miércoles, 3 de noviembre de 2010

EL CAPITÁN EDWARD


Capítulo 3 “El Capitán Edward”

–¡Capitán! La muchacha de la que le hablé debe estar escondida en la bodega o en uno de los camarotes.

–¡Al diablo, no tenemos mucho tiempo! Busquen en todo el barco, pero rápido.

Bella temblaba de miedo, y deseaba morir. – ¿Por qué, por qué no nos habrá dado un arma el capitán? –susurró, retorciéndose las manos.

–No esperaba que perdiéramos la batalla –respondió Sue en voz baja–. Pero no te preocupes, Bella. Diré al jefe que puede obtener una gran fortuna si te entrega sana y salva al conde Black. El conde seguramente pagará lo que le pidan. Es francés y un hombre honorable.

–¡Pero son piratas, Sue! –gritó Bella–. ¡Nos matarán!

–No, pequeña. No nos matarán sin razón, y no demuestres que estás asustada cuando nos encuentren. Finge que no sabes inglés. Yo hablaré por ti. Y, por Dios, no pierdas los estribos con estos hombres –advirtió Sue–, si lo haces, pensarán que no eres una dama bien educada y rica.

–Estoy demasiado asustada corno para enojarme.

–Bien, ahora debernos rezar porque su voracidad de riqueza sea más poderosa que su lujuria.

–No comprendo, Sue.

–No importa, ma chérie –replicó Sue, pero su voz traicionaba su preocupación–. Recuerda que no debes decir nada.

La risa y el ruido se hicieron más fuertes cuando los hombres se acercaron a la puerta del camarote.

–No está en la bodega, capitán, y los otros camarotes están vacíos.

–Echen abajo la última puerta –replicó una voz profunda muy cerca del camarote, y los golpes comenzaron de inmediato.

–¡Dios mío!

–Ahora, cállate –dijo rápidamente Sue–. ¡Recuerda que no debes hablar en inglés.

Bella estaba aterrorizada. Estaba segura de que ese día moriría, y Sue no podría hacer nada por impedirlo. Unos momentos después, la puerta cedió, y Bella gritó al ver a los hombres barbudos  y sonrientes.

–¡Dios mío, qué hermosas son las francesitas! –dijo un marinero de baja estatura con un parche sobre un ojo.

–Sí compañero, hoy daría cualquier cosa por ser el capitán.

–¿Dónde está su Capitán? –Preguntó Sue.

–Pronto lo verás, mujer –dijo uno de los hombres, conduciéndolas fuera de la cabina.

Bella evitó mirar los cadáveres de la tripulación de “Canción del Viento”, al cruzar la cubierta y pasar al otro barco. Sue iba junto a ella, rodeándole la cintura con un brazo para protegerla.

El barco pirata era de tres mástiles, y aproximadamente  del mismo tamaño que ‘Canción del Viento’, pero los hombres de la tripulación parecían salvajes. Dejaron la tarea que estaban realizando y miraron fijamente a Bella. Algunos no usaban camisa, otros sólo camisetas cortas para cubrir el torso desnudo, y todos iban descalzos. Muchos llevaban aros de oro en las orejas, Y  todos eran muy barbudos.

–Exijo ver a su capitán –dijo Sue al hombre que las había llevado al barco pirata.

Otro hombre saltó desde la cubierta de “Canción del Viento” y las saludó.

–De manera que hablas inglés –dijo–. Bien, al menos ahora sabremos quién eres.

Era un hombre muy corpulento, y Bella se sentía pequeña y frágil junto a él. Estaba acostumbrada a ver hombres de su propia estatura o más bajos que ella.
Pero este hombre medía por lo menos un metro ochenta y su pecho era muy amplio. No era grueso, pero sí muy musculoso, y esto se veía claramente en sus brazos desnudos. Su cabello castaño era corto y rizado, sólo llegaba a sus hombros. Pero la barba espesa cubría totalmente su rostro y le daba un aspecto siniestro, peligroso. Bella se estremeció.

–Bien, ¿qué has descubierto, Emmett?

El que había hablado era el hombre de voz profunda, que parecía estar al mando de los demás. Saltó a cubierta tras ellos.

–Hablan inglés, Edward; al menos la vieja.

Edward se había situado detrás de Bella, y ella se volvió para mirarlo. Lo que vio la asustó, porque este hombre era aún más alto que el otro, ¡Era realmente un gigante! Estaba a pocos centímetros de ella y Bella tenía que levantar la cabeza para ver su rostro. Sus ojos eran de un increíble verde esmeralda, y una larga y delgada cicatriz comenzaba en la mitad de la mejilla derecha y llegaba hasta su barba.

Bella miró unos momentos la cicatriz, y los músculos se pusieron tensos y sus ojos helados. La tomó por un brazo, causándole dolor, y la obligó a caminar por la cubierta.

–¡Monsieur, espere! –gritó Sue–. ¿Dónde la lleva?

El hombre se volvió y sonrió.

–A mi camarote, madame, para hablar con ella. ¿Tiene algo que objetar?

–¡Por supuesto!

–¡Bien, no me interesa! –dijo el hombre brevemente, y siguió arrastrando a Bella.

–Monsieur, ella no habla inglés –gritó Sue.

Esto provocó risas en la tripulación, y el hombre volvió a detenerse.

–¿Cómo hará para decirle lo que debe hacer, capitán?

–Para lo que piensa hacer el capitán, no se necesitan palabras.

Hubo más risas, que obviamente molestaron al capitán, porque apretó todavía más el brazo de Bella. Ella gritó de dolor, y él la soltó de inmediato.


–¡Malditos sean! –gritó a su tripulación–. Ya se han divertido bastante por hoy. Vuelvan a sus obligaciones y sigamos adelante. –Luego se volvió hacia Bella–. Lamento si la he lastimado, mademoiselle.

Ella no había esperado una disculpa de este capitán pirata. ¿Sería tan peligroso como parecía? Lo miró con curiosidad, pero no habló.

–¡Al diablo! –dijo él, furioso, y se volvió hacia el otro hombre corpulento–. Emmett, trae a esa mujer aquí.

Sue se acercó a ellos sin ayuda, muy asustada. –¡No le haga daño, capitán!

El capitán miro sorprendido a Sue, y luego, de pronto, estalló en una carcajada.

–¿Me está dando órdenes, madame?

–No puedo permitir que la lastime, monsieur.

Emmett volvió a reír, pero el capitán le dedicó una mirada asesina, y luego volvió a centrar su atención en Sue.

–¿Es usted su madre?

–No, pero fui su niñera, y también la niñera de su madre. También cuidaré a sus hijos –replicó Sue orgullosamente.

–¿Espera un hijo ahora?

–¡Monseiur! No puede usted preguntar...

–¡Al diablo, respóndeme, mujer! –dijo el capitán interrumpiéndola bruscamente.

–No, no espera un hijo.

La preocupación del capitán pareció disminuir con esta respuesta.

–Ahora, dime, ¿Por qué hablas inglés y ella no?

–Yo... nací en Inglaterra. Fui a Francia cuando era niña con mis padres –respondió Sue sinceramente.

–¿Ella no habla inglés en absoluto?

–No, capitán.

El hombre suspiró y observó a Bella, que los miraba todo el tiempo.

–¿Quién es ella?

–Mademoiselle Isabella Dwyer.

–¿Y a dónde la llevaban?

–Á Saint Martin, a casarse con el conde Black –replicó rápidamente Sue.

–Y la fortuna que hemos encontrado en su navío... ¿era su dote?

–Sí.

El capitán sonrió perezosamente, mostrando sus blancos dientes.

–Su familia debe ser muy rica. ¿Y su prometido es también un hombre muy rico?

–Sí, pagará bien si ustedes la llevan a Saint Martin sana y salva... sin daños.

El rió al oír esta última frase.

–Estoy seguro, pero tendré que pensarlo. –Se volvió hacia Emmett. – Lleva a la niñera a tu camarote y enciérrala allí. La mademoiselle vendrá conmigo.

Se llevaron a Sue arrastrándola; ella gritaba y daba puntapiés para liberarse, y de pronto Bella tuvo un miedo horrible. No podía dejar de pensar en las historias que había oído en el convento. ¿No sería preferible una muerte rápida? Miró la barandilla del barco. No estaba tan lejos, y podría arrojarse a las frías aguas azules...

–Ah, no, Isabella Dwyer, todavía no, de ninguna manera–dijo el capitán, como si leyera sus pensamientos.

La tomó de un brazo y la llevó a su camarote. En la pequeña habitación desordenada, el capitán obligó a Bella a sentarse en una silla junto a una larga mesa. Llenó dos vasos con un vino tinto seco, le entregó uno, y se sentó también. Obviamente la larga mesa servía de escritorio, porque estaba cubierta de cartas e instrumentos náuticos.

Se apoyó en el respaldo de su asiento y la miró en silencio. Ella miraba nerviosamente los ojos esmeraldas de él, y sentía que sus mejillas enrojecían bajo su mirada.

–Mis hombres piensan que eres una belleza, Isabella –dijo él distraídamente–. Pero no entiendo cómo se dan cuenta con todo ese polvo negro que cubre tu cara.

Instintivamente Bella trató de limpiarse la cara. Pero al ver su mano limpia, se dio cuenta de que había caído en una trampa.

–De manera que entiendes inglés. Eso pensaba. ¿Por qué mintió tu criada?
Bella vaciló antes de contestar.

–Ella... no quería que yo hablara con usted. Creo que tenía miedo de que yo me enfadara.

–¿Y te enfadarás?

–No veo razones para ello.

El capitán rió.

–¿También mentía la vieja con respecto a tu matrimonio?

–No.

–¿Entonces realmente el conde Black es un hombre rico?

–Sí, muy rico, capitán –replicó Bella, que ahora se sentía un poco más tranquila.

Ese hombre no parecía tan peligroso como ella pensaba. Tenía que admitir que era apuesto, y parecía joven, aunque su barba cobriza le hacía aparentar más edad.

–Se hará usted rico si me lleva a mi prometido –dijo Bella.

–No tengo duda –replicó él de inmediato–. Pero su dote por sí sola me ha convertido en un hombre rico, y no me gusta llevar mujeres en mi barco.

–Entonces, ¿qué hará usted conmigo, monsieur, arrojarme al mar... después de violarme? –preguntó sarcásticamente Bella.

–Exactamente.

Ella lo miró, estupefacta. Esperaba una negativa, pero, ahora ¿qué podía decir?

– ¿Es... es esa su intención? –preguntó con temor.

El miró su vaso de vino por un momento, como si considerara la pregunta. Luego la miró, con expresión divertida.

–Quítate la ropa.

–¿Qué? –susurró  Bella.

–Quiero hacer el amor contigo, Isabella Dwyer, y juego te llevaré a tu prometido. De manera que quítate la ropa. No me gustaría tener que violarte y podría lastimarte en el acto.

–¡Non, monsieur, non! ¡El conde Black no me aceptará si estoy deshonrada!

–Le aseguro que sí, mademoiselle, la aceptará, y pagará un alto precio por ello. El la ha visto, ¿verdad?

–Sí, pero...

–Entonces no hay nada más que decir. Tu falta de virginidad no le importará mucho.

–¡No! –replicó Bella–. No iré a él deshonrada. Avergonzaría a mi familia. ¡No lo haré!

–Creo que no tienes opción. Pero estoy seguro de que el conde ocultará el hecho de que no eres virgen en tu noche de bodas –comentó el capitán con calma.

–¡No, no puede hacerme esto! –gritó Bella, con sus ojos cafés llenos de miedo.

–Te repito, Bella, ¿puedo llamarte Bella verdad?, bueno no importa. Te repito que haré el amor contigo. Nada te salvará de eso. Pero no quiero forzarte. No me gustan las violaciones.

–¡Pero es una violación, monsieur, porque yo no deseo hacer el amor con usted!

–Llámalo como quieras, siempre que no te pelees conmigo.

–Usted... ¡debe estar loco! No puede esperar que me someta, que le permita... ¡no! –gritó Bella, sintiendo que su miedo era reemplazado por la furia–. Lucharé con todas mis fuerzas.

–Lleguemos a un acuerdo, mademoiselle. Además de ti y de tu criada, hemos traído algunos otros prisioneros a bordo, incluido el capitán del barco francés.

–¿Para divertirse?

–Mis hombres son despiadados. Les complace matar lentamente a un hombre. Primero le cortan las orejas, luego los dedos, luego los pies... ¿Es necesario que continúe?

Bella se sentía enferma. –Y usted... ¿Usted lo permite?

–¿Por qué no?

Bella palideció ante esta respuesta. Seguramente él también participaba del juego. ¡Mon Dieu!

–Usted habló... de... un trato –dijo débilmente Bella.

–Que te sometas para salvar las vidas de esos hombres. Serás mía te opongas a ello o no. No aceptaré que te niegues. Pero perdonaré las vidas a los prisioneros y los liberaré en el próximo puerto con una condición, que no te resistas. –Hizo una pausa y sonrió–. Ya has perdido, Bella, porque serás mía independientemente de lo que decidas. Pero los prisioneros pueden ganar. Vivirán y no serán dañados si aceptas. Quiero tu respuesta ahora.

–¡Usted no tiene piedad! –jadeó Bella–. ¿Por qué quiere violarme?

–Me sorprendes. Eres un premio que vale la pena ganar, y te deseo –dijo.

–¡Pero yo no lo deseo a usted!

–Te diré, Bella, que eres la única razón por la que capturé tu barco. Generalmente sólo ataco los navíos españoles. Mi vigía te vio en cubierta y me describió tu belleza. Deberías estar agradecida, ya que no pienso compartirte con mi tripulación. Pero, basta, ¡quiero tu respuesta!

–Usted no me deja opción –replicó lentamente Bella, sintiéndose completamente desvalida por primera vez en su vida–. Debo salvar las vidas de esos hombres.

–¿No ofrecerás resistencia?

–No, monsieur, no me resistiré.

–Bien. Has tomado una buena decisión. Estoy seguro de que los prisioneros te estarán muy agradecidos. Diré a los hombres que no los molesten. Entretanto, quiero que te quites la ropa y esperes en mi cama.

Salió y cerró la puerta tras él. No había escapatoria. Bella ya no podía hacer nada, y ni siquiera tendría la satisfacción de luchar contra él.

Sin ganas, y muy lentamente, Bella comenzó a desvestirse. Finalmente sabría qué era hacer el amor... o qué era una violación, en todo caso. Bien al menos al someterse salvaría las vidas de algunos franceses. Pensaba eso para ayudarse a soportar lo que vendría.

Cuando el capitán volvió al camarote, Bella aún tenía puestas sus prendas interiores. Él cerró la puerta, y la miró con el ceño fruncido.

–No has cambiado de idea, ¿verdad? –preguntó bruscamente.

–No, ¿y usted?

Entonces él rió, y atravesó la cabina para pararse ante ella. Ella se sentía pequeña y desvalida ante ese hombre tan corpulento.

–No, pequeña. Nada puede hacerme cambiar de idea. –Tomó la masa de los cabellos de la muchacha en sus manos y los acarició, sintiendo su textura suave y sedosa. Luego dejó caer los cabellos sobre los hombros de Bella.

–Quítate la ropa, Bella. No puedo esperar mucho.

–Le odio, monsieur –dijo ella con los dientes apretados.

Él volvió a reír.

–Aunque la palabra monsieur suena hermosa en tus labios, preferiría que me llamaras Edward. Ahora, termina tu vino, Bella, porque eso puede ayudar. Nunca he estado antes con una virgen, pero dicen que la primera vez es doloroso.

–Se necesitarían dos barriles de vino para lo que usted va a hacer, monsieur Edward.

–¡Llámame Edward, nada más! Y no juegues con mi paciencia, Bella. Esto sucederá de todas maneras, pero aún puedo cambiar de idea con respecto a los prisioneros. Bebe el vino y luego quítate toda la ropa sin hacer más comentarios.

Bella ya no podía seguir demorándose. Bebió el vino, le volvió la espalda, y se quitó lentamente la ropa que aún le quedaba puesta. Cubrió su cuerpo con sus cabellos castaños que le llegaban hasta las rodillas, y se volvió para mirarlo.

Edward no tomó el gesto como un desafío, sólo como una manifestación de modestia, pero ni siquiera permitió eso. Separó los cabellos y se regocijó mirando el cuerpo esbelto durante un rato. Luego tomó el rostro de la muchacha en sus manos y la besó tiernamente.

Bella no esperaba esto. ¿Por qué la besaba? ¿Por qué no terminaba de una vez?
Los labios de él separaron los de ella, buscando, exigiendo una respuesta. Ella quería resistirse, pero a él no le gustaría esa resistencia. Bella tenía que pensar en los pobres cautivos y nada más. Tenía que permitirle que hiciera con ella lo que quisiese.

Los brazos de él la rodearon y apretaron su cuerpo desnudo contra él, y su boca se volvió más exigente, más dura, aunque sin lastimarla. Y de pronto Bella sintió una sensación extraña, algo que nunca había experimentado antes. Era una sensación rara, como si realmente sintiera fluir la sangre en sus venas. Era una sensación excitante, y la hizo relajarse contra él y aceptar de buena gana sus besos, y olvidar que estaba desnuda en los brazos de un desconocido.

Luego él dejó de besarla y la levantó en sus poderosos brazos. Ella se endureció mientras él la llevaba a la cama y la colocaba allí con suavidad. Él se quitó las ropas con lenta deliberación, sin apartar sus ojos de ella en ningún momento. Ella a su vez no podía dejar de mirarlo, aunque lo deseara. Cuando por fin él quedó desnudo, Bella miró con asombro su cuerpo delgado y musculoso; los hombros anchos y las caderas estrechas, las piernas largas y firmes.

Edward se acercó a ella y se acostó a su lado en la estrecha cama. La miró a la cara durante largo rato y luego acarició sus pechos. Esperaba la reacción de la muchacha, que llegó de inmediato, mientras sus ojos se agrandaban por la confusión.

Rió suavemente y cerró una mano sobre uno de los pechos, oprimiéndole suavemente.

–¿Esperabas que lo hiciera rápidamente?

–Sí. Ay, por favor, Edward, no me hagas esto. Te lo pido una vez más, ¡por favor ahórrame esta vergüenza! –rogó ella inútilmente.

–No, pequeña, es demasiado tarde para eso.

–¡Entonces que sea rápido! –exclamó ella.

Los ojos de él se entrecerraron con furia. Entonces se colocó sobre ella, y su gran peso la aplastó en el suave colchón. Penetró en ella con rapidez, provocándole un intenso dolor. Ella gritó y hundió sus uñas en la espalda de él, pero el dolor desapareció tan rápido como había venido.

Él se movía dentro de ella, con lentitud al principio, luego más rápido, mucho más rápido, y en realidad a Bella le gustaba. Se relajó y disfrutó con vergüenza la sensación de sentirlo dentro de ella. Pero luego él se movió por última vez y se desplomó completamente aplastándola con su cuerpo gigantesco.

Bella no sabía qué hacer. ¿Eso era todo? Admitía que había sido placentero después del dolor inicial, pero si hacer el amor era simplemente eso, podía prescindir de ello. ¿Dónde estaba el placer extremo que podía hacer que un hombre se arriesgara a morir? Tal vez sólo el hombre experimentaba placer al hacer el amor.

–Lo siento, Bella. No quería que fuera tan rápido, pero hablas demasiado. La próxima vez, será mejor para ti.

–¡La próxima vez! –gritó ella–. Pero... Yo Pensaba que...

–No, pequeña –interrumpió él con una sonrisa divertida–. Saint Martin está muy lejos. Y como compartirás el camarote conmigo, haré el amor contigo cuando lo desee. Será un viaje muy placentero.

Cuando se levantó y comenzó a vestirse, Bella se cubrió rápidamente con las mantas. ¿Qué haría ahora? Acostarse con él era bastante malo, pero no había tenido opción y podía vivir con esa vergüenza. Pero someterse a él una y otra vez, no poder luchar contra él... ¡ser su amante! ¿Cómo podría vivir así?

Edward la contemplaba en silencio. Se inclinó sobre ella y rozó suavemente sus labios con los de Bella.

–Ahora debo dejarte, para ver a mi tripulación y cambiar el curso hacia Saint Martin. No quiero que salgas de esta cabina bajo ningún pretexto.

–Pero quiero ver a Sue. Quiero ver a los prisioneros y decirles que no tienen nada que temer.

–No –respondió él de inmediato–. Tu criada puede ver a los prisioneros, y tú la verás a ella más tarde... ahora no.

Con esto salió de la cabina. Bella pensó en cerrar la puerta con llave. Pero él la echaría abajo, y ella tendría que sufrir su ira. Se estremeció al pensar cómo sería. Hasta ese momento, Edward había estado de buen humor y sólo había mostrado un lado de su carácter, y sin embargo la había tomado contra su voluntad. No deseaba ver su aspecto violento.

¡Estaba a merced de un pirata despiadado! Él podía matarla si lo deseaba. Estaba totalmente en sus manos y no sabía qué hacer.

Bajó de la cama y miró estúpidamente la sangre en las sábanas... Su propia sangre. “Te odio, capitán Edward”, pensó con amargura. “Me has arruinado, me has avergonzado, ¡me has deshonrado!” Dio un puntapié de furia contra el suelo.

Poco a poco se fue calmando. No tenía sentido alterarse tanto, ya que no podía demostrárselo a él. ¡Pero lo deseaba... cómo lo deseaba!

Junto a la cama había un pequeño recipiente con agua en un lavabo, y Bella se lavó lo mejor que pudo. Se vistió apresuradamente, luego, con rebeldía, sirvió más vino en un vaso. Se sentó y comenzó a beber, y entonces oyó unos golpes en la puerta. Un segundo más tarde la puerta se abrió y Sue entró corriendo y cerró la puerta tras ella.

–Ay, Bella, ¿estás bien? Él... él no... él...

–Nos llevará a Saint Martin, pero...

–¡Entonces no te ha hecho nada... gracias a Dios! Temía por ti, Bella. ¡Mon Dieu! No sabía qué pensar cuando me encerró con llave. El capitán es un hombre bueno... temía que te hubiese hecho daño.

–No me perdonó –dijo Bella con tranquilidad–. Estaba decidido a tomarme, y lo hizo.

–¡Bella... no! –jadeó Sue. Se echó a llorar.

–Está bien –dijo Bella, rodeando con un brazo los hombros de su vieja niñera–. Al menos aún estamos vivas. Y me ha prometido llevarnos a Saint Martin.

–¡Dios mío, Bella! No debía haberle violado. ¡Ese hombre no tiene honor!

–Traté de disuadirle, pero él me deseaba. Dijo que me tendría a pesar de todo. Ahora ya está hecho, y yo no puedo hacer nada al respecto. Pero al menos pude salvar a los prisioneros.

–¿Qué prisioneros?

–¿Aún no los has visto? –preguntó Bella.

–No sabía que los hubiera –replicó Sue–. Ese grandote llamado Emmett me dejó salir de su cabina y me dijo que fuera a ayudar en la cocina. El cocinero del barco murió en la última batalla que libraron. Pero vine aquí primero.

–Bien, ve a buscar a los prisioneros. El capitán Uley es uno de ellos. Diles que no se preocupen por su destino, que los liberarán en el próximo puerto. Y si hay algún herido, cuídalo, y luego ven y dime como está. El capitán no me permite salir de la cabina.

–¿Puedo hacer algo por ti, ahora? –preguntó Sue, con sus ojos grises llenos de preocupación–. No me gusta dejarte después de lo que has sufrido.

–No, estoy bien, Sue. Pensé que sería una experiencia horrible, pero no fue tan mala –dijo Bella–. El fue suave conmigo, y es joven y agradable. Lo único que me dolió es que no me dio opción... no le importaron mis sentimientos.

–Me alegro que lo hayas tomado tan bien.

–No puedo hacer otra cosa –dijo Bella.

Sue salió, pero volvió pocos minutos después.

–No hay prisioneros, Bella. Pregunté a uno de los hombres de la tripulación si podía llevarme hasta ellos, pero dijo que no había nadie a bordo excepto tú y yo. Pregunté a otro, y me dijo lo mismo.

Bella se endureció, cada nervio, cada fibra de su cuerpo se crispaba de furia.

–¡Me mintió! ¡Me mintió...! ¡Me hizo caer en una trampa! ¡Maldito sea!

–¡Isabella! –jadeó Sue–. ¿Qué te sucede?

–¡Me... me mintió! Me dijo que había prisioneros, que les perdonaría la vida si... si yo no me resistía –gritó Bella, con intensa furia en sus ojos castaños tan oscuros como la noche.

–¡Ay, Bella!

–Entonces me sometí. Dios sabe que quería luchar, pero no lo hice. Lo soporté porque pensaba que salvaba la vida de esos hombres. ¡Mon Dieu! ¡Lo mataré!

–No, Bella, ¡no debes hablar así! Lo que sucedió ya no puede cambiarse. Y dijiste que no había sido tan malo –dijo Sue.

–¡Eso no, importa! Él me engañó. Este capitán Edward se enterará de lo que pienso del engaño. Lamentará haberme traído a este barco. ¡Me vengaré! Lo juro... ¡Edward pagará por esto!

–Por Dios, Bella, ¡sé sensata! Sólo lograrás que nos maten.

Pero Sue podría haberse ahorrado estas palabras, porque Bella se paseaba furiosamente, y la advertencia de su vieja criada no interrumpía sus pensamientos asesinos.


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