domingo, 7 de noviembre de 2010

SIEMPRE COMPRUEBALO AMIGO MIO


Capítulo 5 "Siempre compruébalo amigo mío"

Lo que Edward vio al salir tambaleándose de su cabina le aclaró de inmediato los pensamientos, y su rugido familiar se oyó en todos los rincones del barco.
–¡Basta!
Emmett se detuvo a tiempo, y al volverse vio a Edward que avanzaba hacia él, sosteniéndose su dolorida cabeza con una mano.
–¡Madre de Dios! ¿Te has vuelto loco, Emmett? –preguntó Edward cuando se acercó a ellos, con una mueca furiosa en su rostro al ver la espalda desnuda de Bella.
–Mira, Edward, ¡nunca he estado más contento de verte! Alec, ese imbécil, dijo que estabas muerto... ¡que esta muchacha te había matado!
Edward sonrió, pero levemente porque la cabeza le dolía mucho.
–¿No se te ocurrió comprobarlo amigo mío? Si lo hubieras hecho, habrías visto que esta zorra sólo me dejó inconsciente. ¡Gracias a Dios que he recuperado la conciencia a tiempo! Cuánto habríamos tenido que pagar si hubieras estropeado esa hermosa espalda, ¡porque aún no he terminado con esta gata! –Se volvió hacia Alec–. ¡Desátenla! Y la próxima vez que anuncien que un hombre ha muerto, asegúrense de que es así. Si hubieran causado daño a esta dama, Alec, habrías recibido el mismo castigo que mi buen amigo pensaba darle a ella.
–Sí, capitán –replicó débilmente Alec.
Cuando liberaron a Bella, Edward levantó su cuerpo en sus brazos y miró su rostro sereno. No estaría tan tranquila si estuviera despierta, reflexionó.
–Edward, no puedes tenerla en tu camarote después de lo que ha hecho. Juraste ser cuidadoso, y sin embargo ella te venció. Te advertí que las mujeres no pelean igual que los hombres. La próxima vez, tal vez logre matarte –dijo Emmett con preocupación.
–Sí, ha jurado hacerlo. La subestimé. La comparé con las damas tímidas y sumisas que conocí en el pasado. Pero no volveré a cometer el mismo error.
–¿Qué harás, la atarás por las noches, o la dejarás que te degüelle mientras estás durmiendo? –preguntó Emmett.
–No creo que vuelva a intentar matarme, al menos mientras esté en mi barco. Tuvo la oportunidad de terminar con mi vida mientras estaba inconsciente y a su merced... y no lo hizo.
–¡No, porque pensaba que ya estabas muerto!
–¿Cómo lo sabes?
–Cuando le dije que la mataría por haberte matado a ti, sólo me pidió que le pegara un tiro en lugar de matarla con el látigo.
–Muy bien, de manera que pensaba que había cumplido con lo que quería hacer. Pero ahora sabe cuáles serían las consecuencias. Gracias a ti, viejo amigo, sé que tiene un terror mortal al látigo. ¿No se desmayó antes del primer golpe?
–Sí.
–Bien, ése es el tipo de información que necesito para ponerla en su lugar.
–Una vez la subestimaste, Edward. No vuelvas a hacerlo. Te amo como a un hijo... como a un hermano. No cometas un error con esa muchacha.
–Me intriga, Emmett. Me daría gran placer domar a esa señora.
–¡Señora! ¡No es una señora!
–Sí, lo es, la han educado como a una señora. No sé de donde sale la gata, es un misterio que me gustaría resolver. Tiene muy mal genio. Ahora busca algo para aliviar mi cabeza, porque me duele mucho. Y que esos hombres vuelvan al trabajo.
Edward se encaminó a su cabina con Bella aún desvanecida en sus brazos. La dejó suavemente en la cama, y la miró unos momentos. ¿Se despertaría asustada, o con renovada furia al encontrarlo vivo? Esperó que fuera con furia. No le importaría ver a esta belleza sometida ante cualquier hombre, ni siquiera ante sí mismo. Disfrutaría tratando de vencerla durante el tiempo que estuviera con ella, pero de alguna manera sabía que era imposible vencer a Isabella Dwyer. No, mientras estuviera con vida. Era posible someterla, pero nadie podría quebrar su voluntad.
Emmett entró en la habitación y contempló los instrumentos rotos en el suelo sacudiendo la cabeza. Recogió los dos vasos, los llevó a la mesa y los llenó de vino, aunque deseaba algo más fuerte.
Sue apareció en la puerta y miró ansiosamente al capitán y a Bella acostada en la cama, y luego nuevamente al capitán. Emmett carraspeó y le ordenó que entrara.
–Dijo que conoce formas de curar, supuse que querrías que atendiera tu herida. Sus manos son delicadas comparadas con mis manos torpes –dijo Emmett a Edward, que se había sentado junto a la mesa.
–Muy bien, siempre que ésta no desee degollarme también.
–Me gustaría hacerlo, monsieur, pero no lo haré –replicó Sue.
Edward rió.
–Al menos eres honesta, mujer. ¿Cómo te llamas?
–Sue Clearwater.
–Bien, Sue, ¿presenciaste lo que estuvo a punto de suceder a tu señora?–preguntó Edward con voz tranquila.
–Sí, monsieur. Llegué a cubierta precisamente antes de que... antes de que se desmayara.
–Afortunadamente no gritaste –comentó observando los labios hinchados de la mujer, que ella se había mordido para no gritar–. Si lo hubieras hecho, Emmett no me habría oído cuando le ordené que suspendiera el castigo y Bella habría recibido por lo menos dos latigazos antes de que llegara hasta ella.
–Gracias a Dios que usted se despertó en ese momento, monsieur –dijo Sue. Se inclinó sobre él y comenzó a limpiar la herida.
–Entonces sabes que mi amigo iba a azotar a Bella... que en realidad, la iba a azotar hasta matarla.
–Sí, porque la tripulación creía que ella lo había matado a usted. Traté de disuadir a Bella de que no intentara hacerle daño, pero ella no quiso escucharme. Bella siempre ha sido terca y decidida, pero nunca tanto como hoy.
Edward rió, y miró a la muchacha desvanecida en su cama. Luego se volvió hacia Sue, con el ceño fruncido.
–Hábleme de ella. ¿Siempre tiene este genio del diablo? Lo esperaría en una prostituta o en una criada de una posada, pero no en una dama.
–Es una dama, monsieur –replicó Sue con indignación–. Pero cuando era niña careció de lo que más necesitaba… del amor de su padre. Por eso tiene estallidos de ira y de desafío y su padre la envió a un convento. Pasó allí la mayor parte de su vida.
–¿Querían que fuera monja?
–No, era una escuela para niñas.
–¿Y qué aprendió en ese convento... aprendió a rezar? –preguntó él, con humor.
–Por supuesto que aprendió sobre Dios y sobre cosas relativas a él, pero también aprendió a leer y escribir, a atender a los enfermos y a los heridos, a ser suave y cariñosa, a controlar su... –Se interrumpió, sintiendo que era ridículo terminar la frase.
Edward rió suavemente.
–Ibas a decir 'su genio', ¿verdad? De manera que Bella no fue buena alumna, ¿eh?
–Fue una excelente alumna –respondió Sue defendiendo a Bella–. Sólo que cuando siente algo intensamente, es incapaz de ver todo lo demás. Pero yo no había visto suceder esto desde que era una niña. Sólo su padre la ponía en este estado, pero cuando volvió de la escuela, sabía controlar sus emociones. En realidad, monsieur, nunca la he visto tan enfadada como hoy. Bella es amable y suave por naturaleza, como su madre. Cuando finalmente abandonó el intento de ganar el amor de su padre, se sentía feliz. Su sonrisa podía hacer sentir a los demás lo que sentía ella.
–Todavía no he visto esa sonrisa ni esa naturaleza amable y tranquila –comentó Edward.
–Sólo usted sabrá por qué, capitán, usted la ha... la ha...
–¿Deshonrado? Sí; eso me han dicho.
–¡No debería haberla tocado! –saltó furiosamente Sue–. No tenía derecho. Pero ya que estaba tan decidido a poseerla habría sido mejor que no la engañara. Ella aceptó su destino hasta que se enteró de que usted la había engañado.
–Sólo quería evitar herirla, madame. Pero, dígame, ¿ella quiere casarse con ese conde? ¿Está enamorada de él? –preguntó Edward.
–Su padre concertó el matrimonio. Bella no tenía nada que decir en este asunto, pero debía hacer lo que se esperaba de ella. Ella lo sabe. En cuanto al amor, no se puede amar a un hombre que una jamás ha visto.
–Entonces ella ni siquiera sabe qué aspecto tiene el hombre con quien se casará ¿Puedo decirle que la entregaré a un viejo con quien ella preferiría no casarse?
–No, capitán –sonrió Sue–. El conde Black es joven y apuesto. Yo lo he visto.
Por alguna razón, esto preocupó a Edward.
–Es suficiente –dijo–. Necesito un poco de tranquilidad para que se me quite este dolor de cabeza. Ocúpate del barco, Emmett. Si me necesitas, estaré aquí... descansando.
–¡Descansando! Si quieres descansar, será mejor que la muchacha no se despierte.
Emmett rió de sus propias palabras, y luego llevó a Sue a la bodega, donde debería haber estado desde el principio. Si hubiera hecho lo que Emmett le había mandado, nada de esto habría sucedido, pensó Edward, y Bella aún creería en su mentira. Pero no tenía sentido pensar en eso ahora.
Edward sirvió más vino en su vaso, se apoyó en su asiento y fijó su mirada en Bella. No tardaría mucho en llegar a Saint Martin, probablemente menos de una semana si los vientos eran favorables. No le quedaría mucho tiempo para disfrutar de esta belleza. En sus veintiséis años jamás había conocido a una mujer tan hermosa como Isabella Dwyer, y con un genio tan terrible.

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