martes, 26 de octubre de 2010

Tregua


Capítulo 4 “Tregua”

Bella se agarró a Edward con todas sus fuerzas mientras la moto circulaba a toda velocidad. Por segunda vez en tres días había sido raptada por aquel pirata de ojos verdes.
Abrazada a su cintura, con la cara presionada contra él, sintió el calor que emanaba de su ancha espalda y que le calentaba los pechos. La moto se inclinó hacia la izquierda y ella le clavó los dedos en la carne.
—Déjame respirar, ¿quieres? —dijo él.
—Lo siento —aflojó un poco las manos.
—Confía en mí, cariño —le dio un apretón en un puño—. No voy a dejarte caer.
Veinte frenéticos minutos después, Edward giró a la derecha y entraron en el aeropuerto. Detuvo la moto junto a un helipuerto y apagó el motor.
—Vamos a dar un paseo —dijo, bajando y ofreciéndole la mano.
—No voy a ir a ninguna parte —replicó ella, agarrándose al asiento de la moto.
—Vas a montarte en este helicóptero. O lo haces por ti misma o voy a tener que ayudarte.
—Inténtalo —le miró la mandíbula cuadrada y los ojos brillantes—. Estoy harta de ser raptada por desconocidos y recibir órdenes.
—Intenté avisarte —dijo él.
—Atracas mi banco, me secuestras, ¿y se supone que debo tomarme en serio tus advertencias? Por cierto, ¿cómo sabías dónde me encontraba y que estaba en problemas?
—Aquel grandullón de negro no tardará en despertarse y comenzar a buscarnos. ¿Quieres quedarte aquí a esperarlo? —ella lo miró sin responder y él suspiró—. Estás en peligro. Te lo explicaré cuando te subas al helicóptero. No hay tiempo que perder.
Era extraño, pero el instinto le decía a Bella que podía confiar en él. Y, desde luego, no quería encontrarse otra vez con el Increíble Hulk.
—Te lo advierto: o me das una historia creíble o te echo a patadas del helicóptero.
—En ese caso, espero que tengas licencia de piloto —respondió él, con una sonrisa; abrió la compuerta e hizo una reverencia—. Todos a bordo.
Ella se acomodó en el asiento acolchado, y cuando Edward se inclinó para abrocharle el cinturón, su olor fresco y masculino le embriagó los sentidos. Le puso unos auriculares con micrófono y la tocó suavemente en la frente al ver el cardenal.
—¿Qué te ha pasado?
Bella miró aquellos ojos verdes, a escasos centímetros de los suyos, y sintió que se le desbocaba el corazón. Posiblemente fuera una reacción tardía a la amenaza de Félix.
—Me golpeé la cabeza contra un árbol. Nada grave.
Edward se subió y se puso también unos auriculares. Accionó varios mandos y las hélices empezaron a girar, haciendo vibrar la cabina. El aparato se elevó suavemente en el aire.
—Confía en la habilidad y experiencia de tu piloto, cariño —dijo él—. Relájate y disfruta del paseo.
A Bella la invadió una ola de calor al oír por los auriculares aquella voz profunda y tranquilizadora. Ante ella se abría el interminable cielo azul.
—¿Y esa explicación?
Edward miró su rostro encendido y sintió un tirón en la ingle. ¿Qué demonios estaba haciendo? Tenía que concentrarse en el trabajo y mantener las manos lejos de aquella mujer. Ya le habían roto el corazón una vez. No volvería a cometer el mismo error.
—Soy un agente federal.
—Oh, claro. Y seguro que tu verdadero nombre es Bond, Edward Bond.
Él se echó a reír y le mostró la cartera que sacó del bolsillo de su camisa.
—Con licencia para matar, cariño.
El Increíble Hulk también tenía sus credenciales. Del FBI, por cierto.
—¿Te hizo daño? —preguntó él tensando la mandíbula.
—Pensé que iba a morir.
Por el rabillo del ojo, Edward vio que se llevaba una mano a las costillas. Agarró la palanca con fuerza. Si aquel matón le había puesto las manos encima, lo pagaría.
—¿Viste una placa con su nombre?
—La escondió muy rápido. No pude ver nada. Me dijo que era el agente Félix.
—¿Qué le contaste?
—Nada.
—¿Nada?
—No me inspiró confianza. Tenía ojos de serpiente —recordó con un estremecimiento—. Sabía lo de los cheques y quería encontrarlos. Para tener esa información debía de estar metido en el asunto, porque las bolsas estaban precintadas. No creo que fuera del FBI.
Su gatita era realmente lista, pensó Edward. Y valiente, después de estar cara a cara con aquel matón y no haberle revelado nada.
—Eres muy perspicaz, Houdini. Comprueba mi identificación.
Bella abrió la cartera.
—Vaya, qué interesante. No me extraña que uses sólo tu primer nombre. Lo siento si te parezco descortés, pero que te llames… —la risa le impidió seguir hablando.
—Anthony —concluyó él, uniéndose a sus carcajadas—. Edward Anthony Masen, agente especial del FBI, para servirte.
—Vale, tienes credenciales. Igual que Félix, como ya he dicho. ¿Cómo puedo fiarme?
—Bueno, si tuviera que hacerme pasar por alguien, ten por seguro que no sería con ese nombre.
—Tal vez, pero cuando lleguemos a nuestro destino, quiero llamar a la oficina local del FBI para comprobarlo.
—No pertenezco al FBI local. Trabajo para Washington D. C. en una misión especial. Y cuando la misión acabe, volveré a desaparecer, solo —la estaba avisando, pero también recordándoselo a sí mismo. Había que mantener las cosas en un nivel superficial.
—¿Cómo se accede a un trabajo así? ¿Estudiaste espionaje en la universidad?
—Fui hombre rana durante diez años en los Navy SEAL.
—Eso explica tu gusto por el agua.
—Mi romance con el agua empezó mucho antes. Crecí en San Diego y empecé a hacer surf con sólo siete años.
—¿Siete? ¿Y por qué dejaste los SEAL?
—Dejó de resultarme divertido —la sinceridad de su respuesta lo asustó. Nunca revelaba sus verdaderos sentimientos.
—Así que abandonaste —lo miró con las cejas arqueadas—. ¿Qué pasó?
«No quieras saberlo», pensó él, sintiendo el repentino deseo de contárselo.
Desconcertado por su momentánea pérdida de control, lo cual parecía pasarle demasiado a menudo con ella, intentó volver al tema que los ocupaba.
—Como tú misma te has dado cuenta, todo esto tiene que ver con los cheques. Pero es algo muy complicado. Félix puede ser o no del FBI. Se ha filtrado mucha información y no estamos seguros de cuánta gente está implicada. Por eso tuve que atracar el banco. No podía entrar y pedir los cheques sin revelar mi identidad. Nadie puede saber que trabajo para los buenos. Dos de nuestros agentes han muerto. No podemos confiar en nadie. Ni siquiera en nosotros mismos.
—¿Pero tú confías en mí?
Edward había descubierto por las malas que no podía confiar en nadie. Había aprendido la lección mucho tiempo atrás. Su vida era una sucesión de riesgos y aventuras, sin lugar para una relación.
Había investigado a Bella y no había descubierto nada sospechoso. Además, su instinto lo incitaba a confiar plenamente en ella. Tal vez tuviera que hacerlo, pero nunca convertiría aquello en algo personal.
—Es obvio que si ellos andan detrás de ti, no estás metida en el ajo. Y además viste los cheques, lo que te pone en peligro —le sonrió—. Necesito tu cooperación, y no puedo estar sin comer ni beber cuando tú estés cerca. Por cierto, fue una jugada muy inteligente. Estuve doce horas con la visión borrosa, lo cual fue un engorro para vigilarte cuando saliste del hospital. Por suerte pude hacerlo, o Félix te habría raptado.
Bella se ruborizó.
—Lo siento. Me sentí fatal por drogarte, pero en aquel momento me pareció una buena idea. Quería irme a casa, pero nadie me lo permitió.
—¿Por qué? —preguntó él con el ceño fruncido.
—El médico me obligó a pasar la noche en el hospital, y luego tuve que esperar a que Allie me consiguiera algo de ropa.
—¿Qué le pasó a tu ropa?
—Se echó a perder y alguien la tiró —bajó la voz hasta un murmullo—. Luego, el médico quiso hacerme unas pruebas. No se creía que no me hubieras violado.
Edward sintió náuseas al pensar que Bella pudiera ser violada.
—Nunca en toda mi vida he forzado a una mujer.
—Lo sé —respondió ella suavemente—. Sé que no lo harías.
Él apretó la palanca para no golpear el cristal. A pesar de su comportamiento fingido, se había esforzado porque ningún inocente resultara herido. Pero esa vez había fracasado y Bella había sufrido las consecuencias de sus actos.
—Siento que hayas tenido que sufrir tanto por mi culpa.
—Todo el mundo me daba palmaditas en la mano, hasta que casi me puse a gritar. Les dije que habías sido muy atento y me pusieron una inyección intravenosa —soltó un bufido—. Allie fue la única que me creyó.
—¿Quién es Allie?
—Mi mejor amiga desde el colegio. Somos como hermanas.
—Curioso nombre para una chica.
—Su nombre es Alice. Allie es su diminutivo. Tú deberías tener alguno para ti mismo… Anthony —se le escapó una sonrisa fugaz—. Lo siento. La burla es algo muy mezquino.
—No eres la primera —le aseguró él sonriendo—. ¿Cómo crees que aprendí a luchar? Fue mucho antes de entrar en los SEAL, créeme. Cualquiera que me llamara Anthony recibía una buena paliza.
—¿Por qué tus padres eligieron un nombre tan poco usual? ¿Es un nombre familiar?
Edward bajó la mirada y una sombra oscureció sus ojos.
—No tengo ni idea.
Bella frunció el ceño. Obviamente, acababa de tocar un tema sensible. Recordó que Edward había mencionado a una madre adoptiva.
—Lo siento. No quería…
—Mira, ahí está nuestra pista de aterrizaje.
Ella siguió la dirección que indicaba su dedo y tragó saliva.
—¿El diminuto claro entre los árboles?
—No temas —la tranquilizó él volviendo a sonreír—. Tu piloto sabe lo que hace.
Fiel a su palabra, descendió lentamente entre los robles y arces y se posó en la hierba con una ligera sacudida.
—Cape Hope. Espero que reconozcas la cabaña.
Le puso una mano en la espalda mientras caminaban por el bosque. Bella sintió el calor que emanaba de su palma y que la traspasaba. La respiración se le aceleró, aunque el camino no era empinado.
Al llegar a la cabaña, Edward abrió la puerta y la agarró por los brazos.
—Quiero que me des tu palabra de que no intentarás escapar. Esa gente va en serio, y Félix estuvo demasiado cerca.
—Ahora me doy cuenta. No escaparé, te lo prometo.
—Si no hubiera llegado a tiempo… —dijo Edward. Se estremeció y tragó saliva, clavándole la mirada. Sin poder detenerse, le acarició un rizo suelto—. Tu pelo es como un atardecer en el Caribe. Rojo, cobrizo y dorado. Tan hechizante. Tan hermoso…
Nadie le había dicho nunca esas palabras. Bella sintió que se le derretía el corazón.
—Vaya… gracias —susurró.
Edward le pasó los dedos por el borde de la oreja, provocándole deliciosas sensaciones a lo largo de la columna. Le recorrió el rostro con la mirada y se fijó en su boca.
—Eres tan tentadora… —inclinó la cabeza hacia ella—. Hueles muy bien, Bella. Tu olor hace que un hombre quiera devorarte —murmuró, acariciándole la sien con su aliento.
Los dedos se entrelazaron en sus cabellos, urgiéndola a acercarse. Ni por un momento se le ocurrió a Bella la idea de resistirse. Estaba absolutamente embelesada. Él le rozó los labios con los suyos. La descarga de placer la hizo jadear. Alarmada por su reacción, lo empujó en el pecho. Él la soltó al instante, y ella retrocedió y se llevó los temblorosos dedos a los labios.
—¿Qué… qué crees que estás haciendo?
Una expresión de desconcierto cubrió el rostro de Edward durante unos segundos. Finalmente sacudió la cabeza y el brillo malicioso y familiar volvió a sus ojos.
—Si no lo sabes, no debo de haberlo hecho bien —dijo riendo—. Ha sido un beso.
Desde luego que había sido un beso. Un beso breve pero ardiente. Y a ella le había gustado demasiado.
—No soy esa clase de mujer.
—Tal vez lo seas y no lo sepas —replicó él arqueando las cejas.
La furia borró los restos de placer que persistían en su interior.
—¡Eres… eres un… un bruto y un machista!
—Creía que habías dicho que era muy atento —dijo sonriendo.
—He cambiado de opinión —se fue a la cocina y se agarró al frío borde de la encimera. ¿Qué le pasaba? Había gozado de aquel beso cómo un sediento del desierto en un oasis.
Edward asomó la cabeza por la puerta.
—¿Puedo pasar?
—¿Qué quieres? —espetó ella, volviéndose.
—No debería haberío hecho —dijo él alzando ambas manos.
—Estoy comprometida.
—Sí, lo sé. Lo siento. ¿Qué te parece si declaramos una tregua?
—Bueno… —dudó un instante—. De acuerdo, pero mantén las distancias.
—Sí, señorita. Voy a tomar una ducha y a cambiarme de ropa. ¿Estarás aquí cuando vuelva y no correteando por el bosque?
Ella lo fulminó con la mirada.
—Nunca rompo una promesa. Quiero hablar con tu jefe. Y luego tengo que llamar a Allie, o tendrá a todos los policías del estado en mi busca. ¿Por casualidad no tendrás un teléfono en tu zapato?
—Has visto demasiadas películas, Houdini —sacó un móvil del bolsillo—. Es un aparato seguro, no pueden localizarlo —le dio el nombre y el número de su jefe, y la contraseña «Halcón Tres» para que su jefe pudiera darle información—. Cuando hables con tu amiga Allie, invéntate algo. No le digas nada de mí.
—Pues claro que no. No soy imbécil.
—No, no lo eres. Eres una mujer muy inteligente y me alegro de que estés conmigo —le hizo un saludo y salió de la cocina.
Bella no confiaba en el número que le había dado. Después de todo, podía haber contratado a alguien para que mintiera por él. Llamó al servicio de información de Washington D. C. y allí le dieron el mismo número que ya tenía. Primer obstáculo superado. Sintiéndose como una chica Bond, marcó los dígitos, esperó tres tonos y le dio la contraseña a un hombre con voz grave que se identificó como el jefe de Edward. A petición suya, le facilitó una descripción completa de Edward Anthony Masen y confirmó que era un agente federal. Segundo obstáculo superado. Un profundo alivio la invadió. Edward no era un criminal. Le había dicho la verdad.
Después de una segunda llamada para informar a Allie de que la habían retenido un buen rato en la comisaría, colgó y dejó el móvil en la encimera. Se apoyó en los codos y miró por la ventana. ¿Qué era esa reacción que la dominaba cuando estaba cerca de Edward? El estómago se le revolvió de horror. Ella quería una familia y estabilidad, pero quizá estuviera destinada a seguir sus hormonas de hombre en hombre, igual que su madre.
Golpeó la encimera con las palmas. ¡Ni hablar! La vida de Renée era un ejemplo dantesco, un sendero hacia la destrucción. Cuadró los hombros y se concentró en preparar café y unos sándwiches. Cuando acabó, lo llevó todo en una bandeja a la mesita del salón. Hacía frío, de modo que se arrodilló junto a la chimenea y encendió un fuego.
Un par de pies desnudos de una textura cremosa aparecieron en su campo de visión.
—Iba a hacerlo yo.
Ella tragó saliva. Santo Dios, hasta la vista de aquellos pies le encendía la libido.
—No tienes pies de rana —fue lo primero que se le ocurrió decir.
La risa de Edward borbotó por sus venas como si fuera champán, llenándola de calor.
—Cuando te dije que fui hombre rana, no lo hice en el sentido literal de la palabra.
—Claro que no —se levantó y retrocedió hasta el sillón—. He preparado sándwiches y café.
—¿Debería hacer que los probaras tú primero?
—Ya te dije que sentía haberlo hecho.
Edward sonrió, tomó un sándwich y una taza de café y se sentó en el sofá. Ella se quedó en el sillón junto al fuego. El pelo húmedo de Edward reflejaba la trémula luz de las llamas. Se había puesto unos vaqueros descoloridos y un suéter negro de algodón. Intentando ignorar su nerviosismo, Bella se concentró en el sándwich. Le supo a serrín.
—¿Entonces…? —empezó a preguntar él. Bella dio un respingo y casi derramó el café—. Tienes que aprender a relajarte. ¿Aún te pongo nerviosa?
Desde luego que sí, pero no de la manera que él creía, pensó ella.
—Estaba pensando y me has asustado. ¿Cuánto tiempo estaremos aquí?
—No lo sé. ¿Has dejado el móvil en la cocina? —ella asintió y él se levantó—. Enseguida vuelvo.
Se fue a la cocina, donde estuvo hablando varios minutos, y luego volvió al salón. Por una vez, su expresión era sombría, sin el menor atisbo de frivolidad.
—No sé cómo decirte esto… —suspiró y se pasó la mano por el pelo. El terror se apoderó de Bella—. Puede que Félix haya muerto.
—¿Lo… lo mataste tú? —preguntó ella con un hilo de voz.
—No —volvió a sentarse en el sofá y bajó la mirada a la alfombra—. Tú escapaste y yo pude ver su rostro pero él no pudo ver el mío por el casco y las gafas. Habiendo sido descubierto, ya no le era útil a su superior. La policía ha encontrado a un tal Vulturi en el río con una bala en la cabeza. Mi jefe está comprobando las huellas. Pronto sabremos si Félix era su verdadero nombre y si trabajaba para el FBI.
A Bella se le erizaron los pelos de la nuca.
—Tienes que saber contra qué nos enfrentamos —añadió él. Salió y volvió rápidamente con dos cheques—. Los has visto antes. ¿Qué dirías que son?
Perpleja, Bella los tomó y les dio la vuelta.
—Cheques de nóminas de SavMart.
—Pero uno es verdadero y el otro es falso. El problema es que no podemos distinguirlos porque cheques robados fueron usados como plantilla para hacer falsificaciones perfectas. Circulan por todo el noroeste del país. El Departamento del Tesoro lleva dos años siguiéndoles la pista, sin éxito. Los falsificadores siempre van por delante.
—¿Por eso sospechas que pueda estar implicado alguien de las fuerzas de la ley?
—Sí, y porque dos de nuestros agentes fueron asesinados. Por eso voy de incógnito. Sólo mi jefe sabe que estoy trabajando en esto. Hace unos días arrestamos a una persona que pasaba los cheques. Accedió a facilitarnos información, pero antes quería inmunidad. Mientras nos ocupábamos de ello, el sospechoso fue encontrado muerto en su celda. Aparentemente, se colgó a sí mismo. Supimos que los cheques iban a ser entregados en tu banco. El atraco me sirvió para conseguirlos sin descubrirme.
Su voz había perdido el tono despreocupado al que la tenía acostumbrada. Bella se encontró frente a un Edward muy distinto… El hombre peligroso que se enfrentaba a sus enemigos. Un escalofrío la recorrió por dentro.
—Los cheques originales están siendo robados del Oregón Pacific Bank. Hasta el momento, han falsificado ocho millones de dólares.
—¿Ocho millones? —repitió ella.
—Una cantidad semejante puede justificar el asesinato para mucha gente —puso una mueca—. Y uno de tus colegas está manchado de sangre hasta el cuello.

1 comentario:

  1. Hola, encantaría saber el nombre real de Edward me ha dejado con la duda

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