miércoles, 22 de diciembre de 2010

La Verdad


Capítulo 28 “La verdad”

Las alas del tiempo parecían cortadas porque la semana se arrastraba con desesperante lentitud. Bella pasó esa semana torturada, aunque hizo todo lo posible por no demostrarlo. Pero lo pasaba muy mal de noche, y no podía ocultar sus ojos, enrojecidos por la falta de sueño y las lágrimas.

Todas las noches permanecía despierta mucho tiempo después de que su madre se hubiera dormido a su lado, esperando y rogando que Edward viniera a buscarla, que la arrastrara con él a su habitación. Tontamente imaginaba que Edward le pedía perdón, que le decía que ella era la única mujer que él deseaba, que Tanya no significaba nada para él. Pero sus fantasías no podían durar mucho tiempo, porque la realidad volvía a su mente y las lágrimas rodaban silenciosamente por sus mejillas. Después de dormir siete noches en la habitación de su madre, Bella supo que Edward no vendría. Pero, por Dios, ¿por qué le dolía tan terriblemente?

Nadie, excepto su madre, sabía dónde pasaba sus noches ahora, porque nadie la veía entrar ni salir de la habitación de Renée. Los otros suponían que nada había cambiado, pero Edward y Tanya conocían la verdad, pensaba Bella.

Suponía que Edward se había sentido aliviado al ver que ella no estaba aquella primera noche, porque de esa manera no había tenido que decirle personalmente que otra mujer había ocupado su lugar. Ni siquiera se había molestado esa noche, ni ninguna de las noches siguientes, y esto era lo que más lastimaba a Bella... Que él pudiera olvidarse totalmente de ella.

Los días eran muy duros porque veía a Edward y a Tanya hablando y riendo juntos. Pero Bella apenas podía soportar las noches, porque sabía que Tanya estaba en sus brazos, que compartía la habitación con él y que lo hacía feliz.

Edward estaba todos los días de muy buen humor siempre sonriente. Sue y Rosalie no podían entender por qué Bella se mostraba tan abatida ni por qué Renée miraba a Edward con tanta hostilidad que él encontraba divertida. Y cuando Sue preguntaba a Bella qué le sucedía, sólo daba excusas.

A última hora de la tarde del octavo día después de la llegada de Tanya, Renée encontró a Bella junto al corral, mirando pensativamente al hermoso caballo blanco. Renée Dwyer rara vez perdía la paciencia, porque era una mujer tranquila por naturaleza, pero Edward acababa de ordenarle que llevara un mensaje a Bella. Renée le había dicho lo que pensaba de él, y él se limitó a burlarse de su ira. Renée seguía alterada, pero al acercarse a Bella, y atraer la atención de su hija, logró controlar su furia.

–Edward insiste en que te reúnas con todos a la hora de la cena –dijo Renée, rechinando los dientes para no decir más.

–¿Para qué me ignore como ha hecho durante esta última semana? No puedo soportar el evidente placer de esa mujer al atraer toda la atención de Edward.

–Yo sólo te transmito su mensaje –replicó Renée. Luego añadió pensativamente–. Él se sentía molesto anoche cuando no bajaste a comer, y a mí personalmente me encantaría volver a verlo enojado.

–Cómo me levantas el ánimo, mamá –sonrió Bella–, si esta noche tengo un dolor de cabeza, ¿crees que podrás traerme algo de comer?

–Con toda seguridad –rió Renée.

–¿Edward está en el salón? –preguntó Bella, seria nuevamente.

–Sí.

–¿Y ella?

–Estaba solo cuando habló conmigo –dijo Renée.

–Bien, debo pedirle algo. Si no está de acuerdo, tendré muchos dolores de cabeza en el futuro –dijo Bella con cierto humor en su voz.

–¿Qué le pedirás?

–Deja que yo hable primero con él, mamá, y luego te lo diré –replicó Bella. Echó a andar por el césped, mientras su madre se preguntaba qué se propondría.

Cuando Bella entró en la oscuridad del salón, se sintió desalentada al ver que Edward ya no estaba solo. Estaba de pie, de espaldas a la chimenea, frente a Tanya, que estaba sentada en el sofá. Alice encendía las velas de la araña.
Los ojos de Bella se encontraron con los de Edward, y la sonrisa perezosa de él la decidió a hablarle de inmediato, pero cuando se acercó al sofá, se puso rígida al oír la voz de Tanya.

–Bien, es la futura madrecita.


En otra ocasión, Bella habría reído ante semejante comentario, porque era más alta que Tanya, pero en este momento no lo encontraba en absoluto divertido.

–Espero que te sientas mejor hoy –continuó Tanya, aludiendo a la ausencia de Bella la noche anterior.

Tanya llevaba un hermoso vestido de encaje negro sobre una enagua de seda del mismo color de sus ojos. Estaba hermosa y lo sabía, y le alegró ver que Bella lo notaba.

–¿Puedo hablar contigo... a solas? –Preguntó Bella a Edward con tranquilidad, ignorando a Tanya.

–Realmente deberías enseñar buenos modales a esta muchacha, Edward –comentó Tanya, indignada.

–Tienes razón –replicó Edward, sonriendo–. Pero no ahora.

Tomó a Bella de la mano y la llevó al patio delantero, dejando a Tanya, furiosa, en el sofá. Una vez que se alejaron un poco de la casa, Bella se detuvo y lo miró.

–Edward, quiero que me liberes de mi promesa. Quiero marcharme de la isla ahora.

–Yo creía que siempre habías querido marcharte –dijo él con una sonrisa burlona, con sus ojos llenos de alegría.

–Sí, pero...

–¿Por qué habría de ser diferente mi respuesta a la que te di la última vez que hablarnos de esto?

–¡Tú sabes por qué! –gritó ella, e inmediatamente sus ojos tomaron un color turbulento–. ¡No tienes ninguna razón para detenerme más tiempo aquí!

–Bien, ¿por qué dices eso, pequeña? –se burló él.

–¿Me permitirás marcharme ahora?

–No –replicó él.

–Muy bien, Edward –respondió ella con frialdad–. Eres terco, y siempre lo has sido.

–Me alegra ver que te rindes tan fácilmente –rió Edward–. Ahora, vamos, casi ha llegado la hora de la cena.

La tomó del brazo para llevarla hacia la casa, pero ella se apartó de él.

–No cenaré contigo esta noche –dijo con altivez.

–¿No? –arqueó las cejas.

–Creo que dentro de unos minutos tendré un terrible dolor de cabeza. En realidad, creo que en los próximos días tendré muchos dolores de cabeza y otros malestares.

–¡No comenzarás otra vez con este juego, Bella! –dijo él severamente.

–¡Vete al infierno! –le espetó ella, se volvió y corrió hacia la casa.

–Bella, ¿qué le dijiste a Edward? –preguntó excitadamente Renée cuando entró en la habitación con la comida de Bella–. Se ha comportado de una manera muy extraña durante la cena.

–Le pregunté si podía marcharme de la isla, pero se negó. Entonces le hablé de los malestares que esperaba sentir en los próximos días –replicó Bella en voz baja.

–Entonces eso es probablemente lo que le preocupa esta noche. Tendrías que haberlo visto, ma chérie. No tocó su comida ni dijo una palabra. Ni siquiera esa mujer pudo hacerlo hablar. Después de un rato, ella se enojó y se retiró. Edward la miró irse, luego suspiró y la siguió. Yo subí detrás de ellos.

–¿Entonces él está con ella ahora?

–Supongo que sí –replicó Renée de mala gana–. Pero sigo pensando que trata de darte celos.

–Es algo más que eso, mamá. Esa es la mujer de Edward, y yo debo aceptarlo. No quiero hablar más de ellos.

Bella puso la bandeja en su falda y comenzó a comer con expresión ausente, pero Edward seguía en sus pensamientos. No podía entender para qué quería retenerla. A menos... a menos que la estuviera castigando por los meses de angustia que ella le había causado. Pero si él pensaba que al retener a Tanya hería a Bella, debía ser porque pensaba que Bella le quería. Y Edward sería un tonto en creer que ella le quería sólo porque se había entregado a él en medio de la pasión. No... tenía que haber otras razones por las que quería retenerla.

Sue entró bruscamente en la habitación de Renée en ese momento, pero se detuvo al ver a Bella.

–¿Qué haces aquí, pequeña? –preguntó ella, y continuó –¡ella se ha ido!

–¿Quién se ha ido? – preguntó Renée pacientemente.

–Esa mujer... Tanya... ¡Se fue!

–¿Cómo lo sabes? –preguntó Renée, mirando el rostro desconcertado de Bella.

–Ella bajó, con su ropa de marinero, y roja de furia. Yo todavía estaba sentada a la mesa con Emmett y Rosalie, y Tanya me echó una mirada asesina. Luego se volvió hacia uno de sus hombres y le gritó que fuera a buscar su arcón, y mandó llamar al resto de su tripulación para que se encontraran con ella en la bahía. ¡Y luego salió como un basilisco por la puerta de la casa!

–¿Estás segura de que se irá de la isla? –aventuró Renée.

–Sí, Emmett dijo que nunca se habla quedado tanto tiempo antes. Él esperaba que se fuera días atrás.

–¡Mamá, debes ayudarme! –dijo Bella, poniéndose de pie–. Ahora que Tanya se ha ido, no volveré a su habitación. Me niego...

–¿Volver? –interrumpió Sue–. ¿Quieres decir que te has quedado con tu madre toda esta semana? ¿Por qué...? –Sue se interrumpió cuando la puerta volvió a abrirse y Edward entró lentamente en la habitación.

–¡No! –gritó Bella cuando Edward fue directamente hacia ella y la tomó de la mano.


Él no dijo una palabra mientras la arrastraba con suavidad pero con firmeza por el corredor hacia su habitación. Sólo después de cerrar la puerta y apoyarse en ella le soltó la mano. Ella se apartó de él.

–Ahora estamos en paz, Bella. Aunque una semana no es lo mismo que los meses de tormento que tú me has causado, he decidido ser piadoso –dijo Edward en voz baja.

–¿De qué hablas, Edward? –preguntó Bella.

–¿No lo, sabes, pequeña?

–Si lo supiera, no te lo preguntaría –se enfureció ella, mientras sus ojos cafés centelleaban salvajemente–. ¡Hablas de forma enigmática!

–Me refería a esta semana, Bella. Tanya llegó en el momento adecuado, y me dio una solución para mi problema.

–Por supuesto, yo era el problema –dijo Bella con frialdad–. La llegada de Tanya fue muy conveniente para ti, estoy segura. ¿Por qué se ha ido tan repentinamente?

–Porque yo le dije que se fuera.

–¿Y tú esperas que yo crea eso?

–Puedes creer lo que quieras –dijo Edward sonriendo.

Bella lo miró fijamente. Frunció el ceño. Edward había usado la misma frase que ella había empleado tantas veces. ¿A qué jugaba ahora?

–¿Te confundo, Bella? Pensé que ya te habías dado cuenta de la verdad. Eché a Tanya porque ya había cumplido con mis propósitos... demasiado bien. No tenía sentido continuar con el juego si tú no querías bajar a observarlo.

–¿Tratas de decirme que toda la atención que le dabas a Tanya era sólo para ponerme celosa?

–Por supuesto.


–Y supongo que cuando hacías el amor con ella también era para ponerme celosa... –dijo Bella–. ¡No volveré a ti a través de esas mentiras!

–No necesito lograr que vuelvas a mí... nunca te perdí, Bella. Ven conmigo –dijo Edward con suavidad. Abrió la puerta y fue con ella hasta la habitación en el otro extremo del corredor.

Bella le siguió, sólo por curiosidad, pero le sorprendió lo que encontró. La habitación estaba completamente desarreglada. La bañera estaba llena de agua sucia, y había charcos a su alrededor. En el suelo se veían toallas pisoteadas, junto con la hermosa manta. Las sábanas estaban arrugadas, y Bella vio cabellos rubios en las almohadas.

–¿Por qué está así esta habitación? –preguntó Bella.

–Aquí estaba ella en sus visitas anteriores, y siempre dejaba la habitación así. No permite que nadie la ordene ni la ordena ella misma. Sólo dejó que Jessica le trajera agua para la bañera... Puedes preguntárselo a ella misma.

Bella miró la gruesa capa, de polvo que cubría los muebles y advirtió que en la de la mesa de noche había un mensaje escrito con el dedo: unas pocas palabras que llenaron de alegría el corazón de Bella:

“La preferías cuando podías haberme tenido a mí... Jamás te lo perdonaré, Edward”.

–¿No has estado en esta habitación desde que ella se fue? –preguntó Bella mientras pasaba la mano por la mesa y borraba el mensaje.

–No.

–Y supongo que ahora me dirás que durante toda esta semana dormiste en otra parte, que no compartiste tu cama con esa mujer.

–Te juro que esa es la verdad. ¡Te doy mi palabra!

–Me resulta difícil creerlo, Edward. Es una hermosa mujer. Se te ofreció. ¿Cómo podías negarte?

–En otra época me resultaba intrigante, pero eso fue hace mucho tiempo –respondió él–. Ahora sólo te deseo a ti.

–¿Cómo puedes decir eso ahora que he perdido las formas, y... y ella es tan esbelta?

–Ay, Bella –suspiró Edward–. ¿Qué tendré que hacer para que me creas? Te he dado mi palabra... ¿Qué más quieres?

–Quiero saber por qué hiciste esto, por qué me dejaste creer que ella compartía tu habitación.

–Para darte celos... ¡Ya te lo he dicho!

–Entonces...

–Si piensas hacerme más preguntas esta noche, vamos a mi habitación donde estaremos más cómodos.

Ella permitió que él la llevara por el comedor a su habitación. Estaba enojada con él, pero también tan eufórica que pensaba que estallaría. Tenía ganas de reír, pero no podía dejar ver su alegría a Edward.

–Si te tranquilizas y te quedas quieta unos minutos, creo que puedo responder a las preguntas que todavía tienes que hacerme –dijo Edward mientras se sentaba en la cama para quitarse las botas y la camisa–. Inmediatamente antes de la llegada de Tanya, yo estaba tendido en el sofá en el salón, tratando de decidir qué hacer contigo. Vi a alguien que bajaba la escalera, y cuando entraste en la cocina, comencé a seguirte. Pero entonces apareció Tanya. Yo sabía que tú podías oír todo lo que ella decía. Y cuando me besó, prolongué el beso sólo porque sabía que estabas mirando. Fue el contacto más íntimo que tuve con ella durante todo el tiempo que estuvo aquí.

–¿Entonces por qué parecías tan satisfecho todas las veces que me veías? –preguntó Bella.

–Ella sabía lo que tú pensabas al igual que yo. Era demasiado orgullosa como para permitirse pensar otra cosa, sabía que te habías trasladado a otra habitación, y pensaba que podría conquistarme de nuevo. Fue la única razón por la que se quedó tanto tiempo. Si tú no hubieras corrido a la habitación de tu madre la noche en que llegó Tanya, la habría hecho dormir en el sofá abajo para hacerte creer lo que quería. En realidad, te adaptaste a mis planes.

–¿Por qué te has tomado la molestia de explicarme esto?

–Porque quiero que vuelvas a mi cama como si nada hubiera sucedido –replicó tiernamente Edward.

–¿Tengo alguna otra opción?

–No –dijo él, sonriendo.

A Bella le gustó la respuesta, y se volvió a mirar el patio iluminado por la luna, para que él no viera su alegría. Pero todavía había algo que no comprendía.

–Edward, dime una cosa más –dijo Bella–. Cuando llegó Tanya, tu estado de ánimo cambió completamente y eras feliz. Bien, tal vez ella no era la causa. Tal vez sentías placer al pensar que yo me sentía muy mal... No era así, créeme. Pero ahora que ha terminado esta farsa ¿por qué no has vuelto a ser el tirano que eras antes de la llegada de Tanya?

–Me sentía feliz antes de que ella llegara, Bella. Por eso pedí a todos que salieran de la casa ese día... porque no quería que se dieran cuenta. La llegada de Tanya me dio una excusa para mostrarlo abiertamente.

Bella dio media vuelta para mirarlo; sus ojos estaban enormemente abiertos y llenos de furia. ¡Edward había hablado en francés! ¡Hablaba francés con fluidez!

–Será bueno que sepas todo esto ahora –dijo Edward en inglés nuevamente–. Pero antes de que me insultes, piensa en todo lo que sé, Bella... Todo lo que dijiste a tu madre hace una semana. Ese día salí de la habitación, pero no fui abajo de inmediato. Esperé en la puerta y oí todo. ¿No podemos decir que estamos en paz?

Bella rechinó los dientes y se apartó de él. Recordó todas las veces que había hablado en francés frente a Edward, y se sintió furiosa por el engaño. No era extraño que él la hubiera interrumpido aquella vez que pidiera al capitán C.S. que la ayudara a escapar... y había oído toda su confesión a su madre.

–Bien, di algo, pequeña.

–¡Te odio!

–No, no me odias. Me deseas –susurró Edward.

–¡Ya no! –gritó ella–. Me has engañado por última vez.

–¡Maldita seas, Bella! ¡Esta vez deberías estar contenta de que te haya engañado!

Fue hacia ella y la tomó de los hombros, obligándola a mirarlo. Luego prosiguió en tono más suave.

–Querías que supiera la verdad sobre el niño, la verdad sobre lo que habías hecho, pero tenías miedo de que yo no te creyera. Bien, tenías razón. No te habría creído si me lo hubieras dicho tú misma. Pero después de oír lo que le decías a tu madre, cuando pensabas que yo me había ido y que estabais solas, me convenció de que el niño es mío. Debería haberme enojado contigo, pero estaba encantado de que tuvieras a mi hijo.

Bella no se apartó de Edward cuando sus brazos la rodearon. Y cuando la besó, con un beso dulce, suave, se alegró y lo gozó. Estaba cansada de discutir con él. Y él siempre tenía razón. Se alegraba de que supiera la verdad.

–¿Todo perdonado? –preguntó Edward, oprimiendo la cabeza de Bella contra su pecho.

–Sí –susurró ella, y levantó la cara para mirar sus sonrientes ojos verdes–. Pero, ¿cómo aprendiste a hablar tan bien el francés? ¿Se enseña en las escuelas inglesas?

Edward rió de buena gana.

–La única escuela que he tenido jamás fue un viejo capitán inglés. Trabajé en su barco cuando tenía catorce años. Y, por necesidad, me enseñó a leer y escribir y a hablar inglés.

–¡Pero tú eres inglés! –dijo Bella, sorprendida.

–No, pequeña, soy francés. Nací de padres franceses en un pequeño pueblo de pescadores en la costa de Francia –dijo Edward.

–¿Entonces por qué navegas para Inglaterra?


–No tengo lazos con Francia, e Inglaterra ha sido buena conmigo. Francia es mi país, también el país de Emmett, pero no hemos vuelto allá desde que teníamos doce años. Hemos navegado con los ingleses y hemos vivido en el Caribe desde entonces. Ahora éste es mi hogar.

–¿Entonces Emmett también es francés?

–Sí, cuando C.S. pronunció bien el nombre de Emmett, pensé que te habrías dado cuenta. Por eso no podía decirte que mi apellido es Cullen. No sería bueno que la tripulación se enterara de que navegan bajo un capitán francés. ¿No lo repetirás?

–Como tú quieras –rió Bella. Lo miró con curiosidad–. Pero, ¿por qué mantuviste en secreto mi apellido? No quisiste decir a Tanya ni a C.S mi nombre completo; sin embargo saben que soy francesa.

–Sólo quería mantener en secreto tu nombre. No hay duda de que habrá una recompensa por cualquier información acerca del lugar donde vives. Aunque confío en C.S., no confío en su tripulación, ni desde luego en Tanya. Si no saben quién eres, no pueden vender información sobre ti. Y quiero que se mantenga en secreto que estás en esta isla.

Bella sonrió. Eso era lo más sincero que Edward le hubiese dicho nunca, y se sentía contenta por su nueva confianza en ella. Pero, ¿cómo entraba James Gigandet en la vida de Edward? ¿Alguna vez le contaría él esa parte de su pasado?

–Ahora respóndeme una pregunta.

–¿Qué es? –preguntó Bella.

–Cuando tú y tu madre hablasteis ese día en esta habitación, ella dijo algo que no tenía sentido... que estuviste en la casa de Black menos de un día.

–Hubo una tormenta, como recordarás. Tú mismo la sufriste –respondió Bella con rapidez.

–Sí, así es, venía del oeste y siguió hacia el este, obligándome a salir de rumbos. Pero tu barco estaba mucho más adelante y pudo escapar a la tormenta. Tendrías que haber llegado a Saint Martin dos días antes que yo.

–Sí... tuve dificultades para encontrar al conde, eso es todo. –Bella había olvidado aquel horrible primer día en Saint Martin, y no le gustaba que se lo recordaran.

–¿Qué sucedió?

–Nada –respondió, mordiéndose los labios.

–¿Qué sucedió, Bella? –volvió a preguntar él. Sabía que ella le ocultaba algo.

–Muy bien, Edward –suspiró, sentándose en el borde de la cama. Le contó todo lo que le había sucedido hasta que encontrara finalmente a Jacob, incluso que realmente había deseado que él la rescatara.

–Y después de todo eso, yo te ato y te violo nuevamente –dijo Edward, desalentado–. No es extraño que quisieras vengarte. ¡Merecería que me azotaran!

–Tú no sabías todo lo que yo había pasado, Edward. Sólo tratabas de darme una lección, y la aprendí bien.

–¿Black se hizo cargo de este Laurent Gathegi? –preguntó Edward.

–Ni siquiera le dije lo que sucedió, ni a mi madre. Ya había pasado, y yo deseaba olvidarlo. Eres el único que lo sabe. Pero dudo de que Jacob hubiese hecho algo. Tenías razón sobre él, Edward. Es un hombre que sólo piensa en sí mismo, como Phil Dwyer.

–Bien, parece que cada vez que escapas de mí, terminas en peligro –dijo Edward con una media sonrisa–. Tendré que remediarlo no dejando que te apartes nunca de mi vista.

Entonces se acercó a ella con deseos en la profundidad de sus ojos. Mientras la tendía suavemente en la cama, ella se olvidó de todo lo demás.

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