miércoles, 22 de diciembre de 2010

¿Cuál es tu nombre?


Capítulo 16 ¿Cuál es tu nombre?

—¡Edward! —chilló Bella.
No se lo pensó dos veces. Descolgó uno de los salvavidas de la barandilla y se arrojó tras él.
La bofetada helada del agua le cortó la respiración mientras luchaba por mantenerse a flote. Agarró a Edward del pelo evitando que se hundiera.
—¡Respira! —gritó. No se movía—. ¡Edward, respira!
El corazón le dio un vuelco cuando lo oyó toser débilmente. ¡Estaba vivo! Pese al salvavidas, se hundían los dos por su peso. La sangre le corría por un hombro, por la cara… Había sangre por todas partes.
—Déjame. Peso demasiado.
—¡Deja de resistirte! No pienso abandonarte. ¡Y nada, por favor!
Tenía que pedírselo, porque ella misma no sabía nadar… A su alrededor, las balas se hundían en la superficie. Por fin consiguieron llegar a unas rocas cercanas y hacer pie. Poco después cesaron los disparos. Tal vez la agente Jane los había dado por muertos…
—Vamos, chico duro… un esfuerzo más.
Las olas los empujaban contra las rocas, pero consiguió arrastrar a Edward entre dos escollos. Estaba muy pálido. No sabía cómo frenar la hemorragia o evitar el shock que podía sufrir en cualquier momento.
—Todo saldrá bien, Edward. La caballería viene para acá.
—La chaqueta —murmuró—. Tiene placas de kevlar. Pesa. Quítamela.
Bella intentó quitársela.
—¿Por qué no me dijiste que eras policía? Estoy furiosa contigo.
—Tesoro… —susurró—. Perdóname —y se quedó inconsciente.
—¿Edward? —exclamó, desesperada—. Si te mueres en mis brazos, nunca te lo perdonaré, ¿me oyes?
Estaba intentando reanimarlo cuando un helicóptero apareció sobre sus cabezas. Dos lanchas surgieron también de la nada, con buzos que se apresuraron a lanzarse al agua. Estaban salvados.


Para cuando llegaron al puerto del Pireo, Bella había perdido la noción del tiempo. Los agentes de policía se la llevaron al hospital, donde la examinó un médico mientras Edward ingresaba en urgencias. Poco después entraba en la sala un hombre alto y delgado, de cabello rubio y rasgos suaves.
—Soy el coronel Carlisle Cullen, de la Guardia de Finanzá —le tendió la mano—. Estoy al mando de la fuerza multinacional de policía encargada de la operación.
—¿Cómo está Edward? Necesito saber cómo se encuentra. Por favor…
—Ahora mismo está en el quirófano. Yo soy un viejo amigo suyo, su mentor y su jefe. En este momento, la mejor manera de ayudarlo es que me cuente a mí todo lo que sabe. Le tomaré declaración personalmente.
—Está bien, pero… ¿podría llamar antes a mi madre?
Así lo hizo. Telefoneó a Renée para tranquilizarla y citarse con ella en la sala de espera del quirófano. Para entonces ya habría terminado de declarar.
Empezó entonces su relato. Estuvo hablando y respondiendo preguntas durante más de una hora… mirando el reloj a cada momento.
—Muy bien —dijo al fin el coronel—. Ya tengo todo lo que necesito.
Bella lo acompañó al módulo del quirófano mientras reflexionaba sobre lo sucedido.
—¿Desde cuándo conoce a Edward?
—Desde que era un niño.
Edward le había asegurado que no le había mentido sobre su pasado. Frunció el ceño, pensativa.
—Si fue su mentor… usted lo arrestó, ¿verdad?
—¿Él se lo contó? —el coronel Cullen la miró sorprendido—. Edward nunca le ha contado esa historia a nadie. Debe de confiar completamente en usted —al ver que se le llenaban los ojos de lágrimas, añadió—: Y lo ama.
—Más que a mi vida —sólo rezaba para poder decirle a su chico duro lo mucho que significaba para ella.
—Entonces es un hombre muy afortunado.
En la sala de espera, Bella encontró a Renée acompañada de un hombre mayor de aspecto distinguido que supuso sería Eleazar Denali.
—Mamá, ¿sabes cómo está Edward?
—Nadie nos ha dicho nada —la abrazó.
El coronel Cullen se marchó para conseguir información sobre el estado de Edward y enviar la declaración de Bella a la policía. Mientras tanto, Renée presentó a Bella a Eleazar.
—Lamento mucho todo lo que ha pasado. He encargado que nos reserven una sala privada en el módulo para que puedas hablar tranquilamente con tu madre.
Bella entró en la habitación. Temblaba por dentro. Renée se sentó a su lado en el sofá.
—Cariño, ¿quién es ese Edward por el que estás tan preocupada?
—Es un policía —y pasó a relatarle una versión resumida de lo ocurrido durante el último mes y medio—. Él me protegió —le falló la voz—. Las balas que ahora mismo le están extrayendo del cuerpo estaban destinadas a mí.
Eleazar entró llevando una bandeja con tres tazas de café. Bella vio a Cullen detrás de él y se levantó enseguida.
—¿Cómo está? ¿Qué noticias hay?
—Nos han informado de que Edward acaba de salir del quirófano —el coronel sacudió la cabeza—. En cuanto a la operación —se dirigió a Eleazar Denali—, Benjamín Kourti fue detenido intentando vender una antigüedad griega en un bar de Gazi. Utilizamos la declaración de Bella para amenazarlo tanto a él como al padre Connelly, en realidad Amun Antzas, con una acusación de complicidad en intento de homicidio… y cantaron más alto y mejor que Pavarotti. Jane y Heidi Vulturi pasarán una larga temporada en la cárcel.
Heidi Vulturi. La última pieza del puzzle encajaba en su lugar. Heidi había sido la enigmática H/V de las notas de su padre
—¿Heidi está involucrada en todo esto? —exclamó Eleazar, sobresaltado.
—Ella quería acusarlo a usted de tráfico de antigüedades robadas a bordo del Sueño de Carmen —le explicó Bella. Rechazó un café: el nudo de miedo que le atenazaba la garganta le habría impedido tragarlo. ¿Pero por qué nadie parecía saber nada concreto sobre el estado de Edward?—. Nos comentó que se había aprovechado de ella y que estaba furiosa porque se había negado a reconocer públicamente a su hijo Alec.
—Supongo que lo que no le comentó a nadie fue que había quedado embarazada a propósito con la intención de quedarse con mi dinero —suspiró Eleazar—. Ciertamente me equivoqué con Alec, pero los dos hemos llegado a un acuerdo —miró al coronel Cullen—. Creo que debería ser yo quien le contara lo de su madre.
—Muy bien —asintió Cullen, y se volvió hacia Bella—. El hospital le ha ofrecido la sala reservada a su personal. Puede que tengamos que esperar durante un buen rato. Allí podría ducharse y cambiarse de ropa.

Bella aceptó tras una ligera vacilación. Una enfermera la guió por el pasillo. Estaba desesperada. Recordaba bien las últimas palabras que le había dirigido a Edward: «Estoy furiosa contigo». ¿Y si…?
«No pienses en eso», se ordenó. «Se pondrá bien». Tardó menos de media hora en ducharse y ponerse la ropa que le había llevado su madre. Desde donde estaba vio al coronel Cullen hablando con una de las enfermeras del quirófano. La mujer le entregó una bolsa de plástico.
—Aquí tiene sus artefactos personales.
Bella se dirigió apresurada hacía ellos. ¿Artefactos personales? La bolsa contenía un reloj que conocía muy bien, junto con una cartera y una pistola. Cullen la aceptó con gesto grave, sombrío.
—¿Coronel? ¿Qué le ha pasado a Edward?
—Acompáñame, por favor, Bella —tomándola de un brazo, la llevó a una habitación vacía.
«Oh, Edward», exclamó para sus adentros, aterrada. El dolor le impedía respirar. Cullen cerró la puerta y la tomó suavemente de los hombros.
—Mira, hemos tenido que explicar a todo el mundo, prensa incluida, que Edward ha muerto. Se suponía que tú no tenías que haber escuchado la conversación que acabo de tener con esa enfermera.
—¿Qué significa…? —inquirió, levemente esperanzada.
—Edward llevaba mucho tiempo infiltrado en la Camorra. Su entrada en el hospital fue registrada con su nombre falso. La Mafia no puede tener la menor duda de que está muerto. Sólo así podrá mantenerse a salvo.
—Pero entonces… ¿está vivo?
—Sí. Lo hemos trasladado a un lugar secreto donde será atendido por personal médico de confianza.
—Quiero estar con Edward…
—Tranquila. Muy pronto te llevaremos con él.
Bella le explicó la situación a su madre, y poco después el coronel la llevaba a una clínica privada en las afueras de la ciudad. El médico encargado la informó de que Edward se había golpeado en la cabeza al caer por la borda del barco, pero que la herida era superficial. Su chaqueta con refuerzo de kevlar lo había protegido de los dos disparos que recibió en el pecho y que habrían sido mortales. La tercera bala se había alojado en su brazo izquierdo; la herida no era grave y podría recuperar el cien por cien de movilidad. Sin embargo, necesitaba descansar bajo el efecto de los sedantes.
Entró a toda prisa en su habitación. Edward estaba muy pálido, pero respiraba con normalidad. La lluvia empezó a caer durante la noche. Temblando de frío, Bella se acurrucó a su lado en la cama.


—Estoy hambriento —el ronco murmullo de Edward la despertó con un sobresalto.
—¿De veras? Es una buena señal.
—¿Bella? —miró a su alrededor—. ¿Dónde estamos?
—En una clínica privada. ¿Recuerdas lo que te pasó?
—Sí —respondió tras una ligera vacilación—. ¿Y tú? —le preguntó alarmado—. ¿Estás bien?
—Sí. Gracias a ti.
—¿Durante cuánto tiempo he estado inconsciente?
—Poco más de veinticuatro horas.
—Voy a levantarme.
—¡No! —pulsó el botón de llamada—. Déjame preguntarle primero a la enfermera.
Edward bajó las piernas de la cama y frunció el ceño al ver el camisón que llevaba puesto.
—¿Dónde está mi ropa?
Bella sacó de un armario una bolsa con ropa y artículos personales.
—Carlisle te trajo esto.
Va bene —se quitó el esparadrapo y la aguja del suero.
—¡No puedes hacer eso! —corrió hacia la puerta—. ¡Ayuda!
Justo en aquel momento entró una enfermera.
—¡Se ha quitado el suero!
—Vuelva a la cama, por favor.
—Ya he descansado lo suficiente —recogió su ropa—. Voy a ducharme y a afeitarme. Luego me marcharé —entró en el cuarto de baño y cerró la puerta.
—Parece que se encuentra bastante bien —la enfermera se volvió hacia Bella—. ¿Siempre es tan…?
—Sí.
—Pues le deseo suerte —la enfermera se dispuso a tramitar los papeles de salida.
Bella se puso a pasear por la habitación, nerviosa. Sí que iba a necesitar toda la suerte del mundo, porque se había despertado gruñendo como un oso y además le había dicho que se iba. Él, no ellos.
Quince minutos después salió del baño duchado, afeitado y vestido con unos vaqueros y una camisa blanca. Se sentó en la cama para ponerse los calcetines y las botas. Parecía perfectamente recuperado.
—¿Qué ha pasado con la operación? ¿Todo ha salido bien?
—La policía detuvo a Benjamín y al padre Connelly, que acusaron a Heidi, y ésta a su vez a Jane. Se han recuperado todas las antigüedades, incluidas las de la isla. En este momento están investigando el resto de los negocios de Heidi.
Se levantó y se puso la cazadora de cuero marrón.
—Entonces todo ha terminado.
—Er… —tragó saliva—. ¿De veras?
Edward le sostuvo la mirada con expresión inescrutable.
—Tenemos mucho que hablar. En privado.
Tomaron un rápido desayuno en la habitación. Luego el médico se entrevistó con Edward y le hizo firmar el alta.
Acto seguido tomaron un taxi, que los llevó a un hotel cercano. Bella no podía estar más nerviosa. Edward se registró como « Bryan Stirling » y pagó con dinero en efectivo.
Entraron en una lujosa habitación de la sexta planta, decorada con tonos pastel. Bella se acercó a la ventana y contempló pensativa el mar de tejados de barro, mientras se preguntaba cuántos nombres falsos tendría Edward…
—¿Cuál es tu verdadero nombre?
—Edward. Sobre eso, nunca te mentí.
Edward se quitó la cazadora para dejarla sobre una silla. Fue entonces cuando Bella vio, a través del cuello abierto de la camisa, el gran moratón que tenía en el pecho. Se le cortó la respiración.
—¿Qué es eso?
Bajó la mirada y se encogió de hombros.
—Las balas impactaron en el kevlar.
Se le acercó para desabrocharle la camisa. Le apartó las manos cuando quiso resistirse.
—No, déjame ver.
Eran dos los moratones que tenía en su pecho bronceado. Uno en su pectoral izquierdo, y el otro directamente sobre el corazón. Se lo acarició con ternura. Le temblaban los dedos.
—Lo siento —susurró. Las lágrimas empezaron a resbalar por sus mejillas.
—Schh —Edward la abrazó—. No llores.
—Es culpa mía.
—¿De qué estás hablando?
—Fue culpa mía que te dispararan. Y luego… creí que te habían matado… —sollozó—. Ya sé que todo fue un montaje para engañar a la Camorra, pero creí que estabas muerto…
Mía cara, lo siento tanto…
—Estuviste a punto de morir por mí.
—En todo momento fui plenamente consciente de mis actos —la acunó en sus brazos—. No tienes que reprocharte nada.
—Edward, si me decidí a hablar con el FBI para que te consiguieran un trato más favorable… fue porque quería lo mejor para ti. Porque te amo.
—¿Che cosa? —inquirió con voz ronca, repentinamente paralizado.
Ti amo, Edward. Siempre te he amado.
—Creo que… necesito sentarme.
Se dejó caer en el borde de la cama. Bella se arrodilló frente a él, nerviosa. No sabía si aquella reacción era buena o mala.
—¿Te encuentras bien?
—Pues ya no lo sé, la verdad —se pasó una mano por la cara—. Estoy furioso, bella. Pero no contigo, sino conmigo mismo —una expresión de angustia se dibujó en su rostro—. Todos los hombres de tu vida te han mentido, traicionado. Yo te mentí desde el primer momento en que nos conocimos. ¿Cómo puedes amarme después de todo el daño que te he hecho?
—Pero Edward, tú también me has dado la mayor de las alegrías…
—Durante todo este tiempo, no he vivido nada más que para mi trabajo. Un trabajo que a ti te desagrada. No tengo nada que ofrecerte —tragó saliva—. Ni siquiera un apellido legítimo.
—Te equivocas, chico duro. Posees virtudes inestimables. Integridad. Coraje. Lealtad. Honor —le acarició una mejilla—. Tú eres todo lo que quiero y necesito.
Edward le tomó la mano y le dio un beso en la palma.
—Ven —la hizo sentarse a su lado—. Tengo que decirte algo.
A Bella se le encogió el estómago. Todavía no le había dicho que la quería. Edward le tomó una mano.
—Desde el principio, Bella, no sólo te consideramos un testigo protegido, sino también… una sospechosa. Porque llevabas meses haciendo preguntas y entrevistándote con los antiguos contactos de tu padre.
—Oh. Entonces cuando estuvimos juntos en la isla…
—Sí. Me encargaron secuestrarte para protegerte de la Camorra, y de paso conseguir información. Pero te juro que yo no te hice el amor para sonsacarte nada. En eso no te engañé. Yo no quería que eso sucediera, pero no pude evitarlo. Fue algo superior a mis fuerzas. Perdí el control.
—Ya —le acarició el dorso de la mano con el pulgar—. Y eso es algo que siempre te ha asustado, ¿verdad?
—Me quedé desconcertado. Nunca me había pasado antes. Nunca me había involucrado de una manera tan personal en ningún caso. Pero no me arrepiento de ello.
Aquello le despertó a Bella un sentimiento de ternura. Ella no era la única que había asumido riesgos.
—Cuando descubrí que me habías quitado el iPod y el cuaderno de notas, pensé que me habías traicionado. Pero cuando leí tu nota, comprendí que lo habías hecho por mi bien.
—Detesto haberte tratado con tanta crueldad —frunció el ceño—. Lo que pretendía era que dejaras de correr riesgos. No quería que intentaras ayudarme —sacudió la cabeza—. Y mucho menos negociar un trato con el FBI en el que yo pudiera estar implicado. Nunca más volveré a cometer el error de subestimar tu tenacidad, tu inteligencia o tu lealtad.
Bella sonrió.
—Fue Elizabeth la que me denunció a la policía por robar y trabajar de chico de los recados para la Camorra. En muchos aspectos, me recuerdas muchísimo a ella.
—Gracias. Me habría encantado conocerla.
—Y a ella conocerte a ti —jugueteó con un mechón de pelo que había escapado de su trenza—. Elizabeth me presentó a Carlisle Cullen, un policía hijo de un amigo suyo. Él me dijo que los que pensaban como los delincuentes eran los mejores policías. Me propuso que, con el tiempo, si dejaba de meterme en líos, me proporcionaría un trabajo lleno de excitación y aventura… pero del lado de la ley.
—Claro. Creyeron en ti. Como yo.
—Y a excepción de esa breve duda que me asaltó cuando quemaste las cartas, yo también creí en ti. Algunos de mis superiores te consideraban culpable, pero mi firme defensa de tu inocencia les hizo cuestionarse su hipótesis. Yo tenía que terminar el caso. Y despejar definitivamente las dudas que otros tenían sobre ti —le besó los nudillos—. Cuando salí de prisión, Elizabeth me dijo algo que jamás he olvidado: que un hombre sin honor no tiene nada.
—Sí. Lo entiendo.
—Si entiendes porque yo no podía comprometer mi honor… es porque tú también lo tienes. Tú… me amas —parpadeó varias veces, como si todavía tuviera problemas para creérselo—. Precisamente por eso, cuando pensaste que estaba delinquiendo, me denunciaste para que acabara teniendo un trato favorable. Gracias por llamar al FBI.
—No me des las gracias por eso. Por mi culpa estuvieron a punto de matarte.
—Tú ignorabas que la agente Jane era una traidora. Me defendiste ante el FBI, pediste un trato favorable y demostraste tu integridad. Tú me salvaste, Bella. Saltaste al mar para salvarme… y eso que no sabías nadar.
—Después de que tú recibieras las tres balas que me estaban destinadas. Por favor, acepta mis disculpas. Yo arruiné tu trabajo como infiltrado en la Camorra mientras intentaba lavar el buen nombre de mi padre… que al final resultó ser un delincuente.
—En ambos casos, tú hiciste lo que consideraste necesario por alguien a quien querías —le acarició el pelo—. Tú no has hecho nada por lo que tenga que perdonarte, cara. Soy yo quien tiene que pedirte perdón por tanta mentira.
—No. Edward, yo me alegro de que no traicionaras tu honor revelándome tu identidad y la información que poseías sobre el caso.
—Te juro que eso ha sido lo más duro que he tenido que hacer en mi vida. Ti amo, Bella. Te quiero.
El corazón le dio un vuelco. Se sentía ebria de felicidad. Aquél era el momento que había esperado durante toda su vida.
—Yo también a ti, chico duro.
—Mi audaz bibliotecaria… —la tumbó en la cama—. Estoy loco por ti.
—¡Edward! ¡Tu brazo!
—Por suerte tengo dos —sonrió. Levantándola con su brazo sano, la sentó encima de él.
Bella se apoderó de sus labios en un largo y embriagador beso. Sólo se apartó cuando lo oyó gemir.
—¿Demasiado?
—No lo suficiente…


Un buen rato después, mientras descansaban en la cama, Edward murmuró:
—¿Bella?
—¿Mmmm?
—Tengo algo que decirte. Voy a dejar la policía.
—¿Cómo? —alzó la cabeza para mirarlo—. ¿Por qué?
—La vida de un policía no es nada fácil.
—Eso ya lo sé. Pero no quiero que renuncies a tu profesión por mi culpa.
—Ya le he dicho a Carlisle que lo de trabajar de infiltrado ya es historia.
—¿Quieres abandonar definitivamente el cuerpo?
—Lo que no quiero es vivir mintiendo. Preferiría trabajar como investigador, rastreando la pista de antigüedades robadas. Espero, sin embargo, que no tenga que trabajar demasiadas horas…
—No te preocupes. Yo voy a estar muy ocupada escribiendo esa novela que siempre he querido escribir —lo miró intensamente, como esforzándose por adivinar sus pensamientos—. Tú eres un buen policía, y te encanta tu trabajo. Sea cual sea tu sueño, quiero que lo cumplas. Que lo hagas realidad.
—Mi sueño, Bella, eres tú. Quiero hacerte el amor todas las noches y despertarme a tu lado cada mañana —le acunó la cara entre las manos—. ¿Me harías el honor de convertirte en mi esposa?
—¡Oh, Edward! —se le llenaron los ojos de lágrimas—. ¡Sí! —y lo abrazó.
—Soy el hombre más feliz del mundo. Dime, ¿cuánto dura tu compromiso con Liberty Line?
—Cuatro meses más. El siguiente destino es el Caribe.
—Tan pronto como esté en condiciones, te visitaré en cada puerto.
—Estupendo. Eso si no nos casamos antes. Sin embargo, er… —pareció vacilar— necesito que me hagas una importante revelación antes de que nos casemos.
Edward se temió lo peor. ¿Le preocuparía acaso algo que había hecho en el pasado? ¿Algo para lo que podría no tener una fácil respuesta?
—Tú dirás.
—¿Cuál es tu verdadero apellido?
Edward lanzó una carcajada. Vivir con Bella no iba a ser en absoluto aburrido, eso era seguro.
—Me llamo Edward Anthony Masen, a tu servicio —se puso serio—. Te prometo, Bella, que jamás volveré a mentirte. Ti amo.
—Y yo espero seguir oyéndote decir eso.
—Lo oirás. Al menos durante los próximos cincuenta años…

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