Capítulo Nueve
Aplastar el colchón: Dormir
Edward la llevó a su casa. Bella no dijo uní palabra en todo el camino, pero prácticamente podía leer sus pensamientos.
El seguía más excitado que nunca y, respirando profundamente, intentó calmarse o, al menos, controlarse un poco.
Bella había perdido el valor. Y quizá era lo mejor.
—Oye, puedo llevarte a casa. No pasa nada.
— ¿Por qué?
Edward la miró, confuso.
—No has dicho nada en todo el camino. Está claro que has cambiado de opinión y lo comprendo.
—No he cambiado de opinión.
—Bella...
—Estoy un poco nerviosa, es verdad. Todo esto es nuevo para mí. Y tú eres... bueno, diferente. ¿Y si no te gusto en la cama?
Él soltó una carcajada.
—Y ahora te ríes de mí. Mira, a lo mejor me lo pienso —dijo ella entonces, cruzándose de brazos.
Sin dejar de reír, Edward la abrazó.
—No te preocupes.
—Eso es fácil de decir para ti, Romeo.
—Ya te he dicho que no soy ningún Romeo. Yo lo tengo más fácil que él.
—Sí, claro, las mujeres caen rendidas en tus brazos. Y yo soy como las demás.
—No, eso no es verdad.
—Soy igual que las demás. Quiero ser igual que la demás.
No lo era, pero Edward no estaba dispuesto a discutir en ese momento. Aquella situación era rarísima, pero tenía la impresión de que Bella necesitaba explorar, entender qué clase de mujer era.
La besó y su respuesta fue cálida e impaciente.
—Vamos a casa —dijo con voz ronca.
Una vez dentro, le ofreció una copa para relajarse.
—No estaría mal.
Edward sacó una botella de vino blanco de la nevera. Aunque el vino no iba a enfriar su libido. Tendría que atropellarle un camión para eso. Quizá ni siquiera así.
La encontró en el balcón, disfrutando de la brisa del mar.
—Tienes una vista preciosa.
—Sí, es verdad —sonrió Edward, mirándola a los ojos.
—Me refería al mar.
—Me gusta más lo que estoy viendo.
—Eres un halagador —dijo Bella.
—No, sólo estoy diciendo la verdad —musitó él, tomándola por la cintura.
—Estás muy calentito.
—¿Tienes frío?
—No, pero me gusta tu calor.
Edward pensaba hacerle sentir mucho más que calor.
—¿Has hecho el amor en un balcón? —preguntó ella entonces.
—No. ¿Por qué?
—Por curiosidad. Supongo que habrás hecho el amor en sitios más interesantes que yo.
Él dejó su copa de vino sobre la mesa.
—¿Quieres hacer el amor aquí?
—Es posible —contestó Bella, a la defensiva—. ¿Y si quisiera?
—Entonces, haríamos el amor aquí.
Ella se mordió los labios.
—Bueno, a lo mejor en otro momento.
Dispuesta y tímida un segundo después. Eso iba a matarlo. «Ah, pero qué forma de morir», pensó.
Edward le quitó la copa de la mano y buscó sus labios mientras deslizaba la mano por su espalda.
—Me gustas tanto...
—Tú a mí también.
Con cada beso la sentía más excitada, más inquieta. Bella apretaba sus bíceps, sus hombros. Se frotaba contra él, haciéndole sentir sus pezones bajo la tela del vestido. Quería quitárselo, quería verla desnuda...
«Despacio», se dijo a sí mismo. «Es mejor ir despacio».
Pero ella pensaba de otra forma. Dejando escapar un suspiro de frustración, Bella empezó a desabrochar los botones de su camisa. Edward oyó que uno caía al suelo...
—Lo siento.
—No pasa nada.
—Me gusta tu torso —dijo ella entonces, pasando la lengua por su garganta—. Me gusta cómo sabes.
Edward se tragó una maldición. Supuestamente, era él quien tenía experiencia. No podía perder el control como un adolescente.
Entonces Bella se bajó las tiras del vestido, lo dejó caer al suelo y se aplastó contra su torso.
—Lo siento. Necesitaba sentirte.
—No te disculpes —murmuró él, con una voz que no parecía la suya. Luego, medio ciego, se sentó en una silla y la colocó sobre sus piernas.
Se inclinó para chupar uno de sus pezones y la oyó gemir de placer, sintió que se apretaba contra él, ofreciéndose a sí misma.
Edward metió una mano entre sus piernas y la encontró húmeda.
—Quiero estar dentro de ti.
Temblando, Bella le dio un beso con la boca abierta que estuvo a punto de hacerlo explotar. No podía aguantar más, así que la tomó en brazos para llevarla a la habitación. La tumbó sobre la cama y se quitó los vaqueros a toda velocidad. Luego sacó del cajón de la mesilla la caja de preservativos que había comprado una semana antes.
Quería penetrarla de inmediato, pero antes debía comprobar si estaba preparada. La encontró hinchada, húmeda y dispuesta, arqueándose hacia él.
—Edward.
Pronunciaba su nombre con la voz ronca de deseo y eso fue como una droga. Quería consumirla, poseerla. Le quitó la tanga de un tirón y enterró la cara entre sus piernas, besándola íntimamente hasta notar que se rendía… Su orgasmo fue lo más excitante que había experimentado nunca. Incorporándose, Edward se puso el preservativo y separó sus piernas antes de enterrarse en ella.
La oyó suspirar y se detuvo un momento al ver que lo miraba con cara de susto, como si fuera más grande de lo que había esperado.
Empujó despacio, esperando que ella le hiciera una señal. Con el pelo extendido sobre la almohada, los labios hinchados, los ojos oscurecidos y los pezones húmedos de sus besos, aquella mujer era la fantasía más erótica que podría haber conjurado jamás.
Bella volvió a moverse, invitándolo.
—Tómame, Edward.
Y él obedeció, embistiendo con un ritmo feroz y tierno a la vez. Cuando ella enredo las piernas en su cintura, sintió que algo se rompía en su interior... el orgasmo lo golpeó como un huracán.
Transcurrieron unos segundos antes de que pudiera volver a respirar con normalidad. Con el corazón latiendo a toda velocidad, se tumbó a su lado y soltó una maldición.
—¿Eso es malo o bueno? —preguntó Bella.
—Genial. Asombroso —contestó Edward, apretando su mano.
—¿Crees que ha sido tan intenso porque llevábamos mucho tiempo sin hacerlo?
—En parte, supongo.
Pero sabía que no era sólo eso. El deseo que sentía por Isabella Black no era provocado sólo por meses de abstinencia.
—Sólo hay una forma de averiguarlo.
—¿De verdad? ¿Puedes hacerlo otra vez?
Eso hizo que se preguntara qué tipo de relación sexual habría tenido con Jake, pero no quería tocar el tema.
—Sí, puedo hacerlo otra vez. Si tú quieres...
Bella tocó su cara y la combinación de la caricia y el brillo lascivo de sus ojos consiguió deshacerlo.
—Creo que sí quiero —murmuró, buscando su boca.
Horas más tarde, después de haber hecho el amor más veces de lo que parecía posible la encontró sentada en la cama, abrazándose las rodillas.
Edward sintió que había puesto distancia entre ellos y se le hizo un nudo en la garganta. Lamentaba haberse acostado con él, estaba seguro.
—Creo que debería irme a casa.
Le habría gustado preguntar por qué, pero no quería saber la respuesta.
—Muy bien. Espera, voy a vestirme.
Se vistieron sin mirarse, pero por el rabillo del ojo vio que Bella se pasaba una mano por el pelo, temblando.
—¿Quieres un cepillo?
—No, me peinaré en casa.
Habían estado tan cerca como podían estarlo un hombre y una mujer, pero no podía mirarlo a los ojos. Y eso lo irritó.
Fueron al coche en silencio y se percató de que no quería rozarlo siquiera. Eso lo irritó más. Cuando llegaron a la puerta de su casa, apagó el motor y se quedó esperando.
—Gracias por traerme.
Edward apretó los dientes. Una hora antes había estado gritando su nombre, suplicándole que la poseyera una y otra vez...
—De nada. A mandar.
Bella lo miró entonces.
—Nunca he tenido una aventura. No sé cómo hacer esto... ¿qué debo hacer ahora, Edward?
—¿Qué quieres hacer?
—No lo sé. Me siento rara.
Él asintió, pensando que nunca una velada con una mujer había terminado así. Pero, claro, nunca antes había estado con Isabella Black.
—No intentes averiguarlo todo esta noche.
—Se supone que debo decirte lo maravilloso que eres en la cama, ¿no?
—No es necesario.
—Pero es verdad. Demasiado maravilloso —suspiró Bella—. Buenas noches —dijo entonces, abriendo la puerta del coche.
Mientras la veía entrar en casa, Edward se preguntó qué habría querido decir con eso. Cuando llegó a la suya, no dejaba de darle vueltas a la cabeza: «Demasiado maravilloso». Como si ella fuera un desastre.
Inquieto, se sirvió una copa de vino. Después de lo de esa noche, debería estar muerto de cansancio, prácticamente en coma. Pero no podía dejar de darle vueltas... sabía que Bella lo deseaba tanto como la deseaba él. No podía haberse equivocado.
Nervioso, recogió las copas del balcón, intentando no pensar en ella. Luego puso la televisión, pero no podía concentrarse.
Cuando entró en el dormitorio, la cama parecía reírse de él. Olía a ella y casi podía verla, desnuda, con el pelo extendido sobre la almohada, sus piernas enredadas, pidiéndole que la hiciera suya...
Edward quitó las sábanas, pero antes de guardarlas en la lavadora no pudo evitar la tentación de olerlas. Le había dicho que quería ser como las otras mujeres... Él nunca había tenido problemas para olvidar a una mujer.
Y sería mejor no empezar con Bella.
A la mañana siguiente, sin haber pegado un ojo en toda la noche, Edward se recordó a sí mismo que estaba intentando ayudar a Bella a recuperarse de su pérdida. Era lógico que actuase de forma extraña. Pero debía hablar con ella... Lo de la noche anterior sólo había sido... ¿qué había sido?
Desde luego, no se acostó con ella por pena. Había disfrutado cada segundo y, si fuera por él, iría a su casa y...
Edward soltó una maldición. Tenía que dejar de pensar en Bella de una maldita vez.
Después de correr un rato por la playa, decidió ir a buscarla. Pero cuando llamó a la puerta, ella le abrió en albornoz y con los ojos medio cerrados.
—¿Qué haces aquí?
—Vamos a hacer ejercicio. Venga, te he dejado dormir una hora más.
Bella se cubrió la cara con las manos.
—No me apetece correr.
—Te sentirás mejor.
—No puedo. Anoche me bebí el tequila que había quedado del otro día...
—¿Por qué? —preguntó Edward, sorprendido.
—Para no pensar. Tengo la cabeza como si me hubieran dado un martillazo.
—¿Cuánto bebiste?
—Sólo dos chupitos, pero combinado con el vino, las cervezas y... —Bella bajó la mirada—con las actividades nocturnas, creo que ha sido demasiado.
—Voy a buscar una aspirina —dijo él entonces, entrando en la cocina. Absurdamente, le consolaba que tampoco ella hubiera podido dormir—. Pero antes, come unas galletitas.
—¿Tienes que ser tan amable cuando yo me encuentro fatal?
Edward sonrió. Parecía una niña rabiosa porque no se había echado la siesta.
—Después de tomar la aspirina, podrás caminar un rato.
—No, no puedo.
—¿Por qué?
—Porque no me duele sólo la cabeza —contestó Bella, sin mirarlo.
Edward tardó un segundo en entender.
—Ah, ya.
—Hacía tiempo que no practicaba... o, más bien, hay músculos que nunca había ejercitado —suspiró ella—. Espero que la próxima vez me resulte más fácil.
Él tragó saliva.
—Por tu forma de actuar anoche, pensé que no querrías que hubiera una próxima vez.
Bella levantó la cabeza y Edward vio las emociones reflejadas en sus ojos.
Culpable. Se sentía culpable.
—No debes...
—Aún no lo tengo claro del todo, pero lo que más me sorprende es que me gustó más hacerlo contigo que... con Jake.
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