miércoles, 1 de diciembre de 2010

"El Conde Black"


Capítulo 17 “El Conde Black”

Miles de estrellas como velas temblorosas brillaban en el terciopelo negro del cielo. En algún lugar, en Saint Martin, el marinero Laurent Gathegi bebía para olvidar, pero en su alojamiento en la parte más miserable de la ciudad, Bella seguía durmiendo sin que la perturbaran los insectos y los ratones que había en la habitación.

Hacía rato que había amanecido cuando Bella abrió los ojos. Miró confundida el extraño lugar en que se encontraba. ¿Esta habitación estaba en aquella fortaleza donde Edward la había llevado? Pero ella había escapado de esa hermosa isla, ¿verdad? Sí, había escapado y la habían traído a Saint Martin. Había ido en búsqueda de su prometido, pero luego... luego...

–¡No! –gritó al recordar todo. ¡Dios mío, no!

¿Por qué tenía que recordar? Habría sido mejor perder todo recuerdo, mejor que estar sentada allí y contar los minutos hasta que volviera Laurent Gathegi. ¿Qué clase de horribles torturas planeaba para ella? Ya estaba débil por el hambre, y ¿él la dejaría morirse de inanición? No, él quería una revancha más completa que esa, volvería.

–Ah, Edward, ¿por qué no puedes salvarme esta vez? Pero me temo que fui demasiado inteligente. Estás a cientos de kilómetros de distancia, buscándome en la isla, si es que no has abandonado ya la búsqueda.

¿Qué estaba pensando? ¡Ella no quería que él la rescatara!, ¿o sí?, Bella miró la miserable habitación y sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas. Cualquier cosa sería preferible a lo que Laurent Gathegi planeaba para ella, incluso la vida con Edward. Pero Edward no estaba allí para ayudarla, y esto sólo le dejaba una alternativa: una muerte rápida.

Con la mente concentrada en su única solución, Bella se levantó y caminó lentamente hasta la ventana abierta. No había balcón afuera, sólo un antepecho que podía conducir a otra ventana.

Debajo, a la derecha, había un pequeño toldo sobre una puerta, pero directamente debajo de la ventana había una pila de leños. La pila era grande, con ramas cortadas que apuntaban en todas direcciones como lanzas. Si se arrojaba allí moriría con seguridad, de una muerte rápida. Bella levantó las piernas para sacarlas por la ventana y se quedó allí un momento, sintiendo los últimos minutos de su vida. Sonrió irónicamente, pensando que había escapado del hombre más apuesto que jamás había conocido. Lo había dejado por esto.

–Ay, Bella, qué tonta has sido –se dijo en voz alta con un fuerte suspiro.

Se soltó de la ventana y respiró profundamente. Todo lo que debía hacer era inclinarse hacia adelante, y ese sería el final. Pero una parte de ella se aferraba aún a la vida, aunque esa vida significara una tortura prolongada; volvió a la habitación.

“Tienes que saltar, Bella”. “No puedo”. Podría gritar pidiendo ayuda. No, con eso sólo conseguiría que volviera Laurent Gathegi, y de todas maneras tendría que saltar. “Entonces salta procurando no caer sobre la pila de ramas”.

Volvió a mirar por la ventana, pero la pila era demasiado grande como para evitarlo

–¡El toldo!

Bella arrojó el bulto de sus ropas por la ventana; luego se descolgó ella misma hasta quedar precariamente colgada de las manos en el antepecho. Trató de llegar al toldo con el pie, pero le fue imposible. Ahora veía su error. Debió haberse detenido en el antepecho y saltar hacia el toldo. Pero era demasiado tarde, porque ella se sentía demasiado débil como para volver a subir.

Una mano se deslizó, y el cuerpo se apartó de la pared. Buscó frenéticamente con el brazo libre, y se agarró del antepecho mientras la otra mano resbalaba. Su cuerpo se torció hacia el otro lado, dándole una visión clara del toldo. Parecía imposible llegar allí desde su posición, porque estaba por lo menos a un metro y medio más abajo y a treinta centímetros más afuera. Pero tenía que alcanzarlo. Era su única posibilidad de sobrevivir.

Esta vez le resultó más difícil volver al lugar desde donde alcanzaría el antepecho, pero finalmente lo logró. Sabía que sólo le quedaban pocos segundos antes de que sus dos manos cedieran, pero conservaba la calma. Usando los pies se apartó de la pared de la casa, y quedó balanceándose hacia atrás y hacia adelante.
Aún tenía miedo de dejarse caer, pero se consoló con la idea de que de todas maneras habría muerto. Se balanceó una vez más, y luego hacia su blanco. Se soltó. Cayó de rodillas en medio del viejo toldo de tela y rápidamente se asió a los costados, pero su peso venció los soportes podridos y golpeó con todas sus fuerzas contra la puerta cerrada, para luego caer el corto trecho que la separaba del suelo.

Bella jadeaba, sin saber si reír o llorar. Ahora se preguntaba por qué había tenido tantos reparos en intentar la huida. Luego miró hacia arriba, hacia la ventana que estaba tan alta y se burló de su propia audacia. Pero, gracias a Dios, estaba libre y viva. Rogó poder encontrar al conde Black sin encontrarse con más hombres malvados.

Bella se puso de pie, tomó su bulto de ropas y corrió hasta el extremo de la callejuela. Cautelosamente miró a su alrededor. Laurent Gathegi bebía en una taberna en esa misma calle. Bella bajó la cabeza y se apretó contra la pared de la casa, contuvo el aliento mientras esperaba que Gathegi pasara por la callejuela.

Finalmente el hombre apareció, avanzó, tropezó y cayó a poca distancia de ella. Bella creyó que se desmayaría mientras esperaba que él se pusiera de pie. Lo hizo con lentitud, y siguió hacia la entrada de su casa, sin siquiera mirar en dirección a Bella. Ella dejó pasar unos minutos antes de entrar en la vieja taberna, con lo cual también logró tranquilizarse un poco. Luego salió corriendo de la callejuela y siguió por la calle en la dirección por la que había venido Gathegi. Detuvo a la primera persona que vio, un joven, y le pidió indicaciones para ir a la plantación de Black. Él le dijo que estaba en las afueras de la ciudad, pero le informó orgullosamente que había visto al conde en los muelles esa misma mañana.

Bella siguió hacia los muelles, deseando salir de la ciudad. Al llegar al muelle, fue hacia un viejo apoyado en un cajón vacío, y que se sostenía con un corto bastón.

–Perdón –aventuró Bella–. ¿Sabe usted dónde puedo encontrar al conde Black?

–¿Qué quieres de él, muchacho?

–Es un asunto importante –replicó Bella. Juró que jamás volvería a ponerse ropas de hombre.

–Allí. –Señaló un gran barco–. Black está dando órdenes.

Bella se apresuró, aliviada de poder encontrar tan rápidamente al conde. Vio que el barco que el hombre le señalaba no estaba descargando cajones como los otros, sino una carga humana; negros con las manos y los pies encadenados. Al acercarse, un olor fétido asaltó su nariz, provocándole náuseas.


Vio al hombre que daba órdenes, un hombre de mediana estatura, con largos y lacios cabellos negros, pero de espaldas a ella. Bella lo llamó por su nombre. Él la miró con obvia irritación, y ella vio sus ojos castaños y su rostro fuerte y apuesto, pero luego él volvió a lo que estaba haciendo.

Bien, ¿qué esperaba ella, vestida como estaba? Todos la tomaban por un muchacho. Caminó lentamente hacia él.

–¿Es usted el conde Jacob Black? –preguntó, obligándolo a volverse hacia ella.

–¡Fuera de aquí, muchacho!

–¿Es usted ...?

–¡Vete, ya te lo dije! –interrumpió él bruscamente.

–¡Soy Isabella Dwyer! –gritó ella, perdiendo la paciencia.

Él rió y se apartó nuevamente. Ella se arrancó la bufanda de la cabeza, dejando ver sus cabellos que cayeron en su espalda.

–Monsieur –llamó dulcemente. Cuando él se volvió una vez más, Bella arrojó la bufanda a su rostro y se apartó de él.

–¡Bella! –gritó él, corriendo tras ella, pero ella no se detuvo. Cuando él la alcanzó, la obligó a volverse, con el rostro asombrado–. Debes perdonarme, Bella. Pensé que estabas muerta. Uley volvió con mi barco y me dijo lo que había sucedido. Ahora pensé que eras un muchacho, y que venías a molestarme. Toda la ciudad sabe que te esperaba, y saben lo que sucedió.

Su enojo pasó tan rápidamente como había venido, y sonrió cálidamente al joven parado ante ella.

–Lamento haberte arrojado la bufanda.

–He sido una bestia al gritarte como lo hice. No hablemos más de esto. Ven –dijo él, conduciéndola a un carruaje que estaba a poca distancia–. Ahora te llevaré a casa. Hablaremos más tarde, y tengo una sorpresa para ti.

–¿Una sorpresa?

–Sí, y creo que te gustará mucho –respondió él con una sonrisa perezosa–. Pero ahora dime una cosa, ¿cómo has logrado llegar hasta aquí?

–En un barco mercante.

–¿Pero no fue un barco mercante el que atacó a ‘Canción del Viento’?

–No –respondió Bella–. Tengo mucho que contarte, pero como bien dices podemos hablar más tarde. Ahora deseo bañarme y cambiarme de ropa.

–Por supuesto, ma chérie. No tardaremos mucho en llegar a la casa.


–Ah, madame Dwyer. Me alegro de ver que hoy se siente mejor –dijo Jacob Black mientras Renée Dwyer entraba en su estudio sin anunciarse–. Para usted fue un golpe no encontrar aquí a su hija cuando llegó ayer.

–No me siento mejor, monsieur. Pero me niego a creer que mi hija esté muerta. ¡Debemos encontrarla!

–Por favor, siéntese, madame –dijo Jacob, señalando una silla junto a su escritorio–. He encontrado a su hija... o, más bien, ella me encontró a mí. A Bella se le ha asignado la habitación junto a la suya. En este momento se está bañando.

–¡Pero por qué no me lo ha dicho de inmediato! –exclamó Renée, y salió corriendo de la habitación.

–¡Madame Dwyer! –llamó Jacob, deteniéndola antes de que llegara a la puerta–. Insisto en que debe esperar antes de ver a Bella.

–Pero, ¿por qué? ¿Le sucede algo?

–No... creo que está bien. Aún tengo que averiguar lo que le sucedió después de ser raptada en el ‘Canción del Viento’. Debo pedirle que me deje hablar con ella primero.

–¡Pero soy su madre!

–Y yo soy su prometido. Hay ciertas cosas que debo saber antes de....


–¿Qué quiere decir, monsieur? –le interrumpió Renée–. Es suficiente que Bella esté aquí y que esté viva.

–Si Bella ha de convertirse en mi esposa…

–¡Sí! –casi gritó Renée–. Permítame informarle, conde Black, que yo estuve en contra de este compromiso desde el comienzo. Siempre quise que Bella eligiera su propio marido. Aún lo deseo. Ahora que Phil está muerto, Bella no tiene por qué respetar el acuerdo que la hace su esposa. Vine aquí para decírselo.

–Por favor, madame Dwyer, usted me entiende mal –dijo Jacob, molesto.

–Creo que le he comprendido perfectamente, monsieur. Si Bella ya no es inocente, no es culpa suya. Y si usted no desea casarse con ella, me llevaré a Bella y saldremos de su casa inmediatamente.

Jacob estaba molesto pero logró ocultarlo. No debería haberle dicho a esa mujer que su hija estaba allí pudiendo haberla hecho marchar y conservar a Bella como amante sin que su madre lo supiera. Ahora toda la ciudad sabía lo que le había sucedido a Isabella Dwyer, pero él no podía casarse con ella. Sin embargo, tampoco podía dejarla ir. Era demasiado hermosa como para perderla.

–Madame Dwyer, lamento haberme expresado mal. Tengo todas las intenciones de casarme con Bella. Pero como seré su marido, supongo que le gustará contarme primero su historia. Al fin y al cabo, vino a mí. Después, se regocijará al verla a usted, y olvidará todo lo que ha pasado.

Renée se calmó y comprendió lo que el hombre decía.

–Muy bien, monsieur. Esperaré en mi habitación.

–¿No irá a ver a Bella?

–Esperaré a que usted haya hablado con ella. Pero deseo que me llame inmediatamente una vez que haya terminado.

–Le informaré yo mismo.

Jacob la miró salir de la habitación y rechinó los dientes, con el ceño fruncido. Le habría gustado matar de un tiro al capitán Uley por permitir que los piratas capturaran a Bella. Aunque todavía fuera virgen, nadie lo creería. Ahora tendría que ganar tiempo y pensar en alguna forma de liberarse de la madre, se sentía seguro de poder manejar a Bella si la dejaban a su cuidado.

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