martes, 3 de mayo de 2011

Proposiciones

Capítulo 22 “Proposiciones”

Querido Edward,
(¡Ya está! ¡Lo he dicho! ¡Espero que esté satisfecho!)
Edward Masen estaba en lo alto de las escaleras con su uniforme de gala de oficial de la Marina Real. Llevaba una levita azul oscura con botones de bronce y un ribete blanco alrededor de las solapas. Un sencillo lazo azul había sustituido a su pañuelo de volantes. Su chaleco, su camisa y sus pantalones eran de un blanco deslumbrante, mientras que un par de impecables botas negras rodeaban sus pantorrillas. Seguía llevando el pelo largo recogido en una coleta con una cinta de cuero.
Su llegada fue recibida con una oleada de murmullos y miradas de admiración. Como Rosalie había predicho, la cicatriz le daba un toque de misterio y le hacía parecer aún más una figura heroica. Sólo Marie sabía hasta qué punto era un héroe. No estaría al pie de esas escaleras si no hubiera arriesgado su vida para salvar la de ella.
Su corazón se tambaleó al verle así. Esperaba que continuara con la vida frívola que tenía antes de que se conocieran en la fiesta de lady Mallory. Pero ese Edward era completamente diferente: más sombrío pero de algún modo más irresistible.
Una parte de ella casi quería que la reconociera como Bella en lugar de Marie. Prefería ver odio en sus ojos a que la mirara como si tuviera menos importancia que una desconocida.
Se quedó paralizada mientras él comenzaba a bajar las escaleras. Pero sus elegantes pasos le llevaron justo por delante de ella como si hubiera vuelto a quedarse ciego otra vez.
Abrió los ojos de par en par. No había ninguna duda. Le acababan de atravesar el corazón de una estocada. Miró hacia abajo a su vestido, sorprendida al comprobar que no estaba manchado de sangre.
—Disculpe, señorita.
Al darse la vuelta Marie se encontró mirando la cara ansiosa del joven soldado.
—Sé que no nos han presentado aún debidamente, pero me estaba preguntando si le gustaría bailar conmigo.
Marie podía ver a Edward por el rabillo del ojo saludando a su anfitriona, sonriendo mientras acercaba su mano a sus labios. Una peligrosa sensación de desafío le recorrió las venas.
—Será un placer —le informó al joven poniendo su mano enguantada sobre la de él.
Afortunadamente, las enérgicas notas de la danza campestre hacían que fuera imposible hablar. Incluso mientras se unían a la alegre cola de bailarines era plenamente consciente de cada paso que daba Edward, cada mano que besaba, cada mirada ávida que le lanzaban las mujeres más atrevidas. No era difícil seguir su camino. Le sacaba la cabeza y los hombros a la mayoría de los hombres de la sala.
En todo ese tiempo no pareció dirigirle ninguna mirada… ningún pensamiento.
Le perdió de vista justo cuando los músicos empezaban a tocar las primeras notas de un minué pasado de moda. Después de guiarles a través de una intrincada serie de figuras, la música cambió de tono señalando un cambio de pareja. Encantada de librarse del joven soldado de manos sudorosas, Marie se volvió airosamente.
De repente se encontró cara a cara con Edward. Tragó saliva, esperando en cierto modo que se diera la vuelta y la dejara plantada delante de todo el mundo.
—Señorita Swan —murmuró demostrando que era más consciente de su presencia de lo que había fingido.
—Lord Masen —respondió ella mientras giraban con cautela.
Incluso a través del guante podía sentir el calor de la mano que apretaba la suya. Intentó no recordar con cuánta ternura la había tocado hacía tiempo, el sorprendente placer que le habían dado sus manos.
Su mayor temor era que pudiera reconocer su voz. Para modular los tonos severos de Isabella Dwyer se había inspirado en una tía soltera. Pero sabía que su voz natural se le había escapado en más de una ocasión, como cuando gritó su nombre extasiada.
—Es agradable verle con tan buen aspecto —dijo adoptando deliberadamente una cadencia velada. No le resultó difícil, porque se sentía como si se estuviera ahogando en su intenso aroma masculino—. Oí rumores sobre la milagrosa recuperación de su vista. Me alegra ver que eran ciertos.
Él la observó con los ojos encapotados.
—Puede que sea el destino el que nos haya reunido esta noche. Nunca he tenido la oportunidad de darle las gracias.
—¿Por qué?
—Por venir a visitarme al hospital cuando estaba herido.
Marie sintió que se le tambaleaba el corazón mientras él daba otra vuelta al estoque. Por primera vez se compadecía de los franceses. Era mejor no tenerle como enemigo.
Inclinando su cara, le lanzó una sonrisa deslumbrante.
—No tiene que darme las gracias. Sólo estaba cumpliendo con mi deber cristiano.
Sus ojos se ensombrecieron. Parecía que por fin había conseguido que reaccionara de algún modo. Pero su triunfo fue efímero. Antes de que él pudiera responder los músicos terminaron su canción. La última nota del minué quedó flotando en el aire entre ellos.
Edward se inclinó sobre su mano, rozándole los nudillos con sus labios en un beso superficial.
—Ha sido un placer volver a verla, señorita Swan, aunque sólo sea para recordar qué poco la conocía realmente.
Mientras el cuarteto comenzaba a tocar un vals austríaco, los demás bailarines empezaron a abandonar la pista para charlar y tomar un refrigerio. Nada como un vals para despejar rápidamente un salón de baile. Nadie quería que la gente sospechara que sabía los pasos de ese baile tan escandaloso.
Mientras Edward se ponía derecho Marie tuvo que vencer un arrebato de pánico. En unos segundos le daría la espalda y saldría de su vida para siempre. Ya habían atraído varias miradas de curiosidad. Rosalie estaba observándoles desde el otro lado del salón con la cara casi tan blanca como su vestido.
¿Qué más podía perder?, pensó Marie. ¿Su buen nombre? ¿Su reputación? Aunque la sociedad no lo supiese, estaba ya pérdida para cualquier otro hombre.
Antes de que Edward pudiera alejarse de ella puso la mano sobre su brazo.
—¿No le han dicho nunca que es de mala educación que un caballero abandone a una dama que quiere bailar?
Él la miró con una expresión burlona y cautelosa a la vez.
—Que no se diga que Edward Masen ha negado algo a una dama.
Con esas palabras familiares deslizó un brazo alrededor de su cintura y la atrajo hacia él. Mientras empezaban a bailar Marie cerró los ojos, reconociendo en ese momento que estaba dispuesta a correr cualquier riesgo, a pagar cualquier precio, por estar de nuevo en sus brazos.
—Debo confesar que me ha sorprendido encontrarla aquí esta noche —dijo Edward mientras giraban por la pista desierta moviendo sus cuerpos con un ritmo perfecto—. Pensaba que a estas alturas se habría casado con un terrateniente o un hacendado. Sé que aprecia la respetabilidad en un hombre por encima de todo.
Ella le lanzó una sonrisa con un pequeño hoyuelo.
—¿Como usted apreciaba en una mujer que fuera fácil de seducir?
—Ésa es una cualidad que sin duda alguna usted no ha poseído nunca —murmuró mirando por encima de su cabeza.
—A diferencia de las mujeres que están comiéndoselo con los ojos esta noche. ¿Quiere que me aparte para que una de ellas ocupe mi lugar en sus brazos?
—Agradezco su generosidad, pero me temo que no tengo tiempo para esas frivolidades. Mañana por la tarde embarco en el Defiance.
Marie se tropezó con sus propios pies. Si él no la hubiera agarrado con fuerza podría haberse caído. Haciendo un esfuerzo para seguir moviendo los pies al ritmo de la música, le miró sin poder creérselo.
—¿Va a regresar al mar? ¿Ha perdido el juicio?
—Su inquietud es conmovedora, señorita Swan, pero llega con un poco de retraso. No es necesario que su cabecita se preocupe por mi destino.
—Pero ¡la última vez que se fue casi no vuelve! ¡Estuvo a punto de morir! Le costó la vista, la salud…
—Soy perfectamente consciente de lo que me costó —dijo Edward en voz baja. Mientras observaba su cara desapareció de sus ojos el último rastro de burla.
Marie quería tocarlo desesperadamente, rodearle la mejilla con su mano. Pero las promesas y los sueños rotos hacían que la distancia que había entre ellos fuera insalvable.
Bajó la vista a su solapa.
—¿Por qué se siente obligado a representar de nuevo el papel de héroe? Después de haber estado a punto de sacrificar su vida por el rey y por la patria no creo que tenga que demostrar nada más.
—Puede que a usted no, pero a otra persona sí.
—¡Ah! Debería haber imaginado que había una mujer implicada. —Aunque sabía que no podía esperar que pasara el resto de su vida suspirando por una mujer que no había existido nunca, sintió una profunda punzada de celos en su estómago. Era angustioso imaginarle en brazos de otra mujer, en la cama de otra mujer, haciendo lo que le había hecho a ella.
—Siempre ha estado dispuesto a sacrificarlo todo por amor, ¿verdad?
Cuando cesó la música se quedaron parados en medio de la pista de baile. Marie podía ver las miradas de reojo y oír los murmullos curiosos.
Esta vez sólo había compasión en la mirada de Edward.
—Ni siquiera sabía lo que era el amor hasta que conocí y perdí a Bella. Perdóneme por hablar con tanta brusquedad, señorita Swan, pero usted no le llega ni a la suela de los zapatos.
Después de hacerle una breve reverencia se dio la vuelta y fue hacia las escaleras mientras todo el mundo le miraba.
Marie se quedó allí un largo rato antes de susurrar:
—No. Supongo que no.


Edward entró en su casa de Londres, alegrándose de que los sirvientes estuvieran ya en la cama, y se dirigió al salón. Uno de los criados había dejado la chimenea encendida para aminorar un poco el frío de noviembre.
Quitándose el abrigo húmedo, Edward se sirvió un generoso chorro de whisky de la botella de cristal del aparador. Mientras el licor ardiente bajaba por su garganta se acordó de otra noche oscura en la que bebió demasiado whisky y pensó en acabar con su vida. Esa noche Bella le sacó de la oscuridad como un ángel, dándole una razón y voluntad para vivir. Fue la primera vez que probó sus labios y estrechó su cálido cuerpo contra el suyo.
Bebió el resto del whisky de un solo trago. Un dragón esculpido le sonreía desde el pedestal de una mesa de cristal. La estancia había sido decorada al estilo chino, pero esa noche las colgaduras de seda carmesí, los muebles lacados y las pagodas en miniatura parecían más ridículas que exóticas.
No quería reconocer que ver de nuevo a Marie podía haberle puesto de tan mal humor. Pensaba que era inmune a sus encantos. Pero al verla allí al pie de las escaleras sola y perdida como una niña sintió una sacudida inesperada.
Estaba más delgada de lo que recordaba. Al principio le sorprendió su pelo corto, pero de un modo extraño le sentaba bien. Le daba un toque maduro a su belleza y hacía que su elegante cuello pareciese más largo y sus luminosos ojos verdes más grandes. La inexplicable tristeza que había vislumbrado en sus profundidades era lo que más le había impresionado.
Edward se sirvió otra copa de whisky. Probablemente había sido un estúpido al pensar que no le afectaría volver a verla. En el mar había pasado un montón de noches sólo con su recuerdo y sus promesas escritas para reconfortarle. Promesas que esa noche había destruido con un comentario sarcástico y una sonrisa burlona.
Se pasó una mano por el pelo. El whisky sólo estaba avivando la fiebre que corría por sus venas. Antes habría buscado alivio para esa fiebre en los brazos de una cortesana o una bailarina. Ahora lo único que tenía para consolarse eran los fantasmas de las dos mujeres a las que había amado.
De repente sonó en la puerta principal un golpe que le sobresaltó.
—¿Quién diablos será a estas horas? —murmuró mientras iba hacia la entrada.
Al abrir la puerta vio allí a una mujer con una capa con capucha. Por un engañoso instante la esperanza latió con fuerza en su corazón. Entonces se quitó la capucha, revelando unos rizos cortos de color miel y un par de cautos ojos verdes.
Buscó en la calle detrás de ella, pero no había ningún carruaje. Era como si hubiera surgido de la nada en medio de la niebla.
Edward sintió en su pulso una advertencia. Debería echarla y cerrar la puerta en su preciosa cara. Pero el diablo que tenía dentro le incitó a apoyarse en el marco de la puerta, cruzarse de brazos y mirarla de arriba abajo con insolencia.
—Buenas noches, señorita Swan —dijo con voz cansada—. ¿Ha venido para otro baile?
Ella le miró con una expresión cautelosa y esperanzada a la vez.
—Me estaba preguntando si podría hablar un momento con usted.
Edward se apartó. Mientras pasaba a su lado contuvo el aliento, intentando deliberadamente no inhalar el aroma floral de su pelo y de su piel. La acompañó al salón recordando todas las veces que había soñado con estar solo con ella; un sueño que se había hecho realidad demasiado tarde.
—¿Quiere darme su capa? —preguntó intentando no fijarse en lo bien que le sentaba el terciopelo verde esmeralda al brillo aterciopelado de su piel.
Sus finos dedos jugaron con la cinta de seda de su cuello.
—No, gracias. Tengo un poco de frío. —Se sentó en el borde de una silla de seda china mirando nerviosamente un par de dragones de hierro fundido para la chimenea.
—No se preocupe. No muerden —le aseguró Edward.
—Es un gran alivio. —Miró alrededor de la habitación observando su exuberante decadencia—. Por un momento he pensado que estaba en un fumadero de opio.
—Tengo muchos vicios, pero ése no es uno de ellos. ¿Le apetece beber algo?
Ella se quitó los guantes y cruzó las manos sobre su regazo.
—Sí, gracias.
—Me temo que aquí sólo tengo whisky. Si quiere puedo despertar a uno de los criados para que traiga un poco de sherry.
—¡No! —Intentó suavizar su arrebato de pánico con una trémula sonrisa—. No es necesario que les moleste. Un whisky estará bien.
Edward sirvió una copa para cada uno y observó su cara atentamente mientras tomaba el primer sorbo. Sus ojos comenzaron a humedecerse y tosió un poco. Como había sospechado, probablemente era la primera vez que lo había probado. Esperaba que dejase la copa a un lado educadamente, pero la acercó de nuevo a sus labios y bebió el resto del whisky de un solo trago.
Él abrió bien los ojos. Fuese lo que fuese lo que había venido a decirle, parecía que exigía una buena dosis de valor.
—¿Quiere otra copa o le traigo la botella entera?
Ella rechazó su oferta. El licor había intensificado el color de sus mejillas y el peligroso brillo de sus ojos.
—No, gracias. Debería ser suficiente.
Edward se sentó en el extremo del ancho diván, apoyó los codos sobre las rodillas y removió el whisky en su copa. No estaba de humor para intercambiar bromas y comentarios intrascendentes.
Tras un incómodo momento de silencio Marie dijo:
—Soy consciente de que puede encontrar mi visita muy poco convencional, pero tenía que verle antes de que embarcase mañana.
—¿A qué viene tanta urgencia? A lo largo de este año podía haberme visto en cualquier momento simplemente pasando por Masen Park.
Ella bajó la vista jugueteando con sus guantes.
—No estaba segura de cómo sería recibida. No podría haberle culpado si me hubiese echado a los perros.
—No sea ridícula. Habría sido mucho más eficaz ordenar a mi guarda que le disparara.
Ella le miró de reojo para ver si estaba bromeando. Edward ni siquiera parpadeó.
Marie respiró profundamente.
—He venido aquí esta noche para decirle que me gustaría aceptar su proposición.
—¿Disculpe? —Se inclinó hacia delante pensando que no había oído bien.
—Hace tiempo me pidió que me convirtiera en su esposa. —Levantó la barbilla para sostener su mirada—. Me gustaría aceptar esa oferta.
Él la miró durante un minuto sin poder creérselo y luego se echó a reír. Las violentas carcajadas que sacudían todo su cuerpo le obligaron a levantarse y apoyarse en la chimenea para recobrar el aliento. No se había reído así desde que Bella había desaparecido de su vida.
—Tendrá que perdonarme, señorita Swan —dijo secándose los ojos—. Se me había olvidado que tenía un sentido del humor tan perverso.
Ella se levantó para hacerle frente.
—No estaba hablando en broma.
Edward se puso serio de repente y dejó su copa de whisky sobre la chimenea.
—Bueno, pues es una lástima, porque pensaba que había dejado claro que ya no tiene ningún derecho sobre mi corazón.
—Creo que sus palabras exactas fueron: «Ni siquiera sabía lo que era el amor hasta que conocí y perdí a Bella».
Él estrechó los ojos intentando odiarla.
Ella comenzó a pasearse de un lado a otro, arrastrando el dobladillo de su capa por la alfombra oriental.
—No hay nada que nos impida casarnos esta noche. Podemos fugarnos a Gretna Green como me pidió hace tiempo.
Edward le dio la espalda y miró las llamas de la chimenea, incapaz de soportar más la visión de su cara adorable y traicionera.
Entonces le envolvió su aroma floral, el mismo que había perfumado las cartas que había llevado junto a su corazón durante esos largos y solitarios meses en el mar. Luego sintió que su mano le rozaba la manga.
—Antes me quería —dijo ella en voz baja—. ¿Puede afirmar que ya no me quiere?
Él se dio la vuelta para mirarla.
—Claro que la quiero, pero no como esposa.
Ella se alejó un poco de él, pero Edward la siguió y la hizo retroceder hacia el centro de la habitación un paso cada vez.
—Me temo que ya no necesito una esposa, señorita Swan, pero estaría dispuesto a convertirla en mi amante. Podría instalarla en un bonito alojamiento cerca de aquí y disfrutar en su cama cuando mi barco llegue a puerto. —Edward sabía que estaba siendo injusto, pero no podía detenerse. Toda la amargura que había acumulado en su corazón desde Trafalgar estaba fluyendo en un virulento arrebato—. No debe preocuparse por sus necesidades materiales. Puedo ser un hombre muy generoso, sobre todo si me mantienen satisfecho. Tampoco debe sentirse culpable por aceptar mi largueza. Puedo asegurarle que se ganará todas las chucherías que quiera, todos los pendientes de diamantes y los collares de rubíes, o en su espalda —bajó su mirada a sus labios temblorosos—, o en sus rodillas.
Edward se inclinó sobre ella esperando que le diera una bofetada en la mejilla, le acusara de ser un bastardo y se fuera corriendo hacia la puerta.
Pero en vez de eso levantó la mano y se desató la cinta del cuello, haciendo que la capa se deslizara por sus hombros y se cayera al suelo.

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