Capítulo 3 ¿Eres un policía o un criminal?
Bella se detuvo, envuelta por la oscuridad. El océano bramaba a su izquierda. Se giró hacia la dirección contraria y echó a correr ciegamente por el bosque, agitando los brazos para apartar las ramas y hojas húmedas. Al poco rato, sin aire en los pulmones y sintiendo una dolorosa punzada en el costado, tuvo que aminorar la velocidad y seguir andando.
La noche la acechaba como un depredador a su presa. Un espeluznante chillido resonó en la niebla. A Bella se le pusieron los pelos de punta. A su lado se removieron unos arbustos. Se esforzó por no gritar y recordó el consejo de Edward: concentrarse en otra cosa para no tener miedo.
Empezó a tararear Are You Lonesome Tonight. Edward era desconcertante. No había perdido el buen humor ni siquiera cuando ella lo golpeó con la puerta del coche al intentar escapar, ni cuando vomitó en el Jaguar. Y en la lancha la había tranquilizado con una historia sobre su madre adoptiva y un beso tierno y reconfortante.
Recordó el atisbo de tristeza en sus ojos y su desesperada súplica en sueños y se le atenazó el corazón. ¿Cuál sería la razón de aquella angustia?
La ironía de la situación la hizo sonreír. No sólo había seguido el consejo de un hombre de quien estaba huyendo, sino que eran los pensamientos sobre él los que mantenían a raya sus temores.
De pronto, sintió una explosión de dolor en la frente y cayó hacia atrás, sobre la hierba mojada. Vio las estrellas danzando ante sus ojos y parpadeó para escudriñar en la oscuridad. Distinguió la silueta torcida de la rama inferior de un árbol.
A tientas se examinó la frente. No sangraba, pero el escozor la hizo llorar. Apretó los dientes para reprimir los sollozos. Lamentándose no conseguiría nada. Tenía que seguir adelante. Se puso en pie, ignorando los escalofríos que le recorrían la columna, y se abrazó por la cintura. Buscando, en la oscuridad cualquier otra emboscada que pudiera tenderle la Naturaleza , echó a andar de nuevo.
Horas más tarde, salió del bosque y se encontró en una carretera, desierta. Siguió la dirección del asfalto hacia la derecha, rezando porque la condujera a un pueblo. Las sienes le latían dolorosamente y a cada paso le costaba más caminar. Hacía mucho rato que había dejado de cantar, y en el silencio de la noche oía los rugidos de su estómago vacío. Las luces del alba empezaban a colorear el horizonte de tonos rosas y dorados, pero Bella estaba demasiada desesperada y dolorida como para apreciar la belleza.
Entonces oyó el ruido de un motor tras ella y sus esperanzas se avivaron. Se giró y agitó los brazos, pero el coche pasó de largo. Una profunda decepción la invadió, sobre todo cuando vio que era un sedán verde. ¿Por qué había esperado un Jaguar gris?
Recorrió unos kilómetros más, muerta de frío y de cansancio, hasta que finalmente llegó a una gasolinera en la que vio aparcado un coche patrulla. Aliviada, fue hasta el vehículo. Un agente alto y fornido salió del mismo y corrió hacia ella.
—Siéntese, señorita —le abrió la puerta trasera. Bella se sentó, temblando—. ¿Qué le ha ocurrido? —le preguntó, agachándose junto a ella.
—Me llamo Isabella Swan. Ayer… fui secuestrada durante el atraco a un banco en Riverside.
El agente le miró la frente.
—¿El secuestrador la agredió?
—No. Por favor, lléveme a casa.
—¿Ha pasado la noche en el bosque?
Ella asintió y él se levantó y fue hasta el maletero. Volvió con una manta.
—Hay un hospital en Forreston, a diez minutos en coche.
—No quiero ir a un hospital. Si no puede llevarme a casa, por favor, llame a un taxi.
El policía le dio una palmadita en la mano.
—En cuanto un médico la haya examinado —se sentó al volante y arrancó el motor. Unos destellos azules se reflejaron en el capó. Sin más opción que esperar, Bella se arrebujó en la manta. Los dientes aún le castañeteaban.
Al llegar al hospital, y a pesar de sus protestas, una enfermera robusta le quitó el traje mojado y la ropa interior y le puso un camisón. Acto seguido, la hizo tumbarse en una camilla y la cubrió con una manta. Al poco rato llegó un médico y se sentó en un taburete con ruedas junto a la camilla.
—Soy el doctor Eleazar —se presentó, estudiándola con sus ojos color avellana—. Me han dicho que ha pasado por una experiencia terrible. ¿Quiere hablarme de ello?
—Tengo frío, eso es todo. Me voy a casa —intentó levantarse, pero sus doloridos miembros se negaron a obedecer.
—No creo que sea lo mejor, señorita Swan. Está usted herida —le tocó la frente, le iluminó los ojos con una linterna y le preguntó si veía doble y si sentía náuseas—. La herida de la frente no es grave, pero ha sufrido una contusión. Le haremos un TAC y la mantendremos esta noche en observación —miró su portafolios—. La enfermera dice que su ropa estaba mojada y desgarrada. ¿Su secuestrador abusó sexualmente de usted?
—¡No! —exclamó ella, dando un brinco.
El doctor Eleazar la miró con el ceño fruncido.
—No tema decirme la verdad, señorita Swan. No hay nada de lo que avergonzarse, pero su vida puede estar en juego. Hay enfermedades que…
Bella sintió que se mareaba y que la sala empezaba a dar vueltas.
—¡Él no me hizo nada! El traje se me rasgó cuando huía por el bosque.
—Está usted en estado de shock, lo cual es perfectamente comprensible dadas las circunstancias. ¿Aceptaría someterse a unas pruebas?
—No me está oyendo. Nada de esto es necesario —intentó bajar de la camilla, pero no tenía fuerzas—. Hasta él me prestaba más atención.
—Ha sufrido un golpe en la cabeza, aparte de pasar por una experiencia traumática. Pero no se preocupe por nada; nosotros la cuidaremos. Mandaré a la enfermera con una inyección —volvió a tocarle la cabeza y le dio unas palmaditas en la mano—. Después del examen la acomodaremos en una habitación. Se sentirá mucho mejor cuando haya descansado. ¿Quiere que avise a su familia?
Bella le dio el número de Alice. La enfermera volvió con una jeringa enorme y la sometieron a la interminable y claustrofóbica prueba del TAC. Durante todo el proceso, se concentró en la única imagen que podía ayudarla, la última que vio antes de quedarse dormida.
Los ojos verdes de Edward.
Bella se despertó al oír el furioso murmullo de Alice.
—¿Qué quiere decir con que no encuentra su ropa? ¿Se supone que tiene que volver a casa con este ridículo camisón? ¡La detendrán por exhibicionismo!
— ¿Allie?
La mirada preocupada de su amiga se posó en ella.
—¿Estás bien?
Aturdida, Bella intentó sentarse, parpadeando al recibir la luz del sol.
—Nada que no pueda curarse con ocho o nueve aspirinas —se llevó la mano a la frente. La cabeza todavía le retumbaba—. ¿Qué hora es?
—Muy temprano. Llevas durmiendo casi veinticuatro horas —le agarró la mano y le apretó los dedos—. Estaba muy preocupada.
—Me siento como si estuviera atrapada en el mundo de Oz. Quiero irme a casa, pero no puedo. ¿Has dicho que no pueden encontrar mi ropa?
—Sí. Estaba discutiendo con la enfermera Mallory. Dice que tu ropa estaba inservible y que alguien la tiró por error.
Bella soltó un suspiro de exasperación.
—Otra violación más.
—¡Oh, Bella! —exclamó Alice, con los ojos llenos de lágrimas—. ¿Ese tipo no…?
—¡No! La verdad es que fue bastante… encantador.
—¿Un atracador y secuestrador encantador? —preguntó Alice con escepticismo—. Está claro que sigues afectada por el golpe. ¿Te han mirado con rayos X?
—Me han hecho un TAC —dijo ella sin poder evitar una risita—. Y aparte del dolor de cabeza estoy bien. Quiero irme de aquí.
—De acuerdo. Enseguida vuelvo con algo de ropa.
—¿Cómo? Las tiendas aún no han abierto.
—Encontraré algo. Oh, Mike y Lady Dragón están afuera. La enfermera Mallory no les ha permitido entrar. Por lo visto, un novio no se considera un familiar.
—¿Cómo has entrado tú?
—Les dije que era tu hermana —confesó Alice con una sonrisa.
—¡Eres imposible! Pero me alegra haberte visto al despertar. Y ahora, ¿te importa hacer pasar a mi novio y a mi futura suegra, por favor?
Alice salió y a los pocos segundos entró Karen, impecable con su traje beige de Chanel, seguida por Mike. La mujer sacudió la cabeza al verla.
—¡Bella! ¡Estábamos muertos de miedo y la enfermera no nos dejaba pasar! le miró el cardenal de la frente—. ¡Oh, querida! Espero que esa mancha desaparezca antes de la boda. De lo contrario habrá que retocar las fotos.
Con una sombra de preocupación oscureciéndole los ojos azules, Mike dio un paso adelante. Al lado de su diminuta madre parecía gigantesco.
— ¿Estás bien?
—Sólo ha sido un golpe. Nada serio.
—Mike, querido, espera afuera un momento —aunque se lo dijo como una petición, el severo tono de Karen no toleraba réplica alguna.
— ¿Por qué? Acabo de llegar, y quiero asegurarme de que Bella está bien.
—Me gustaría tener unas palabras con ella. Ya sabes, de mujer a mujer.
—Ah —Mike asintió—. Bella, debes de tener sed. ¿Quieres que te traiga agua o un refresco? ¿O prefieres comer algo?
Bella se pasó la lengua por los dientes. Tenía la boca seca y con un sabor desagradable.
—No tengo hambre, pero me gustaría tomar un refresco, gracias.
—De acuerdo, avísenme cuando hayan acabado de hablar —dijo Mike, y salió.
Aunque Bella apreciaba la atención de su novio, al mismo tiempo la irritaba lo fácilmente que capitulaba ante su madre. Seguro que Edward no hubiera cedido…
Frunció el ceño. ¿Por qué se ponía a pensar en Edward en aquel momento?
— ¿Te atacó ese criminal? —le preguntó Karen en voz baja y con los ojos entornados.
— ¿Por qué todo el mundo me pregunta lo mismo? Se comportó como un perfecto caballero. Y, sinceramente, no me gusta que te entrometas en mi intimidad.
— ¡Bella! Nunca me habías faltado al respeto así —le dio una palmadita en la mano—. Pero seguro que es por el golpe en la cabeza.
Bella retiró la mano. Primero el policía, luego el médico, y ahora Karen. Si alguien volvía a darle palmaditas, se pondría a gritar.
—Me entusiasmaba la idea de tener nietos… —dijo Karen con un suspiro—. Pero supongo que ahora habrá que esperar hasta que nos aseguremos que no has contraído ninguna enfermedad contagiosa.
Bella nunca le había pegado a nadie, pero en aquel momento apenas pudo reprimir el deseo de abofetear el elegante rostro de Karen. Siempre había pensado que casándose con Mike ganaría un marido y una madre. Su propia madre vivía obsesionada con sus amantes, los culebrones de Nueva York y la carrera como tenista de Tyler, su otro hijo. Renée había metido a Bella en un internado, al otro lado del país, y no quería saber nada de ella. Al principio Bella había creído que la intromisión de Karen en la vida de Mike era amor maternal, pero ahora lo veía como un entrometimiento de lo más descarado. Y de ningún modo iba a permitir ella que controlara su matrimonio.
Se obligó a respirar con calma y relajar los puños.
Menudo momento para tener dudas, a menos de dos semanas para la boda.
La puerta se abrió y entró Alice con una bolsa.
—Ya estoy aquí. Hola, Karen, ¿cómo es que estás tú aquí y Mike en el pasillo?
—Hola, señorita Brandon —dijo Karen con voz de hielo—. Eso no es asunto suyo —se inclinó hacia Bella—. Te dejaré para que te vistas.
Alice rió cuando Karen salió de la habitación.
— ¿Qué quería la Dama Carroñera ? ¿Controlar la vida de su nuera, tal vez?
Bella tuvo que esforzarse por controlar su ira.
—Vaya, ¿qué ha dicho para dejarte con esa cara? —preguntó Alice, lanzando chispas por los ojos—. ¿Quieres que vaya a romperle esa nariz operada?
—Ya no tenemos seis años, y no tienes que pelearte por mí. Yo la pondré en su sitio. Y si hay que llegar a las manos, yo seré quien me ponga los guantes de boxeo.
—Cielos, nunca te he visto replicarle a Lady Dragón, ni tampoco amenazar con violencia. Ya iba siendo hora. No sé lo que te hizo ese atracador, pero me gusta… —riendo, sacó un vestido naranja de la bolsa—. Cortesía de Al's, un restaurante de carretera, lo único que estaba abierto. Me lo ha vendido una camarera que acababa su turno.
—Ya me imagino por qué —comentó Bella, mirando el vestido manchado con el nombre del restaurante estampado con letras verdes en el bolsillo—. Pero siempre será mejor eso que exponer mi trasero al mundo. Por suerte, la enfermera encontró mis zapatos.
Balanceándose sobre sus temblorosas piernas, se puso el horrible uniforme, arrugando la nariz al recibir el olor a tabaco y patatas fritas. Salieron al pasillo y Karen se lanzó en picado sobre ellas.
—El BMW está aparcado en la puerta. De camino a casa podemos planear el aplazamiento —sus cejas depiladas se arquearon ligeramente—. ¿Qué llevas puesto?
—Tiene buen aspecto —dijo Mike, dedicándole una tierna sonrisa—. Me alegro de verla en pie —miró a su madre y su sonrisa desapareció—. ¿Qué aplazamiento?
—Me voy a casa con Alice —dijo Bella, y besó a Mike en la mejilla—. No te preocupes. La boda se celebrará en la fecha prevista. Nada de retrasos.
—Creo que sería mejor para todos que… —empezó a protestar Karen.
—Les llamaré mañana —la cortó Bella.
—Estupendo —dijo Mike, dándole un fuerte abrazo—. Haremos lo que sea mejor para ti. Llámame si necesitas algo.
Bella y Alice se subieron al viejo Volkswagen rojo de ésta, dejando a Karen en el vestíbulo del hospital. La pequeña mujer parecía una tetera a punto de echar humo.
—Sobre ese atracador tan encantador… —dijo Alice mientras giraba la llave del contacto—. ¿Cómo se llama?
—Ni lo sé ni me importa —mintió.
Después de todo, una pequeña mentira por el bien de todos no era tan terrible, ¿verdad?
A la mañana siguiente, estaba sentada en una oscura habitación de la comisaría de Riverside, examinado fotos de ladrones y sospechosos. Cerró el tercer volumen y lo empujó hacia el oficial pelirrojo sentado al otro lado de la mesa.
—Nada.
—De acuerdo. Le traeré más álbumes y un poco de café.
El agente salió y ella apoyó la cabeza en una mano. Dudaba de que Edward estuviera fichado por la policía. A pesar de robar y secuestrar, su actitud atenta y protectora no era la propia de un criminal. Pero, aun así, iba a pagar por retenerla contra su voluntad.
La puerta se abrió y entró un hombre alto y vestido de negro.
—Félix, del FBI —se presentó, mostrando una placa. Se sentó frente a Bella y asintió brevemente—. Nos ocupamos de este caso.
Le clavó la mirada y Bella sintió un escalofrío.
— ¿Ha prestado declaración? —preguntó él, sacando un bloc y un bolígrafo del bolsillo.
—No, por culpa de la epidemia de gripe están faltos de personal. Me han pedido que le eche un vistazo a las fotos.
Los ojos de Félix se entornaron, como si fuera una serpiente hipnotizando a su presa.
—Entonces ¿puede identificarlo?
El instinto le gritó a Bella que desconfiara de aquel hombre. Se irguió en la silla, espoleada por un intenso y repentino deseo de proteger a Edward.
—No. Llevaba un pasamontañas.
— ¿Y lo llevó puesto durante seis horas? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Sí —mintió ella con la mirada fija en aquellos ojos malvados.
—Entonces ¿por qué está mirando fotos?
—Eso mismo les he dicho a ellos —se encogió de hombros—. Supongo que querrán mantenerme ocupada hasta que puedan atenderme.
— ¿Y su voz? ¿Podría describirla?
Hasta el último matiz de la voz cálida y profunda de Edward resonó en su memoria.
—Sólo una voz masculina, nada especial.
— ¿Sabe dónde la mantuvo encerrada? ¿Podría encontrar el lugar?
—Estaba oscuro. Encontré la carretera por pura suerte.
— ¿Llevaba las bolsas con él? —aunque su tono permanecía constante, Félix se inclinó hacia delante, revelando su interés.
A Bella se le puso la carne de gallina. Aquello era muy sospechoso.
—No tengo ni idea.
—No está siendo de mucha ayuda.
—No puedo decirle lo que no sé —respondió ella, encogiéndose otra vez de hombros.
—Una cajera enfermó ese mismo día, y fue usted quien se hizo cargo de la cámara acorazada —los ojos le brillaban como si fueran de hielo negro—. ¿Abrió el envío de dinero antes de que llegara el atracador?
Seguro que se refería a los cheques de nóminas. Pero ¿cómo sabía él eso? Las bolsas habían estado precintadas hasta que ella las abrió. Y después nadie había visto el contenido, salvo Edward.
—No tuve tiempo.
Los labios de Félix se comprimieron en una línea delgada y cruel.
—Ya basta de juegos. La encargada de la cámara ha confirmado que fue usted quien contó el envío. ¿Qué había en las bolsas?
Bella tragó saliva y consiguió soltar una risa seca.
—Dinero, naturalmente.
Con sorprendente rapidez para un hombre de su tamaño, Félix se puso en pie y se colocó tras ella. Permaneció unos segundos silencioso e inmóvil. Bella sintió su fría mirada recorriéndole la nuca y se agarró al borde de la mesa.
—Es hora de tener una charla privada —la agarró del brazo y la levantó—. Vamos a salir de aquí tranquilamente —le clavó el cañón de una pistola en las costillas—. El arma tiene un silenciador. Puedo matarla y desaparecer antes de que nadie se entere. Un solo grito y disparo, ¿entendido?
Paralizada por el miedo y la incredulidad, Bella consiguió asentir.
El gigantón la llevó hasta la puerta y salieron. Ella se esforzó por controlar la respiración. ¡No podía raptarla en una comisaría! Alguien se daría cuenta. Sobre todo si ponía una cara pidiendo ayuda.
—No intente nada para llamar la atención —le advirtió él, como si le leyera el pensamiento—. Tengo un buen amigo aquí. Él se asegurará de que nadie nos vea.
Fuera, un policía con un vaso de plástico de café se apoyaba en su motocicleta. El casco blanco y las gafas oscuras reflejaban la luz del sol. Félix masculló una palabrota.
—Se suponía que no había moros en la costa —le clavó aún más la pistola en las costillas—. Sonría y camine —le murmuró al oído—. Si avisa al poli, lo mataré.
Con una sonrisa congelada en el rostro, Bella consiguió mantenerse firme y recorrer lo que le pareció una distancia interminable hasta una furgoneta negra. Félix abrió la puerta del copiloto. ¡Tenía que pensar en algo! Y rápido. Tal vez pudiera convencerlo de que la dejara conducir a ella. Una colisión a poca velocidad la ayudaría a escapar.
—Señor —llamó el policía—, su faro trasero está roto.
A Bella le dio un vuelco el corazón. ¡Habría reconocido aquella voz en cualquier parte! Pero enseguida se le hizo un nudo en la garganta. Félix había dicho que lo mataría…
—Ni una palabra —le murmuró él. Se metió la pistola en el bolsillo y ambos se giraron.
Edward avanzaba hacia ellos. Iba vestido con un uniforme azul marino, botas negras, casco y gafas de sol, y sus elegantes movimientos y despreocupada sonrisa apenas ocultaban la amenaza letal que suponían sus poderosos músculos. Bella miró a Félix, quien no parecía advertir el peligro.
—Seguramente habrá sido obra de unos gamberros —dijo Edward—. Echemos un vistazo.
Bella estaba frenética. ¡Tenía que decirle que su captor llevaba un arma!
—Sí —dijo Félix, y avanzó con desgana hacia la parte trasera de la furgoneta.
Bella abrió la boca para gritar, pero Félix se bajó ligeramente las gafas de sol y le lanzó una mirada de advertencia.
Entonces, mientras rodeaba el parachoques trasero, Edward le dio un puñetazo en la nariz. Antes de que Félix pudiera reaccionar, lo agarró por el hombro y le golpeó la cabeza contra la furgoneta. Félix se desplomó en el asfalto como un globo desinflado.
Edward le sonrió irónicamente a Bella antes de agarrarla del brazo y tirar de ella hacia la motocicleta.
—Tenemos que dejar de encontrarnos así, Houdini… —pasó una pierna sobre el asiento—. Súbete la falda para montarte.
Ella se subió la falda blanca hasta los muslos y él se bajó las gafas de sol para mirarla con sus ojos verdes.
—Debería detenerte —dijo sacudiendo la cabeza—. Es un crimen esconder esas piernas bajo una falda tan larga, cariño.
A Bella le dio un vuelco el estómago al ver la expresión de sus ojos. ¿Deseo? No, imposible. Se subió a la moto y se abrazó a su cintura mientras Edward arrancaba.
— ¿Eres un policía o un criminal? —le gritó ella cuando salieron del aparcamiento.
Edward soltó una carcajada.
—Bueno… —la miró por encima del hombro—. Eso depende de a quién se lo preguntes.
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