viernes, 3 de diciembre de 2010

"James Gigandet"


Capítulo 18 “James Gigandet”

–Bella, eres aún más hermosa de lo que te recuerdo –dijo Jacob al entrar en la sala y cerrar las puertas.

–Es usted muy amable, monsieur –replicó ella delicadamente. Se sentía un poco culpable.

–Llámame Jacob, pequeña, ya que...

–¡No me llames ‘pequeña’! –respondió duramente Bella–. Edward me llamaba así, y no quiero volver a oír esa palabra.

–Lo siento, Bella.

–Perdóname tú a mí –dijo rápidamente Bella, sintiéndose, tonta–. No quería reaccionar así. Sucede que el recuerdo de ese hombre aún vive en mi mente.

–¿Quién es este hombre del que hablas?

–Edward es el capitán del ‘Dama Alegre’, el barco que luchó contra ‘Canción del Viento’.

–Es un pirata, ¿verdad? –preguntó Jacob, mientras sus ojos pardos observaban el rostro de Bella.

–Dice que trabaja bajo la protección de Inglaterra.

–Pirata o particular... es lo mismo, más o menos. ¿Él... bien... ?

–¿Quieres saber si me violó? Sí, muchas veces –dijo Bella sin ruborizarse–. Me mintió y me engañó también. Me dijo que me traía aquí para obtener un rescate. Pero en cambio nos llevó a mí y a mi criada a una isla que dice ser suya. Me habría retenido allí durante meses si yo no hubiese escapado.

–Esa isla, ¿tiene un nombre?

–No lo sé. Desde un barco parece desierta. Hay nativos que viven tierra adentro, y hay una gran casa lejos de la costa que construyeron los españoles hace mucho tiempo.

–¿Y cómo lograste escapar de ese Edward? –preguntó Jacob.

–Dejé la casa mientras él dormía, y pude llamar a un barco que pasaba al amanecer. ¡Pero debemos volver para rescatar a mi vieja niñera!

–¿Tu criada todavía está en esa isla?

–Sí.

–Pero probablemente ya esté muerta, Bella.

–¡No! Sólo la dejé porque pensé que tú la rescatarías. Y quiero vengarme de Edward. Debe morir.

Jacob la miró sobresaltado.

–Bella, esto es absurdo. Los piratas que asolan estas aguas son crueles. Pueden degollar a un hombre con toda facilidad. No sabes lo que pides.

–Pido venganza y que se rescate a mi criada. Si no puedes hacer esto por mí, encontraré quien lo haga –dijo Bella, tratando de dominar su furia.

–Muy bien –dijo Jacob, sacudiendo la cabeza–. Pero no tengo barcos aquí en este momento; llevará algún tiempo.

–¿No era tu barco el que estaban descargando hoy? –preguntó Bella.

–No. Pertenece a un viejo amigo mío. Lo conocerás esta noche durante la cena. Yo sólo me ocupaba de la carga de esclavos que compré, pero eso no te concierne. –Hizo una pausa, mirándola pensativamente. –¿Podrías volver a encontrar esa isla?

–Tengo un mapa. –Bella le entregó el pedazo de tela doblado que le había dado el capitán Garret.

–Bien, al menos con esto no habrá que ir muy lejos –dijo Jacob, poniéndose el mapa en el bolsillo.

–Pero yo deseo ir contigo –dijo acaloradamente Bella–. Debo ver con mis propios ojos la muerte de Edward.


–Ya veremos. Pero ahora, si esperas aquí, tendrás la sorpresa que te mencioné antes. –Salió de su habitación, esperando que su madre pudiera disuadir a Bella. La sola idea de atacar la fortaleza de un pirata era ridícula.

–¡Mamá!

Bella no podía creer lo que veían sus ojos cuando vio aparecer a su madre en la puerta. Corrió hacia Renée y se abrazó a ella, temiendo que sólo fuera una ilusión.

–Ahora todo está bien, querida mía. Estoy aquí. –Renée hablaba con suavidad, acariciando el cabello de Bella.

Al oír las tiernas palabras de su madre, Bella perdió la compostura y estalló en lágrimas. Se sentía una niña pequeña que pide amor y protección a su madre. Las lágrimas se convirtieron en fuertes sollozos que Bella no podía contener aunque lo intentara. Su madre estaba allí, y ahora todo marcharía bien. Bella ya no estaba sola.

Pasó mucho tiempo hasta que cesaron las lágrimas. Madre e hija estaban sentadas en el sofá, pero Renée seguía abrazando a Bella.

–No debes hablar de esto si te resulta penoso, Bella.

–No, quiero contártelo, mamá. Debo saber si me equivoco en mi manera de sentir. Estoy llena de tanto odio que a veces pienso que me he convertido en otra persona.

Bella contó a su madre todo lo que le había sucedido, desde el momento en que ‘Canción del Viento’ avistó por primera vez al ‘Dama Alegre’, hasta el momento de su huida de la isla y su conversación con Jacob. No omitió nada de lo sucedido con Edward, y aun admitió que su cuerpo la había traicionado muchas veces haciéndola disfrutar de su amor con él.

–Sue no podía entender por qué odiaba tanto a Edward. Y Jacob cree que es tonto que yo desee la venganza. Él es mi prometido... él también debería desear la venganza. Pero creo que Jacob prefiere olvidar todo el asunto. –Bella se interrumpió, mirando a su madre con un ruego en sus ojos. – ¿Me equivoco en odiar así a Edward? ¿Está mal que desee verlo muerto?


–Este hombre te violó continuamente, y tienes todo el derecho de odiarlo. Pero estás viva, Bella. Podría haberte violado una vez y luego haberte matado, pero no lo hizo. Está mal desear la muerte de alguien. Con la vida que lleva, este Edward morirá pronto. No dejes que su muerte sea obra tuya. Buscar venganza es destruirte a ti misma.

–Pero sólo he pensado en verlo muerto.

–Eso no es bueno, amor mío. Debes olvidar a ese hombre. Debes dejar tu odio y tu recuerdo de él a un lado. Lo que ha sucedido no puede cambiarse. Es un destino que cae sobre muchas mujeres, pero sobreviven, como te sucederá a ti –dijo Renée, apartando los cabellos del rostro de Bella–. Tienes suerte, ma chérie, porque puedes decidir qué hacer con tu vida. Puedes casarte con el conde si lo deseas o, una vez que rescatemos a Sue, podemos volver todas a Francia.

–Pero yo pensaba que todo estaba arreglado... que debía casarme con el conde Black.

–Ya no, Bella. Phil hizo ese arreglo, pero... pero Phil está muerto.

–¡Muerto!

–Sí, murió el día que volvimos de Saint Malo. Fue un desdichado accidente. Cayó de su caballo y se golpeó la cabeza.

Bella tembló, recordando su propia caída del caballo blanco. Aunque Phil no era su verdadero padre, era el único que había conocido, y sentía pena.

–Lamento tener que darte esta noticia después de lo que has pasado –dijo Renée.

–Está bien, mamá. Debe haber sido duro para ti, quedarte sola.

–Tengo que ser honesta contigo, Bella. Ya te dije antes que nunca amé a Phil. Vivir con él estos años no ha sido placentero. Y cualquier cariño que hubiese tenido por Phil quedó destruido hace muchos años cuando comenzó a exigirme un hijo varón. Me conmocionó su muerte, pero no lo lloré. Sólo tuve una sensación de libertad.

–Debe haber sido terrible vivir todos estos años con un hombre que no amabas.

–Vivía para ti. Tú me diste felicidad –replicó Renée.

–Pero todavía eres joven, mamá. Puedes encontrar un amor.

–Lo dudo, ma chérie –sonrió Renée–. Pero ahora soy una viuda rica, muy rica. Nunca supe que Phil fuera tan rico. Puedo darte cualquier cosa que desees, para compensar todos estos años que estuviste separada de mí. Pero esto significa que no tienes que casarte con el conde Black si no lo deseas. Podemos quedamos aquí un tiempo, y si le amas, os daré mi bendición, si no, nos marcharemos.

–Me he acostumbrado tanto a pensar en Jacob Black como mi futuro marido que es difícil imaginar otra cosa –dijo Bella con una media sonrisa.

–Bien, al menos Phil eligió un joven para ti. Y es apuesto.

–El hecho de ser joven y apuesto no lo convierte en un hombre bueno –dijo Bella, recordando la apostura de Edward–. Pero como dices, podemos quedamos aquí un tiempo. Necesitaré tiempo para conocer mejor a Jacob.

Siguieron hablando hasta que el conde Black vino a anunciarles la cena. El comedor estaba ocupado por una enorme mesa de caoba pulida, puesta para cuatro personas, un hombre alto de cerca de cuarenta años, con lacios cabellos rubios y ojos azules, estaba sentado en un extremo de la mesa. Se puso de pie cortésmente cuando entraron en la habitación.

–Este es mi otro invitado, el dueño del barco del que hablamos, Bella. Hace algún tiempo que está conmigo, esperando el regreso de su barco.

El hombre tomó la mano de Bella e hizo una reverencia ante ella.

–James Gigandet mademoiselle. Es un honor...

–¡Gigandet! –jadeó Bella–. Usted... usted es el hombre que busca Edward.

El hombre se puso pálido.

–¿Conoce a ese Edward?

–Sí, lamentablemente sí. ¿Puede decirme, monsieur, sólo por curiosidad, por qué quiere matarlo? –preguntó Bella.


–Yo habría hecho la misma pregunta, mademoiselle. Varias personas me han dicho desde hace años que un joven llamado Edward me busca, pero nadie puede decirme por qué. ¿Usted dice que quiere matarme?

–Eso es lo que entendí por una conversación que oí. Edward mencionó que lo buscaba desde hace doce años y que temía que usted moriría antes de que él lo encontrara. Él... dijo que usted era un asesino.

–¡Un asesino! –rió James–. Seguramente me confunde con algún otro. Pero me gustaría conocer a este Edward. ¿Sabe usted dónde está ahora, mademoiselle?

–Di al conde Black un mapa que muestra su escondite.

–James, esta conversación no es muy apropiada para la hora de la cena –intervino rápidamente el conde Black.

–Lo siento, Jacob. Tienes razón, por supuesto. Perdónenme, señoras, porque no suelo cenar en tan amable compañía. Olvidé mis buenos modales.

–Está bien, monsieur Gigandet –replicó Renée, contenta de que el conde hubiese interrumpido la conversación, aunque Bella no parecía tan alterada.

–Usted es español, monsieur Gigandet. ¿Cómo se explica que hable francés con tanta fluidez? –preguntó Bella.

–He estado muchas veces en Francia durante mis viajes. Además tengo trato con muchos de los colonos franceses aquí en el nuevo mundo. Es necesario aprender su idioma.

–Debo felicitarlo, monsieur. Lo ha aprendido muy bien.

La conversación continuó con otros temas durante la cena, y después de ella, cuando pasaron a la sala. James Gigandet era un hombre encantador, y parecía muy atraído por Renée. Bella observó que su madre estaba muy distinta desde la última vez que la viera en Francia. Entonces Renée estaba agobiada por el hecho de que su hija debía partir de la casa. Pero ahora parecía mucho más joven y muy bonita con sus sedosos cabellos trenzados alrededor de la cabeza, y un vestido de terciopelo verde que destacaba sus ojos color verde oscuro.

El conde Black parecía preocupado siempre que Bella lo miraba. Dos veces ella advirtió que fruncía el ceño, pero él lo ocultaba rápidamente con una sonrisa perezosa cuando veía que ella lo miraba. Era un hombre apuesto, aunque no tan gallardo como Edward. Incluso con la cicatriz que le cruzaba la mejilla, sin embargo... ¿Por qué Bella no podía dejar de pensar en Edward?

Como se hacía tarde, Bella dijo que se retiraría. En realidad no estaba cansada, pero quería estar sola. Jacob insistió en llevarla a su habitación, y cuando llegaron allí, la siguió y cerró la puerta.

–¿La habitación es satisfactoria? –preguntó, acercándose por detrás.

–Sí –dijo Bella, mirando los lujosos muebles–. Tu casa es muy hermosa por lo que he visto de ella.

–La hice amueblar nuevamente cuando decidí casarme contigo. Mañana verás el resto. Ah, Bella, cuánto tiempo he esperado que vinieras. –La hizo volverse y la estrechó contra él, cubriendo su boca con sus labios duros y exigentes.

–Por favor, Jacob, es tarde y...

–No me pidas que me vaya, Bella –interrumpió él sin dejar de abrazarla–. Pronto nos casaremos, y... y yo te deseo.

–¡Jacob! –gritó Bella, apartándolo de ella. El rostro de él se tomó furioso, casi cruel.

–¡No puedo soportar la idea de no haber sido el primero en poseerte! –dijo Jacob acaloradamente. Luego su rostro se ablandó y siguió rogando–: Por favor, Bella, sé buena, te haré olvidar a ese Edward.

Bella estaba alterada por la conducta de Jacob pero también furiosa de que él pensara que podía saltar a su cama sin que antes se casaran.

–¿Entonces piensas violarme? –preguntó con voz dura.

–Por supuesto que no –replicó él.

–Entonces vete de mi habitación, Jacob. Es tarde y estoy cansada.

–Perdóname, Bella. Has tenido un día agotador, y yo sólo pensaba en mí mismo.

Ella permitió que volviera a besarla, esta vez con suavidad, y luego él salió de la habitación.

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