martes, 2 de noviembre de 2010

UN BARCO PIRATA


Capítulo 2 “Un barco pirata”

–Despierta. Despierta, Bella.

Abrió los ojos rápidamente al oír la voz de su madre, pero luego recordó con pena qué día era. El día en que se marcharía de su casa para siempre.

–Dije a esas criadas tontas que te despertaran temprano –continuó Renée–. Pero tendría que haber sabido que no me harían caso. Esta casa ha sido un desorden todo este mes, con los preparativos de tu viaje. Es un milagro lograr que se haga algo. Los sirvientes están tan excitados que parece que van a viajar contigo. Y, ¡ah!, cómo envidian a Sue. Echaré de menos a esa querida vieja. Fue más madre para mí que la propia, pero ahora tú la necesitas más que yo. –Se interrumpió y miró a su hija, con los ojos húmedos de lágrimas–. Ay, Bella, este mes ha pasado con demasiada rapidez. Ahora vas a comenzar una vida propia.

–Pero tú dijiste que no será para siempre, mamá –replicó Bella, sacando sus esbeltas piernas de la cama.

–Sí, pero eso no modifica el hecho de que hoy te marchas.

–Sue y yo aún tenemos que viajar a Saint Malo, donde está el barco, y tú y papá nos acompañaréis hasta allí. Sabías que llegaría este día, mamá.

–Ah, ¿por qué habrá elegido Phil a un hombre que vive del otro lado del mar? –preguntó Renée retorciéndose las manos. Luego sacudió la cabeza, resignada–. Bien, ya está hecho. Ahora debes prepararte porque saldremos dentro de dos horas. Ah, ¿dónde están esas criadas?

Bella rió. –Tal vez en la cocina, hablando de mí viaje. Parece que creen que Saint Martin será un lugar muy interesante para vivir. De todas maneras puedo vestirme sola. Olvidas que lo hice sin criada durante todos estos años en la escuela.

Finalmente las criadas llegaron, y después de recibir la reprimenda de Renée, se afanaron para elegir las ropas que Bella usaría para el viaje a Saint Malo. Una de las criadas salió de la habitación para buscar agua para el baño, y durante las dos horas siguientes todos corrieron de aquí para allá, ocupándose de los últimos detalles.

Pronto, Bella y Sue estuvieron listas para salir, vestidas con ropas abrigadas, porque era el mes de octubre y la temperatura era fría a esa hora de la mañana. Renée se reunió con ellas a la entrada y sorprendentemente, Phil fue el último en llegar.

El gran carruaje que Phil había comprado especialmente para el viaje a Saint Malo era impresionante. Tirado por seis caballos negros como el carbón era lo suficientemente grande como para transportar todos los baúles, e incluso el pequeño arcón que contenía la dote de Bella en oro.

Bella se reclinó en el asiento de terciopelo, con su madre a su lado y cerró los ojos. El último mes había sido caótico, y ella y casi todos los sirvientes habían trabajado noche y día en su ajuar. Su vestido de novia llevó mucho tiempo, por supuesto, pero era una hermosa prenda, una obra maestra, y todos los que habían trabajado en ella se sentían orgullosos de los resultados.

El vestido era de raso de color crema cubierto con encaje hecho a mano, excepto las ajustadas mangas. Sobre éstas flotaban las mangas de encaje, mucho más anchas. Era un hermoso traje, con la cintura muy ajustada, escote cuadrado y amplia falda, y el encaje dividido en el centro de la falda, dejaba ver el raso que había debajo. Bella usaría zapatos de raso con el vestido, y las perlas blancas que Phil le había regalado al cumplir diecinueve años. Su velo, muy largo y de encaje blanco, había sido usado por su madre el día de su boda.

Sue había supervisado personalmente el empaquetado del vestido de bodas en una caja aparte, para que no se arrugara demasiado. Sentía que revivía el pasado, porque veintidós años antes se habían hecho preparativos similares para la boda de Renée.

El pequeño velero de tres mástiles estaba anclado desde hacía muchos días, esperando a los pasajeros que partirían hacia Saint Martin. Sam Uley, capitán del ‘Canción del Viento’, estaba en la cubierta, con el ceño fruncido y su rostro bronceado por el sol, contemplando el puerto. Se sentía inquieto.

El conde Black había contratado a Sam para ir a Francia, recibir a la novia y a su criada; y llevarlas a Saint Martin. La primera vez que Black habló con él, Sam pensó en renunciar a prestar ese servicio al conde, con tal de no transportar mujeres. Pero Black le hizo un ofrecimiento demasiado tentador.

Esta muchacha debía significar mucho para el conde. Sin embargo, había numerosas dificultades. Sam tendría que aislar a las mujeres de su tripulación de hombres rudos.

Además, se consideraba que las mujeres traían mala suerte a bordo de un barco, y los supersticiosos las culparían de cualquier inconveniente. Por otro lado, esperarían ser muy bien tratadas, con excelentes comidas y un lugar cómodo en el barco. Sam sabía que éste sería el peor viaje de sus veinte años en el mar.

Por suerte, hacía una semana que estaban en Saint Malo y su tripulación tenía permiso para andar por la ciudad desde entonces. Ya habrían tenido suficientes mujeres como para sentirse satisfechos durante un tiempo. Pero durante el último mes en el mar era posible que se rebelaran.

Luego Sam vio un gran carruaje que venía de una calle lateral y entraba al puerto. Seguramente era la novia y su familia, pensó con aprensión, mirando todos los baúles apilados en lo alto del carruaje. Tendría que reunir a su tripulación y partir al día siguiente, si el viento lo permitía. ¡Mon Dieu! ¿Por qué había aceptado el contrato?

Bella miró por la ventanilla del carruaje y vio los barcos anclados en el puerto. Había tantos navíos, todos de diferente tamaño, que se preguntó cuál sería ‘Canción del Viento’. Phil había dicho que era un pequeño navío de tres mástiles, pero había muchos que coincidían con esa descripción. Tendría que aprender más sobre barcos, ya que el conde poseía muchos, y ‘Canción del, viento’ era sólo uno de ellos.

El carruaje se detuvo, Phil bajó y preguntó a un marinero que pasaba dónde estaba anclado ‘Canción del Viento’. En realidad, estaba precisamente frente a ese barco. Phil subió por la pasarela y habló con un hombre corpulento que estaba en cubierta. Después de unos minutos, volvió y subió nuevamente al carruaje.

–El capitán debe reunir a su tripulación, de manera que pasaremos esta noche en un albergue. Ahora bajarán los baúles y los subirán a bordo, por lo tanto habrá una pequeña demora.

Phil era generoso, porque generalmente no perdía el tiempo dando explicaciones a su familia.

La hostería donde se alojaron era bastante decente. Bella tenía una pequeña habitación para ella, y esa noche disfrutó de un baño. Renée le dijo que, lamentablemente, no podría bañarse bien durante el viaje. De manera que permaneció en la fragante espuma durante dos horas.


A la mañana siguiente, antes de que saliera el sol, el capitán de ‘Canción del Viento’ llamó personalmente a Bella. Phil presentó rápidamente al capitán Sam Uley a su hija, y salieron de inmediato hacia el barco.

Bella lloró, como sabía que lloraría, y también Sue y Renée cuando se despidieron. También dio un ligero beso a Phil en la mejilla, aunque él parecía incómodo. Pero, al fin y al cabo, era el único padre que había conocido, y no podía dejar de quererlo a pesar de su severidad. Sin embargo habría sido bueno que Phil pudiera decirle que la quería, aunque fuera esta única vez.

De manera que se despidió de Phil Dwyer, un hombre que jamás volvería a hacerla sufrir. Pero le resultaba intolerable separarse de su madre, y el impaciente capitán Uley debió ocuparse de ello. Les dijo que se dieran prisa, porque el barco tenía que salir del puerto para aprovechar la brisa de la mañana que lo llevaría hasta el mar.

Con una última mirada llorosa a su madre y a su amada Francia, Bella se volvió y subió lentamente por la pasarela. Esa mañana no había tenido tiempo de recogerse el cabello, que sólo había atado con cintas. Las trenzas castañas con reflejos rojizos caían a su espalda, y era hermoso verlas iluminadas por el sol.

Hubo un momento de ansiedad mientras el capitán Uley y su tripulación la miraban hipnotizados. El capitán no pensaba que el conde Black se casaría con semejante belleza. Mon Dieu, el conde era un hombre muy afortunado.

El capitán Uley gritó órdenes a izquierda y derecha, y la tripulación se dispersó de mala gana. Sin embargo, muchos seguían mirando a las mujeres, de manera que el capitán las llevó a su camarote y las dejó allí. Les brindaba su propia cabina para el resto del viaje, porque era la más grande del barco y el conde Black había insistido en que su novia estuviese cómoda. No era un arreglo muy satisfactorio, pero no había otro posible.

Además de las mujeres, transportaban también una fortuna en oro que era la dote de mademoiselle Dwyer. Sam no comprendía por qué Monsieur Dwyer mandaba tanto oro. La hermosa mademoiselle era el mayor premio al que podía aspirar cualquier hombre. No necesitaba que le añadieran una fortuna.

El oro que llevaba Sam Uley podía convertir en pirata a cualquier hombre. La mademoiselle por sí sola era tentación suficiente. Pero el capitán había dado su palabra, y era una cuestión de honor. Llevaría sana y salva a la mademoiselle al conde Black, o daría la vida por lograrlo.
Después de una semana en el mar, Bella comenzó a echar de menos el placer de sus baños. El pequeño recipiente de agua que le entregaban cada día no era suficiente, y su peor problema era el cabello sucio. Pero después de dos semanas pudo lavarlo, cuando el ‘Canción del Viento’ pasó por la primera tormenta con lluvia del viaje. Tuvo que ir a cubierta, cosa que el capitán desaprobaba severamente, y dejar que la lluvia que chorreaba por las velas cayera sobre su cabeza. Significaba mojarse hasta los huesos y tener que cruzar las peligrosas cubiertas resbaladizas, pero valía la pena.

Se ordenó a los hombres que permanecieran en las cubiertas de abajo, porque el capitán prefería no correr riesgos. Pero con Sam Uley y sus oficiales vigilando, y Sue junto a ella, Bella se sentía muy segura.

El capitán se reunió con ella varias veces para cenar, y todas las veces insistió en que no debía dejarse ver por la tripulación. Se le permitía salir a cubierta a última hora de la noche, cuando ya la tripulación había bajado, pero sólo si el capitán o uno de los oficiales estaba con ella.

Bella no comprendía por qué, y el capitán encontraba difícil explicárselo. Finalmente, Bella preguntó a Sue por qué no podía disfrutar de su libertad en el barco.

–No debes preocuparse por eso, ma chérie –dijo Sue–. Limítate a seguir las indicaciones del capitán.

–Pero tú conoces las razones, ¿verdad, Sue? –insistió Bella.

–Sí, creo que sí.

–¿Y por qué vacilas en decírmelo? Ya no soy una niña.

Sue sacudió la cabeza.

–Eres inocente, y eres una niña en muchos sentidos. Nada sabes de los hombres, y cuanto menos sepas, mejor.

–No puedes seguir protegiéndome siempre, Sue. Pronto tendré un marido. ¿Debo ser completamente ignorante?

–No... no, creo que tienes razón. Pero no esperes que esta vieja te diga todo lo que quieres saber.
–Bien, dime por qué no puedo tener libertad en el barco –replicó Bella.

–Porque no debes tentar a la tripulación con tu belleza, niña. Los hombres tienen fuertes deseos, ansias de amar a una mujer, especialmente si es tan hermosa como tú.

–¡Ah! –exclamó Bella–. Pero seguramente saben que no pueden.

–Sí, pero si la tripulación te ve todos los días, comenzarán a desearte. Este deseo de un hombre puede volverse tan intenso que puede llegar a arriesgar la vida con tal de hacer el amor con una mujer.

–¿Cómo sabes estas cosas, Sue? –preguntó Bella, sonriendo.

–Nunca me he casado, pero conozco a los hombres. Cuando era joven, no estaba tan protegida de ellos como tú, Bella.

–¿Eso quiere decir que hiciste el amor con un hombre?

–Ahora tu curiosidad va demasiado lejos, señorita. Deja en paz a esta vieja.

–Ah, Sue –suspiró Bella, porque sabía que Sue no le diría nada más, y había muchas cosas que deseaba saber. Tal vez después de casarse todas sus preguntas obtendrían respuesta. Pero no podía evitar preguntarse cómo sería hacer el amor.  Debía ser un gran placer si los hombres estaban dispuestos a arriesgar su vida por ello. Pero tendría que esperar a casarse; luego sabría lo que era.

Después de tres semanas en el mar, ocurrió un incidente muy desagradable. Bella estaba sola en su camarote, porque Sue la había dejado para lavar alguna ropa.  Cuando se abrió la puerta, Bella no levantó la mirada, pensando que era Sue que volvía. Pero gritó cuando sintió dos manos que agarraban sus hombros y la obligaban a darse la vuelta. El hombre no parecía oírla. Se limitaba a aferrar sus hombros, y sus ojos vidriosos recorrían lentamente su cuerpo, pero no hizo otro movimiento.

–¡Atrápenlo! –gritó el capitán.

Bella se sobresaltó, y dos hombres entraron en el camarote y atraparon al intruso.  Ella los miró confundida, y vio cómo arrastraban al hombre por la cubierta, a pesar de que luchaba por liberarse. Luego lo ataron al mástil mayor y el primer oficial le arrancó la túnica.
El capitán Uley apareció ante Bella, furioso.

–Es lamentable que esto haya sucedido, mademoiselle– El conde Black se enfurecerá cuando se entere de que han estado a punto de violarla.

Bella no miró al capitán, porque sus ojos no podían apartarse del pobre hombre que esperaba su castigo. El primer oficial se acercó al hombre con un látigo en la mano. El látigo era de cuero de un metro de largo, con muchos nudos.

El capitán habló duramente a su tripulación, pero Bella estaba demasiado perturbada como para escuchar sus palabras. Luego el capitán Uley dio la señal y el primer oficial hizo sonar el látigo en el aire dos veces y luego lo aplicó con fuerza brutal a la espalda del hombre. Se vieron correr gotas de sangre por la espalda temblorosa. Luego apareció otra marca cuando el látigo volvió a bajar.

–¡No, por Dios! ¡Basta! –gritó Bella.

–Hay que hacerlo, mademoiselle Dwyer. La tripulación recibió advertencias, de manera que no es culpa suya.

Una y otra vez el horrible instrumento cayó sobre la espalda del hombre, cuya sangre salpicaba la cubierta y las ropas de quienes estaban cerca. Bella corrió hacia la barandilla casi sin darse cuenta. Tal vez fue cuando el hombre empezó a gritar, pero eso no duró mucho. Cuando terminó de vomitar, todavía oía el horrible sonido del látigo que azotaba la carne del hombre, y eso era todo lo que se oía.

Finalmente terminó. Se le habían dado treinta latigazos, según le dijeron más tarde, el hombre estaba medio muerto. Bella pensaba que ese hombre sólo la había asustado, y que por eso le infligían este horrible castigo que lo dejaría inútil durante el resto del viaje.

Bella lloró esa noche, y vomitó tres veces más, siempre pensando en la horrible escena. Un hombre había estado al borde de la muerte por haber intentado violarla. ¡Violarla!

–¿Qué quiso decir el capitán, Sue, cuando dijo que el hombre estuvo a punto de violarme? –preguntó Bella esa misma noche–. Sólo me miró, y por eso sufrió ese horrible castigo.

Sue, tendida en su camastro, miraba el techo del camarote. Estaba tan perturbada como Bella por lo sucedido ese día. La miró con expresión preocupada.

–Habría hecho algo más que eso si el capitán no hubiera llegado a tiempo. Yo tengo la culpa, Bella. No tendría que haberte dejado sola.

–¡Pero ese hombre no me hizo nada, y ahora lo han arruinado para toda su vida por mí!

–Desobedeció las órdenes y por eso fue azotado. Se advirtió a los hombres que no se acercaran a ti, Bella pero él no escuchó la advertencia. Te habría sometido si el capitán no te hubiera oído gritar –dijo Sue en voz baja.

–¿Entonces por qué dijo eso en lugar de decir que estuvo a punto de violarme?

–¿Tú querías que el hombre te tocara?

–Por supuesto que no –replicó Bella.

–Bien, él no habría tenido en cuenta tus deseos. Te habría forzado, aún contra tu voluntad, y eso es una violación.

Bella se recostó en la almohada, con un remolino en la mente. Entonces eso era una violación. Hacer el amor con mujeres que no lo deseaban. ¡Qué terrible! Pero de todas maneras, aún no sabía qué era hacer el amor. ¡Ah, qué estúpida era! ¿Cuándo aprendería? ¿Cuándo descubriría cómo era hacer el amor? Cuando estuviese casada, se recordó a sí misma, y ello sucedería muy pronto.

El ‘Canción del Viento’ avanzaba rápidamente por aguas más cálidas, pero aún debía recorrer una gran distancia antes de llegar a Saint Martin. El tiempo había cambiado considerablemente, y el viento ya no era tan helado.

Bella sabía que podía esperar un clima tropical en la pequeña isla de Saint Martin. El capitán Uley respondía a muchas de sus preguntas cuando cenaba con ella. Supo que su futuro marido poseía una gran plantación en la isla, y que había obtenido grandes riquezas exportando algodón.

Después del horrible castigo sufrido por el marinero azotado, no volvieron a ocurrir otros incidentes. Los hombres de la tripulación tuvieron cuidado de no acercarse a ella cuando le permitían salir a cubierta.

Después de un mes en el mar, sufrieron otra tormenta, moderada al principio, lo cual permitió a Bella volver a lavarse la cabeza. Pero apenas había terminado cuando la tormenta adquirió más intensidad, y ella se vio obligada a volver a la seguridad del camarote.

Parecía que se hubieran abierto los cielos y que arrojaran su venganza solamente sobre este barco. La tormenta continuó durante toda la noche, y los violentos movimientos impidieron dormir a Bella. Trató de pasearse por su camarote, pero los vaivenes del barco la arrojaban contra las paredes. Por suerte, todos los objetos de la habitación estaban bien sujetos, y volvió a acostarse para sentirse más segura.

Sorprendentemente, Sue se había dormido, y Bella no sabía qué hacer, porque estaba muy asustada. Estaba segura de que el ‘Canción del Viento’ se hundiría y que todos se ahogarían.

Pero en algún momento en mitad de la noche, con las manos aferradas a los lados de la cama y su cabello todavía húmedo colgando a un lado, finalmente se durmió.

El mar estaba sereno cuando se despertó a la mañana siguiente. Se regañó a sí misma por asustarse tanto la noche anterior, y pensó que seguramente la tormenta no había sido tan terrible. Sue ya se había levantado y vestido, y traía en un pequeño recipiente el agua fría para el lavado matinal de Bella.

–¿Has dormido bien, pequeña? –preguntó alegremente.

–No –se quejó Bella, y sacó sus piernas de la cama. Su cabello húmedo caía sobre sus hombros, e hizo una mueca.

–Sue, por favor, pregunta al capitán si puedo secarme el cabello en cubierta.

–No haré semejante cosa. No saldrás de aquí por la mañana –respondió Sue con tono terminante.

–Si el capitán me da permiso, lo haré. Sabes que mis cabellos son tan largos que tardan mucho tiempo en secarse. Estoy a punto de resfriarme.

–En cubierta puede pasarte algo peor que resfriarte –replicó Sue.
–Por favor, Sue, haz lo que te pido.

–Lo haré, pero no me gusta la idea.

Sue salió del camarote, gruñendo, mientras cerró la puerta. Bella se puso rápidamente un vestido de terciopelo color lino que hacía un marcado contraste con su cabello. Cuando volvió Sue, llevó a Bella a la cubierta posterior del barco.

–Esto no me gusta señorita, de manera que date prisa –dijo Sue con severidad.

Bella rió.

–No creo que pueda hacer soplar más fuerte al viento, Sue. Pero no llevará mucho tiempo.

Enfrentó la amplia extensión del mar para que el viento secara sus cabellos. Después de unos minutos volvió a hablar.

–¿Dónde está el capitán?

–En la galería. Me sorprende que te haya permitido salir a cubierta después de lo que sucedió con el pobre marinero.

Bella se volvió y vio al capitán que discutía con un hombre de la tripulación.

–¡Mira, Bella, un barco! –gritó Sue.

Bella se volvió y vio el otro velero a lo lejos.

–Señoras, deben volver inmediatamente al camarote. –Bella dio un salto cuando el capitán se le acercó–. Si este imbécil hubiera estado cumpliendo con su deber en lugar de mirarla habría visto a tiempo el navío. Se dirigen hacia nosotros.

–¿Hay motivo de alarma? –Preguntó Bella, preocupada, frunciendo el ceño.

–El barco no tiene bandera. Puede ser un barco pirata.

Bella jadeó.

–¡Pero no atacará a ‘Canción del Viento’!

–Es improbable que lo hagan, mademoiselle, pero nunca se sabe. Trataremos de poner distancia, y le pido que se encierre en su camarote. No abra por ningún motivo hasta que haya pasado el peligro. Y no se preocupe. Ya hemos luchado antes con éxito contra los piratas.

Bella se sentía enferma. ¡No preocuparse, había dicho el capitán! ¿Cómo podía dejar de preocuparse? Había oído historias sobre piratas contadas por otras muchachas en el convento. ¡Los piratas eran hombres horribles! Eran los malvados del mar, los trabajadores del demonio, que invadían, asesinaban y violaban. ¡Mon Dieu, no era posible que esto estuviera sucediendo!

–Sue, tengo miedo –gritó Bella al borde de las lágrimas.

–No te preocupes. Este es un buen barco, pequeña. Los piratas no podrán abordarlo. Y además, tal vez sea un barco amigo. Nada temas, Bella. El capitán te protegerá, y yo también.

Las palabras de Sue eran tranquilizadoras, pero Bella seguía alarmada, y aún más cuando oyó cañonazos. Los ojos grises de Sue miraron a Bella, que de pronto había palidecido. Se oyó el trueno del cañón en el pequeño camarote, y luego ruido de maderas rotas y un gran estallido. Había caído uno de los mástiles de ‘Canción del Viento’.

Pronto sintieron una sacudida, cuando se acercó el otro barco. Se oían gritos y explosiones, y los hombres aullaban al encontrarse con su muerte.

Sue cayó de rodillas para rezar, y Bella hizo lo mismo. Después de un rato cesaron los disparos, y se oyeron risas. Tal vez había ganado la tripulación de ‘Canción del Viento’. ¿Era demasiado esperar que estuvieran a salvo? Pero luego oyeron canciones inglesas entre las risas. La tripulación de ‘Canción del Viento’ era totalmente francesa, y sólo hablaban francés. ¡Habían triunfado los piratas!

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