Capítulo 6 "Las Amenazas"
Tembló violentamente un momento, recordando el horrible sonido del látigo chasqueando en el aire. ¡Dios mío! ¿Cómo era posible que hubiese escapado de esa horrible muerte? Seguramente se había desmayado. ¿Tal vez sólo esperaban que se despertara para continuar? Nunca había pensado que la azotarían hasta la muerte por matar al capitán. Podía soportar cualquier cosa, sí, cualquier cosa... excepto esa terrible tortura.
¿Por qué tuve que matarlo?, pensó sintiéndose muy mal, cubriéndose la cara con las manos. Sólo habría tenido que soportar por poco tiempo al capitán; luego habría quedado libre... libre para disfrutar de una larga vida. No me habría llevado mucho tiempo olvidar esta experiencia, ser feliz otra vez. ¿Por qué puse en peligro toda mi vida sólo por vengarme? Al fin y al cabo, ese hombre era un pirata. Yo no debía haber esperado otra cosa que engaño y mentiras de él. Bella gemía en medio de su dolor. ¿Qué sucedería ahora? ¿El primer oficial le preparaba una muerte aún más cruel? Debía escapar de ese camarote, decidió. Saltaría por la barandilla y su vida terminaría en el mar. Sabía nadar, pero estando tan lejos de la de la tierra, el agotamiento y los tiburones pronto terminarían con ella. No era exactamente la forma en que había elegido morir, pero sería una muerte más tolerable que la del látigo.
Sin pensarlo dos veces Bella sacó las piernas de la cama y se puso de pie. Luego quedó inmóvil, y un pequeño suspiro escapó de sus labios. Este debía ser un fantasma, fue lo primero que pensó. Pero mientras lo miraba con terror, vio que sus ojos brillaban de alegría, como los de un demonio. Sus ojos eran claros, claros como el cielo... no eran los ojos de un hombre muerto.
La sangre volvió a su rostro. ¿Se había equivocado? Estaba vivo, y por eso estaba ella allí, y no le habían hecho daño. Él la había estado mirando sin hablar desde que se despertara dejándola sufrir por la duda y la ansiedad. Ahora estaba allí frente a ella con las piernas extendidas frente a él, y un vaso de vino en la mano, lleno hasta la mitad. Sonreía. ¡Sonreía!
Bella se endureció de furia.
–¡Debías estar muerto! –logró gritar por fin–. Pero aún lo lograré, Edward.
–¿Realmente deseas sentir el látigo sobre tu carne tierna, Bella? –preguntó él en voz baja. Dejó el vaso en la mesa.
Ella palideció visiblemente. ¿No acababa de preguntarse por qué no lo había matado? Él no merecía ese tipo de muerte.
–Sé la respuesta, Bella –dijo Edward en voz más alta–. ¿Estás dispuesta a pasar por lo que te habría sucedido si yo no hubiera recobrado el conocimiento a tiempo para detenerlo?
Sus ojos eran dos trozos de carbón oscuros y ardientes que lo recorrían con odio. Había otras formas de vengarse, y ella encontraría alguna. Pero esperaría hasta sentirse segura.
–¡Respóndeme, diablos! –Él descargó su enorme puño sobre la mesa, haciéndola saltar.
–No deseo sentir el látigo, como te imaginarás –replicó ella acaloradamente.
Él sonrió ante la respuesta.
–¿Entonces puedo compartir mi cabina contigo sin peligro?
–¡No quiero quedarme aquí! Seguramente no desearás que me quede después de lo que intenté.
–Al contrario, pequeña, disfrutaré de tu compañía. –rió malignamente.
–¡Entonces quedarás a salvo de la muerte, monsieur, pero no de algún daño! –replicó ella con furia.
–No lo creo, Bella. ¿Ves esto? –Levantó el látigo que había dejado antes en la mesa–. No estoy en contra de usarlo.
–¡No lo usarás!
–¿Lo dudas? ¿Quieres una demostración?
–No soy tu esclava, monsieur. ¡No te obedeceré! –replicó Bella.
–¿No? Ven aquí, Bella –ordenó él disfrutando del juego.
–¡No, no, no! –Dio un puntapié de desafío en el suelo–. No me acercaré...
Antes de que pudiera decir nada más, el látigo voló por el aire y alcanzó los gruesos pliegues del vestido de terciopelo. Bella saltó, y miró estúpidamente el largo tajo que dejaba ver la tela blanca de su enagua bajo el terciopelo. Miró lentamente a Edward, con los ojos agrandados por el terror. ¿Había evitado tocar su piel a propósito, o su propósito era malvado? No intentaría provocarlo otra vez.
Reuniendo coraje, Bella se acercó hasta detenerse frente a él.
–¿Qué desea usted, monsieur? –preguntó altivamente.
Él se echó a reír.
–Lo que deseo puede esperar. ¿Tienes hambre?
Ella asintió de mala gana, y por primera vez advirtió la bandeja con comida en el otro extremo de la mesa. Estaba hambrienta.
Bella pasó junto a él, se sentó en la silla contigua, comenzó a comer. Después de unos momentos, levantó lentamente la mirada y vio que Edward seguía mirándola con atención, con una expresión divertida en su rostro.
–¿Está bien que coma, monsieur? ¿O prefiere usted que me muera de hambre?–preguntó Bella con sarcasmo.
Él frunció el ceño.
–Come hasta llenarte, y luego sabrás qué es lo que deseo hacer.
Bella comió con deliberada lentitud, irritando aún más a Edward. Pero si lograba molestándole esa manera, de cualquier manera posible, lo haría. Siempre que saliera viva.
Mientras seguía comiendo notó que habían encendido velas en la habitación, y que por la ventanita al pie de la cama se veía que afuera estaba oscuro. Bien, ahora que ya era de noche, al menos podía insistir en que la habitación estuviera a oscuras si él volvía a violarla. No podía tolerar la indignidad de que él mirara su cuerpo desnudo como antes. Por un momento se preguntó dónde dormiría, porque sin duda, la bestia no renunciaría a su cama cuando hubiera terminado con ella. Pero, ¿en qué estaba pensando? No le permitiría que volviera a violarla.
–Termina de comer ahora, Bella, o te quedarás sin comida, porque estoy cansado de esperar.
–¿Esperar qué, monsieur? –Bella fingía inocencia–. Ya me violó usted una vez. ¿Seguramente no pensará hacerlo dos veces en el mismo día?
Por toda respuesta Bella recibió una sonrisa demoníaca. Dio un salto y corrió hacia la puerta, pero el restallar del látigo en el aire la detuvo.
–¡Ven aquí, Bella!
Sintió pánico de lo que él podría hacer para lograr que ella obedeciera, se volvió y fue lentamente hacia él. Cuando estuvo a su lado él le tomó la mano y la obligó a acercarse más hasta que quedó entre las rodillas de él.
Luego, sin ninguna advertencia, Edward alzó una mano, tomó su vestido por los hombros, y se lo bajó hasta la cintura.
Bella, sin aliento, echó atrás su mano para pegarle, pero él le tomó las dos manos y se las retorció detrás de la espalda, acercando sus pechos desnudos a su rostro.
–¡Me estás lastimando! –gritó ella tratando de liberarse.
–¿Acaso tú no quieres lastimarme a mí? –preguntó él, pero le soltó los brazos–. Sé que deseas luchar contra mí, Bella, pero tienes que saber que no lo permitiré. Por cada golpe tuyo, recibirás diez latigazos. Por la menor resistencia, recibirás cinco latigazos. ¿Me entiendes?
¡Diablos! Otra vez le negaría la satisfacción de oponerse. Si habían de violarla ¿por qué no podía al menos luchar por su honor como otras mujeres? Pero él no lo permitiría. Era insoportable, porque tendría que someterse a este hombre como si lo deseara.
–¿Te resistirás Bella? –preguntó él con voz tranquila, hundiendo sus ojos verdes en los ojos cafés de ella.
–Debes pensar que no estás a mi altura si necesitas amenazarme para sentirse seguro. ¿Tienes miedo de mí porque esta tarde pude vencerte? –preguntó con sarcasmo, alegrándose al ver que él entrecerraba los ojos–. ¿Qué pensaría tu tripulación si supieran que no puedes dominar a una muchacha?
–Tu plan no ha dado resultado, Bella, aunque fue bueno. Cuando puedo evitar un conflicto, lo hago. Evito todos los posibles daños y dolores, y dejo lugar solamente para el placer.
–¿Y la angustia de mi mente? Preferiría recibir un golpe y tener la cara hinchada, incluso huesos rotos, a dejarme violar sin resistencia. Tú eres el que teme los daños que podría causarte si retiras tus amenazas.
–Nuevamente has estado bien, pequeña, pero las amenazas siguen en pie. Bien, ya has desperdiciado suficiente tiempo tratando de hacerme morder el anzuelo. Quítate lo que te queda de ropa, y date prisa.
–¡No lo haré! ¡No te facilitaré las cosas! –gritó ella con indignación.
–¿Quieres que te destroce completamente el vestido? –preguntó Edward.
–¡Ah, te odio! –gritó ella, pero de todas maneras él le quitó las ropas que le quedaban. Ella enrojeció ante él, completamente desprotegida ante su mirada libidinosa–. Si debo sufrir esta indignidad, Edward, al menos permite que sea en la oscuridad.
–No tienes nada que haga falta ocultar, pequeña.
–¡Por favor!
–¡No! –replicó él duramente.
–Eres demasiado cruel, monsieur.
–Tal vez pienses eso ahora, pero quiero conservarte para mí; luego cambiarás tu opinión –dijo él–. Esperarás con ansiedad que te tome en mis brazos. Aunque no llegaste al placer cuando hicimos el amor por primera vez, no puedes negar la sensación agradable que te di.
–¡Estás... estás loco! ¡Tu contacto me enferma!
–Querías matarme porque te mentí, Bella, pero ahora no dices la verdad. ¿Quieres que te lo pruebe?
Sin esperar la respuesta, Edward la tomó por la cintura y la atrajo hacia él hasta que sus labios separados cubrieron la punta de uno de los pechos redondos. Bella jadeó instantáneamente y puso las manos sobre sus hombros para apartarlo de ella. Pero él le oprimió aún más la cintura hasta que ella dejó de resistirse. Su boca, que ahora se movía de un pecho a otro, era como un fuego salvaje, que llegaba al fondo de su alma. Edward continuó con su juego, chupando, bombeando, rozando suavemente sus pechos, hasta que Bella estuvo a punto de echarse a llorar por el placer que sentía. Todo su cuerpo percibía los labios de él, que demostraban la verdad de sus palabras. Pero entonces él se interrumpió.
Bella sabía a donde llevaba esto. Comenzó a aterrorizarse otra vez cuando Edward se puso de pie y se quitó las ropas. Había dicho que ella antes no había llegado al máximo placer. ¿Había un placer mayor al hacer el amor? Y sí había ¿lo experimentaría esta vez? ¿Él se daría cuenta si así era? ¡No! No podía suceder... ella no podría soportarlo. Sería demasiado humillante si él se enteraba de que le daba placer, si no podía luchar contra él físicamente, al menos lucharía contra el placer que él podía darle.
Edward la tomó en brazos, y la llevó a la cama, y luego se tendió a su lado, sus labios encontraron los de ella y la besó ansiosamente, exigiendo la respuesta que ella no quería darle. Ella buscó algo en su mente... cualquier cosa, como para enfadarlo y hacer que terminara rápidamente con ella.
Las manos de él acariciaron sus pechos, su vientre, y siguieron más abajo.
–¡Edward! –gritó ella conmocionada–. No soy una mujer fácil que desea que tus dedos exploren su cuerpo. Soy una dama, monsieur, ¡y me das asco! –susurró, con la voz llena de desprecio.
–Por todos los cielos, bruja, quieres que te arroje a los tiburones –gruñó él con furia.
–¡Prefiero que ellos se alimenten de mi cuerpo y no tú!
–Tu lengua te privará de muchas cosas, Bella.
Después de decir esto, se tendió sobre ella y la penetró rápidamente, causándole un poco de dolor. La poseyó con profundos movimientos penetrantes, y a pesar del deseo de resistirse de Bella, un placer increíble comenzó a invadir todo su cuerpo, hasta que quedó interrumpido por el movimiento final de Edward.
Bella tenía ganas de gritar cuando él se relajó sobre ella, agotado. Pasó un minuto, luego dos, pero Edward no se movía.
–Quiero levantarme –dijo ella con frialdad.
El se apoyó en los codos y la miró.
–¿Por qué? –preguntó con suavidad.
–Me gustaría irme a dormir, si no te molesta. Entonces, ¿no permites que me levante?
–Lo que dices no tiene sentido, Bella. Si quieres dormir, hazlo.
–Me doy cuenta de que no eres un caballero, y de que no renunciarás a tu cama por una dama, de manera que...
–En ese sentido tienes razón. Pero no necesito renunciar a mi cama porque pienso compartirla.
–¡No! –gritó ella tratando de apartarlo, pero era como tratar de mover un hombre de hierro–. Me niego a compartir esta cama contigo. Ya es bastante que haya sufrido tu... tu ataque y la violación de mi cuerpo, ¡pero no compartiré tu cama!
–¿Y si insisto?
–¡No la compartirás! –gritó ella.
–Ah, pero yo insisto, pequeña –replicó él, con una sonrisa divertida en los labios.
–¿No sabes cuánto te detesto? –silbó ella mientras se retorcía debajo de él–. No tolero estar cerca de ti. Ahora, ¡déjame!
–Si no dejas de retorcerte, te tomaré por tercera vez. ¿Prefieres eso a compartir mi cama? –preguntó él, con sus ojos brillando de maldad.
Bella quedó inmóvil, con miedo hasta de respirar. Lo sentía crecer dentro de ella, y sus ojos se agrandaron. Eran grandes espejos chocolate, que le rogaban piedad en silencio.
–¿Esa es tu respuesta? ¿Compartirás mi cama?
–Como en todo lo demás, no me dejas opción. Pero tu peso es insoportable, Edward. No puedo dormir así.
–Te concederé eso, pero nada más.
Después de haber dicho esto, se colocó a un costado de Bella, y ella subió rápidamente las mantas hasta taparse todo el cuerpo y se puso de cara a la pared acercándose a ésta lo más posible. Lo oyó reír suavemente, pero pronto se quedó dormido.
¡Ah, Dios mío, cómo lo odiaba! Acababa de quedarse dormido, como si este día no hubiera sido diferente de cualquier otro. En cambio ella... tenía ganas de gritar. Si el día anterior alguien hubiera dicho que había caído en manos de un pirata cruel, se habría reído histéricamente. Pero ahora... ahora que había sido violada no una sino dos veces en el mismo día por ese gigante, ahora que ya no era inocente ni apta para el matrimonio, ni siquiera podía llorar. Las lágrimas la liberarían de parte de su angustia. Pero estaba demasiado furiosa para llorar. Edward, esa bestia, disfrutaba de haberla dominado. Bien, no sería por mucho tiempo. Una vez que la liberara y ya no estuviera a su merced, encontraría la forma de vengarse de él.
Contrataría un barco, un barco más poderoso que el suyo, y lo borraría de los mares. Sí; aunque no pudiera degollarlo con sus propias manos, le provocaría la muerte. El conde Black la ayudaría. Por supuesto, tal vez el conde no querría casarse ahora. Bien; en ese caso, tendría que encontrar otra manera. Pero no descansaría hasta enviar a Edward al infierno. Con ese pensamiento, finalmente Bella se quedó dormida.
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