domingo, 7 de noviembre de 2010

MATÓ AL CAPITÁN


Capítulo 4 "Mató al Capitán"

–Entonces, Edward, ¿qué has decidido hacer con la mujer? –preguntó Emmett cuando se reunió con su amigo en cubierta.
–La llevaré a Saint Martin. Este conde Black pagará bien por ella. Y la recompensa nos compensará por la demora en el regreso.
–Estoy de acuerdo, aunque tal vez los hombres no. Pero, ¿No piensas que a este hombre le molestará que su novia ya no sea virgen?
–Sólo se enterará de ello después de haber pagado la recompensa, y entonces no nos importará. Pero no creo que le importe a ella tampoco. De todas maneras él la querrá.
–Eres un demonio, Edward –rió Emmett–. De modo que la muchacha castaña es tan buena como parecía, ¿eh?
–¡Mejor aún! Pero para una mujer es peligroso ser tan hermosa. Podría tener el mundo a sus pies si lo deseara, pero creo que no se da cuenta de lo que vale. Arruinará muchas vidas antes de terminar.
–¿Pero no la tuya?, ¿eh?
–No. Pensaría en tomarla para mí, pero podría distraerme, ¡Y yo no puedo descansar hasta que encuentre a Gigandet y ponga fin a esta vida miserable! –replicó acaloradamente Edward.
–Sé qué es lo que te tortura, Edward, pero no pensemos en eso ahora. Hay suficiente tiempo para encontrar a Gigandet.
–Tienes razón, viejo amigo. Ahora hay muchas cosas más placenteras en qué pensar.
Emmett sonrió traviesamente.
–Pensé que te gustaban las mujeres bien dispuestas.
–Lo que no me gusta es usar la fuerza y enfrentarme a la ira de una mujer. Pero, en general, la lógica vence a la fuerza.
–Los hombres te la envidian. No creo que ninguno de ellos haya visto jamás a una mujer tan hermosa –dijo Emmett.
–Tampoco yo. Es una dama, pero que genio tiene.
–Bien, después de verla, los hombres sólo piensan en una cosa. Creo que sería bueno anclar en el próximo puerto. Que los hombres tengan un día o dos para visitar los burdeles. Eso les ayudará a olvidar a la que tú tienes en tu cabina, y quedarán satisfechos hasta volver a sus casas.
–Estoy de acuerdo –replicó Edward–. Podemos ir hacia las islas Vírgenes y llegar a Tórtola al anochecer. Los hombres... –Edward se interrumpió bruscamente al ver a la sirvienta de Bella hablando con uno de sus hombres–. ¿Qué está haciendo fuera de su cabina?
Emmett miró en la misma dirección que Edward, y respondió:
–La dejé salir para que trabaje en la cocina. No hemos tenido una comida decente desde la muerte del viejo Garrett.
–¿Estás seguro de que la vieja no nos envenenará? –preguntó Edward con una mueca.
–No. Le haré probar la comida antes de que se sirva.
Edward frunció el ceño mientras la veía entrar en su camarote.
–¿Qué significa esto? Mi camarote no es la cocina. Ve a preguntarle a Stefan de qué le habló la vieja.
Emmett hizo lo que le indicaban y volvió unos minutos después.
–Pidió que la llevaran a ver a los prisioneros. ¿Por qué habrá pensado...?
–¡Diablos! –interrumpió Edward–. ¿Supongo que Stefan le dijo que no hay prisioneros?
–Por supuesto.
–¡Dios mío! Deberías haberme preguntado antes de liberar a la vieja. Ahora la ira de esa muchacha caerá sobre mi cabeza –exclamó Edward, haciendo un gesto hacia su cabina.
–¿De qué hablas?
–Dije a la muchacha que habíamos tomado prisioneros. Le dije que les perdonaría la vida si ella no se resistía. Lo aceptó. Pero ahora debe saber que la engañé. Probablemente está pensando en matarme.
Emmett se echó a reír.
–Das demasiada importancia a esa muchacha. Seguramente está demasiado asustada como para hacer algo.
–Lo dudo.
–¿Por qué le dijiste que teníamos prisioneros si nunca los hemos tomado? ¿Por qué no la amenazaste con quitarle la vida a la criada? Con eso habrías logrado lo que buscabas.
–No quería que la muchacha pensara que soy tan monstruoso como para matar ancianas –respondió Edward con irritación.
–¿Por qué te importa lo que piensa?
–Dejemos esto –replicó Edward de mal humor. Luego vio salir a la criada de su cabina.
–Ve a hablar con ella. Debo saber qué esperar antes de entrar a mi camarote y que me rompan la cabeza.
Emmett salió y volvió con una leve sonrisa en los labios.
–La vieja dice que la muchacha ha jurado vengarse y que podría hacer alguna tontería. ¿Quieres que entre primero... Para asegurarme de que no piensa degollarte?
–¡He sido un tonto! No pensé en llevarme las dagas que hay en mi cabina.
–¡Por Dios, Edward! No pensarás que ella...
Edward lo interrumpió.
–Sí, lo pienso. Te he dicho que esa muchacha tiene mal genio. Pero como las dagas están en una caja en el estante de libros, tal vez no las ha encontrado. En todo caso, ya me arreglaré.
–Edward...
–¿Crees que no puedo manejar a una muchacha? –rió Edward–. Vamos, Emmett. Si puedo matar seis españoles de un solo golpe, ¿qué posibilidades tendrá esa pequeña francesa?
–Las mujeres no luchan como los hombres... ten cuidado –replicó Emmett.
–Hace mucho tiempo que estás conmigo, Emmett. ¿Alguna vez me has visto actuar con descuido?
Emmett se limitó a suspirar cuando Edward se alejó.
Su joven amigo no sabía nada de las mujeres. Edward había pasado la mayor parte de su vida con el corazón lleno de odio y con poco tiempo para todo lo demás. ¿Cómo podía saber que la furia de una mujer podía igualar a la de veinte españoles juntos?
Decidido a atacar por sorpresa, Edward abrió la puerta de su cabina rápidamente. Bella estaba al otro lado de la habitación, sin dar señales externas de la furia que sentía. Pero Edward pensó que seguramente había encontrado las dagas, porque sus manos estaban escondidas en los pliegues de sus faldas. No advirtió que su cabello estaba trenzado para que no le molestara en el ataque, y que sus ojos tenían un profundo color café oscuro. Edward sólo esperaba que la muchacha no supiera manejar una daga, y especialmente que no supiera cómo arrojarla.
Cruzó lentamente la habitación, observando los brazos de la muchacha. Ella no sospecharía que él sabía lo que estaba a punto de hacer, de manera que él tenía esa ventaja. Cuando llegó a la mesa, le volvió la espalda, dándole una posibilidad de atacar. Ella lo hizo de inmediato, y Edward se volvió a tiempo para sujetar la mano levantada que sostenía el largo puñal.
La miró con asombro mientras le retorcía la muñeca hasta que ella dejó caer el puñal. Edward no había creído que realmente ella trataría de matarlo. Que lo amenazaría, que se defendería, eso sí. Pero levantar el puñal y tratar de derramar su sangre; no.
¡Madre de Dios! ¿A ella no le importaba su propia vida? ¿Pensaba que podía matarlo y que su tripulación no le haría nada? Tal vez no le importaba qué podía sucederle. Si era así, esta mujer era más peligrosa de lo que él pensaba. Si podía poner su odio por él por encima de su propia vida, entonces... ¿pero no era así como él sentía con respecto a Gigandet? Tendría que tomar precauciones con esta belleza de cabellos castaños.
–¿Qué esperabas ganar? –preguntó en voz baja.
–Quería verte muerto... ¡por mis propias manos! –gritó ella, con sus ojos brillantes como dos trozos de carbón.
–¿No te importa tu vida?
–¡Sólo me importa que termine la tuya! –gritó ella, luchando por liberar su muñeca de la mano de él –Encontraré la manera, Edward. ¡Te mataré! ¡Me engañaste! ¡Eres un pirata despiadado! –lo golpeó con la mano libre, pero él la sujetó a tiempo–. ¡Pagarás por mentirme!
–Yo te mentí... lo admito. Pero sólo fue para ahorrarte dificultades y sufrimientos. ¿Habrías preferido que te violara por la fuerza? Habría sido muy fácil, te lo aseguro. Eres alta para ser una mujer, Bella, y más fuerte que la mayoría de las mujeres. Pero como ves ahora, no puedes superar mi fuerza. Sólo estás enfadada porque no te permití pelear por tu virginidad cuando lo deseabas.
–Lo habría hecho. Tú...
–Sí, estoy seguro de eso. ¿Entonces por qué te enfadas? Te salvé de todo daño, Porque ¿quién sabe lo que podría haber hecho yo con el calor de la pasión a la que nunca me he enfrentado antes a esta que no puedo asegurarlo?, pero podría haberte pegado, o... matado –agregó, sólo para ver la reacción de ella.
–Pero no habrías quedado ileso, monsieur –le escupió ella.
–¿De veras, Bella? –Lanzó una carcajada. Nunca se había enfrentado antes con la ira de una mujer, y empezaba a encontrarla divertida–. ¿Cómo lo habrías hecho, si ahora no puedes escapar de mí?
Ella le dio un fuerte pisotón, y la expresión divertida de él se transformó en una mueca de dolor. La soltó de inmediato. Ella saltó hasta el otro lado de la mesa mientras él se frotaba el pie dolorido.
–¡Ja! ¿No habrías necesitado de todas tus fuerzas, eh, capitán? ¡Me subestimas! Volveré a lastimarte, con gran placer, si te atreves a acercarte –dijó Bella.
Se sentía segura con la larga mesa entre los dos, porque este Edward era sólo un gran buey torpe. Con su cuerpo delgado, del cual por una vez se alegraba, no tendría problemas en mantenerse fuera de su alcance.
–¡Pequeño demonio! –gruñó él–. Haré algo más que acercarme a ti, zorra. Volveré a tomarte... ¡ahora! Y esta vez puedes luchar si quieres, pero no te sorprendas si yo hago lo mismo.
Ella esperaba que él diera la vuelta alrededor de la mesa, pero cuando él comenzó a trepar sobre ésta, Bella se alarmó. Tomó el primer objeto que tenía a su alcance, uno de los pesados instrumentos que había sobre la mesa. Él retrocedió al ver el intento de ella, pero Bella no sólo amenazaba, sino que estaba dispuesta a cumplir sus amenazas. Arrojó el objeto; luego rápidamente extendió la mano para tomar otro, y otro, pero él los rechazaba con sus fuertes brazos.
Cuando se le terminaron las armas, Bella tomó los dos últimos objetos que podían serie útiles, los dos pesados vasos en los que habían bebido vino. Se los arrojó en rápida sucesión y, con suerte, porque el segundo dio en la cabeza de Edward. Cayó hacia adelante y se quedó completamente inmóvil en el suelo del camarote.
Bella miró con asombro el cuerpo inerte, pero luego advirtió la sangre mezclada con sus cabellos cobrizos, y se llenó de pánico. Pasó cuidadosamente junto al largo cuerpo musculoso, y cuando estuvo fuera de su alcance corrió hacia la puerta. La abrió de par en par, y salió a la cubierta del barco.
Sólo sabía que debía escapar de la cabina, escapar de la vista del asesinato que había cometido. Tal vez Podría esconderse. Encontrar un arma y forzar a la tripulación a llevarla a la costa. Pero Bella sólo alcanzó a correr unos metros, cuando un hombre de la tripulación llegó a ella y la oprimió contra su cuerpo maloliente.
–¿Qué es esto? –rió el hombre, disfrutando de la cercanía de la muchacha–. ¿La muchacha del capitán ha salido a dar un paseo?
–¡Sí, y pagarás muy caro si no me dejas ir! –respondió Bella con furia. Tal vez podría usar el poder del capitán para obtener lo que necesitaba siempre que la tripulación no descubriera que estaba muerto.
– ¿Ah, sí? –preguntó el hombre, pero de todas maneras la soltó–. ¿El capitán sabe que estás en cubierta?
–Sí. Está... está durmiendo. –Percibió su error demasiado tarde
–¡Durmiendo! El capitán no duerme durante día. ¿Qué mentiras estás contando, niña? –preguntó el hombre de mal humor; luego levantó la mirada y llamó–. ¡Señor McCarty! Esta muchacha dice que el capitán está durmiendo
–Ve a ver si dice la verdad, Alec.
Bella miró hacia arriba y vio al oficial primero parado en la galería sobre ella, y a otro marinero que corría hacia la cabina del capitán.
–¡El capitán dijo que no quería que lo molestaran! –dijo rápidamente Bella, percibiendo el miedo en su propia voz.
–¡Haz lo que te ordeno, Alec! –dijo Emmett McCarty.
¿Qué Podía hacer ella ahora? El hombre que la había detenido también se movía con rapidez hacia la puerta abierta de la cabina del capitán. Bella miró desesperadamente a su alrededor, pero de pronto se vio rodeada por miembros de la tripulación, que habían venido a mirarla y a no perderse nada de lo que sucedía.
El hombre llamado Alec entró en la cabina, pero luego apareció en la puerta con el rostro pálido estupefacto.
–¡Ha matado al capitán Edward!
–¡Madre de Dios! –gritó Emmett, y dio un puñetazo en la barandilla, que crujió en forma impresionante.
Bella corrió entre los hombres que la rodeaban pero ellos estaban demasiado consternados como para prestarle atención... no podían creer que una muchacha hubiera podido matar a su capitán. Pero era imposible escapar. Emmett saltó desde la galería y retuvo a Bella por su larga trenza, obligándola a detenerse. Lentamente, la hizo retroceder hasta que su mano alcanzó la parte de la trenza junto a la nuca.
–Quiero que sepas, que has matado al único hombre a quien podía llamar mi amigo. Y por esto morirás de la peor manera, en mis propias manos. –La empujó hacia adelante, y Bella cayó en brazos de dos hombres de la tripulación–. Atenla al mástil mayor y rodéenla, y tengan el agua preparada. Esta perra sentirá todo el peso de lo que ha hecho... ¡hasta que muera! –gritó Emmett. En sus ojos castaño oscuro no había piedad.
–¡Mon Dieu! –jadeó Bella. Su rostro había tomado un color ceniciento. A bordo de 'Canción del Viento' el hombre azotado se había desmayado después de comenzar el castigo, y nunca recuperó la conciencia. Pero a ella la reanimaría una y otra vez con agua. El amigo del capitán se aseguraría de que sintiera el látigo hasta morir.
–¡Por favor, monsieur! ¡Máteme de un tiro, se lo ruego!
–Has matado al capitán de este barco, que era también mi amigo. Esa clase de muerte es demasiado para gente como tú –dijo Emmett con la voz llena de odio.
Bella luchó por liberarse de los hombres que la sostenían, pero no había escapatoria. La arrastraron hasta el mástil mayor y la ataron, abrazada a él. Un momento más tarde, alguien arrancó su hermoso vestido de terciopelo. Luego rasgaron su ropa interior y la hicieron pedazos hasta descubrir su blanca espalda ante los marineros que la miraban con la boca abierta.
Emmett McCarty hizo sonar su látigo una vez en el aire. Bella se contrajo de miedo, y antes de oír el látigo por segunda vez, se desmayó. Pero, sin advertirlo, Emmett levantó el látigo hasta la tierna carne de su espalda para comenzar con su lenta y penosa muerte.

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