi camarote, llamar a mi madre y descansar un poco antes de hablar con la policía.
—Está bien. El oficial Peter y yo queremos estar presentes durante el interrogatorio, que esperamos sea breve, para no importunarla demasiado. Pediré a las autoridades policiales que suban al barco.
—Gracias, capitán —sabía que ambos estaban preocupados por ella… pero también por la reputación de la línea de cruceros. De todas formas, les estaba inmensamente agradecida.
—No se preocupe, señorita Swan —le dijo el capitán, palmeándole cariñosamente un hombro—. Con nosotros estará a salvo —se volvió para descolgar el teléfono—. Ya la avisaré cuando llegue la policía.
Peter la acompañó a su camarote. Amablemente la informó de que no debía ducharse ni cambiarse de ropa antes de que llegara el médico y la policía. Bella declinó su oferta de quedarse con ella a esperarlos.
Una vez que se hubo marchado, Bella se apoyó en la puerta. Las últimas palabras de Edward resonaban en su cabeza: «Sé fuerte, Bella. Aguanta». ¿Qué les diría a las autoridades? Edward la había secuestrado. Pero también le había salvado la vida… múltiples veces. Y la había liberado voluntariamente. Al final no había sufrido ningún daño.
Oyó que llamaban a la puerta y soltó un suspiro. La abrió, esperando que fuera el médico… pero a quien vio fue a su madre.
—¡Bella! —se lanzó a abrazarla, llorando.
—¿Mamá? —inquirió entre lágrimas. De repente fue como si hubiera vuelto a tener diez años—. Iba a llamarte… ¿Qué estás haciendo aquí?
—Siéntate, debes de estar exhausta —la miró detenidamente—. Y has adelgazado…
Se sentó en la cama mientras su madre se acercaba al teléfono. Estaba muy guapa y elegante, con un pantalón negro y un suéter verde. Pidió café y algo de comida, insistiendo en que se dieran prisa.
—En vez de quedarme esperando en casa a recibir noticias tuyas, me decidí a incorporarme al crucero —le explicó, sacando una silla y sentándose frente a ella—. No estaba dispuesta a renunciar hasta encontrarte.
Bella se la quedó mirando de hito en hito.
—¿Dónde está mi madre? No te reconozco.
—He cambiado —Renée sonrió, irónica—. Tú también pareces distinta. Como… mayor —la miró de cerca—. Y triste. ¿Qué te ha pasado, cariño?
—Estoy bien, mamá. Yo… todavía no estoy preparada para hablar de ello —jamás podría hablarle de Edward. Era como una preciosa joya que atesoraría para siempre en su corazón.
—Esperaré, cariño —le dio unas palmaditas en el hombro—. Yo también tengo algo importante que decirte. Pero éste no es el momento adecuado.
Bella parpadeó asombrada. Normalmente su madre la habría acribillado a preguntas. En lugar de ello, recibió como si tal cosa al servicio de habitaciones y le acercó la mesa con el café y la comida.
Cuando llegara la policía, el nombre de Megaera no tardaría en salir a colación. Y Bella no quería que su madre se enterara de la infidelidad de su marido de aquella forma. Tenía que decírselo. Ahora o nunca.
—Escucha, mamá, tengo que decirte algo. Una vez que llegue la policía, puede que pasen muchas horas antes de que volvamos a tener oportunidad de hablar.
Aquello iba a resultar especialmente doloroso. Pero tenía que hacerlo.
Dudó, sin embargo, e intentó ganar tiempo para reunir el coraje suficiente.
—¿Por qué no me cuentas antes tu noticia importante? —le propuso mientras tomaba un bocadillo de pavo, aunque no tenía apetito.
—Está bien. Yo, er… —se alisó el pantalón, nerviosa—. A mi edad, no me parece muy adecuada la expresión «salir con alguien». Digamos que… he iniciado una relación.
—¿Qué? —casi dejó caer su plato.
—Sí, y con un hombre maravilloso. No es que lo estuviera buscando, por supuesto. He viajado por medio mundo buscándote… y al final he encontrado a Eleazar.
—¿Eleazar? —Bella sacudió la cabeza, consternada—. ¿Estás hablando de Eleazar Denali, el magnate de la línea de cruceros?
—Sí. Ya conoces a sus encantadoras hijas, Kate y Tanya, y a su nieta, Irina. Eleazar también tiene un hijo, de otra relación.
—¿Pero cómo…? —se había quedado sin palabras—. ¿Cuándo?
—Nos conocimos cuando Eleazar se incorporó al crucero debido a tu desaparición. Estaba muy preocupado por ti y fue muy amable conmigo.
—Pero tú adorabas a papá.
—Sí. Las dos lo adorábamos. Pero la vida sigue. Y con Eleazar he encontrado algo que ni siquiera sabía que echaba de menos. No sé cómo explicarlo.
—Bueno, yo… Yo sabía que su matrimonio no tenía mucha… pasión —suspiró Bella—. Papá y tú se querían, pero cómo Mike y yo. Al final, supongo que necesitabas algo más.
—Sí, eso es.
—Y, obviamente, con Eleazar eres feliz. Estás… radiante.
—Sí. Es cierto.
—Entonces me alegro por ti, mamá —sonrió—. Por los dos.
—Anoche Eleazar subió al barco. Ahora mismo está aupado, pero me gustaría tanto que lo conocieras…
—Estoy impaciente.
Renée se levantó para abrazarla.
—¡Qué alivio! —exclamó—. No sabía cómo decírtelo, sobre todo después de todo lo que pasaste a raíz de la muerte de tu padre. Lo querías tantísimo que…
—Precisamente quería hablarte de eso —la hizo sentarse a su lado, en la cama—. Es muy duro, mamá.
—Adelante, suéltalo —la animó su madre, apretándole la mano—. Has vuelto, y eso es lo único importante.
—He descubierto algo sobre papá —¿por dónde debía empezar? Se mordió el labio—. ¿Sabes por qué me decidí a trabajar de bibliotecaria en este barco?
—Querías conocer los puertos que había visitado tu padre… y encontrar alguna manera de demostrar su inocencia.
—Encontré accidentalmente un disco compacto escondido dentro de uno de mis antiguos diarios. Contenía archivos escritos por papá en griego clásico. Pasé meses traduciendo y transcribiendo esas notas, buscando yacimientos arqueológicos, hablando con los contactos que figuraban en los archivos… —tragó saliva—. Papá no dejó a propósito aquel disco dentro del diario para que lo encontrara yo, sino para que no lo descubriera la policía. Él… era culpable de todo lo que le acusaron.
—Oh, Charlie —Renée cerró los ojos, dolida—. De ahí fue donde sacó el dinero para pagar todas las facturas médicas cuando eras niña…
—Lo siento, mamá. Pero eso no es todo. Papá… mantenía relaciones con otra mujer. Durante mucho tiempo.
Renée se quedó en silencio durante un buen rato.
—Ya. Lo sabía.
—¿Lo sabías?
—Más bien lo sospechaba —suspiró—. Lo de su actividad delictiva no, desde luego. Pero lo de la otra mujer… sí. Como tú misma dijiste antes, nuestro matrimonio no funcionaba bien. Estaba como… distanciado.
—¿Por qué no dijiste nada? ¿Por qué seguiste con él? ¿Fue por mí?
—¡Cariño, no! No te culpes a ti misma. Fue una elección mía. Yo no quería encarar la verdad. No quería renunciar al hogar estable que teníamos. Además, yo amaba a Charlie y no quería perderlo. Así que lo dejé en paz con su secreto.
—No lo entiendo —Bella le tomó una mano entre las suyas—. ¿Cómo podías seguir queriéndolo aun sabiendo que te engañaba? ¿Qué te traicionaba?
—Mi dulce niña —se le llenaron los ojos de lágrimas—. No eliges a la persona de la que te enamoras. El amor no es algo que se pueda conectar y desconectar a voluntad. El corazón siempre ama, con defectos o sin ellos.
—¿Cómo he podido estar tan ciega?
—Tu padre tenía sus defectos, pero te amaba con locura. Creo que por eso se quedó tanto tiempo con nosotras.
—Entonces eres mucho más fuerte y generosa que yo.
—Todavía eres joven, Bella. Se necesitan dos personas para hacer que una relación funcione… o fracase. Yo debería haberme enfrentado a Charlie en vez de aferrarme a él. Debería haberlo dejado —le acarició tiernamente el pelo—. Tal vez entonces los tres habríamos sido más felices. Sí hubiera sido más fuerte y generosa… quizá ahora mismo tu padre no estaría muerto.
—¡Eso no, mamá! Eso no fue culpa tuya…
Y se abrazaron, llorando por el hombre al que ambas habían querido tanto.

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